Calma antes del caos
Una semana había pasado desde la caótica fiesta que había desatado el caos en sus vidas. La sombra de la experiencia aún se cernía sobre Lincoln y Lynn, un recordatorio constante de lo frágil que era su situación. Después de ser liberado de la jefatura de policía, donde había confesado que sus acciones habían sido en defensa propia, Lincoln se había enfrentado a una montaña de emociones. La presión de sus padres, el temor de que lo que había sucedido pudiera repercutir en su futuro, y la lucha interna con Linkpy lo mantenían en un estado de ansiedad.
Lynn, decidida a estar a su lado, no le había quitado el ojo de encima. Desde que había pasado aquella noche tumultuosa, se había convertido en su sombra, siguiéndolo a todas partes, preocupada por su bienestar. Cada vez que Lincoln parecía perderse en sus pensamientos, ella lo miraba con atención, dispuesta a intervenir si era necesario. Era como si un vínculo aún más fuerte se hubiera forjado entre ellos, uno que iba más allá de la relación fraternal; había una necesidad palpable de cuidarse mutuamente.
Esa mañana, mientras el sol brillaba a través de la ventana de la habitación de Lincoln, él se sentó en su cama, absorto en sus pensamientos. Recordaba los rostros de la policía, la tensión en la sala de interrogatorios y, sobre todo, la preocupación en los ojos de Lynn cuando él había sido llevado ante las autoridades. Justo cuando estaba a punto de perderse en ese mar de recuerdos, un suave golpe en la puerta lo sacó de su trance.
—¿Lincoln? —llamó Lynn desde el otro lado, su voz suave pero firme. —¿Puedo entrar?
—Sí, claro —respondió Lincoln, tratando de sonar más animado de lo que realmente se sentía.
Lynn entró, su expresión mostrando una mezcla de preocupación y determinación. Se sentó en la esquina de la cama, observándolo con una mirada intensa.
—¿Cómo te sientes hoy? —preguntó, cruzando las manos sobre sus rodillas, como si necesitara mantener el control de sí misma.
—Un poco mejor, supongo —respondió Lincoln, encogiéndose de hombros. —Solo... tratando de lidiar con todo lo que pasó.
—No es fácil —dijo Lynn, asintiendo con empatía. —Lo sé. Pero quiero que sepas que estoy aquí para ti. No tienes que enfrentarlo solo.
Lincoln la miró, sintiendo una calidez en su pecho por su apoyo incondicional. —Lo sé, y te lo agradezco. Pero a veces siento que estoy atrapado en mi propia cabeza... como si Linkpy estuviera esperando el momento adecuado para salir.
Lynn frunció el ceño, consciente de lo que eso significaba. —Solo tienes que recordar que tienes el control. No dejes que él te dicte cómo debes sentirte o actuar. Eres más fuerte de lo que piensas.
—Es difícil —admitió Lincoln, bajando la mirada. —A veces, es como si hubiera una lucha constante en mi interior, y no sé si alguna vez se detendrá.
—Lo hará —aseguró Lynn, inclinándose hacia adelante. —Tienes que creer en ti mismo. Y si alguna vez sientes que no puedes hacerlo, solo tienes que decírmelo. Estoy aquí, siempre.
En ese momento, Lincoln sintió que la presión en su pecho comenzaba a aliviarse un poco. La conexión que compartían, el entendimiento y el amor que se reflejaban en sus ojos, le daban fuerza.
—Gracias, Lynn. De verdad —dijo, sintiéndose un poco más ligero. —A veces solo necesito que alguien me recuerde que no estoy solo en esto.
Lynn sonrió, aliviada de que él estuviera abriéndose. —Nunca estarás solo. Siempre te voy a cuidar, incluso si eso significa estar un poco sobreprotectora.
—¿Sobreprotectora? —preguntó Lincoln con una sonrisa irónica. —¿Tú?
—Sí, ¡tú lo has dicho! —exclamó ella, haciéndose la ofendida. —No me importa. Eres mi hermano, y haré lo que sea necesario para mantenerte a salvo.
Lincoln se echó a reír, y ese sonido, aunque tímido, fue un bálsamo para ambos. En medio de todo el caos, podían encontrar momentos de ligereza, y eso era lo que más necesitaban.
La semana pasó rápidamente, y mientras Lincoln luchaba por recuperar la normalidad, Lynn se mantenía a su lado. Cada día se enfrentaban a nuevos desafíos: comentarios de la gente sobre lo sucedido, el juicio de sus padres y el peso de la culpa que Lincoln llevaba consigo. Pero a pesar de todo, la presencia de Lynn seguía siendo su ancla.
Una tarde, mientras se sentaban en el patio trasero de la casa, viendo cómo el sol se ponía lentamente en el horizonte, Lynn rompió el silencio.
—¿Sabes? —dijo, mirando hacia el cielo—. Creo que deberíamos hacer algo para distraernos, algo que nos haga sentir bien, como antes.
Lincoln la miró, notando la chispa de determinación en sus ojos. —¿Como qué?
—Podríamos hacer una noche de juegos, invitar a los chicos y ver una película. Algo que nos haga reír.
Lincoln consideró la idea. —No suena tan mal. Podría ayudar a despejar mi mente.
—Perfecto —dijo Lynn, sonriendo de oreja a oreja—. Solo necesitamos preparar algunas cosas.
Mientras comenzaban a hacer planes, Lincoln sintió que la carga en su corazón se aliviaba un poco más. A pesar de los retos que aún tenían por delante, sabía que juntos podrían enfrentarlo todo.
—Lynn, gracias por estar aquí —dijo Lincoln, mirándola con sinceridad.
—Siempre, Lincoln. Siempre estaré aquí —respondió ella, con una sonrisa brillante que iluminó la tarde.
Con la familia de Lincoln fuera de casa, haciendo compras en el centro comercial, una sensación de libertad llenó el ambiente. Era el momento perfecto para que él y Lynn tuvieran un día solo para ellos, una oportunidad para relajarse y disfrutar de la compañía mutua sin las distracciones del mundo exterior.
Lincoln miró a Lynn, que estaba en la cocina preparando unas palomitas de maíz. Su cabello castaño se movía suavemente con cada movimiento, y una sonrisa juguetona iluminaba su rostro.
—¿Sabes qué? —dijo Lincoln, acercándose. —Creo que deberíamos aprovechar al máximo este día.
—Eso estaba pensando —respondió Lynn, con una chispa en sus ojos—. Después de todo lo que ha pasado, realmente necesitamos un respiro.
Lincoln asintió, sintiendo una ligera presión en su pecho al pensar en todo lo que había estado sucediendo. La ausencia de Samuel y Michael, que siempre estaban al acecho con mensajes y llamadas, significaba que podrían estar tranquilos y disfrutar de su tiempo juntos sin interrupciones.
—¿Qué te gustaría hacer primero? —preguntó Lincoln, cruzando los brazos y apoyándose en el marco de la puerta de la cocina.
Lynn hizo una pausa, pensando por un momento. —Podríamos ver una película, o jugar algunos videojuegos. O, si prefieres, podríamos salir a dar un paseo y disfrutar del aire libre.
—Suena genial —respondió Lincoln, un poco más entusiasmado—. Pero... ¿qué tal si empezamos con una película y luego vemos a dónde nos lleva el día?
—Perfecto —dijo Lynn, llenando un tazón de palomitas y llevándolo hacia el sofá. —¡Escoge algo bueno!
Lincoln se acomodó en el sofá, revisando su colección de películas. Se detuvo en un título que le había gustado mucho. —¿Qué tal "Los Vengadores"? Es una clásica, y es justo lo que necesitamos para distraernos.
—¡Sí! Me encanta esa película —exclamó Lynn, emocionada—. La acción siempre me anima.
Una vez que la película comenzó, ambos se acomodaron en el sofá, con Lincoln estirado y Lynn acurrucada a su lado. La energía en la habitación era ligera y despreocupada, algo que ambos necesitaban desesperadamente.
A medida que la trama se desarrollaba, Lincoln se sintió cada vez más relajado. Las palomitas se deslizaban de sus manos mientras él absorbía cada escena. Lynn, por su parte, se reía y aplaudía, disfrutando de cada momento.
Cuando llegó una escena emocionante, Lynn se inclinó hacia Lincoln, dejándole un breve roce de sus labios en su mejilla. Esa simple acción encendió un fuego sutil en el pecho de Lincoln.
—Me encanta ver esto contigo —dijo ella, con una sonrisa que irradiaba felicidad.
—Yo también —respondió Lincoln, sintiendo que la conexión entre ellos se fortalecía. —Gracias por estar aquí. En serio.
Después de que la película terminó, ambos se quedaron en el sofá, riendo y comentando sobre las escenas favoritas.
—Nunca me canso de ver cómo Hulk aplasta a los enemigos —dijo Lynn, riendo—. Es como si tuviera una competencia personal.
—¡Totalmente! —Lincoln se unió a su risa. —Y, por supuesto, Iron Man siempre tiene las mejores líneas.
Lynn se recostó contra el sofá, mirando a Lincoln con atención. —Ahora que tenemos un momento para nosotros, ¿hay algo más que quieras hacer?
Lincoln pensó por un segundo, su mente pasando por un abanico de posibilidades. —Podríamos jugar videojuegos. Tal vez una competencia amistosa para ver quién es el mejor.
—Eso suena bien. Pero prepárate para perder, porque soy increíble en eso —desafió Lynn con un guiño.
Lincoln se levantó, caminando hacia la consola de videojuegos. —¿Estás lista para ser derrotada?
—Nunca subestimes a una deportista —replicó Lynn con una risa desafiante.
Mientras se preparaban para jugar, una atmósfera de ligereza y diversión llenó el aire. Era como si todo lo que había sucedido en la última semana se desvaneciera, dejando espacio solo para la alegría y el cariño que compartían.
A medida que avanzaban en el juego, las risas se volvieron más frecuentes, y el ambiente se impregnó de una competencia amistosa.
—¡Sí! ¡Lo logré! —gritó Lynn cuando ganó la primera ronda, levantando los brazos en señal de victoria.
—No te emociones tanto, es solo el comienzo —dijo Lincoln, haciéndose el ofendido mientras trataba de restablecer su concentración.
Las horas pasaron volando entre juegos, risas y bromas. El mundo exterior se desvanecía, y solo existían ellos dos, disfrutando de cada momento, creando recuerdos que se sentirían preciosos en medio de la tormenta que enfrentaban.
—Este fue un gran día —dijo Lincoln, sonriendo al mirar a Lynn, que ahora estaba descansando en el sofá, agotada pero feliz.
—Sí, lo fue. Necesitábamos esto —respondió ella, sonriendo de vuelta.
—Gracias por hacerme sentir mejor, Lynn. Realmente significas mucho para mí —dijo Lincoln, su voz sincera y llena de emoción.
—Siempre estaré aquí para ti, Lincoln. Nunca lo olvides —contestó ella, y en ese momento, ambos supieron que, pase lo que pase, enfrentarían todo juntos.
La conexión entre ellos era más fuerte que nunca, y ese día, en su pequeño refugio, habían encontrado un poco de paz en medio del caos que los rodeaba.
En la penumbra de la mente de Lincoln, el mundo exterior se desvanecía en un susurro. Mientras Lynn reía y disfrutaba del día, Linkpy permanecía como una sombra omnipresente, vigilante y reflexiva. La presencia de Lynn era un bálsamo para el alma de Lincoln, pero para Linkpy, representaba un dilema complejo. ¿Era su existencia realmente solo para sembrar muerte y destrucción? Cada día que pasaba, la pregunta resonaba más fuerte, una campana que no dejaba de sonar en su interior.
La vida de Lincoln se basa en la esperanza, en la posibilidad de redención, pensó Linkpy, mientras observaba a su hermano abrazar a Lynn con ternura. Pero yo, ¿qué soy? ¿Una maldición que siempre está lista para desatar el caos? Se sentía atrapado en un ciclo de autocompasión y rabia. Aunque anhelaba la conexión que Lincoln tenía con Lynn, había una parte de él que se resistía a dejar de lado su esencia destructiva.
El eco de sus pensamientos se transformó en un rugido cuando recordó su tiempo en la cárcel, donde había logrado establecer una conversación profunda con el detective Charles Rogers. La historia del hombre resonó en su corazón, cada palabra impregnada de dolor y venganza. Rogers había perdido a sus dos hijos, víctimas de la misma pandilla que ahora acechaba a Lincoln. La pérdida puede transformar a un hombre. Lo sé por experiencia.
En su charla, Linkpy había captado la desesperación en los ojos de Rogers. La justicia puede ser un concepto flexible, uno que a menudo se diluye en las sombras de la corrupción. Con cada detalle que el detective compartía, Linkpy sentía que su sed de venganza se intensificaba, vibrando en perfecta armonía con el sufrimiento de Rogers.
—Solo quiero que paguen por lo que hicieron, —le había dicho Rogers, su voz un eco desgarrador de angustia.
—¿Y qué estás dispuesto a hacer para lograrlo? —preguntó Linkpy, sus palabras afiladas como cuchillas.
Rogers se había quedado en silencio, contemplando las implicaciones de su propio deseo de venganza. Linkpy había visto cómo el detective, un hombre que había dedicado su vida a proteger a los inocentes, comenzaba a perder la fe en la justicia convencional. Este es el punto de quiebre, pensó Linkpy, sabiendo que la rabia estaba comenzando a eclipsar la ética que había guiado a Rogers toda su vida.
—Puedo ayudarte, —siguió Linkpy, dejando que la promesa de venganza fluyera entre ellos. —Cuando llegue el momento, te proporcionaré las pruebas que necesitas.
La mirada de Rogers se endureció, una chispa de determinación encendiendo su tristeza. El sistema ha fallado a este hombre, reflexionó Linkpy. Pero yo no.
La lucha entre lo correcto y lo necesario empezaba a surgir en Rogers. Ese conflicto interno es fascinante, pensó Linkpy, disfrutando de la lucha. Quizás esto sea mi propósito: ser el catalizador que transforme la venganza en algo tangible.
—Necesito saber que puedo confiar en ti, —dijo Rogers, sus palabras pesadas con desconfianza.
Linkpy sonrió, su risa resonando en los confines oscuros de la mente de Lincoln. —La venganza no necesita confianza, detective. Solo necesita un objetivo y un medio para alcanzarlo.
Mientras las palabras de Linkpy se asentaban en la mente de Rogers, una atmósfera de complicidad comenzó a formarse entre ellos. Sí, este hombre se adentra en la oscuridad. Linkpy lo sabía, y al mismo tiempo, un extraño sentido de satisfacción lo invadía. La tormenta interna de Rogers era una danza que Linkpy estaba ansioso por observar.
La venganza puede ser un arte, y yo soy su maestro. Con cada momento que pasaba, Linkpy sentía que su existencia tomaba forma. No soy solo la sombra de Lincoln; soy el eco de su dolor, su ira canalizada. Y aunque no puedo cambiar, puedo ser la herramienta que lo lleve a donde necesita estar.
Afuera, Lincoln y Lynn disfrutaban de un día tranquilo, ajenos a la tempestad que se gestaba en el interior de su hermano. Pero pronto, la tormenta llegará. Linkpy podía sentirlo. Las sombras de la pandilla de Reina aún acechan, y yo estaré preparado.
La vida de Lincoln no tiene que ser una lucha constante; puedo usar el caos para darle un propósito. Con cada pensamiento, la certeza de que su destino estaba ligado a la venganza se volvió más fuerte. No soy solo un monstruo; soy el monstruo que trae justicia.
La conexión entre Lincoln y Lynn se convertía en un ancla en medio de la tempestad, un recordatorio de que incluso en la oscuridad, la luz todavía existía. Pero Linkpy no podía evitar preguntarse si esa luz era suficiente para mantener a Lincoln a flote cuando finalmente llegara la tormenta. ¿Qué pasará cuando se revele la verdad?
La vida es un juego de estrategia, pensó Linkpy mientras observaba a Lincoln y Lynn reír juntos. Y pronto, las piezas estarán en su lugar. Todo lo que necesito hacer es esperar.
Mientras el día continuaba, una calma tensa se apoderó de la casa. Linkpy, consciente de la oportunidad que se avecinaba, se preparaba para la batalla que estaba por venir. Y en su interior, sabía que el caos sería inevitable. Lincoln y yo, estamos unidos en esto, pero el camino a la redención puede estar lleno de sangre.
Lincoln sintió que la conversación que había tenido con Linkpy y el detective Rogers pesaba sobre sus hombros como una sombra inquebrantable. La amenaza que representaba la pandilla de Reina no era algo que pudiera ignorar, y su instinto le decía que debía tomar precauciones. Así que, decidido, llevó a Lynn al patio, donde la luz del sol filtraba suavemente a través de las hojas de los árboles.
—Lynn, hay algo de lo que necesito hablar contigo, algo serio, —comenzó Lincoln, su tono grave contrastando con el ambiente relajado que los rodeaba.
Lynn lo miró, su expresión preocupada. —¿Qué sucede, Lincoln? ¿Es sobre lo que pasó en la fiesta? —preguntó, temiendo que su hermano aún estuviera lidiando con los recuerdos de aquel tumultuoso evento.
Lincoln respiró hondo, tratando de encontrar las palabras adecuadas. —No, no es eso. Es sobre el bunker que Lisa hizo. —Su mirada se endureció un poco, y Lynn asintió, recordando el escondite secreto que había estado construido en su casa.
—Sí, lo recuerdo. Está debajo del garaje, ¿verdad? —respondió ella, un ligero atisbo de inquietud surgiendo en su voz.
—Exacto. —Lincoln se pasó la mano por el cabello, intentando calmar la ansiedad que crecía en su interior. —He estado pensando en esto desde que hablé con Linkpy. Necesito que sepas que, si alguna vez llegamos a estar en una situación peligrosa, si algo realmente malo sucede...
Sus palabras se detuvieron, el peso de la inminente amenaza casi tangible en el aire. Lynn se acercó un poco más, poniendo su mano sobre la de él. —¿Qué estás tratando de decirme, Lincoln?
—Quiero que tú y toda la familia se refugien en el bunker. —Sus ojos se encontraron, y él pudo ver la preocupación reflejada en el rostro de Lynn. —No salgan hasta que esté seguro de que todo ha pasado. Prométeme que lo harás.
Lynn frunció el ceño, sintiendo que la gravedad de la situación era mucho más seria de lo que había imaginado. —Lincoln, ¿por qué hablas así? ¿Estás pensando que algo va a pasar?
—Es posible. —Lincoln apretó los dientes, recordando la conversación con Linkpy. Aquel poder oscuro que residía en él no solo era un arma, sino también un recordatorio de que siempre había enemigos acechando en la oscuridad. —El código para el bunker... —se obligó a seguir, su voz más firme. —Es 4918. Lo cambié después de que Lisa lo dejó.
Lynn lo miró con asombro. —¿Estás seguro de que eso es necesario? No quiero que te metas en problemas por mi culpa.
—Esto no es solo por ti, Lynn. Es por todos. —Lincoln apretó su mano con fuerza, el miedo a perderla empujándolo a ser más protector. —Si alguna vez llegamos a esa situación, Linkpy también estará a cargo. Él... él también quiere asegurarse de que todos estén a salvo.
Lynn lo miró fijamente, su corazón latiendo rápidamente. —¿Linkpy? —La preocupación se mezclaba con la confusión en su rostro. —¿Qué quieres decir con que Linkpy se hará cargo?
—Cuando llegue el momento, él tomará el control del cuerpo para asegurarse de que yo no me interponga en el camino. —Lincoln tomó un respiro profundo, la sinceridad en su voz haciéndola aún más intensa. —No quiero que mi ira o mi deseo de venganza pongan en peligro a nuestra familia. Él... él entiende lo que está en juego.
—Lincoln, yo... —Lynn comenzó, pero él la interrumpió, sintiendo la necesidad de que entendiera.
—Te prometo que haré todo lo que esté en mis manos para proteger a nuestra familia. Pero necesitas prometerme que no saldrás de ese bunker, no importa qué pase.
Lynn sintió el peso de su petición y la seriedad detrás de ella. —Está bien, lo prometo. Pero Lincoln, también quiero que sepas que no estás solo en esto. Siempre estaré a tu lado.
—Lo sé, y eso es lo que me da fuerzas. —Sus ojos se llenaron de gratitud, y por un momento, el miedo a lo que vendría se desvaneció, reemplazado por la calidez de su conexión. —Juntos, podremos enfrentarlo.
Linkpy, en la parte más oscura de la mente de Lincoln, escuchaba la conversación con una mezcla de satisfacción y frustración. Lynn es una aliada valiosa, pensó, aunque su presencia también era un recordatorio constante de la luz que él, como parte de Lincoln, podría nunca alcanzar por completo. Pero este es el camino correcto; si esto significa mantenerlos a salvo, entonces estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario.
El tiempo seguía avanzando, pero la conexión entre Lincoln y Lynn se fortalecía con cada palabra. Ambos sabían que la vida que llevaban estaba llena de peligros, pero la certeza de que estaban el uno para el otro, incluso en los momentos más oscuros, les daba esperanza. Mientras tanto, la tormenta que se avecinaba en sus vidas seguía acumulando fuerza, un recordatorio de que la lucha no había hecho más que comenzar.
Mientras la tensión crecía en la casa de Lincoln, en la casa de Sully, Samuel y Michael estaban enfrascados en su propia misión. Los dos se habían reunido en la sala, rodeados de papeles y un mapa grande de Royal Woods extendido sobre la mesa. Las marcaciones y notas hechas a mano resaltaban dos posibles ubicaciones del escondite de Reina y su pandilla, un paso crucial en su plan para detener el caos que amenazaba a su comunidad.
—Mira esto, Michael. —Samuel apuntó a un lugar en el mapa, su expresión concentrada. —Aquí es donde se han registrado varios avistamientos de la pandilla. Parece que tienen una base de operaciones en un viejo almacén abandonado. Y este otro lugar... es un antiguo club de moteros.
Michael inclinó la cabeza, su interés piquado. —Entonces tenemos que informarle a Lincoln lo antes posible. No podemos permitir que estas lunas rojas de la pandilla sigan causando problemas. —Se rió ligeramente, recordando los rumores que circulaban sobre la pandilla. —A menos que estés pensando en dejar que Linkpy les dé una lección de lo que realmente significa ser un criminal.
Samuel frunció el ceño, comprendiendo la implicación de su amigo. —No estoy seguro de que eso sea lo que necesitamos ahora mismo. Debemos ser estratégicos. No quiero que Lincoln pierda el control, y mucho menos que Linkpy lo haga.
—Cierto, —respondió Michael, sintiendo la gravedad del asunto. —Pero, ¿estás seguro de que tienes tiempo para esto? Porque, ya sabes, con tu cita con Leni... —sonrió, burlándose de su amigo. —Si sigues con esta relación, lo único que va a causar es que Lincoln te corte las pelotas por meterte con su hermana.
Samuel rodó los ojos, aunque una sonrisa se dibujó en su rostro. —Vamos, no es para tanto. Leni y yo estamos bien. Solo es una cita, y además, Lincoln sabe que no tengo malas intenciones.
—Claro, claro, —bromeó Michael, cruzando los brazos y adoptando un tono de voz exagerado. —Pero si él te ve tomándola de la mano en el parque, ten por seguro que te va a mirar como si fueras un enemigo de la pandilla.
—Bueno, tal vez deba invitar a Lincoln a la próxima cita. Así lo calmamos un poco. —Samuel se rió, aunque también sabía que su amigo tenía razón. Lincoln estaba extremadamente protector con sus hermanas, especialmente con Leni.
La risa entre ellos se desvaneció cuando la seriedad del asunto volvió a caer sobre la conversación. Michael se inclinó sobre el mapa, su expresión convirtiéndose en una máscara de determinación. —De verdad necesitamos hablar con Lincoln sobre esto.
Samuel asintió, su mente girando en torno a las posibles repercusiones. —Sí, debemos hacerlo antes de que se complique más. La última cosa que queremos es que todo esto termine en un desastre.
A medida que revisaban los detalles de su plan, la conversación pasó de bromas y risas a un enfoque más serio. Ambos sabían que la situación con Reina y su pandilla era peligrosa, y cada segundo contaba. Samuel miró a Michael, con la resolución brillando en sus ojos.
—De acuerdo, primero informemos a Lincoln sobre estas ubicaciones, y luego tú y yo podemos hablar sobre cómo vamos a manejar esto. No podemos permitir que el caos reine aquí.
Con un último vistazo al mapa, ambos sabían que estaban en una carrera contra el tiempo. Tenían que asegurarse de que Lincoln estuviera al tanto de lo que se avecinaba y que estuvieran preparados para cualquier cosa que pudieran enfrentar. La amenaza de la pandilla de Reina no era algo que pudieran subestimar, y la preocupación por Linkpy añadía otra capa de complejidad a su ya peligrosa situación.
En la casa Loud, el ambiente era cálido y acogedor. Lincoln y Lynn estaban recostados en el sofá, el suave murmullo de la televisión resonando en el fondo mientras el sol se deslizaba por el horizonte, tiñendo la habitación con un cálido tono dorado. El aire estaba impregnado de risas y un sentido de esperanza que llenaba el espacio entre ellos.
—Sabes, —comenzó Lincoln, mirando a Lynn con una sonrisa soñadora—, a veces me imagino cómo sería nuestra vida en el futuro.
Lynn lo miró, intrigada. —¿De verdad? ¿Cómo te lo imaginas?
—Bueno, —dijo Lincoln, dejando escapar un suspiro—, me imagino que podríamos tener una casa pequeña, no muy lejos de aquí. Quizás un lugar con un jardín, donde podamos plantar algunas cosas. Y... —hizo una pausa, tratando de articular sus pensamientos—, me gustaría que tuviéramos una familia.
Lynn sonrió, sintiendo su corazón palpitar al escuchar sus palabras. —¿Una familia? Eso suena genial. ¿Te imaginas tener una hija? Podríamos llamarla Lacy, en honor a ti.
—O un hijo, —dijo Lincoln con un brillo en los ojos—, podríamos llamarlo Luke o Logan. Siempre me ha gustado el nombre Logan, suena fuerte, como tú.
Lynn se rió suavemente, encantada por su entusiasmo. —Pero si es una chica, quiero que sea una deportista como yo. ¡Imagina a nuestra pequeña Lacy corriendo por ahí, practicando deportes!
—Sería increíble, —respondió Lincoln, imaginando la escena. —Podríamos llevarla a los partidos, animarla, y quien sabe, tal vez un día ella sea una atleta profesional.
—Definitivamente, —dijo Lynn, apoyando su cabeza en el hombro de Lincoln. —Pero, ¿y si nuestra familia no está de acuerdo con nuestra relación? No todos lo entenderían.
Lincoln se volvió serio, apartando la vista de la televisión para centrarse en Lynn. —Lo sé. Pero lo que realmente importa es lo que sentimos el uno por el otro. Estoy dispuesto a enfrentar cualquier cosa que se interponga entre nosotros.
—Eso me gusta escuchar, —dijo Lynn, sintiendo que su corazón se derretía un poco más. —Pero no quiero que tengas que pelear solo. Siempre estaré a tu lado.
Lincoln sonrió, su confianza en su relación fortaleciéndose. —Juntos somos más fuertes. Y además, podríamos empezar un negocio. Tal vez una tienda de deportes o un gimnasio. Podríamos trabajar en ello juntos.
—Esa es una gran idea, —respondió Lynn, su mente corriendo con posibilidades. —Podríamos hacer un espacio donde la gente no solo pueda entrenar, sino también aprender sobre el deporte, sobre cómo cuidarse.
—Exactamente, —dijo Lincoln, animándose cada vez más. —Y eso también podría ayudarnos a ahorrar para nuestra futura familia.
Lynn se echó a reír. —Mira cómo planeamos nuestro futuro, ¡y ni siquiera hemos terminado la secundaria!
—Pero eso no significa que no podamos soñarlo, —replicó Lincoln, mirándola con determinación. —La vida es una aventura, y quiero vivirla contigo, no importa qué obstáculos tengamos que superar.
Lynn, con una expresión de profunda curiosidad y preocupación, lo miró a los ojos, buscando respuestas que parecían eludirla. —¿Y qué pasará con tu vida militar? ¿No es eso algo que has querido desde siempre? —su voz tembló ligeramente, no por desconfianza, sino por la intensidad de la conexión que compartían.
Lincoln, sintiendo el peso de sus palabras, se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre la vida que había llevado. La guerra había sido su refugio, pero a un costo alto. Luego, sin dudar, se quitó las placas militares que adornaban su uniforme y las lanzó lejos. Miró cómo caían al suelo, el sonido sordo resonando en la habitación como un eco de su pasado.
—Contigo en mi vida, Lynn, no necesito nada, —dijo con voz firme, su mirada fija en la de ella—. Por ti, no necesito esa vida.
Esas palabras resonaron profundamente en Lynn. Ella sintió cómo las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos, lágrimas de alivio, de amor, y de la inmensa carga que finalmente se aliviaba. No podía contener la emoción. Sin pensarlo dos veces, se acercó a Lincoln, sus labios encontraron los de él en un beso apasionado y lleno de sentimiento.
El beso era dulce y tierno, pero también estaba cargado de una urgencia que hablaba de todo lo que habían pasado juntos y de las pruebas que aún debían enfrentar. Era un gesto que decía más que mil palabras; un compromiso inquebrantable de estar el uno para el otro, sin importar los peligros que pudieran surgir en su camino.
Mientras sus labios se encontraban, el mundo exterior se desvaneció. Todo lo que existía en ese momento era la calidez de sus cuerpos, el latido acelerado de sus corazones, y el profundo entendimiento de que juntos podían superar cualquier obstáculo.
—No sabes cuánto significa eso para mí, —dijo Lynn, entre lágrimas, al separarse para mirarlo a los ojos, su voz temblando de emoción. —Eres mi todo, Lincoln. Siempre has sido más que un amigo; eres mi compañero, mi apoyo.
Lincoln sonrió, sintiéndose más conectado a ella que nunca. —Y tú eres el mío, —respondió él, limpiando suavemente las lágrimas que corrían por sus mejillas con sus pulgares—. Nunca voy a dejar que nada nos separe.
Lynn se sintió abrumada por la sinceridad de sus palabras. La angustia que había sentido en el fondo de su corazón durante tanto tiempo comenzó a desvanecerse. Ella tomó una respiración profunda, sintiendo cómo la seguridad y la confianza que Lincoln le ofrecía llenaban el vacío que había dejado la incertidumbre. —Me asusta pensar en lo que hemos pasado. La fiesta, lo que ocurrió después... No quiero que eso vuelva a suceder.
Lincoln la miró con seriedad, sintiendo el peso de sus preocupaciones. —Lo sé. Pero estoy aquí, Lynn. Prometo que haré lo necesario para protegerte. No solo de los peligros externos, sino de mis propios demonios también.
Ella lo miró fijamente, sintiendo el impacto de sus palabras. —Esos demonios son parte de ti, Lincoln. No tienes que enfrentar esto solo. Siempre estaré a tu lado. Juntos, podemos encontrar la manera de manejarlo, —dijo, su voz firme y llena de resolución.
El brillo en los ojos de Lincoln se intensificó. —A veces siento que estoy luchando contra algo mucho más grande que yo. Algo oscuro que amenaza con consumir todo lo que amamos. Pero cuando estoy contigo, esa oscuridad parece un poco menos aterradora.
—Tú no eres solo un soldado, Lincoln. Eres mucho más que eso, —le recordó Lynn, su voz llena de convicción. —Eres el hombre que quiero a mi lado, el que me hace sentir viva.
—¿Y si no puedo ser el hombre que quieres? —su pregunta salió casi como un susurro, revelando sus inseguridades.
—Entonces, te ayudaré a serlo, —respondió ella con firmeza, tomando su mano y apretándola. —No importa qué tan oscuro sea el camino, quiero caminarlo contigo.
La promesa de un futuro juntos comenzó a formarse entre ellos, y aunque sabían que el camino sería difícil, la luz de su amor brillaba intensamente, iluminando incluso los rincones más oscuros de sus mentes.
Ambos se acercaron de nuevo, los rostros casi tocándose. La conexión que compartían era palpable, un lazo que trascendía el tiempo y el espacio. En ese momento, entendieron que no solo estaban construyendo un futuro juntos, sino también sanando viejas heridas y dejando atrás los fantasmas del pasado.
Lincoln se inclinó hacia ella, su voz apenas un susurro. —Imagina nuestro futuro, Lynn. Un hogar, una familia. ¿Te gustaría tener una hija o un hijo?
Lynn sonrió, imaginando el futuro que podían crear juntos. —Definitivamente quiero una hija. La llamaremos Lacy, —dijo, riendo suavemente. —Y si es un chico, tal vez Luke, o Logan.
—Me encanta, —respondió Lincoln, su sonrisa iluminando su rostro. —Quiero que crezcan con amor y coraje.
—Y que nunca tengan miedo de ser quienes son, —añadió Lynn, sintiendo que el mundo entero se iluminaba a su alrededor.
Ambos compartieron un momento de silencio, sintiendo la magnitud de sus sueños. Era un momento de esperanza, de promesas y de un amor que se fortalecía cada día más. Y aunque sabían que el camino que tenían por delante estaba lleno de incertidumbres, su amor sería la luz que los guiaría a través de la oscuridad.
—Juntos, somos invencibles, —murmuró Lincoln, mientras sus miradas se entrelazaban, un reflejo de su profundo compromiso y la promesa de un futuro que construirían codo a codo.
En una acogedora cafetería del centro, el aroma a café recién hecho y a pasteles horneados llenaba el aire. Las luces suaves y la música de fondo creaban un ambiente cálido y relajante. Leni ya había encontrado una mesa cerca de la ventana, mirando de vez en cuando hacia la puerta con una sonrisa esperanzadora. Cuando finalmente vio a Samuel entrar, su rostro se iluminó.
Samuel, con una ligera sonrisa, se acercó a la mesa y se disculpó, ajustándose el abrigo que llevaba puesto. —Lo siento por la tardanza, Leni. El tráfico estaba horrible, y no quería llegar tarde a nuestra cita, —dijo, respirando un poco más relajado al estar finalmente allí.
—No te preocupes, ¡me alegra verte! —respondió Leni, su voz llena de alegría. Ella había estado esperando este momento, un respiro en su ajetreada vida, un tiempo para enfocarse en sí misma y en las cosas que realmente importaban. A pesar de no saber nada sobre la pandilla de Reina o la lucha interna que Lincoln enfrentaba, sentía que algo importante estaba a punto de suceder.
Samuel tomó asiento y pidió un café y un pastel de chocolate. Mientras esperaba, observaba a Leni, notando cómo sus ojos brillaban con emoción. —¿Qué has estado haciendo? —preguntó, curioso, mientras se acomodaba en la silla.
Leni se sonrojó ligeramente, jugando con una de las servilletas en la mesa. —Oh, solo cosas normales... trabajando, ayudando en casa... —su voz se tornó un poco más suave al mencionar a su familia. —A veces, me siento un poco perdida con todo lo que está pasando. Pero tener esta cita contigo me hace sentir mejor.
—Entiendo lo que sientes. Todos tenemos nuestros propios problemas, —dijo Samuel, asintiendo con empatía. Él no sabía la magnitud de lo que pasaba en la vida de Leni, pero quería ser un apoyo para ella.
Ambos comenzaron a charlar sobre cosas triviales, disfrutando de la compañía del otro. Hablaban de películas, de música y de sus sueños. Samuel sonrió al escuchar a Leni hablar con pasión sobre sus diseños de moda, admirando cómo sus ojos brillaban al compartir su amor por la creatividad.
Mientras hablaban, Samuel no podía evitar pensar en la familia de Leni, particularmente en Lincoln. Sabía que su amigo había estado atravesando momentos difíciles y deseaba poder ayudarlo, pero su prioridad en ese momento era estar ahí para Leni.
—¿Y cómo está tu hermano? —preguntó Samuel, tratando de sondear un poco sin profundizar demasiado en temas delicados.
—Lincoln está bien, creo. A veces, se siente distante, pero siempre ha sido así. A veces pienso que lleva una carga más pesada de lo que puede manejar, —respondió Leni, con un tono de preocupación en su voz.
Samuel sintió un pequeño nudo en el estómago al escucharla. Sabía que había mucho más detrás de la fachada que Lincoln mostraba, pero no quería inquietar a Leni con pensamientos oscuros. —Es normal que los hermanos pasen por momentos difíciles. Lo importante es que tú estás ahí para él, —dijo, tratando de ser reconfortante.
—Sí, eso espero. Solo quiero que sea feliz. —Leni suspiró, antes de cambiar de tema—. Hablando de felicidad, ¿qué tal te ha ido con tus planes de abrir el negocio?
Samuel sonrió, agradecido por la oportunidad de hablar sobre algo que lo emocionaba. —He estado trabajando en algunos diseños y planes de negocio. Quiero que sea un lugar donde la gente pueda relajarse y disfrutar de buena comida, algo así como un café pero con un ambiente más acogedor, —dijo, soñando despierto con su visión.
—Eso suena increíble, ¡no puedo esperar a ver cómo queda! —exclamó Leni, realmente interesada. Su apoyo lo motivó aún más.
La conversación continuó fluyendo, cada risa y cada mirada compartida fortaleciendo el vínculo entre ellos. Samuel se dio cuenta de que, a pesar de las sombras que acechaban a su alrededor, había momentos de luz y alegría, y quería aferrarse a ellos.
Mientras disfrutaban de su tiempo juntos, un nuevo sentido de esperanza comenzó a formarse en el aire. La vida continuaba, y a pesar de los retos, había espacio para el amor, la amistad y la posibilidad de un futuro mejor.
Leni se acomodó en su silla, el aroma del café envolviendo la pequeña cafetería donde se habían encontrado. Su mirada se iluminó al ver a Samuel acercarse. Había algo en su presencia que le resultaba reconfortante, un aire de calma que contrastaba con la tormenta que sabía que enfrentaba su hermano.
—Oye, Samuel, he escuchado que eres amigo de guerra de Lincoln. ¿Cómo fue estar con él en esa experiencia? —preguntó Leni, curiosidad y preocupación marcando su tono.
Samuel se sentó frente a ella, un suspiro profundo escapando de sus labios mientras recordaba los días difíciles en el campo de batalla. La sonrisa se desvaneció lentamente de su rostro, reemplazada por una seriedad palpable.
—La guerra... —comenzó, su voz más grave y reflexiva—. No es algo fácil de olvidar. No solo por las batallas, sino por las decisiones que tienes que tomar. Lincoln siempre fue valiente, incluso en las situaciones más complicadas. Había un sentido de lealtad entre nosotros que iba más allá de la amistad. En esos momentos, todos éramos como hermanos.
Leni lo escuchaba atentamente, cada palabra de Samuel tejía una imagen más clara de su hermano en sus días más oscuros.
—¿Pero cómo lidió con todo eso? —preguntó, deseando profundizar en la complejidad del carácter de Lincoln—. Siempre me ha parecido que es fuerte, pero a veces siento que esconde mucho.
Samuel asintió, reconociendo lo que Leni decía.
—Es cierto, él tiene una forma de manejar el dolor. En la guerra, es fácil perderse en el caos. Lincoln tenía momentos en los que podía sonreír y hacernos reír, incluso cuando todo parecía ir mal. Era como una luz en la oscuridad. Pero cuando se apagaban las luces y estábamos solos, podías ver la carga que llevaba. La culpa, el miedo y la pérdida. A veces, se desahogaba, pero otras veces se encerraba en sí mismo, como si no quisiera arrastrar a los demás a su dolor.
Leni sintió un nudo en el estómago al escuchar sobre las batallas internas de Lincoln.
—Eso es tan comprensible —respondió, sintiendo una mezcla de compasión y tristeza por lo que su hermano había pasado—. Me preocupa que esté lidiando con eso solo.
—Es normal preocuparse por él —dijo Samuel, tomando un sorbo de su café. Sus ojos se perdieron en la distancia, como si reviviera momentos del pasado—. Pero la verdad es que a veces la mejor manera de ayudarlo es simplemente estar allí, sin presionarlo. Los hombres como Lincoln, que han visto tanto, a menudo no se sienten cómodos hablando sobre lo que les pesa. No quieren ser una carga, y eso puede hacer que se aíslen aún más.
Leni reflexionó sobre sus palabras, comprendiendo que el camino hacia la sanación de Lincoln no sería fácil, y que su propio papel en ese viaje sería crucial.
—¿Y tú? ¿Cómo te afectó todo esto? —preguntó, sintiendo curiosidad por el propio viaje de Samuel.
Samuel se pasó una mano por el cabello, buscando las palabras adecuadas.
—No es fácil. Cada misión, cada batalla, nos cambiaba un poco más. Hay noches en las que me despierto en medio de la noche, recordando esos momentos. La imagen de compañeros caídos, de decisiones que nunca se pueden deshacer. Pero he aprendido a lidiar con ello, a buscar formas de seguir adelante. Hablar de ello con alguien que lo entienda ayuda, y creo que eso es lo que Lincoln necesita ahora más que nunca.
Leni asintió, sintiendo una profunda admiración por el valor de Samuel.
—Es impresionante que hayas encontrado una manera de sobrellevarlo —respondió, sintiendo la fuerza de su propia determinación crecer.
—Gracias —dijo Samuel, sonriendo con un aire de gratitud—. Pero al final, es un viaje constante. Cada día es una nueva oportunidad para mejorar y seguir adelante. Y a veces, tener una conexión como la que tengo con Linc y contigo me da la fuerza para seguir. No es solo sobre sobrevivir, sino sobre realmente vivir, a pesar de las sombras que a veces nos persiguen.
Leni sintió que la empatía entre ellos se profundizaba.
—Me alegra que estés aquí. Espero que podamos ser un apoyo para Lincoln —dijo, su voz firme y decidida.
—Eso es lo que más necesita —respondió Samuel, mirando a Leni a los ojos—. Y tener a alguien como tú en su vida es invaluable. Él no siempre se da cuenta, pero tener a su familia y amigos cerca puede hacer una gran diferencia. A veces, solo necesita saber que no está solo en esto, que tiene a alguien con quien puede compartir su carga.
Ambos compartieron una mirada de comprensión, sabiendo que el camino por delante podría ser complicado, pero estaban dispuestos a enfrentar lo que viniera. La conexión que estaban formando no solo era un refugio, sino un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que Lincoln enfrentaba.
—Prometamos estar ahí para él, pase lo que pase —dijo Leni, con un brillo decidido en sus ojos.
—Prometido —respondió Samuel, sintiendo que, juntos, podrían ser la fuerza que Lincoln necesitaba para comenzar a sanar.
Michael condujo su auto por las calles de Royal Woods, el motor ronroneando bajo el capó mientras sus pensamientos se concentraban en la misión que tenía por delante. Sabía que el tiempo apremiaba y que cada segundo que pasaba era una oportunidad para la pandilla de Reina para causar más daño. Había decidido dar una vuelta por los barrios más problemáticos, con la esperanza de dar con algún miembro de la banda que pudiera llevarlo hasta el paradero de su líder.
Mientras avanzaba, observó el bullicio de la ciudad: las luces brillantes, las sombras que se movían, el murmullo de la vida diaria que contrastaba con la oscuridad que él sabía que acechaba en algunos rincones. En ese momento, su mirada se detuvo en un callejón. Allí, un grupo de jóvenes se congregaba alrededor de un vagabundo. Michael frunció el ceño, sintiendo que algo no estaba bien.
Bajó la ventanilla y escuchó las risas burlonas de los chicos, uno de los cuales parecía estar vendiendo drogas al hombre desamparado. Su corazón se aceleró al reconocer al chico; era uno de los que había estado con Reina. La adrenalina lo invadió mientras estacionaba el auto rápidamente, el chirrido de los frenos resonando en el aire.
Salió del vehículo con determinación, el arma en su mano temblando ligeramente, pero la resolución en su interior era firme. Se acercó al grupo, que, al verlo, dejó de reír y se volvió hacia él con expresiones de sorpresa y miedo.
—¡Apártate de ese tipo! —gritó Michael, apuntando directamente al chico que tenía la mano en el bolsillo, sacando el paquete de drogas.
El chico se congeló, sus ojos ampliándose mientras comprendía la situación. Los otros comenzaron a retroceder, sintiendo la tensión en el aire.
—¿Qué quieres, hombre? —balbuceó el chico, intentando mantener la calma, aunque la voz le temblaba.
—Tú y yo vamos a tener una conversación —respondió Michael, acercándose más—. Y tú vas a entrar en mi auto.
Sin esperar respuesta, Michael se abalanzó sobre él, empujándolo hacia atrás, forzándolo a caminar hacia el auto. Con la boca seca y el corazón latiendo con fuerza, el chico protestó.
—No tengo nada que decirte, hombre. Solo déjame ir...
Michael lo ignoró, abriendo la puerta del lado del pasajero y empujando al chico hacia el asiento. Una vez dentro, Michael se subió al vehículo y cerró la puerta de un golpe, asegurándose de que el chico estuviera atrapado. El olor a humo y descomposición llenaba el aire, pero no era el momento de pensar en eso.
—Tú conoces a Reina. Dónde está, dímelo —dijo Michael, manteniendo el arma firme, sus ojos fijos en el chico.
—No sé nada —respondió, intentando hacer una expresión de desdén, pero la verdad estaba clara en su voz temblorosa—. Solo soy un chico que hace su trabajo, ¿por qué debería ayudarte?
Michael respiró hondo, conteniendo la frustración. Sabía que la intimidación era la única forma de conseguir respuestas.
—Porque si no lo haces, te haré desear no haber nacido —contestó, su voz un susurro peligroso—. No tengo tiempo para juegos.
El chico miró hacia la ventana, como si esperara que alguien viniera a rescatarlo. Pero no había nadie, solo ellos dos en ese pequeño espacio cerrado. Michael sabía que tenía que llevarlo a un lugar más aislado para poder sacarle la información que necesitaba. Sin perder tiempo, condujo hacia un área remota, un viejo estacionamiento de una fábrica abandonada donde no había señales de vida.
Al detenerse, Michael salió del auto y abrió la puerta del chico, empujándolo hacia afuera. El chico, sintiendo la presión de la situación, decidió que era su oportunidad para huir. Con una mezcla de desesperación y adrenalina, comenzó a correr, pero Michael no iba a dejarlo escapar tan fácilmente.
—¡No te muevas! —gritó, sacando su arma equipada con silenciador y apuntando a su pierna.
El disparo resonó en el aire, un sonido sordo que no atrajo ninguna atención. El chico se cayó al suelo, gritando de dolor mientras se retorcía. Michael se acercó, su rostro impasible, pero su mente estaba funcionando a toda velocidad. Sabía que necesitaba que el chico hablara, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para lograrlo.
—Eres un maldito idiota —dijo Michael, mientras se agachaba junto al chico, que intentaba contener las lágrimas—. Ahora, vas a decirme lo que sé de Reina, y lo harás rápido.
El chico respiraba pesadamente, su pánico aumentando a medida que la realidad de su situación se asentaba en él.
—No sé nada, ¡te lo juro! —balbuceó, moviendo sus manos para intentar levantarse, pero el dolor en su pierna lo mantenía en el suelo.
—Eso no es suficiente —respondió Michael con voz fría—. Sé que eres parte de su banda, y sé que sabes cosas que pueden ayudarme. Y si no hablas, haré que desees haberlo hecho.
Michael recordó las técnicas de interrogación que Linkpy le había enseñado antes de que la existencia del simbionte se hiciera evidente. Era un conjunto de métodos que él nunca había creído que necesitaría usar, pero ahora sentía que cada lección era relevante. Comenzó a aplicar presión en el área de la herida del chico, observando su rostro contorsionarse de dolor.
—¡No! Por favor, no! —gritó el chico, mientras Michael apretaba un poco más.
—Entonces, ¿quieres que hablemos de la chica y su hermano? —preguntó, manteniendo un tono calculado. Las palabras estaban cargadas de una amenaza implícita—. ¿Qué sabes de ellos?
El chico se estremeció al escuchar los nombres, el terror reflejado en sus ojos.
—Yo... no estaba allí. Solo sé lo que se dice —respondió, su voz temblando—. Solo escuché que Reina tenía un tipo de negocio, algo que implicaba a gente como ellos. La chica... la violaron y la mataron, y su hermano solo estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Pero no sé más, ¡te lo juro!
Michael se agachó más cerca, su mirada perforando al chico. Sabía que podía sacarle más, pero necesitaba que hablara por sí mismo.
—¿Dónde está Reina ahora? —insistió, tratando de hacer que el chico se sintiera más vulnerable—. ¿Dónde la puedo encontrar?
El chico miró hacia otro lado, como si quisiera escapar de la realidad.
—No puedo decirte eso... ¡no puedo! —exclamó, el miedo inundando su voz.
Fue entonces cuando Michael recordó una técnica más sutil de tortura, algo que podría desestabilizar al chico psicológicamente. Se inclinó más cerca, susurros fríos saliendo de su boca.
—¿Sabes lo que pasa con los que no hablan? Se convierten en ejemplo. Reina no tiene piedad. Te dejaría morir, solo por no cumplir con tu parte. Y yo puedo hacer que lo experimentes en este mismo instante.
El chico se sintió atrapado, y su resistencia comenzó a desmoronarse.
—¡No sé nada! —insistía, su voz temblando de terror mientras miraba a Michael, su mirada suplicante reflejando el miedo puro—. Solo soy un mensajero, no tengo información que te sirva.
Pero las palabras de Michael seguían resonando en su mente, y el pánico se intensificaba en su pecho. En un último intento de salir de la situación, comenzó a hablar rápidamente, pero con un tono de advertencia que hizo que la sangre de Michael se helara.
—¡Espera! —gritó el chico, respirando con dificultad—. Sé que Reina está al tanto de un chico llamado Lincoln. Ella... ella ha estado buscando su dirección, y... ¡planea atacarlo esta noche!
El tiempo pareció detenerse en ese instante. Michael sintió cómo la rabia le recorría el cuerpo, su mente llena de imágenes de lo que podría sucederle a Lincoln si no llegaba a tiempo. Sabía que Reina no se detendría ante nada para hacerle daño a su hermano, y esa idea le atravesó como un puñal.
—¿Qué dijiste? —preguntó Michael, su voz más grave y peligrosa que antes. La ira empezaba a burbujear en su interior, y se inclinó hacia el chico, quien retrocedió visiblemente, sintiendo la amenaza en el aire.
—Lo... lo siento, ¡no quería decir eso! —respondió el chico, pero Michael no estaba interesado en sus disculpas.
En un arrebato de furia, Michael se lanzó hacia él, tomando su cuello con ambas manos. Comenzó a apretar con fuerza, sintiendo cómo la respiración del chico se volvía cada vez más entrecortada. Los ojos del chico se abrieron de par en par, la desesperación y el terror inundando su rostro mientras luchaba por liberar su garganta.
—¡¿Dónde está?! —gritó Michael, dejando que su rabia se manifestara en cada palabra, sintiendo cómo la vida del chico comenzaba a escabullirse entre sus dedos. —¡Habla!
El chico se retorcía, tratando de despegar las manos de Michael de su cuello, pero cada vez se sentía más débil, su visión se nublaba, y la realidad comenzaba a desvanecerse. En el fondo de su mente, sabía que estaba a punto de perder el conocimiento.
—No puedo... no puedo... —logró murmurar, sus palabras se convirtieron en un eco distante mientras la presión aumentaba.
En ese instante, la ira de Michael alcanzó su punto máximo. Con un último esfuerzo, apretó con todas sus fuerzas, sintiendo cómo el cuerpo del chico se hacía cada vez más inerte. En cuestión de segundos, el chico se desmayó, su cabeza colgando de manera peligrosa.
Michael lo soltó de inmediato, respirando con dificultad, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza en su pecho. Había cruzado una línea que no sabía si podría volver a cruzar. Miró al chico inconsciente en el suelo, sintiendo una mezcla de satisfacción y desasosiego.
—Lo siento, pero no hay tiempo para esto —murmuró, tomando aire y tratando de calmarse. Necesitaba actuar rápido.
Recogió su arma, aún temblando por la adrenalina que corría por sus venas. Tenía que proteger a Lincoln, tenía que llegar a él antes de que Reina hiciera su movimiento. Con el chico todavía en el suelo, se dirigió rápidamente de regreso a su auto, sabiendo que su misión no había terminado; de hecho, acababa de comenzar.
Con el motor rugiendo a su alrededor, Michael sintió que la determinación lo invadía. Si había un plan de ataque en marcha contra Lincoln, iba a frustrarlo. Reina y su pandilla no tendrían ninguna oportunidad mientras él estuviera en juego.
Con su mente enfocada, condujo a toda velocidad hacia la dirección que le había dado el chico, preparándose para lo que fuera que viniera. Sabía que cada segundo contaba, y que esta vez, no iba a dejar que nada se interpusiera en su camino.
Samuel estaba disfrutando de su cita con Leni, quien sonreía con alegría mientras compartían risas en una pequeña cafetería. Habían encontrado un rincón acogedor, lejos del bullicio de Royal Woods, y Samuel no podía recordar la última vez que había sentido una conexión tan genuina. Leni hablaba entusiasmada sobre sus diseños de moda y sus sueños, sus ojos brillando con pasión.
De repente, su teléfono sonó, interrumpiendo el momento. Miró la pantalla y vio el nombre de Michael. Su corazón se aceleró un poco; sabía que no siempre llamaba a menos que fuera algo serio. Con un gesto disculpándose ante Leni, atendió la llamada.
—¡Michael! —dijo, tratando de sonar tranquilo.
—Samuel, necesito que escuches con atención. Hay un problema —respondió Michael, su voz tensa. Samuel frunció el ceño, la preocupación comenzando a invadirlo.
—¿Qué sucede? —preguntó, esforzándose por mantener la calma.
—He descubierto que Reina y su pandilla están planeando atacar a Lincoln esta noche. Me temo que tienen información sobre él, y no puedo dejar que eso suceda.
El mundo de Samuel se detuvo por un momento. La sonrisa de Leni se desvaneció en el fondo de su mente, reemplazada por la urgencia de la situación.
—Entendido. ¿Qué quieres que haga? —preguntó, consciente de que el tiempo era esencial.
—Llévala a un lugar seguro, lejos de cualquier posible peligro. No quiero que Leni esté en riesgo. —La voz de Michael era seria y clara, y Samuel sabía que no había espacio para discutir.
—Está bien, lo haré —respondió, mirando a Leni con una mezcla de tristeza y determinación. No quería preocuparla, pero sabía que no podía ignorar la amenaza.
—Mantente en contacto. Te avisaré cuando esté claro —dijo Michael antes de colgar.
Samuel respiró hondo, tratando de mantener la compostura. Se volvió hacia Leni, que lo observaba con curiosidad.
—¿Todo bien? —preguntó, notando la seriedad en su rostro.
—Sí, solo un pequeño asunto familiar —respondió, forzando una sonrisa. —Pero creo que deberíamos irnos. ¿Te gustaría dar un paseo por el parque?
Leni sonrió, aliviada por la propuesta.
—Claro, me encantaría.
Mientras salían de la cafetería, Samuel tomó su mano, guiándola hacia el parque más cercano. Sin embargo, su mente estaba en alerta máxima, tratando de pensar en un lugar seguro donde pudieran estar a salvo. Sabía que no podía llevarla a casa ni a ningún lugar familiar; tenía que encontrar un refugio donde no los pudieran encontrar.
—¿Sabes? —dijo Leni mientras caminaban—. Me alegra que hayamos tenido este tiempo juntos. Necesitaba un respiro de toda la locura en casa.
Samuel asintió, sus pensamientos divagando entre sus sentimientos por ella y la inminente amenaza que acechaba a Lincoln.
—Sí, yo también. Pero... tal vez sea mejor que no hablemos de eso ahora. Quiero que disfrutes el día.
Leni lo miró con curiosidad, notando la tensión en su voz.
—Está bien. Solo quiero que estés bien.
—Lo estoy. —Samuel sonrió, pero su mente continuaba en alerta.
Finalmente, llegaron a un pequeño parque aislado, donde había menos gente. Samuel miró a su alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie sospechoso.
—Leni, creo que aquí estaremos a salvo por un tiempo. —Dijo mientras se sentaban en una banca apartada.
—¿Por qué estamos aquí? ¿Hay algo que no me estás diciendo? —preguntó Leni, con el ceño fruncido.
—Solo... un pequeño problema. Quiero que estés tranquila. Si algo sucede, confía en que tengo un plan. Pero por ahora, disfruta del momento, por favor.
Leni lo miró fijamente, reconociendo la seriedad en su voz. Asintió lentamente, tratando de ocultar su preocupación.
—Está bien. Estoy aquí contigo.
Mientras se sentaban juntos, Samuel tomó su mano, dándose cuenta de lo mucho que la quería. Su mente continuaba girando en torno a la situación, pero en ese instante, con Leni a su lado, se sintió un poco más en paz.
En el fondo, sabía que tenía que actuar rápido para proteger no solo a Lincoln, sino también a la persona que más le importaba en el mundo.
La familia Loud regresó a casa después de un largo y agotador día de compras. El aire estaba impregnado de risas cansadas y conversaciones distraídas, pero también de una tensión subyacente que cada uno llevaba consigo. Las bolsas de compras, llenas de ropa y artículos para el hogar, se amontonaban en la entrada, pero la verdadera carga que cada uno llevaba en su corazón era mucho más pesada.
Cuando entraron, un soporoso silencio llenó la casa, interrumpido solo por el sonido de los pasos y el murmullo de sus voces. Cada miembro de la familia se deslizaba de un lado a otro, cansado, tratando de encontrar un lugar donde relajarse. Pero, al mismo tiempo, la casa se sentía vibrante, casi como si hubiera absorbido la energía de todos los momentos vividos ese día.
En el salón, Lincoln y Lynn se encontraban sentados en el sofá, un oasis de calma en medio del caos familiar. Habían estado hablando de sus sueños y aspiraciones, de su futuro juntos, cuando la conversación se tornó más profunda y emocional. En ese momento, el mundo exterior se desvaneció, y solo existieron ellos dos.
Sus miradas se encontraron, y el silencio se convirtió en un lenguaje compartido. Sin pensarlo, se acercaron y se besaron, un gesto que, aunque simple, estaba cargado de significado. Era un momento que representaba su conexión, su lucha, y todo lo que habían superado juntos. En ese instante, el peso del mundo parecía disiparse, dejando solo la dulzura de su amor.
Sin embargo, la realidad era implacable. Mientras ellos se entregaban a su momento de intimidad, la familia Loud seguía en su propia burbuja de agotamiento, sin notar lo que sucedía a unos pocos metros. Lori, Luna, Lucy y los demás estaban tan inmersos en sus propias conversaciones que no podían percibir el aire cargado de emoción que rodeaba a Lincoln y Lynn.
—¿Alguien tiene hambre? —preguntó Lori, sacudiendo la cabeza para despejarse un poco. Su voz rompió la atmósfera mágica del momento, como un rayo de luz en la penumbra.
—Yo, pero no creo que haya mucho —respondió Luna, dejando escapar un suspiro que mezclaba fatiga y resignación.
Era un típico día en la casa Loud, donde la risa y los gritos coexistían con la tensión familiar. Cada uno trataba de lidiar con el cansancio, cada uno con sus propios pensamientos y preocupaciones. Sin embargo, lo que ninguno de ellos sabía era que el verdadero peligro se acercaba, uno que amenazaba no solo la paz de la casa, sino la vida misma de Lincoln y su familia.
En el exterior, la noche se cernía sobre Royal Woods. La oscuridad era densa, pero eso no era nada comparado con la oscuridad que llevaba dentro Reina. Desde un lugar oculto, observaba la casa, sus ojos fríos y calculadores escudriñaban cada rincón, cada sombra. Había estado siguiendo a Lincoln y su familia durante semanas, recopilando información, esperando el momento perfecto para atacar.
La ira y el dolor por su pasado se transformaban en un fuego inextinguible dentro de ella. La venganza no era solo un deseo; era una necesidad. Sabía que Lincoln había cambiado, que había encontrado amor y felicidad, pero eso no la detendría. Más bien, alimentaba su determinación. Había pasado demasiado tiempo sintiéndose impotente, y ahora estaba decidida a tomar el control.
Reina tenía un plan meticuloso, uno que había elaborado mientras observaba los movimientos de la familia Loud. Sabía que Lincoln era fuerte, pero también conocía sus debilidades. Había visto cómo su familia se unía en los momentos difíciles y cómo el amor de Lynn lo había transformado. Esa vulnerabilidad era algo que podía aprovechar.
—Es hora de actuar —murmuró Reina para sí misma, su voz baja y llena de un escalofrío de anticipación. Su sonrisa era cruel, una mueca que prometía caos. Estaba lista para desatar el terror, no solo sobre Lincoln, sino sobre todos los que amaba.
Con un grupo de su pandilla a su lado, se preparó para dar el siguiente paso en su retorcido plan. La oscuridad caía sobre Royal Woods, pero para Reina, eso solo era el preludio de la tormenta que estaba a punto de desatar. La tensión en el aire era palpable, y la familia Loud, ajena a la amenaza inminente, continuaba en su mundo de sueños y esperanzas.
Mientras tanto, dentro de la casa, Lincoln y Lynn se separaron abruptamente, sintiendo la vibración del hogar lleno de familiares. Se miraron, riendo suavemente, aliviados de que nadie hubiera notado su momento íntimo. Sin embargo, ese alivio era efímero, como un susurro en la brisa, porque el verdadero peligro estaba cada vez más cerca.
—Creo que deberíamos... —empezó Lynn, pero Lincoln la interrumpió con una sonrisa, sabiendo que la noche apenas comenzaba y que el futuro estaba lleno de incertidumbres. Pero, en ese momento, solo deseaban disfrutar de su amor, sin importar las sombras que se cernían sobre ellos.
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