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"A veces, una caída no solo deja heridas en el cuerpo, sino marcas imborrables en el alma."

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Cuando llegaron al pasillo donde debían separarse, Isabella se detuvo frente a Robby, ajustando nerviosa la correa de su mochila.

—Bueno… creo que este es tu salón —murmuró, mirando el letrero sobre la puerta.

Robby asintió, clavando sus ojos en ella un instante más largo de lo necesario.

—Sí… y el tuyo está al final del pasillo. Pero oye, si algo va mal, solo búscame. ¿Ok? No importa dónde esté. —Su voz tenía un deje protector, como si quisiese asegurarse de que estaría bien.

Isabella le dedicó una pequeña sonrisa y se acercó un paso más.

—Lo haré. Pero no te preocupes tanto, Robby, estaré bien. Gracias por todo, de verdad.

Sin decir nada más, Robby deslizó una mano al costado de su rostro, mirándola con suavidad. Isabella entendió el gesto y cerró los ojos cuando él se inclinó, rozando sus labios con los de ella en un beso lento y cargado de significado.

Cuando se separaron, ambos sonrieron, algo nerviosos pero sin arrepentimiento.

—Nos vemos después —dijo ella, su voz apenas un susurro.

—Nos vemos. Ten un buen día —respondió él, observándola mientras se alejaba hacia su salón.

Robby suspiró profundamente, su corazón todavía latiendo más rápido de lo normal, y luego se dirigió al suyo, listo para enfrentar lo que viniera.

Isabella estaba sentada en su salón, tomando apuntes mientras el maestro intentaba captar la atención de los nuevos estudiantes. Había un ambiente relajado hasta que los altavoces comenzaron a emitir el típico mensaje de bienvenida:

—“Bienvenidos a un nuevo año escolar. Estamos emocionados de que formen parte de esta familia educativa. Recuerden que su esfuerzo hará de este año uno lleno de logros…”

La voz continuaba, mecánica y protocolaria, pero de repente algo extraño ocurrió. El mensaje se detuvo abruptamente, y un ruido de forcejeo se escuchó, captando la atención de todos.

—¡No hagas eso! ¡Déjame ir!—se escuchó la voz de una mujer.

Las palabras sonaban alteradas, entre jadeos y un claro intento de lucha. Los estudiantes se miraron confundidos, y algunos ya comenzaban a murmurar, mientras el maestro intentaba calmar la situación.

Luego, otra voz tomó el control de los altavoces, una que Isabella reconoció al instante: Tory.

—Samantha LaRusso…—dijo con una calma escalofriante que rápidamente escaló a un tono de burla—,sé lo que hiciste… y ahora lo pagarás. Voy por ti, perra.

La amenaza resonó en los pasillos y aulas, dejando a los estudiantes completamente en silencio. Antes de que alguien pudiera reaccionar, el mensaje se cortó de golpe, seguido por el agudo sonido de la campana marcando el fin de la clase.

Isabella sintió un nudo en el estómago mientras observaba a su alrededor. Los estudiantes intercambiaban miradas nerviosas, algunos incluso emocionados por el drama. Sin embargo, ella sabía que esto no era un juego.

—¿Qué diablos acaba de pasar? —murmuró para sí misma mientras tomaba sus cosas y salía al pasillo. Su primer instinto era buscar a Robby; algo le decía que esto apenas estaba comenzando.

El ambiente en los pasillos estaba cargado de tensión mientras los estudiantes se amontonaban, susurros emocionados recorriendo a todos los que observaban. En el centro de todo, Sam y Tory se enfrentaban con miradas que destilaban fuego. Tory fue la primera en romper el silencio.

—Sé lo que hiciste en la fiesta —escupió con desdén. Sus ojos brillaban con rabia mientras cruzaba los brazos frente a ella—. Besaste a Miguel

Sam, con los ojos muy abiertos, trató de responder, pero las palabras se le trababan en la garganta.

—Yo… —tartamudeó, dando un paso atrás.

Tory dio un paso al frente, cerrando la distancia.

Sam apenas reaccionó a tiempo para esquivar el golpe, retrocediendo con un movimiento torpe. Trataba de evitar el conflicto, pero Tory no cedía. Sam giró para alejarse, intentando desaparecer entre la multitud, pero Tory la agarró firmemente de la mochila, tirando de ella para que no escapara.

—¡No he terminado contigo! —gritó Tory antes de lanzar una serie de golpes, cada uno más agresivo que el anterior.

Sam hizo lo mejor que pudo para esquivarlos, aunque era evidente que no estaba preparada para un enfrentamiento.

Robby, quien había llegado en ese momento al tumulto, vio lo que sucedía y no dudó en intervenir.

—¡Ya basta! —gritó mientras se interponía entre las dos.

Pero antes de que pudiera calmar la situación, Miguel apareció detrás de Tory, sus ojos fijos en Robby.

—¡Ey!

El aire se volvió más pesado cuando ambos se enfrentaron con posturas de lucha. Fue un breve segundo de tensión contenida antes de que Miguel lanzara el primer golpe, al cual Robby respondió con igual ferocidad.

—¡Es lo mejor! —gritó Halcón desde el fondo, entusiasmado por la caótica escena.

El grito pareció ser la chispa que encendió la mecha. En un instante, los pasillos estallaron en un caos absoluto. Los estudiantes comenzaron a tomar partido, separándose en grupos que representaban a sus respectivos dojos. Los de Cobra Kai atacaron con confianza mientras los de Miyagi-Do intentaban defenderse.

Golpes resonaban, mochilas volaban y gritos llenaban el aire. Sam intentaba apartarse del epicentro, pero Tory la alcanzó de nuevo, obligándola a enfrentarse. Robby y Miguel continuaban con su propia pelea, ambos ignorando todo a su alrededor.

La pelea que ya se había desatado en los pasillos se intensificó al tomar dirección hacia el pasillo principal, donde más y más estudiantes llegaron, presionando en todas direcciones. El sonido de los golpes resonaba, los gritos llenaban el aire y la atmósfera estaba tan cargada de rabia que parecía a punto de explotar en cualquier momento.

Algunos profesores intentaron intervenir, tratando de poner fin a la locura antes de que llegara más lejos, pero en cuanto intentaban acercarse, eran recibidos con golpes e insultos, lo que solo agravaba aún más la situación. La violencia comenzó a escalar y nada parecía detenerla.

Isabella, quien había estado observando desde un lado, decidió intervenir, tratando de calmar las aguas, alzando la voz para intentar que la gente se detuviera.

—¡Chicos! —gritó, pero su voz se perdió en el caos.

En ese instante, un chico del grupo de Cobra Kai se acercó, con su rostro oscuro y agresivo, listo para atacarla también. El chico alzó su mano hacia Isabella, pero antes de que pudiera hacerle daño, uno de los chicos con los que Isabella había estado en la fiesta la defendió con rapidez. Era un miembro de Cobra Kai, pero esta vez actuó como un protector. A pesar de su afiliación, él la miró, visiblemente molesto por la agresión hacia ella.

—¡No toques a una mujer embarazada, imbécil! —gruñó, empujando al chico hacia un lado.

Isabella, aún sorprendida por el gesto, intentó mantener la calma, sabiendo que su embarazo de seis meses le obligaba a ser cautelosa. Sus manos se posaron sobre su estómago, procurando no alterar la situación aún más. Miró al chico, agradecida, pero a la vez insegura por todo lo que sucedía.

En ese momento, se escucharon más gritos, y la pelea entre los estudiantes parecía no tener fin. Las paredes se sentían como si estuvieran a punto de ceder, con los estudiantes de ambos bandos luchando con fuerza, sin tomar en cuenta a quién se estaban enfrentando. Sam intentaba esquivar a Tory, quien no dejaba de atacarla, mientras Robby y Miguel se estaban dando golpes sin detenerse, ajenos al resto del mundo que los rodeaba.

Sin embargo, la intervención del chico de Cobra Kai dio una ligera pausa en la furia momentánea, permitiendo que Isabella pudiera alejarse un poco, aunque su corazón seguía acelerado debido al peligro al que se había enfrentado. En un segundo, las autoridades estarían allí para separar a los combatientes, pero no parecía haber esperanza de que eso ocurriera pronto.

Isabella subió las escaleras rápidamente, el ruido de la pelea a lo lejos cada vez más fuerte. Sabía que Miguel y Robby estaban al frente, y no le tomó mucho tiempo darse cuenta de lo que estaba pasando. El aire se sentía denso, cargado de violencia y tensión, como si el pasillo mismo fuera un campo de batalla.

Cuando Isabella llegó al final de la escalera y vio lo que ocurría frente a ella, Miguel estaba sujetando a Robby en una llave con la intención clara de romper su brazo. No había manera de que Robby pudiera escapar de esa sujeción a menos que Miguel decidiera soltarlo.

El sonido de pasos firmes y esa familiar presencia hicieron que Miguel, de manera casi involuntaria, levantara la mirada. Sus ojos se encontraron con Isabella, quien lentamente se acercaba, no tan lejos, pero a la vez parecía tan distante. De alguna manera, su presencia lo desorientó por un momento, como si su sólo acercamiento hubiera roto todo lo que estaba sucediendo alrededor.

Sin pensarlo, Miguel soltó a Robby, quien aprovechó ese instante para levantarse furioso. Robby no dio tiempo a palabras. Aprovechó la oportunidad y con un movimiento rápido, con el máximo esfuerzo que aún le quedaba, propinó una patada a Miguel. La patada lo impactó de lleno en el pecho, y la fuerza de la acción lo empujó hacia atrás.

Miguel cayó hacia la barandilla del segundo piso. La cabeza le daba vueltas mientras intentaba sujetarse de algo, pero en su desesperación, no tuvo el tiempo ni la suficiente concentración para pensar claro. Intentó agarrarse de lo que pudo, y fue en ese preciso instante cuando alcanzó la camisa de Isabella, tomando impulso sin pensar.

Los dos cayeron en un giro inesperado.

El mundo se volvió un torbellino de dolor, confusión y caída. Apenas pudieron procesarlo antes de que el suelo los recibiera.

Robby miró en estado de shock, sus ojos fijos en la escena. No podía creer lo que veía. Isabella, la chica que había tratado de proteger, había caído junto con Miguel, y todo sucedió tan rápido que ni él mismo había tenido tiempo de reaccionar. El horror y la incredulidad se dibujaban en su rostro.

Miguel y Isabella cayeron, el impacto resonó fuerte en el pasillo, y el dolor inmediato fue palpable. La gente a su alrededor, atrapada en el caos, se acercaba rápidamente para ver qué sucedía. El mundo de Robby había cambiado en segundos. Mientras caían, apenas si hubo tiempo para pensar o gritar. Las mentes estaban centradas en un solo pensamiento: "¿Qué había pasado realmente?"

Isabella yacía tendida en la camilla en el hospital, su cuerpo aún en un estado de inconsciencia tras la brutal caída. Los médicos estaban haciendo todo lo posible para mantenerla estable, pero la situación era grave. La sala de emergencias estaba llena de actividad frenética, personal médico corriendo de un lado a otro. Los monitores sonaban en tono constante, reflejando su débil estado de salud. En lo profundo de su inconsciencia, ni ella ni nadie sabía la magnitud de lo que podría suceder.

La preocupación de los médicos era clara. Debido a su embarazo, el impacto de la caída había provocado complicaciones graves que requerían una cesárea de emergencia. Aunque solo tenía seis meses de gestación, las probabilidades de una intervención exitosa necesitaban la autorización inmediata de alguien para proceder con la cirugía.

—Tenemos que hacer una cesárea ahora mismo— dijo el doctor con tono urgente, observando a todos en la habitación. —Ella está perdiendo sangre rápidamente y el bebé no está en condiciones de esperar. Necesitamos que alguien firme, de lo contrario no podemos intervenir.

Daniel, que había estado callado durante el frenético proceso, se acercó al doctor con una expresión de frustración y angustia, pensando en Isabella y luego a su hija no nacida.

—Sus familiares no-

Antes de que pudiera terminar de hablar, la puerta del hospital se abrió de repente. Por un momento, todos se detuvieron, esperando ver quién llegaba. Los padres de Isabella entraron apresuradamente, con las caras demacradas por el cansancio y la preocupación, aunque las tensiones entre ellos y su hija siempre habían sido notorias.

—¿Qué ha pasado con Isabella?— preguntó su madre, aparentemente preocupada. Su padre se acercó también, claramente desconcertado por lo que veía.

El doctor les explicó rápidamente la situación.

—Ella está perdiendo mucha sangre. Necesitamos proceder con la cesárea de emergencia. El bebé está en riesgo.

Aunque las relaciones entre Isabella y sus padres nunca fueron buenas, esta vez no dudaron. Tenían que actuar, aunque eso no cambiara los resentimientos pasados.

Sin mediar palabras, su madre, con una mirada seria, firmó rápidamente el documento, y su padre hizo lo mismo sin protestar. Aunque siempre hubo una tensión en su relación con Isabella, el miedo a perderla los hizo tomar esta difícil decisión.

—Está bien, no podemos perder tiempo,— dijo el doctor al ver que el permiso estaba listo, dándoles a todos un respiro mientras el personal comenzaba a prepararse para la intervención.

Daniel observó en silencio, sintiendo una pesada sensación en su pecho, mirando cómo la situación fuera de su control avanzaba. A pesar de la distancia emocional entre Isabella y sus padres, lo importante ahora era salvar su vida y la del bebé. Nada más importaba.

El equipo médico procedió inmediatamente, llevando a Isabella a la sala de operaciones. Mientras tanto, en algún rincón de la ciudad, Robby se encontraba aislado y preocupado. Aunque había huido para evitar problemas con la policía, su mente no podía dejar de regresar a Isabella y al bebé. Sabía que había causado daño, pero el miedo lo había hecho actuar de manera impulsiva. Sin embargo, en su interior, había algo que no lo dejaba en paz, y que lo empujaba a pensar si ya era demasiado tarde para hacer algo.

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