«6»

I've been good for most of my life
Never struggled with a halo, wrong or right
Been around the world, crossed the stormy sea
I'm under your spell and I can't break free now


— No, insisto, yo te acompaño oferta el rubio.

— Pero tu empleo ...

— Ya salí del turno. Iba camino a casa —explicó—. No tienes que preocuparte ... ¿segura que estás bien?

— Sí, estoy segura —suspiró ella—. Dios, estoy tan ... nerviosa ...

— Clare, es lo normal —suspiró él abrazándola—. Te llevaré a casa y te haré un batido de moras.

— No es necesario... además no quiero ir a casa —admitió.

— Papá se va a preocupar —suspiró él.

— Y a mamá ni le va a importar —añadió ella.

— Tiene que importarle, es nuestra madre.

— Sabes cómo es ella... trastornada... igual que tú, con la diferencia que tú eres buen chico.

— Mamá no es mala, y yo no soy el Arcángel Gabriel —repuso Roger—. Se preocupa por nosotros y nos quiere, aunque a veces se pase.

— Quizás.... antes solía justificarla, hasta que te diagnosticaron a ti, y tú jamás has sido así conmigo. O con papá.

— Bueno... los dos sabemos que la situación con papá es un caso totalmente aparte.

— Uno no justificable.

— Jamás he dicho eso. Sabes que soy el primero en intentar defenderlo —repuso.

— Lo sé, Rog —dijo ella—. A veces me gustaría poder hacer más por ambos.

— Cuando propusimos que se internara no terminó bien. No podemos obligarla a nada, y lo digo como alguien que padece sus mismos trastornos —dijo.

— No por eso tienes que justificar sus malas acciones —repuso.

— Y no por eso tienes que satanizarla por sus errores —dijo—. Que ella sea de un modo, y yo del otro, es simplemente porque los trastornos son distintos para todos. Además, ella no solo tiene TPL y bipolaridad, también tiene esquizofrenia.

— Al menos no heredaste eso también...

— Sí... —suspiró un poco—. En fin, volviendo al tema, no creo que mamá sea dura contigo, no tuviste la culpa.

— Pero me dijo que tenía que estar en casa a las ocho. Son las nueve —repuso.

— Tuviste que hacer un enorme proceso, y eso es lo de menos. Yo hablaré con ella por cualquier cosa, ¿Sí?

— Está bien, Rog... gracias... de verdad... por todo. Me salvaste de ese depravado y ahora de mamá.

— Soy tu hermano mayor, ¿no? —le sonrió—. Tranquila, Clare, no eres la única que debe cuidarme a mí. Seré loco, pero adoro a mi her-

— Ya, no te pongas meloso —bromeó ella riendo. El rubio también lo hizo y asintió con una sonrisa tranquila—. ¿Cómo te fue en el trabajo?

— Bien, mi compañero es alto imbécil, no presta atención a ningún detalle... pero en fin, se salva porque está bueno.

— Demonios, Roger, controla esas hormonas que la adolescencia la estoy viviendo yo, no tú —rió la chica—. ¿No estabas saliendo con Chris?

— Sí, pero no es nada oficial, además él no es exclusivo. Y de todas maneras, no es como que vaya a pasar algo con ese tipo.

— ¿Por qué tan seguro? —preguntó ella.

— Porque somos demasiado distintos —explicó—. Además es un amargado. He visto judíos en campos de concentración de películas más alegres.

— ¡Roger!

— ¿Qué? Al menos soy honesto —se encogió de hombros—. Cuando quiere puede ser un gran idiota. Después puede ser muy... dulce. No sé de qué otro modo decirlo.

— Te gusta el amargado —canturreó ella.

— No, qué puto asco, se parece a mi escroto —repuso.

— ¡¿Cómo diablos va a parecerse a tu escroto?! —preguntó ella lanzando una carcajada sonora.

— Pues pareciéndose —respondió con normalidad—. ¿Verdad, amiguito? —miró con disimulo hacia abajo. Clare carcajeó aún más.

— Eres un asqueroso, Roger —siguió riendo con ganas.

— Lo siento —se disculpó con su típica sonrisa repleta de una inigualable sorna.

— ¿No habías dicho que estaba bueno?

— Eso no quita que parezca un escroto. ¿Acaso tengo que recordarte mi orientación sexual?

— En serio, ¿qué demonios te pasa? —rió.

— Que estoy algo cagado de la cabeza, ¿qué más? —preguntó también.

— Buenísimo punto, pero ni siquiera mamá habla tanta estupidez al nivel tuyo —bromeó ella. Roger le dio un suave golpe en el brazo.

— Es mi talento natural.

— Sí, me di cuenta —rió nuevamente—. En fin, estamos por llegar y...

— Tranquila, ya te dije que yo me haría cargo —aseguró—. Subamos al departamento.

La chica asintió mientras ingresaban al gran edificio. Una recepción pequeña pero bien ornamentada, con un mesón de madera de caoba y un cuadro de tonos cálidos que a Roger nunca le gustó. Ambos hermanos se dirigieron al ascensor, donde presionaron el botón del piso quince y esperaron pacientemente a llegar. Roger notó que su hermana se ponía algo tensa y puso una mano en su espalda para darle conforte. Ella le sonrió y fueron a su departamento, donde abrieron con llave.

— Papá, ya llegamos —informó el rubio dejando su chaqueta de cuero en un perchero, mientras Clare entraba rápidamente.

— Hola, niños, ¿por qué tardaron? —preguntó el padre con calidez mientras preparaba la cena—. Ya iba a llamarlos.

—Tuvimos un problema... pero todo bien —dijo.

— ¿Qué les sucedió? —preguntó con preocupación.

— Intentaron violarme en un callejón, Roger me sacó, no pasó nada —dijo Clare rápidamente y en voz baja.

— ¿¡Qué!? —exclamó el hombre totalmente asustado y fue rápido a ver a su hija—. ¿Segura estás bien?

— Sí, le pateé el culo al mudo de mierda —respondió Roger por su hermana—. ¿Y mamá?

— Bajó a buscar la ropa a la lavandería —explicó el hombre. A Roger le dio mala espina, tanto los hermanos, como el padre, sabían lo que algunas veces hacía su madre tras poner aquella excusa—. No se asusten, de verdad fue a hacer eso.

— Fingiré que te creo —suspiró Roger.

— No entiendo por qué siguen juntos después de lo que te ha hecho, papá —comentó la chica.

— Clare, por ahora reposa, ¿sí? Dejaré constancia en...

— Tranquilo, papá, ya hice los papeleos —aseguró el rubio.

— Está bien, gracias, hijo.

— Como decía, papá, no estás para su juego.

— La tengo que cuidar —repuso el hombre.

—Pero tu felicidad...

— Soy feliz, niños, no se preocupen —los tranquilizó.

La chica rubia solo pudo asentir mientras soltaba un suspiro. Roger se soltó la corbata sin quitarla, a tiempo que se sentaba en el sillón y se soltaba el cabello que horas antes Brian había amarrado.

— Tengo hambre —murmuró.

— Queda poco —le informó su padre.

(...)

— Pon la cinta de nuevo, pero al revés —pidió Roger.

— ¿Qué demonios hacen? —preguntó Brian ingresando, mientras que Tim Staffell, uno de los oficiales, que además era de la unidad de crímenes cibernéticos, revisaba ciertas cosas en un computador.

— Estamos intentando oír algo de lo que decía Ronald Manson cuando fue secues...

— Cuando desapareció —interrumpió Brian.

— Uy, la misma mierda —dijo Roger—. ¿Puedes hacer más nítido el audio?

— Eso intento —respondió Tim realizando el mayor esfuerzo posible.

— No encontrarán nada así, mejor súbanle el volumen original y pónganse audífonos —dijo Brian.

— Esto no es un MP3 que no funciona, Brian —lo reprochó Staffell—. Lo pasaré a otro archivo de audio...

— Vamos, Tim, tú puedes —lo animó Roger. Brian rodó los ojos.

— Y tampoco es como si estuvieran intentando derrocar el récord en Donkey Kong —repuso Brian.

— Olvidaba lo amargado que eras —dijo Roger.

— Bien, bien, avísenme si logran salvar a la Princesa Peach —dijo irónico y dispuesto a irse, pero un ruido chillón e intermitente lo hizo detenerse y llevar ambas manos a sus oídos—. ¡Oh, mierda, Staffell, baja eso!

— Parecen grillos copulando —dijo Roger que también tapaba sus oídos.

— Taylor, no es el momento.

— Orgía de grillos —siguió—. Grillos fornicadores.

— Déjenme arreglar esto —dijo Tim con los ojos entrecerrados e intentando tapar el agujero en sus oídos mediante una presión interna.

Tras unos segundos, el ruido finalmente —y para agrado de todos en la habitación— desapareció. Brian soltó un bufido cansado.

— Paren esa cosa, por favor. Roger, entiende de una vez por todas que Ronald solo desapareció. No lo secuestraron. ¡Perfectamente pudo haberse perdido o haber huido o qué se yo!

— Brian, ¿y si te equivocas? ¿Y si en realidad el tipo ahora está vivo y sufriendo?

— Roger...

— Lo digo en serio. No puedes ser tan relajado.

— Y tú no puedes creer que tus acciones pasadas serán borradas con nuevas —dijo. Roger quedó pasmado y miró hacia abajo.

— Qué hijo de puta... te conté algo íntimo apenas conociéndote, y lo usas en mi puta contra —dijo—. ¿Sabes? Si eres tan buen policía, resuelve el puto caso solo. A ver si puedes.

El rubio comenzaba a retirarse con molestia. Tim miraba todo con incomodidad, pero sin perder ningún detalle del chisme, claramente. Brian soltó un suspiro y le tomó el brazo.

— Roger, espera, lamento haberte dicho eso —se disculpó con honestidad—. Lo lamento mucho, en serio, pero esto es trabajo. Aunque nos caigamos bien o mal tenemos que resolver el caso entre ambos.

— Tú no me caes mal, ¿yo te caigo mal a ti? —preguntó Roger cambiando de semblante rápidamente.

— ¡No! No es eso, Rog, me agradas. De verdad —mintió—. Pero en serio, independiente de cualquier discusión, tenemos que aprender a trabajar juntos.

— Ni para seguir el chisme sirve —masculló Tim.

— Bien. Tienes toda la razón —admitió el rubio—. Ya no estamos en primaria donde si tu compañero de grupo no era capaz de escribir en la puta hoja sin manchar o de mover el culo para aportar en algo lo acusabas a la maestra y lo dejabas sin grupo.

— Exacto... quiero decir, ¿qué?

— Y ya soy un adulto, no puedo ser tan infantil respecto a los relaciones laborales —habló en voz alta—. Por más buenos que estén.

— ¿Perdón?

— Tengo que ser maduro y controlar mis emociones. Por algo tomo mis medicaciones —siguió hablando básicamente solo. Tim miraba todo desde su puesto, sin hablar para que no notaran su mera presencia.

— Justo eso —dijo Brian poniéndole la mano en la espalda—. ¿Qué te parece si dejamos trabajar a Tim y vemos en qué más podemos ayudar?

— Está bien... —dijo con un pequeño puchero que el mayor no pudo evitar encontrar en cierta forma adorable—. Pero quiero comer rosquillas.

— ¿Eh?

— Ya sabes, como muestran en las películas. Sentarse en la patrulla a comer rosquillas —explicó—. Siempre quise hacer eso.

— Bien, pero cuando podamos salir en la patrulla —lo consoló.

— Ya revisé los horarios, tenemos que salir a patrullar en catorce minutos con cincuenta y seis segundos. Quiero decir, cincuenta y cinco. Digo, cincuenta y cuatro, cincuenta y...

— Ya entendí, Rog —lo interrumpió Brian rápidamente—. Vayamos en ese caso, ¿ok?

— Ok, vayamos —dijo con una mayor tranquilidad y ambos se retiraron de la estancia.

— Drax, el hombre invisible —comentó Tim para sí mismo y continuó su trabajo.

(...)

— Dios, dame más, por favor, Brian. Dios, dame más. ¡La grande!

— Siempre quieres lo grande —masculló el mayor.

— ¡Dame otra, dame otra! —pidió—. ¡Vamos, Brian, dame otra rápido!

— No te pongas desesperado, déjame comer a mí primero —dijo.

— ¡La gorda!

— Solo son rosquillas, Roger —le dio una y se acomodó en su asiento.

— ¡Estoy hambriento! —se justificó—. No desayuné nada.

— Pues considera esto tu desayuno —bebió un poco de su café—. ¿Sabes?

— ¿Hm?

— Lo que dijiste antes en otro contexto puede sonar jodidamente mal —dijo. Roger quedó perplejo unos momentos ladeando la cabeza.

— No te en... ¡oh...! —comprendió y soltó una carcajada para luego mirar con cierta picardía a Brian—. ¿En qué andas pensando, May?

— En rosquillas, cómete esta —señaló una y se dio una cachetada mental por lo que acababa de decir—. Quiero decir, la rosquilla.

— Dios, Brian, qué atrevido —bromeó y tomó la rosquilla, comiéndola con cierta rapidez y quedando con algunas migajas alrededor de las mejillas. Este rodó los ojos con fastidio.

— Solo concentrémonos en el caso —pidió.

— Sí, tienes razón. Llevamos una semana estancados. Y lo único relevante que hemos encontrado es la otra entrevista a la esposa donde solo dijo lo mismo que antes —soltó un bufido—. ¿Dónde estará ese tipo? Ya lleva como diez días desaparecido, ¿no?

— Una cosa así —respondió Brian bebiendo nuevamente del café—. Lo importante es encontrarlo y devolverlo con su familia.

— Y saber por qué desapareció —complementó Roger.

— Sí, eso también —dijo Brian.

— ¿Por dónde más deberíamos buscar? Todas las pruebas a este punto no están.

— No lo sé. Quizás casos futuros se liguen a este —dijo el rizado.

— Sí, tienes razón.

— A todo esto, límpiate, no tienes cuatro años —le limpió las mejillas.

— Me da flojera hacerlo por mí mismo —explicó.

— Vaya, eso explica tanto —dijo Brian mientras limpiaba.

Allí cometió su primer error, encontrarse con la mirada azul de Roger, con la cual conectó rápidamente. El rizado quiso apartar la vista, pero aquel color mar lo cautivó y lo atrapó, dejándolo preso en sus profundidades por unos momentos, sin un tanque de oxígeno y con el peligro de ahogarse.

Y el rubio sonrió. Una sonrisa pequeña, pero no las molestosas de antes. Cuando Brian reaccionó, fue cuando la yema de su dedo se posó suavemente sobre la piel blanquecina y lechosa del joven contrario.

— ¿Buscas algo, ricitos? —preguntó Roger sonriéndole.

— No, nada. Solo el paradero de Ronald Manson —dijo y volvió a comer de sus rosquillas, bajo la atenta mirada de Roger.

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