«34»

I see a place, an evil place coming my way
What can I do?
Where can I run?
I'm gonna die anyway
Things are getting clearer
This is the price I have to pay, pay, pay
Oh, no
I feel like screaming out my anger
There is so much left here to do
When it happened I was younger
And my destiny was you


Ira

Nervioso, el rubio se encontraba en la sala de juicios. Brian estaba sentado atrás con Clare y algunos compañeros del precinto. Igor Denver, Mary Austin y el sargento Mercury entre ellos. Como siempre, el joven policía cantaba mentalmente la canción manzanita del Perú para calmar sus nervios.

El juicio parecía ir bien. Lo dicho por Maxwell Williams estaba siendo cumplido. Habían numerosas pruebas acerca de los delitos sexuales de Marvin Lodge, pese a que el juez seguía bastante inexpresivo respecto a todo, así como tieso ante la postura de Roger. El mudo se encontraba mirando al rubio con cara de pocos amigos, mientras que este no desviaba su vista del juez, con sus canas y su rostro pálido y algo arrugado.

— A mí hay algo que me llama profundamente la atención —dijo la esposa de Lodge en su declaración—. Que haya un policía en curso teniendo tales trastornos mentales. Y que tenga acceso a un arma. Honestamente, no veo criterio alguno al aceptar a los policías en nuestra ciudad. Me parece inaudito, considerando que la policía se supone que debe cuidarnos y no ser un peligro.

— Mi cliente lleva un estricto tratamiento médico, fue checado por los psiquiatras del departamento de policía tanto de Queens como de Brooklyn y por el suyo propio. Sus trastornos no lo invalidan —dijo Osbourne serio.

— Pero lo obligan a tomar medidas extremas —dijo la mujer. Roger tragó saliva. El juez se quedó pensando por un rato.

— Fiscal, ¿tiene algo que añadir? —preguntó el hombre desde su estrado.

— No —dijo Maxwell mientras se acomodaba el traje, fingiendo estar cohibido por las numerosas pruebas que Ewan Osbourne había mostrado hacía poco acerca de las agresiones sexuales y abusos de su cliente.

— Bien. Considerando las situaciones, la investigación en cuanto a los delitos sexuales de Marvin Lodge continuará. Así como este seguirá en prisión preventiva hasta que se finalice una sentencia. Por otra parte, se hará una investigación en cuanto a los trastornos psiquiátricos del oficial Taylor, y solicito el cambio del fiscal Williams, considerando que su cooperación ante el caso ha sido prácticamente nula y ha sido solicitado el cambio por el señor Lodge.

— ¿Qué? —preguntó el aludido.

— A petición del demandante, Maxwell Williams queda excluido del caso. Se le asignará otro abogado al señor Lodge antes de la siguiente sesión —declaró el juez. Roger no dijo nada, pero el corazón le latía con fuerza producto de los nervios y dio un respingo cuando el martillo del juez golpeó el estrado—. Doy por finalizada la sesión.

Los demás comenzaron a levantarse. Roger lo hizo y se dirigió a sus compañeros y hermana.

— Creo que me fue bien —dijo.

— Sí, así es —asintió Igor—. ¿Estás bien? Te noto pálido.

— Sí, gracias —asintió—. Deberíamos volver al precinto. Clare te iré a dejar a la escuela.

— No te preocupes —sonrió leve—. Tomaré un taxi.

— No, en serio, yo te llevo —suspiró.

— Roger, estás nervioso. Intenta descansar. Yo llevaré a Clare —dijo Brian.

— Eh...

— Iré sola. En serio. Ustedes tienen que volver al trabajo —dijo—. Voy en ultimo año, puedo salir sola... gracias. Nos vemos.

— Yo... nos vemos, Clare —dijo Roger algo ausente. Su hermana le dio un beso en la mejilla y se fue. Brian lo miró preocupado a tiempo que dejaban el tribunal.

(...)

Brian decidió llevarlo a su departamento. Además tenían que revisar el diario para poder conseguir evidencia. Roger miraba por la ventana del hogar del rizado, mientras que este último apreciaba su bonito rostro desde lejos. Sus pestañas largas, su nariz recta y tan delicada, sus labios carnosos y suaves. Roger le encantaba en cada aspecto posible.

— Hey... ¿estás muy nervioso? —se sentó a su lado con una taza humeante de chocolate caliente que le entregó en la mano. Roger la recibió y bebió.

— Gracias... —agradeció por la bebida y asintió—. La verdad sí. Me da miedo que me quiten la licencia de policía.

— No creo que eso suceda, Rog...

— Iban a investigarme —repuso—. Dirán que no soy apto.

— Roger... demuestras día a día que eres apto —le acarició la mejilla e hizo que lo miraba. La mirada azul del rubio conectó con la almendra de su amor—. No dejemos que gane ese violador. No lo merece.

— Aunque lo haga... el juez parece estar a favor suyo —admitió—. Le conceden todo. Le dan todas las facilidades. Ni siquiera está aún en prisión.

— Hay que... que solicitar...

— No podemos solicitar nada, Bri. Soy el demandado —se frotó la cara—. No importa... cambiemos de tema. Hay que leer el diario.

— Está bien —asintió y se estiró un poco mientras Roger lo sacaba.

— Bien... aquí Oliver dice que los países más exportados son Malasia, india, China, Pakistán... en su mayoría son países orientales —dijo—. Dice que de esos países hacen tratos. No solo secuestran, también compran... y por lo visto al por mayor. Oliver cumplía funciones casi sexuales. Era prácticamente una prostituta.

— Sí, por lo que hemos visto... básicamente si quería algo solo se acostaba con la persona. Estaba tan drogado que no me sorprende —se rascó el cuello.

— Asher además de eso era asesino. No secuestraba personas. Se encargaba de matar a los soplones y de controlar a las víctimas. Muy mal pasado habrá tenido, pero sigue siendo parte de los malos del cuento —dijo Roger—. Y a veces incluso parecía que disfrutaba de su labor. De matar y... eso.

— Oliver es extraño —admitió Brian—. Me conmueve su historia, pero no me basta para justificarlo.

— Nadie ha dicho que hay que justificar sus acciones por lo que vivió. Las personas a las que mató no tenían la culpa de lo que le pasó —dijo—. Bueno, a los que mató que eran parte del tráfico supongo que no importa, ¡pero mató a inocentes también! La real Natalie Manson, por ejemplo.

— Lo sé —se rascó el cuello—. Veamos... tenemos que planear una redada. Ya tenemos al jefe, pero no tenemos su nombre. En todo el diario lo mencionan como "el jefe T".

— La "T" puede significar cualquier cosa —dijo Roger—. Puede ser un apellido, un nombre o incluso solo un apodo.

— Eso lo hace más complicado —suspiró Brian—. Bien. Eh... tendremos que seguir infiltrándonos hasta tener los datos suficientes para hacer una redada. Cuando eso ocurra, encarcelar a todos los involucrados.

— Sí —asintió—. La redada no puede ser hasta que sepamos quién es el coludido en el precinto. Por más seguros que sean ellos tres, no hay nada que lo asegure y no quiero dejar a un hombre inocente en la cárcel.

— Exacto —se frotó un ojo—. Tienes que tener cuidado. Conoces lo que hacía Asher allí. Probablemente esperen lo mismo de ti cuando nos infiltremos.

— Sí, lo tendré —asintió—. No haré nada asqueroso.

— No es porque sea asqueroso, es porque no quiero que corras peligro —Brian le acarició la mejilla y dejó un beso en su frente—. Has vivido demasiadas cosas y... no mereces vivir más.

— No he vivido demasiadas cosas, Bri... —soltó una risa—. Solo algunas.

— Tu mamá... tu psiquiatra...

— Primero que nada —rió leve—. Mi psiquiatra no es nada malo. Ya te lo dije. Deja de intentar arruinármelo por favor.

— No estoy tratando de arruinártelo, Roger. Por favor entiende —suspiró cansado—. Es algo complejo como para que lo veas como un primer amor.

— Brian, no quiero hablarlo.

— Tenemos qué —repuso con dulzura—. Sé que es pronto, pero es peligroso que sigas romantizándolo así.

— Ya para —frunció el ceño.

— Roger, deja de ser tan terco. Abre los ojos. ¿Qué pensarías si estuvieras viendo desde afuera esa situación?

— Ya para —repitió.

— ¿Dejarías que un niño de trece revuelque con un adulto de treinta?

— ¡No es lo mismo!

— ¡Es exactamente lo mismo! —exclamó—. Es exactamente lo mismo, con la diferencia de que tú lo justificas al haberte enamorado.

— No voy a hablar de esto, Brian —dijo entre dientes.

— Tienes qué. Mira todo lo que te ha provocado.

— ¡No me ha provocado nada, por la mierda! ¡Tú quieres que me provoque algo!

— No es lo que quiero. Lo único que quiero es que reacciones y comiences a intentar tratarlo. Eso es todo.

— ¡No tengo nada que tratar! ¡Deja de hincharme las pelotas, Brian! —exclamó. Tenía el rostro rojo por la rabia que todo le estaba provocando. Algo cierto, era que esa noche Roger había olvidado sus pastillas. Al menos la dosis de esa hora. Claro, todo el asunto no le ayudaba en lo absoluto, y también estaba el hecho que todo lo pasado en los últimos días lo tenía alterado.

— Rog, deberías calmarte un poco.

— ¡No! ¡Tú deberías dejar de molestar y de meterte! ¡Que estemos saliendo o... o lo que sea...!

— No estamos saliendo ni nada aún —interrumpió en voz baja.

— ¿¡Es una puta broma!? —gritó—. ¡Un día sales diciendo que me amas y después nos acostamos y al otro sales con...!

— Sabes que no me refería a eso, Roger... estás claramente alterado, así que por favor trata de calmarte y respirar y...

— ¡No! ¡Cállense todos por la maldita mierda! —gritó. Brian nunca lo había visto tan descontrolado y tan alterado. Parecía totalmente fuera de sí—. ¡Sigues jodiendo y jodiendo con lo de Gavin y sigues confundiéndome cada vez más con lo que sea que somos! ¡Y una cosa no tiene nada que ver con la otra y eso es más frustrante aún!

— Mira, claramente no has tomado algún medicamento y claramente estás teniendo una crisis. No creo que sea pertinente...

— ¡Cállate por la misma mierda! ¡Ya cállate! —gritó tan fuerte como pudo—. ¡Tú crees comprender pero no lo haces, Brian! ¡Y juzgas! ¡Juzgas, juzgas y juzgas!

— ¿Juzgo? —había comenzado a molestarse—. ¿Yo juzgo?

— ¡Sí! ¡Lo haces! ¡Lo hiciste cuando te conté de Gavin!

— ¡No estoy juzgándote respecto a eso! ¡Estoy tratando de que entiendas y estoy tratando de que mejores!

— ¡No me interesa mejorar! ¡Me interesa estar tranquilo! ¡Porque no solo puedo perder mi licencia de policía, también puedo ir a prisión o incluso puedo morirme por este caso! ¡O peor aún! ¡Alguien puede morirse por mi culpa! ¡Así que me gustaría un poquito de paz de vez en cuando! ¡Una de la cual carezco totalmente en estos momentos!

— A veces eres muy malagradecido, Roger —suspiró—. A veces eres muy hiriente también. Aunque no quieras o no sea tu intención sigues siéndolo.

— ¿Yo soy el hiriente? ¿Yo? —preguntó.

— ¡Sí!

— ¿¡Yo me acosté con cinco chicas cuando estábamos esperándonos!?

— ¡Por dios, Roger! ¡Dijiste que me perdonaste de eso!

— ¡Lo hice y podrías agradecerlo!

— ¡Perdonar es olvidar!

— ¡Y amar no es tener para el rato!

Brian quedó helado ante lo que el rubio le había dicho. Le había dolido muchísimo, sobre todo cuando él ponía especial énfasis en tratarlo bien y en preocuparse por él, o cuando trataba de sacarlo adelante y de apoyarlo.

— ¿Estás diciendo que te tengo "para el rato"? —hizo comillas con los dedos.

— ¡A-A veces sí!

— Los dos concordamos que hasta que estuviéramos los dos listos no tendríamos nada formal —dijo Brian lentamente—. Y una cosa no tiene que ver con la otra. Estás mezclando el asunto.

— No estoy mezclando nada —repuso Roger irritado.

— ¡Lo haces! —suspiró—. Además estás siendo bastante malagradecido al decir que te tengo para el rato.

— ¿Malagradecido?

— Sí. Tú sabes por qué. No caeré tan bajo como para echarte las cosas en cara —repuso—. Tú sabes que te amo. Sabes que haría todo por ti. Y por eso mismo estoy tratando de protegerte, por Dios. Nada más.

— ¡Pues no necesito que trates ninguna mierda! —gritó enfurecido—. ¡No necesito nada de nadie! ¡Menos de imbéciles que se creen perfectos como tú!

— ¿Acaso crees eso de mí? —preguntó indignado.

— ¡A veces sí, a veces eres tan jodidamente petulante, como si no cometieras errores, como si todo lo que proviene de ti fuera maravilloso y perfecto! ¡Y no lo es!

— Yo jamás he dicho eso, Roger. Yo reconozco cuando hay algo de mí que está mal. Algo que tú nunca has hecho —repuso.

— ¡Yo sí reconozco mis putos errores! ¡Lo hago! ¡Uno de ellos en primer lugar fue enamorarme de ti! —gritó. Brian lo miró tan sorprendido como dolido, con el corazón hecho pedazos, con una ilusión que decayó rápidamente.

— ¿Sabes, Roger? —lo miró tratando de tragarse sus propias lágrimas. Por orgullo, por dignidad de la cual comenzaba a carecer—. He hecho de todo para ayudarte. He hecho de todo por ti, para que estés feliz, para que estés tranquilo, para que perdones los errores que he cometido contigo —dijo—. ¿Y sabes algo?

— ¿¡Qué!? ¡Habla de una puta vez! —gritó el rubio eufórico. Fuera de sí. En un estado de total descontrol e ira. Furia desmedida que quemaba la flor que ambos habían empezado a plantar juntos y a cuidar, que ambos estaban formando y haciendo crecer.

— No vale la pena —suspiró—. Realmente. No lo vale. Porque no lo agradeces, porque sigues recalcándome una y otra vez los errores que cometí, porque sigues sin perdonarme realmente y haciéndome sentir... de este modo. Y así no puedo.

— ¿Así no puedes qué? ¿Ahora fingirás ser orgulloso? Porque eso no te sale —dijo sarcástico y con rabia—. Necesito mis pastillas, maldita sea.

— Así no puedo seguir ayudándote ni seguir preocupándome por ti. Así no puedo seguir tratando de encaminar lo que sea que quiero encaminar contigo. Porque tú no cooperas. Así de simple —dijo con firmeza, pese al temblor de sus manos y al frío que recorrió su espalda—. Tus pastillas están en tu chaqueta. Siempre las guardas ahí. Ahora, amablemente, te pido que te retires de mi casa. Necesito estar solo.

— ¿Me estás echando?

— Sí —respondió—. Y a que solo te moleste esa última parte de lo que dije... significa que no estamos haciendo lo que creí que estábamos haciendo aquí —se dirigió a su habitación. Roger por un momento quedó helado. Se había descontrolado y acababa de reaccionar frente a todo lo que había dicho.

— ¡Sí me importa, Brian! —logró decir antes que este cerrara la puerta. Aunque la palabra «perdón» jamás rondó por su extraña mente.

No hubo respuesta. El rubio suspiró, se frotó la cara y decidió salir del departamento. Había llegado demasiado lejos.

(...)

Mientras atendían un robo a mano armada a una pizzería, ninguno de los dos se miraba o se hablaba. Brian lo había saludado, pero no recibió respuesta alguna más que una débil seña y una mirada incómoda. El ambiente era tenso y se perdían entre las palabras sueltas en italiano del dueño del local.

— Señor Lombardi, por favor... intente... —trató de decir Brian.

— ¡No pienso intentar nada, oficial! ¡Me robaron al menos medio millón de dólares! ¿Usted me los va a pagar acaso?

— No, señor Lombardi, el seguro lo hará —repuso Roger y suspiró—. ¿Rasgos físicos del asaltante?

— Estatura promedio, debió ser como de uno setenta. Algo corpulento, vestía de negro. Usaba pasamontañas, pero tenía los ojos castaños y unas pestañas muy rubias. Más rubias que las suyas, oficial.

— Bien... ¿dijo algo? ¿Cómo era el tono de su voz?

— Me dijo que le diera el dinero o dispararía. Hablaba con voz muy ronca y áspera. Como si tuviera dolor de garganta.

— Entiendo —asintió Brian—. Buscaremos a la persona y llamaremos al seguro —aseguró—. Gracias por su cooperación.

— Gracias a ustedes por venir. ¿Quieren una pizza? En agradecimiento.

— Está bien, gracias —asintió Roger y fueron a una mesa. El rubio miraba hacia otra parte, mientras que Brian tenía la vista fija en la madera.

El rizado no quería hablar aún. Estaba demasiado dolido todavía. Le había dicho demasiadas cosas que no pensó oír de los labios que tanto disfrutaba besar, que tanto disfrutaba admirar o ver sonrientes. Suspiró y ninguno de los dos siquiera se percató cuando pusieron una pizza tamaño familiar frente a ambos. Agradecieron y comieron en silencio. Tampoco sabían de qué hablar.

Fue entonces cuando Brian vio que unas mesas más allá, se acababa de sentar un hombre que tenía un tatuaje de alas de ángel en la nuca. Alma. Abrió los ojos con sorpresa y le hizo una seña a Roger, quien comprendió que algo sucedía y miró con disimulo. Luego los dos se miraron, aún tenían bastante pizza, pero el hombre parecía dispuesto a quedarse, y ellos también.

— ¿Qué hacemos? —susurró Roger—. No podemos seguirlo así como así. Se dará cuenta, estamos con el uniforme.

— No sé, tú eres el listo de los dos —susurró devuelta Brian. El rubio vio entonces que su mesa estaba justo al lado del baño de hombres, así que se acomodó mejor la gorra y se puso de pie dirigiéndose a este. Brian lo miraba nervioso, sin saber qué hacía.

— ¡Taylor! —exclamó en un susurro. El rubio entró al baño, Brian solo soltó un suspiro pesado.

Roger decidió pegar la oreja a la muralla y tratar de oír, pero aquello no daba mucho resultado. Entonces notó un ínfimo agujero. Puso la oreja ahí, y pese a que no era mucha la diferencia, pudo oír un poco más. El tipo solo comía, y escuchaba el sonido de su tecleo en su celular.

Bufó, pero decidió hacer algo arriesgado. Salió del baño tras ponerse lentes de sol y se sentó frente al tipo, quien lo miró confuso y algo nervioso. Brian por otra parte, se tapó el rostro con las manos.

— Buenas tardes, soy el oficial Taylor —saludó cordialmente, la gorra le cubría los ojos, además que estaba usando los lentes—. Vengo a preguntarle si usted es un cliente constante aquí o no.

— Eh... es segunda vez que vengo, la primera fue hace meses —respondió.

— Oh, comprendo. Es que estamos investigando un asalto y buscamos posibles testigos —se justificó. El hombre no se dio cuenta que el rubio le ponía un rastreador en la mochila y en la chaqueta.

— Lo siento, no he visto nada como eso —aseguró incómodo, puesto que Roger le tenía la mano en la espalda.

— Oh, está bien. No se preocupe, señor. Tenga un buen día —sonrió y se levantó, yendo donde Brian y sentándose nuevamente.

— ¿Qué te dijo?

— Por ahora nada, pero cuando termine de comer nos dirá todo —susurró y se acomodó en la silla, tomando otro trozo de pizza.

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