Treinta y tres
✖ Anna ✖
El presente.
Un día después...
La mañana del domingo había resultado algo agitada para Anna Arendelle. Su día había empezado con un desorden en la sala de estar, manchas de pintura roja en el sofá y juguetes esparcidos por todo el pasillo del segundo piso. Sus hijos eran un par de torbellinos, dejando caos a su paso, dándole más y más trabajo a su joven madre.
Vivir en Malibú era encantador, con el mar cerca y la vitamina del sol al salir. Anna era feliz ahí, adoraba la arena blanca, el sonido de las olas golpeando entre si al anochecer y el cantar de las gaviotas cruzando el océano. Al principio estaba un poco escéptica ante la idea de una casa en la playa y por primera vez en cinco años de matrimonio no estuvo de acuerdo con Hans, luego piso la arena y respiro la calma y la calidez del lugar, solo eso basto para enamorarse y entender que era el lugar perfecto para criar a sus hijos. Y no se arrepentía.
—Oh, Hannah —resoplo Anna restregando el trapo húmedo contra la tela color crema del sofá. La mancha creció sobre el inmueble y Anna sintió que su nuca dolió.
Amaba a sus hijos, eso no lo podía negar y le gustaba estar con ellos. Pero eso no significaba que Hans podía relegar por completo su papel de padre de familia. Anna asistía a todos los recitales, ayudaba con las tareas y les inculcaba valores. Hans no hacía más nada que aportar dinero a su hogar y traerle detalles y regalos increíblemente caros, pero eso no ayudaba nada a la crianza de sus hijos.
Unos minutos después escucho pasos sobre el piso de madera y las voces de sus traviesos mellizos. Anna levanto la mirada y los encontró frente a ella con el rostro triste y los ojos verdes recriminando la , e inmediatamente entendió el porque. Los niños eran aún muy pequeños con tan solo cuatro años, pero eso no quería decir que fueran ingenuos, sino todo lo contrario. Eran muy intuitivos y casi siempre notaban que algo pasaba entre su madre y su muy terco padre.
—Buen día mis niños —saludo, dejando el trapo aun lado en el suelo, luego se apartó el cabello de la cara con el dorso de la mano —. ¿Qué pasa con esas caras tan largas?
Hannah —mayor a su hermano por cinco minutos —, se cruzó de brazos e hizo un puchero que logró derretir a Anna de pies a cabeza. Su cabello castaño rojizo estaba enmarañado como todas las mañanas, tenía un semblante adormilado y Anna no pudo evitar suspirar de desesperación al notarlo.
—Papá no está —reclamó con la voz muy baja —. ¿Por qué?
—Claro —murmuró la pelirroja, llevándose una mano a la frente cubierta por una capa más fina de sudor transparente —... Papá volvió a salir a un viaje de negocios, niños.
—Prometiste que no lo haría más mamá —tercio Andrew, su pequeño hombrecillo de cabello castaño oscuro y ojos igualmente verdes a los de su padre, culpando la y sentenciándola porque ella siempre termina siendo la mala de la escena si se trataba de Hans, cuando ella no podía hacer más nada ya que el ya tenía una decisión.
Cuando miraba a sus hijos podía ver en ellos a Hans. Eran idénticos a él, con el cabello del mismo tono, los ojos verdes y con ese aire misterioso que el mismo Hans poseía. Agradecía que no tuvieran su nariz, pero eso era una broma privada que ella tenia. No quería lastimar los sentimientos de su esposo diciendo que su nariz era demasiado puntiaguda para el resto de su cara... Se sentía culpable por cuanto le causaba gracia. Anna era una mujer sensible, consentía a sus hijos y a su esposo todo el tiempo, se sentía culpable cuando pensaba mal de los demás. Y eso estaba pasando muy seguido con Hans, últimamente Hans iba muy seguido de viaje —casi todos los fines de semana —, y no regresaba hasta el lunes en la tarde. Una actitud verdaderamente extraña en él, una que le robaba el sueño a Anna y al mismo le hacía enfadarse.
Había pasado ya un año así desde sus misteriosos viajes de negocios. Se iba de viaje y los dejaba solos todo el fin, eso hacia sentir muy mal a Anna, porque la hacia creer que no era lo suficiente buena para él o que simplemente ella ya lo aburría. Anna se atormentaba mucho y comenzaba a creer lo peor de Hans... A lo mejor tenía a alguien más o a muchas más. La sola idea de que su esposo tuviera una aventura le causaba un intensa migraña, entonces de que servirían tantos años de estar juntos y las promesas frente al altar.
Luego, Hans volvía a casa con regalos, anécdotas y sonrisas dulces. Jugaba con Hannah y Andrew hasta tarde y les cantaba canciones en otros idiomas. Sus hijos reían y sonreían otra vez, los llevaba a la escuela por la mañana y por las noches el la miraba con lo que Anna pudo jurar que era un inmenso amor, la abrazaba y la llenaba de besos. Entonces, ella ya no podía pensar nada malo de él, todo volvía hacer paz y familia hasta que el fin de semana llegaba.
—¿Qué puedo hacer yo, niños? Su papá no quiere escucharme. Hable con él, esta mañana antes de que se fuera, me prometió llegar antes.
—¿Y tú le crees? —inquirió la pequeña, con los ojos cristalinos por las lágrimas acumuladas en sus ojos esmeraldas. A Anna se le partió el corazón ahí mismo, pero no era culpa suya, o eso quería creer.
Anna se puso de pie, rodeo el sillón y los abrazo con tal fuerza que los cabellos de Hannah le rozaban la punta de la nariz. Su hijo le correspondió el abrazo con el mismo cariño de su madre, conteniendo las ganas de soltarse en llanto. Su padre le decía que nadie debía verlo llorar, porque la gente puede aprovecharse de eso. Por otro lado, Hannah no se movió, parecía tensa y se rehusaba a mejorar su humor respecto a su papá y lo mucho que lo necesitaba.
—Mamá —la llamo Hannah. Anna se apartó un poco de ella.
—¿Si mi amor?
—¿Podrías intentarlo una vez más?
—Yo —Anna la miro, encontrando en sus ojos esa dulzura mezclada con la decepción, y en ese instante ya no pudo negarle nada —... Claro que si. Yo hablaré con él, las veces que sean necesarias. ¿Sí?
Hannah asintió con una media sonrisa y una diminuta pizca de ilusión naciente en las pupilas jóvenes. Eso tranquilizó un poco a Anna, les sonrió y les beso la punta de la nariz llena de montones de pecas como las estrellas en el cielo nocturno. Amaba a sus hijos con todo el alma y corazón, eran su razón de vivir y le inquietaba que estuvieran así por culpa de su padre. Por algo que quizá ella estaba haciendo mal, porque algo la obligaba a culparse, se decía frecuentemente que era por su causa que Hans ya no fuera en su totalidad quien solía ser.
—Ahora, vamos a desayunar. Algo me dice que esas panzitas rugen de hambre —sonrió la pelirroja, pinchando con su dedo el estómago de su hijo. Andrew río ante el tacto de su madre.
—¡PASTELILLOS DE ARÁNDANO Y CAFÉ! —gritó Andrew corriendo en dirección a la cocina, con su hermana siguiéndolo de cerca.
Anna río y se puso de pie para poder acompañarlos hasta la cocina, pero antes de que pudiera dar un paso el timbre de la casa resonó en toda la sala. No esperaba a nadie el día de hoy, ¿Quién podría estar tras su puerta un domingo por la mañana? Eso le extraño, normalmente sus visitas informaban antes de llegar, sus amigas lo hacían y también la familia de Hans. Desconcertada Anna se arreglo un poco el cabello y con calma se dirigió hasta la puerta. Tomo el picaporte y al abrirla se encontró con una grata sorpresa.
—Elsa —su estómago se revolvió de felicidad y rápidamente su corazón comenzó a latir con alegría —. ¡Oh, dios! ¡Elsa, estas aquí!
Elsa sonrió ampliamente del otro lado del portal, tenía los ojos algo hinchados y unos pequeños círculos bajo sus ojos. Había estado llorando en el avión de camino a Malibú y no podía esconderlo del todo, se sentía fatal. Sin embargo, ver a Anna fue precioso y conmovedor e inevitablemente se sintió más entusiasmada. Anna se lanzó a sus brazos tan fuerte que Elsa se tambaleó un poco, aunque eso poco le importó y le regreso el abrazo con la misma fuerza y añoranza.
—También te extrañe, Anna.
Su hermana olía a desinfectante de pisos y parecía estar tan cansada como lo estaba la propia Elsa. Pero ni el olor a productos de limpieza, ni el cansancio y el matrimonio juntos podían suprimir la belleza y el encanto que solo Anna Arendelle poseía. Elsa recargo la barbilla en su hombro y disfruto de la sensación de tener a su familia lo suficientemente cerca.
✖ Más tarde. ✖
La cabeza de Elsa dio una leve punzada, pero aún así disfruto del sorbo de té de limón helado que su hermana amablemente le había preparado. Elsa envolvió sus dedos al rededor de él vaso de cristal transparente. Su hermana llego con una bowl pequeño de rebanadas de manzana con caramelo, los dejo encina de la mesa y se sentó frente a ella, en la silla de la terraza con vista a Zuma Beach. Elsa suspiro con la vista frente a sus ojos azules, tan bonita y tan pacífica que casi llora de felicidad.
—Es hermoso. Me encanta que vivas en un lugar tan pacífico, hermana.
—Sí... Con los mellizos por aquí no lo es tanto —río Anna, colocando las gafas de sol sobre sus ojos —. Ellos podrían hacer del Vaticano una fiesta.
Elsa elevó una sonrisa de labios apretados, pero sincera. Sus sobrinos eran un par de torbellinos, eso lo sabía. Y a su llegada la recibieron con abrazos pero algo hacia falta ahí. No mal entiendan, ella los amaba y se alegraba de verlos, pero no los sentía tan apegados a ella como deberían. Una parte de ella estaba realmente contenta por verlos, pero la otra estaba vacía o, bueno, melancólica. Su Ross, su Alex, su Jessie...
—Ya lo creo —siseo Elsa, dejando el vaso sobre la mesa, queriendo no pensar más en los niños que le robaron el corazón. Y en su padre, ¡oh! Su tonto y a puesto padre.
—No te he visto desde hace año y medio, Elsa —Anna se estiró sobre la mesa y tomó una rebanada de manzana acaramelada —. Y digo, yo feliz de que estés aquí. Pero nunca me visitas, ¿Esta todo en orden?
Anna podía ver que su hermana estaba glamurosa como era su costumbre. Con preciosos vestidos ajustados y el maquillaje jodidamente impecable. Por fuera parecía de acero, espectacular, pero Anna la conocía también y sabía que por dentro debería estar desecha. Eso lo podía percibir en sus ojos, porque estos no brillaban como era debido.
—Sí —se apresuró a decir, con los ojos entrecerrados por los rayos de sol del lugar, algo que no tenía muy seguido en su añorado Nueva York —. Todo bien, quería visitarte porque el viernes me voy a Milán.
—¿Milán? —la pelirroja casi se atraganta con ka manzana en su boca, Elsa asintió arrugando la nariz —. ¿Te dieron el ascenso?
—Y mi propia oficina allá.
—Pues... ¡Felicidades! Realmente lo mereces, haz trabajado duro por ello.
—Sí —Elsa cruzó los brazos sobre su pecho, miro al mar y este captó toda su atención con su calma y su suave movimiento —... Gracias, Anna.
—Pero... ¿Vas hacer feliz? —se atrevió a preguntar, tratando de conectar si mirada con la suya. Elsa se encogió de hombros y lentamente le devolvió la mirada.
—Los extraño y no debería —confesó, limpiando una lágrima rebelde que resbalaba por su mejilla —. No son nada mio, no está bien.
¡Bingo!, pensó Anna.
—Oh, linda —ella se levantó y pronto la abrazo por los hombros, pegando su mejilla a la suya. Elsa sintió una opresión en el pecho cuando los recordaba y cuando notaba que estaba sola de nuevo —. Ya conocerás a alguien bueno y podrás formar tú propia familia. Tener a tus propios hijos.
—No, eso no —lloro ella —. Los quiero a ellos, no quiero hijos míos y de otro tipo. Quiero a mi tropa.
Anna se sintió mal cuando vio a su hermana llorar. Si bien Elsa no le había contado del problema, Anna estaba al tanto con la información. Merida era una gran amiga y ella inmediatamente la había llamado para decirle que Elsa iba a necesitar de ella más que nunca. Si bien era cierto y Anna no sabia con exactitud que hacer. ¿Como ayudas a alguien con un problema de tal magnitud?
Anna le frotó los hombros con las palmas de sus manos, Elsa se sintió tonta, enojada y vacía. Todo al mismo tiempo en su interior. Estaba molesta con Jack por ocultarle la verdad, estaba molesta con ella misma por no haberse dado cuenta y estaba molesta con la vida por poner a los niños en su camino para luego arrancarse los como si nada. Estaba triste porque no eran suyos, triste por el rechazo de Jack y sus gritos, triste por estar tan perdida.
—Elsa yo creo que es mejor que descanses —le aconsejo su hermana con suavidad. Claro ella también era madre y sabía que era lo mejor para Elsa —. El viaje fue pesado y se ve que no has dormido. Voy a prepárarte una habitación.
Elsa asintió y Anna se marchó del lugar casi trotando por el piso. Y una vez más Elsa miro el mar y en ese azul imagino la mirada de Jack e inmediatamente su corazón se rompió como si tomarán un martillo y lo golpearan repetidas veces hasta hacerlo añicos. No pudo evitarlo y un sollozo se le escapó, el corazón le dolía una vez más. Y se atrevía a decir que era peor que aquella vez que se equivoco. Aquella vez que ese hombre la decepciono.
Esto era más real, verdadero y sincero...
✖7:50PM✖
No quería admitirlo pero el sueño le había sentado increíble, apenas entro a la habitación el sonido de las olas la habían arrullado, envolviéndola en su sinfonía acuática. Como una buena madre Anna tenia razón una vez más. Sus ojos dolían menos que hace unas horas y sus extremidades estaban más relajadas que antes. Se sentía un tanto mejor, al menos ya no se sentía como una porquería sollozante andando.
El olor de la ternera hervida le llego a las fosas nasales y Elsa no dudo ni un momento en bajar y reunirse con la familia. Se agarro del barandal de las escaleras y bajo los peldaños uno a uno. Se acercó a la cocina donde encontró a su hermana con guantes para cocina, un mandil amarrado a la cintura y una sonrisa extendida en la cara, junto a sus sobrinos.
—No quería despertarte.
—No lo hiciste. Huele delicioso —Elsa olfateo el aire del lugar. Era una fusión de hiervas de cocina y ternera hervida que le abrían el apetito de sobre manera.
—Sip, ¿nos acompañas?
—Por supuesto —Elsa tomo asiento en una de las sillas de la cocina. En medio de Andrew y Hannah, ellos le sonrieron y ese pequeño detalle la lleno de alegría.
Sus sobrinos eran preciosos. Un desastre de cabellos castaños rojizos, ojos esmeralda y pecas en la cara. Al verlos pensó en Hans, porque los niños eran idénticos a él y se río cuando noto que ellos eran la única parte que podía amar de Hans; sus sobrinos. Los mellizos eran astutos, algo curiosos y escandalosos, pero jamás podrían tener los ojitos de Ross o su ternura. La caballerosidad de Alex o su astucia, tampoco la rebeldía de Jessie... No, sus niños eran únicos en el mundo.
Era imposible pensar en ellos cuando eran todo en lo que podía pensar. Espero que estuvieran bien, que su padre estuviera bien y que Olaff los cuidará. Antes de que sus ojos se cristalizaran, Elsa parpadeo liberándose de las gotas saladas en sus pupilas. Agradeció a Anna por la cena frente a ella y tomó el cuchillo y el tenedor de los costados.
—¿Tu esposo no vendrá a cenar? —le pregunto Elsa en un tono bajito, con un cierto toque de rabia en su voz.
—No... Él, no —Anna se acarició el pelo algo nerviosa. Elsa sintió que quizá había cometido un error en preguntar —. Esta de viaje. Solo seremos nosotros.
—Por mi, bien —le sonrió Elsa, llevándose un trozo de carne a la boca, degustando con calma el sabor y el jugo en su lengua.
De alguna manera estar con su familia ayudo a no sentirse tan sola. Cuando se mudará a Milán solo seria ella en un departamento y eso no era tan alucinante como sonaba. Estaría sola y eso era patético, pero necesario. Ya no tenía nada porque quedarse en Nueva York, ni nadie tampoco. ¿Qué se le iba hacer? El karma aun no terminaba de cobrarle todo lo que ella había hecho.
Solo esperaba que estos ya fueran los últimos pagos, porque estaba a punto de tirar la toalla. Y secretamente quería que la mente de Jack le guardará un espacio a ella en sus pensamientos. Porque ella lo hacía con él y estaba en su mente y en los últimos pedazos de su corazón herido.
✖Hey ✖
¡Ya casi somos 1000!
No saben cuanto se los agradezco, además quería pedirles una disculpa por no actualidad, culpo a la escuela por mi ausencia.
Ahora; ¿algún plan para celebrar cuando lleguemos al 1k?
Escucho sugerencias.
Segundo: ¿Qué opinan de mi Elsa?
Esta muy melancolía.
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