• CAPÍTULO 24 •
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THE ICE QUEEN²
COMO HIELO Y FUEGO
Besos que no han sucedido, pero existen.
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Viktor podía ver la imagen, se veía a él mismo allí. Como si se tratase de una película, no entendía completamente qué era lo que sucedía, no obstante no perdería la oportunidad de verla tan nítidamente, no cuando en ese momento no estaba en su vida; tal vez aquella vida que ahora observaba no había sucedido jamás y tampoco lo haría, pero era más de lo que tenía en ese instante.
Ella se acercó de manera dubitativa, como si ellos no fueran cercanos. Atravesó al búlgaro con la mirada y este no fue capaz de mantenerla por mucho tiempo. Tenía unos ojos demasiado intensos como para no quedar intimidado ante ellos.
—No te odio—respondió algo cortante—,sólo no me agradas—refutó el búlgaro sin observarla directamente.
—Es cierto—señaló con una sonrisa de suficiencia—, todo aquello de los prejuicios a la sangre y las creencias de tu familia en contra de la mía.
—Tú abuelo era un genocida, asesinó al mío. No creo que puedas pretender hacer como que no existió, ese tipo de rencores de familia no pueden dejarse de lado, aunque quizás en tu linaje se use—hizo una pausa—¿cómo se llama? ¿querer olvidar lo que no es conveniente?
Perséfone se sentó sobre la mesa en donde este mantenía sus libros, logrando que Viktor se pusiera nervioso por alguna razón.
—Sabes, hay algo que me parece muy curioso de ti, Viktor—dijo pronunciando su nombre con un sedoso tono de voz. Ella se acomodó y él aprovechó para contemplarla completamente—Eres un sangre pura, de lo contrario no estarías aquí, tienes los beneficios que sólo pueden gozar las familias que tienen un linaje mágico sin mestizos en su árbol genealógico—acotó—¿ese aire rebelde de incluir a los impuros es mera pose o enserio lo crees?
—¿Por qué habría de ser pose?
—Porque jamás haz hecho algo para cambiarte de escuela, si las normas y las ideas discriminatorias de Durmstrang, el hecho de que el asesino de tu abuelo tenga todavía vástagos dando vueltas, sin mencionar que no te agradan las artes oscuras, algo no me hace sentido—murmuró—Te me haces algo hipócrita.
Viktor la analizó, pensando qué hacer o decir ante las palabras tan airadas de la pelirroja.
—Lo que puedas pensar sobre mí no me interesa, Perséfone. Ni tú ni nadie de tu familia.
—Que poca caballerosidad, Krum. Me extraña, siempre muestras tu imagen de chico perfecto. Me alegra que te muestres como realmente eres.
—¿Podrías quitar tu cuerpo de encima de mis pertenencias? ¿O siempre quieres monopolizarlo todo?
Ella volvió a sonreír, esa conversación que aparentaba ser la plática de dos personas que no congeniaban en ideales, estaba cargada de tensión y de algo parecido a un coqueteo.
—Perdona, no fue mi intención—se excusó bajándose de la mesa, consiguiendo que su cabello se alborotara y algunos de sus mechones rozaran el rostro del mago—. Otra cosa, pusieron las parejas de esgrima medieval, somos compañeros.
—¿Es enserio?—cuestionó frunciendo el ceño. Ser compañero de Perséfone no era algo que le agradara en su totalidad, por el contrario, era algo que le causaba conflicto.
—¿Por qué la sorpresa? Compartimos clase ¿o lo olvidaste?
—No, es sólo que...
—Sólo que no pensabas tenerme como compañera, porque me detestas y siempre haces lo imposible para no quedar conmigo en los grupos de estudio o los trabajos que nos dan los maestros. Eso ya lo sé, Viktor, pero lamentablemente así es la vida y tendrás que soportarme por el resto del semestre.
—Entonces tendré que hacerme a la idea.
Su cabello resplandeció bajo las luces cálidas de la biblioteca, ella hizo un gesto particular antes de desaparecer, dejando a Viktor contrariado. Las emociones que Perséfone le producía eran contradictorias, era imposible dejar de lado el hecho de que era una Grindelwald, sin embargo había algo que la convertía en una chica muy enigmática, era muy difícil dejar de estar pendiente de sus movimientos y de la esencia que transmitía.
Había algo que conseguía que ella resultara como una araña que tejía su tela, tejiendo trampas con la seda para atrapar a algún impávido demasiado curioso o demasiado estúpido que se dejara cautivar.
Viktor no quería ser ese hombre particularmente, era observador y tenía conocimientos suficientes sobre lo que las familias, los apellidos y la magia podían conseguir.
Pero mientras más tiempo pasaba, más pendiente de ella se encontraba, cruzaban miradas en la biblioteca, en los pasillos, en las clases que compartían; hasta que una conversación muy particular llamó profundamente su atención cuando se encontraban una tarde bebiendo en la taberna de Otto en el pueblo contiguo a la escuela.
—¡Hey, Perséfone!—le había llamado uno de sus compañeros—¿en verdad estás soltera? Pensé que salías con alguien.
Rufus Dahl era un imbécil, siempre andaba con una sonrisita bobalicona en la cara y conseguía engatusar a las chicas con su labia y el derroche de dinero que tenía la familia de sus padres. Venía de una crianza purista en extremo, por lo que pertenecer a Durmstrang era algo que lo enorgullecía de sobremanera. Perséfone era su objetivo número uno a la hora de hablar de mujeres, emparejarse con una Grindelwald era como obtener la joya de la corona.
—No pensé que eso fuera a importarte—señaló Perséfone bebiéndose una cerveza de mantequilla.
Viktor se encontraba junto a su mejor amigo Pietro, bebiendo también, después de todo era viernes y al día siguiente no había clases. Estaba pendiente de lo que ella iba a responder, no tenía idea de porqué.
—Lo que pasa es que me gustaría poder invitarte a que salieras conmigo, creo que realmente eres la mujer más hermosa que existe en esta puta escuela.
—Pues eso ya lo sabía—murmuró ella antes de levantarse del taburete donde se hallaba sentada—créeme Dahl, no tienes que mostrarme cómo son las cosas, pero déjame decirte que podrías dedicarte a ser un dramaturgo o algún novelista, tienes una imaginación desmedida.
Mientras esa conversación fugaz estaba llevándose a cabo, el búlgaro no dejó de prestar atención a lo que sucedía, sintiendo repentinamente aquella punzada de inquietud por el hecho de darse cuenta de que había alguien merodeando en su alrededor.
La vida era ambigua, completamente inesperada frente a los acontecimientos, en lo que implicaba sentir, las emociones solían aparecer de forma irreverente y poco clara. Eso fue lo que sucedió con Viktor, cada vez que notaba algún nuevo gesto o faceta de Perséfone, por más que se esforzara en ignorarla, lo único que conseguía era encontrarse completamente inmerso en seguir de forma sutil sus pasos.
—No pensé que te interesaban los tipos como Rufus Dahl—murmuró desde su mesa en la biblioteca. Viktor llegó y soltó el comentario a sabiendas de que Perséfone leía a un metro de distancia de él, de inmediato se arrepintió, pues su impulso había ido más allá que sus ideas sensatas.
Perséfone se encontraba en un sofá de cuero color carmín, hecha un ovillo con un libro de magia oscura en la mano, leía sobre objetos malditos; cuando Viktor le habló, sacó sus hipnóticos ojos de las páginas que con tantas ansias devoraba y le prestó atención, algo sorprendida. Ella tenía la sensación de que él jamás se metía en los asuntos que no eran de su incumbencia, por lo que le estuviera preguntando acerca ese extraño encuentro con Rufus en la taberna era completamente impensado para el comportamiento que ella tenía en mente sobre él.
—¿Disculpa? ¿Me preguntas sobre Rufus Dahl? ¿El que está obsesionado con demostrar siempre que es el mejor?
—Sí, el mismo —contestó Viktor sin apartar sus ojos del pergamino que escribía.
—¿Por qué habría yo de contestarte algo así? No es que seamos amigos o mucho menos.
—Sólo me causó curiosidad la manera en la que te habló en el bar el otro día. He notado que siempre tienes una respuesta para todo, incluso cuando te cuestionan de manera algo airada, observas con calma, como si nada te perturbase en absoluto, por eso que el otro día, llamó profundamente mi atención tu tranquilidad.
Perséfone cerró el libro y le observó con intención.
—Pues creo que no saco nada con responder con ferocidad a personas que no merecen el mínimo desgaste de mi persona. Rufus siempre será un hombre que se sienta identificado con algo que no es, así que no tengo porqué dejarlo sin lo único que tiene—acotó—, sus fantasías parecen ser importantes para él. Es como si yo te preguntara porqué te esfuerzas en ser tan cortés con Jade Abramsen.
Disparó ese comentario sin ningún rastro de incomodidad, a diferencia de Viktor lo había hecho observando cada una de sus facciones, los gestos de su rostro y las respuestas no verbales ante aquella acotación.
—Ella es una amiga ¿por qué no debería ser cortés con ella?
—Pues porque es una chica que está completamente obsesionada contigo. Que sea tu amiga no le da el derecho a ser una cuasi acosadora—dijo sin poder evitar soltar una risa—. Debes admitir que es algo intensa en sus intentos por llamar la atención.
—Podría decir lo mismo de Rufus Dahl.
En ese instante ambos compartieron una mirada cómplice, la sonrisa que tenían en los labios había sido provocada por el contrario debido a comentarios políticamente incorrectos, salidos desde el humor negro y la ironía. Viktor se levantó del asiento y se acercó al sofá donde ella estaba, inclinándose frente a ella, quedando sus miradas a la misma altura. Jamás había tenido acciones tan deliberadas con una chica, tampoco tenido comentarios que realmente eran fuera de lugar para con su vida.
—Podríamos decir entonces de que estamos rodeados de acosadores ¿no crees?
—¿Qué podríamos hacer al respecto para quitárnoslos de encima?—preguntó ella, con una entonación seductora, sin poder evitarlo, todos sus instintos habían sido activados.
—Pues no lo sé, eres tú quien está acostumbrada a leer magia oscura. Asumo que debes tener algún as bajo la manga para casos como estos ¿o me equivoco?
Para sorpresa de ambos, él había continuado con el juego que estaban llevando a cabo. Salvo que Perséfone jamás pensó que Viktor se prestaría para hacer comentarios de ese estilo y él tampoco creyó estar colaborando con ella en ese tipo de especulaciones tan mórbidas.
Después de esa conversación en la hemeroteca las cosas no habían vuelto a ser lo mismo.
Las luchas de poder en clases sobre puntos de vista morales, políticos y triviales se habían convertido en debates donde se podía sentir la tensión entre ambos, tal como en las prácticas de esgrima medieval . Ambos eran contrincantes que daban lo mejor que sí, que no daban su brazo a torcer y jamás dejarían ganar al otro netamente por apariencias.
El esgrima medieval era un arte, moverse con gracilidad para evitar ser apuñalado por la punta de una espada tenía que ver con destreza, con astucia e incluso un poco de danza. Probablemente Perséfone había asistido a clases de ballet años atrás, pues se movía con una gracia y versatilidad que habría incomodado hasta a la más delicada mariposa.
En un comienzo, Viktor se había sentido algo incómodo porque su maestro había realizado parejas mixtas, no obstante le encontraba la lógica, ningún contrincante quería demostrar debilidad, vulnerabilidad y menos su fragilidad.
Tras una de las clases, Viktor y Perséfone habían empatado en puntaje, por lo que iban a tener otro duelo la semana entrante, las personas comenzaban a salir del salón de espejos donde las clases se llevaban a cabo. Ella se había quedado sentada en el piso, dejó su casco junto a ella y se quitó las botas para cambiarse, sin importarle que alguien pudiese reparar en querer espiarla. Se colocó un pantalón de tela delgada y una camiseta de tirantes, dejando sus pies en contacto con el piso frío por unos segundos, no tenía tanta hambre como para bajar de manera voraz a la cena en el salón comedor, el sol ya se había puesto y se encontraba dando sus últimos rayos.
Su soledad momentánea se vio impedida debido a que una persona irrumpió en el salón nuevamente, ella se volteó a ver y no le extrañó verlo a él. Curiosamente sus encuentros con Viktor estaban sucediendo como cosa del destino, sin que ella lo pidiera y sin que él lo forzara.
—¿Tantas ganas tienes de vencerme que volviste a practicar a estas horas?—preguntó ella, fanfarroneando.
—No, olvidé mi abrigo. Hace frío y honestamente no me apetece cenar, iré a dar un paseo.
—¿Puedo ir contigo? Tampoco tengo hambre.
De pronto las ganas ciegas de querer permanecer lejos de ella se habían extinguido.
Inexplicablemente, aunque supiera que sus familias no compartían absolutamente nada más que resentimientos, rencores y odios del pasado.
—Okey—respondió—aunque sólo vagaré por los jardines, no tengo ningún plan extraordinario.
—Me parece perfecto.
Los pasos de ambos se sentían resonar por la nieve que comenzaba a caer, las noches de Noruega eran demasiado frías, los copos blancos que caían del cielo no cesaban, inclusive habían días en los que el sol no aparecía en el cielo. El cabello de ella le cosquilleaba el rostro y podía sentir que su pelo desprendía el familiar aroma a magnolios orientales que había en la propiedad de su abuelo en Bulgaria.
—¿Te gusta caminar de noche?
—Creo que la noche Noruega es muy bella— susurró— es profunda como la boca de un lobo, como el pelaje de una pantera. Todo oscuro, sin estrellas ¿No crees que a veces la oscuridad puede ser hermosa? Deja algo en qué pensar, algo que descubrir, un misterio que nos impide ver que hay detrás.
—Coincido contigo —murmuró Viktor —, la oscuridad nunca se muestra completamente, siempre hay algo nuevo que se puede obtener de ella.
Por unos segundos ambos se observaron detenidamente. La nieve calaba la piel que no tenían cubierta por la tela gruesa que solían utilizar; ella sacó un copo de nieve que había quedado prendado en sus pestañas.
—Estás helada— susurró él, muy cerca de su rostro. Tomó su mano entre las de él y la frotó para generarle calor.
—¿Siempre eres así de caballero con quien detestas?
—Creo que nunca he podido detestarte, ese es el problema.
Ella fijó sus ojos en él y sin pensarlo mucho más se acercó algo dubitativa. Dejó suavemente un beso sobre sus labios, fugaz, temeroso, prácticamente llevado por el impulso del momento. Sintió como su estómago se contrajo debido al nerviosismo y cayó en la cuenta de lo que había hecho.
—Lo siento... No quise.
Sin embargo segundos después él tomó con delicadeza su mentón y lo acercó a su rostro. Sus labios se fundieron en un broche que no quería separarse. Viktor ahondó en su boca, intentando profundizar el beso, acto que ella correspondió, siendo receptiva a todas las sensaciones que aquella demostración le causaba.
Se separaron con la respiración algo agitada, sus rostros se encontraban rojizos debido al frío, debido al contacto de sus labios.
—No deberíamos—murmuró Perséfone sin dejar de mirarlo.
—Pero ya no puedo, no puedo quedarme lejos.
Y volvieron a besarse.
A besarse en la oscuridad.
Viktor salió del trance, sobresaltado.
Su respiración era entrecortada y sentía que la cabeza le daba vueltas. No entendía por completo qué era lo que había vivido en ese instante.
¿Era falso o había sucedido?
Pero se había sentido tan real.
—¿Qué me hiciste? —preguntó con amargura. Aquellas visiones habían abierto la herida que él se esforzaba en sanar.
—Algo que hubieses vivido si el destino así lo hubiera querido. Es como que sucedió, pero en otra realidad —respondió ella guardando la calavera de cristal —No puedo ayudarte, yo no puedo hacerlo— declaró.
—¿Qué es lo que pretendes? Haces todo esto para decirme finalmente que no puedes hacer nada para ayudarme.
—Yo no puedo ayudarte, pero hay alguien que sí —aclaró —. Verás, ya sabes que para lograr tu objetivo, tienes que seguir una serie de pasos, conseguir una lista de materiales y tareas y llevarlas acabo. Para poder traer la vida necesitas hacer un pago y ese pago debe ser poderoso.
Viktor tragó saliva, pues sabía a lo que ella se refería.
—En este momento, no soy tan poderosa para lo que tú necesitas. Lamentablemente no tienes la opción de usar a Ethan, mucho menos a Félix y Constance está completamente loca.
—Debe haber otra forma.
—Claro que la hay, existe alguien más que podría ser tú única posibilidad.
—¿Quién?
—Hace años atrás, Ethan se involucró con una mujer en Turquía. Y de esa relación nació un vástago que ahora puede serte útil.
—¿Acaso Perséfone tuvo otra hermana?
—Jamás la conoció, no fue criada como una bruja, Ethan jamás supo de su existencia, pero yo sí.
—¿Cómo lo supiste?
—Porque tengo ciertos dones—anunció— pero dime ¿vas a tomar tu oportunidad o vas a aferrarte a ella con uñas y dientes? Porque podría ser la única opción para que ella reviva de entre los muertos.
Viktor no tenía que pensar su respuesta.
Desde que encontró la pulsera sabía lo que tenía que hacer.
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