Capitulo 3

Capítulo 3

La fuerte voz resonaba por todo el bosque. Link se mantenía estoico, aun sin comprender bien qué era lo que sucedía. Zelda, por su parte, a pesar de saber de quién se trataba y por qué se encontraban ahí, seguía demasiado golpeada emocionalmente como para poder hablar apropiadamente.

-Elegido por la diosa, ahora que estás aquí, debes reclamar el arma que doblega la oscuridad y acabar con el mal que amenaza este reino -la voz grave resonó de nuevo; sin embargo, al ver de quién se trataba, el cenizo se tiró al suelo asustado. Era un árbol gigante que hablaba.

La sorpresa fue mayúscula, más aún al notar cómo su amiga ni se inmutaba ante ese acontecimiento. Aunque estaba de más decir que la pobre no se encontraba bien en ese momento, así que se acercó a ella y le ayudó a sentarse en el tocón de un árbol.

-¿Quién o qué es usted? ¿Y qué demonios es todo eso de reclamar lo que me pertenece? La princesa ya me contó lo del héroe elegido, pero aún sigo sin comprender muy bien todo. Asumo que la espada en el pedestal es lo que debo reclamar, pero, ¿para qué? ¿Qué tiene de especial esa espada? -La desesperación del rubio era notoria en su voz.

-Me conocen por muchos nombres; uno de ellos es el de Gran Árbol Deku -se presentó. Zelda se levantó del tocón y se acercó a su amigo de ojos azules, mientras él seguía expectante ante las palabras de aquel ser.

-Y con respecto a tus otras preguntas, joven elegido, estás en lo correcto. La espada en el pedestal es la que te ha estado llamando para reclamarla. Se le conoce como la Espada Maestra, una poderosa arma capaz de doblegar a la oscuridad, que fue forjada e imbuida de poder divino por la mismísima diosa Hylia. Ha sido utilizada durante generaciones por la encarnación del gran héroe, y ahora es tu turno. Debes aceptar este poder y luchar contra la calamidad que está azotando el reino de Hyrule.

-Gran Árbol Deku, usted sabe qué es lo que pasó. ¿Tiene algún consejo para ayudar a mi reino? Conozco el papel del héroe elegido, pero ¿qué debo hacer yo? -Zelda tomó la palabra, sorprendiendo al ordoniano.

-Eres la encarnación terrenal de la gran diosa Hylia; todo tu linaje está acompañado por la sangre celestial de la primera encarnación. Sin embargo, tu poder está ligado a situaciones totalmente desconocidas para mí.

La respuesta desilusionó mucho a la joven de ojos esmeralda, pues se sentía inútil y tonta por no haberse dado cuenta antes de la calamidad ni poder ayudar a Link en su lucha. Salió de su trance al notar cómo su amigo se acercaba con determinación hacia el pedestal.

Link se paró frente a la espada, con Zelda y el árbol como únicos testigos de lo que sucedería. Tomó con cuidado el mango con ambas manos y sintió una fuerte corriente de energía que recorría todo su cuerpo, pero no desistió. Jaló una vez, sin éxito; lo volvió a hacer, sintiendo la corriente mucho más fuerte. Al jalar de nuevo, la espada finalmente cedió. La sacó por completo del pedestal, y la hoja brillaba en un puro tono plateado. Una luz recorrió su espalda, y notó cómo una vaina de color azul era colocada sobre él.

-Has reclamado la espada, joven héroe; ahora cumplan su destino y salven a todos -le dijo al rubio-, y usted, princesa y sacerdotisa del reino, confío plenamente en sus capacidades para que, junto al joven elegido, derroten a la calamidad.

Un atisbo de luz los envolvió, y el árbol Deku y el pedestal habían desaparecido. Link envainó la espada y se volteó hacia Zelda. Ella se veía mucho más tensa que antes, por lo que él decidió que lo mejor era retirarse. Ordon estaba a una hora de distancia, y por fin podrían descansar después de tan ajetreado día. Tomó a la princesa de la mano y juntos se acercaron a la motocicleta.

Con lo que el rubio no contaba era que, desde la penumbra del bosque, un extraño ser los observaba. Saltó hacia ellos en un rápido movimiento, tacleó de lleno al cenizo y apartó como pudo a Zelda. El ser era horrible: tenía la piel roja y parecía tener cabeza de cerdo. Gruñía sin parar mientras forcejeaban. Link se deshizo del extraño ser como pudo, desenvainó la espada y se puso en guardia. "Es más pesada que el florete, pero creo poder manejarla", pensó. No dejó moverse a la criatura y se lanzó hacia ella; dos tajos fueron suficientes, y el extraño ser cayó muerto.

-Link, creo que debemos irnos -la rubia corrió a su lado, jalando su mano y mostrándole cómo más de esas criaturas se aproximaban hacia ellos.

Corrieron a la motocicleta y se subieron a toda marcha. Link la echó a andar, y avanzaron mientras aún eran perseguidos por esas feas criaturas.

...

El camino a Ordon fue duro y tortuoso. Llegaron entrada la tarde; la pobre princesa estaba exhausta, pues abandonaron la motocicleta a medio camino porque se quedó sin combustible. El de ojos azules estaba igual de cansado, cargaba la mochila con todo lo que llevaban y ya no podía más, por lo que se detuvo junto a ella para descansar a unos metros de la entrada del pueblo. Las palabras de Ganondorf regresaron a su cabeza y se dio cuenta de que no podía entrar al pueblo con la princesa del reino siguiéndole el paso. Corría el riesgo de ser delatado, además de que no quería que los metiches del pueblo les hicieran un millar de preguntas.

-Princesa -dijo él.

-Te dije que soy Zelda -respondió ella.

-Bueno, Zelda... Debemos hacer algo para que en el pueblo no te reconozcan -soltó mientras se sentaba en una piedra-. Corremos demasiados riesgos si se sabe que estás en Ordon.

-¿Qué propones? -preguntó ella, mordiéndose el labio en señal de duda-. Por ahora solo me pondré una capucha en la cabeza; cuando estemos allá, se nos ocurrirá algo -se revolvió el cabello, intentando concentrarse.

-También debemos darte otro nombre; no podemos andar por ahí diciendo que te llamas Zelda. Tal vez aquí sean un poco pueblerinos, pero no son idiotas -replicó él.

-¿Alguna idea? Estoy en ceros -sonrió divertido el joven.

-Leí la historia de un chico que se quedaba varado en una isla, ahí conoció una chica que lo ayudó. Ella se llamaba Marin; me gusta ese nombre -recordó ese viejo cuento que había leído en la secundaria.

-Pues Marín será. Ponte la capucha y andando; tengo muchas ganas de ver a mi hermana -se levantó de la roca y se encaminó junto a su amiga encapuchada hacia su hogar.

-¡Espera! -gritó ella-. Llevas una espada de un metro colgando en la espalda; llamarás la atención tanto como yo. Debemos buscar una forma para llevarla -concluyó.

-Ya sé, hay una tienda de música justo en la entrada. Puedo comprar una funda de guitarra y llevarla ahí -corrió rápidamente al pueblo, dejando el arma con la princesa. Regresó al cabo de unos instantes con una funda barata, comprobó que la espada entraba y se la echó a la espalda-. Ahora sí, vámonos.

...

Zelda veía todas las casas y locales del no tan pequeño pueblo de Ordon. En su imaginación, este no era más que un pequeño rancho de granjeros. Grande fue su sorpresa al ver que Ordon era ya una pequeña ciudad, tal y como cualquier otra región del reino. Según Link, faltaba poco para llegar a su casa, así que continuó siguiéndolo.

La princesa le dejó al cenizo su mochila rápidamente para entrar a una tienda de conveniencia con la excusa de que necesitaba "cosas de chicas". Salió tan rápido como entró, con una bolsa entre las manos. Le pidió su equipaje de vuelta al rubio y metió lo que había comprado en él. Link no la cuestionó, pues le daba pena hacerlo.

Llegaron a un complejo de apartamentos a unas calles de la plaza central de la ciudad. La princesa llevó bien puesta la capucha todo el camino, aunque no hubo ningún inconveniente real, pues no se habían topado con nadie que conociera al rubio.

El cenizo tocó la puerta del apartamento; dentro se escucharon pasos rápidos y ligeros. La puerta se abrió y allí estaba una pequeña niña rubia, de ojos azules y con una inocente sonrisa, casi idéntica a Link.

-¡Hermanito! -La pequeña se abalanzó sobre su hermano, tumbándolo en un abrazo. Él le correspondió en seguida. Se separaron después de algunos segundos; Zelda era solo expectante ante aquel tierno reencuentro.

-Por fin has vuelto. Papá y yo estábamos muy preocupados cuando vimos lo que sucedió en la capital. Además, te llamé varias veces y no me contestabas; eres malo -refunfuñó con un puchero.

-¿Quién es ella, hermanito? ¿Es tu novia? -cuestionó la pequeña con curiosidad mientras se acercaba a ella. Link se quedó pasmado, pues por un momento había olvidado a su acompañante. Tomó a su hermana del brazo para tratar de explicarle.

-Es una amiga de la academia. Estábamos haciendo equipo cuando toda la locura ocurrió. Es de Akkala y su familia se encuentra allá, por lo que la traje conmigo hasta que todo termine. Se llama Marín -se inventó la mejor mentira de su vida, tratando de que la pequeña se la tragara. Ella se acercó a la princesa y le extendió la mano, dándole una tierna sonrisa.

-¡Es un gusto, Marín! ¡Gracias por cuidar de mi hermano! Sé que a veces es un poco brusco y tonto, pero es bueno y le gusta ayudar a todos -Zelda le estrechó la mano de regreso.

-El gusto es mío, pequeña. ¿Cómo te llamas? -le sonrió de igual manera.

-Soy Abril. Pasen, hermanito, se ven muy cansados; descansen un rato, papá llegará pronto -los invitó a pasar. Ambos entraron.

El apartamento no era realmente pequeño; su padre, al tener dos empleos, podía costear ese lugar. La de ojos verdes veía el lugar con gran curiosidad; se sentía hogareño y acogedor, algo que ella nunca sintió dentro del inmenso castillo.

Para ella era reconfortante estar ahí. Había una pequeña sala y un comedor justo al lado, una cocina y un pequeño corredor que daba a las tres habitaciones y al baño del lugar. Por todos lados se hallaban fotos de la familia, algunas de ellas nuevas y otras más antiguas; en algunas podía observar la figura de una mujer de cabello cenizo igual que el de los hermanos, por lo que Zelda dedujo que se trataba de la madre de su amigo.

-Link, ¿dónde se encuentra el baño? -cuestionó ella mientras se paraba del sillón en el que se había sentado.

-Es la última puerta del pasillo -le respondió, indicándole con el dedo.

La rubia tomó su mochila y siguió la indicación de su amigo. Al fin se quitó la capucha, dejando su larga cabellera rubia al descubierto. Sacó lo que había comprado en la tienda de conveniencia hacía un rato; eran unas tijeras y un tinte para cabello de color pelirrojo claro...

Link se empezó a preocupar; la princesa llevaba más de media hora encerrada en el baño. Varias dudas llenaron su cabeza. ¿Y si se hizo daño? ¿Habrá tenido un colapso?

Cuando sintió que era suficiente, se acercó al baño y llamó a la puerta.

-Marín, ¿está todo bien? Llevas un buen rato ahí dentro -llamó desde fuera. Escuchó el sonido de la puerta abriéndose, dejando ver a una completamente diferente princesa Zelda, pues llevaba el cabello corto, además de habérselo teñido en un tono pelirrojo claro.

-Estoy bien, Link. Solo debía asearme un poco -al rubio se le fueron las palabras de la boca; se había quedado totalmente atontado ante el nuevo look de su amiga.

-¿Qué te hiciste? Estás irreconocible -preguntó, extrañado por el cambio de la chica.

-Lo que me dijiste hace un rato. Tal como mencionas, estoy irreconocible; nadie pensará que soy la princesa -explicó ella.

Regresaron a la sala, se sentaron en el sillón, y el rubio encendió la televisión. Lo primero que encontraron fue otro noticiero informando sobre lo que sucedía en la ciudadela. Un crudo reportaje relataba la cacería de los opositores del autoproclamado rey Ganondorf y los estragos que esto dejaba.

Link apagó el televisor lo más rápido que pudo, consciente de lo afectada que la princesa estaba por toda la situación. Entonces, notó algo más: Zelda no había derramado una sola lágrima desde que se enteró de lo ocurrido.

Volteó hacia ella y la observó, notando cómo intentaba contener las lágrimas. Ella necesitaba desahogarse, y, al igual que la noche anterior, la rodeó con sus brazos.

-Está bien que llores; has estado cargando con demasiado. Necesitas desahogarte de algún modo -le dijo al oído mientras apretaba su abrazo.

La pobre hyliana no lo soportó más y se quebró en los brazos de su amigo. Lloró con fuerza durante varios minutos, sintiéndose impotente ante la situación. Lloró por su padre y por no haber podido hacer nada para ayudarlo. El de ojos azules le repetía palabras de ánimo y le acariciaba la cabeza para reconfortarla.

Pasado un rato, la ahora pelirroja se había calmado finalmente. Antes de que pudieran separarse del abrazo, Abril salió de su habitación, encontrándolos abrazados.

-¡Lo sabía, hermano! Ella es tu novia -gritó la pequeña, sorprendiendo a ambos, quienes se separaron al instante-. Por cierto, Marín, eres muy linda; no te había visto bien por la capucha que traías hace rato -dijo acercándose a la pelirroja.

Antes de que pudieran excusarse o responder, la puerta de entrada se abrió, dejando ver a un hombre alto y robusto, de barba canosa y expresión seria, pero cansada. Llevaba puesto un overol de trabajo y traía una bolsa de comida.

-¡Papi! -exclamó Abril, corriendo a recibirlo con un abrazo-. Mira, Link regresó y trajo a su novia. Es de Akkala y se llama Marín, es muy linda -concluyó, haciendo que ambos jóvenes se ruborizaran por completo.

Link se levantó de inmediato para estar frente a su padre y hablar con él.

-Hola, papá. Perdón por no haber avisado -le dijo, abrazándolo a modo de saludo-. Y respecto a lo que dijo la enana, ella es una amiga de la academia. Tuvimos algunos percances debido a la invasión, y la traje conmigo; se quedará por un tiempo - Link estába muy nervioso por la reacción de su padre. Por lo que se llevó una gran sorpresa al ver como se acercaba a la chica y le extendió la mano.

-Es un placer, jovencita. Me alegra saber que mi hijo tiene amigos. Aquí no se relaciona con casi nadie, salvo con Ilia y las chicas del rancho Lon-Lon - dijo el hombre, que, a pesar de su expresión seria, era amable y cordial-. Traje la cena. ¿Por qué no nos sentamos todos y me cuentan qué pasa por aquí? Por cierto, Link, ¿desde cuándo tocas la guitarra? -preguntó extrañado al ver el estuche, aunque no ahondó más en el tema e invitó a sus hijos y a su amiga a sentarse en el comedor.

Link se sentó junto a Zelda, mientras su padre y su hermana lo hicieron en el lado opuesto de la mesa. La cena transcurrió con normalidad, mientras el rubio contaba una historia ficticia sobre cómo conoció a Zelda. Abril, por su parte, no dejaba de preguntarles si realmente eran novios.

Pasadas las diez de la noche, cuando la pequeña Abril ya dormía, Link y Zelda comenzaron a hablar en privado.

-Oye, Link, creo que deberíamos contarle la verdad a tu padre -propuso la falsa pelirroja-. Parece alguien en quien se puede confiar.

-Puede que tengas razón, aunque siento que nos dirá que somos un par de chiflados-intentó sonar gracioso para reducir el nerviosismo que sentía.

Se acercaron a la habitación de su padre; el rubio tocó la puerta y su padre les indicó que entraran. La habitación era grande, con una cama matrimonial al centro y un gran ropero al lado izquierdo. Ambos se pararon frente a él, preparándose para contarle la verdad.

-Papá, Marín y yo tenemos algo que contarte -empezó Link-. Primero que nada, ella, en realidad, no se llama Marín; es la princesa Zelda. Tal vez pienses que soy un loco pero te juro que es enserio. Estábamos en un viaje cerca del bosque, y tuvimos que huir cuando se dio la orden de capturarla, me dió mucho pánico y lo único que se me ocurrió fue traerla aquí hasta que las cosas se controlaran.

-Hay algo más -continuó Zelda, tomando la palabra-. Tanto su hijo como yo somos las encarnaciones de los antiguos salvadores de Hyrule, cómo sabe. Los antigüos historiadores de Hyrule relataban la leyenda de tres dones divididos por las diosas...

Comenzó a relatar la antigua leyenda, además de contarle todo lo que habían vivido ese día: cómo Link había reclamado la espada y había luchado contra una horrible criatura.

-No sé si me crea, pero confío en usted, señor Wildhart. Tal vez no luzca como la princesa, pero le aseguro que lo soy -dijo Zelda con determinación.

-Por supuesto que confío en ustedes, princesa. Yo conozco bien esa leyenda, pues en mi juventud fui soldado del castillo, mi misión era velar por la seguridad de su majestad el rey -dijo, sorprendiendo a Link, quien no sabía nada sobre el pasado de su padre.

-Papá, queremos pedirte ayuda para ocultar a Zelda un tiempo. La traje aquí hasta que sus poderes se manifiesten -expuso Link, sacando de su espalda el estuche de guitarra-. También necesito que cuides esto. Es la espada. Si la dejo en mi habitación, Abril podría encontrarla.

-Por supuesto, hijo. Puede quedarse aquí cuanto necesite. Su padre hizo mucho por mí en nuestra juventud; es lo mínimo que puedo hacer -respondió, dejando a Link aún más intrigado sobre el pasado de su padre.

-Gracias, señor. Estoy muy agradecida por permitirme quedarme en su hogar -agradeció la princesa, haciendo una reverencia.

-Es un placer, princesa Zelda. La casa real siempre será bienvenida en esta casa -respondió él, con una sonrisa.

Ambos salieron de la habitación solo para encontrarse con otro inconveniente: si bien el día anterior habían compartido habitación, ahora se encontraban en un dilema, ya que la habitación de Link solo contaba con una cama individual. De inmediato, el rubio le ofreció su cuarto a la princesa, argumentando que él dormiría en el sillón de la sala. Ella dudó un poco, pero terminó aceptando. Link tomó una manta y se fue hacia la sala, dejando a Zelda sola. Al cabo de un rato, ambos cayeron rendidos tras tan ajetreado día.

...

Pasadas las tres de la madrugada, el cenizo sintió que alguien lo llamaba. Medio dormido, intentó responder al sentir unos brazos moviéndolo de un lado a otro. Al abrir los ojos, vio que se trataba de Zelda, quien se veía alterada y con lágrimas en las mejillas.

-Link, perdón por despertarte tan de madrugada, pero tuve otro ataque de pánico y me siento mal. ¿Crees que podrías venir a hacerme compañía mientras me duermo? Sé que suena extraño, pero realmente no puedo dormir -pidió ella, con sus ojos verdes aún llenos de lágrimas, enterneciendo el corazón del rubio.

Él accedió a la petición de su amiga. Fueron a la habitación, y Zelda se recostó primero, seguida de Link. No pasaron más de veinte minutos antes de que ella volviera a dormirse. Cuando él intentó marcharse, ella se aferró a su brazo izquierdo con fuerza, y, al intentar zafarse, escuchó un suave quejido de ella. Ante esa reacción, no le quedó otra opción que quedarse ahí, cediendo al cansancio y quedándose dormido también unos minutos después.

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Perdón por tardar tanto con el nuevo capitulo, pero aquí está, espero que la historia les esté gustando.

¡¡Cualquier recomendación o critica es bien recibía, nos vemos!!

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