13 | viernes santo

En el Viernes Santo, las recaudaciones de la tienda alcanzaron el máximo.

Al llegar temprano, Hetty fue recibida por una miserable Esme, Lizzie y un par de otras chicas. Tirándose sobre el escritorio que solía ocupar Esme, notó las miradas que le daban y supo que cualquier intento de aligerar el estado de ánimo sería derribado instantáneamente.

A nadie le agradaba tener que trabajar en un día sagrado, sobre todo porque los chicos se habían ido al bosque a cazar ciervos y emborracharse.

Cuando Tessa entró, Hetty pensó que el estado de ánimo cambiaría, pero estaba equivocada. La mujer recibió las mismas miradas que recibió Hetty, aunque no parecía molesta por la misera omnipresente.

—Buenos días a todas —dijo Tessa, quitándose el abrigo—. ¿Cómo están?

—Suenas como Linda —dijo Esme—. Toda feliz y santa.

—Lo siento —dijo Tessa riendo—. ¿Estás bien, Esme?

—Estoy bien —respondió Esme—. Un poco enojada, pero estoy bien.

—Estoy aquí para ayudar —dijo Tessa.

—Tu primer día de regreso y es cuando los chicos se van —dijo Lizzie—. No es una gran fiesta de bienvenida.

—Si lo hubiéramos sabido, habríamos puesto algunas pancartas —dijo Hetty, balanceando sus piernas distraídamente.

Esme se sentó en una silla—. No es justo. Ellos bebiendo y disparando rifles y nosotras aquí sentadas —el temperamento de Esme se estaba escapando con ella—, ¡escucha a esos idiotas maldecir y escupir en el suelo para que nosotras lo limpiemos!

Polly entró en la tienda, con gafas de sol sobre sus ojos mientras se tambaleaba hacia la oficina detrás de donde estaba sentada Esme. Nadie la saludó, demasiado preocupadas por los gritos furiosos de Esme.

—Sin hombres presentes serían como perros orinando contra la pared —dijo Esme, y dirigió su discurso hacia Polly—. Solo decía que no es justo. Los hombres están allá como reyes.

Polly se limpió la nariz—. Esme, solo... haz tu trabajo. Y Hetty, no te sientes en las mesas. Las sillas están ahí por una razón.

—¡Tengo cinco meses de embarazo! —espetó Esme, resoplando una línea de cocaína de su mano mientras Hetty saltaba de la mesa.

Polly suspiró, su cabeza cayó contra la pared de la caja fuerte—. Olvidé la combinación.

—Veinticuatro, ocho, veintidós —dijo Tessa.

—¿Cómo sabes la combinación del dinero en efectivo? —preguntó Polly.

Tessa se encogió de hombros—. Tommy me lo dijo.

Polly suspiró nuevamente—. Cambió la combinación.

—No, no lo hizo —dijo Tessa, caminando hacia Polly—. La pusiste mal.

—No, no lo hice —replicó Polly.

Tessa alzó una ceja—. Sí, lo hiciste. Estás borracha.

—No estoy borracha —respondió Polly.

—¿Entonces por qué te tiemblan las manos? —preguntó Tessa, señalando el temblor de Polly.

Hetty vio a Esme inhalar cocaína y no pudo evitar la desaprobación que se apoderó de su rostro. En sus 19 años de vida, nunca había tocado una droga o un cigarrillo, y estaba feliz de continuar con esa racha todo el tiempo que pudiera. Odiaba el efecto que tenían en las personas y el olor que quedaba con los cigarrillos.

Cuando Tessa regresó y dejó a Polly, vio a Esme y compartió una mirada con Hetty.

—¿Deberías estar haciendo eso? —preguntó Tessa—. Con el bebé y todo eso...

—Vete a la mierda —murmuró Esme.

—Solo digo que no es bueno para ti —dijo Tessa—. O para el bebé.

—Me hace sentir mejor —dijo Esme.

—Y luego desaparece y te sientes como la mierda —terminó Tessa—. Esme, sé que John te dijo...

—¿A quién le importa lo que John me dijo? —preguntó Esme—. John no está aquí, ¿no? No, así que puedo hacer lo que quiera.

—Esme...

—Nada de esto es justo, ¿de acuerdo? —espetó Esme—. Así que haré lo que sea que quiera.

—Bien —respondió Tessa—, pero no vengas llorando cuando tú y John tengan otra pelea.

Mientras Tessa se alejaba, alguien llamó a la puerta y ella se acercó a abrirla. Desde detrás de ella, Esme anunció—: No pueden esperar a perder dinero, estúpidos.

—¡Soy yo!

Al abrir la puerta, Tessa dejó escapar un suspiro y dejó que Linda entrara a la tienda—. Linda, que agradable sorpresa.

—Arthur dijo que hoy tendrían poco personal ya que salieron por trabajo —explicó Linda, sonriéndole a Hetty al pasar—. Hola, cariño.

Linda adoraba a Hetty, pero ella no podía soportar a la mujer. Supuso que la única razón por la que le agradaba tanto a Linda era porque no era como las demás. Hetty era callada, reservada y completametne educada, mientras que las demás no hacían ningún esfuerzo por ocultar su hostilidad hacia la mujer que tanto odiaban.

—Traje sándwiches y limonada que hice yo misma —dijo Linda, colocando una canasta en la pequeña barra—. Haré té y vaciaré ceniceros, pero no manejaré dinero ni recibos.

—¿Entonces por qué estás aquí? —preguntó Tessa, sacando un cigarrillo y encendiéndolo.

Hetty miro la canasta y tomó un sándwich, se sentó en la silla y lo comió. Puede que no le gustara Linda, pero la mujer sabía cómo hacer el almuerzo.

—Arthur dice que lo que hacen aquí es ilegal pero no inmoral —respondió Linda.

Tessa rió—. Apuesto a que lo dijo.

—Depende de a qué hora llegues, Linda —dijo Esme.

—No creo que Arthur entienda lo que significa "ilegal" o "inmoral" —añadió Hetty.

—Y de todos modos —dijo Linda, sintiendo la tensión que traía su llegada—, pensé en ofrecerles mi apoyo físico y espiritual de ser necesario.

—Ah, Linda, si queres ser de ayuda, corre a la tienda y tráeme veinte Senior Service —dijo Polly—. Lizzie te dará el cambio.

Lizzie rió—. No, no lo haré.

—En realidad, usaré mi propio dinero, Polly —dijo Linda—. Antes de que sigan burlándose de mí, tengo un mensaje para ustedes.

—Linda, no lo hagas —dijo Polly—. Ya estuve en la iglesia.

—No es un mensaje de Dios, Polly —dijo Linda—. Es de Jessie Eden.

—¿Quién es Jessie Eden? —preguntó Polly.

—Es la capataz de la fábrica Lucas en Sparkhill —explicó Linda.

—¿Capataz? —repitió Esme con incredulidad.

—Está reuniendo a todas las trabajadroas de tiendas de soldadura y alambres en una huelga por el día de hoy —continuó Linda—. En protesta por tener que trabajar en un día santo. Por las malas condiciones, falta de vacaciones, baños antihigiénicos y remuneraciones más bajas para las trabajadoras. Aparentemente, todas las fábricas de mujeres en la ciudad se reunirán para protestar solidariamente y saldrán de sus lugares de trabajo a las 09 a.m. para marchar en el Bull Ring.

Un fuerte golpe en la puerta interrumpió a Linda, y Hetty se sobresaltó al escuchar un coro de—: ¡Oye! ¡Abran!

—Todas las trabajadoras oprimidas son bienvenidas —terminó Linda, mirando a las mujeres frente a ella.

—Esos bastardos andan de caza —espetó Esme—, y yo, cinco meses de embarazo, aquí sentada.

—Solo uno de los baños exteriores es para nosotras —añadió Lizzie.

—No nos consultan sobre nada —dijo Tessa—. Solo nos dicen que llevemos los libros y mantengamos felices a los hombres.

—Obligadas a matrimonios arreglados como si los sentimientos no significaran nada —dijo Hetty.

—Creo que aquellas que marchan el Viernes Santo tienen a Dios de su lado —dijo Linda, inclinándose sobre la mesa.

—¿Qué está pasando? —preguntó un hombre desde afuera—. Abran la maldita puerta.

Tessa marchó hacia la puerta y la golpeó—. ¡Oye! Abriremos la maldita puerta cuando queramos, ¿entiendes, idiota arrogante?

Linda se volvió hacia Polly, que apagó el humo de su cigarrillo lentamente.

—A la mierda —dijo Polly suspirando—. Hoy no estoy de humor. Vamos al Bull Ring.

—¡Aleluya! —dijo Esme, levantándose y agarrando su abrigo.

Tessa sonrió—. Tommy tendrá un ataque.

—Déjalo —dijo Lizzie—. Es su maldita culpa.

—¿Puedo ir? —preguntó Hetty.

Tessa la tomó del brazo—. Por supuesto. No podemos dejarte aquí.

Salieron de la tienda y marcharon por la calle, ignorando a los hombres que les gritaban. Hetty sintió que esto tendría repercusiones, pero al mismo tiempo sabía que probablemente era una buena idea, así que lo disfrutaría todo el tiempo que pudiera.

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