• CAPÍTULO 23 •
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THE ICE QUEEN²
COMO HIELO Y FUEGO.
Los mismos ojos en distintas personas.
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—Me alegro que hayas venido, llevabas mucho tiempo —el hombre hizo una pausa antes de hablar—, bueno, tomando tiempo para ti —dijo finalmente.
Padre e hijo se abrazaron conciliadoramente, Viktor llevaba bastante tiempo sin ver a su progenitor, a pesar de llevarse con él muy bien, claramente era a quien antes recurría cuando tenía problemas, cuando quería que alguien pudiese escucharlo. Las circunstancias en las que ahora estaba envuelto eran demasiado estresantes y no creyó correcto involucrar a su padre; era un mago demasiado alejado de la vida común, de la superficialidad y de las cosas banales.
—Perdón, sé que hiciste muchos intentos por acercarte a mí, por visitarme, por hablar con mamá...Pero no estaba listo, sé que ahora ha pasado demasiado tiempo y eso me convierte en un hijo terrible, lo sé—señaló asumiendo sus culpas—, pero estoy completamente seguro de que nada bueno hubiese resultado si es que me veías antes, no era ni la sombra de la persona que conocías, me había convertido en otro, no en tu hijo precisamente.
—Tú siempre vas a ser mi hijo querido, pase lo que pase. Siempre voy a apoyarte o al menos darte un consejo. Ahora sé que necesitabas de tiempo y espacio, solucionar tus problemas como el hombre en el que te convertiste.
Viktor le dedicó una sonrisa de agradecimiento, añoraba la calidez de las palabras del mago, quien siempre tenía algo bueno para decir, siempre desbordando gentileza y haciendo notar las virtudes de la gente en vez de sus defectos. Viktor tenía mucho de él.
—Estoy orgulloso del hombre en el que te has convertido, Viktor. Sé que a pesar de todas las cosas que viviste y el sufrimiento que eso ha traído consigo eres una buena persona. Pero bueno, antes de que sigamos hablando pasa por favor, debes de estar cansado del viaje.
El búlgaro se dejó encantar por el aire fresco y el perfume de los árboles frutales que llevaban años en el sitio. Avanzó junto a su padre escuchando sus anécdotas y oyendo lo muy feliz que se sentía por ver a su único hijo.
—¿Cuántos días piensas quedarte?—preguntó su padre, emocionado.
—Unos cuántos, yo creo que estaré aquí unos cuatro días, tengo que viajar a París—respondió fingiendo algo de entusiasmo, no quería que su padre fuese quien estuviera obligado a ser el que ponía la nota de felicidad en esa visita—. Te echaba de menos, no creas que no fue así, añoraba tu compañía y tus frases emblemáticas, siempre me has cuidado, durante este tiempo extrañé mucho eso.
Ioan Krum era un hombre simple, siempre quiso mantenerse alejado de los conflictos, de la vida en las capitales mágicas y de los reflectores de la prensa debido a lo conocida que era su mujer en relación a sus habilidades y empleos en el ministerio. Soñaba con vivir en las afueras de las grandes ciudades, jamás le gustó el bullicio de la gran ciudad y todas las ambiciones y codicias que eran tan recurrentes en esos lugares, fue forjando su suerte y sus ganancias a punta de esfuerzo y de las herencias que sus padres dejaron para él. Los valores que sentía los transmitió en Viktor, recordándole siempre que en la vida no todo era el poder, el dinero y los lujos.
—Yo también a ti, hijo—dijo sonriendo.
Entraron a la casa y Viktor se dirigió a dejar su maleta al cuarto que siempre usaba como habitación, no tenía demasiados muebles, pero era cómoda y tenía una vista privilegiada hacia los paisajes de la ciudad.
—¿Te gustaría que hiciéramos una barbacoa?—le preguntó el hombre con entusiasmo.
—Claro, si gustas puedo ir al pueblo a comprar un vino, sé que te gusta mucho tomarlo con la carne.
—Sólo si es que no te encuentras muy cansado, la carne se demorará un tanto em asarse.
—Me daré un baño y saldré por él, quiero dar una vuelta por aquí. Hace mucho que no venía.
La vida tranquila del pueblo de Etara era como un museo al aire libre, muchas personas tenían sus negocios en los mismos antejardines de sus casas, creaban artesanías y las vendían a los turistas que llegaban atraídos por la pintoresca arquitectura y las creaciones de los lugareños búlgaros. Entre los encantos del río Sivek, los molinos y el museo respectivo; las personas que llegaban adoraban ese pequeño pueblito, con pocos habitantes, como si se hubiesen quedado atrapados en el tiempo del renacimiento, las casas eran construidas por ladrillo blanco y terrazas altas de madera negra; la casa del mago estaba emplazada detrás de unos molinos que años atrás se habían utilizado para moler los granos para la producción de pan. Las personas eran encantadoras, conversadoras y de corazón noble, a Viktor siempre le había gustado ese pequeño lugar, por otra parte, su madre lo detestaba, por eso jamás habían vivido durante mucho tiempo allí.
Estaba demás decir que Viktor se parecía a su padre, ambos eran observadores, sensibles y de noble corazón. Solían estar dispuestos a ayudar a las personas antes de cubrir sus propias necesidades y eso por lo general les llevaba a romperse de ser necesario. Algo que Viktor ya había experimentado a pesar de ser joven. Su padre siempre le contaba historias, cuentos y las hazañas de los héroes, las proezas de los viajeros y las tretas de los villanos, por eso nació su pasión por convertirse en historiador, para poder conocer a fondo las verdades en los hechos, ver todas las caras de los crisoles y conocer todas las facetas de las historias.
Sólo que ahora no sabía quién era él realmente, habían pasado muchas cosas como para no ponerse a pensar en si de verdad era la misma persona que había sido hace años, o cuando era un niño corriendo por esas calles de ladrillo empotrados en la tierra.
Tras dar un paseo corto por las calles, admirar las artesanías, olfatear la fruta de los árboles en las plazas y escoger el vino preferido de su padre, decidió que no haría esperar más a su padre y retornó a la casa. Ioan por su parte ya tenía la carne en el fuego y los aromas de las especias estaban haciéndose notar, era un muy buen cocinero. Viktor se hizo con un bowl con patatas y las comenzó a pelar para hacer una de las ensaladas tradicionales de Europa del este, la llamada ensalada rusa.
—Cuéntame hijo ¿dejaste completamente la carrera como buscador? Sé que quizás es algo que ya has hablado hasta el cansancio con tu madre, pero hace mucho que nosotros no platicábamos en persona—se disculpó.
—Honestamente creo que el Quidditch por ahora no tiene lugar en mi vida, papá. Prometí que conseguiría sacar mis estudios como historiador, aunque me cuesten sangre, sudor y lágrimas, de todas formas, esa carrera iba a ser temporal y no me veo como un periodista deportivo o algo así.
—¿A quién le prometiste aquello? ¿No sabía que el sacar tus estudios estaba siendo un infierno?
Hubo un silencio por unos minutos y Viktor tomó un sorbo de la copa que le había tendido su padre para que comenzaran a platicar.
—Se lo prometí a Perséfone y pienso honrar esa promesa. Ella también quería ser historiadora, así que yo lo seré por los dos.
Ioan le indicó que se acercara al fuego, donde habían dos troncos de madera dispuestos alrededor, él no sabía nada de ella más de lo que había logrado hablar con su hijo tiempo atrás, de lo que había leído en los periódicos, sobre lo conversado con la madre de Viktor, pero en teoría no conocía a esa muchacha en lo absoluto.
—¿Tienes alguna fotografía de ella? Ya sabes, en los periódicos no siempre se puede confiar—siseó tanteando el terreno, no sabía si realmente podría tener esa conversación con su hijo. Viktor era un adulto que podía decidir qué y cómo conversar sobre sus asuntos personales e Ioan podía percibir que él llevaba esa cruz consigo, podía ver la culpa en sus ojos y el dolor reflejado en el rostro.
Sacó de dentro de su chaqueta el reloj donde había puesto una foto de ella en la tapa protectora y se la enseñó a su padre. Este la tomó con delicadeza y la observó por unos minutos.
Sonrió y se la devolvió con gesto paternal.
—Tienes buen gusto hijo, mujeres así son difíciles de hallar.
No quería tener una conversación lúgubre con su hijo, por lo que no perdería el tiempo en recordarle dolores que en teoría, Viktor tenía completamente a flor de piel; por lo que comenzó a indagar desde la otra vereda, quería que él evocara recuerdos que pudieran hacerlo aunque sea un poco feliz.
—¿Cómo la conociste? ¿Qué fue lo que te hizo saber que era ella la mujer que querías?
Viktor no esperaba esa pregunta, estaba preparado para escuchar la trágica interrogante que todos le hacían.
¿La extrañas?
Pero qué estupidez, solía pensar.
Sin embargo su padre había ido más allá. Tuvo que hacer andar sus recuerdos felices, no los lúgubres que estaban latentes en la retina.
—Cuando fui a Hogwarts, hace años atrás ¿lo recuerdas?
El hombre asintió.
—En un comienzo me hice muy amigo de una chica que iba constantemente a la biblioteca y durante esas pláticas salió el nombre de Perséfone, ella no era la persona más amable y acogedora del mundo cuando la conocí—sonrió—, bueno, en realidad nunca lo fue. Solíamos conversar en la sección prohibida de la biblioteca, ella era una fanática acérrima de los libros de magia oscura y no pude evitarlo—señaló—. Su personalidad era cautivante y era dueña de la cabellera pelirroja más magnífica que alguna vez hubieses visto, jamás había conocido a una mujer como ella.
—¿Y valió la pena? ¿Qué piensas?
—Si alguien me hubiera contado la forma en la que iba a terminar para darme a elegir otra opción para mi vida y evitarme sufrimiento, aún así la hubiese escogido a ella.
—Entonces estás en lo correcto, no importa cómo terminó—declaró el hombre con una sonrisa de medio lado—, lo importante fue cómo te hizo sentir, lo que te entregó, lo que sentiste y lo que guardarás para siempre allí adentro.
Esas eran las palabras de un hombre sensato.
Pero las palabras de un hombre que en realidad no sabía la dimensión de todo lo que había ocurrido.
Ioan no había conocido a Perséfone, sólo sabía ahora la historia de amor que su hijo le había contado que vivió con ella.
Él no sabía los motivos de su muerte y mucho menos en lo que Viktor ahora estaba involucrado, por lo que cuando fue a dejar más frazadas a su cuarto mientras este se encontraba en el tocador, fue imposible no reparar en la joya que yacía en la cama junto a su bolso. El hombre sintió curiosidad, pero nada más tocar la pulsera, esta vibró de tal forma que resbaló de entre sus dedos hasta la colcha donde se encontraba.
Su padre no era un mago que siguiera la corriente de la magia tenebrosa y esperaba que su hijo hiciera lo mismo. La magia oscura dañaba el alma, la corrompía, sacaba lo peor de las personas, buscaba la forma de abrirse camino en el interior y terminaba por dejar cenizas a quienes recurrían a ella.
Pero sabía a la perfección lo que era aquello.
—Papá...
—Hijo—susurró él, mirándolo con aflicción—, no hagas algo de lo que te vayas a arrepentir. Eres un adulto y sabes que debes tomar las decisiones que estimes convenientes—hizo una pausa, la preocupación que denotaba su rostro era palpable.
Viktor sabía que había notado la extraña y oscura vibración que venía de ese objeto.
—Pero tú no eres así, Viktor. Tú no eres así y no me gustaría verte consumido por algo que después podrías arrepentirte.
¿Era cierto?
—Papá...Lo lamento, de verdad no quiero que te preocupes por mí. Pero ya no soy el hijo que conocías cuando tenía dieciocho años y estaba lleno de vida—murmuró con melancolía— Me he convertido en otro y quizás no estés orgulloso de las cosas que he hecho, tampoco vas a estarlo de lo que voy a hacer.
De pronto la respiración del mago más joven se hizo más profunda.
—No quiero que sufras hijo, debes recordar que en ocasiones no podemos cambiar las circunstancias. Aferrarnos al pasado sólo nos lleva a la ira y esta nos corrompe el corazón.
—No me odies, papá. Pero como dije antes, hay cosas que no cambian y yo la seguiría escogiendo a ella, cueste lo que me cueste.
*
Nieve.
Nieve caía sobre París.
Caía sobre el césped bien cuidado de la fortaleza que se erguía frente a los ojos de Viktor Krum.
Fuera de las puertas habían hechizos de protección, además que podía vislumbrar dos hombres que debían de ser aurores de pie en la puerta principal.
—¿Quién es y qué es lo que necesita?—preguntó la voz de un hombre.
—Necesito hablar con la señora Rosier.
—La señora Rosier no está disponible para visitas—señaló el que debía ser un guardia—, ella está recluída en este sitio, no de vacaciones.
—Soy de la familia, tengo que hacerle entrega de unos documentos familiares.
—Espere, por favor—murmuró.
Viktor sacó su varita y la cogió en las manos, el guardia se asomó por la reja, abriéndola.
—¿Identificación?
El mago se la entregó, aún sabiendo quién era, Viktor era demasiado famoso como para pasar desapercibido en cualquier sitio.
—¿Cómo es que eres pariente de Vinda Rosier? No puedo dejarte pasar, entrega el encargo y vete, debe ser sometido a una revisión antes de que llegue a las manos de ella.
—Es algo personal—mintió—, de verdad me gustaría verla y entregárselo personalmente.
Ambos se observaron fijamente a los ojos, pues el auror comenzó a notar la impaciencia y ansiedad en el semblante del búlgaro.
—Me temo que no es posible.
Viktor suspiró.
—Creo que entonces solicitaré un permiso en el ministerio francés.
—Quizás sea lo mejor.
Viktor dio media vuelta un segundo y el hombre quitó su mano de entre los barrotes, dándole la espalda a Krum.
—Imperio—susurró Viktor apuntando al mago.
Pasaron dos segundos cuando el hombre le abrió la puerta a Viktor.
—Puede pasar—dijo con voz mecánica.
El mago jamás había usado una maldición imperdonable y siendo completamente honesto, no había sentido nada en particular, ninguna culpa, ninguna sensación por haber trazado la línea.
Quizás porque ya no era tan bueno como siempre había pensado que era.
A medida que se adentraba en la residencia, tuvo que atravesar un camino de espinas que fue abriéndose paso a medida que el caminaba hasta la entrada. El elfo doméstico en la entrada le pidió su varita y el bolso que llevaba, prometió que no lo registraría, pero no podía pretender entrar a ver a la señora Rosier, primero con aquella actitud sospechosa, con un bolso de viaje y menos sin dar aviso a las autoridades en el ministerio de París.
—Señora—anunció la criatura—, aquí hay alguien que dice que requiere de hablar con usted de forma urgente.
La mujer estaba inusualmente bien conservada, tenía la piel pálida, ojos verdes, cabello castaño oscuro y unas facciones delicadamente redondeadas, sus pómulos eran atractivos. Tenía dedos finos y llevaba un vestido elegante y tacones a juego; se encontraba leyendo un libro y se levantó cuando el elfo le manifestó lo sucedido.
—¿Hace cuánto que no tenemos visitas? Esto sí que es una sorpresa —dijo para sí misma—, haz que entre.
—Señora Rosier, soy...
Ella levantó una mano, indicando que se mantuviera en silencio.
—Espera, déjame ver si es que puedo adivinarlo—manifestó entrecerrando los ojos, estos tenían un brillo audaz.
Viktor la analizó, observando sus gestos, sus facciones y su manera de desplazarse. Había algo abismalmente similar en su persona, Perséfone era muy parecida en ella, más que en lo físico, en su lenguaje corporal; y eso provocó que se estremeciera.
—Aunque no lo creas, suelen existir los mismos ojos en distintas personas, a lo largo de los años, a través del tiempo —farfulló con un suave acento francés —, los ojos nunca mienten —señaló observándolo muy de cerca —, tus ojos añoran, tus ojos buscan algo con desesperación ¿o me equivoco? Te he visto, te conozco de algún lugar.
—Viktor Krum—estiró su mano para estrechar la de ella con caballerosidad.
—Lo sabía, tu cara estaba en mis pensamientos desde que leí acerca de ti— aclaró estirando su brazo, indicándole qué tomara asiento en el sitial frente al de ella —. Pero cuéntame, nosotros no nos conocemos ¿Cómo supiste sobre mí?
El búlgaro no sabía cómo responder, no tenía idea si debía ser honesto o decir alguna mentira, eventualmente algo en su mente me gritó que ella ya debía de conocer sus intenciones.
—En un libro que leí durante mis clases en las maestrías.
—¿Y te parecí tan interesante que quisiste viajar hasta Francia?
—No, he venido por un motivo personal.
—Has venido por Perséfone ¿no es así?
¿Qué tipo de habilidades tenía? ¿Acaso podía leer la mente?
—¿Cómo lo sabe?
—Pues también leí sobre ti, los tabloides ingleses no hicieron nada más que hablar sobre los caídos de la guerra y sus historias durante meses.
—¿Realmente fue pariente de Perséfone? ¿O nada más es un alcance de apellidos?
La mujer lo analizó, percatandose de su impaciencia. Sonrió de manera irónica y llamó al elfo que antes había aparecido.
—Trae bocadillos—le ordenó —¿quieres algo de beber?
—No es necesario, nada más vine porque necesito saber si puede ayudarme.
El elfo volvió a desaparecer y ella cogió una galleta entre sus dedos, sin despegar la vista de Viktor.
—Perséfone es la hija de mi hijo, soy su abuela. Solamente que ella y yo no tuvimos relación durante el tiempo en que vivió, he estado aquí durante muchos años y moriré estando aquí.
—¿Es una Rosier de nacimiento?
Vinda le analizó, como si calculara si él estaba preparado para conocer la verdad.
—Tantas preguntas en tan poco tiempo ¿para qué quieres tantas respuestas si finalmente ya no puedes hacer nada por tu esposa?
Viktor sacó del bolsillo de su saco la pulsera de Perséfone.
El horrocrux.
La bruja se levantó de su asiento y caminó para poder coger la pieza entre sus dedos. Nada más rozarlo, sintió que la fuerza oscura emergió con energía. Sabía lo que era, no tenía que preguntarlo.
—¿Hace cuanto que tienes eso?
—Varios meses. Antes no sabía de su existencia.
—Asumo que sabes lo que es —advirtió ella, enarcando una ceja.
—Sí —susurró.
Vinda comenzó a dar vueltas alrededor de él, consiguiendo que se sintiera algo intimidado.
—Viktor Krum, mago por excelencia, la figura de Quidditch del momento hasta que repentinamente se retiró— comentó como si narrara una historia —, hijo de
Ioan Krum y nieto de Mikhail Krum—añadió —. Tu abuelo sí que era un hueso duro de roer.
Él advirtió aquel comentario, ella no tendría porqué conocer a su familia, sin embargo, lo hacía.
—¿Por qué les conoce?
Ella emitió una risita sarcástica, enseñando sus dientes blancos.
Él estaba muy ensimismado en las historias como para pensar todavía en porqué ella no había envejecido.
—Él fue uno de los enemigos principales de mi maestro.
Él búlgaro sabía a quién se estaba refiriendo.
—No nos desviemos del asunto. Perséfone, necesito saber si es posible traerla de vuelta usando esto. Necesito saber si los rituales que se mencionan en los libros son reales.
—¿Y porqué no habrían de serlo? ¿Porque son antinaturales y corromperían tu alma por completo? Si ella fue capaz de hacer un horrocrux es porque estaba en ella, la magia oscura habitaba en sus venas desde niña, ella creció con eso dentro de su cuerpo, venía por su herencia.
La mujer siguió hablando y le increpó.
—Viktor Krum, te veo y siento la manera en la que el dolor te ha consumido, quieres tener a Perséfone de vuelta, pero quiero saber algo—interrogó —¿La seguirás amando cuando sepas quién es ella realmente? ¿O habrías preferido no conocerla jamás?
¿Cómo se atrevía a cuestionar sus sentimientos? ¿A qué se refería?
—No me conoces, no sabes qué es lo que estoy dispuesto a hacer con tal de tenerla aquí.
—Ella no era una mujer para ti, no para un hombre con tus valores, con tu crianza tan... buena. No eres como nosotros, tú no estás completamente podrido en la magia oscura.
—Perséfone tampoco, no la conocían como yo lo hice.
—Esa es precisamente la respuesta que alguien como tú me daría. Pero bueno —declaró —, si insistes...
Fue en busca de una calavera, era una figura de cristal, tenía una especie de manguera conectada. Se parecía a una pipa de opio antigua, se notaba como una especie de reliquia. Con su varita creo humo dentro de ella y sin dudar aspiró su contenido, lo mantuvo en su interior durante unos segundos y lo expulsó.
Él observó consternado, sin entender lo que hacía la mujer.
De pronto en el humo esparcido en el aire apareció el rostro de Gellert Grindelwald y con él, Vinda a su lado.
—Cuando tenía diecisiete años—relató recordando con algo similar a la felicidad—, mis padres me comprometieron a Hunter Rosier, un arreglo próspero para todos. Sin embargo, estaba estudiando a fondo las artes oscuras, conocí a Grindelwald en uno de sus meetings y me hice su discípula.
—Gellert Grindelwald asesinó a mi abuelo. No era más que un mago presuntuoso con hambre de poder, logró manipular a mucha gente para hacerse con el poder, lo mejor que pudo pasar es que Dumbledore lo encerrara en Nurmengard —sentenció con aprehensión.
—Lamento decirte que estás conectado al hombre que tanto odias.
—Eso no es cierto, lo que quiero hacer no se parece ni un poco a lo que hizo Grindelwald.
—No me refiero a eso, lo que pretendes hacer, es traer a alguien de la muerte. Un tipo de magia oscura que no es menor, pero no estoy hablando de eso —recalcó —, tuve dos hijos, Ethan y Evan —ronroneó —Nunca pensé que le iba a revelar uno de mis secretos al que viene siendo un nieto político —rió con algo de ironía —Ethan no era hijo de Hunter, mi esposo,claramente lleva su apellido, más no sus rasgos.
De pronto todo se aclaró en la mente de Viktor, pero el shock fue demasiado.
—Si para Perséfone fue tan fácil relacionarse con la magia oscura, es porque viene de un linaje tenebroso —expresó sintiendo el orgullo —Perséfone en realidad es una Grindelwald, es nieta de Gellert Grindelwald.
Y todo cobró sentido.
Sus facciones, sus gestos, sus ojos ambarinos.
—¿Acaso lo dices para intentar disuadirme?
—Claro que no, veo desde acá tu determinación. Pero quiero que sepas que el destino te une a ella, en esta vida donde ella era una Rosier, la conociste en ciertas circunstancias, pero si la hubieses conocido en una vida donde hubiese reclamado el apellido Grindelwald quizás no hubieses querido relacionarte con ella —terció entregándole la calavera de cristal para que aspirara —¿Quieres ver?
Y no pudo negarse.
Tomó el objeto entre las manos de manera automática, ansioso y ebrio de la posibilidad de ver otra realidad en la que pudiese haber estado con ella. Sintió el efecto de la droga en su cerebro y sus ojos comenzaron a pesar, cayó sobre el sillón con los ojos fijos en el techo, sin pestañear si quiera.
Y entonces la vio.
Era idéntica a la Perséfone que conocía, pero esta tenía los ojos un poco más claros que los de ella, la veía con un uniforme de su escuela, de Durmstrang.
—Perséfone...
—¿Krum? Qué sorpresa ¿desde cuándo me diriges la palabra? Tú eres tan bueno, asumía que me odiabas.
Era ella, sin duda era ella.
¿Pero todo eso era real?
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