Capitulo Cuatro
El turboascensor funcionaba como la seda. Era un pedazo de suerte. Descendió hasta el área de almacenamiento y se abrió. Ferus estaba preparado, con su sable láser listo para usarse, para lo que fuese que esperaba al otro lado de la puerta. Pero se abrió a un pasillo vacío.
Dio un cuidadoso paso adelante. No solo vacío, sino… polvoriento.
Prestó atención al sonido, al movimiento. Trajo la Fuerza hacia él y la extendió. Cierto, su sentido de la Fuerza todavía estaba oxidado a veces, pero no recibió nada. Seguramente, si esto fuera una prisión, habría recogido ecos de la Fuerza Viva, sin importar cuán débil. Especialmente de otros Jedi.
—Pareces preocupado —murmuró Trever—. Y cuando te preocupas, me preocupo.
—No siento nada —dijo Ferus.
—¿Eso es todo?
—Para un Jedi, eso lo es todo.
Avanzaron cautelosamente. Ferus no estaba tan familiarizado con esta área como con otras. Estaban en los niveles más bajos del Templo. Todos los Pádawans estaban obligados a darse una excursión extensiva por el Templo, desde la cima hasta la base, y familiarizarse con el trazado, pero Ferus solo había visitado las áreas de almacenamiento de vez en cuando.
Afortunadamente era un trazado estándar, pasillos paralelos que conducían a cuartos de almacenamiento de diversos tamaños. Fueron caminando, inspeccionando uno tras otro.
Vacíos.
Vacío excepto por depósitos desparramados, objetos aleatorios almacenados aquí y no asaltados porque no eran de valor, toallas, lonas. Jabón. Barras luminosas y servomotores. Mantas.
—Supongo que el Imperio encontró el tesoro —dijo Trever—. ¿Pero tal vez pasaron algo por alto? ¿Nada aquí abajo?
—¿Qué tesoro? —preguntó Ferus.
—El tesoro que tenían los Jedi —dijo Trever—. Sabes que la Orden era rica. Todos esos pagos de los mundos que protegían…
Ferus estaba furioso.
—Esa fue una mentira contada por el Emperador. Los Jedi nunca recibieron ningún pago por sus servicios. Palpatine intentaba poner a la galaxia en contra de los Jedi para justificar sus crímenes. ¡Y ahora repites las mentiras!
—Oye, Ferus, cálmate. ¿Cómo se supone que iba a saber que era una mentira? Todo el mundo lo decía.
—Todo el mundo dice que el Emperador está de su lado.
—Excelente argumento. En muchos sentidos, ésta era la peor consecuencia de la Orden 66, la que había destruido a los Jedi. La historia había sido reescrita. Las mentiras de Palpatine habían cambiado la manera en la que la galaxia veía a los Jedi. Sus vidas de servicio se habían convertido en ansia de poder. Su desinterés se había convertido en avaricia.
—Lo siento —dijo Trever, mirando la expresión de su cara—. Oigo la palabra «tesoro» y comienzo a salivar en exceso. Ya me conoces… —trató de sonreír, pero sus ojos estaban preocupados—. Olvidas que soy un ladrón.
—Ya no —dijo Ferus. El momento de cólera pasó. Miró a su alrededor—. No lo entiendo. Éste es el lugar lógico para la prisión. Y el rumor de la calle dice que los Jedi están abajo, en los cuartos de almacenamiento del Templo.
—¿Hay algún otro sitio donde pudieran retenerlos?
Ferus sacudió la cabeza.
—Cualquier cosa es posible, pero… —se detuvo. Mientras pasaban el cuarto de almacenamiento más grande, pensó que había captado un destello de luz de un reflejo.
Cautelosamente, avanzó. No había Fuerza Viva aquí. Pero había… algo.
Alzó su vara luminosa.
Le llevó un momento distinguir los montones, la confusión de objetos. Filas y filas desaparecían en la oscura luz por las esquinas del vasto espacio.
Sables láser.
Ferus sintió que perdía el aliento y se le paraba el corazón. No podía moverse. Trever, sintiendo su emoción, se retiró. En un raro despliegue de tacto, no dijo nada.
Ferus avanzó. Su bota golpeó la empuñadura de un sable láser, y se sobresaltó. Se inclinó para recogerlo. Recorrió con los dedos la empuñadura. No lo reconocía. Lo puso cuidadosamente en el suelo.
Fila tras fila… pilas y montones, algunas colocadas pulcramente, sin duda para la identificación.
—¿Cuántos? —murmuró.
Se inclinó para recoger una empuñadura aquí, otra allí.
Aquí estaba la prueba. El Imperio debe haber coleccionado los sables láser cuando pudieron, pero con qué propósito, no estaba seguro. Para identificar Jedi, quizá. ¿Pero quién podría reconocer las empuñaduras a parte de otro Jedi? O quizá tenían la intención de estudiar los sables láser para poder usarlos como arma algún día.
Después de todo, Obi-Wan le había dicho que el Emperador Palpatine era un Sith. Darth Vader era su aprendiz. ¿Quieren crear un ejército Sith?
¿Pero qué importaba eso? Había un golpeteo en su interior, metal contra roca. Algo feroz y elemental. La pena estaba golpeándole.
Así es como funciona esto, se percató. Cada vez que crees que has comprendido tu dolor, vuelves a quedar cegado. Te deslizas de vuelta a tu furia y tu incredulidad.
—Todos ellos —dijo caminando—. Tantos. —Y cada uno representaba una noble vida, perdida. Y entonces vio lo que temía: el sable láser de alguien al que amó. Lo recogió. Lo conocía bien. Incluso había tratado de arreglarlo. Poco había sabido entonces que un favor para un amigo acabaría siendo el principio del fin de su carrera como Jedi.
Tru
Veld había sido su amigo. Tru había sido el amigo de todos: Su ojos plateados, su gentileza, la forma en la que iniciaba una conversación por el medio y daba vueltas hasta el principio. La manera en la que había sido el que dejó pasar la manera estirada de Ferus dentro de su corazón.
No sabía qué hacer con el sable láser. No podría soportar el dejarlo. Pero, mirando a su alrededor, Ferus se dio cuenta de que Tru querría que yaciese con los demás. Lo colocó amablemente donde estaba.
Algún soldado de asalto, algún oficial, algún clon sin rasgos, algún arma brutal, del aire o la tierra, había acabado con la rebosante vida y el generoso corazón de Tru Veld. Para el Imperio solo había sido otra marca, otro Jedi caído. Otro paso hacia su meta. Para Ferus, él había estado lleno de complejidades, ideas, esperanzas, pasiones y voluntad. Había sido único y lleno de vida. El hecho de que se hubiese ido… aquí estaba otra vez, ese sentimiento de algo siendo demasiado real, y aun así imposible al mismo tiempo.
—Ferus —dijo Trever urgentemente—. Oigo algo.
Y él también debería haberlo oído, si el rugido del pesar no hubiese estado en sus orejas.
Un escuadrón de soldados de asalto, por el sonido.
Se giró a su alrededor, buscando lo que debería haber sabido que estaría allí.
—Una alarma silenciosa —dijo.
Sabía la forma en la que trabajaban los imperiales. Se había opuesto a ellos durante meses en Bellassa. Debería haber sabido esto.
—Propagan rumores —dijo—. Quieren que todo el mundo piense esto es una prisión Jedi. Saben que cualquier Jedi con vida vendrá —se giró hacia Trever—. Ahora lo entiendo. Esto no es una prisión. Es una trampa.
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