014


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"El amor puede ser un refugio, pero también el catalizador que te obliga a luchar por tu libertad."

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Era tarde, y el ambiente en la casa de los LaRusso estaba en calma, excepto por las luces encendidas en la sala. Samantha estaba sentada en el sofá con una taza de té en las manos, mirando el reflejo de la lámpara en el vidrio de la ventana. Robby bajó las escaleras, recién salido de la ducha, con el cabello húmedo y una expresión perdida.

-¿No puedes dormir? -preguntó Samantha, girándose hacia él.

Robby negó con la cabeza, caminando hacia el sofá y dejándose caer a su lado con un suspiro.

-No... Tengo demasiadas cosas en la cabeza.

Sam lo miró con curiosidad.

-¿Es por lo que pasó en el supermercado?

Él asintió lentamente.

-No sé, Sam. Esa chica... algo no me cuadra. Y... me recordó a Isabella. -La última palabra salió como un susurro lleno de nostalgia, y Sam sintió un nudo en el estómago.

-¿Todavía piensas en ella? -preguntó en voz baja.

Robby soltó una risa amarga.

-¿Cómo no hacerlo? Vivimos tantas cosas juntos... Incluso con nuestras diferencias, nunca había sentido algo tan real. Ahora, cada vez que pienso en ella y en nuestro bebé, en lo que dejamos atrás, siento que algo me falta.

Sam trató de buscar las palabras, pero ninguna parecía adecuada. En su lugar, colocó su taza en la mesa y se inclinó ligeramente hacia él.

-Robby... -susurró, mientras su mano rozaba la de él-. Sé que duele, pero quizá deberías intentar seguir adelante. A veces, mirar hacia el pasado solo te impide ver lo que tienes frente a ti.

Sin decir nada, Robby la miró directamente. El aire parecía denso entre ambos, hasta que Samantha hizo lo inesperado: inclinó su rostro hacia él, buscando un beso.

Robby apartó la cara rápidamente, poniéndose de pie casi al instante.

-Sam, no. -Su voz era firme, pero no dura. Ella lo miró con sorpresa, sus mejillas ruborizándose al darse cuenta de lo que acababa de intentar.

-Lo siento... no quise... -empezó a disculparse, pero Robby negó con la cabeza.

-No, soy yo quien lo siente. Pero no puedo. -La sinceridad en sus ojos era innegable-. Lo que sentí, lo que siento por Isabella, no ha cambiado.

Samantha bajó la mirada, avergonzada, mientras Robby continuaba.

-Sé que tú solo intentas ayudarme, y lo aprecio... Pero no puedo fingir que quiero seguir adelante con alguien más cuando mi corazón sigue siendo de ella.

Sam asintió, tratando de mantener la compostura.

-Entiendo... -murmuró, aunque no era fácil escucharlo-. Es tarde. Mejor será que intentes descansar.

Sin agregar nada más, Robby le dedicó una última mirada antes de subir las escaleras, dejándola sola en la sala. Sam cerró los ojos un momento, intentando contener las lágrimas. Aunque sabía que estaba mal, no podía evitar sentirse rota por ser testigo del amor que Robby todavía guardaba por Isabella.

La noche había caído sobre la casa, y un incómodo silencio reinaba en los pasillos. Isabella se encontraba encerrada en su habitación, su mirada fija en el plato de comida que Juliana le había llevado, pero no había tocado ni un bocado. Estaba furiosa, más consigo misma por la impotencia que sentía, que con los barrotes invisibles que sus padres habían puesto a su alrededor.

Juliana salió de la habitación, cerrando la puerta con cuidado. Sabía que Isabella no quería bajar a cenar con la familia, pero no podía permitir que su hermana mayor se quedara sin comer. Mientras caminaba por el pasillo hacia la cocina, sus pasos se detuvieron al escuchar las voces de sus padres provenientes del comedor.

-Tenemos que tomar una decisión pronto -dijo su padre con tono grave-. No podemos dejar que Isabella continúe así, encerrada y creando más problemas.

Ella suspiró, su voz mostrando un matiz de cansancio.

-Lo sé, pero ¿cuál es la alternativa? ¿Dejar que siga pensando en volver con ese chico y hacer lo que le dé la gana? Ya ni siquiera podemos confiar en que salga al supermercado sin que cause un escándalo.

-He estado pensando -añadió su padre después de un momento-, tenemos familia en Rusia, y sabes que también tenemos amigos de confianza en Estambul. Podríamos enviarla allá. Le haría bien estar lejos de todo esto, lejos de... él.

Juliana, al escuchar esas palabras, se quedó paralizada tras una esquina. Su corazón latía con fuerza mientras contenía la respiración. No quería ser descubierta, pero tampoco podía creer lo que estaba oyendo.

-¿Crees que aceptarían? -preguntó, su tono dudoso pero no del todo contrario a la idea-. Es un gran peso para cualquiera.

-Por supuesto que aceptarían. Les diríamos que solo sería hasta que dé a luz. Después podríamos traerla de vuelta, con el bebé. Isabella necesita espacio para... madurar y entender las decisiones que ha tomado.

Juliana apretó los labios para contener su indignación. ¿Espacio? ¿Entender? ¿Y mandar lejos a Isabella como si fuera un problema a resolver? No podía creer que sus padres estuvieran considerando algo así.

La mujer guardó silencio por un momento antes de responder con resignación.

-Quizá sea lo mejor. Pero tenemos que hablar con ella primero... eventualmente.

Juliana decidió que había escuchado suficiente. Se deslizó hacia las sombras, asegurándose de no hacer ruido mientras se alejaba. Cuando llegó a la cocina, apoyó las manos en la encimera para estabilizarse, su mente girando con lo que acababa de escuchar.

La cena, para ella, había terminado. Y, aunque no podía decidir qué hacer todavía, algo estaba claro: no dejaría que enviaran a Isabella lejos de todo lo que conocía, menos aún mientras ella estaba allí para protegerla.

La casa estaba en completo silencio. Las luces estaban apagadas, y el leve susurro del viento pasaba por las ventanas, trayendo consigo una sensación de inquietud. Juliana abrió la puerta de la habitación de Isabella con cuidado, dejando entrar solo un hilo de luz desde el pasillo.

-¡Isabella! -susurró, moviéndola suavemente para despertarla-. Despierta, ¡levántate ya!

Isabella se removió, parpadeando confusa al ver a Juliana inclinada sobre ella.

-¿Qué pasa? -preguntó adormilada, notando la expresión urgente en el rostro de su hermana.

-Empaca tus cosas, rápido. -Juliana bajó la voz, miró hacia la puerta y luego regresó su mirada a Isabella-. Escuché a mamá y papá. Quieren mandarte fuera del país.

-¿Qué? -Isabella se enderezó de golpe, completamente despierta ahora. La noticia la golpeó como un balde de agua fría-. ¿Qué estás diciendo?

-No hay tiempo para explicaciones. Van a enviarte a Rusia o a Estambul, lo que sea más rápido. Tienes que irte ahora, mientras están dormidos. -Juliana la miró con una mezcla de desesperación y decisión-. Tienes que buscar a Robby.

Por un momento, Isabella permaneció inmóvil, su mente trabajando a toda velocidad. Pero la determinación pronto reemplazó cualquier duda. Se levantó de la cama y empezó a buscar lo necesario.

-¿Tienes un plan? -preguntó mientras metía unas cuantas prendas en una mochila apresuradamente.

-No exactamente, pero la prioridad es que salgas de aquí sin que nadie se dé cuenta -respondió Juliana, ayudándola a empacar-. Yo te cubro.

-No puedo creer que papá esté haciendo esto -dijo Isabella en voz baja, apretando los dientes mientras zafaba la cremallera de la mochila.

-Ya no importa, lo sabrás todo después. Por ahora, concéntrate en salir de esta casa. -Juliana le entregó una chaqueta y una gorra oscura.

Isabella tomó aire profundo y asintió. Se puso la gorra y se colgó la mochila al hombro.

-Gracias, Juliana. No sé cómo pagarte esto.

-Solo prométeme que estarás bien. -Juliana tomó la mano de Isabella por un momento antes de soltarla-. Yo me encargo del resto aquí.

Isabella salió con cuidado de la habitación, manteniéndose en la sombra mientras Juliana vigilaba el camino. Lograron llegar a la puerta trasera sin hacer ruido.

-Corre, y no mires atrás -susurró Juliana antes de abrir la puerta para ella.

Isabella cruzó el umbral y desapareció en la oscuridad de la noche. Juliana cerró la puerta con cuidado, apoyando su espalda contra ella mientras su corazón seguía latiendo con fuerza. Ahora, todo dependía de Isabella.

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