«33»
She's got the devil in her heart
Oh, no, no, no, this I can't believe
She's gonna tear your heart apart
No, no, nay, will she deceive
Don't take chances if your romance is
So important to you
She'll never hurt me
She won't desert me
She's an angel sent to me
She's got the devil in her heart
Oh, no, no, no, no, this I can't believe
She's gonna tear your heart apart
No, no, nay, will she deceive
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•
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Negación
Brian avanzaba con el disfraz usado hacia la puerta del lugar. Roger hacía lo mismo y releía algunas cosas del diario de Oliver Asher, para luego guardárselo en la chaqueta. El rubio pensaba que su imitación por el momento era demasiado cuerda como para representar al delincuente juvenil. Incluso... siendo él.
— Estoy nervioso —admitió el rubio. Brian lo miró y le tomó la mano.
— Lo harás bien. Estoy seguro. Tienes un enorme talento actuando —aseguró. Roger asintió y suspiró intentando así soltar aquella fuerza imaginaria que apretaba su pecho cual soga sofocante.
— Vamos —se soltó y aceleró el paso. Brian asintió algo incómodo y se acercó a él siguiéndole el ritmo.
Cuando llegaron, el lugar era una casa-edificio pareada de tonos rojos. Al lado había una barbería llamada "Regalo de Dios", que parecía ser de dueños latinos y otra casa al lado contrario. Se miraron y tocaron la puerta. No hubo respuesta alguna.
— Quizás hay un código como allá —murmuró Brian. Roger mirando hacia atrás, comprobó que nadie los observaba y tomó la manilla poniendo el código que había leído en el diario de Oliver.
La puerta se abrió al instante. No dudaron ni un segundo y entraron cerrando la puerta tras ellos. El lugar parecía una vivienda común y corriente, pero no era normal que una casa se abriera con cierto código. Comenzaron a inspeccionar el lugar.
— Parece... normal —murmuró Brian.
— Sí, pero es mejor prevenirnos —asintió el rubio. Caminaron por la casa. Las puertas estaban cerradas a excepción de la puerta del baño y la cocina. El living-comedor era un espacio abierto.
— Quizás hay algunos allí dentro —murmuró el rizado.
— Probablemente pero no podemos llegar y sacarlos. Hay que ser prevenidos —murmuró también y suspiró—. Veamos con quien podemos hablar.
— Me parece bien.
Siguieron buscando. Entonces sintieron unos pasos y decidieron actuar con normalidad. Venían saliendo de una habitación, así como cerró una puerta con llave. Pronto vieron a un hombre bajar las escaleras mientras se abrochaba el cierre del cinturón con un gesto macho que a ambos les repugnó.
— Asher —saludó—. No esperábamos verte aquí. Todos decían que o habías muerto o te transfirieron.
— Fui transferido, pero ya volví —anunció Roger tratando de mantener su personaje, cosa que le resultaba bien gracias a la lectura del diario—. ¿Me extrañabas acaso?
— Sí, bastante —el hombre lo miró de arriba a abajo y se relamió un labio con cierta morbosidad—. Estás más culón.
— Sí, pero no para ti —rodó los ojos.
— Eso solo es m-
— Tú cállate —le murmuró Roger a Brian—. Como sea, no vinimos por jueguitos aburridos y excesivamente cortos, vinimos por negocios.
— Negocios, ¿eh? Bien. ¿Trajeron algo o vienen a retirar? —preguntó el hombre.
— Vinimos a hacer un negocio. Con el policía —dijo—. Tenemos un trato.
— No está —aseguró—. Solo estoy yo y algunos más. Pero nada del policía. No sabemos de él de hace un tiempo.
— Comprendo —asintió Roger intentando que no se notara su desilusión—. ¿Qué negocios hay?
— El senador ordenó un lote completo. Dijo que lo enviaría a Malasia —explicó—. Ya sabes, ahí todo es más fácil de vender.
— Y de exportar —asintió Brian—. Necesito la lista de países con mayor exportación e importación. Queremos hacer un buen negocio.
— Supongo. Te las entrego en un rato, pero Asher, el jefe te andaba buscando. Anda muy emocionado desde que escuchó que volviste —le dijo.
— Todos se emocionan. Tendré que empezar a cobrar, tendría mejor vivir —encendió un cigarrillo y lo fumó—. Hacía mucho no lo veo.
— Está en su despacho. Recuerdas dónde está.
— Hace tanto que no voy, si me dices quizás pueda darte un premio —le guiñó un ojo.
— Desde la última vez, Oliver, lo he pensado. Pero eres un puto raro. No lo necesito. Tercer piso, segunda puerta a la izquierda —dijo—. Que el jefe sea feliz con tus fetiches raros, ya me sacié con la china tetona que está de mercancía.
— Tú te lo pierdes... —dijo con disimulado alivio y subió con Brian.
— ¿Qué mierda harás? —le susurró Brian.
— No me acostaré con él si eso es lo que crees —le susurró devuelta—. Lo tengo todo bajo control, solo quiero información.
— Ten cuidado —le dijo y le dio el espacio. Cuando llegaron, Roger tocó la puerta y se apoyó en el marco con cierta sensualidad. Brian enrojeció al verlo pero no dijo nada.
Pronto un hombre que debía rondar en los cincuenta años abrió la puerta. Era bastante gordo, usaba un traje color vino con una camisa oscura y sin corbata, además de unas cadenas en el cuello y las muñecas. Roger no pudo evitar fijarse en una protuberante verruga cerca de su boca y le entraron ganas de vomitar, pero no dijo nada.
— Oliver, tanto tiempo. Creí que habías muerto —le dijo—. O eso fue lo que acordamos esa vez.
— Sabes que me rijo por mí mismo —rodó los ojos.
La habitación tenía las paredes de un color crema. Estaba impecablemente limpia. El piso era de madera de roble, mientras que se apreciaba una bonita lámpara en el techo. El escritorio estaba al lado derecho a la puerta en una pared. Era grande, con varios papeles y lápices, además de algunas fotos. Las cortinas eran color púrpura oscuro, mientras que habían varias plantas de decoración, así como estanterías con papeles y archivos.
— Tu voz ha cambiado —observó el hombre—. Está más rasposa.
— Si supieras dónde he estado no te sorprendería —entró a la habitación mirando disimuladamente todo con atención.
— Y si supieras donde he estado yo —siguió—. Bueno, eras un crío y las voces cambian. ¿Este es...?
— Mi perra —respondió Roger. El hombre se echó a reír extremadamente alto.
— ¿Tú teniendo una perra? —rió y le tomó el mentón quedando bastante cerca suyo—. Si la perra eres tú. ¿O no, putita?
— He ascendido —lo miró con el mentón en alto demostrando cierta altanería—. Ya no soy el niñato de antes.
— Mientras sigas accediendo a nuestras reuniones... —le susurró en el oído— no tengo problema alguno.
— Vine por algo más específico ahora —se sentó en una silla frente al escritorio. Brian se sentó a su lado, lo dejaba hablar.
— Me parece, pero el crespo debe irse —dijo—. Oliver y yo tenemos algo pendiente.
«Mierda.» Pensaron al mismo tiempo.
— Vete, estaré bien —dijo Roger en voz algo ronca. Brian los miró con desconfianza, pero finalmente atravesó la puerta y esta fue cerrada por el hombre tras él. El rizado soltó un suspiro pesado y preocupado se apoyó en la muralla para poder oír.
— Tienes el pelo más largo —observó el hombre.
— Han pasado años —rodó los ojos—. Deja de hablar de mi aspecto o mi voz. Vengo por negocios.
— Sí, negocios —rió—. Siempre dices eso, Oliver, pero siempre buscas más.
— Ahora tengo una agenda demasiado ocupada —respondió con normalidad.
— Ven, aquí —el hombre señaló su regazo—. No te escucharé a menos que me digas qué quieres estando sentado allí.
— No gracias —murmuró con asco—. Tengo otra vida ahora...
— No salgas con tus pelotudeces, Asher, eres una puta y siempre serás una puta. Eso me sirvió muchísimo —dijo—. Si necesitaba algo sólo tenía que mandarte. Una chupadita ¡y listo! Obtenía lo que quería. Lo mejor era cuando te deshacías de la evidencia. Mataste a muchos.
— Lo sé —se miró las uñas.
— Sigues siendo igual de vanidoso —observó—. Y de bocón.
— Eso te encantaba, ¿no? —rió con cinismo y se levantó—. Mira, solo vengo porque necesito contactar con el policía —siguió—. Dijeron que están algo complicadas las cosas en el precinto —caminó por el lugar fingiendo que miraba decoraciones, aunque se fijaba en las estanterías. Literatura clásica y varios archivadores donde salían años escritos que rondaban desde hacía unos quince a veinte años. Eran bastante gruesos.
— ¿Complicadas? —enarcó una ceja.
— Por lo visto no es bueno en su trabajo —siguió—. Escuché que no ha podido retirar todos los expedientes. Y eso es peligroso para Alma, ¿no? —hizo un puchero—. Se pusieron todos como locos cuando se deshicieron de Manson.
— Manson iba a delatar, así como la mugrosa de su esposa que manejaste tan bien —asintió—. Envié a la otra con sus crías a Nuevo México. Las compró un narcotraficante.
— Ash ¡ese policía es un inútil! —fingió un berrinche—. ¡Sabía que yo iba a comprarlas! Él hizo el negocio, ¿no?
— De hecho lo hizo Jared —repuso—. No culpes a quienes no tienen parte en el asunto —rodó los ojos—. Vamos, sé bien chico y siéntate aquí o no te conversaré más.
El rubio dudó. Realmente le asqueaba. Por un momento tuvo una escena fugaz de su adolescencia temprana.
Vamos, Roger. No puedo ayudarte con tu problema si no te sientas aquí.
Negó. Debía ser una confusión de seguro.
— ¿Por qué niegas, Oliver? —enarcó una ceja—. Antes prácticamente corrías a sentarte aquí de un salto llamándome de esa manera tan...
— Ya voy —tragó saliva y caminó con lentitud hacia el hombre que parecía cada vez más entusiasmado. Se sentó en una de sus piernas con asco y con inseguridad.
— Buen chico —le acarició la cadera de arriba a abajo. Roger se sintió profanado, pero demasiadas vidas corrían riesgo como para preocuparse de la poca integridad que tenía—. Ahora te escucharé si me pides lo que tanto te encanta.
— No tengo tiempo —dijo seco. El hombre continuaba los trazos en su piel de una manera que sería asqueroso describir. Roger tenía deseos de vomitar.
— Siempre tienes tiempo, Oliver —repuso—. Cuando dijeron que quien te mató había muerto, tuve la sospecha de que nunca te asesinó. Eres demasiado listo.
— Sí sé —dijo con la voz algo entrecortada.
— Y estás más bueno ahora —siguió—. Mi mejor asesino.
— Soy el mejor asesino. Mas no soy tuyo —dijo. El hombre le tomó por detrás con fuerza.
— No decías lo mismo hace un tiempo —apretó. Roger intentó ahogar un quejido pero no pudo. Posiblemente le quedaría un hematoma.
— Pues ahora lo digo —apretó los ojos—. Dime dónde está el policía.
— En su casa. Con su familia —rió con cinismo y lo soltó. Roger se levantó rápido, casi como un gato al que acababan de mojar—. ¿Qué? Pensaste que te daría más información, ¿no? Después de la traición... tienes suerte que no te follara y después te matara.
— Tuve mis razones.
— Uy, mi papá, mi papá, mi novio muerto, mi papá —hizo una voz aguda—. Entiéndelo de una puta vez, Asher. No eres nada más que una zorra. Una zorra que me sirve.
— Como sea.
— Sabes que esa respuesta no me gusta —dijo el hombre.
— Sí, señor.
— Esa tampoco.
— Sí... eh...
— La palabra, Oliver. Dime la palabra. Esa que tanto me fascina oír.
No sabía que decir. Le llegaron recuerdos de su preadolescencia. nuevamente
Roger... ya te dije que no tenías que llamarme doctor todo el tiempo. Me gusta más el apodo que se te salió el otro día... ¿recuerdas...?
— Sí, papi —murmuró con vergüenza.
— Buen chico —le dio una nalgada—. Te puedes ir. Agradece que no te maté.
— Gracias —dijo y salió rápidamente. Estaba bastante cohibido. Brian lo miró preocupado—. Vámonos —dijo de forma rápida y algo seca. El rizado suspiró y le puso una mano en los hombros mientras Roger solo pensaba en bañarse en desinfectante.
(...)
— Rog, por favor dime algo —murmuró Brian mientras conducían a la casa del rubio.
— El del recinto es alguien con familia —murmuró—. Scott tiene familia, siempre habla de sus hijos.
— ¿Crees que sea él? —preguntó.
— Sigo creyendo que es la tríada —se rascó el cuello. Aún sentía las manos del hombre recorrerlo y eso le daba asco.
— Yo también... —murmuró—. Debe ser él. Ellos.
— Roger por favor dime qué te hizo —dijo Brian en voz baja.
— No. Dirás que soy sucio —murmuró.
Como de seguro pensaste cuando te enteraste de lo de mi psiquiatra.
— No eres sucio. Dime qué te hizo por favor.
— Nada. No le permití mucho —respondió en voz baja—. Los archivos que habían eran desde hace alrededor de veinte años. Esto lleva un tiempo. Además el senador es traficante. Audrey y sus hijas están en Nuevo México. Tenemos que encontrarlas.
— Tienes razón —suspiró—. Tendremos que buscar los archivos cuando esto esté resuelto. Me da nervios pensar que quizás no podamos resolverlo completamente.
— Cuando esté más o menos listo tendremos acceso a más datos. Hablaremos con gobiernos de otros países y podremos derrocarlo. Aún así aunque sea una fracción podremos salvar a muchos —lo consoló Roger.
— Tienes razón —asintió—. Rog, ¿no quieres que te acompañe?
— No, por favor no. Solo deseo estar solo —admitió—. No te lo tomes a mal, por favor.
— Tranquilo, entiendo —suspiró. El auto se detuvo frente al edificio donde vivía Roger—. Por favor cuídate.
— Tú también, gracias —se levantó rápido y salió—. Bri, eh... tú no crees que soy una zorra, ¿verdad?
— Por supuesto que no, Rog. Para mí eres mi mundo. Nada más —aseguró. El rubio sonrió levemente y asintió.
— Gracias —dijo en voz baja.
— Ve a descansar. Tuviste un día agitado —suspiró—. Te veo mañana.
— Nos vemos —cerró la puerta y fue rápidamente a su casa. Brian esperó a que entrara y partió.
Cuando Roger entró la casa estaba vacía. Caminó rápidamente al baño y se metió. Con ropa. Abrió la ducha y se dejó mojar. Dentro comenzó a desvestirse.
No. ¿Por qué algunas cosas le resultaron similares a lo vivido con Gavin? Su Gavin no era así. Se negaba a pensarlo. No era nada obligado, tampoco fue abuso. Para él.
Jabonó su cuerpo desnudo con brusquedad y rapidez. Necesitaba sacarse esa sensación del cuerpo.
Maldita sea, ¿cómo no vas a querer? Llevo esperándote todo estos días, Roger. Me vuelves loco.
No. No. No era igual. Se negaba a aceptarlo.
A veces cuando no quieres... termina siendo más sensual que te traten de convencer. De la forma que sea.
No era igual. Gavin y él estaban juntos. Se amaban. Era un juego de seducción el que tenían. No un abuso. O eso quería pensar. Gavin era bueno a su parecer. Dulce y caballero. Apasionado, sí, pero no... no un abusador.
Ven. Siéntate aquí. En mi regazo. Allí podrás contarme todo.
No.
Roger, deberías intentar lo otro. La otra vez no querías... pero sería fantástico.
No.
Dime otra vez así. Se escuchó fenomenal de tus labios... quiero oírlo de nuevo. Lo exijo.
— ¡No es lo mismo! —gritó sin darse cuenta. Se le cayó el jabón al suelo de la ducha, deslizándose de un lado a otro y él se quedó apoyado en la pared de la ducha con ambos brazos. Jadeando. Nervioso—. No. No es lo mismo —murmuró.
•*•*•
Perdón por tardar ya volví xd.
- Em
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