||Capítulo 1||
Grandioso, había sido rechazada en otro trabajo. A fin de cuentas, la vida en San Francisco no era color de rosa, como yo había pensado en un primer momento. Ni siquiera me era posible conseguir un maldito empleo a medio a medio tiempo, y mis estudios no iban a pagarse por sí solos...
Podría haberle pedido ayuda a mis padres, pero hubiera sido como pedirle peras al olmo. Ellos estaban en una situación peor que la mía, tapados hasta el cuello con deudas y la hipoteca de la casa que tenían en Idaho.
No me quedaba más opción que inhalar profundo, exhalar con calma, y dirigir mis pasos hacia el banco. Un pequeño préstamo salvaría mi trasero durante algún tiempo... Maldición, ya estaba siguiendo los pasos de mis padres; contraer deudas parecía una cosa de familia.
-Tranquila, Sheryl... cuando consigas un trabajo, todo mejorará...- me susurré a mí misma, mientras salía de la cafetería en la cual acababa de ser rechazada.
Me acomodé el abrigo y me coloqué mi gorro, ocultando parte de mi cabellera castaña. Odiaba esa época del año, el frío me ponía de un humor horrible. Bueno, en uno más horrible de lo normal.
Decidí que mi visita al banco podía esperar. Necesitaba llegar a mi departamento y beber algo caliente para relajarme un poco. Quería hablar con alguien para contarle mis problemas y desahogarme, pero realmente no tenía a nadie con quién hacerlo. Pensé en Keyla, compañera de estudios de la universidad, pero no éramos necesariamente amigas. Nuestra relación más bien se mantenía dentro de lo "estrictamente profesional".
Mientras me compadecía de mí misma por ser una maldita antisocial desempleada, el móvil comenzó a vibrar en mi bolsillo.
Lo desenfundé con rapidez y atendí, sin siquiera mirar quién llamaba.
-¿Diga?- fue lo primero que salió de mi boca.
-¿Esa es forma de atenderle a tu madre?- soltó una voz conocida desde el otro lado de la línea.
-Ah, eres tú mamá- resoplé con frustración. En el fondo había rogado por que fuera alguien que me diera la buena noticia de que mi solicitud de empleo había sido aceptada...
-Adoro tu entusiasmo, hija. Temo que si te llamara más seguido, reventarías de la alegría...- dijo ella, con sarcasmo.
-¿Sucedió algo?- la corté en seco. Siempre que ella llamaba, era porque necesitaba algo de mí.
-Llamaba para preguntarte cuándo vendrás de visita. Pinestone no es lo mismo sin ti, querida. Yo... quiero decir, tu padre y yo te echamos de menos.
Me tomé la cabeza con mi mano libre y aceleré la marcha inconscientemente. No podía creerlo, era la enésima vez en tan sólo un mes que ella llamaba para reclamarme por ese tema.
-Mamá, estoy muy ocupada con los estudios. No puedo viajar ahora, iré en cuanto tenga unas vacaciones, ¿sí?- le dije, un tanto fastidiada.
Me acercaba a un cruce peatonal, el semáforo estaba en rojo. Si apretaba el paso un poco más, lograría cruzar antes de que pasara a luz verde.
-Pero eso dijiste la última vez que tuviste unas vacaciones, y al final nunca viniste. Hija, te mudaste a San Francisco hace dos años, y desde entonces sólo has venido, ¿cuánto, tres veces? Shy, el tiempo pasa, y tu madre se vuelve vieja. Tal vez el día de mañana te acuerdes de mí, y yo ya estaré metida en un geriátrico... o algo peor...
Dios, mi madre podía llegar a ser muy melodramática cuando quería. Estaba a punto de contestarle, cuando un estridente sonido me sacó de mi ensimismamiento. ¿En qué momento había llegado a la calle?
No lo sé, no lo había notado.
El ruido del claxon venía de mi izquierda. Giré la cabeza en esa dirección, y una potente luz blanca me encegueció. La voz de mi madre se seguía oyendo en el celular, llamando mi nombre.
La luz se hizo más potente, más cercana...
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-¿Shy? ¿Shy?- repetía mi madre, a lo lejos -. Sheryl Garret, apresúrate o llegarás tarde al colegio.
Me encontraba desorientada, con la vista centrada en un lavamanos de un brillante color blanco. Tenía sabor a menta en la boca y un cepillo de dientes en la mano.
Reconocí el lavabo casi al instante: era el de la casa de mis padres, el que se encontraba en el baño de arriba. Tenía las manchas de sarro de siempre, y la canilla goteaba produciendo un particular sonido, el cual recordaba a la perfeción.
¿Cuándo había regresado a Idaho? No me acordaba de haber viajado hasta allí.
Escupí la pasta de dientes que tenía en la boca y levanté la vista. Un poderoso grito se escapó de mi garganta en cuanto vi lo que el espejo estaba reflejando.
Era yo misma, sí... pero de niña.
-¿Shy, qué pasó?- indagó mi madre desde el piso de abajo, con preocupación.
Dejé caer el cepillo al suelo, abrí la puerta del baño de un tirón y bajé las escaleras a la carrera. Abajo, me topé con ella, con mamá. Pero definitivamente se veía más joven.
-¿Cuántas veces te dije que no bajaras las escaleras corriendo? Vas a matarte un día de estos...- suspiró ella.
-M... mamá, ¿qué año es?- indagué, con tono desesperado.
-¿Qué pregunta es esa? Estamos en el 2002, obviamente- contestó ella, visiblemente extrañada.
No podía ser posible. Hace tan sólo un segundo atrás estábamos en el 2018...
-¿Qué edad tengo?- continué.
-Tienes diez. Y si planeas seguir cumpliendo años, mejor te vas a la escuela ahora mismo...
¿¡Qué demonios estaba pasando!? Sentí que me desmayaría en cualquier momento. Las piernas me temblaban y me bizqueaban los ojos.
Mi madre se acercó con mi mochila y mi lonchera y me llevó hasta la puerta de salida.
-Cuídate. Y mantente abrigada, la época de nevada se acerca y el frío es terrible.
Ni reaccioné cuando ella cerró la puerta en mi rostro y me dejó fuera. Medité mi situación, y luego de unos momentos llegué a la conclusión de que todo esto era un sueño. Me pellizqué el rostro y los brazos repetidas veces, me abofeteé a mí misma, y salté de aquí para allá lo más que pude para tratar de despertarme. Pero nada funcionó.
-No... no, no, no... Esto no puede ser cierto- dije, completamente anonadada.
¿Realmente había regresado a los diez años? Era imposible. ¿Tendría que volver a vivir doce años de mi vida? No, me negaba a creerlo.
Tal vez alguien en la escuela podría ayudarme. Era ilógico pensar eso, pero no se me ocurría ninguna otra idea. Mi madre jamás me creería que viajé en el tiempo, y que de hecho tenía veintidós años y estaba atrapada en mi cuerpo de diez. De hecho, nadie creería eso. Ni yo me lo creía.
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Caminé con paso apesadumbrado. Mi cuerpo se sentía extraño, excesivamente ligero y pequeño. Y mi voz sonaba insoportablemente aflautada.
Pinestone se veía exactamente igual que cuando me fui de allí. Bueno, había algunos detalles que diferían; en 2002 aún no había ningún Starbucks en la zona.
Las calles estaban poco transitadas a esa hora de la mañana. Sólo se divisaban algunos niños que, al igual que yo, iban hacia la escuela.
-Pinestone Elementary School- leí en voz alta, contemplando el cartel que descansaba sobre la entrada -. Mi vieja enemiga, nunca creí que volveríamos a vernos...
Un chico pasó a mi lado y me miró extrañado. Le devolví la mirada y sin darme cuenta, le saqué la lengua. Ugh, ya se estaba despertando mi mecanismo de defensa infantil...
Fue muy extraño volver allí. Reconocí los rostros de algunos maestros, y sentí cierta emoción sacudir mi pecho. Los ojos se me humedecieron un poco, pero me las arreglé para ocultarlo.
Me encaminé hacia la que debía ser mi aula ,y entré con paso desconfiado. La maestra, llamada Cecilia Dixon, me observó con reproche desde su escritorio. Tras observar su reloj con gesto impaciente, me habló con tono enfadado.
-Señorita Garret, llega tarde. Quince minutos tarde- comenzó -. Lo dejaré pasar ésta vez, pero espero que no vuelva a repetirse. De lo contrario, tendré que ponerte una amonestación.
Luego, sin siquiera darme tiempo a responder, me señaló mi pupitre y me mandó a sentar. Dudé durante algunos instantes, pero al ver la expresión de Dixon, me apresuré a obedecerla. Increíble, veintidós año y me regañaban como si fuera una niña... qué fastidio.
Cuando tomé asiento, me dispuse a observar a todos mis antiguos compañeros. Junto a mí, del lado derecho, estaba Wade Johnson, un idiota que solía dedicar todas las clases a comerse los mocos.
A mi izquierda estaba Dana Bradley, la insoportable niña que hacía lo que fuera por tener amigos y ser popular. Recordé que más de una vez ella me había tenido como blanco de sus burlas, y la sangre me hirvió en las venas.
Había más caras conocidas, pero no me acordaba de todos los nombres.
En ese momento, alguien irrumpió en el salón. Era un niño rubio, bastante alto para su edad, y con unos impactantes ojos grises. No lo recordé de inmediato, y no fue hasta que la maestra dijo su nombre que las memorias vinieron a mi mente.
-Chester Jacobs, es la tercera vez en esta semana que llegas tarde- advirtió Dixon.
-Lo siento... mi abuela no se sentía demasiado bien esta mañana...- se excusó él, agachando la cabeza.
-Tendré que llamar a tu abuela para comprobar eso, ¿sabes?- soltó ella, poniéndose de pie -. Niños, esperen aquí. Volveré en un segundo.
Y dicho eso, salió por la puerta. Chester caminó hasta su pupitre sin levantar la mirada. Los murmullos se hicieron eco a su paso; la mayoría creía que él estaba mintiendo. Tomó asiento detrás de Dana, y no pasó un segundo antes de que ella se volteara y comenzara a molestarlo.
-Qué casualidad que tanto tú como la enana hayan llegado tarde el mismo día...- comentó.
Apreté los dientes con fuerza. Había olvidado que me llamaban con ese apodo durante la primaria.
-¿Qué insinúas?- indagué, cruzando los brazos sobre mi pecho.
-Que tú y el citadino están en algo... ¿Ya se estuvieron besando?- se burló ella.
"Contrólate, que eres adulta" me dije. No podía creerlo, me estaba peleando con una niñita malcriada...
Miré a Chester buscando apoyo, y noté que se había sonrojado y había desviado la mirada.
-Madre santa, qué infantiles...- solté, rodando los ojos y devolviendo la vista al frente.
Me resigné a lo que sería mi primer día de escuela... si es que puedo llamarlo así. Tenía que encontrar una solución rápido, debía hallar el modo de volver a mi propio tiempo...
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