Capitulo Diez

Por primera vez desde que había dejado las calles de Bellassa, Trever se sentía como en casa.

Los Borrados le recordaban a los amigos que había hecho en el mercado negro. Seguro, no querías preguntar a los hermanos, Gilly y Spence, qué hicieron antes de ser Borrados, pero él no tenía problema con eso. Estaba acostumbrado a que la gente ocultase su pasado.

Gilly y Spence no hablaban mucho. Eran pequeños, compactos y armados hasta los dientes con diversas armas improvisadas en las que confiaban más que en cualquier bláster. Keets Freely era el hablador. Ese tipo podía darte la lata con hechos acerca de los subniveles de Coruscant: Cómo habían existido siempre al margen de la ley. Cómo la seguridad no penetraba tan abajo. Millones de habitantes confiaban en sus propias habilidades defensivas o en equipos de vigilantes para proteger barrios y estructuras individuales de apartamentos con sus cientos de habitantes.

Según Keets, desde que el Malvado Imperio asumió el control, las cosas sólo habían empeorado. Antes de las Guerras Clon, al menos el Senado trataba de evitar que el lugar se desmoronase. Enviaban abajo a los equipos de droides para realizar reparaciones ocasionales. Incluso establecieron clínicas médicas para los pobres patanes que tenían que vivir allí. Pero ahora, con el nuevo Senado ambicioso, a nadie le importaba. Así que los millones de seres atrapados en los subniveles viajaban en grupo y guardaban arsenales de armas para protegerse.

Trever podía haberse saltado la conferencia y haber pillado la cuestión principal: vigila tu espalda.

Advirtió que Ferus no estaba demasiado contento con guiar a los Borrados hacia abajo. Habían viajado durante horas hasta que estuvieron muy lejos del Senado y de la Ciudad Galáctica, y todo en lo que Ferus podía pensar era en el Jedi que estaba buscando. Honestamente, estaba un poco obsesivo con eso. Pero aun así, Trever nunca había conocido a nadie de quien sintiese que podía depender como Ferus. Valía la pena quedarse cerca.

Sus planes eran imprecisos. Tenían que serlo. El grupo había decidido dirigirse hacia abajo, todos ellos apiñados en un gran deslizador, y recoger información a lo largo del camino. Ya que había tantos rumores acerca de Solaz, estaban seguros de que encontrarían el camino hasta allí.

Por supuesto, alguno de los rumores era bastante extremo.

Número uno: Solaz era un lugar en la corteza que había escapado el auge de los edificios monolíticos en Coruscant. Tenía árboles y lagos y estaba abierto al cielo, sin nada encima de él.

Y si crees en eso, pensó Trever, crees en ángeles espaciales.

Número dos: Solaz fue construida hace siglos en la corteza, un lugar maravilloso de palacios y torres donde todos eran bienvenidos, todo era valorado, y todo era gratis. Claro, y el Emperador es un tipo humilde cuidando del bienestar de todo el mundo y la galaxia es un jardín floreciente.

El único rumor en el que Trever creía verdaderamente era el hecho que ya sabían: Solaz era difícil de encontrar.

Al final de un largo día de no haber descubierto básicamente nada, Rhya Taloon se desabrochó sus pistoleras para ponerse cómoda y se acostó en el jergón en la casa de huéspedes que habían alquilado para pasar la noche. Gilly y Spence estaban ocupados limpiando sus armas mientras Trever yacía en el otro jergón, y Ferus extendía su capa en el suelo a modo de cama.

—Esto no nos lleva a ninguna parte —anunció Rhya hacia el techo. Colocó la punta su bota en el talón opuesto y se quitó una bota, luego la otra. Aterrizaron con un golpe en el suelo.

—Tienes que hacer muchas preguntas antes de obtener respuestas auténticas, dulzura —dijo Keets mientras se sentaba a horcajadas en una silla—. Puede que no lo veamos, pero tenemos piezas del puzle.

—¿Tenemos? —Ella agitó una mano en el aire—. Todo lo que he oído hoy era ruido.

—Hay una cosa que seguimos escuchando. La corteza. Eso está abajo del todo, algunos dicen que está incluso debajo de la corteza.

—Eso es cierto —dijo Ferus—. Ese es el hilo común.

Oryon agitó hacia atrás su enmarañada melena. Estaba en su posición habitual de descanso, en cuclillas en el suelo. A Trever le parecía incómodo, pero Oryon parecía encontrarlo relajante.

—Siempre hay una semilla de verdad aun en el rumor más exagerado. Keets podría estar en lo cierto.

Gilly y Spence alzaron la mirada de sus armas y asintieron.

—Tiene que haber una primera vez —dijo Hume. Era el hombre humano alto que había sido oficial del ejército de la República.

Keets le hizo un saludo.

—Incluso un crono roto funciona dos veces al día.

—Así que deberíamos ir directamente a la corteza —dijo Curran—. Dejar de perder el tiempo.

—Suena como un plan —dijo Hume—. Odio perder el tiempo.

Todo el mundo miró a Ferus.

—Estoy de acuerdo —dijo.

—¿Alguien ha estado alguna vez tan abajo? —preguntó Keets.

—¿Estás bromeando? —preg

untó Rhya—. Nunca salí de la Ciudad Galáctica —bajó la mirada hacia las pistoleras del suelo—. No obstante, tampoco disparé un bláster nunca Oryon comprobó su arma.

—Bueno, prepárate. Pronto podrías tener un montón de oportunidades.

Salieron hacia la corteza con las primeras luces.

Descendieron pasando subnivel tras subnivel. Allí no había vías espaciales, sólo pilotaje difícil. Ferus pilotó el deslizador, sin hablar, concentrándose en evitar los otros deslizadores agresivos que encontraba así como sensores rotos que surgían repentinamente delante de él, plataformas de aterrizaje desmoronadas, y pasajes estrechos.

Coruscant había sido construido de la superficie hacia arriba. Cuando los niveles se habían vuelto demasiado abarrotados para soportarlo, se construyeron más niveles por encima. Más edificios, más infraestructura, más centrales eléctricas, más pasarelas. Cuanto más profundo iban Ferus y los otros, más antiguas se volvían esas estructuras.

Dejaron el deslizador en una plataforma de aterrizaje que había sido apuntalada con vigas de duracero y madera. Mirando alrededor, Trever podría ver que improvisación era el nombre del juego cuando había que construir allí abajo.

Allí en la corteza, entraban en un siglo que estaba comprometido con la grandeza. Esos seres de hace mucho tiempo construyeron sus edificios de piedra, de cientos de pisos de altura, con esculturas intrincadas y balcones, torretas, y torres. La piedra de los edificios estaba agrietada y desmoronándose. A menudo fueron reforzados con desechos de metal o madera. Sus calles eran serpenteantes y estrechas, con callejones saliendo de callejones en un confuso laberinto.

Allí no había sistemas oficiales en absoluto ni electricidad, ni agua, ni luz, ni ventilación que no estuviera alimentada por generadores privados. Bajaron andando a través de un estrecho pasaje arqueado. La piedra bajo sus pies estaba agrietada y dividida, algunas veces con fisuras que tenían metros de ancho. Saltaban cuando tenían que saltar y evitaban los huecos. Eran los únicos seres por las calles. Aunque por encima de ellos los soles no se estaban poniendo, parecía como si fuese de noche. El aire era oscuro y cerrado.

Eso era aquello: el fondo de Coruscant. El más bajo nivel conocido.

Si no encontraba allí Solaz, no había ningún otro lugar al que ir.

Trever esperaba que hubiese seguridad en ser numerosos. Los Borrados parecían traicioneros. No podía imaginarse que nadie quisiese enredarse con ellos.

Se encontró desacelerando los pasos. Se sentía obsesionado por lo que estaba arriba. Era como si pudiese sentir la presión de millones de vidas por encima de él, los millones de estructuras y máquinas, una matriz enteramente imposible de zumbante vida por encima de su cabeza, de millones de corazones latientes.

Era suficiente para asustarle seriamente.

—Estás inusualmente callado, joven compañero. —Keets se puso a su lado.

—Todo esto parece tan pesado —dijo Trever.

—¿Te refieres a todo por encima de tu cabeza? —rió Keets—. Sí, ya veo lo que quieres decir. Es algo opresivo.

—¿Y quién vive aquí abajo? —preguntó.

Keets se encogió de hombros.

—Inmigrantes de otros mundos, esos que vinieron aquí esperando hacer las cosas mejor. Esos que perdieron todo, esos que no tienen otro sitio donde ir. Sólo criaturas vivas, intentando vivir. Y aquellos que les dan caza.

—Y esos que buscan el maravilloso mundo de Solaz —dijo Trever.

Keets rió. Entonces, repentinamente se acercó y empujó a Trever con fuerza. Trever cayó al duro suelo.

—Oye, qué…

Entonces los vio. La banda se había materializado, aparentemente por arte de magia, pero Trever ahora veía el estrecho pasaje que desembocaba en el camino arqueado. Keets le había apartado de un dardo aturdidor justo a tiempo. Trever alzó la vista y vio que Oryon ya había cogido el bláster ligero de repetición de la pistolera de la espalda. Keets tenía una pistola láser en su mano. Trever vio los rayos de fuego láser en la oscuridad, una cortina de fuego estable, mientras la banda avanzaba. Había al menos quince de ellos, cada uno con una apariencia más brutal que el resto.

Ferus ya estaba corriendo, con su sable láser balanceándose en un arco continuamente en movimiento. Los atacantes quedaron claramente alarmados por la ferocidad y el poder que exhibía, sin mencionar el fuego láser que repentinamente volvió hacia ellos. Siguieron disparando mientras se retiraban, gritando maldiciones a Ferus y prometiendo matarle. Oryon y Hume mantuvieron la posición en el flanco de Ferus, cada uno de ellos disparando sus armas. Keets y Rhya estaban ligeramente rezagados, mientras Gilly y Spence se separaron y comenzaron a perseguir a la banda mientras dejaban de disparar y escapaban.

Trever comenzó a ponerse en pie. Las fisuras y las grietas eran más anchas allí, y su pie quedó atrapado en una grieta cuando se movió. Molesto, trató de sacarlo, pero estaba atascado. Trever se agachó para ver de cerca la grieta.

Una cola gruesa y escamosa se había enroscado alrededor de su tobillo.

Trever dio un grito de sorpresa y trató de sacar su pierna. La criatura enrolló otro pedazo alrededor de su tobillo y tiró con fuerza. Trató de darle una patada, pero eso sólo lo apretó más fuerte.

—¡Ferus! —llamó Trever. Pero Ferus estaba por delante, con Rhya y Hume, y no le oyó.

Miró hacia abajo de nuevo, y esta vez vio el ojo mortal de la criatura con la mirada fija en él. No creía que el concepto de misericordia existiese en el universo de esa criatura. Dio un tirón repentino, y Trever se hundió en la grieta hasta las caderas. Ahora su otra pierna estaba colgando dentro de la grieta, y desechó la pregunta de si esta criatura tendría un compañero. Pateó y se contorsionó, golpeando ahora a la criatura con un puño mientras con la otra mano intentaba encontrar algo, cualquier cosa, en su cinturón de utilidades.

Trever sintió los contornos familiares de una carga alfa.

Sus dedos tantearon mientras trataba de ajustar la carga. Logró hacerlo, pero la criatura tiró fuertemente, y la carga salió rodando de sus dedos y cayó en la negrura. En el destello de luz vio un cuerpo de reptil con escamas que parecían duracreto. La boca de la criatura parecía ser lo suficientemente fuerte como para romperle en dos.

Repentinamente algo pasó silbando por su oreja. Captó el destello de un vibrocuchillo mientras giraba a través del aire hacia un blanco perfecto en la cola. Se hundió hasta la empuñadura. La gruesa cola se soltó repentinamente, y Trever escuchó el sonido de la criatura marchándose reptando.

—Babosa de Duracreto —dijo Keets, tendiéndole una mano e izándole—. Aproximadamente de diez metros de largo, por su apariencia. Excavan en la piedra. Mejor estar alerta.

—Gracias por la advertencia. —Trever se sacudió el polvo de los pantalones.

Ferus llegó corriendo.

—¿Qué ha pasado?

—No mucho. Casi fui estrangulado por una babosa enorme. Nada por lo que debas preocuparte —dijo Trever. No sabía por qué se sentía tan irritado porque Ferus no le hubiese salvado. Ferus había estado caminando más adelante, sin preocuparse por Trever en absoluto.

—Oye, lo siento. Gracias —le dijo Ferus a Keets.

—Claro. Me debes un vibrocuchillo. —Keets sonrió abiertamente, sus dientes blancos entre la suciedad que le cubría la cara.

—Encontramos un lugar que podría darnos alguna información —dijo Ferus.

Los demás se habían detenido delante de dos columnas de piedra medio desmoronadas. Un chisporroteante cartel de luces láser decía: LA POSADA DEL SUBMUNDO. Lo observaron mientras Ferus, Trever, y Keets se acercaban.

—No es tu establecimiento de mejor categoría —dijo Rhya.

—Necesitamos una cama para pasar la noche —dijo Ferus.

—Y donde hay camas, hay bebida —dijo Keets—. Y donde hay bebida, hay rumores.

—Hagamos la prueba —dijo Ferus—. Pero mantener vuestras armas cerca.

Empujaron la puerta de piedra. Entraron en un gran espacio circular formado por arcos de altura imponente. El suelo y el techo de piedra hicieron eco de sus pasos. Enormes gárgolas alienígenas les observaban sobre sus cabezas con lo que

parecían ser maliciosas intenciones.

—Hogareño —comentó Hume. Se acercaron a un pequeño escritorio maltrecho que era empequeñecido por sus alrededores. Un dependiente se sentaba detrás, profundamente dormido. Ferus se aclaró la garganta, pero no se movió. Oryon golpeó el mango de su rifle láser en el escritorio, y el dependiente se despertó sobresaltado.

—¡Fuego! —gritó.

—Nada de fuego —dijo Ferus—. Sólo algunos clientes.

—Oh —el dependiente se enderezó—. Ah, sólo tenemos un par de habitaciones disponibles. Tendréis que compartirlas.

—Bien.

—Coste extra por toallas y agua.

—¿Extra por el agua?

—Es difícil conseguir agua aquí abajo.

—Está bien, está bien.

Ferus estaba a punto de sacar sus documentos falsos de identidad, pero el dependiente agitó una mano para descartarlo.

—Sólo créditos. No necesitamos documentos de identidad.

—Pensaba que era la ley.

El dependiente alzó una ceja, como si Ferus fuese un nuevo recluta en un ejército muy viejo.

—Aquí abajo no hay ley. Si aún no has descubierto eso, lo siento por ti.

Pagaron los créditos, y entonces Hume preguntó:

—Tenemos algunas gargantas secas por aquí. ¿Alguna recomendación?

El dependiente encogió un hombro en dirección a un umbral.

Abrieron la puerta y entraron. La cantina era pequeña pero el techo era alto, lanzando profundas sombras por todo el espacio. Para sorpresa de Ferus, el lugar estaba casi lleno. Humanoides y otras criaturas sentadas en la barra o en mesas pequeñas que abrazaban las sombras. Las armas eran exhibidas claramente en las mesas.

—Me recuerda a un lugar al que solía ir en la Ciudad Galáctica llamado ’Dor, sólo que peor —comentó Keets.

Ferus asintió. Había estado en ’Dor con Siri, como un Pádawan que había intentado muy duro no ser intimidado por la atmósfera. Los desechos de la galaxia iban allí a beber, comprar o vender información, y contratar a los cazarrecompensas. Una vez se había llamado el Esplendor hasta que la mayor parte de sus letras láser habían sufrido un cortocircuito, y todo el mundo simplemente lo llamaba ’Dor.

—Diría que deberíamos tomar asiento —aconsejó Hume—. Estamos atrayendo algo de atención aquí.

—No es algo malo necesariamente —dijo Oryon—. Podría conseguirnos algunas respuestas.

Se sentaron alrededor de varias mesas pequeñas y encargaron bebidas y comida. Vieron que estaban siendo observados. Ferus tomó un pequeño sorbo de su bebida, luego se levantó y se la llevó hacia la barra para ver si alguien estaba de humor para charlar. Mientras tanto, Keets entabló conversación con la mesa al lado.

Comieron la comida, acabaron cuatro teteras y hablaron con casi todas las personas del bar, pero nadie fue capaz de obtener direcciones hacia Solaz. Todo el mundo había oído hablar de eso, pero nadie sabía dónde estaba. Finalmente, la cantina se despejó y tuvieron que reconocer la derrota. Trever se había estado sintiendo adormilado durante algún tiempo. Bostezó.

—Podríamos dormir un poco —dijo Ferus.

El cuarto era grande, con jergones, un baño y un lavabo que echaba agua amarilla. Los jergones eran simplemente tablas con una manta por encima. No era la cama más incómoda en la que Ferus había dormido, pero definitivamente estaba entre las diez primeras.

—Se giró sobre un lado y vio el pelo desgreñado de Trever sobresaliendo de su manta. Se sentía mal por no ser el que ayudó a Trever antes. Se había asegurado de que Trever estaba a salvo durante la batalla, luego se concentró en sus atacantes. Había oído el grita de Trever, pero cuando él había echado a correr, Keets estaba ya allí.

No podía estar allí para él todo el tiempo. O eso trataba de decirse a sí mismo.

No sabía dónde empezaba o acababa su responsabilidad con el niño. Sabía, por supuesto, que Trever apenas era tan autosuficiente como hacía ver. Si bien el chico había vivido por sí mismo durante años, ocasionalmente necesitaba de guía, alguien que velara por él.

¿Era ese su trabajo?

Si todavía fuese un Jedi, si la galaxia no hubiese cambiado, sería lo suficientemente mayor para tener un Pádawan. Pero Trever no era su Pádawan. Ferus no tenía la conexión con él que tendría un Maestro Jedi. No tenía la conexión que había tenido con Siri. Le perdía la pista ocasionalmente. Y no podía decir lo que estaba pensando o sintiendo.

Era mejor que partieran, que encontrase un refugio para Trever así él podría crecer sano y seguro. Incluso amado, si eso era posible.

Porque Ferus simplemente continuaría enterrándolos más profundo en complicaciones y peligro. No era justo para Trever. Hoy había sido una babosa del duracreto de diez metros. ¿Pero qué traería mañana traería, y pasado mañana?

Con esos pensamientos inquietantes, Ferus se sintió a sí mismo resbalando hacia el sueño. La suave respiración en el cuarto le dijo que los demás habían sucumbido, a pesar de las camas duras y planas.

Repentinamente escuchó un ruido. Ferus puso la mano sobre su sable láser, pero pronto vio que era Trever, gateando hacia él lentamente para no despertar a los demás. Se detuvo a lado de la cabecera del jergón, con los ojos brillando.

—Sé dónde encontrar Solaz —dijo.

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