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A veces, las sombras más inquietantes se esconden en medio de la luz."
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El día del All Valley había llegado, y el gimnasio municipal estaba repleto de competidores y espectadores. Isabella ajustaba nerviosamente la mochila en su hombro mientras esperaba a que Robby saliera de los vestuarios.
Ella había decidido acompañarlo, aunque no estaba segura de cómo sería estar rodeada de tanta gente después de mantenerse oculta por tanto tiempo. Sin embargo, verlo tan motivado le daba una sensación de tranquilidad.
Cuando Robby finalmente apareció con su uniforme de karate, Isabella le sonrió.
-Buena suerte -le dijo, con la voz cargada de genuina admiración.
Sin pensarlo mucho, se acercó y le dio un beso en la mejilla. El gesto fue tan impulsivo que, apenas lo hizo, su rostro se sonrojó.
Robby la miró sorprendido por un instante, pero luego sonrió ampliamente, esa sonrisa traviesa y encantadora que siempre parecía iluminar todo a su alrededor.
-Gracias -murmuró, tomando sus manos entre las suyas.
El contacto la hizo sentir un cosquilleo en el estómago.
-Después de la competencia... -dijo Robby, sus ojos fijos en los de ella, con una mezcla de emoción y nerviosismo-. Quiero decirte algo importante.
Isabella lo miró confundida, pero también emocionada.
-¿Algo importante?
-Sí, pero quiero hacerlo cuando todo esto termine -respondió él, su sonrisa tímida aún en su rostro.
Por un momento, ambos quedaron en silencio, conectados por esa energía latente que ninguno había confesado todavía. Finalmente, Robby soltó sus manos suavemente y señaló hacia el área de calentamiento.
-Nos vemos en un rato, ¿sí?
Isabella asintió mientras lo veía alejarse, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Aunque no sabía exactamente qué le iba a decir, algo en la manera en que la había mirado le hizo pensar que sería algo especial.
Con una mezcla de nervios y emoción, encontró un asiento entre la multitud, lista para apoyarlo con todo su corazón.
Robby estaba en las semifinales, su destreza había dejado impresionado al público. Desde las gradas, Isabella aplaudía emocionada cada victoria, su mirada llena de orgullo. Aunque los nervios la carcomían, tenía fe en él. Cuando anunciaron un breve descanso antes de la siguiente ronda, Isabella decidió bajar al vestíbulo a buscar algo de agua para calmar su ansiedad.
El pasillo estaba casi vacío, solo el eco de sus pasos le hacía compañía mientras se acercaba a la máquina expendedora. Al meter unas monedas, escuchó una voz baja y familiar detrás de ella.
-Isabella.
Su cuerpo se tensó de inmediato. Giró la cabeza lentamente, y al verlo, una oleada de emociones la golpeó: sorpresa, rabia y algo de miedo.
-Alexander...
Él sonreía, pero no era una sonrisa cualquiera; tenía un toque casi aterrador en su serenidad.
-Te he extrañado, hermana -dijo, dando un paso hacia ella-. Has hecho esto muy difícil para todos.
Isabella alzó una mano como si pudiera detenerlo con un gesto.
-No deberías estar aquí -le dijo, su tono firme pero no carente de incertidumbre-. Alexander, vete.
-No puedo hacerlo -respondió con tranquilidad-. Es hora de volver a casa.
Ella entrecerró los ojos, su corazón latiendo con fuerza.
-No voy a volver. He construido una vida aquí. Estoy bien. Mejor que nunca.
-Sé lo que estás intentando, pero no tiene por qué ser así -dijo él, calmado-. Sé del bebé. Admito que al principio no lo tomaron bien, pero ahora quieren que vuelvas. Dicen que lo hablarán contigo. Todo esto puede ser arreglado.
Isabella no pudo evitar reír, una carcajada breve cargada de incredulidad.
-¿De verdad crees que eso es suficiente? -dijo con los ojos encendidos de ira-. Ellos no quieren a mi bebé, solo quieren controlarme. Siempre lo han hecho, Alexander, y tú sigues permitiéndolo.
Él suspiró, su sonrisa desvaneciéndose un poco.
-Isabella, no tiene por qué ser una pelea. Piensa en lo que es mejor para todos. Piensa en el bebé.
-¡Lo estoy haciendo! -respondió con más fuerza, retrocediendo un paso-. Y lo mejor para mí, y para mi bebé, es quedarme aquí. Así que si realmente te importa, te irás y me dejarás en paz.
Alexander la miró con decepción antes de murmurar:
-Lo siento.
Antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, Isabella sintió un pañuelo presionar contra su nariz y boca. El aroma químico la invadió de inmediato, haciéndole perder fuerzas mientras luchaba por soltarse.
-¡Robby...! -Intentó gritar, pero su voz era apenas un susurro.
Alexander la sostuvo firmemente antes de que pudiera caer al suelo. Su expresión parecía serena, pero había un atisbo de culpa en sus ojos.
-Esto es por tu bien, hermana.
Mientras cargaba a Isabella hacia la salida más cercana, la multitud en el estadio seguía enfocada en la competencia, ajena a lo que ocurría en los pasillos. Alexander desapareció con ella justo antes de que Robby saliera al área común para buscarla.
El descanso había terminado, y él no la encontraba por ningún lado.
-¿Dónde está Isabella? -murmuró, mirando a su alrededor con una mezcla de preocupación y frustración, mientras llamaban su nombre para continuar con la semifinal.
Isabella estaba desmayada, su respiración apenas perceptible mientras Alexander la cargaba cuidadosamente a través de las enormes puertas de la mansión. La familia estaba esperando. Sus padres, erguidos y con semblantes estoicos, la observaron mientras Alexander subía las escaleras hacia su habitación.
Juliana se encontraba al pie de la escalera. Había escuchado los murmullos, había presenciado el caos que provocó su desaparición. Su ceño fruncido reflejaba una mezcla de preocupación y desaprobación, pero permaneció en silencio mientras Alexander pasaba frente a ella.
-¿Era necesario esto? -murmuró Juliana al acercarse a sus padres.
-Era la única forma de traerla de vuelta -respondió su madre con frialdad.
Juliana apretó los labios, pero sus ojos mostraban su desacuerdo. Miró hacia las escaleras donde Alexander había desaparecido, y luego a sus padres. Algo en su pecho le decía que esto no iba a terminar bien.
Robby estaba en la final, pero algo no estaba bien. Durante el descanso, no había logrado encontrar a Isabella por ningún lado. Cada combate, cada victoria se sentía vacía. Cuando finalmente recibió la medalla por el segundo lugar, su mente ya no estaba ahí; solo podía pensar en dónde estaba ella.
Mientras todos los demás celebraban o lamentaban sus resultados, Robby abandonó la zona de competencia y fue directamente hacia Daniel.
-No la encuentro, Daniel. Ella no estaba en las gradas, ni en el vestíbulo, ni afuera. -La voz de Robby estaba cargada de angustia-. Algo está mal, lo sé.
Daniel colocó una mano en su hombro, intentando calmarlo.
-La encontraremos, Robby. Te lo prometo.
El joven asintió, aunque la preocupación seguía marcando su rostro. No podía quitarse la idea de que algo terrible había ocurrido.
Sam, que había estado observando todo desde cerca, desvió la mirada. Un peso se asentó sobre su pecho. Era culpa, aunque intentaba justificar su decisión una y otra vez en su cabeza: "Solo quería ayudar... no sabía que esto sucedería." Pero las palabras de Alexander resonaban en su mente: "No te preocupes, la protegeré."
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