III

Era solo... tan confuso para Atem. Cuando despertó en casa de Nebet diez años atrás nunca pensó que en realidad había llegado a la casa de una ex-concubina del Faraón Aknamkanon.

—Pero es verdad —le había dicho Nebet —, tu madre, Neferu, me ayudó a escapar del palacio cuando tuve la oportunidad. Para ese momento ya estaba embarazada de Yūgi.

»La vida en el palacio no era para mí, aunque sólo fuera una concubina, había que vestir bien, hablar bien, comportarse de la mejor manera... Sabía que la reina también estaba embaraza y que a menos que un montón de sucesos desafortunados ocurrieran, Yūgi jamás sería elegido como heredero —miró a Yūgi —. Tendrías que haber pasado por mucho más que yo solo para convertirte en una moneda de cambio para los buenos tratos con otro reno. Quizá tu vida hubiese sido mucho más cómoda con los beneficios de ser un hijo del Faraón, pero no me arrepiento de lo que hice —volvió a Atem —y tú también. Gracias a todo lo que ha sucedido, conoces las realidades de los pueblos, las injusticias y lo mucho que dependemos del buen gobierno. Aknamkanon te eligió como su heredero no solo por ser el hijo de su primera esposa, sino porque vio algo en ti... Algo que todos podemos ver, Atem.

Respiró profundamente. Miraba a las estrellas desde el patio de la casa mientras que, con los dedos, movía las piezas del Rompecabezas.

«Solamente le puede pertenecer al verdadero Faraón.»

Una vez más las palabras de Nebet se atoraban en su cabeza. ¿Se suponía que si lo armaba, demostraría que era digno de ser el Faraón? ¿Qué pasaba si no quería ser el Faraón? ¿Si prefería que todo siguiera como estaba?

No quería... No podía perder a su familia dos veces, ¿o sí? ¿Por qué los Dioses le harían eso?

—¿Confundido? —Entonces oyó la voz de Yūgi a sus espaldas. Su hermano salía de la pequeña casa con dos vasos de cerveza de cebada fermentada de pocos días.

Le dio uno y se quedó con el otro al mismo tiempo que se sentaba a su lado. Ambos se quedaron en silencio unos minutos mirando al cielo.

Eso le recordó a Atem algo. Sí, había visto las estrellas con Yūgi muchas veces de niños, pero incluso antes de llegar con ellos, ya veía las estrellas con otras dos personas.

Su corazón dolió. Otras dos personas muy importantes y valiosas para él, pero que formaban parte de ese pasado que había dejado de recordar hacía mucho tiempo atrás.

—Yo... no sé qué hacer —confesó dando un sorbo a su bebida.

—Hm... —Yūgi jugó con su vaso antes de dejarlo en el suelo, luego abrazó sus rodillas y miró hacia el cielo —. ¿Sabes? Para ser sincero, no entiendo cómo debes estar sintiéndote. Mi madre me acaba de revelar que, aunque en un rango más bajo, también fui hijo de Aknamkanon, pero ciertamente no me afecta tanto desde que esta es la vida que siempre llevé y conocí. En cambio tú, pasaste de ser atendido a atender.

—No es que lo haya querido —lo interrumpió.

—Sí, pero ¿y ahora? —Yūgi lo miró y empezó a hablar más bajo, en un tono mucho más confidencial —. Atem, no puedes huir de la verdad.

Esta vez Atem sacudió la cabeza.

—No es que esté huyendo.

—¿Entonces por qué no enfrentaste a esa chica? —cuestionó su hermano —. ¿Por qué te escondiste?

—Porque...

—La conocías, ¿no es así? Incluso si no recuerdas mucho de tu pasado, tanto a esa chica como al sacerdote que vino después... —se detuvo a tomar aire —. Atem, soy tu hermano, te conozco mejor de lo que crees.

—¡Es que no lo entiendes! —alzó la voz por solo un segundo y luego apretó los labios, y miró el interior de su vaso aún lleno —. No lo entiendes. Yo no quiero volver ahí.

Yūgi lo miró en silencio. Varios segundos pasaron.

—¿Entonces por qué no te deshaces del Rompecabezas?

—¿Qué dices?

Yūgi no era tonto. Sabía lo que estaba diciendo, o por lo menos eso demostraban los determinados ojos con los que lo estaba observando.

—Bótalo. Tíralo al río. Regálaselo a alguien. Si no quieres volver a tu pasado, no lo necesitamos.

Atem frunció el ceño y guardó las piezas doradas en la bolsa de tela, seguidamente se levantó y le devolvió la mirada a Yūgi.

—¿Crees que no puedo hacerlo? —empezó a caminar con dirección a uno de los afluentes más cercanos. Yūgi lo siguió de cerca y en silencio —. ¿Que no lo haré?

Los afluentes del río Nilo usualmente servían para transportar a las personas en barcos hacia las zonas más fértiles de Egipto. Cuán hondos eran o qué tipos de animales vivían en ellos variaba de acuerdo a la zona.

El más cercano no estaba a más de diez minutos a pie. Sin embargo entre el silencio, la frustración y la ira, Atem no sintió que pasaban más de tres minutos.

Con la mano que cargaba la pequeña bolsa en alto, Atem esquivó a un par de personas que iban en dirección contraria, e ignoró a los pocos que trabajaban en ese momento de la noche y que lo observaban curiosos por sus actos antes de detenerse al borde del afluente.

Miró sobre su hombro. Yūgi lo seguía acompañando en silencio.

Un silencio que lo retaba.

¡¿Cómo se atrevía?!

Llevó el brazo detrás de la cabeza y luego lo movió velozmente hacia delante.

Pero no soltó la bolsa, ni ninguna pieza que estaba dentro. Sus labios temblaron y se le hizo un nudo en la garganta. Debía soltarla. Tenía que dejarla caer y perderla para siempre.

¡¿Por qué no podía?!

—¡Gugh! —se acuclilló al borde del afluente y escondió la cara entre las rodillas. Era tan frustrante.

Entonces sintió a Yūgi acercarse. Atem no podía mirarlo, o por lo menos no pudo hasta que le puso una mano en el hombro y con la otra hizo que bajara la bolsa.

—No sé lo que pueda ocurrir, pero si es algo que tienes que hacer para que te sientas tranquilo contigo mismo, entonces yo te ayudaré —prometió.

Atem solo pudo asentir y mirar las piezas en la bolsa. Quizá, sólo quizá, no era tan mala idea completar el Rompecabezas.

Quizá no sería tan malo enfrentar su pasado y reclamar su herencia.

Solo quizá.

°°°

El viaje fue largo y agotador, pero Mana, a pesar de ya estar en su habitación, con las aves de la noche arrullándola y la oscuridad cubriéndola, no podía dormir.

De regreso habían evitado Nebastis, pues ya podían ir por el río principal directamente a la capital, pero eso no la había aliviado en lo absoluto.

Entendía que sería peligroso si estaba equivocada, pero quizás... Solo quizás no lo estaba.

Quería averiguar la verdad. Verla con sus propios ojos y oírla con sus propios oídos.

Podría pedirle a Mahad que la ayudara, o a Isis que hiciera alguna predicción, pero Bakura, tan sagaz como impredecible, siempre estaba al acecho. Observando cada paso de aquellos quienes no le temían.

No podía descuidarse. No mientras no tuviera una prueba concreta. No mientras él todavía corriese peligro.

Con ese pensamiento clavado tanto en su corazón como en su mente, Mana por fin pudo encontrar un poco de paz para dormir.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top