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"En momentos de incertidumbre, el amor y la esperanza se vuelven la única brújula para seguir adelante."

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El eco de las pisadas en el hospital parecía interminable. Carmen entró en la habitación de Miguel con una bandeja en las manos, intentando ocultar el nudo en su garganta tras una leve sonrisa. Él había despertado hace dos días, pero las secuelas del accidente lo mantenían débil. Pese a ello, sus ojos buscaban respuestas que hasta entonces nadie le había dado.

—¿Cómo te sientes, hijo? —preguntó Carmen mientras colocaba la bandeja sobre la pequeña mesa.

Miguel frunció el ceño, intentando incorporarse un poco. Su brazo vendado y la tensión en su cuerpo lo frenaron.

—He estado mejor, pero… no me importa eso ahora. Mamá, necesito saber cómo están Isabella y la bebé.

Carmen dudó un segundo, sus manos temblaron antes de ajustar la sábana de Miguel. Había prometido a los médicos no alterarlo y, sobre todo, mantenerlo tranquilo, pero el peso de la pregunta la desarmó.

—Ellas están bien, Miguel. Necesitan reposo, pero están bien —respondió con voz serena.

—¿Segura? —insistió Miguel, sus ojos llenos de culpa. Bajó la mirada hacia sus manos, apretándolas contra las sábanas.

—Sí. Tienes que confiar en mí —dijo Carmen, acercándose para tomar su mano—. Ahora lo importante es que tú te enfoques en recuperarte.

Miguel negó levemente con la cabeza, sus ojos comenzaron a brillar por las lágrimas.

—No puedo dejar de pensar en el momento, mamá. La sostuve para que yo no cayera. No sé cómo pude…

—Miguel, no —lo interrumpió Carmen, apretando suavemente su mano—. No fue tu culpa. Lo que pasó fue un accidente.

Miguel respiró profundo, pero no encontraba alivio en sus pensamientos. Miró el techo, evitando los ojos de su madre.

—¿Qué clase de persona jala a alguien tratando de salvarse y termina lastimándola más? —murmuró, casi para sí mismo.

—Eres alguien que hizo lo que pudo en una situación desesperada —dijo Carmen con firmeza—. Lo importante es que estás vivo, Miguel, y que Isabella y su hija también lo están. Nadie aquí te culpa, solo quieren verte salir adelante.

Él asintió, aunque su mirada seguía cargada de arrepentimiento.

—Prométeme que las veré pronto. Necesito pedirle perdón a Isabella.

—Lo harás —aseguró Carmen con suavidad—. Pero solo si te concentras en mejorar. Vamos paso a paso, hijo.

Miguel respiró hondo y cerró los ojos. Aceptar la calma le resultaba tan difícil como el peso de la culpa que llevaba consigo.

Robby estaba sentado en la mesa del comedor del centro de rehabilitación. Masticaba lentamente el sándwich que había tomado sin mucho entusiasmo. Su mirada estaba perdida, con pensamientos oscuros que aún no lograba procesar del todo. Sharon estaba a su lado, observándolo con preocupación.

— Todo estará bien, Robby. Lo resolveremos, te lo prometo. — le dijo Sharon, tratando de ofrecerle consuelo.

Robby no respondió al instante, ni levantó la mirada. Le dio otro mordisco al sándwich y suspiró, sin encontrar consuelo ni en la comida. Fue entonces cuando notó a su padre, Daniel, que estaba parado en la puerta de la sala, observándolo en silencio. Daniel había entrado, pero Robby no lo había notado debido a su propio abatimiento.

— Sigue comiendo, Robby. Regresaré en seguida. — dijo Sharon con voz baja, mientras se levantaba y caminaba hacia Daniel, sin querer interrumpir el ambiente que intentaba mantener de calma.

— ¿Cómo está? — preguntó Daniel, pero su tono estaba cargado de angustia.

— No está bien. Sigue preguntando por Isabella. Está esperando a que despierte… cree que lo peor no ha pasado. Y… — Sharon hizo una breve pausa, apartando la vista antes de continuar — dice que cuando despierte, él se las llevará y se irán lejos, lejos de todo esto. Tienes que ayudarlo, Daniel.

Daniel asintió lentamente y guardó la foto en su bolsillo.

— Lo haré, Sharon. Ayudaré a Robby.

Sharon lo miró con esperanza y también con una mezcla de tristeza. La situación no era sencilla, pero era la única manera de proteger a Robby y a su familia de todo lo que se avecinaba.

Daniel se acercó lentamente a Robby, quien se encontraba sentado en una de las mesas del centro de rehabilitación. La mirada de Robby estaba fija al frente, pero en cuanto Daniel estuvo lo suficientemente cerca, levantó la vista.

— Lindo corte—comentó Daniel, intentando aligerar el ambiente con una sonrisa ligera.

Robby lo observó en silencio, sus ojos aún pesados por la falta de descanso y la angustia que lo acompañaba desde el accidente. Tras un momento, finalmente habló.

— ¿Isabella? —su voz sonó quebrada, llena de preocupación.
— Aún no despierta, pero los médicos dan esperanza —respondió Daniel con seriedad, tratando de ofrecer una palabra de aliento.

Robby bajó la mirada, asintiendo levemente. Luego levantó la vista nuevamente, sus ojos brillando con dudas.

— ¿Y Carrie? —preguntó, ligeramente confundido.

— ¿Quién es Carrie? —inquirió Daniel, frunciendo ligeramente el ceño.

— Así decidimos llamarla... nuestra hija —dijo Robby con un tono que mezcla la sorpresa por la reacción de Daniel y el orgullo por la nueva vida que había traído al mundo.

Daniel asintió, no sabiendo qué más decir al respecto.

— ¿Cómo está? —preguntó, notando el vacilante tono de Robby.

Robby se quedó callado un momento, mirando al suelo. Fue como si esas palabras lo hayan aterrorizado un poco. La idea de su hija, la vida de la que aún no podía estar completamente seguro.

Entonces, en silencio, Daniel sacó algo de su bolsillo, una pequeña fotografía. Se la entregó a Robby, quien la aceptó con manos temblorosas. Robby miró la foto con los ojos llenos de expectación y nostalgia. La pequeña bebé, la hija que había deseado durante tanto tiempo, allí estaba, tumbada en la incubadora.

Era la primera vez que veía su rostro.

Un nudo en la garganta de Robby se formó de inmediato. Había visto a la bebé en sus sueños, en sus pensamientos, en las suposiciones de lo que alguna vez sería, pero ahora, al frente de él, estaba esa pequeña que tenía su propia identidad, una hija cuya vida, dependía de tantas circunstancias que le daban miedo siquiera respirar demasiado fuerte.

— Es hermosa... —musitó Robby, apenas creyendo que esa era la verdad ante sus ojos. Sintiéndose infinitamente distante de ella a pesar de que la foto era su más cercano lazo.

Daniel observó en silencio mientras Robby tomaba su tiempo para procesar la imagen. Luego, después de unos momentos de silencio, habló de nuevo.

— Te debo una disculpa por cómo te hablé la última vez que nos vimos... —dijo Daniel, y Robby levantó la vista hacia él, extrañado. Daniel continuó—: Sé que estaba alterado. No debería haber sido tan duro contigo.

Robby lo miró por un momento. Aunque las palabras de Daniel parecían sinceras, no sentía resentimiento. Al final, se encogió de hombros.

— No... fui yo. Yo... —Roby vaciló, buscando la manera de articular lo que sentía—Pateé a Miguel. Y todo esto... todo esto fue mi culpa —murmuró, finalmente hablando en voz baja, aceptando que su impulsividad había traído consecuencias devastadoras.

Daniel negó con la cabeza.

— No es tu culpa, hablé con mis abogados, te ayudaré pero la siguiente parte sera muy difícil aunque la mejor —dijo con firmeza, luego se acercó un poco más. Sabía que Robby estaba atormentado por aquello.

Antes de poder seguir, los radios de la policía resonaron en la distancia, y Daniel se tensó al instante. Se levantó rápidamente, mirando hacia la puerta del pasillo.

El sonido de los pasos firmes de los agentes de policía fue lo único que llenó la estancia por un momento. Robby, por su parte,se levantó y observó a Daniel, casi instintivamente se levantó, preguntando en un tono preocupado.

— ¿Qué hiciste? —preguntó, confundido al ver a Daniel tensarse de esa manera.

Daniel, ya sabiendo lo que estaba pasando, susurró casi sin darse cuenta.

— Les dije que te entregarías... así la sentencia no será tan severa...

Robby lo miró, como si no pudiera procesar lo que había escuchado. Su rostro se tornó pálido, angustiado.

— No puedo... No puedo entregarme... —dijo en un susurro, acercándose a él— No puedo... no puedo dejar sola a Isabella ni a mi hija...

Robby intentó levantarse y correr, pero antes de que pudiera dar más de un paso, un policía lo interceptó y, sin aviso, le puso las esposas.

Daniel miró hacia donde se los llevaban, pero aún trató de darle palabras de consuelo.

— Tranquilo, Robby. Estarás bien... te visitaré todos los días... —le aseguró Daniel, tratando de calmar la tormenta en su mente.

Robby se detuvo y miró a Daniel, su tono cambiado, más resignado.

— No te molestes... —dijo sin la mínima esperanza en su voz—

Finalmente, los policías salieron del centro de rehabilitación con Robby en custodia. Sharon se acercó rápidamente a su hijo. Mientras los policías se alejaban con Robby esposado, ella le susurró, buscando dar algo de calma.

— Todo estará bien, Robby... lo resolveremos —le dijo Sharon, con una mirada preocupada y un cariño implorante en su rostro.

Robby no respondió, pero sus ojos mostraban el profundo desconcierto y el sufrimiento de saber que estaba siendo llevado lejos de su familia, aunque solo fuera por un momento.

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