2. Repercusión
Quietud amansada
por la horda de raptores
de susurros quejantes,
armónicos al unisonó,
de la fina funda de cristal. (Canto I)
El transcurso de los días asomaba por los peldaños de las escaleras, allá afuera donde nadie escuchaba en latir de un corazón desbocado ante la sensación de ceguera absoluta. Nuevamente estaba bajo las manos que la aprisionaban en la colcha de su cama, cubriéndola y dejándole palpitar su parpado izquierdo. Sintió arder su piel con cada suspiro en su espalda a pesar de estar boca arriba, cada uno de ellos le estremecían de sobremanera haciendo que gotas saladas divagaran por su cuerpo bajo una sensación térmica menor a la que esperaría ante el calor de la casa. Llego el amanecer.
Pasaron tres meses desde el incidente del librero que rápidamente fue removido del cuarto de Leila, joven que removía las sabanas como si un insecto se encontrará ahí atormentando su sueño en medio de pesadillas. Manifestaciones que le seguían los pasos como si el mismísimo cancerbero le cobrará cuentas de manera reiterada y maniaca desde que el librero había caído sobre su cuerpo en lugar del joven Eduar Markarian, que ante el suceso se había vuelto más cercano a su hermana putativa, al punto de acompañarla a dormir con el fin de cuidar sus sueños, acto que no tenía valor a la hora de la verdad.
—Eduar —vacilo al verlo dormir junto a ella aún—. Vamos, no quiero permanecer aquí. —El niño parpadeo un par de veces junto con un bostezo débil y una rabieta—. Salgamos ya, vamos a jugar.
El infante nunca sintió que su protectora se moviese durante las noches que dormía con ella, ya que ella evitaba que llegase a enterrarse, por eso, la distancia era importante al acostarse a dormir. Siempre y cuando él no supiese nada la vida sería mejor para él. Fue lo que considero prudente desde que interpreto la caída repentina del librero sobre ella como una amenaza de muerte por parte de la silueta que venía acompañada con esas palabras: "Seguirás tú".
Seguramente haber traído el niño sería la condena inmensurable, una responsabilidad que a medida que pasaba los días dejaba de tener importancia ante los nuevos horizontes que se abrían a él. Eduar tenía una vida rodeada de protección y una educación laica que le permitió optar una mirada amplia a su familia adoptiva, interesada ya en el ingreso a un centro educativo que fomentará al máximo sus saberes. Sin embargo Leila no se podía satisfacer aún. La silueta mantenía una compostura extraña, además de evitar a Leila. Por lo que asumió que lo sabía.
—¿Podemos ir a nadar en el lago? —Se congelo al abrir la puerta de su alcoba—. Hace mucho no vamos a nadar y...
—Eres muy creativo Eduar pero, no. —Lo interrumpió rápidamente tomando su cuello—. Aquí no hay ningún lago. Así que no vuelvas a confundirte, puede que alguien más escuche y no te tome en serio y tu hermana tendría que explicar todo con sus enredadas palabras.
Algo había salido mal, dentro de su recetario estaba en letras rojas que no había ningún recuerdo después de realizar el ritual. Las acciones cometidas por ella podrían acarrear con arruinar sus planes.
¿Qué fue lo que realmente hizo?
El día en que lo trajo a su tiempo concreto dentro del mismo círculo de sangre, los elementos: el libro, el recetario, tierra que se encontrará dentro del hogar, una lengua humana cortada, agua purificada y por último una pertenencia del protector. Todo aquello le serviría para proteger a Eduar y permitirle recuperar el habla. Y en verdad todo aquello paso según las descripciones del recetario... Pero, podría ser que la protección no fuera del todo cierta pues, sus memorias se mantenían, así que quizás no fuera la única que mantenía cierto control sobre él.
—Eduar. —Lo detuvo para que no pasará el marco de la puerta—. Creo que lo mejor es que te quedes acá con Sacha y Matías, ellos no tardan en llegar—. Obedeció sin siquiera responder.
Moribunda andaba el alma, que entre pasadizos navegaba en inescrupulosos retazos de su incompletada manifestación, en medio de los restos de sus finos trazos del incierto destino opresor, monarca y fiel testigo de fraudulentas trampas que albergan en las fauces de sus colmillos desencajados. La desolada mañana en la casa se abría paso en las callejuelas y ella ensimismada en las ventanas de los pórticos debido la dudosa grieta que había instalado por el mero capricho de darle un nuevo rumbo al marcado con sangre.
La indecisión comenzó a cobrarle cuotas por mora, pues, ante todo estaba la vida y el peso que cargaba por obtenerla sin el pleno lazo consiente del destino que paulatinamente ata una soga en su cuello. Es el peso del misterio y la culpa que la agobian a sus dieciocho años que está replanteándose la idea de aceptar la petición de Kiury, hombre que mantenía cierta cercanía con ella por los descubrimientos que realizaron juntos en un constante vaivén de saberes. Aunque por motivos personales la separación llego pero, la promesa siempre se mantuvo.
Ante todo eso, esa misma tarde, una vez el sol fue cubierto por el velo nocturno, ella iría nuevamente a reencontrarse con él. Con el fin de aprender los secretos que abundaban tras la silueta oculta de Kiury, una desvelada por el vacío que fácilmente los lleno a ambos. Kiury hizo frente a los retazos que su amaba dibujaba y desdibujaba en su vida, siendo aquel hombre, el poseedor de esperanzas para su prometida.
Hace cinco años se toparon como un par de amantes en medio de un parque repleto de inmundicia que a comparación de sus miradas soñadoras, no era más que un parque rodeado de oportunidades y no de baches. Lugar idóneo para comenzar una práctica dirigida a conectarse en un recital de inmanencia compuesto de versos en sus lenguas y caricias en el aire ante las más sinceras expresiones de consuelo de ambas partes, dos almas que se conectaron intensamente por un navegante oleaje de situaciones indirectas.
Y a hora podría recobrar el tiempo perdido en tanto lograse convencérsele en proteger a Eduar a través del tiempo y el espacio, obteniendo a la vez la aceptación de su madre Elizabeth por la ida que ya asimilaba como la respuesta a su mártir. Y efectivamente ese mismo día desapareció de la estancia de su cuarto y levemente su presencia se fue difuminando de la memoria colectiva de los habitantes del hogar.
«Has firmado tu sentencia al retarme».
Escucho el día en que salía de su hogar con la compañía de un hombre cargado de una sombrilla blanca en medio de una llovizna que empañaba los vidrios de su cuarto y evidenciaba la cara rota de un niño desolado por la ida de su familia por un tiempo indefinido, tiempo que no deseaba fuese real para mantenerla atada a él. El velo de la noche la arropo dibujando siluetas borrosas repletas de una atmosfera inquietante a los ojos del niño, que sentía el respirar de alguien cerca de él que miraba irse la dueña del cuarto expectante por el próximo naipe a relucir.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top