024
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"Las cicatrices más profundas no siempre se llevan en la piel, sino en el silencio que dejamos después de una batalla."
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Robby estaba sentado, impaciente, esperando en la fría sala de visitas. Su tiempo en prisión había sido todo lo que temía: interminables días de abuso y soledad. De repente, la puerta se abrió, y un hombre de traje pasó por la entrada. Robby levantó la cabeza y, al verlo, un nudo se formó en su estómago.
Era Alexander Montgomery, la misma persona que había hecho todo lo posible para separarlo de Isabella y la hija de ambos.
-Robby -dijo Alexander con una sonrisa formal, pero vacía-. Un placer verte... o al menos encontrarnos en este lugar tan agradable.
Robby lo miró fríamente, pero no dijo nada. El odio entre ellos era evidente. Alexander siempre había sido el hermano perfecto para sus padres, mientras que Robby era el "error" de un romance fugaz con Isabella.
Antes de que Robby pudiera responder, Alexander colocó un sobre frente a él y, con voz fría, continuó:
-Traigo papeles. Quiero que me cedas la custodia de tu hija. No me hagas perder el tiempo.
Robby frunció el ceño, sorprendido y furioso.
-¿Qué estás diciendo? No voy a entregar a mi hija -dijo, casi sin poder creer lo que escuchaba. Sin embargo, no era la primera vez que alguien intentaba arrebatarle lo que más quería.
Alexander, con calma, le explicó:
-Mi hermana está en coma, y tú, en esta situación, no eres capaz de cuidar a la niña. Te estoy ofreciendo una salida. La niña debe estar con la familia. Así que, si actúas con sensatez, podemos hacer que todo sea rápido y sencillo.
Robby tomó los papeles y los miró durante unos segundos. Las palabras de Alexander le daban náuseas, la frialdad con la que hablaba de su hija, de su sangre. Luego, respiró profundamente, mirando a su "cuñado" con pura furia.
-¡Ni hablar! -dijo, su voz llena de rabia-. ¡Mi hija es mía! No voy a firmar nada.
Pero Alexander no se inmutó. Mantuvo la calma, pero su tono se endureció.
-Robby, ¿realmente piensas que puedes ofrecerle un hogar adecuado a una niña mientras estás aquí encerrado? Mi familia tiene los recursos que ella necesita. No tienes que hacer esto difícil, puedo ayudarte, te daré dinero, lo que necesites. Esto es por su bien, no lo tomes como algo personal.
En ese momento, Robby sintió como si algo en su interior se rompiera. Su hija no era un objeto ni un favor a intercambiar. Sin pensarlo, tomó los papeles y los rasgó en pedazos frente a Alexander.
-¡No! -gritó, cada palabra impregnada de odio y protección-. Ella es mi hija. ¡No la vas a tocar! No la vendo, ni por todo el dinero del mundo.
Alexander lo miró en silencio, algo de disgusto apareciendo en su rostro, pero no dejó que se viera mucho. Con una ligera sonrisa forzada, se levantó y se dirigió a los guardias, señalándolos con un gesto.
-Haz lo que quieras, Robby. Pero no olvides que esto no termina aquí.
Los guardias se acercaron rápidamente al ver que la situación estaba escalando. Uno de ellos sujetó a Robby, mientras otro intentaba calmarlo.
-Bájale, chico. Relájate.
Robby, respirando con dificultad, no dejó de mirar a Alexander, que ya se retiraba. El odio seguía hirviendo en su sangre, pero al menos había dejado claro algo: su hija era suya, y nadie, ni siquiera un Montgomery, se la llevaría.
La luz tenue en la habitación del hospital apenas iluminaba la figura de Isabella, que aún se encontraba dormida. Juliana se mantenía sentada al borde de la cama, con la cabeza entre sus manos, agotada de los días que había pasado sin poder dejar a su hermana sola ni un minuto.
De repente, el sonido de un débil suspiro interrumpió el silencio. Juliana levantó la cabeza rápidamente, mirando a Isabella. Unos movimientos de sus párpados la alertaron. Isabella estaba despertando.
Juliana se acercó a su hermana rápidamente, tocando su brazo con suavidad, pero con la urgencia de saber si estaba realmente consciente.
-Isabella... -susurró, tratando de mantener la calma, aunque su voz temblaba por la emoción-. Isabella...
Los ojos de Isabella se abrieron completamente, aunque con dificultad. Se veía desorientada, pero reconoció a su hermana.
-Juliana... -dijo, su voz rasposa y llena de confusión. Había estado perdida en un sueño profundo y su mente intentaba aferrarse a la realidad.
Juliana sintió una mezcla de alivio y preocupación al escuchar su voz, aún débil.
-¿Isabella? ¿Estás bien? -Juliana tocó su frente para comprobar que no estaba calentando demasiado, como temía.
Isabella intentó incorporarse, pero su cuerpo, aún débil y adolorido por el largo coma, le dio la sensación de que podía caer de nuevo en un estado de inconsciencia. Frunció el ceño y suspiró, luchando por respirar con normalidad.
-¿Dónde... dónde estoy? -preguntó Isabella, sin comprender bien lo que pasaba.
Juliana no podía esconder la sonrisa que surgió al saber que su hermana había vuelto a la vida. Se inclinó hacia ella, tomándole la mano.
-Estás en el hospital, Isabella. Has estado en coma durante tres semanas. Los médicos te dieron muy pocas posibilidades de despertar... -pero las lágrimas no dejaron de caer de los ojos de Juliana, que trató de contener la emoción-. ¡Pero lo hiciste! Has vuelto.
Isabella no dijo nada al principio. Parecía intentar asimilar la información que su hermana le daba. A medida que sus sentidos volvían, las imágenes del accidente llegaron con fuerza a su mente.
-Mi hija... -murmuró, con los ojos llenos de ansiedad. ¿Qué había pasado con su bebé? ¿Estaba ella bien?
Juliana, al ver la expresión preocupada de su hermana, trató de calmarla.
-Está bien, Isabella. Tu hija está bien, está cuidada. Ha estado muy fuerte, ha luchado como tú. Los médicos nos dijeron que ya casi está fuera de peligro.
Aunque Juliana hablaba con suavidad, Isabella sentía que algo no estaba bien. Era como si en su mente todo se estuviera nublando con una constante preocupación, una que no podía ser apartada con simples palabras de consuelo. Quería saber más, y sus fuerzas de volver a la vida, de levantarse, estaban aflorando por completo.
-Voy a buscar al doctor -dijo Juliana rápidamente, viendo la agitación creciente en el rostro de Isabella.
Se levantó corriendo, dejando a su hermana aún débil en la cama. Isabella luchaba por mantenerse despierta mientras observaba a su hermana marcharse. Sabía que necesitaba respuestas, saber qué había pasado más allá de las palabras tranquilizadoras de Juliana. ¿Y Robby? ¿Y su hija?
Juliana regresó rápidamente a la habitación con la doctora. Era una mujer de alrededor de 40 años, seria pero confiada. La doctora caminó hacia la cama de Isabella con una sonrisa tenue, pero clara de que había hecho un seguimiento cercano a su recuperación.
-Hola, Isabella -dijo la doctora amablemente, revisando los monitores, mientras comprobaba que las estadísticas fueran las correctas-. Es un gran alivio verte despierta. Has estado muy cerca de la situación de gravedad, pero ahora, podemos decir con seguridad que tu recuperación será favorable.
Isabella intentó sentarse más recta en la cama, observando con intensidad a la doctora.
-Doctora... ¿qué... qué ha pasado con mi hija? -preguntó, su voz quebrada y desesperada.
La doctora la miró con comprensión, sabiendo lo que estaba pasando por la cabeza de Isabella. Hizo un gesto hacia Juliana, quien asintió y se acercó para sujetar su mano.
-Tu hija ha nacido prematura, a las 24 semanas. Está siendo monitoreada y cuidado con mucha atención. Ya casi está fuera de peligro, aunque aún tenemos que mantenerla en incubadora para ayudarla a ganar peso y estabilidad. Pero, en general, no hay razón para creer que no se recuperará completamente.
Isabella respiró profundamente, dejando que las palabras del doctor penetraran en su mente. Sabía que aún quedaba mucho por enfrentarse, pero al menos ahora sabía que su hija estaba viva y luchando por sí misma. En ese momento, el peso que había estado cargando, aunque no completamente aliviado, parecía mucho más ligero.
Juliana sonrió suavemente, dándole a su hermana un leve abrazo, tratando de brindarle la calma que había estado buscando durante tantas semanas.
-Todo va a estar bien, Isabella. Te prometo que vamos a superar esto juntas.
La luz fría y difusa de la sala de visitas se filtra por las ventanas, iluminando débilmente la cara de Robby, que está sentado al otro lado de una mesa metálica.
- Johnny siempre fue un busca pleitos... -Hace una pausa, evaluando a Robby- Un chico impulsivo, ¿sabías que llegó hasta cuartos de final en el All Valley?
- Buena historia... -Robby se encoge de hombros, claramente desinteresado- ¿Puedes contársela a alguien que le importe?
Una risa baja escapa de Kreese, quien parece disfrutar la actitud de Robby, mientras continúa con su relato.
- Había un tipo llamado Vidal... Tercer generación, cinta negra. Le puso las cosas difíciles a Johnny, pero al final, Johnny perdió... -Sonríe con nostalgia- Aunque no fue fácil... esa mirada que le di nunca se la olvidó. La mirada que le decía: "No dejaré que esto pase de nuevo."
- ¿Y qué quieres que haga con eso?
Robby se recarga en la silla, claramente molesto, mientras Kreese se deja llevar por el momento y continúa su relato, divertido.
- De tal palo, tal astilla... -Hace una breve pausa mientras observa a Robby- ¿No te parece?
- Mire a dónde me trajo eso... -Robby frunce el ceño, buscando evadir la mirada de Kreese-
Kreese observa a Robby en silencio por un momento. La tensión aumenta a medida que la conversación toma un giro más serio.
- Tú no mereces estar aquí. -Kreese hace un gesto hacia el moretón de Robby- Lo que pasó con Díaz, lo que hizo, no fue tu culpa. Pero cuando el cayó, se llevó Isabella consigo. Y podrías seguir culpándote por eso... -Sigue mirando el rostro de Robby-Pero sabes... hay mucha gente, afuera, que está feliz de recordartelo.
Robby respira profundamente, aguantando la presión de las palabras de Kreese. A pesar de estar claramente afectado por lo que escucha, su tono sigue siendo desafiante.
- Estás perdiendo el tiempo, Kreese. Lo último que necesito es otro sensei.
Un destello de diversión cruza los ojos de Kreese mientras se levanta lentamente, como si se estuviera preparando para dar la última palabra. Se sacude las manos, como si estuviera listo para irse. Camina hacia la puerta, volteándose una última vez.
- No hay mucho más que pueda decirte, muchacho... pero hay algo que sí puedo decirte. -Pausa dramática mientras observa a Robby- Todo ese rollo de Miyagi... eso podría darte unos puntos en un torneo, pero la vida real no es como un torneo. -Caminando hacia la puerta-Tal vez quieras aprender a atacar primero.
Con esas palabras, Kreese abre la puerta y da el último vistazo a Robby antes de salir, dejando tras de sí un rastro de tensión en el aire. La puerta se cierra con un golpe metálico, dejando a Robby en silencio, pensativo.
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