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En alguna
parte
del océano
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✎ ✏ ✐ Capítulo 13.


Poseidón estaba aburrido.

Era el dios de los mares, gobernante de los peces, gente del mar y las olas del océano, y estaba aburrido. Últimamente, aún las tormentas y la destrucción que causaba se rehusaban a divertirle. La gente gritaba, la gente moría, bla, bla,
bla.Tal vez a él le importaría si los humanos no hubieran olvidado su existencia. Pero ya no le servían; ya no lo adoraban más –aunque ambas cosas sí las merecía. Después de todo, había ayudado a crear a esa raza ingrata.

Pasó los dedos a través del líquido moteado que le rodeaba. Tenía que haber algo para combatir esta constante sensación de tedio. Crear un huracán o un tsunami…No. Los últimos lo habían hecho bostezar. Iniciar una guerra…No. Demasiado esfuerzo para muy poca recompensa.

Abandonar el agua y entrar en el Olimpo… Nuevamente, no.Los otros dioses eran egoístas y ávidos, y él no quería lidiar con ellos.

¿Qué podría hacer, qué podría hacer?

Los únicos mundos sobre los que tenía dominio eran la Tierra y la Atlántida, pensó, enderezándose. Oh, oh, oh. Podría ser... sí, eso era. Por primera vez en lo que parecía una eternidad,experimentó un destello de excitación. No había pensado en la Atlántida y su gente en años. Se había alejado de ellos, especulando (esperando, quizá) que se destruirían ellos mismos de modo que nunca más tuviera que mirar lo que consideraba una abominación. En lugar de eso, habían prosperado y él les había dejado, porque habían obedecido las leyes que había establecido para el lugar. Más que eso, había estado completamente entretenido por los humanos y se había olvidado de las razas de criaturas hechas antes de que la fórmula del Hombre hubiera sido perfeccionada.

Sí, había pasado mucho tiempo desde que inspeccionó la Atlántida y a sus ciudadanos.
Poseidón no pudo evitarlo: sonrió abiertamente.

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Atlantis
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_______ clavó los ojos en la espalda de Jimin mientras este la conducía por el palacio, siguiendo el mismo camino que habían tomado antes. No protestó. Los músculos se esforzaban y se agrupaban en sus hombros desnudos. La sangre se mezcló con la arena, y ambas estaban salpicadas por todo él, formando líneas y círculos en su piel. Casi había matado a un hombre. Su primo, nada menos. Podría hacerlo, en realidad, si las heridas de Joachim se infectaran. Había hecho eso sin titubear. Sin remordimiento. Ella lo había observado mientras lo hacía y no se había sobresaltado.

Había estado demasiado aliviada porque había sido el ganador y podría vivir.La pelea se había desarrollado como algo sacado de una película. Jimin se había movido con gracia y fluidez, cada paso intrincado tan hermoso como peligroso. Un ballet amenazador. Su corazón había palpitado irregularmente en su pecho, deteniéndose completamente cuando Jimin fue herido. No había estado preparada para la cólera que había sentido hacia Joachim en ese momento.No había sido prevenida para el miedo que había sentido por Jimin.

Pudo haberse escapado y haberse librado de la locura. Pero no lo hizo. Se había quedado. No porque se lo hubiera prometido a Jimin (una promesa hecha bajo coacción no era en realidad una promesa, para su forma de pensar) sino porque conocer el resultado de la batalla había parecido extremadamente importante para su supervivencia.

“De esta forma reclamo a ______ Holling como mi mujer. Mi compañera, mi reina”...había dicho él.

Sus palabras fueron a la deriva a través de su mente, haciéndole temblar ahora como lo hicieron en la arena. Él las había dicho, y no le habían molestado tanto como podrían haberlo hecho. No le habían molestado para nada,realmente. En realidad, había experimentado un pequeño temblor de (gruñó, justo al recordarlo) satisfacción. Justo entonces Jimin se tropezó sobre sus pies. Rápidamente se enderezó, pero la acción la trajo al presente.

—Estás herido —dijo, como si él ya no lo supiera. Su preocupación por él se duplicó—. Necesitas un médico.

Él no se giró para enfrentarla.
—Tú serás mi sanadora.
El pensamiento era tan atractivo como perturbador.

—No sé nada sobre cuidar heridas.

—Confío en ti.

¿Por qué? Ella no confiaba en sí misma. No alrededor de él.

—Podría hacer más daño que bien.

—_______ —dijo, claramente exasperado—. Eres la única persona que quiero que me toque de cualquier modo.

Puesto así...

—Está bien. Pero cuando mueras, puedes decirle a Dios que te lo advertí.

Sus hombros se estremecieron y ella escuchó el ronroneo retumbado de su risa. Inesperadamente, sus labios avanzaron lentamente en una media sonrisa y ella olvidó sus preocupaciones. Le gustó su diversión.
—¿Estabas tratando de salvarlo —preguntó—, o erraste accidentalmente su corazón?

La pregunta lo hizo ponerse rígido.
—Nunca yerro un blanco elegido.

El orgullo masculino aparentemente era igual para los Nimphs como lo era para los humanos.
—¿Qué pasará si te desafía otra vez? Y, ¿qué pasará si hace trampas la próxima vez, cogiéndote desprevenido?

—No lo hará.

—¿Cómo puedes estar seguro? —continuó.

—Joachim perdió. Se ha mostrado como el guerrero más débil. Me mate en el futuro o no, nunca será aceptado como líder.

—Oh.

Ella apenas controló la respuesta de un sílaba, tan alterada como estaba
por el pensamiento de Jimin muriendo.
—Lo que es más —Jimin continuó, ignorante—, no necesitó morir para que te convirtieras en mi mujer, y ese fue el principal motivo por el que combatí.

Un temblor pasó a través de ella.
—No soy tu mujer.

—Deja tus protestas, Luna. Sólo te harán pasar vergüenza cuando por fin admitas tu amor por mí.

Ella bufó, pero rápidamente cambió el tema. Sus palabras fueron un poco demasiado... proféticas.
—¿Adónde estás llevándome? —dijo,estudiando el vestíbulo iluminado por antorchas con sus familiares paredes marcadas y llenas de rozaduras.

Reconociendo el área, la respuesta la golpeó, y cada molécula de aire en sus
pulmones se congeló.
—¡No!

Una pausa. Un suspiro.
—Mi dormitorio —admitió él a regañadientes—. Sí.

Su estómago se apretó ante el bombardeo repentino de sensaciones
eróticas. Jimin. Cama.Infiernos. No.
Ella tembló otra vez.

—¿Vas a encerrarme dentro?
La pregunta tembló desde ella.

—No —había más determinación en esa única palabra que la que ella
había escuchado en su vida entera.

—¿Q-qué vas a hacerme?

En lo más profundo, ya sospechaba lo que la respuesta iba a ser.
—Hacerte el amor, Luna. Voy a hacer el amor contigo.

—No, no. ¡No! —clavó los talones en el suelo pulido de ébano, parándolos abruptamente—. Me niego. ¿Me oyes?¡Me niego!

Lentamente él se dio la vuelta y la enfrentó. No soltó su mano. Sus labios exuberantes eran firmes, su expresión ruda delineada en piedra.
—Estoy herido —dijo, como si ella debiera saber por qué eso era
importante.

Ella lo miró ceñuda.
—Puedo ver que estás herido. Aun así te lo advierto. Deberás saber que tendrás más lesiones si lo intentas y me llevas a la cama.

—Estoy herido —repitió—. El sexo me fortalece. Me curaré más rápido una vez que te haya penetrado.

Un jadeo caliente burbujeó en su garganta, casi estrangulándola.
—Oh, puedes morirte por todo lo que me preocupa. No te permitiré —ondeó una mano a través del aire––penetrarme.

—Encontrarás mi forma de hacer el amor exquisita —las esquinas de su boca se movieron gradualmente hacia un profundo ceño fruncido—Te lo aseguro.

—No.
—_______ —aduló—Dulce Rayo de Luna.

—Jimin —contestó bruscamente—Putañero.

Un músculo se crispó junto a su ojo.
—He rechazado a todas las otras mujeres por ti. Públicamente he prometido hacerte mi reina.

—Lo estoy registrando justo ahora diciendo que me importa una mierda y mi respuesta es no.

Si ella había pensado que su expresión era dura antes, ahora comprendió el error de semejante suposición. Su mirada se congeló con hielo turquesa; las ventanas de su nariz llamearon. Sus pómulos parecían cortados en vidrio.

—Te puedo hacer suplicar por ello.
Ella se estremeció con agitación pero dijo:
—No suplico por nada.

Él la valoró silenciosamente durante largo rato, entonces empujó una mano a través de su pelo, haciendo que varios mechones rubios cayeran sobre sus ojos. Una parte extraña de ella –una parte que revelaba más y más de sí misma últimamente– la instó a estirarse para alcanzar y acariciar esas hebras errantes de su cara bella. Sí, él podría hacerla mendigarlo. Ahí estaba. Lo había admitido. Su sabor decadente estaba todavía en su boca, la presión de sus labios impresos sobre su memoria. Pero ella tenía que resistirle. Tenía que combatirle.Y tenía que hacerlo para, al fin, escapar de él.Antes de que pudiera dar un paso, sin embargo, él se acercó hacia ella y se lamió los labios, como si supiera –lo sabía, maldito fuera– exactamente qué recuerdo pícaro se reprodujo a través de su mente y planeó explotarlo de cualquier forma posible. Todos los pensamientos de escape desaparecieron.

—Te necesito, _______. Más de lo que alguna vez he necesitado a otra.

Sólo Jimin le hablaba con ese tono. Su voz como rica miel, ronca y caliente. Como si el pensamiento de su violación fuera una dicha exquisita. Como si, en su mente, estuviera ya desnuda y él estuviera dentro de ella. No tuvo respuesta para él –no una que ella estuviera cómoda dando.

El silencio otra vez los rodeó. Esta vez fue un silencio conocedor, pesado.Un silencio tentador. Él esperó, dejando a su mente y cuerpo luchar por la
supremacía.

Permanece fuerte.

Sé fría.

Si él tocara.....Espera. Él estaba tocándola y se sentía muy bien.Se arrancó para liberarse de su agarre y avanzó lentamente hacia atrás, sin importándole si la acción era cobarde.
—Limpiaré tu herida, pero eso es todo. Nada más. ¿Entiendes?

Él consideró sus palabras mientras miraba fijamente sus ojos, midiendo su determinación interior.
—¿Te estás resistiendo porque casi maté a un hombre?

—No — admitió ella.

—Entonces, ¿por qué? Algunas mujeres aborrecen la violencia. Otras se excitan por ella —más y más cerca, llegó hasta ella—¿Cuál eres tú?

—Ninguna —dijo y se apoyó derecha en la pared. Jadeó—. A mí simplemente no... —dijo queriendo lastimarlo–...me gustas tú.

Él se detuvo y apretó la mandíbula.Tal vez lo había herido, tal vez no.Pero definitivamente se había lastimado a sí misma. Mentir así provocaba que su estómago se apretara dolorosamente y su garganta se estrechara. Se casual, sin afectación.
—Oh, gracias. Podrías permitírmelo.

Ella bufó, esperando dar la apariencia de no estar de verdad impresionada. ¿Mientras ella le ayudaba, él la tocaría (accidentalmente)?¿Ronronearía él su aliento caliente en sus orejas, sobre su piel y dejaría a su mirada candente devorarla?

—Pero no habrá... caricias.

Porque había una mejor pregunta:

¿Podría ella resistirse a él?

Ya su determinación se balanceaba en terreno precario. Quizá jugar al doctor no era tan inteligente, después de todo. Tenía que estar en completa alerta. Estar con Jimin, sospechaba, sería como clavarse una aguja llena de heroína. Adictivo, letal y absolutamente estúpido. Si pudiera resistirse a probarlo experimentalmente, no tendría que preocuparse de dejarlo. Y después de que ella lo curara, podría abandonarlo con la conciencia limpia.

Ya lo has probado. ¿Te acuerdas de ese beso candente?

¡Cállate!

—Mientras me ayudes —dijo—, no te acariciaré. Si, sin embargo, cambias de opinión y deseas hacerme eso, sólo lo tienes que decir.

Sin darle tiempo para responder, agarró su mano, giró y golpeó con los pies de nuevo en movimiento. Con sus palabras finales sonando en sus oídos, ella fue consciente de cada punto de contacto entre ellos. Suavidad contra callos ásperos.
—¿Tienes algo de Neosporin? —preguntó, esperando dejar su mente fuera de todo lo relacionado con sexo.

—No tengo ni idea, ni siquiera sé lo que es eso.

Cuando su pelo estaba húmedo, se formaba un pequeño rizo, comprendió.

Luego frunció el ceño. ¿Por qué se preocupaba por su estúpido pelo?
—Es un medicamento para tus brazos.

—Reuniré todo lo que necesites.

Llegaron a la entrada de la habitación y, con su mano libre, echó a un lado
el encaje blanco.Él entró. Ella le siguió pisándole los talones. Aunque el cuarto estaba ubicado en el mismo corredor en el que ella había dormido, era más masculino que el de ella, una combinación de campo de batalla y ocio. Una cama grande ocupaba la zona más alejada, con sábanas arrugadas violeta y doradas y la huella de un gran cuerpo masculino. Una armadura de oro y un arsenal de armas colgaban en ganchos color rubí. Las luces del arco iris refulgían de las paredes, como diamantes atrapados en vidrio.A un lado, el vapor flotaba de un baño–piscina, retorciéndose alrededor de los pétalos de las flores que flotaban en la superficie. Ese era un toque muy femenino y ella supo que Jimin no era el responsable. Una de sus muchas amantes debió haber preparado el agua.

—¿Este es tu dormitorio principal? —preguntó.

—Sí —dijo soltando su mano.
Lentamente ella miró alrededor. Notó que algunas de las paredes tenían huecos, como si cosas hubieran sido raspadas y sacadas de ellas.

—¿Joyas, verdad? ¿Cómo estas?

—Sí — repitió.

—¿Por qué está esta habitación todavía intacta? ¿Y la otra habitación tuya, en la que pasé la noche?

—Después de que tomé posesión de ella, me aseguré de que fueran dignas
de mí.

Habló sin indicio de engreimiento, sin muestra de orgullo. Sólo la verdad.
—No tienes un concepto demasiado alto de ti mismo, ya veo.

De pies allí, Jimin bebió la vista de su mujer. Luego miró con anhelo la cama. Grande, llamando. Sábanas violetas con adornos dorados. Él quería a ______ allí, extendida y accesible para su vista. Para su toque. Estando dentro de su cuarto, tener una cama cerca y a _______ a su alcance, puso a prueba un dilema
intoxicante.

¿Por qué le había prometido no tocarla sexualmente mientras ella lo
atendía?

Nunca había tenido que seducir a una mujer antes. Siempre lo habían deseado, sin necesitar provocación._______ lo hacía sentirse confundido.Mientras él estaba sediento de cada parte suya, ella continuamente lo apartaba.Y de todas las mujeres en el mundo, ella debería quererlo más.

¿Cuánto tiempo más podría resistir su cuerpo el rechazo? No mucho, sospechaba.

Recogió trapos limpios, una palangana de agua caliente, una jarra de aceite limpiador y una ampolla de sanadora arena del Bosque de los Dragones. Colocó todo en una bandeja. Sus oídos permanecieron sintonizando cada movimiento de______, no fuera que decidiera escaparse por la puerta. Sorprendentemente, no lo hizo. Se quedó exactamente donde él la había dejado, en el centro, contemplando su alrededor. Sus ojos quedaron atrapados mientras caminaba hacia ella. Dios, era preciosa. Su pelo pálido estaba estirado sobre sus hombros, como una cortina erótica. Quería besarla. En lugar de colocar la bandeja en sus manos extendidas, se inclinó hacia abajo, lentamente, dándole mucho tiempo para que comprendiera lo que estaba haciendo. Él no podría sobrevivir. Tenía que hacer esto, estaba indefenso para detenerse. Sin caricias, racionalizó. Sus labios rozaron ligeramente los de ella. Un beso gentil, sin lengua, pero excitante de todos modos. Su perfume, como dulce nieve, llenó las ventanas de su nariz mientras captaba el jadeo en su boca.

—Gracias por atenderme —dijo, su voz tan suave como su toque.Sus ojos se habían ampliado y ahora destellaban con un rastro de miedo.

¿De él? ¿O de ella?

—No soy conocida por mi gentileza —advirtió. Su voz temblaba—. Así es que podrías querer ahorrarte tu agradecimiento.

Él combatió una sonrisa y se enderezó.
—¿Entonces por qué eres conocida, pequeño Rayo de Luna?

—Ser una perra.

Mordiéndose los labios, se apropió de la bandeja y giró sobre sus talones.
—¿Eso no es un cumplido, verdad?––––––Sus hombros se levantaron en un encogimiento mientras ella se movía hacia una cómoda amatista.––––––

—Para nada —dejó la bandeja en la superficie. Después de que le explicó lo que tenía que hacer con cada artículo, él levantó la única silla del cuarto (intentando no hacer una mueca) y la colocó al lado de______.

—Tú, como esa gente, crees que eres fría e insensible. También te has esforzado en convencerme de ello. Varias veces. ¿Por qué?

Sus labios se fruncieron y ella señaló hacia la silla con un ondeo de su
mano. —Sólo siéntate y cállate. Mi madre me hizo ver a psiquiatras cuando era niña, así es que no necesito un diagnóstico amateur ahora mismo.

—Cuéntame —le suplicó. Él permaneció de pie. Ella podría pensar que deseaba ser fría, pero él veía los momentos de calor y suavidad que intentaba tan duramente ocultar. Notaba la manera en la que algunas veces vacilaba antes de dejar salir un insulto, como si tuviera que obligarse a decirlo. Y cuando hablaba de su naturaleza desinteresada, había tristeza en sus ojos cafés, una necesidad que aún no había aceptado.

—No hay nada que decir, realmente.A través de los años, aprendí que las emociones traen sólo dolor y trastorno.

Empujó sus hombros. Su fuerza no era rival para él, pero se aflojó en la silla de todos modos. Con dedos algo temblorosos, barrió la arena oscura de su hombro,cuidando evitar su herida. Él se sobresaltó mientras el dolor fue tan agudo que se irradiaba de un rincón de su cuerpo al otro.
Él frunció el ceño.

—No sufriría ahora mismo si simplemente aceptaras lo inevitable e hicieras el amor conmigo.

—No seas un bebé. Te advertí que no era hábil en esta clase de cosas —remojó uno de los trapos con aceite—. Esto huele bien. ¿Qué es?

—Jabón, creo que tu gente lo llama así.

—Nuestro jabón no huele a esto, como orquídeas y cascadas mágicas.

Su barbilla se inclinó y él la miró.
—Deseas que piense que eres lejana pero disfrutas complaciendo tus
sentidos con olores deliciosos.

Frunciendo el ceño, palmeó la tela contra su herida. Él se rió, porque comenzaba a ver un patrón en sus rachas de cólera. Cuando su sentido de desapego estaba más amenazado, reaccionaba con mordacidad. Mientras que gentilmente frotó la carne alrededor de la herida, limpiando sudor y polvo, ella dijo a regañadientes.
—Lo has hecho bien allí afuera.

Su diversión sucumbió en una muerte rápida. El impacto martilleó a través de él. Un gruñido de alivio paladeó en sus labios. Quizás la violencia no la molestaba tanto como había temido. Se alegró, pues eso significaba que ella podría aceptar su vida aquí más fácilmente, donde las guerras constantemente se embravecían.

—¿Los hombres de la superficie permiten el combate cuerpo a cuerpo con espadas?

—No. No sin consecuencias.

—¿Cómo cuales?

—Si un hombre en la superficie mutila a otro hombre como tú hiciste hoy, a él se le sigue la pista y es encerrado en prisión. Si su víctima muere, puede ser ejecutado.

Él comenzó a repasar su explicación en su mente.
—¿Qué pasa si el hombre está protegiendo a los que ama?

—Todavía hay consecuencias, simplemente no son tan severas. Las personas en mi mundo denuncian las cosas más tontas imaginables. Supe de un caso donde un hombre forzó la entrada en la casa de otro hombre. El ladrón se cayó del techo y demandó al propietario de casa. Y en realidad ganó el caso, además. ¿No crees que es estúpido?

—No creo que me gustara vivir en la superficie, entonces.

—Bueno, a mí me gusta —dijo ella defensivamente.

Él suspiró.
—Este corte es bastante profundo —masculló ella, explorando el borde
con sus dedos—. Creo que necesitas puntos.

Él se mordió los labios para esconder su respingo. Nunca había tenido que ocuparse de sus heridas antes. Después de una batalla, inmediatamente hacía el amor con una mujer y sus heridas desaparecían por sí solas.

—Lo que necesito es sexo —intentó un tono seductor, pero sonó reprobador—. Contigo.

Ella frunció el ceño, aún cuando ella tiernamente secaba la lesión.
—Estoy más que dispuesta a ir por una de las otras mujeres para ti.

Mientras sus palabras hacían eco entre ellos, ella apretó los labios. Una
combinación de furia y estremecimiento –¿de que él pudiera aceptar la oferta?– se movió rápidamente por su expresión.

—Ah, pequeño Rayo de Luna. ¿Cuándo te enterarás que sólo tú podrás hacerlo?
Ella se relajó, su expresión suavizándose.

—Sí, pues bien, ¿Cuándo te enterarás que yo no me ando acostando con cualquiera?

—¿Te he explicado ya que eres mi compañera? —él no quería escuchar otra de sus negativas, así que añadió—. Tus protestas son absurdas.

—Una compañera es una socia dispuesta, ¿verdad? Creo que ambos sabemos que no estoy dispuesta. Ni soy tu compañera. O reina. No soy una reina.

Incapaz de evitarlo, él cogió las puntas de su pelo y pasó las hebras
sedosas entre sus dedos. Las trajo a su nariz y las olió.
—Ah, dulce cielo. Hueles tan bien.

—No puedo decir lo mismo de ti.

Él no se dio por ofendido.
—Estoy más que definitivamente necesitado de un baño. ¿Te importaría
unirte a mí?

Un estremecimiento la barrió y dejó caer el trapo al suelo.
—Maldita sea. Deja de decir cosas como esa.

—¿Por qué? Te quiero. No soy uno que niegue mis deseos.

—Sí. Capté eso.
Inclinándose, ella recogió el trapo y lo lanzó en la apagada hoguera de la chimenea. Recogió un trapo limpio e introdujo arena en un hueco abierto.

—Comprendes que estoy a punto de meter arena en una herida abierta ¿verdad?

—Correcto.

—¿Y todavía quieres que lo haga?

Su frente se arrugó.
—Por supuesto.

Ella negó con la cabeza, incrédula, entonces se encogió de hombros.
—Como quieras. Es tu infección —pero vaciló un momento antes de embarrar los granos en su lesión.Él no habló durante mucho tiempo. Se concentró en su aliento, gentilmente abanicando su hombro. Se concentró en sus dientes, mordisqueando su labio inferior. Su polla se volvió progresivamente dura.

—El deseo sólo es algo natural, Luna —dijo—. Cuanto más lo niegas, más fuerte se vuelve, hasta que es todo en lo que puedes pensar, todo lo que puedes ver.

—Para ahora mismo —su voz vibró, y él supo que estaba afectada por lo
que había dicho. Sus pezones eran duros puntos pequeños contra su camisa—No intentes involucrarme en una conversación sobre deseos, ¿está bien? No me interesa.

Él le agarró la muñeca, cerrando sus dedos alrededor de sus huesos delicados con tranquilizadora sutileza. Todavía sin acariciar, se aseguró a sí mismo. La puso frente a él. Su mirada se deslizó a su boca, a su erección. Un jadeo sorprendido se deslizó por ella.

—Tienes razón —dijo. La necesitaba tanto—No deberíamos hablar de eso. Debería mostrártelo. Déjame que te lo muestre,______. Déjame.

Repentinamente entrando en pánico, saltó lejos de él hacia la pared, donde ella agarró una de las espadas más pequeñas. La sostuvo enfrente de ella,pareciéndose mucho a la reina guerrera que ella tan vehementemente negaba ser.
—No. ¡No! ¿Entiendes?

_____ había estado combatiendo un deseo agudo por él desde que primero se había sentado y, cada vez que la tocaba, cada vez que la miraba,cada vez que él le hablaba, su resistencia se desmoronaba un poco más. Él se congeló en el sitio, un vacío escudo cubriendo su expresión. Sólo sus ojos revelaron cualquier indicio de emoción. Se consumían de necesidad, furia y decepción.

—Muy bien —dijo—. Esta noche es tuya. No te tocaré.

¡No!
Su cuerpo lloró.

No me escuches. Lucha por mí.

—Gracias.

Tenía que permanecer fuerte. No podía ceder. Las consecuencias eran simplemente demasiado grandes.Clavaron los ojos el uno en el otro, cerrados en una batalla silenciosa.
—El mañana, sin embargo, me pertenece a mí. No habrá más negación, ¿entiendes?

Ella tragó saliva, no se atrevió a hablar.
—Si tratas de dejar este cuarto, lo lamentarás —se levantó y la dejó entonces, saliendo a grandes pasos sin una mirada atrás.

✎ ✏ ✐ Fin del capítulo

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│ ✐; Hola! ¿Cómo están? Parece que pasaron años :')
│ ┆ ✐; ¿Qué piensan de la aparición del Dios del agua? ¿Creen que influya de forma positiva o negativa en la historia?, Esperemos lo mejor siempre.

Bueno nos vemos mañana!
╰───────────────✧

Besos~~~

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