II. Thalia Grace y su perfecta puntería.

20/08/2016

En los planes de Bianca Di Angelo no se hallaba discutir con su hermano después de varios años sin verlo, pero lamentablemente no podía negar que la razón por la cual Nico estaba enfadado era válida.

Ella se restregó el rostro con sus manos, tratando de aceptar que sus palabras eran ciertas.

–Tienes razón. No se me ocurre nada más. Pero sabes que ese rubro... no es tu favorito.

–Ya lo sé –aceptó él–. Tengo que hacer algo, no me voy a quedar con los brazos cruzados sin hacer absolutamente nada mientras tú te partes el lomo trabajando y mamá está... –Nico se detuvo antes de terminar la frase para que sus palabras no sonaran tan insensibles–, consiguiendo recursos económicos de una manera no muy convencional...

–No sabemos en que trabaja exactamente.

–No, pero ninguna de mis suposiciones es buena.

Bianca suspiró.

–De acuerdo. Si quieres ayudar, está bien, es tu decisión. Yo... no puedo privarte de ella.

Nico cerró los ojos unos segundos y tomó las manos de su hermana. De alguna manera la entendía. Bianca lo conocía bien, demasiado bien. Ella era capaz de notar lo que le disgustaba con una sola mirada. Una cualidad de ella que Nico siempre envidió o consideró impresionante.

–Lo siento –trató de disculparse–. No estoy en mis mejores días... –ella le sonrió dulcemente y apretó levemente sus manos en señal de apoyo–. Estoy tratando de hacer lo correcto esta vez. Ya me he equivocado y no tienes idea de como me arrepiento.

–Hey, tranquilo, soldatino. Todo estará bien, ¿sí?

Nico sintió una punzada en el pecho al escuchar el apodo que le había puesto su hermana, como una brasa caliente directamente en su corazón.

Soldatino.

Cuánto había extrañado que ella le llamara de esa manera. Él no podría expresar la culpa y la tristeza que sentía ante el pensamiento de haber estado separado de Bianca y de su madre por tanto tiempo, sólo debido a él. Todo por su culpa.

–¿Nico?

–Sí, lo siento, ¿qué decías?

Bianca le acarició la mejilla con el dorso de su mano, reconfortándolo, otorgándole calidez, algo de lo que había carecido esos años.

–Marie sabe que estás de regreso, ¿le llamarás?

Nico pareció sorprendido.

–¿Quiere verme?

–¡Por supuesto! Sabes que ella te quiere como si fueras su propio hijo.

–¿Aún cuando...?

–Sí –lo interrumpió–, no digas más. A Marie no le importa lo que hiciste, o en lo que sea que te hayas involucrado. Ella sabe que eres un buen chico, al igual que yo. Ella te apoyó, te apoya, y te apoyará, como yo.

Él rió entre dientes.

–¿Marie te dijo que me contaras este discurso?

–No exactamente –guiñó un ojo.

A la memoria de Nico llegaron tres personas las cuales había extrañado tanto como a su hermana, ¿por qué no había preguntado por ellas aún?

Por miedo. Un temor irracional al rechazo, temía que ellos se hubieran percatado por fin de quién era él en realidad. Un terror que se podía ver también como cobardía, Nico era un cobarde, lo sabía. El miedo era una de las muchas cosas prohibidas en su existencia, sólo traía consigo debilidad.

Esas personas lo querían, lo amaban.
Se dijo a sí mismo que era un idiota por pensar ese tipo de cosas sobre ellos.

Se armó de valor y preguntó:

–¿Y Percy? ¿Jason, Thalia? –Bianca pareció satisfecha de que preguntara y sonrió.

–Percy está emocionado. Yo diría que demasiado. Ayer parecía como si se hubiese comido mil barras energéticas cuando le dije que volvias –se carcajeó. El semblante de Nico se tornó receloso–. ¿No lo crees?

–¡No es eso! –aclaró sin pensar que su expresión decía tanto–, ya sabes, no creí que me quisieran volver a ver después de tanto tiempo y... –bajó la cabeza.

–Deja de creer eso. Ellos están felices y emocionados –Bianca hizo una mueca–. Lamentablemente, Percy y Jason están de viaje. El padre de Jason quería que los dos lo acompañaran a Quebec. Zarparon en Santa Mónica, básicamente van a dar una vuelta larga e innecesaria –Nico rodó los ojos.

–Hubiera sido más sencillo tomar un avión... –ella no lo rebatió–. ¿Van a volver pronto?

–No estoy segura. El mínimo de tiempo que les tomará es... –Bianca lo pensó unos segundos–, tal vez un mes, máximo dos y medio. Ellos me dijeron que llamarían aún cuando Zeus se los negara.

–Esas suenan a palabras de Percy más que de Jason... –rió.

Nico estaba un poco decepcionado de no poder verlos pronto. Esos dos chicos de dieciocho años eran una especie de hermanos molestos con los cuales podía hablar, jugar y apoyarse cuando lo necesitara. Ellos siempre estarían ahí para él, incluso en los peores casos.

Al inicio de su amistad estuvo contrariado con la idea de confiar en los chicos, o en algún ser viviente que pudiera contar sus secretos. Las dudas de Nico desaparecieron los cinco años en los cuales estuvo encerrado.

Jason y Percy tenían tan sólo trece años cuando acusaron al menor de los Di Angelo de asesinato en primer grado, y aún cuando el establecimiento correccional quedaba a más de cien kilómetros de sus hogares, iban todos los días en los cuales se aceptaban visitas.

–¿Cómo está Thalia? –Bianca miró el suelo–. ¿Pasa algo?

–¿Quieres la verdad amortiguada, o tal y como va? –la pregunta de Bianca alarmó a su hermano. Algo iba mal.

–¿Qué pasa? ¿Ella está bien?

–Está... mejor que antes.

–¿Qué pasa? ¡Bianca responde de una vez!

–Dime algo antes, por favor. Te lo contaré, pero no es tan fácil.

–Bianca... –su mirada suplicante le hizo callar.

Él se pasó las manos por el cabello, desesperado. Nico odiaba las sorpresas, los secretos y todo lo relacionado con el misterio. Sentía que jugaban con él a las adivinanzas, como una burla.

Lo único que quería era que su hermana soltara lo que pasaba de una vez. Suspiró, tratando de serenarse. Ella lo entendió como una señal afirmativa.

–¿Cuándo fue la última vez que Thalia te visitó? –preguntó rápidamente Bianca.

Nico frunció el ceño.

Todo el primer año encerrado, Thalia lo visitaba, los meses siguientes igual. Al rededor del tercer año, en el reformatorio, las visitas de ella se hicieron más intermitentes, hasta el punto en el que la veía dos o tres veces al año.

El menor de los Grace le había afirmado que su padre, Zeus, la había inscrito a una universidad en Karlsruhe, Alemania, ella visitaba estados unidos tres veces en trecientos sesenta y cinco días.

«Una regla de mi padre» había dicho Jason. «puede venir tres veces al año, yo le informo en secreto las fechas en las cuales te podemos visitar. Se esfuerza mucho en conseguir el permiso... »

–No lo sé –dijo finalmente–.  Tal vez hace tres meses. No estoy seguro. Jason me contó sobre la universidad y...

–Nico –Bianca le tomó las manos de nuevo, tratando de tranquilizarlo un poco–. Lo de la universidad es… medianamente verdad.

–¿A qué demonios te refieres con medianamente? Por favor, deja los rodeos y ve al grano.

–¿Me permites contarte toda la historia? –suplicó Bianca.

Ella claramente tenía más tacto que su hermano, incluso cuando sabía que Nico se tomaría la noticia bien –lo mejor que se puede tomar algo como eso–, no podía decirlo de una manera tan natural  e insensible. Ya sabía la situación de Thalia Grace, e igual dolía, se podía imaginar por lo que atravesaba, que no era nada fácil.

–A los quince años comenzó el problema con ella, creo que tu notaste la irregularidad en sus visitas.

–Sí. –se apresuró en contestar. Su tono fue frío, cortante y desesperado. Él se percató y estuvo a punto de disculparse, mas Bianca le hizo una seña con su mano, restándole importancia.

–Comenzó bastante normal, nadie sospechaba absolutamente nada, hasta que ella comenzó a quejarse de... la vista –el rostro de Nico se contrajo en una expresión confusa, Bianca contuvo una sonrisa. Se veía inocente e incluso algo tierno con ese semblante–. Se estaba quedando con nosotros, porque Zeus tenía un viaje de negocios demasiado importante –prosiguió–. Dejó a Jason con Marie, por alguna estúpida razón quiere mantenerlos lo más lejos posible el uno del otro.

Nico frunció más el ceño.

–Eso siempre ha sido así. Su padre cree que Thalia puede llevar a Jason por un camino lleno de drogas, alcohol, sexo y delincuencia.

–Exacto, y no le conviene que sus dos hijos sean... –Bianca meditó sus siguientes palabras–, balas perdidas.

–Thalia no es una bala perdida.

–¡Lo sé! No me refería a eso
–rectificó–. Está formando una carrera, es buena persona. Su padre no termina de convencerse...

–Por eso la mandó la mandó a estudiar lejos.

–Sí. Además, ahí tienen un gran equipo sobre lo que estudia. Máquinas, laboratorios, profesores graduados de las mejores universidades...

–Espera –Nico revolvió su cabello, agobiado. No entendía cuándo se habían desenfocado del tema principal–. Thalia es mayor de edad.  En su momento la pudo obligar, ¿pero ahora?

–Correcto. Él no la obligó –titubeó–. Al menos no directamente –ella sacó su celular y buscó unas imágenes. Segundos después se las mostró a Nico: eran del internado. Algunas donde aparecía Thalia sola, acompañada, en las prácticas con su bata blanca y gafas que la hacían ver profesional y ponderada–. Su padre le propuso el internado, ir a Alemania, seguir con su profesión en un lugar mejor y más moderno, ella no pudo negarse, le facinó. Al rededor de dos años y medio allá, Zeus salió con la gran idea de no permitir su regreso hasta que a él se le diera la gana. Como te imaginarás, Thalia no tiene tanto dinero para tomar un avión cuantas veces quiera.

Nico no sabía que debía hacer primero: sorprenderse, enfrentar a Zeus, maldecir a medio mundo o simplemente dejar pasar la situación. En el fondo lo único que deseaba era ver a su amiga como en los viejos tiempos. Hacerse estúpidas bromas, hablar, pasar un buen rato entre los hermanos Grace y Percy; sin necesidad de meterse en dilemas. Ya tenía suficientes.

–¿Eso quiere decir que ella no está aquí?

–No, Thalia está en Seattle.

–Bianca, ¡dime de una vez lo que le pasa!

–Ella tiene retinitis pigmentaria
–declaró su hermana después de pensarlo unos segundos.

La expresión frustrada de Nico pasó a ser una sorpresa y angustia. Ya entendía la situación. Él era médico, sabía cómo terminaría esa enfermedad si no tomaba los pocos –por no decir ninguno–, tratamientos que existían.

Esa era una rara enfermedad ocular que afectaba la retina, provocando pérdida de visión nocturna, periférica y central. Si se complicaba... podía causar ceguera.

Cerró los ojos con fuerza.

–¿Esto empezó hace... tres años? –Bianca asintió levemente–. ¿Han hecho algo?

–Sí... y por suerte, dio resultado. Nadie creía que podría recuperarse. Esto es más de tu especialidad, yo no soy médico, tú sí. Sabes que no hay tratamientos seguros y comprobados. Son sólo experimentos e intentos fallidos.

–Se recuperó... –Nico sacudió la cabeza–. Si ella está bien, ¿por qué luces tan... preocupada?

–Por que estaba bien hasta el tercer año en la universidad. Un día alguien se escabulló en el laboratorio y... cambió todos los químicos. Cuando Thalia y sus compañeros fueron a hacer sus prácticas, donde se supone que estaban todas las sustancias, tal y como las habían dejado... –Bianca contuvo un sollozo–. Simplemente explotaron. Por suerte, los trajes que se debían poner estaban preparados para ese tipo de accidentes, al igual que el mismo establecimiento. No les pasó gran cosa, tal vez un par de quemaduras. Pero un químico desencadenó la enfermedad de Thalia, de nuevo.

Nico apretó los puños y dio un paso hacia atrás. Estaba enojado, generalmente le costaba controlar su ira, no quería desquitarse con su hermana, ya iría a liberar tensión con un saco de boxeo o con la primera pared que estuviera en su camino.

–¿Sabes quién lo hizo...? –preguntó luego de respirar hondo varias veces.

–No, nadie lo sabe. Se está haciendo una investigación.

–¿Cuándo ocurrió esto?

–Hace tres meses.

–El tiempo que lleva sin visitarme... maldita sea –revolvió su cabello. Quería salir corriendo, desahogarse con algo que no lo metiera en problemas y fuera efectivo.

¿Meterse en peleas? Muy peligroso para su condición; ¿vandalismo? Nunca lo hizo, y no lo haría. Para él, hacer aquello era una entretención absurda, para nada divertida y perjuiciosa para todos; ¿Hacer deporte? Una opción válida y satisfactoria, tal vez boxeo, natación, atletismo o algo relacionado le quitaría el estrés; por otro lado, música, un par de pinturas, pinceles y una superficie la cual pintar... eso era lo que más esperaba tener.

Aunque existía algo mejor, sin contar que su conciencia no estaría tranquila hasta cumplir con esa tarea: Bianca le dijo de Thalia vivía en Seattle... ellos no estaban muy lejos, quizás un par de horas en auto. Definitivamente su hermana creería que había perdido la cabeza por completo.

Observó a su al rededor tratando de ignorar la expectante mirada que ella le brindaba, hasta encontrar su chaqueta, llaves y celular.

Bianca vaciló antes de hablar.

–Esto... Nico, ¿adónde crees que vas?

–Toma tus cosas, sorella –sonrió casi sin razonarlo, él se propuso (como primer meta de su libertad después de unos largos cinco años), que recordarían los viejos tiempos–. Visitaremos a la muy querida Thalia Grace.

|∞|


Fue un muy divertido viaje, la verdad. Por lo menos para Nico Di Angelo.

–¡Nico, por el amor a todos los dioses existentes en la tierra, baja la velocidad! –reclamó Bianca por tricentésima vez en sesenta kilómetros de viaje–. ¡Sabía que esto pasaría! ¿¡No te enseñaron que conducir a esta velocidad es peligroso?! –Nico volvió a reír. Extrañaba esa sensación de velocidad. El aire que golpeaba suavemente contra su rostro e inicios de su torso lo hacían sentir... libre.

Libertad... algo fundamental y simplemente hermoso que se le fue arrebatado por algo que nunca debió pasar. Quizás, incluso había olvidado como se sentía, si no, ¿por qué la sensación era tan estrafalaria y... lejana?

Decidió alejar esos pensamientos de su cabeza, disfrutaría el momento. Debía hacerlo, no se amargaría de nuevo por recordar una de sus muchas estupideces.

–¡Claro! –tarareó una línea de la canción que se escuchaba por los parlantes del auto, aguantando el impulso de cerrar los ojos, a la mayor de los Di Angelo le daría un infarto si lo hacía–. ¡Me dijeron que era peligroso e irresponsable para una persona que no sabe manejar! ¡Yo podría conducir un fórmula uno y lo sabes!

Ella hizo una mueca sufriente.

–¡Percy está hecho para esto, yo no! ¡Él está igual de loco y obsesionado con los muy costosos pedazos de metal con motor como tú!

Nico no respondió, sin embargo, soltó una gran carcajada. Se sentía... relajante.

You don't remember, You don't remember. Why don't you remember my name? –cantó otra parte.

–Fratello... –su hermana volvió a hablar aún asustada, pero sin poder ocultar una sonrisa–. La canción no ayuda... creo que te otorga más adrenalina. Vamos a terminar volando.

–No exageres –rió de nuevo–. Faltan un par de kilómetros, ya vamos a llegar.

–¡Eso dijiste hace unos treinta minutos! ¡Nos podrían detener por exceso de velocidad! 

Él levantó una ceja.

–El límite es de noventa kilómetros por hora, ¡yo voy tan sólo a ochenta y cinco! –Bianca le sacó la lengua–. Y hablo en serio, si no me crees mira el cartel.

Ella miró por la ventana justo cuando pasaron a mucha velocidad un cartel verde que indicaba la distancia en la que estaban de la ciudad.

–Gracias a Dios –murmuró.

La musica retumbaba en los vidrios del auto, saliendo con total fluidez por los parlantes, como un fino lazo de tranquilidad que envolvía a los hermanos. Sin que se dieran cuenta los dos terminaron cantando animadamente Paranoid android  de Radiohead, desafinando algunas notas y entonando otras.

Cuando llegaron a Seattle, Nico apretaba fuertemente el volante del vehículo. La poca seguridad e iniciativa que consiguió para tomar su automóvil y partir, se había esfumado en un río de malas posibilidades.

Bianca soltaba una broma de vez en cuando aligerado el ambiente, le susurraba palabras de aliento o le acariciaba levemente el dorso de la mano. Ella le dio indicaciones hasta llegar al edificio donde vivía Thalia.

Una construcción moderna, elegante, demasiado grande para ser un simple departamento, en las divisiones de cada piso habían decoraciones con espejos pulcros, brillantes y sin una pizca de suciedad. Nico dedujo que el padre de sus amigos no gastaría un poco de su mucho dinero en cualquier vivienda.

Al cruzar las puertas del edificio, se encontraron con una recepción más sencilla que el exterior del edificio, por supuesto, sin perder la elegancia.

Al lado derecho de la estancia se hallaba un escritorio donde un joven de cabello castaño y una tez perfectamente blanca atendía un teléfono.

Bianca esbozó una gran sonrisa al verlo y tomó del brazo a su hermano arrastrándolo con ella.

–Buen día, Zack –saludó Bianca de lo más normal cuando estuvieron frente a frente. El chico se quedó pasmado mirándola unos cortos segundos, se despidió de la persona con quien hablaba y sus ojos parecieron tintinear–. ¿Cómo estás? ha pasado un tiempo...

–¿Sólo un tiempo? –él formó una mueca sufriente–. ¡Por Dios, ha pasado un año! –salió de su escritorio rápidamente y atrapó a Bianca en un abrazo, ella le envolvió los brazos en su cuello.

–Te extrañé, ¿sabías eso? ¿Cuándo se te va a volver a ocurrir dar un paseo por el mundo?

–No por un tiempo, eso te lo aseguro –Zack notó a un muchacho muy conocido atrás, quien tenía una sonrisa de medio lado en el rostro. Le dio unas palmaditas en la espalda a Bianca indicándole que le diera un segundo y caminó hasta Nico.

Nico miró con algo de burla a Zack dejándole en claro lo que pensaba, riéndose discretamente.

De niños, él había apostado que Zack acabaría enamorado de su hermana; y en su primera apuesta salió victorioso. Por otra parte, antes de que Nico fuera encarcelado, decidió volver a apostar diciendo que no le pediría noviazgo hasta que saliera del reformatorio; la segunda parte de esa absurda apuesta, por lo que podía ver, también la tenía ganada. Ya hablarían de negocios más tarde.

–¡Vaya, mi pequeño Di Angelo está de regreso!

–¿Pequeño? –le pegó con el puño cerrado en el pecho. Zack se llevó la mano al corazón, ignorando por completo el golpe.

–Hieres mis sentimientos, pero si quieres golpearme, mejor esfuérzate, no me hiciste ni cosquillas –no le dio tiempo a que contestara e hizo lo mismo que con Bianca unos segundos atrás–. Joder, es imposible no extrañarte.

Nico rió y correspondió el abrazo. Sus oídos parecieron cobrar nueva vida al escuchar el probable insulto en español de Zack. Estuvo a punto de pedirle que hablara su idioma natal para él, a punto.

¿Había algo que no hubiese extrañado? Se preguntó a sí mismo.

Todos los recuerdos se aglomeraban en su psiquis y le provocaban una nostalgia irreal, casi enfermiza. Emociones confusas, agradables y angustiantes a la vez.

–Adivino, no vinieron a verme –acusó Zack después de unos minutos charlando. Su rostro se compungió en seriedad.

Los hermanos se miraron y comenzaron a hablar al mismo tiempo dando explicaciones. Nico, de un momento a otro miró a los ojos de su amigo encontrándose con una expresión burlesca, llena de diversión.

–¡Deja de jugar con nosotros, desgraciado!

Zack se echó a reír

–¡Lo siento! –tomó el teléfono detrás de su escritorio que llamaba a los departamentos y marcó un número riendo ligeramente–. No lo pude evitar, no se preocupen, me hago una idea sobre a quien necesitan ver.

Nico supuso que al decir aquello, atendieron a su llamada, ya que, el castaño comenzó a hablar animadamente con el teléfono. Bastaron un par de palabras para que él y Bianca de percataran de la persona con quien charlaba y, debido al semblante del recepcionista, no fue una amena conversación.

–-¿Sabes que los haré pasar aún cuando no quieras? –un murmullo enfadado llegó a los oídos de Nico–. De acuerdo, hazlo, pero primero déjame terminar mi turno y dejarlos pasar. Luego me despides.

Después de un par de minutos Zack colgó el teléfono y les dio permiso para subir, dándoles una tarjeta plateada.

Nico la tomó ansioso, en cambio, Bianca decidió quedarse un rato más excusándose con que iría a comprar un par de cosas para cenar. Le darían una sorpresa a Thalia. Claro, siempre y cuando no matara al italiano en el proceso.

Ya en el elevador, lo asaltaron oleadas de nerviosismo que trataban de arrasar con la escasa seguridad que poseía. Trató de serenarse dándose unos leves golpeteos con su índice en el muslo, inhalando y exhalando repetidas veces y cerrando los ojos, tarareando cualquier canción que se le viniera a la cabeza.

Para ser una construcción extremadamente costosa tenía un ascensor pequeño, por lo que agradeció los espejos que le daban un efecto de mayor longitud y anchura. Lo último que necesitaba era un ataque de claustrofobia.

Se observó minuciosamente. No apreciaba grandes cambios en su físico. Conservaba sus facciones rectas, masculinas y de cierta manera refinadas, además de sus ojos marrones con abundantes pestañas negras. Su cabello se había tornado más oscuro al paso de los años, nada fuera de lo normal. Su piel era tan blanca como la porcelana, no superaba la blancura de Zack debido a un leve bronceado y a un par de pecas esparcidas por sus mejillas y el puente de la nariz, como pequeñas manchas de color canela que no dañaban su físico en absoluto; por supuesto, había crecido varios centímetros, no llegaba a ser un edifico andante, pero por lo menos ya no era el más bajo de sus amigos.

Nico no se quejaba de su apariencia. Tampoco le preocupaba que Thalia no lo reconociera.

Respiró hondo, llenando sus pulmones con la mayor cantidad de oxígeno posible para después soltarlo. Tensó todos sus músculos hasta que sintió como si se los estuvieran comprimiendo con aire a presión y los relajó de nuevo.

Cazzo, Di Angelo. ¡Sólo vas a ver a tu amiga!

Al ser un penthouse, al momento en el que en elevador se abrió se dejó ver un enorme departamento perfectamente decorado, pintado y aseado.

Nico tuvo la sensación de que ese lugar era más grande que el mismo reformatorio. Por unos segundos contuvo el aliento examinando cada detalle: las paredes de la sala eran de un color burdeo, daban un increíble efecto en degradado hasta llegar a un rojo intenso. Mucho inmobiliario era de colores oscuros, había uno que otro blanco, rojo e incluso azul, además de una costosa tapicería de terciopelo o cuero.

Cualquier hogar con aquellas mezclas de colores, aparatosos muebles y vistosas decoraciones serían algo horrible, casi vulgar. Mas, el de la familia Grace parecía hermoso, por poco perfecto.

–¡Querido! –exclamó una voz dulce y un tanto rasposa proveniente de la escalera.

Nico formó una pequeña sonrisa. Bajando del segundo piso se encontraba Beryl Grace con una radiante sonrisa y los brazos extendidos.

–Señora Grace.

Ella soltó un chillido alegre y bajó más rápido los escalones, lo cual llegó a sorprender a Nico. ¿Era humanamente posible correr con esos tacones más altos que un escenario? Esa mujer era increíble.

–¡Pero mírate, eres todo un hombre! –lo abrazó hasta que el Di Angelo le dio unas palmaditas en la espalda indicándole que sus costillas no eran de obsidiana. Beryl se avergonzó ligeramente sin borrar su sonrisa.

–¡Ven, siéntate! –así inició una larga conversación.

Nico no pudo evitar notar que la señora Grace no mencionó a Thalia en ningún momento, y si la charla daba algún indicio de desviarse a ella, Beryl cambiaba el tema.

–Oh, sí. Mi marido se los llevó de viaje –respondió cuando Nico le preguntó sobre sus amigos y su esposo.

–¿Llegarán pronto?

–No sé que tan pronto, cariño –tomó un poco de té–. Me llegó un mensaje de que están teniendo un par de problemas. Ya sabes, tormentas marinas. Nada realmente importante.

Nico suspiró, cansado de evadir a la persona por la cual había ido. Se puso en la orilla del sillón, apoyando sus antebrazos en las rodillas.

–Mire, Beryl, me alegra verla. Pero necesito hablar con Thalia.

Ella suspiró lastimosamente, sabiendo que debía darle respuestas.

–Nico, ella me pidió que no te dejara verla –declaró–. No es fácil por lo que está atravesando.

–Y... ¿le hará caso? –preguntó Nico. Beryl rió ligeramente.

–Por supuesto que no. Tengo fe en que la puedes ayudar.

El italiano ladeó la cabeza, esperando a que se refiriera a otra cosa y no en lo que pensaba.

–¿Cómo quiere que la ayude? Tal vez no pueda hacer nada, solamente controlar la enfermedad...

Las comisuras de la boca de Beryl se alzaron remarcando un par de arrugas al rededor de los ojos y las mejillas.

–No pretendo que la cures. Claro, sería fantástico si pudieras, pero me refiero a algo más... emocional. Thalia está perdiendo algo fundamental, Nico, y... tú tienes con ella una conexión que jamás llegaré a comprender.

El chico sintió sus orejas calientes, tal vez se había ruborizado. Se sentía agradecido de tener una amistad tan fuerte con la hija de aquella mujer.

Nico sonrió y esperó a que Beryl le indicara dónde se encontraba Thalia, ella le señaló las escaleras.

Cuando subió no fue difícil reconocer la habitación de su amiga, dedujo que sus gustos no habían cambiado a través de los años.

Se preparó física y psicológicamente para una golpiza. A ella no le gustaría verlo ahí aún cuando le había advertido a medio mundo que no lo dejaran si quiera entrar al departamento.

Ya frente a la puerta, una suave melodía impregnó sus tímpanos. Tal vez era el sonido de una arpa. Notas serenas, bellas e inmejorables.

Nico se quedó quieto unos segundos, dejándose llevar por los acordes, hasta que la pieza pareció terminar. Logró percibir unos movimientos dentro del cuarto y luego una guitarra, reconoció la canción después de que escuchara una batería.

¿Quién en su sano juicio cambiaba de música clásica a rock?

Sonrió, decidió entrar sin tocar, si lo iban a golpear que por lo menos fuera con una razón válida.

Entonces, tal y como lo pensó, al abrir la puerta por completo y cerrarla, una bota negra voló hasta su cabeza con una perfecta puntería.

–¡Mierda!  –gruñó Nico llevándose las manos a su nariz. Bajó la vista para ver el calzado asesino–. Por Dios... ¿por qué mierda son tan malditamente duras estas cosas?

–Para romperle la nariz a idiotas como tú. –Nico miró hacia delante y se encontró con su amiga en una silla de oficina, no pudo evitar abrir los ojos por la sorpresa; Thalia Grace estaba igual que hacía un par de años atrás. Tal vez un poco más alta y delgada, pero definitivamente la misma rebelde chica.

–¿En qué fuente de la juventud te bañaste?

Thalia sonrió levemente y se levantó de la silla.

–No te incumbe saber esto, mortal –rió, pero su semblante volvió a ser serio en segundos–. Tú sí que estás viejo.

Nico bufó. Sopló un mechón de su cabello que le cubría un ojo.

–Yo sí que estoy guapo, querrás decir.

–Ya quiseras.

La chica de cabello corto y negro como la obsidiana se había mantenido con la cabeza gacha. Nico se percató de que ella no mostraba señales de abrazarlo o de decirle lo mucho que lo había extrañado. Thalia estaba paralizada en medio de la habitación, él notó cuando los músculos de su rostro se tensaron al acercarse a ella.

Por un momento sus peores miedos tomaron lugar en su mente. Thalia probablemente estaba enojada con él, quizás lo aborrecía, tal vez le temía.

–¿Nico? –Thalia le tomó tímidamente el brazo, sorprendiendo al chico por el repentino nerviosismo... o preocupación en ella–. Estás temblando, ¿te encuentras bien?

Era cierto, Nico trató de controlar los casi imperceptibles espasmos que le recorrían el cuerpo. Le temía al rechazo más de lo que quería. Y era peor si podía existir un repudio iniciado desde sus amigos o familia.

–Está bien, Nico –prosiguió–. Estoy casi segura de lo que estás pensando. Y no, no te odio. ¡Claro que no lo hago!De hecho te extrañé demasiado.

El italiano levantó la cabeza, tardó un momento en volver a la realidad y con su mano tomar la de Thalia, la apretó con fuerza.

–Yo también, cara de pino.

Ella arqueó una ceja y bufó, mas no parecía enfadada.

–¿Seguiremos con ese apodo?

–Hasta que muera.

Después de dos horas, los dos chicos habían caminado hasta la azotea. Era tan grande como un estadio: decorado en blanco y negro, algunas plantas... y una hermosa fuente. Nico se fijó en el fondo de esta que tenía piedras blancas, ellas reflejaban los colores de los reflectores.

Tampoco pudo ignorar que los Grace poseían alguna obsesión con las luces.

Thalia se encontraba acostada a un lado de él boca arriba, con los ojos cerrados, cosa que lo extrañó de sobremanera. Hacía una noche hermosa, ella miraría al cielo estrellado o... vería algo; entonces recordó.

–¿Thalia? –la llamó él poniéndose de un lado.

–¿Mhm?

–¿Puedo... puedo hacerte una pregunta? –Thalia abrió los ojos, se mantuvo en la misma posición sonrió levemente, dispuesta a contestar algo–, no te atrevas a responder que ya te pregunté.

–Demonios... me conoces bien, Di Angelo.

Nico le guiñó un ojo, nervioso, tenía que tratar el tema con delicadeza si no quería fastidiar todo.

–¿Eso es un sí?

–Claro.

–Me dijeron lo que tienes –la expresión de su amiga de endureció–, pero yo te noto bastante bien y... no llevas lentes, puedes ver.

Thalia no parecía dispuesta a contestar. Al pasar unos minutos Nico lo dejó, decidió callarse, aunque se sintió ligeramente herido, ¿a caso no confiaba en él? No la culpaba.

–Lentes de contacto. –dijo ella, sorprendiéndolo– si me los quito, con suerte puedo leer un letrero de propaganda gigante en la calle. De cerca leo bien, pero de lejos, aún con los pupilentes...

Su voz fue dura, pero al mismo tiempo triste... destrozada, mejor dicho. Si trataba de sonar impasible, no resultó.

Nico siempre se había preguntado si los ojos de una persona podían hablar, decir algo, tal vez demostrar algo. Si esa expresión tan usada de “su mirada estaba derrumbada, su mirada demostraba felicidad” eran ciertas; en aquel momento pudo comprobar qué tan verdadera era.

Cuando Thalia se puso de un costado, imitando a Nico, por fin pudo observar con detalle sus ojos: estos ya estaban rebosantes de lágrimas, logró distinguir rápidamente las lentillas. Era obvia la gran cantidad de aumento que tenían. Se esforzó en ignorar los sentimientos en aquellos irises que podían haber imitado a dos topacios de color azul.

Dolor: eso era lo que más resaltaba, lo que más odió en la mirada de ella, deseó poder quitarle la aflicción reinante de su ser... su enfermedad.

–Si esto no para... –apretó los labios, Nico dedujo que contenía un sollozo o alguna maldición–, me tendrán que poner lentes temporalmente hasta que... –Thalia no lo resistió más: lloró.

Él la abrazó, no sabía que otra cosa podía hacer, la situación no estaba bajo su control, se sentía impotente, quizás inútil, al menos hasta que la chica le pasó los brazos por sus hombros, apretándolo como si temiera caerse, como si temiera perderlo de nuevo.

–Está bien, Thals... –le susurró Nico al oído, sintió el cuello de su camisa húmedo–, tranquila... no llores, no por esto...

–¿Cómo no hacerlo? –Thalia habló con voz ronca, temblorosa y rota–, yo... no volveré a ver, Nico. No lo haré...

–Claro que sí. Sólo... relájate. No querrás arruinar mi bella camisa ¿cierto? –intentó bromear, se sintió orgulloso cuando escuchó una pequeña risa.

Pasaron los minutos, no estaban seguros de cuanto tiempo llevaban ahí, pero seguramente lo suficiente como para que el cielo estuviera oscuro por completo, exceptuando los brillos plateados y una luna luminosa, misteriosa.

A Nico lo asaltó una idea. Si ella no podía ver bien de lejos...

–¿Recuerdas cuando de pequeños buscábamos alienígenas con un telescopio?

–Sí... ¿qué clase de pregunta es esa?

–Dame un segundo, vuelvo enseguida.

Entró a la habitación y buscó con la vista el objeto; suspiró aliviado cuando lo vio en una estantería, tenía polvo y parecía como si no lo hubieran usado en años.

Cuando salió, Thalia ya estaba bien. Su respiración se había normalizado, su semblante estaba tranquilo y de nuevo tenía los ojos cerrados. 

–¿Por qué no buscamos algún planeta sin descubrir, eh?

Ella abrió un ojo, se levantó del suelo y caminó a Nico con la mirada entrecerrada.

–¿A qué te refieres?

Sonrió, mostró el artefacto detrás de su espalda:

–A recordar los viejos tiempos.

|∞|

*Se esconde*

¡Hola!

En verdad siento desde el fondo de mi corazón la tardanza en actualizar... espero que todavía alguien lea esta historia >.<
Desaparecí prácticamente de todas mis historias y de nuevo, lo siento.
Carecía de creatividad, no estoy pasando por un momento precisamente bueno... pero creo que ya estoy mejor 😊
Espero que les haya gustado y que el tiempo de espera se vea recompensado.
También espero que no les haya molestado la duración de este capítulo, que por si no se habían dado cuenta, es largo, bastante largo.

Creo que ya se han dado cuenta del cambio de personalidades que hice; Will es un... bueno, un desgraciado, mientras que Nico es más alegre y con la auto estima por arriba(?

¿Qué opinan de Zack? 👀

Les deseo un buen día, una buena tarde o noche, gracias por seguir ahí.

Los quiero ^-^

~Em

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