011

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"Las estrellas pueden estar lejos, pero siempre guiarán tu camino de vuelta a casa."

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Habían pasado semanas desde que se la llevaron. Isabela vivía casi como una prisionera en aquella enorme mansión que alguna vez consideró su hogar. Ahora, los vestidos de diseñador y las joyas finas que se le imponían solo le recordaban el control al que estaba sometida. Apenas tenía permitido salir, y el mundo más allá de las rejas parecía cada vez más distante.

Aquel día, en un arranque de frustración, Isabella decidió hacer una de las tareas más simples del hogar: limpiar una mesa. Tomó un trapo con determinación, pero fue interrumpida por la figura siempre impecable de su madre.

-No tienes por qué hacer eso, Isabella -dijo su madre, sin emoción en la voz-. Hay personas para esas cosas.

Isabela soltó el trapo, su mirada llena de fuego mientras apretaba los puños.

-No soy una maldita muñeca, mamá. Quiero hacer algo. Algo mío.

La frialdad de su madre no se quebró.

-Tú no eres alguien que deba ensuciarse las manos. Nuestro mundo no funciona así.

La joven no pudo contener su frustración.

-¡El "nuestro mundo" ya no es mío, mamá! ¡Déjame vivir mi vida como yo quiera!

Sin otra palabra, su madre se dio la vuelta, dejándola sola con su furia.

Horas después, Alexander entró en su habitación con una expresión cautelosa.

-Isabella, tenemos que hablar.

Ella estaba sentada junto a la ventana, con la mirada perdida en el jardín. No volteó al escucharlo.

-No tenemos nada de qué hablar, Alexander.

Su voz era fría, distante, pero él no se dejó intimidar.

-Por favor, solo escúchame. Lo que pasó... No fue fácil para nadie. Estoy tratando de arreglarlo.

Eso bastó para que Isabela se pusiera de pie de golpe.

-¿Arreglarlo? -le espetó con un brillo de ira en los ojos-. ¡Tú no tienes idea de lo que es estar atrapada aquí! Tú nunca tuviste que pelear contra ellos. Tú solo bajaste la cabeza y obedeciste.

-Isabella, lo hice por el bien de todos -intentó explicar Alexander, dando un paso hacia ella-. Esto es complicado, pero no estás sola...

Ella lo miró con incredulidad, con una mezcla de dolor y rabia que le nubló la razón.

-¡Claro que estoy sola! Porque tú me traicionaste. ¡Eres mi hermano, y me trajiste de vuelta a esta prisión!

En un arrebato, le cruzó la cara con una bofetada que resonó en la habitación. Alexander no se movió, ni siquiera alzó las manos para defenderse. La miró, no con enojo, sino con una tristeza tan profunda que por un instante Isabela titubeó.

-Te traje aquí para protegerte, Isabella. Esto es lo mejor para ti y para tu bebé -dijo finalmente, su voz cargada de arrepentimiento.

Pero ella negó con la cabeza, con las lágrimas a punto de derramarse.

-Siempre tienes una excusa. Siempre lo justificas. Pero no puedes arreglar algo que destruiste tú mismo.

Alexander permaneció inmóvil, sin decir una palabra más. Con el rostro marcado y el corazón cargado de culpa, salió de la habitación.

Isabella, con el pecho agitado, se dejó caer al borde de la cama. En ese instante, supo que, si quería recuperar su libertad y proteger a su bebé, no podría esperar nada de nadie. Tendría que pelear, aunque estuviera sola.

La noche caía sobre el dojo Miyagi-Do, donde Robby se encontraba sentado en las escaleras del patio, perdido en sus pensamientos. Era extraño cómo el All Valley, un torneo que solía llenar su vida de adrenalina y propósito, había terminado por convertirse en el comienzo del caos. Isabella estaba desaparecida desde ese día y no pasaba un segundo sin que Robby sintiera el peso de su ausencia.

Los LaRusso estaban profundamente involucrados en la búsqueda. Sam apareció con una linterna en la mano, haciendo una pausa antes de sentarse a su lado.
-Todavía nada, ¿verdad?

Robby negó con la cabeza y apretó los puños sobre sus rodillas.
-No puedo creer que alguien pudiera hacer esto. Llevarse a Isabella, lejos de todos, lejos de mí... Es como si ya no tuviera ningún control.

Sam quiso decir algo reconfortante, pero sabía que no había palabras suficientes para calmar ese tipo de dolor. Finalmente, su padre, Daniel, salió al patio con pasos firmes y una carpeta en las manos.
-Creo que tengo una pista -anunció.

Robby alzó la mirada, la esperanza brillando fugazmente en sus ojos.
-¿Qué encontraste?

Daniel desplegó un mapa de la ciudad y señaló varios lugares marcados.
-He estado preguntando discretamente entre algunos contactos de confianza. Muchos creen que los Montgomery tienen algo que ver. Suena descabellado, pero no puedo ignorarlo. Fui a visitarlos hoy.

-¿Y qué pasó? -preguntó Sam, acercándose para mirar el mapa.

Daniel suspiró.
-Cuando llegué, su madre actuaba de manera... extraña. La casa estaba impecable, como siempre, pero demasiado silenciosa. Pregunté por Isabella, por cortesía, claro, y me dijeron que no estaba ahí. Pero... había algo que no cuadraba. Algo que no querían que viera.

Robby apretó los dientes.
-Eso tiene sentido. Quizá pensaron que esconderla allí era lo más seguro.

Daniel asintió.
-Es una posibilidad. Pero no hay pruebas. Y sin ellas, no puedo hacer mucho.

FLASHBACK

En su habitación, Isabella estaba sentada en la cama, mirando la ventana cerrada con llave. Su reflejo en el cristal mostraba a una joven atrapada, con los ojos llenos de tristeza y frustración. Tocó su vientre mientras una lágrima rodaba por su mejilla.

Había intentado razonar con su familia, intentado explicar que este bebé no era solo una complicación o un error: era su hijo, una parte de ella y de Robby. Pero sus palabras nunca llegaban lejos. En especial con su madre, que insistía en que el bebé era una desgracia que debía mantenerse oculta.

Cuando escuchó el eco de pasos y voces en la planta baja, su corazón dio un vuelco. Por un momento pensó que alguien había venido por ella. Caminó hacia la puerta, pero un golpe sordo la hizo detenerse: el seguro siendo girado desde el otro lado.

-Quédate aquí y no hagas ruido -le susurró su madre antes de cerrar la puerta.

Desde su ventana, Isabella pudo ver la figura familiar de Daniel LaRusso entrando por la puerta principal. Supo inmediatamente por qué estaba allí, pero el alivio duró poco. Si Daniel estaba buscándola, eso significaba que Robby también lo hacía. Y aunque deseaba más que nada volver con él, sabía que su madre haría todo lo posible para mantenerla encerrada.

FIN DEL FLASHBACK

Daniel cerró el mapa mientras hablaba con Robby.
-Lo que necesitamos ahora es paciencia. No podemos enfrentarlos directamente sin pruebas. Pero no voy a dejar esto. Haré todo lo que esté en mi poder para traer a Isabella de vuelta contigo.

Robby asintió lentamente. Su determinación era lo único que lo mantenía en pie.
-Gracias, Daniel. No sé qué haría si no estuvieran ayudándome.

Daniel le puso una mano en el hombro.
-Somos una familia, Robby. Y las familias cuidan de los suyos, no importa qué tan complicado se vuelva.

Aunque el camino por delante parecía oscuro, Robby supo que no estaba solo en su lucha. Y mientras existiera un atisbo de esperanza, nunca se detendría hasta encontrar a Isabella y al bebé que llevaban su corazón.

La noche era tranquila, pero en el interior del pequeño apartamento que Robby había convertido en su refugio, la calma solo era aparente. Un par de cajas de cartón y bolsas de compras descansaban en el rincón junto a su cama, llenas de pequeños tesoros que había acumulado desde la desaparición de Isabella.

Robby se dejó caer en la cama con un suspiro, mirando el techo, aunque su mente estaba lejos de aquella habitación. Habían pasado semanas desde que Isabella se había ido, pero Robby nunca había dejado de buscarla. Nunca había dejado de creer que volvería.

Con un suspiro, se incorporó y abrió una de las cajas. Dentro, cuidadosamente doblados, había pequeños atuendos que él mismo había comprado. Tomó un diminuto mameluco de color neutro, beige con pequeños dibujos de estrellas, y lo sostuvo en sus manos, imaginando al bebé que aún no conocía, pero que ya amaba con todo su ser.

-"Chico o chica, no importa", -murmuró para sí mismo, mientras pasaba los dedos por la suave tela-. "Solo quiero que estén aquí... conmigo".

El sonido del reloj en la pared parecía más fuerte en el silencio de la habitación. Robby dejó el mameluco a un lado y tomó una pequeña manta de la caja. Era blanca, tejida a mano, algo que había encontrado en una feria local. La dobló con cuidado mientras su mente volvía a imaginar una escena que soñaba con vivir algún día: Isabella sentada a su lado, riendo mientras sostenían juntos a su bebé.

De repente, el teléfono en su mesita de noche vibró, sacándolo de sus pensamientos. Lo tomó con rapidez, con la esperanza fugaz de que pudiera ser alguna pista, algo que le diera un indicio de dónde estaban Isabella y su bebé. Pero era solo un mensaje de Daniel, asegurándole que seguirían buscando.

Robby dejó el teléfono con un suspiro. Miró la pequeña colección de cosas para el bebé esparcida frente a él. Era todo lo que tenía, junto con su inquebrantable fe en que Isabella volvería a él.

Antes de apagar la luz, tomó un pequeño par de botitas de lana que estaban en el fondo de la caja y las dejó sobre su mesita de noche. Una especie de promesa para sí mismo.
-Volverás. Lo sé. -murmuró mientras se acomodaba en la cama.

Pero aunque sus ojos se cerraron, el peso de la incertidumbre y la espera no lo dejó descansar completamente. Aún no se rendía. Y no lo haría jamás.

Drew Starkey como Alexander Montgomery

Alyvia Alyn Lind como Juliana Montgomery

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