V. Está bien, Nico.
La vista de Nico no logró enfocarse en nada cuando despertó.
Estaba borroso, sentía la peor cefalea que jamás en la vida hubiera experimentado, el cuerpo le dolía, algunas partes más que otras y tenía los oídos tapados. Por suerte se encontraba lo suficientemente lúcido como para deducir donde se encontraba.
La habitación era azul, un azul cielo casi crema. La luz estaba encendida, pero no gracias a su suerte, parecía menos luminosa que lo normal. Se lo agradeció al universo. Las cortinas estaban cerradas, dando aún más oscuridad, lo cual, de nuevo, se prometió agradecer a alguien con cuerpo.
Notó lo sencillo que le resultaba respirar en contra de lo que le costaba dejar los ojos abiertos o mover alguna extremidad. Se sentía liviano, casi flotando y esa sensación la conocía bien.
Sintió algo en su mano izquierda. Un toque, tal vez. Un leve y cariñoso apretón que le reconfortó hasta el alma. Hubo unos movimientos a su lado hasta que logró distinguir una silueta y dijo el primer nombre que se me vino a la mente, el cual pertenecía a la persona que más anhelaba ver:
–¿Bianca...? –susurró tan bajo que no supo si se escuchó.
Para su sorpresa, una risita nada burlesca le confirmó que no se trataba de su hermana.
Eso lo desanimó.
Pero en cambio, logró sorprenderlo después, al escuchar la voz del otro: grave, tranquila y femenina.
–Tranquilo, ya estás bien. –Ella le acarició el cabello antes de darle otro apretón su mano.
Nico soltó aire y casi de manera automática se relajó. Eso era a lo que él le llamaba magia al estilo Levesque.
Se obligó a abrir un poco más los ojos para confirmar a la persona. Levantó la comisura de sus labios al ver el rostro.
–Marie... –su voz fue tan suave y rasposa que no la reconoció. La garganta le ardía de manera inimaginable y se preguntó a sí mismo si además de casi lanzarse por la ventana también había ingerido lejía.
–Un susto. Eso fue, Nico –ella le volvió a sonreír y puso un mechón de su cabello castaño detrás de su oído para que no le estorbara la visión–. ¿Recuerdas algo?
Eso mismo se preguntaba Nico. Y después de rebanarse la memoria intentando recordar algo que no fueran imágenes parpadeantes, borrosas y que le provocaban un pitido en los tímpanos decidió negar con la cabeza. Nadie mejor que él sabría lo que hizo, pero mientras tanto, no se aburriría escuchando las supociciones de los médicos y psiquiatras que probablemente me aumentarían la dosis de algún medicamento.
–Creen que consumiste alguna droga, la cual te desestabilizó –Marie suspiró y lo observó con perspicacia. Nico tuvo que contenerse para no apretar el botón rojo a un lado de su camilla, el cual servía para llamar a una enfermera o al doctor a cargo. Quería recordarles hasta a sus ancestros muertos, pero se resistió y apoyó su cabeza en la almohada.
–Espero que no les creas.
–Nico, la verdad no estoy segura de qué creer. Quizás... no lo recuerdas. En los exámenes de sangre que te hicieron hay un porcentaje de... –hizo una mueca. Marie Levesque era demasiado conservadora y estricta como para siquiera nombrar una droga por su nombre y apellido sin complicarse la vida–. Estás pasando por un momento difícil y créeme que te entiendo. Tal vez querías un escape. Sólo dilo y veremos cómo ayudarte.
Veremos cómo ayudarte. Esa frase ponía a Nico de malas, más aún cuando no tenían en nada que ayudarlo. Nada relacionado a eso.
Con bastante esfuerzo se logró incorporar hasta sentarse. Aún se preguntaba qué diablos hizo para acabar tan adolorido.
–No tomé nada, Marie. En la tarde fui a un bar y me dieron unos tragos. Eso es todo. A no ser que en esos dichosos exámenes mencione que hay droga en mi sistema, eso ya no queda en mí –levantó una ceja al mismo tiempo que ella–. A un lado del bar al que fui hay una discoteca, y en ella se estaba organizando una de las mejores fiestas del siglo. Es imposible que alguien no se haya enterado –se sentó un poco más mientras que la señora a su lado se recargaba en el respaldo del sillón con lentitud.
El Di Angelo la conocía lo suficiente para deducir que le creía, pero como buena psiquiatra, se guardaba algunas reservas.
Ella no dijo nada más por unos minutos, y Nico tampoco. Por más desagradecido que sonara, en verdad quería estar solo. A pesar de las caricias de Marie en el dorso de la mano con sus dedos. Un toque lo suficientemente maternal que a Nico le logró recordar al suave y cálido de su propia madre a varios cientos de kilómetros en la linda Italia.
Por desgracia, no se percató de lo sensible e inestable que aún se encontraba, y tan solo aquel pensamiento hizo que su vista se volviera borrosa y que los ojos le ardieran al mantenerlos abiertos. La garganta le dolió y sentía que cada vez le costaba más respirar al tiempo que bajaba la cabeza en un fallido intento de ocultar la expresión en su rostro que indicaba lo pronto que se pondría a llorar.
Se sintió levemente afortunado cuando recordó que Marie Levesque se hallaba a mi lado y al instante empezó a poner en práctica sus habilidades en voz baja y tranquila.
–¿Dónde está Bianca? –Marie removió de la frente del Di Angelo un mechón de cabello sin tomarle mayor importancia a las mejillas humedecidas de Nico, quien había cerrado los ojos, por lo que no pudo ver su expresión, pero hubiera apostado a que la pregunta no le agradó, lo que solo le hizo experimentar más angustia y también creó una nueva línea trasparente en su mejilla.
–Nico, necesito que te relajes, no te puedo ayudar si no te calmas. Respira hondo y luego suelta el aire, ¿me sigues?
No asintió, pero trató de seguir al pie de la letra sus indicaciones antes de desesperarse por no notar ningún cambio. Comenzó a temblar y casi no se percató de que Marie lo había tapado con las sábanas hasta los hombros. Nico las estiró aún más hasta que le taparon nariz, creyó que eso lo protegería de absolutamente todo, como si fuera una barrera de fantasía que lo alejaban de una realidad. Y se sintió un niño de nuevo.
–¡Quiero a Bianca! –se atrevió a exclamar bajo la tela casi de manera sollozante de un momento a otro. Lo siguiente solo fue la voz de la mujer a su lado, su propia respiración entrecortada y los sigilosos pasos de las enfermeras tratando de no alertarlo más–. Quiero a Bianca, Marie... –susurró al borde de un doloroso llanto. Consciente pero aferrado a un lazo que no se disponía a romper más.
Por el rabillo del ojo le pareció ver a las chicas intercambiar miradas llenas de duda y algo más que fue incapaz de reconocer.
–De acuerdo –convino Marie mientras usaba su mejor tono comprensivo, luego comenzó a hablar sobre los Halcones de Atlanta lo cual lo desconcertó al principio, pero a los minutos se hallaba divertido y con una pequeña sonrisa en su rostro. Marie lo trataba de hacer olvidar al menos un momento.
Sorbió su nariz y se sentó, engullido en las almohadas, las cuales eran grandes e increíblemente acolchonadas. Ante un comentario de Marie acerca de lo mucho más geniales que eran los Halcones de Atalnta en comparación a los Patriotas de Nueva Inglaterra levantó una ceja con escepticismo y, olvidando la situación anterior se acomodó mejor.
–Definitivamente no. ¿Qué pasa contigo? ¡son los Patriotas de Nueva Inglaterra! –levantó los brazos hacia arriba para más énfasis, solo por si acaso. Miró a las enfermeras quienes parecían más relajadas y también parecían estarse mordiendo la lengua para no reír–. ¡Díganme que están conmigo! ¡O al menos díganme que conocen lo que es el buen fútbol americano!
La de ojos extraños levantó una ceja y soltó una risa encantadora. No de su tipo, por supuesto, pero a cualquiera le hubiera parecido preciosa, eso seguro.
–Personalmente prefiero a los Chicago Bulls –la chica a su lado la miró con los ojos entecerrados en una expresión que resultó indescifrable para el chico.
–¡Se supone que apoyabas a los Gigantes de Nueva York!
–¡Tú si sabes! –Nico señaló a la de cabello negro recogido en una larga trenza. Morena y con ojos igual de oscuros que su cabello–. ¡Los Gigantes de Nueva York son lo máximo!
Ella sonrió al escucharlo y le dio un codazo amistoso a su compañera que a simple vista lucía hasta brusco.
–¿Ya ves? Este chico tenía pinta de ser interesante.
A Nico se le quedaron atoradas las palabras justo en su garganta. Quería decir algo ligeramente relevante sobre ese tipo de interesante pero la chica volvió a hablar. El pelinegro sabía reconocer a alguien con personalidad fuerte, y esa morena tenía pinta de tener una. Le agradó.
–¿Viste el superbowl del año pasado?
El pelinegro resopló y negó. Infantil, tal vez, pero a un aficionado no se le puede prohibir ver el más importante evento de fútbol americano por más encerrado que esté.
–No, pero supe todo y me tuve que dividir en dos partes iguales –Marie y la otra enfermera rieron.
–Te entiendo. Los patriotas contra los gigantes... legendario. Deberías buscarlo por ahí y verlo. Un año y todavía no lo supero –suspiró y luego rió, su risa era un tanto ronca pero agradable.
La enfermera a su lado soltó una risita, pero a pesar de verse entretenida se disculpó en voz baja mirando directamente a Marie.
–La están llamando en pediatría. Me dijeron que usted sabe lo que es, algo como una reunión y que es urgente.
Marie frunció el ceño, sacando su celular. A Nico le pareció curioso y extraño que tuviera uno, además uno tan moderno. Luego se percató de lo ofensivo que era ese pensamiento y tuvo que mover la cabeza hacia otro lado para ocultar la mueca que se formó en su rostro.
–Yo avisé con antelación que no puedo ir –pulsó un par de veces la pantalla y frunció el ceño–. Además, ¿pediatría? No tengo nada que hacer en esa área.
–No lo sé, Marie. Solamente me lo dijeron –la chica rebuscó en sus bolsillos y le entregó un sobre a Levesque–. Puedo avisar que está ocupada.
Marie hizo un gesto negativo con la mano, suspirado y sin quitar la vista de su celular.
–Voy a ir. Nico no se quedará solo –el chico ladeó la cabeza y volvió la vista a ella–. Bianca viene en camino. Ustedes deberían estar en su hora de almuerzo. Vamos, vamos –las condujo fuera de la habitación no sin antes sonreírle con disculpa a Nico y cerrar la puerta tras ella.
Bianca llegó tan solo unos minutos después, cuando Nico ya estaba levantado, aseado y salía del baño. Lo último que deseaba era que una persona lo tuviera que ver... bueno, haciendo las cosas que pudo hacer perfectamente solo.
Bianca se veía estresada. Nico creía ver como las ideas y pensamientos innecesarios atacaban sin piedad la mente de su hermana, como leones hambrientos acechado su siguiente presa.
Su cabello estaba recogido en una cola alta ligeramente descuidada, su ceño estaba algo fruncido, sus párpados cansados, como a punto de cerrarse para tomar una merecida siesta y su postura usualmente segura había cambiado a una introvertida y hasta compungida que reducía su buena estatura.
El menor de los Di Angelo se sintió mal con solo verla de esa forma tan... descompuesta. Posiblemente él siendo uno de los culpables.
Cuando Bianca lo vio, suspiró y negó con la cabeza.
–¿Por qué estás levantado, fratello?
Y, aunque su voz fue tranquila –más bien cansada–, Nico lamentó darle tantos problemas, sintió como algo se apretujaba en su pecho.
–Lo siento –bajó la cabeza–, necesitaba ir al baño...
La chica volvió a suspirar, pero le dio una leve sonrisa, acercándose para tomar una de las manos de Nico y guiarlo de vuelta a la camilla, solo para sentarlo ahí.
–¿Cómo te sientes?
–Mejor, supongo.
Bianca lo escrutó con la mirada. Ésta logró incomodar a Nico, se sentía completamente expuesto ante ella. Casi como si pudiera sentir lo que él.
Odiaba eso.
Deseaba poder calmar las preocupaciones de Bianca al menos un poco, no ser un lastre más que agregar a la lista. Pero definitivamente mentir no era su punto fuerte. Por más que lo odiara saber y reconocer, Nico era trasparente. No podía lograr mostrarse de una manera en la que realmente no se sentía. No era capaz de fingir una gran sonrisa cuando lo único que deseaba era dormir por el resto de la semana si eso era humanamente posible.
En el correccional aprendió a dejar de ser un adolescente gritón, hiperactivo y sensible... no, había dejado de ser el adolescente gritón e hiperactivo, mas lo sensible nunca se le quitaría. Unas cuantas palabras de alguien eran suficientes para dejarlo en el suelo, con la mente hecha papilla. Lo diferente era su reacción.
Solo sufría internamente hasta estar solo, donde se derrumbaba; solo. Dejaba que el odio se acumulara dentro de él hasta no poder más. Mostraba un mal humor, un rostro glacial.
Oh, pero eso era en la cárcel.
Fuera de ese lugar, Nico deseaba recuperar el tiempo perdido. Quería sonreír, intentar hacer algo bueno en su vida, estar con su familia... a quienes consideraba una familia. Y quién sabe, incluso recuperar algo de su niño interior. Al que tanto se esforzó en enterrar.
Porque la vida se le parecía estar escurriendo entre los dedos como si de agua se tratase, y no tenía idea del porqué.
Sólo notó lo ensimismado que estaba hasta que Bianca le acarició la mejilla, como si supiera que no debía sacarlo de su su debate mental.
–Está bien, Nico –ella le regaló una dulce sonrisa que relajó sus tensas facciones.
Nico no sabía a qué se refería, pero solo le bastaran esas simples palabras para sentirse algo mejor. Al menos hasta que el rostro de su hermana se oscureció al ponerse serio y triste. Después de tomar una gran respiración dijo:
–Quizás deberíamos hablar de Zack.
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