Epílogo: Amor

Muchas gracias por haberme acompañado hasta aquí. Les mando un beso, un abrazo y, si las diosas lo quieren, nos vemos pronto en otra historia. 💋

***

—Lance...

—Cállate. Solo... déjame hacerlo. —Ninguno recordaba cuánto tiempo estuvieron nadando, solo que nunca habían estado más felices. Se detuvieron en el interior de una cueva medio sumergida para calmarse. Pero el príncipe de Benwick simplemente no podía hacerlo.

Sus manos se movían inquietas sobre el cuerpo de aquella hermosa criatura que, entre suspiros y respingos, se ruborizaba ante su vista. Sus dedos se deslizaron en una caricia sobre su mejilla, y siguieron hacia abajo por su elegante cuello, pecho y cintura. Cuando parecía que iría más lejos, Tristán se encogió y trató de apartarse avergonzado.

—¿No te gusta que te toque? —Era lo opuesto. Su rostro estaba tan rosa como el interior de una concha, y el rubio sonrió con expresión astuta al notar cuánto le gustaba—. Mal momento para que vuelvas a ser mudo.

—Mmm... —gimió tembloroso. El príncipe llevó los labios a sus caderas, e imprimió un camino de besos de lado a lado en el punto donde se unía su vientre y su cola—. ¡Espera! ¿No sientes... asco? ¿No te da miedo?

—¿Por qué debería? Todo tú me gustas. Aunque es una pena que no tengas "eso".

—¡Lancelot! —No se refería a las piernas. Las paredes de piedra hicieron eco con su risa, y se abrazaron con fuerza mientras enroscaban piernas y aletas. No podían saber que los escuchaban. La luna y el océano sonreían, felices de haber encontrado a su hijo, y antes de irse les obsequiaron el premio que los dos merecían.

—¿Tristán? ¿Qué te pasa? —Era como si su cuerpo nuevamente estuviera desapareciendo—. No. ¡Alto! —gritó el otro desesperado, sujetándolo con fuerza.

—Lance, me ahogas.

—¿Cómo que te ahogas? Si eres una sire... —Pero ya no lo era. Al menos, no del todo. De nuevo volvía a tener piernas, y también aquello que antes le había dicho que le faltaba, y que ahora hacía que fuera él quien se ruborizara. El peli plateado estaba que lloraba de alegría, hasta que vio la expresión que estaba haciendo, y la euforia por ese milagro quedó convertida en angustia.

—¿Te molesta que no sea una...?

—No es eso —aseguró, pero su ceño fruncido no le daba mucha confianza.

—¿Quieres que hablemos?

—No —aseguró con voz dura. Mal momento para que también fuera mudo. Eso pensó Tristán antes de oír lo que venía—. Quiero que abras tus piernas. —El hijo del mar sintió que el corazón le subía a la garganta y, sin pensarlo, obedeció lentamente. Lo que pasó después lo hizo sentir que hasta su nombre olvidaba.

La presión en sus caderas fue tan dulce como dolorosa, sentía como si tuviera el mar entero dentro mientras su amante se dejaba ir con fuerza. Se ahogaba en sus besos, lloraba y gemía. Lancelot se embriagaba en sus sonidos, por fin era suya la voz que tanto quería. Sus cuerpos, perlados de sudor, se unieron a la salinidad del océano que amaban, y cuando el placer borró de sus mentes todas las diferencias, sus almas se encontraron suspendidas en un punto entre el mar, la tierra y las estrellas.

—No creo poder caminar —confesó el peli plateado sintiendo a su mejor amigo besarlo.

—Pues entonces nadaremos.

—Lance, no bromees. ¿Lance? —Pero aún había una última sorpresa.

Su amante, que en juegos lo había llevado al agua, se sorprendió al ver que sus piernas también desaparecían. Una larga cola color escarlata le abrió la puerta a olas infinitas, y fue su turno para llorar de alegría, mientras Tristán recuperaba su aleta zafiro y esmeralda.

—Algún día regresaremos, ¿estás listo?

No sabían cuando sería. Solo que, cuando lo hicieran, defenderían su amor ante el mundo. Pero esa es otra historia.



FIN. 



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