«3»

Nightshades on a warning
Give me strength at least give me a light
Give me anything even sympathy
There's a chance you could be right
If I listen close I can hear them singers, oh
Voices in your body coming through on the radio


Cuando estacionaron en las afueras del departamento donde vivía la pareja, ambos salieron de la patrulla dirigiéndose al interior. Brian apretó el timbre del número de departamento que habían encontrado en la dirección.

— ¿Buenas tardes? Somos de la policía de Queens, venimos a hacerle algunas preguntas sobre la desaparición de su esposo.

Pasen —se escuchó simplemente a través del timbre, y les fue abierta la puerta. Ambos entraron, Roger llevaba las manos en los bolsillos.

Subieron un par de pisos gracias al ascensor, y luego se dirigieron a la puerta correspondiente. Les abrió una mujer que llevaba una camiseta color calipso y unos jeans azules. Además cargaba en sus brazos a una pequeña niña, que no debió pasar de los dos años.

Tanto Roger, como Brian se extrañaron. No les habían dicho que el desaparecido tenía una hija.

— Buenas tardes, soy el oficial May y él es el oficial Taylor —saludó Brian—. Venimos a preguntarles sobre su marido.

— Se ven algo... jóvenes —observó la mujer con desconfianza.

— Tenemos una horrible enfermedad que hace que nos veamos veinte años más jóvenes y guapos de los que somos —dijo Roger. Brian rodó los ojos y la mujer soltó una carcajada.

— Bien, bien, pasen —dijo y les dio espacio.

La primera prueba que había puesto el rubio había sido fallada por la mujer, a su parecer.

Nadie se ríe cuando su esposo lleva dos días desaparecido.

Entraron al departamento, mientras ella les indicaba que tomaran asiento. Dejó a la niña en el suelo, quien gateó hacia donde se había sentado Roger, tiroteándole el pantalón. Este la miró algo extrañado.

— ¿Qué ves, mocosa? —murmuró procurando que la madre no oyera. Como la bebé seguía insistiendo, la cargó mirándola con la misma extrañeza.

— Bueno, queríamos hacerle unas preguntas respecto a su esposo —empezó Brian—. Además de la que ya le hicieron con anterioridad.

— Pregunten lo que quieran —respondió ella con amabilidad—. ¿Desean algo para comer?

— No, muchas gracias, señora —dijo Brian—. Solo queríamos saber algunos datos...

— ¿Cuánto tiene su hija? —interrumpió Roger mientras la miraba. La niña soltó una carcajada en brazos del policía rubio y el rubio le guiñó un ojo con complicidad.

— Un año y medio —respondió ella.

— Su esposo debe estar muy feliz con una niña tan tierna —siguió.

— ¿Qué haces? —murmuró Brian.

— Cállate y déjamelo a mí —le murmuró y la pequeña le sacó la lengua al rizado, quien la miró con indignación.

— No es suya —respondió.

— Oh, entiendo —dijo el rubio—. Aún así, cualquiera estaría contento con una pequeña. Siempre he querido ser padre, ¿sabe?

Claro que mentía, a Roger no le gustaban los niños. Al menos los mañosos, o los que lloraban por todo. Por supuesto, habían unos cuantos que se habían ganado su trastornado corazón.

— Claro, somos muy felices —respondió ella.

— ¿Cuánto llevan casados?

— Siete años.

— Oh, pensé que era algo reciente...

— ¡Oh, es que...! —la mujer se había sonrojado de la vergüenza—. Katie fue concebida en un tiempo que tuvimos separados.

— Claro, comprendo —sonrió el rubio.

«Bingo.» pensó el de ojos celestes, aún cargando a la niña que seguía tironeándole la corbata.

— Y... ¿sabe a dónde se dirigía su esposo antes de su desaparición?

— Uhm... al trabajo —respondió—. Le dije lo mismo a los detectives de antes.

— Nosotros también somos detectives, señora —dijo Roger.

— Yo no soy detective, Taylor —le susurró Brian.

— Bueno, yo sí, así que te callas —le dijo en murmullos. El rizado rodó los ojos.

— Bueno, me llama mucho la atención el hecho que se dirigiese al trabajo con una vestimenta tan informal —dijo Roger—. Considerando que según lo que vi en el expediente del desaparecido, su esposo trabajaba en una oficina de bienes raíces.

— Sí, pero...

— ¿Pero? —enarcó una ceja mirándola expectante. La niña comenzó a gatear hacia Brian.

— Bien, no iba al trabajo —masculló—. Estaba yendo donde su madre. Ella está enferma.

— ¿Y por qué le mintió a la policía antes?

Brian lo miraba con cierto asombro, era increíble cómo le sacaba información al resto.

— Para que se considerara como accidente laboral —masculló—. Mire, oficial Taylor, nos... nos falta dinero. Katie tiene que comer, nosotros tenemos que pagar renta. Pensé que...

— ¿Que el que su esposo desapareciera podría ser como ganarse la lotería? —dedujo con anterioridad el rubio.

— ¡No! No me asigne palabras que no he usado —se justificó—. Yo digo que quizás después de esto pudiéramos unirnos como familia. Tras esta miseria, lo mínimo que podemos recibir, además de a mi esposo vivo y sano, es una compensación monetaria.

— Comprendo —mintió, puesto que le seguía dando vueltas, pero quizás hacer el papel de policía estúpido ayudaría—. Cambiaré el testimonio, le darán su compensación, señora.

— Muchas gracias —masculló ella.

— Me gustaría si pudiera confirmar cierta evidencia que encontramos en el sector de la desaparición —dijo esta vez Brian, sacando la bolsa con el anillo de matrimonio—. Encontramos esto, tiene las iniciales de su marido, y las suyas de soltera. Natalie Walter, ¿no es así?

— Sí, ese es mi apellido de soltera —confirmó—. Déjeme ver el anillo.

— No puede sacarlo de la bolsa —le indicó mientras se la pasaba. Ella lo tomó y lo examinó, soltando un sollozo bastante sobreactuado ante el oficial rubio.

— Es nuestro anillo de bodas —dijo. Roger miró a Brian con una sonrisa de satisfacción, que este último consideró sumamente inadecuada.

— Lo lamento mucho, señora —dijo Brian.

— ¿Qué lamentas? Si no se murió —le dijo Roger. Brian lo miró con molestia, y Natalie no dijo nada, solo soltó otro sollozo.

— Vamos a encontrar a su esposo, señora —dijo Brian—. Lo...

— Lo intentaremos —interrumpió Roger. Brian lo miró nuevamente mal—. Nunca le prometas a alguien, algo que no estás seguro que puedes cumplir —le susurró.

— Muchas gracias —dijo ella limpiando sus lágrimas.

— Deje de llorar, que ensucia las pruebas —la regañó el rubio.

— ¡Roger! —lo regañó a su vez Brian.

— Lo siento, séquese —le dijo. Brian rodó los ojos.

— Gracias por lo que están haciendo por mi marido —le dijo.

— No se preocupe —le sonrió Brian—. Nosotros somos los que estamos asignados al caso. Haremos lo posible por ayudarla.

— ¿Tiene alguna foto reciente de su esposo? —pidió Roger.

— Claro —dijo ella y subió a buscarla.

— ¿Para qué le pediste una foto? —le susurró Brian.

— Para hacerme una paja —dijo con ironía—. ¿Para qué crees, pedazo de imbécil?

— Deja de ser tan grosero, Taylor —masculló—. Ya tenemos una foto, la que nos dio la policía.

— Sí, pero quiero otra. ¿Algún problema? —le preguntó frente a él y acercándose de forma amenazante, quedando cerca de su rostro.

— Sí, tú y tu actitud son el problema —le respondió.

— ¿Por qué? ¿Acaso te despierto cierta duda respecto a tu sexualidad? —inquirió. Brian enrojeció ante tal provocativa frase.

Antes que pudiera responder algo, Natalie volvió con la foto en sus manos y se la entregó a Roger. Brian suspiró con alivio.

— Tenga —le dijo.

— Muchas gracias, señora —agradeció—. Cualquier cosa, le avisaremos.

— Está bien, muchas gracias —dijo.

— No es nada. Vámonos, May.

Ambos dejaron el apartamento. Roger caminaba con las manos en los bolsillos, y Brian solamente iba serio.

— ¿Qué te dije, May? Había que entrevistarla —le dijo.

— No sacas nada —refutó—. No anotaste nada.

— Lo grabé —repuso—. Con mi celular. Corté la grabación cuando ell fue a buscar la foto, y la volví a encender cuando volvió —sacó este—. Por eso estuve todo el tiempo con las manos en los bolsillos.

— Maldita sea, eres un genio. Uno muy trastornado —le dijo Brian.

— Es lo más bonito que me has dicho, gracias —dijo.

— Tampoco te pongas así.

— Como sea... ¡Soy un puto genio! ¡Tomen eso, hijos de puta! ¡Toma eso Harvard! ¡Toma eso Yale! ¡Y tomen eso, universidades que me rechazaron por mis trastornos!

Brian rodó los ojos mientras el rubio continuaba parloteando y dando brincos, supuso que sería difícil trabajar con él y que necesitaría paciencia, pero pese a eso, no era tan mal compañero como pensó.

Incluso quizás tendría algunas ventajas.

— A propósito, ¿para qué querías la foto?

— Para tener otro lado suyo, y por si misteriosamente las pruebas desaparecen —le dijo. Brian rodó los ojos.

— Sabes que no estamos en una serie de televisión, ¿verdad? —preguntó enarcando una ceja.

— Hay cosas que superan la ficción, repollo —le dijo con normalidad—. Ven, vamos a la estación.

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