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"En medio de la incertidumbre y el miedo, encontró un refugio en el lugar menos esperado."
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El aire frío de la noche se colaba por el cuello del abrigo de Isabella mientras caminaba sin rumbo por las calles iluminadas por faroles amarillentos. Su mochila pesaba más que nunca, no por su contenido, sino por la incertidumbre y el miedo que la acompañaban. Cada paso resonaba en el pavimento vacío, y el eco parecía burlarse de su soledad.
Por un momento, pensó en ir a casa de Lara. Sabía que su amiga la recibiría sin dudarlo, que le ofrecería un lugar donde quedarse y un abrazo cálido. Pero no quería ser una carga. Lara ya había hecho tanto por ella, y además, no quería involucrarla más en este caos.
Suspiró, deteniéndose un momento bajo un árbol desnudo por el invierno. Fue entonces cuando recordó el mensaje de Lara, la dirección que le había dado semanas atrás cuando de Robby. Miró su teléfono, donde aún guardaba esa dirección. Dudó un instante, pero finalmente sus dedos se movieron con determinación para buscarla en el mapa. Él era el padre de su bebé. Aunque apenas lo conocía más allá de algunos momentos compartidos, sintió que debía intentarlo. Al menos tenía derecho a saberlo.
El edificio donde vivía Robby era modesto, con paredes desgastadas y un timbre que apenas funcionaba. Isabella respiró profundamente antes de presionar el botón. No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera, revelando a Robby con su cabello despeinado y ropa algo desordenada.
-Isabella... -dijo sorprendido al verla. Su mirada recorrió su rostro y la mochila que llevaba al hombro. -¿Qué haces aquí? ¿Estás bien?
Ella asintió lentamente, aunque sus ojos reflejaban otra cosa.
-¿Puedo pasar? Necesito hablar contigo.
Robby se apartó de la puerta, haciéndole un gesto para que entrara. El pequeño apartamento estaba algo desordenado, con ropa y papeles esparcidos por los muebles, pero había un calor acogedor en el lugar, como si fuera un refugio en medio del caos.
-¿Quieres algo? ¿Agua? -preguntó mientras cerraba la puerta y se rascaba la nuca nervioso.
-No, gracias -murmuró Isabella, dejando su mochila en el suelo. Se quedó de pie en medio de la sala, jugando con sus manos mientras intentaba encontrar las palabras.
Robby la miraba, confundido pero preocupado. Finalmente, ella levantó la vista.
-Estoy embarazada, Robby. -Las palabras salieron rápidas, como si necesitara deshacerse de un peso insoportable. -Y es tuyo.
El silencio que siguió fue tan denso que casi se podía tocar. Robby parpadeó varias veces, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar.
-¿Qué...? -comenzó a decir, pero ella lo interrumpió, con lágrimas acumulándose en sus ojos.
-Lo siento... sé que esto probablemente arruine tu vida. No tenías por qué verte envuelto en algo así. Yo... solo quería que supieras. No espero nada de ti. -Su voz temblaba, cargada de arrepentimiento y miedo.
Robby se acercó lentamente, dejando escapar un suspiro mientras levantaba una mano para tocar suavemente su rostro. Sus dedos rozaron su mejilla, obligándola a mirarlo a los ojos.
-No, Isa. No digas eso. Esto no arruina mi vida... -dijo con sinceridad, aunque aún parecía algo abrumado. -Voy a estar aquí para ti y para el bebé. No soy como mi padre. Haré lo que sea necesario.
Las lágrimas que Isabella había estado conteniendo comenzaron a caer mientras Robby la miraba con una mezcla de determinación y ternura.
-No sé cómo voy a hacerlo -admitió ella en un susurro.
-Lo haremos juntos -respondió Robby, sin apartar la mirada. -Y, te quedarás conmigo. No es gran cosa, pero no voy a dejarte sola en esto.
Ella asintió, sintiendo una chispa de esperanza que no había experimentado en semanas. Por primera vez, no se sentía completamente sola. Aunque el futuro era incierto, al menos tenía un lugar donde empezar. Y lo más importante: alguien dispuesto a estar a su lado.
El reloj marcaba casi la medianoche. Isabella estaba sentada en el pequeño sofá de la sala, con una taza de té caliente entre las manos, mientras Robby terminaba de recoger un poco el lugar. Habían hablado más durante las últimas horas de lo que Isabella pensó que sería posible. Aunque la conversación no había resuelto todos los problemas, le dejó claro que Robby estaba dispuesto a apoyarla.
-¿Estás cansada? -preguntó él desde la cocina, su voz suave.
Ella asintió, apartando la mirada del té para verlo.
-Un poco, pero no quiero incomodarte más de lo que ya lo he hecho. Puedo dormir aquí. -Señaló el sofá con una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos.
Robby dejó el plato que estaba secando y cruzó la sala.
-Ni lo pienses. Este sofá es incómodo hasta para sentarse, menos para dormir. -Se detuvo frente a ella, con las manos en los bolsillos. -Puedes dormir en mi habitación.
Isabella lo miró sorprendida.
-¿Y tú dónde dormirás?
Él encogió los hombros, quitándole importancia al asunto.
-En la habitación de mi mamá. No la usa mucho, pero todavía está todo ahí. No te preocupes por mí.
Ella vaciló, mirándolo como si estuviera evaluando si aceptar o no.
-Robby, de verdad, no quiero causar problemas.
-No es un problema, Isa. -Su tono era firme pero gentil, dejando claro que no iba a ceder. -Estás cargando con suficiente ya. Lo mínimo que puedo hacer es asegurarme de que descanses bien.
Isabella suspiró, sabiendo que discutir sería inútil.
-Gracias... por todo.
Robby sonrió levemente y señaló hacia el pasillo.
-Vamos. Te muestro dónde está todo.
La habitación de Robby era sencilla pero acogedora, con una cama que ocupaba gran parte del espacio y posters de bandas en las paredes. Isabella dejó su mochila en una esquina y se sentó al borde de la cama, observando cómo Robby sacaba unas sábanas de un cajón.
-Si necesitas algo, solo llámame. Mi puerta estará abierta. -Colocó las sábanas dobladas sobre una silla y se quedó de pie un momento, como si quisiera decir algo más.
-Robby... -lo llamó ella antes de que saliera.
Él se giró, encontrando su mirada.
-Gracias. -Sus palabras eran sinceras, cargadas de un peso que no podía expresar del todo.
Robby sonrió de nuevo, esta vez un poco más amplio.
-Descansa, Isa.
Cerró la puerta suavemente tras de sí, dejándola sola en el silencio de la noche. Por primera vez en mucho tiempo, Isabella sintió que podía bajar la guardia.
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