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I am a victim of the science age
A child of the storm. Whoa, yes
I can't remember when I was your age
For me! It says no more, no more
Nobody rules these streets at night but me
The Atomic Punk
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— ¿Qué tenemos aquí?
— Hombre de alrededor de cuarenta años, origen hindú —habló Brian. El sargento lo oía atento—. Muerto durante la madrugada por una bala en el pecho. Los vecinos dijeron que escucharon el disparo por alrededor de la cinco de la madrugada.
— ¿La víctima trae identificación? —preguntó el sargento Mercury con atención.
— Ninguna. Tampoco tiene huellas dactilares en los dedos, lo cual me parece extraño. Aunque eso tiende a ser algo desarrollado por amas de casa, o personas que tienden a lavar los trastes de forma seguida... —respondió—. Los detergentes tienden a borrarlas.
— Comprendo —dijo el sargento—. May, ¿tomaste los testigos necesarios?
— Sí, pero no hay muchos. Nadie vio directamente lo que sucedió, solo escucharon los disparos —respondió—. Cuando se asomaron a ver básicamente no había nada más que el cadáver.
— Comprendo. Vuelve a la estación, llegará el oficial nuevo y quieren asignarlo como tu compañero —le informó.
— Con todo respeto, sargento, pero yo trabajo solo. No necesito un compañero —indicó May, mientras se acomodaba la coleta que afirmaba sus rizos castaños para tenerla ajustada—. Soy lo suficientemente eficiente como para trabajar por mi cuenta.
— Nadie ha dicho lo contrario, Brian, pero es lo que el capitán indicó. El nuevo será tu compañero te guste o no.
— Bien —suspiró—. ¿Tiene experiencia, al menos?
— De eso quería hablarte —dijo el sargento—. Digamos... que este chico acaba de salir de la academia... previamente. Y bueno, es bastante... particular.
— ¿Por qué? —preguntó Brian, que de por sí ya se le hacía algo tedioso tener que ser compañero de un niñato que quizás no pasaba de los veintiún años, considerando que "había salido previamente", pese a que él solo tenía veintitrés, y no llevaba tanto tiempo ejerciendo.
— Pues... ya lo conocerás y te darás cuenta, supongo. Pero es eficiente, salió antes porque en su academia hubo un tiroteo y pudo manejar la situación mejor que sus compañeros —explicó.
— Dime que al menos tiene unos veintidós años...
— No sé su edad, lo lamento —dijo el sargento—. Pero ya lo conocerás... déjale lo que queda a los forenses.
— Claro... ya voy —bufó y de mala gana se subió a la patrulla. El sargento subió también y fueron a la estación, el precinto 107 en Queens.
Brian miraba el camino tras el volante. Se preguntaba para qué tenían que asignarle un compañero, no le encontraba mucho sentido, considerando que no todos los oficiales tenían uno. ¿Y por qué le dijo que era peculiar?
Solo suspiró y continuó conduciendo, hasta que por fin llegaron a la estación y bajaron de la patrulla. Entraron al recinto y subieron al piso donde estaban asignados. Brian iba algo nervioso, pero más que nada irritado. Él podía hacer su trabajo solo.
— Bien, Brian, sígueme —le indicó el sargento Mercury mientras el rizado lo seguía a la oficina.
— Voy —indicó.
Cuando Mercury abrió la puerta, realmente no había nadie. Brian miró el lugar extrañado, hasta que por fin, se fijó en un rincón, donde en una silla estaba un rubio con los ojos azules. Tenía el cabello largo y lacio, y se intentaba soltar la corbata del uniforme con una mueca.
— ¡Taylor! —saludó el sargento—. Este es tu compañero, el oficial May.
— Brian, soy Brian May —saludó.
— Amor, soy el amor de tu vida —le guiñó un ojo el rubio a modo de respuesta. El contrario lo miró con extrañeza, y Taylor soltó una carcajada. Tenía un marcado acento británico al hablar.
— Ya, Taylor, compórtese —le indicó el sargento intentando aguantarse la risa. El aludido rodó los ojos.
— Bien, eh... somos compañeros entonces.
— ¡Justamente! Pareces un repollo —le dijo.
— ¿Qué...?
— Bueno, en vez de discutir el aspecto de sus cabezas, deberían ir a la sala. Vamos a indicar lo que está sucediendo.
— Por supuesto, sargento pimiento —dijo Taylor.
Brian se acercó con discreción al sargento Mercury, y le tocó el hombro.
— ¿Estás bromeando, Freddie? Este tipo no pasa de los quince años. No debe tener nada de experiencia —le dijo.
— No puede tenerla si no lo dejas trabajar —le repuso el sargento—. Además por algo salió antes. Fue el único que se atrevió a pegarle con un tubo de gas al que había iniciado el tiroteo.
— Independiente de que sea fuerte con un tubo de gas, es un niño. Parece y actúa como uno —repuso.
— Mira, Brian...
— Mira, Brian, estoy escuchando todo, así que cierra el ano y cállate —dijo el rubio interrumpiendo y poniéndose entre Mercury y May, poniendo sus antebrazos en el hombro de cada uno—. No soy un niño, tengo veinte años, y créeme que de seguro tengo más pelotas que tú. Ahora, oí que venden papas fritas, ¿no hay nada para derretir chocolate?
— ¿Para qué quieres derretir chocolate si vas a comer papas fritas...? —preguntó Mercury con extrañeza.
— Para ponérselo encima, obvio —rodó los ojos—. Aunque amé el ketchup porque parece sangre, prefiero ponerle chocolate... la mayonesa parece semen y la mostaza cerumen de oído.
— Gracias por joderme los aderezos, Taylor —dijo Brian rodando los ojos.
— Cuando quieras, repollo —le dio una palmada en la espalda—. Nos vemos en la sala, adefesios.
El joven oficial se retiró ante la mirada confusa de los dos restantes. Brian volvió a mirar a Freddie.
— Está loco —le dijo.
— Esa es su particularidad —asintió este—. Tiene trastorno de bipolaridad y trastorno de personalidad límite, pero su locura lo hace un policía infalible.
— Te das cuenta que si le baja la locura va a matarnos a todos, ¿no? —preguntó Brian.
— Tranquilo, está medicado, además el psiquiatra de la estación dijo que estaba en condiciones de ejercer y de tener un arma. Estará loco, pero no es psicópata.
— Aún así me da desconfianza —aseguró Brian—. Tiene cero profesionalismo.
— Lo sancionaremos bajo cualquier infracción del protocolo —aseguró el sargento—. Pero nuestros superiores insisten en que es un prodigio y que nos haría bien trabajar con él.
— ¡Está demente!
— Brian, por Dios, recién lo conoces. Dale una oportunidad aunque sea —le dijo Freddie—. Por más que reclames, seguirá siendo tu compañero, ni siquiera es algo que decida yo.
— Yo trabajo solo.
— Lo sentimos May, alguien tiene que mantener a raya a este loco, y eres el más centrado de aquí.
— Va a interferir en mi trabajo.
— Eso lo controlas tú —le dijo con seriedad—. Es una orden.
— Bien —bufó—. Trabajaré con el loco de atar de Taylor.
— Bien —dijo Mercury—. Ahora dirígete a la sala de reuniones.
Brian asintió, sin saber cómo un enfermo mental podía ser policía y se dirigió al lugar, aún con el mal sabor en la boca que le provocaba trabajar con semejante personaje.
(...)
— Bueno, aún los forenses siguen intentando encontrar la identidad de la víctima del homicidio de anoche —habló el capitán Hutton—. No hemos encontrado por el momento a nadie con el mismo ADN.
— Quizás es un fantasma de la noche, que ha llegado a bailar sobre nuestras tumbas sin piedad, mientras nuestras almas se retuercen en dolor —habló Taylor, con los pies sobre la mesa.
— Me das un puto miedo, Taylor —le dijo el sargento Mercury.
— Muchas gracias —le guiñó un ojo con un notorio y perturbador orgullo. El capitán Hutton rodó los ojos, y Brian se notaba incómodo.
— En fin, también tenemos un desaparecido en la avenida sesenta y siete. La última vez que se le vio fue en la misma calle. Se llama Ronald Manson, treinta y dos años, cabello castaño y rapado, ojos del mismo tono, barba y piel blanca. Mandaré a Taylor y a May a investigar por si encuentran algo. Manson usaba una chaqueta de mezclilla color azul rey, con una camiseta Nike y pantalones de mezclilla negros. Además de zapatos de vestir. Eso fue la descripción que nos dio su esposa de lo último que usaba.
— Entonces también debió llevar un anillo —dijo Taylor, aún con los pies sobre la mesa—. Ya sabe, está casado. Necesito la dirección de la esposa.
— Usted acaba de llegar, no dará órdenes —interrumpió Hutton.
— No sea estúpido, ¿acaso tiene gelatina en la cabeza en vez de cerebro? Porque la gelatina sabe muy rica, la verdad, y si es así podría hacer como en Indiana Jones y sacarse la cabeza para que le quitemos el cuero cabelludo y poder comernos sus sesos —dijo el rubio.
— Nuevamente, me aterras, Taylor —le dijo Mercury.
— Por Dios, eran costumbres Hindú, comer sesos de mono. ¿Cuál es la diferencia entre comerlos de humanos? Los modos tienen similitudes únicas con nosotros, ¿no es lo mismo acaso? ¿Y no era un hindú al que mataron anoche? —dijo.
— Cierto punto tiene —masculló la oficial Austin.
— En fin, ese no es el punto. Taylor no sabe hilar ideas, por lo visto —dijo Hutton—. La cosa es que los quiero en la avenida sesenta y siete para investigar.
— Claro, cap —dijo el rubio.
— Bien, pueden retirarse.
— ¡Oh! ¿Sabe que sería genial? —preguntó Taylor—. Que lo congelaran setenta años, sería El Capitán América y le pasearía el culo a los nazis.
— ¿Cuánto tienes, cuatro? —le preguntó Brian.
— Veinte. Mentalmente dos, amorosamente, la edad que quieras, guapo —le guiñó un ojo. Brian volvió a rodar los ojos.
— Mejor vamos a investigar —le dijo tomando su gorra.
— ¡Vámonos! —exclamó el rubio—. Nuestra primera misión. Brian y Roger, los policías con mayor vida sexual que el idiota de las cincuenta sombras de Grey.
— Cállate un rato, por favor —pidió el rizado con cansancio, mientras ambos salían de la sala de reuniones.
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