III. Will Solace.

N/A: denle play a la canción cuando se indique que la música suena en un volumen reducido :) EjemEnLaFiestaEjem

Mi cabeza estaba por explotar.

Fred cerró la puerta de su casa con parsimonia, casi como si le doliera.

No me pareció extraño; el entrenamiento de béisbol por lo que me había contado era constante, duro y totalmente agotador. Todo el camino a su casa lo repitió varios cientos de veces, tal vez tratando de convencerme... o convencerse a sí mismo que estaba bien y que sólo lo aquejaban dolores musculares.

–Ya cállate, Will. Nunca te has preocupado de mi estado, no lo hagas ahora –me dijo cuando al parecer agoté su paciencia. Rodé los ojos.

Ninguno de los dos se encontraba de humor como para llevar nuestra típica conversación de chicas en el instituto, las cuales podríamos engatusar en un futuro no muy lejano. Nos limitamos a caminar en un silencio incómodo hasta su habitación.

Deduje que estaba enojado. Quizás conmigo, quizás por la situación, pero la razón de aquel enojo era estúpida y desconocida para mí.

Una vez dentro de su cuarto me eché al sillón recargado en la pared dejando caer mi mochila a un lado. Si Fred no iba a hablar, yo no pensaba obligarlo y suplicar por su atención.

Saqué el celular de mi bolsillo y lo desbloqueé. Revisé mensajes: todos de mis hermanos preguntando si me había enterado del trágico accidente de Jason Grace o Percy Jackson, sobre si volvería en la noche y sobre lo gilipollas que era. Todos inservibles.

Apreté la quijada sin proponérmelo. Qué familia más interesada.

Seguí por instagram. Lo primero que vi al abrir la aplicación fue una foto de Chloe y yo en una posición comprometedora. No estaba seguro de cuándo nos habíamos tomado esa fotografía, pero sin duda no me encontraba en todos mis sentidos, nada fuera de lo normal.

–¿Me vas a decir por qué estás aquí? –preguntó Fred saliendo del walking closet acomodándose la camisa con la expresión seria y burlona en el rostro tan típica de él.

Aventé el celular a un lado levantando una ceja en su dirección, luego me encogí de hombros.

–No pienso volver a casa en unos días y además, ¿no íbamos a ver lo que le debes al tío ese de la coca? –recordé con desinterés. Me apoyé en el respaldo del sillón.

–Ah, cierto –me miró atentamente, como si hubiera querido infiltrase en mi cabeza y ver en lo que pensaba.

–¿Soy tu nuevo programa de televisión o qué? –empujé una silla acolchada en su direccion–. ¿Cuánto dijiste que le compraste?

Se sentó desganado y me miró con una mueca enojada, casi acusatoria. Como si le hubiera preguntado aquello adrede con intención de cerrarle esa bocaza... pues no estaba tan alejado de la realidad.

Probablemente tenía ganas de protestar y defenderse. Fred jamás tuvo un carácter suave, me parecía extraño que todavía no hubiese saltado sobre mí diciendo que dejara el drama. Luego supe que era conveniencia, amistad o cobardía.
¿Con qué cara me iba a decir que me callara cuando lo estaba salvando de una grande? 

–Cincuenta gramos –murmuró apretando los dientes. Chasqueé la lengua antes de sacar mi celular y buscar información. Ningún idiota traficante iba a estafarme con el precio.

Fred me miró atentamente todo el tiempo, observando mis movimientos y expresiones creyendo que me encontraba demasiado metido en que no me sacaran dinero para fijarme en él.

–Todo esto te pasa por ser un jodido drogadicto –farfullé con la mandíbula apretada. Pude notar de reojo como se mordía el labio para no soltar nada que me hiciera arrepentir de mi acto de solidaridad.

Después de unos minutos en total silencio –uno incómodo–, le pasé la cantidad exacta de dinero a regañadientes. No me faltaba el dinero, para nada. Podría fácilmente haber pasado por ser el heredero más afortunado de varios estados. Mas, algo me impedía regar y desperdiciar mi dinero por ahí... no, algo me impedía hacerlo en cosas que no me beneficiarian en absoluto, tal como era aquel caso.

Fred me agradeció en voz baja, estuve a punto de exigirle que me debía miles de favores, además de una reverencia cada vez que me viera, pero de nuevo, algo me impedía ser completamente imbécil con ese chico. Quizás incluso su manera de mirar las cosas me lo impedía.

A pesar haber estado casi toda su vida en un ambiente que lo llevó a muchas cosas de las cuales se arrepintió semanas, tal vez meses o incluso años después, aún conservaba una mirada curiosa y quizás inocente para algunas cosas, algunas que en algún momento me llegaron a sorprender.

Fred no era como todos, yo lo tenía claro. Nunca le dije, jamás le advertí sobre nada, muy pocas veces intenté hacerlo como todos, algunas de esas veces me costaron caro, pero tal vez si lo hubiera intentado aún más, si justo con él no hubiese tenido el corazón blando, sólo quizás nos hubiéramos ahorrado muchos problemas.

Lo escuché resoplar.

–¿Me estás escuchando? –cerró un cajón con algo de fuerza y me miró fijamente.

Levanté una ceja en su dirección y subí los pies en el sofá.

–¿Tiene pinta de que lo hacía? –suspiró exasperado.

–Si vas a ser un completo imbécil por... –un portazo lo detuvo de hablar y los dos guardamos silencio. Seguido de eso, unos gritos resonaron por la casa hasta la habitación. Intercambiamos miradas un tanto confundidas, en especial por mi parte. En el rostro de Fred podía distinguir más una mueca de fastidio que otra cosa–. No le tomes importancia.

A pesar de la repentina curiosidad que tenía por el tema, decidí cerrar la boca. Me encogí de hombros volviendo la mirada hacia mi celular, aburrido. Al menos hasta que la pantalla mostró una llamada entrante. Dudé en responder, mas finalmente lo hice con algo de pesadumbre, además de una larga respiración. Contesté con un sonido desinteresado y probablemente enojado.

Park rió al teléfono.

–¿Estás de mal humor, Solace?

–Ve al grano –lo corté y me removí en el asiento. Casi lo escuché gruñir.

–Calmadito, Will. Que no se te suban los humos conmigo –no dije nada. Me limité a emitir otro sonido fastidiado. Tal vez, sólo tal vez, Park lograba intimidarme un poco, aunque jamás en mi afortunada vida lo aceptaría en voz alta. Todo en ese miserable irradiaba autoridad y amenaza–. ¿Fred y tú van a seguir lloriqueando como mujeres deprimidas o irán a la fiesta? –murmuró claramente furioso. Esa comparación me hizo apretar los puños por múltiples razones.

–No estamos lloriqueando, Park –pronuncié su nombre con lentitud–. Y sí, vamos a ir. Ahora deja de joder por lo que resta del día hasta las doce, larga vida –Park fue el primero en cortar la comunicación.

Volví a llenar mis pulmones con oxígeno hasta que dolieron. Fred me dio un rápido vistazo al otro lado de la habitación, cerca de la puerta. Después de asegurarme de que no le daría un puñetazo a nada, me incorporé y caminé tranquilamente hacia él.

–Vas a ir a la fiesta –confirmé. Al parecer no tenía muchas opciones, asintió. Lo miré unos segundos aprobatoriamente para después meter mi mano al bolsillo de su pantalón y sacar un cigarrillo. De mi propia chaqueta saqué un encendedor, me llevé el delgado objeto a los labios y aspiré. Saqué el humo hacia un lado mientras empezaba a pasear por la habitación.

De reojo pude notar como Fred miraba sus pies fijamente, sus manos tenían un leve temblor y al instante las metió a los bolsillos. Parecía consternado.

Solté el humo por la ventana ya abierta antes de acercarme de nuevo a él, quedando frente a frente. Lo recorrí con la vista apoyando mi peso en una sola pierna, una posición que solía usar cuando algo no me cuadraba.

–¿Qué demonios tienes? –mi voz en un principio fue dura, agresiva. Al notarlo de inmediato suspiré y mi expresión se suavizó.

–¿Por qué tendría que tener algo? Estoy bien –me pasó por el lado rozando mi hombro.

Llevé el cigarrillo a mis labios de nuevo y lo seguí con la mirada, frunciendo el ceño. Antes de que pudiera siquiera parpadear, la puerta frente a mí se abrió dándome directamente en el rostro. Solté una maldición adolorido, furioso y desconcertado.

–¡Lo siento, Will! –una voz chillona me hizo entreabrir los ojos y rechinar los dientes, me puse la mano en el puente de la nariz apretando un poco, contuve una exclamación de dolor.

Me encaminé hacia el baño sin tomarle importancia a la mirada sorprendida de Fred, a los regaños que le decía a su hermano menor y tampoco a las disculpas de ese pequeño desgraciado.

Observé en el espejo la zona golpeada con una mueca furiosa. Todo el pómulo hasta un poco más abajo de la mandíbula tenía un color rojo, sin contar la herida a un lado de mi nariz. Me pregunté una y otra vez como un jodido niño pudo tener tanta fuerza.

Estiré la mano hasta alcanzar una toalla, ponerle agua fría y dejarla en la zona afectada: la mitad de mi rostro. Tuve que golpear el lavabo para no soltar algún sonido. Me sentía algo patético por el simple hecho de que una puerta me doliera más que un puñetazo.

Minutos después, cuando sentí la piel entumecida retiré la toalla y casi la dejé caer de la impresión. Parecía como si un elefante me hubiera pasado por encima.

No muy seguro de qué me molestaba más, llené mis pulmones de aire para luego botarlo en un especie de resoplo. Incluso eso me dolió.

Abrí sin cuidado alguno un cajón buscando medicamentos o algo que se le pareciera. Un frasco rodó hasta mi mano, leí un poco en la parte de atrás lo que era y sin pensarlo demasiado me llevé una cápsula a la boca tragándola con agua del grifo.

–¿Estás bien? –Fred asomó la cabeza por el marco de la puerta. Pude notar como trató de no mostrarse demasiado sorprendido al ver mi rostro, aunque soltó una pequeña risa burlona que me hizo sulfurar.

–Más vale que ese hermano tuyo no se me cruce porque juro que lo voy a... –cerré la boca y los ojos respirando hondo.

Fred se removió e hizo un gesto con las manos indicando que me tranquilizara.

–Entiendo, pero no vas a golpear a mi hermano, relájate –entró al baño buscando algo en una estantería, tuvo que ponerse de puntillas para poder tocar al fondo. Después de dar unos saltos logró alcanzar una caja. La abrió sacando una tirita para heridas color piel.

Si hubiera podido, hubiese levantado una ceja. Me percaté de las buenas intenciones de Fred; yo no había movido un dedo para ayudarlo y ni siquiera me miró con enojo, en su expresión sólo percibí un deje de preocupación.

–¿Quién se murió para que entrara así? –decidí cambiar de tema mirando a Fred mientras cortaba la tira haciéndola bastante pequeña. Se acercó a mí y observó la herida en mi nariz.

De su garganta salió un sonido distraído, bastante desinteresado en lo que decía y solamente concentrado en la herida.

–No te muevas... –murmuró antes de poner la tirita a un lado de mi nariz con cuidado, tanto que casi no sentí nada. Me sonrió de lado y se dio la vuelta. Pude haber jurado que tenía las mejillas rojas–. ¿Qué decías?

Lo miré por dos segundos como si no me creyera que fuera él.

–¿Qué quería ese... enano? –lo empujé fuera del baño poniéndole atención. Fred miró hacia los lados, dubitativo. Supe que no era algo realmente importante o catastrófico como para que casi me rompiera la nariz–. No le voy a hacer nada, suéltalo –rodé los ojos.

–Sólo me quería mostrar algo...

–¿Qué cosa? –insistí.

–Un libro... –caminó a su cama y se tiró ahí–. La autora se lo firmó en Canadá. Ya sabes, mi hermano sólo está de vacaciones aquí... –dejó el tema abierto jugando con un llavero entre sus dedos. Noté lo tenso que estaba, quizás esperaba que gritara y rompiera su habitación. En el fondo aquel pensamiento hizo que me tranquilizara. Me senté en un puff negro.

–¿Cómo se llama el libro? –Fred frunció el ceño y detuvo el movimiento de sus dedos. Se sentó, observándome como si me hubiera salido un tercer ojo–. ¿Vas a decirme o no?

Pareció salir de un escepticismo y se volvió a recostar, señaló un mueble.

–Está ahí, puedes verlo si quieres –suspiró y con una queja se levantó buscando algo–. Tengo que salir, vuelvo después. No quemes mi casa y no traigas a nadie para follar –me hizo una señal con la mano de despedida y salió por la puerta sin siquiera darme tiempo a preguntar. Supuse que esa era la idea.

Dudé en levantarme pero finalmente por orgullo lo hice. Me intrigaba el qué tan importante era aquel libro como para que mi rostro hubiera pagado el precio.

La portada era curiosa, o al menos me lo parecía a mí. Una mitad de ella era algo parecido a un cielo perfectamente azul y estrellado con  árboles a un lado, trazos que daban la impresión de ser sombras, mientras que en la otra mitad había una persona recargada en un auto, mirando la civilización y de nuevo, el cielo que esta vez por las luces de la ciudad tenía un color anaranjado que se difuminaba hacia arriba en gris.

En medio, sobresalia el título en letras blancas con una ligera sombra de un color contraste con fondo, dependiendo de donde estuvieran ubicadas y por debajo de aquello se lograba distinguir la silueta de una pluma.

A pesar de tantos elementos en la tapadura, todos se veían bien. Los detalles eran sutiles al igual que los colores no tan llamativos. Lo que me llamó la atención fue el nombre del libro. Me quedé unos segundos mirando a la nada intentando darles un sentido lógico a esas palabras pero finalmente mi cabeza dejó de darle vueltas. 

No era un experto en literatura, mas no tenía que serlo para conocer un par de estampas ganadoras de premios en la portada.

Lo primero que vi al abrir el libro fue papel arrugado en una esquina que indicaba algunas páginas arrancadas, después una plana completa con el título en medio y abajo una dedicatoria para el hermano menor de Fred, la firmaba una tal Salentinne Jacob con muchos cariños y agradecimientos.

Fruncí el ceño al no reconocer por ninguna parte ese nombre. Me sentí por demás inculto e incluso hice una anotación para ir a la biblioteca y recorrer las estanterías leyendo lo más que pudiera.

Pasé esa página y volví a observar una hoja rota, la siguiente estaba completa y al parecer era el primer capítulo. No recordaba la última vez que me había sentado a leer sin preocupaciones o por gusto. Me encontraba demasiado ocupado en eventos sociales que representaran mi estatus o posibles ofertas de trabajo que me llegaban sin siquiera tener que mover un dedo como para leer. Pero quizás La realidad y sus muchos apellidos me pareció lo suficientemente interesante. Anoté en mi celular su nombre y comencé a buscarlo en bibliotecas tan sólo unos minutos después.

|∞|

Lo primero que me recibió en la librería del instituto fue su característico sutil olor a regaliz y menta que a todo el mundo le parecía gustar, claro, excepto a mí.

Era tarde, quizás no tanto para que la famosa fiesta organizada por Park comenzara, pero sí para que el sol empezara a ocultarse.

Fred me había llamado al menos tres veces preguntando adónde demonios había decidido ir. Por supuesto, sólo respondí con un «cállate» y después ignoré las llamadas silenciando el celular. No estaba en mis planes decir que a Will Solace se le había ocurrido por una vez en su vida ir a biblioteca a lo que se va: a leer.

Tal vez la suerte seguía de mi lado, ya que el lugar estaba solo y tranquilo.

Caminé por los pasillos con las manos en los bolsillos del pantalón hasta llegar al salón principal, en el cual tampoco habían personas, sólo se escuchaba una leve música que reconocí como blues.

Me hubiese gustado decir que conocía el lugar o que era completamente capaz de hallar un libro entre los miles que habían ahí, pero por desgracia no. Estuve mirando las repisas por minutos, observando si acaso encontraba algo, lo cual no pasó.

Quizás lo más inteligente hubiera sido preguntar; siempre se quedaban una o dos personas para al final del día cerrar la librería, pero si no había preguntado nada cuando me perdí en Italia justo en medio de la nada, mucho menos lo haría en una simple biblioteca.

–Necesitas ayuda –afirmó una voz femenina detrás mío media hora después de no encontrar nada. Ya estaba cansado de buscar como idiota por cada rincón sin resultado alguno y opté por acostarme en un sillón a restregarme los ojos para no empezar a lanzar sillas.

Miré de reojo hacia atrás quizás esperando ver a una señora mayor con mirada reprobatoria, pero sólo logré ver una melena ondulada y rubia.

–Mhm... –murmuré con pesar levantándome del sillón sin dejar muy clara mi respuesta. Al darme la vuelta  lo primero que noté fueron unos ojos grises bastante impactantes que me observaban sin mucha emoción. La chica estaba apoyada en una de sus piernas mientras jugaba con una pulsera en su muñeca. No la reconocí al instante, pero seguido de unos segundos sonreí de lado–. Annabeth Chase.

Ella no hizo ninguna finta de caer en mi leve intento de coqueteo y me recorrió rápidamente con la mirada.

–¿Qué necesitas? –no se movió ni un poco. Sólo preguntó y me siguió mirando. Tuve que contener una mueca. Esa chica era ruda sin duda alguna. Abrí la boca para responder algo obvio pero tal vez mi intención fue descubierta antes–. Y no digas un libro. Dime cual en concreto, tengo que cerrar.

Levanté una ceja. Quería sacarla de quicio, me encantaba hacerlo con las personas, mas la idea desapareció de mi mente al seguir viendo su expresión desafiante.

En definitiva Annabeth Chase no era la persona que te esperabas ver de bibliotecaria, por diversas razones empezando por su vestimenta y tal vez por su actitud.

La realidad y sus muchos apellidos –contesté sin darle más vueltas al asunto. Esta vez fue el turno de ella para levantar una ceja mientras caminaba hacia otro pasillo.

–Te advierto que no trata sobre cómo llevar a la cama a alguien –se subió en un banco y comenzó a revisar la estantería. Me limité a observarla con una mueca.

–No necesito un instructivo. Aún así lo quiero.

Annabeth no dijo nada por la paz. En menos de un minuto tenía en mis manos el libro, ya con la fecha de entrega y con el sello del instituto en la primera página.

Me hizo una señal para que la siguiera hasta la salida, no tenía otra opción por lo que me abstuve de hacer un comentario fuera de lugar, a meter el libro en la mochila que traje conmigo y caminar tras ella.

–Puedes venir a la fiesta de unas horas, si quieres –le informé mientras cerraba la puerta con llave y se ponía una chaqueta. Estaba por entrar el otoño y las temperaturas bajaban más de lo normal en la noche.

Annabeth volvió a observarme impasible por dos largos segundos y asintió.

–Ya veré –se despidió con la mano, se puso los audífonos y dio una vuelta caminando de regreso al campus perteneciente a la universidad del mismo instituto.

De nuevo, su extraña personalidad me tomó por sorpresa y emprendí camino de vuelta a la casa de Fred.

|∞|

Agradecía la buena voluntad que tuvo Fred al darme una llave de su casa por cualquier cosa que pasara y me pudiera ayudar con al menos un techo y su molesta pero de alguna manera reconfortante compañía.

También comprobé que la suerte seguía de mi lado al ver que no había nadie en casa. Podía saberlo con tan sólo escuchar la música increíblemente fuerte que provenía del segundo piso.

Abrí la puerta del cuarto sin poder resistirme a tararear la canción. La habitación se iluminaba únicamente con la luz del walking closet.

Fred estaba terminando de ponerse la camisa cuando asomé la cabeza. Mi mirada recorrió el espacioso lugar, incluyendo al chico de espaldas a mí.

–¿¡Montaste tu propia fiesta?! –grité por encima de la música para hacerme oír. Fred dio un leve salto y sonrió de lado al verme. Bajó el volumen del reproductor a su lado antes de comenzar a abrocharse las agujetas de los zapatos.

–Estaba aburrido, ¿sí? –levantó la mirada para verme entrecerrando los ojos–. Gracias por ignorar mis llamadas. ¿Dónde demonios estabas?

–Por ahí –tomé un par de prendas en un cajón que eran mías. Semanas atrás había dejado ropa en la casa de Fred por si llegaba a quedarme unos días. Agradecí la idea.

–Mientras no sea nada ilegal y no tenga que meter mi trasero ahí para librarte de la ley, genial –murmuró entre una verdad y una broma.

–Lo dice el chico que compra drogas.

Los ojos de Fred relucieron en furia unos segundos, después suspiró y salió del lugar sin decir otra palabra.

Lo miré extrañado, luego le quité importancia aunque en el fondo sabía que le había tocado el nervio sensible. Me sentí mal por casi alegrarme de saberlo.

–Cuando estés listo nos vamos –su tono de voz reflejaba su semblante: fastidiado y tal vez dolido–. En unos minutos llegará mi hermano y no planeo verlo.

Me tensé de manera inmediata al escuchar esas palabras, me congelé en el lugar. Si Fred se dio cuenta, no le importó. Salí de la conmoción combinada con furor unos segundos después y probablemente jamás me cambié tan rápido en toda mi vida. Yo tampoco planeaba ver a ese idiota.

Media hora después nos encontrábamos en la barra del èxtasi bar esperando al resto de invitados mientras dejábamos que el barman nos trajera lo que se le antojara.

–Creo que Park tiene algo en mente –Fred se tomó un trago al seco. Se le veía de lejos que no quería salir de ahí consciente.

–¿A qué te refieres? –observé fijamente el líquido en la copa. La mayoría de los tragos eran de España, el bar en específico era uno fundado por personas catalanas que amaban combinar bebidas. El sólo hecho de casi no saber lo que estabas bebido (por supuesto, la mayoría de confianza si te lo servían ellos) lo convertía un lugar sumamente interesante.

–No lo sé. Al principio no quería seguir con su fiesta, después la idea lo volvió a emocionar y comenzó a hablar con los matones número uno. No sé tú, pero eso para mí es más que sospechoso.

–Suena lógico –asentí–. Aún así, no hará nada a la vista de todos, mucho menos aquí.

Fred hizo un gesto de entendimiento.

–Tienes razón. Los dueños lo echarían de inmediato, ¿pero acaso olvidaste lo que está doblando la esquina? –tomó otro vasito y lo inclinó.

Hice una mueca negando con la cabeza. Sí, lo había olvidado.

–Mientras no sea en nuestra contra, supongo que me importa una mierda –me encogí de hombros.

El chico a mi lado pareció meditarlo sin decir nada al respecto. Le dio un vistazo a la pantalla de su celular y se levantó apretando la mandíbula.

–Paga la cuenta. Vamos al lugar que te dije –sacó la billetera de su bolsillo y no me dejó siquiera parpadear cuando ya había pagado y me tiraba de la muñeca para llegar a una de las mejores discotecas del estado, que como me recordó, sólo quedaba a unos quince pasos.

En la entrada estaban los típicos hombres musculosos de dos metros que nos dejaron entrar apenas llegamos a su campo de visión.

En ese entonces, cuando puse un pie dentro del lugar me sentí en una especie de paraíso personal.

El tamaño de aquel lugar era exageradamente grande, contaba con un segundo piso que tal vez por las luces parpadeantes se veía completamente oscuro; En la pista de baile había humo que por algún efecto de la iluminación daba la ilusión de tener diferentes colores y figuras; Del techo estaban colgados cristales que reflejaban todo lo de la planta baja, algo que simplemente llegaba a hipnotizar; A los lados habían mesas y sillones. Al final se encontraba la barra. Todo decorado a la perfección y con miles de cosas más que no llegué a procesar.

Comprendí por qué a todos les parecía encantar ese sitio y me pregunté por qué diablos jamás había ido.

Cuando logré salir de ese trance miré a Fred, quien estaba igual o más impresionado que yo. En sus ojos brillaban las luces y su boca estaba ligeramente abierta.

Reí ante eso y le despeiné el cabello, eso lo devolvió a la realidad y ni siquiera me golpeó por haber hecho lo que odiaba, sólo esbozó una sonrisa.

Moduló algo que no llegué a comprender muy bien, pero supuse que quería buscar a los demás, quienes al parecer no estaban en ninguna parte de ahí. Decidimos ver las salas privadas que eran igual de espectaculares que todo. 

–¡Chicos, al fin llegan! –exclamó Leo al vernos entrar a la sala reservada. Nos dio una sonrisa de lado y saludó con su mano. Estaba sentado en un sillón acolchonado y de cuero conversando en un grupo de chicas y chicos animadamente.

La música estaba en un volumen reducido. Con el ambiente y la tranquilidad no hubiera pensado lo que venía después.

Como era de esperar, habían muchas personas, al menos la mitad del instituto con varias que pude reconocer de la universidad. La mayoría nos saludaron o sonrieron. A pesar se la cantidad de gente, la habitación seguía pareciendo gigante. Casi otra discoteca.

–Me hice viejo esperando, ¿por qué tardaron tanto? –nos reprendió Park acercándose a nosotros, aunque detecté la comisura de sus labios levantada en una sonrisa. Eventos así lo ponían de buen humor.

–Nada en especial. ¿Nos esperaban? –levanté una ceja. Park me miró como si hubiera dicho una obviedad.

–Por supuesto, no ibamos a empezar sin nuestros invitados más especiales –sonrió un poco y nos guió al sillón donde estaban los tragos y una mesa de billar.

Como me lo esperaba, Annabeth no había llegado y no llegaría. A Patrick tampoco se le veía por ninguna parte, mucho menos a su hermana. Supuse que eran los únicos que faltaban y a Park no le podía importar menos.

–Atención, invitados –llamó con una botella de vodka en alto–. Denle la bienvenida a mis grandes amigos, Fred y Will –todos comenzaron a aplaudir y sonreír. Los dos saludamos con un asentimiento de cabeza mientras una sonrisa comenzaba a brotar en nuestros rostros–. Ya con todos en esta reunión, podemos dar por iniciada la fiesta, ¡disfruten! –todos alzaron lo que tenían a mano mientras gritaban en un arranque de emoción. 

El volumen de la música subió, las luces se encendieron al igual que la máquina de humo, más alcohol llegó a la mesa acompañado de algunas cosas para picar, las cuales fueron casi ignoradas.

A partir de ese momento todo se volvió adrenalina y diversión.
Entre toda esa gente y el alboroto noté a Park frente a mí ofrenciéndome un cigarrillo; uno plano y alargado. Lo acepté sin rechistar riendo sin motivo alguno.

El humo en todas partes hacía un ambiente... exótico. No pude pensar en otra palabra. Una luz de colores me pasó por los ojos, aturdiéndome más.

–¡Y no querías venir! ¿¡puedes creerlo?! –reí y le di un golpe amistoso en el hombro a Fred, quien rió de vuelta negando con la cabeza mientras se movía con la música.

–¡Fue un pensamiento estúpido! ¿A que sí?

–¡Bastante! –volvimos a reír mientras nos metíamos en medio de la pista entre cuerpos sudorosos, llenos de energía y medio inconscientes, al igual que yo. La canción no ayudaba. En nuestro estado, por alguna razón resultaba demasiado provocadora. De alguna parte comenzaron a entregar pequeñas bolsitas. Sabía que eran y tan sólo por eso me eché a reír–. ¿¡Deberíamos romper la la ley?!

Fred no se lo pensó dos veces y se puso en la lengua todo el contenido de la bolsa como otras personas. Sonrió más ampliamente.

–¡Mientras no tenga que meter mi trasero para sacarte de la cárcel, seamos delincuentes juntos! –escuché la risa de Park a mi lado, los tres reímos.

En ese momento no me percaté lo bastante lúcido que se veía, al menos a comparación de todos.

–¿Disfrutan? –los dos asentimos a medias mientras yo me pegaba a una chica que había estado mirándome todo el tiempo. Ella movió las caderas, moviéndose al ritmo de la canción. Solté una risita.

Miré hacia los lados en un momento de casi lucidez, justo cuando me pareció ver un rostro increíblemente conocido. Me detuve y parpadeé varias veces. Dejé a la chica ahí mientras me tambaleaba hacia Park, quien tomaba una copa de vino tranquilamente.

–¿Ese es...? –reí cuando sentí una nalgada, después le guiñé el ojo a alguien. Por poco había olvidado a lo que iba. Señalé a una parte inexacta pero cercana a la del chico–. ¿Invitaste a tu...? –me dejé caer en el sillón y acaricié el cuero. Park no me dejó terminar. Sus ojos brillaron en algo que no pude detectar en mi abrumadora burbuja de felicidad.

–Creo que te pasaste de drogas, Will. Anda, quédate tranquilo –se acercó a mi oído mientras me ponía algo en la boca–. Diviértete –distinguí una risa, Park levantándose y caminando hacia la persona–. ¡Eh, hermanito Zack, cuánto tiempo!

Me puse a reír, tal vez me levanté y la fiesta siguió sin saber absolutamente nada, sólo hice lo que me pidió: disfruté algo que quizás con mucha suerte recordaría.

|∞|

Hola /-\💕

Si soy sincera no estoy segura de hace cuanto tiempo no actualizo, pero es mucho tiempo. Lo siento /-\

Si todavía hay alguien por aquí, gracias y espero que les haya gustado. Me costó bastante escribirlo y siento que no quedó como hubiese querido, pero si lo editaba más, iba a acabar peor
¯\_(ツ)_/¯

¿Les gusta que haya música complementando el capítulo? Quizás me anime a hacerlo más seguido. Ya encontraré un lugar donde poner música si es que quieren (:

Tengo que aclarar unos puntos just in case:

×Salentinne Jacob es un personaje inventado por mí.

×"La realidad y sus muchos apellidos" También es algo que me inventé y quién sabe... tal vez en algún momento esté una historia con ese nombre en mi perfil. No confirmo nada.

Tengan un buen día, tarde o noche ✌

–Em.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top