017
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"El peso de la verdad no siempre nos da libertad, a veces nos aplasta con una carga que nunca pedimos llevar."
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Era una tarde tranquila en casa de los LaRusso. Isabella y Amanda hablaban en la sala cuando los fuertes golpes en la puerta rompieron la calma. Isabella palideció de inmediato, sabiendo de quién se trataba.
Robby, que estaba en la cocina con Daniel, fue el primero en reaccionar. Caminó hacia la puerta con un presentimiento sombrío. Al abrirla, se encontró con los padres de Isabella, con semblantes tensos y una actitud decidida.
-Estamos aquí por nuestra hija -anunció el padre de Isabella con voz fría y autoritaria.
Daniel llegó detrás de Robby justo cuando el hombre trató de avanzar, pero el chico lo bloqueó con firmeza.
-Si quieren hablar con Isabella, este no es el lugar para hacerlo -dijo Robby sin alterarse-. Y si vienen a llevarla a la fuerza, será sobre mi cadáver.
-Muévete de nuestro camino, muchacho -intervino la madre de Isabella, con una mezcla de ira y desprecio-. No tienes idea de lo que estás diciendo.
-Lo sé perfectamente -respondió Robby, su voz más dura mientras daba un paso adelante-. Porque ella está conmigo, y es la madre de mi hijo. Así que les sugiero que reconsideren cómo pretenden actuar aquí.
Las palabras cayó como una bomba en el aire. Los padres de Isabella se miraron entre sí, impactados y furiosos.
-¿Qué has dicho? -exclamó su padre con incredulidad-. ¡Esto no cambia nada! No estás preparado para cuidar de una familia, y mucho menos para decidir lo que es mejor para Isabella.
-No lo estoy haciendo solo -replicó Robby-. Estamos construyendo una vida juntos, lejos de las amenazas y manipulaciones que ustedes representan. Y si no están dispuestos a respetar sus decisiones, entonces no tienen cabida en su vida ni en la mía.
La madre de Isabella intentó recuperar el control, mirando a Isabella, quien había salido del pasillo con Amanda sosteniéndola de la mano.
-Isabella, ven con nosotros. Todavía podemos arreglar esto. No tienes que cometer este error.
Isabella temblaba al principio, pero al escuchar las palabras de Robby y sentir el apoyo de Amanda y Daniel, se armó de valor.
-El único error que cometí fue dejar que me controlaran durante tanto tiempo -dijo con voz temblorosa pero firme-. No voy a ninguna parte con ustedes.
El padre de Isabella avanzó de nuevo, apuntando con un dedo a Robby.
-¡No voy a dejar que un niño arruine la vida de mi hija!
Daniel, que había permanecido en silencio, alzó la voz con autoridad.
-Se acabó. Isabella ya dejó clara su posición, y no toleraremos ninguna otra intromisión. De ahora en adelante, si quieren hablar con ella, será a través de sus abogados en el juicio de emancipación.
Los padres de Isabella parecían a punto de explotar, pero Daniel mantuvo su mirada fija en ellos, inamovible. Después de un momento tenso, se dieron media vuelta y se dirigieron al auto, con el padre de Isabella lanzando una última advertencia:
-Esto no ha terminado.
Cuando el auto se alejó, el silencio regresó. Isabella dejó escapar el aire que había estado conteniendo y se dejó caer en el sofá, con lágrimas rodando por sus mejillas. Robby se agachó frente a ella, sosteniendo sus manos.
-Estamos contigo, Isabella -le dijo Daniel con sinceridad-. Nadie va a lastimarte más. Ni a ti ni al bebé.
Daniel asintió, apoyando una mano en el hombro de Robby.
-Hiciste lo correcto, hijo. Y haremos todo lo posible para protegerlos a los tres.
Por primera vez en mucho tiempo, Isabella sintió que no estaba sola. No importaba cuán difícil se pusiera el camino; tenía un verdadero equipo a su lado.
Isabella había intentado acercarse a Samantha durante semanas. No buscaba pelea, solo respuestas. Había estado presente el día en que todo se derrumbó para ella, el día en que pidió ayuda y no recibió nada a cambio. No lo entendía. Creía que eran amigas, o al menos lo suficientemente cercanas como para apoyarse mutuamente. Sin embargo, Samantha siempre encontraba la manera de evitarla: salía apresurada, fingía estar ocupada, o simplemente cambiaba de tema cada vez que Isabella intentaba abordar la conversación.
Una noche, después de una cena tranquila, Samantha estaba subiendo las escaleras cuando escuchó murmullos suaves provenientes de la habitación de huéspedes. Reconoció las voces de Robby e Isabella. No era su intención espiar, pero algo en la calidez de sus tonos la detuvo a mitad del pasillo.
Cautelosa, se acercó silenciosamente a la puerta entreabierta. La escena que vio la dejó inmóvil.
Robby estaba sentado al borde de la cama junto a Isabella. Su mano descansaba con ternura sobre el vientre de ella, trazando pequeños círculos mientras ambos compartían una conversación en voz baja. Una sonrisa adornaba el rostro de Isabella, y sus ojos brillaban con una mezcla de felicidad y tranquilidad que Samantha no recordaba haber visto antes.
-¿Sientes eso? -susurró Robby, inclinándose un poco hacia Isabella.
Ella asintió, riendo suavemente.
-Sí, creo que le gusta tu voz.
Robby rio, inclinándose para besar su frente con cariño antes de descender para dejar otro beso, más suave y lleno de promesas, en sus labios. Isabella correspondió al beso con igual calidez, mientras sus manos se entrelazaban en un gesto que parecía tan natural como respirar.
Samantha apretó los puños al observar la escena, sintiendo un cúmulo de emociones que no esperaba: incomodidad, tristeza... y algo más, algo que no quería admitir. Era celos.
Retrocedió con cuidado, asegurándose de que no la vieran. Su corazón latía con fuerza mientras bajaba rápidamente las escaleras, incapaz de procesar lo que acababa de presenciar. ¿Por qué le dolía tanto ver a Robby tan feliz con Isabella? Había pasado página... ¿o no?
Al llegar al piso inferior, Samantha se detuvo, respirando profundamente. Pero no importaba cuánto intentara ignorarlo, la imagen de Robby acariciando el vientre de Isabella estaba grabada en su mente.
Juliana estaba tumbada en el sofá, deslizándose distraídamente por su celular mientras escuchaba música con sus audífonos. La casa estaba inusualmente silenciosa hasta que oyó el sonido de la puerta principal cerrándose de golpe, seguido por las voces airadas de sus padres.
Curiosa, Juliana bajó el volumen de su música y se levantó lentamente. No queriendo ser descubierta, apagó la luz de la sala y se escondió tras el marco de la puerta del comedor. Desde allí podía ver a sus padres en la cocina, ambos discutiendo con una intensidad que rara vez había presenciado.
-¡No puedo creerlo! -espetó su padre, visiblemente molesto-. Si Isabella se emancipa, perderemos todo. ¡Todo lo que mi padre trabajó para construir!
-¿Y qué sugieres que hagamos? -respondió su madre en un tono más contenido, aunque sus palabras estaban impregnadas de frustración-. ¿Acaso la vamos a obligar físicamente a quedarse con nosotros? Ya intentamos razonar con ella y no sirvió de nada.
Juliana contuvo el aliento. Su abuelo. Recordarlo siempre traía consigo una mezcla de tristeza y respeto, especialmente porque había sido el pilar de la familia hasta su fallecimiento un año atrás. Pero... ¿de qué estaban hablando? ¿Por qué implicaban a Isabella?
-¡Esa herencia estaba destinada para ella porque era su favorita! -continuó su padre con amargura-. Mi propio padre dejó todo para mi hija y ni siquiera tuvo la decencia de consultarme. Y ahora, con esta locura de la emancipación, no podremos reclamar nada. Ni propiedades, ni cuentas, ni siquiera el maldito fideicomiso.
La madre de Juliana cruzó los brazos, visiblemente irritada.
-No creas que a mí me hace gracia. Pero esta es la situación en la que estamos, y si Isabella consigue esa emancipación, estaremos fuera de todo. Ella controlará todo el dinero, y no me sorprendería que lo malgaste en ese niño con el que está embarazada.
Juliana apretó los dientes ante esas palabras. Isabella siempre había sido la "preferida", pero escuchar a sus padres hablar así de su hermana mayor encendió algo dentro de ella. Sin embargo, siguió escuchando, esperando que revelaran más.
-Tenemos que frenarla, hacerla entrar en razón antes del juicio -continuó su padre-. Si no, todo lo que mi padre trabajó por años acabará en manos de un par de adolescentes irresponsables.
-¿Y cómo piensas detenerla? -cuestionó su madre con escepticismo-. Daniel LaRusso ya dejó claro que la protegerá hasta el final. No podemos simplemente aparecer y llevárnosla otra vez.
La discusión se volvió más tensa, pero Juliana ya no necesitaba oír más. Su corazón latía con fuerza mientras se escabullía de su escondite, procesando lo que acababa de escuchar. La herencia del abuelo... todo lo que había creído sobre las razones de sus padres se desmoronaba.
Subió a su habitación sin ser notada, cerrando la puerta con cuidado. Sentándose en la cama, tomó su celular, pero esta vez no buscaba distracciones. En su mente, todo daba vueltas. Por primera vez, entendía realmente por qué sus padres estaban tan obsesionados con controlar a Isabella.
Ahora lo veía con claridad: todo se trataba del dinero.
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