Capítulo 23: Trabajando con el Alquimista Carmesí

Puede que el tiempo de entrenamiento que tuvo Gerald fuera escaso, pero fue el suficiente para que Envy confiara en que no escaparía. Y el moreno, a su vez, no iba a traicionarlo, no teniendo una oportunidad para pelear junto al hombre al que admiraba desde niño.

El asunto con Mustang era algo que no podría olvidar con facilidad, pero sí era algo que podía perdonar, Roy nunca habría hecho algo para dañarlo, si eso pasó es porque ninguno de los dos se encontraba sobrio.

Sin embargo, no era una situación de la cual el muchacho pudiera hablar con normalidad, le agradaba el Coronel, pero nunca lo vio más allá de una figura fraterna, o paterna inclusive. Sí había empezado a captar alguna vez señales que delataran los sentimientos de Roy por él, empezando por la metáfora del rey de ajedrez el día que se separaron, no obstante, si no era Mustang quien dijera esas palabras, prefería no estar sacando conclusiones apresuradas.

Envy averiguó cómo iban las investigaciones de Kimblee, así que, una vez confirmada su ubicación, llevó al joven castaño con el Alquimista Carmesí, él no llevó nada más que su uniforme, un abrigo y su collar del rey el cual no se quitaba nunca.

El alquimista de blanco se encontraba en una estación de trenes entre Ciudad Central y Ciudad del Oeste junto a otros militares. Estaban tratando de descifrar el paradero de Scar, aún no habían podido dar ni con él ni con Marcoh.

—Me alegra saber que seremos compañeros en esto, Teniente Coronel Katsaros —expresó el Alquimista Carmesí estrechando la mano derecha de Gerald ya que la izquierda aún estaba algo delicada.

—Con Gerald o Ascuas es suficiente, no tengo problemas con cómo me llames —respondió el menor quitando su mano una vez que se soltaron.

—Siendo así, entonces te llamaré "pequeño".

—Recuerda, debes mantenerlo vivo.

El homúnculo aún no se había retirado, y Kimblee ya estaba algo aburrido de que Envy, bajo la apariencia de Gustaf, le recordara lo mismo cada dos minutos.

El de traje bufó en respuesta.

—Ni que fuera un animal al que deba cuidar. Yo lo veo perfectamente capaz de defenderse solo.

Envy ahora dirigió sus pasos a la puerta en lo que se despedía del menor agitando su mano.

—Tienes razón, puede defenderse solo —comentó el mayor abriendo la puerta—, pero sí es un animal, es un cachorrito.

El menor agachó la cabeza con vergüenza mientras se acercaba el adulto una vez que el cambiaformas se retirara. Kimblee prefirió no preguntar nada al respecto, no era asunto suyo, después de todo, sin embargo, no pudo evitar reír.

Había muchos militares en aquel lugar, se movían de lado a lado contestando llamadas de posibles testigos que afirmaron ver al ishvalano de la cicatriz, y otros que intentaban averiguar, sólo a través de un mapa, el paradero de Scar.

—Que bueno que te haya dejado venir, creí que no iba a permitirlo —dijo Kimblee mirando de nuevo al más joven.

—Lo sé. Pasaron un par de cosas de las que no quisiera hablar, pero supongo que gracias a ellas estoy aquí —contestó Gerald esbozando una sonrisa—. ¿Y bien? ¿Qué puedo hacer para ayudar?

Kimblee le hizo un gesto con su mano, indicando que lo siguiera.

Ambos se acercaron a un mapa de los trenes y caminos de esa zona.

—Estamos tratando de averiguar la ubicación de Marcoh, ya no tenemos duda que Scar lo ayudó a escapar. Me gustaría saber qué opinas.

El moreno observó detenidamente el mapa, era del área oeste del país, también se podía ver algo del área norte y sur, pero no era lo más relevante.

—Supongo que este círculo fue el último lugar donde lo vieron ¿no?

El mayor asintió. La última vez que avistaron a Scar fue en un puente en el que saltó a un tren, sólo que cuando el tren llegó a la estación, ni Marcoh ni el ishvalano estaban ahí.

—¿Y ese lugar qué es? —cuestionó el moreno observando una cruz roja en el mapa.

—Ese solía ser un pase por el bosque para llegar al área norte, pero fue cerrado por ser considerado peligroso —explicó Kimblee mirando también el mapa. Al ver una sonrisa ladina formarse en los labios del menor, el adulto supo que estaban pensando en lo mismo—. ¿No te parece que es el lugar perfecto para huir?

El moreno volteó a mirar al mayor, manteniendo la sonrisa.

—Hacernos creer que se fue al oeste para despistarnos cuando en realidad tomó la ruta cerrada hacia el norte. Al menos fue un buen intento de su parte.

Kimblee asintió.

—Muy bien. Eres inteligente —mencionó el mayor colocando una mano en su hombro—. Ahora vamos. Tenemos que investigar.

Luego de informarle a algunos militares para que los acompañaran, los dos alquimistas tomaron el camino que estaba marcado en el mapa con aquella cruz.

Fue un camino largo, aunque no demasiado, y apenas llegaron encontraron unas enormes rocas bloqueándoles el paso. Kimblee se agachó y recogió una de las piedras del suelo, tras verla, sonrió.

—Para un alquimista hábil en destruir, pasar por aquí es un juego de niños —comentó él pasándole la piedra a Gerald.

El menor se sorprendió al verla, luego miró de regreso a las rocas más grandes y asintió levemente.

—Y volver a bloquear el camino también es sencillo —añadió el de ojos claros entregando la piedra a los otros militares—. Tiene señales de haber sido transmutada. 

Los militares de menor rango se acercaron a mirar la piedra, esta tenía unas pequeñas marcas que sólo aparecían en objetos en los que se realizó una transmutación. Con eso estaba claro, si había sido una transmutación y nadie más usaría ese camino, resultaba evidente que Scar lo había hecho.

—Envíen las tropas al norte —Les ordenó Kimblee a los soldados. Los mencionados adoptaron el saludo militar y se retiraron inmediatamente.

El adulto junto con el Teniente Coronel caminaron a paso más lento de regreso, de cualquier modo no había prisa mientras las tropas no estuvieran listas.

—¿En serio iremos al norte? —cuestionó el menor levantando su rostro para mirar al Alquimista Carmesí. La voz utilizada sonó más desinteresada que de costumbre.

Kimblee asintió, pero al notar el tono usado por Gerald lo miró un tanto serio.

—¿Tienes algún problema, pequeño? —No era que ya se creyera la gran cosa, pero sabía que el chico era su admirador, así que le extrañó aquel desinterés usado hacia él.

El castaño forzó una sonrisa para intentar hacer ver que todo estaba bien, después de todo no era nada relacionado con el Alquimista Carmesí.

—No me llevo con los climas fríos, pero no es nada grave.

—Ya veo. Entonces será mejor que busques algo de ropa abrigada, partiremos a la noche así que aún tienes tiempo.

El castaño no tenía porqué preocuparse tanto, podía realizar una transmutación para hacer su gabardina un poco más abrigadora y ya estaba, sólo bastaba algo de género que encontró sin problemas, el resto era dibujar un círculo de transmutación y problema resuelto.

Pero el problema con la temperatura iba más allá que sólo la ropa, también era que no se sentía muy agradable, pero lo soportaría, o por lo menos iba a intentarlo.

Las horas pasaron rápido y antes de lo esperado ya estaban en el área Norte. Por suerte para el moreno la calefacción era alta en aquella pequeña estación, sin embargo, no había tiempo para guarecerse, tan pronto llegaron, todos se encontraban trabajando otra vez, buscando algún indicio del paradero de Scar.

Todo en esa habitación eran militares moviéndose por todos lados, múltiples llamadas telefónicas, estudios de mapas y gritos de extremo a extremo.

—Señores —anunció un soldado acercándose a Gerald y a Kimblee quienes compartían un poco de café mientras examinaban unos cuantos documentos, para ese punto, Gerald ya se había acostumbrado a que lo trataran con ese respeto—. Un hombre que concuerda con la descripción de Scar fue visto en un tren de tropas que se dirige a Briggs.

Eso quería decir que sí estaba en el Norte. Ambos dejaron sus tazas a un lado y miraron con atención al soldado.

—¿Está confirmado? —preguntó Gerald sólo para asegurarse.

—Sí, señor —contestó el militar estando absolutamente seguro—. Es él sin duda. Tenía una cicatriz en forma de cruz en su frente e iba acompañado por un hombre de mediana edad de cabello negro.

La sonrisa de Kimblee indicó al joven hombre que debían encargarse de que no llegara a su destino.

—Detendremos ese tren de inmediato.

—No hay necesidad —Se apresuró a decir Kimblee antes que los militares hicieran algo por su cuenta—. Sería problemático si vuelven a escapar, así que el Teniente Coronel y yo nos encargaremos —decidió Kimblee acomodando su sombrero blanco.

Gerald tembló un poco pero la mirada en su rostro no mostraba miedo, sino determinación, así que era fácil deducir que sólo había sido un escalofrío causado por el frío.

Luego de arreglarse un poco su abrigo y colocarse la capucha, él menor asintió.

—Estoy listo.

Kimblee pasó uno de sus brazos por sobre los hombros del moreno, de ese modo ayudaría un poco a reducir un poco el frío en su cuerpo, aunque esa acción tomó desprevenido al castaño. Luego, los alquimistas salieron bajo la mirada sorprendida de los militares, ambos parecían muy confiados de sí mismos y eso les asombraba.

—No interfieran con nuestro trabajo, por favor —pidió el Alquimista Carmesí antes de salir sin separar al Alquimista de Ascuas.

Estaban en una estación de trenes, por lo que viajaron utilizando ese medio de transporte para llegar. Iban a una velocidad tan elevada que podía llegar a considerarse peligrosa y el frío empezaba a sentirse más intenso, Gerald tuvo que sostenerse el abrigo para no perder el calor corporal y Kimblee le ayudó, de cierta manera, manteniéndolo apegado a él.

A la distancia, se podía ver por entre toda la nieve la parte trasera de otro tren, estaban acercándose al objetivo. Cuando estuvieron más cerca, Kimblee y Gerald abrieron una de las puertas del tren en el que estaban y calcularon mentalmente la distancia con el otro tren, estaban lo suficientemente cerca para llegar.

—Puedes saltar ¿verdad? —preguntó el de traje mirando al más pequeño.

—No gustarme el frío no me hace inútil en él —contestó el menor con sarcasmo indirectamente respondiendo que sí.

Sólo por la advertencia que Envy le dio, Kimblee saltó primero en caso de que tuviera que atrapar al moreno, cosa que no fue necesaria puesto que el joven aterrizó bien en el otro tren.

—Entremos a ese vagón, vamos —dijo el de traje caminando al vagón mencionado después de hacerle una seña al tren en el que saltaron, indicando que podía retirarse.

Aquel vagón no estaba vacío, había una persona adentro con un abrigo marrón claro, este tenía una capucha cubriendo su cara con totalidad. No veían a Scar, pero su misión principal era llevar a Marcoh de regreso. Gerald suspiró pensando que su tiempo en libertad fue escaso, encontrar a Marcoh había sido bastante fácil y rápido.

—Doctor Marcoh, vendrá con nosotros —habló el menor llamando la atención del sujeto, por suerte la capucha le cubría lo suficiente para no poder mirarlo.

Kimblee avanzó hacia él.

—Hemos venido por usted, no tiene escapatoria —Sin embargo, aún si no tenía lugar al que ir, el hombre retrocedió y volteó, como si buscara retrasar su encuentro—. No sabes cuando rendirte ¿No es así?

El alquimista experto en explosiones volteó al individuo frente a él, Gerald miró a su alrededor buscando a Scar, pero no lo encontró, pero sí sintió un sonido de algo golpeando el techo del vagón con suavidad, algo que apenas podía diferenciar del sonido de la nieve cayendo.

—Vamos, no nos haga perder tiempo... —El mayor se interrumpió a sí mismo cuando al hombre se le salió la capucha; no importaba por dónde se viera, ese tipo no era Marcoh—. ¿Quién eres?

Era un sujeto más pálido y con bigote, pero al igual que Marcoh, tenía el cabello negro; a pesar de que creían que habían evitado el engaño, sí resultaron engañados.

Gerald entrecerró los ojos mirando al mayor, recordaba haberlo visto en unos documentos que Mustang le pidió completar hace tiempo; se llamaba Yoki, un ex militar que le hizo la vida difícil a una ciudad minera o algo así, la verdad, Gerald nunca se interesó mucho en ese caso.

En cuestión de segundos, el mismo sonido del techo lo sobresaltó, eran sutiles pero ya no tenía duda; eran pasos.

—¡Kimblee! —gritó Gerald intentando alertarlo, pero fue justo en ese momento que alguien más entró al vagón y empezó a atacar a los alquimistas; Scar.

Scar y Kimblee se quedaron mirando por varios segundos una vez que se alejaron un poco el uno del otro. De alguna manera, parecía ser que ya se conocían, esto sólo enfureció a Scar y destruyó el vagón del tren, Yoki quiso escapar, pero no podía si el tren iba a toda velocidad.

—Solf J. Kimblee, el Alquimista Carmesí ¿Me recuerdas?

—Sí. Bastante bien, de hecho —respondió Kimblee sin tomarse mucho tiempo en recordar—. El tipo del distrito Kanda en Ishval... ¿Era tu familia la que estaba ahí? —Scar entrecerró los ojos, dándole a entender al alquimista que estaba en lo correcto—. Creo que había alguien muy parecido a ti, pero usaba lentes... ¿Sería tu hermano? —Con esa pregunta Gerald empezó a comprender el odio de Scar hacia los alquimistas estatales; por Kimblee, particularmente.

Otra vez Scar saltó enfurecido hacia ambos alquimistas. Esquivarlo no era tan difícil, pero atacarlo con alquimia sería complicado; si quemaban o explotaban lo que quedaba del vagón por accidente caerían a tierra a una velocidad muy elevada, si no perdían la vida en la caída, les dejaría heridas muy graves, y por el momento ninguno de los dos podía arriesgarse a tanto.

Tras un ataque de Scar, algo de humo se cruzó entre ellos dividiendo a los tres; Gerald quedó con Kimblee, y Scar quedó solo.

—Esto no está bien —Gerald desvió su mirada al del de traje al oírlo hablar nuevamente, pero sólo unos segundos para no desconcentrarse—. Estoy oxidado por haber estado en la cárcel y él ha peleado desde la guerra civil —explicó tratando de buscar al ishvalano con la mirada, pero seguía sin tener buena visión.

De entre el humo, salió una varilla de metal a gran rapidez llegándole a Kimblee en el costado, el castaño sólo pudo esquivarla ya que fue capaz de escuchar su movimiento.

Esta varilla fue tan rápido que no sólo le atravesó la piel, también empujo a Kimblee hasta el otro vagón.

La herida no se veía bien, empezó a sangrar de inmediato.

—No pienso darte tiempo para rezar —Kimblee escupió sangre intentando balbucear una respuesta, pero sólo sonrió mirando al castaño y juntó ambas manos delante de sí.

El menor de los tres, cuando esquivó la vara, acabó junto a Scar, sólo que este último parecía más enfocado en el asesino para notar al moreno, así que al recibir esa mirada, el menor corrió y saltó junto a él para llegar al vagón en el que estaba su compañero, y chasqueó los dedos a mitad del salto para quemar la separación entre los dos vagones al mismo tiempo que Kimblee tocó el vagón frente a él.

De haber sido por Gerald, le habría disparado a Scar, sin embargo, no pudo. No supo si fue cobardía o qué, pero se arrepintió de querer acabar con su vida en ese instante. No obstante, no matarlo le causaría un problema; al haber sólo dos alquimistas de fuego era fácil deducir quién se escondía detrás de la capucha.

Una vez disipado el humo de la explosión, el vagón de Scar fue frenando de a poco y el de los alquimistas siguió adelante.

Los que iban tras Marcoh no podían considerar eso una victoria, pero no todo fue pérdidas.

—Es una pena haber fallado dos veces en matar al mismo ishvalano... Y es aún más humillante tener que huir... —Se esforzó Kimblee en hablar—. ¡La próxima vez acabaremos con esto, ishvalano!

Lo último que ambos oyeron de Scar fue el nombre del mayor de ellos gritado al aire con el más grande odio que pudieran imaginar.

—Estás... ¿Estás herido...? —cuestionó a continuación el mayor.

—Un par de escombros me llegaron, no es nada —contestó rápidamente el menor. Tenía sólo un par de cortes en la cara causados por material del tren que voló durante la pelea, mas nada serio—. No tardarán en frenar el vagón, pero no puedo arriesgarme a que tengas esa herida abierta. Tendré que sacar ese fierro, no durará mucho, pero puedo cauterizar la herida.

La herida en Kimblee no se veía para nada bien, así que Gerald tomó la decisión de cerrarla. No era un experto, pero no sería la primera vez que cerraba una herida. Kimblee no tenía muchas más opciones si quería aumentar sus probabilidades de supervivencia, así que asintió y dejó que Gerald lo curara, no llegó a desmayarse tan pronto, pero sí fue muy doloroso; sentía demasiado frío y el fuego directamente con la piel le causó un intenso dolor a pesar de la ventisca.

—Aquella explosión mezclada con tus llamas... fue increíble...

El tren fue frenando lentamente, era sólo cuestión de tiempo que los encontraran.

Dos personas se acercaron a mirar cuál fue la razón por la que el vagón se desprendió, no obstante, obtuvieron más preguntas que respuestas al encontrar a un niño moreno abrazándose a sí mismo mientras temblaba bajo el brazo de un adulto lleno de sangre.

—¿Quién les ordenó detener el tren? Pónganlo en marcha —Se quejó Kimblee respirando agitado. Los hombres sólo querían ayudar, pero se pusieron muy nerviosos ante el tono del hombre de traje, este ya no era blanco, la sangre le había otorgado un tinte carmesí—. Es verdad... La muerte me persigue... ¡Los trabajos que arriesgan el alma de uno son realmente hermosos! —exclamó él asustando a los conductores—. ¿No lo crees así, pequeño...?

El castaño no sabía si Kimblee estaba así por el resultado de la pelea o si era un estado por la pérdida de sangre, pero él ya tenía mucho frío y estar ahí sin moverse no le hacía gracia.

—¿No lo escucharon? ¡Pongan el tren en marcha! —gritó Gerald arropándose mejor con su abrigo, la mirada que puso volvió a asustar a los conductores, los que inmediatamente pusieron el tren de regreso en marcha luego de subirse otra vez en la locomotora.

Pasadas un par de horas, el tren llegó a la base de la montaña de Briggs, pero para ese punto, Kimblee ya se había desmayado y Gerald seguía en la misma posición en la que fue visto por los conductores tratando de no perder más calor.

Unos hombres de la estación llevaron a los alquimistas a un hospital para que descansaran. La herida del mayor de ellos estaba mal pero pudo haber estado mucho peor, sólo necesitaría descanso.

—¿Dices que están en el Norte? ¿Están bien?

Una vez que el moreno se encontraba menos entumido, caminó hacia los teléfonos y marcó al Cuartel General de Central, no quería tener que hablar con Bradley, pero era su única vía para comunicarse con Envy. Tuvo suerte que ese día el homúnculo de la envidia se encontraba con Wrath, así que después de dar su código y esperar unos segundos pudo hablar con él.

—Al menos estamos vivos, pero Kimblee está herido. Por ahora estamos en un hospital cerca de Briggs —contestó el menor mirando el auricular de reojo—. Nos engañaron, el tipo que viajaba con Scar no era Marcoh.

El cambiaformas estuvo en silencio unos segundos mientras pensaba unos segundos. La situación no le parecía nada bien, todo se le había complicado.

—¿Qué te parecería ir al Muro de Briggs?

El castaño negó con la cabeza a pesar de que sabía que Envy no podía verlo.

—Imposible, la Mayor General Armstrong nos matará si llegamos de repente... Además, Dijiste que Ed estaba ahí —contestó el menor.

El Muro de Briggs era exactamente el límite con el país vecino; Drachma. Era una zona de tensión máxima y en cualquier momento una guerra podría desatarse. Supuestamente Gerald estaba bajo la vigilancia de los homúnculos, así que si los Elric lo veían ahí tal vez surgiera algún malentendido.

—Deja de preocuparte, lo resolveré, y si todo sale bien mañana estarán ahí —A medida que iban hablando, el homúnculo estaba pensando en lo que podían hacer—. No te preocupes por el enano, simplemente dile que escapaste de mi y Kimblee te encontró a punto de congelarte. Si haces cómplice a Kimblee de eso será una excusa creíble. A propósito ¿cómo se encuentra él?

El menor miró hacia las habitaciones, no podía ver a su interior pero lo hizo para tener en la mira al nuevo tema de conversación.

—Ya te dije que estaba herido. Ahora está durmiendo, pero creo que está bien. Cautericé la herida antes de llegar, sirvió temporalmente, mas ahora debe estar en reposo —respondió el castaño sentándose en una silla junto al teléfono.

Envy suspiró.

—Le encargo que te cuide y al final tú terminas cuidándolo...

—Da igual —respondió Gerald—. En fin... Supongo que debo esperar hasta mañana... Por el momento no tengo muchas opciones.

Desde su lado de la línea el mayor asintió. Iba a despedirse, pero antes miró de reojo el auricular y sonrió, habría colgado de no ser porque escuchó algo que le entretuvo.

—Oh, una cosa más —Al escuchar su voz otra vez, Gerald se quedó esperando en silencio—. Abrígate ahí afuera, koinu. No queremos que te resfríes.

El de ojos claros miró el auricular con molestia y después de gruñir, colgó sin decir ni una palabra más, mientras que por el otro lado Envy soltó unas carcajadas. Más de una vez la voz del moreno había temblado a causa del frío cuando hablaban y el homúnculo, al notarlo, lo aprovechó.

No sabía bien qué planeaba hacer Envy ahora pues sin lugar a dudas debían descansar primero, pero decidió que eso lo vería en su momento.

Había visto a la General una vez hace un tiempo, era la hermana mayor de Alex Louis Armstrong, sin embargo, no se parecían en casi nada; ella era fría, no era tan grande de tamaño como él, no tenía en ninguna parte el carisma que el Mayor mostraba y, sobre todo, no era alguien que diera una cálida bienvenida.

El joven regresó a la habitación en la que Kimblee descansaba, mas ya había despertado, aún si iban al muro, primero el mayor debía recuperarse.

Después de contarle la excusa que debían usar para explicar por qué él estaba ahí, el resto del día pasó con lentitud, pero a la mañana siguiente, un hombre llamado Miles fue a hacerles una visita al hospital.

—Buenos días, soy el Mayor Miles, ayer recibí una llamada solicitando apoyo para Solf J. Kimblee y el Teniente Coronel Katsaros —Se presentó. Era un hombre alto y moreno, tenía el cabello blanco y lentes oscuros cubriendo sus ojos.

—Muchas gracias por venir, soy el Teniente Coronel Katsaros de Central. El día de ayer el señor Kimblee me encontró en un vagón de tren, creo que estuvo en una pelea porque se veía muy herido pero... No lo sé... Luego nos trajeron aquí —explicó el menor al hombre dando una explicación de porqué necesitaban apoyo—. Siento decir que hay personas buscándome y no me siento muy seguro vagando por ahí.

El Mayor se quitó los anteojos oscuros, revelando unos ojos rojos iguales a los de un ishvalano, eso sorprendió al castaño cuando llegaron a la habitación de Kimblee.

—¿Me permite hacerle unas preguntas? —El menor asintió, retrocediendo unos pasos fuera de la habitación.

Seguro sólo quería aclarar lo que le había ocurrido al Alquimista Carmesí, pero él ya tenía claro lo que debía decir, así que el menor no tenía de qué preocuparse, excepto tal vez por el hecho de que fuera un ishvalano ¿Qué hacía ahí? Se suponía que todos los ishvalanos fueron exiliados de la milicia amestriana. Unos minutos después, el mayor salió de la habitación y Gerald lo miró sin decirle nada, ni siquiera una despedida. Luego, el menor entró a la habitación.

Kimblee tenía una sonrisa algo nerviosa en el rostro y soltó una suave risa al verlo ingresar.

—Tal como recordaba, los ishvalanos son muy interesantes —mencionó refiriéndose a Miles.

Este aparentemente lo había amenazado a muerte por algún motivo que el castaño ignoraba, aunque no era de extrañarse de que todos los ishvalanos tuvieran resentimiento por aquel que destruyó gran parte de su nación.

El menor se sentó en el asiento frente a la cama de Kimblee para estar más cómodo, sin embargo, eso no ayudaba a mantener el calor.

—Kimblee... Oye, no te pediría esto si realmente no lo necesitara —empezó el menor. Fue cuando el adulto notó que el cuerpo del más pequeño temblaba—, ¿podría meterme también a la cama? Realmente siento que me congelo... —Tal parecía que la ventisca de cuando vinieron en tren fue demasiada para él.

El asesino, luego de verlo temblar otra vez y de escuchar un estornudo, asintió, aunque de cualquier modo habría aceptado pues verdaderamente no le molestaba. Entonces pudo darse cuenta de que el castaño no estaba exagerando; cuando habían estrechado sus manos el día que empezaron la misión, captó por la alta temperatura de sus manos que el moreno era alguien que por lo general tenía una temperatura corporal elevada, sin embargo, ahora parecía estar casi tocando un hielo aún con sus guantes puestos.

Al menos las próximas horas pasaron con un poco más de calor, aunque Gerald aún seguía sin estar ni cerca de la ideal.

Gerald iba a decir algo, pero no tuvo tiempo. Justo antes de que pudiera hablar, un hombre tocó la puerta y entró sin esperar a que le autorizaran. Era un adulto moreno y canoso al que reconocieron como el Teniente General Raven de Central, él formaba parte de los altos mandos por lo que estaba enterado de todo lo que ocurría con el país.

El castaño se sorprendió; sólo el día anterior se había comunicado con los homúnculos y ya habían enviado a alguien.

—¿Todo va bien? —cuestionó el mayor de los tres cuando llegó a la habitación.

—Llegó antes de lo esperado, Teniente General Raven —mencionó el Alquimista Carmesí apenas mirándolo de reojo, por el dolor no pudo sentarse muy bien en la cama—. Dígame... ¿Vino porque se preocupó por nosotros o por esto? —preguntó sacando sus manos de debajo de las sábanas, en estas tenía las dos Piedras Filosofales.

Al parecer, Kimblee había acertado en que la prisa de Raven se debía a las piedras ya que el mayor miró ahora con seriedad.

—Como sea. No pueden perder tiempo aquí, hay que trabajar —dijo el moreno más grande tratando de cambiar el tema.

Sin embargo, el menor de ellos negó.

—Oh ¿Quiere que perdamos la vida? Entonces, podemos salir ahora, si quiere —respondió el castaño con sarcasmo, pero al percibir nuevos pasos por el pasillo, el joven miró a la puerta de la que unos segundos después entró un hombre aún mayor que Raven.

Ese hombre esbozó una sonrisa algo macabra, pero no dijo nada.

—Traje un doctor instruido en alquimia y tenemos la piedra. Ambos estarán bien pronto —Gerald miró con sorpresa al Teniente General, este, como si adivinara la causa de la confundida mirada, miró hacia la mano del chico—. Tengo entendido que te lastimaste la mano izquierda antes de venir ¿no? —Estaba enterado, aquello le dio a entender al menor que estaba más vigilado de lo que pensaba, después de todo, Envy no sería tan idiota como para dejarlo con libertad total.

Los dos alquimistas debían admitir que ese doctor de extraño diente dorado no les brindaba nada de confianza, pero por el momento no tenían más opción si querían recuperarse. Gerald sintió el mismo cosquilleo en la mano que aquella vez cuando le curaron la pierna del mismo modo, o cuando cerraron la herida interna que supuestamente Pride causó, sólo que esta vez se encontraba completamente consciente, el dolor había desaparecido por completo. Por suerte ese doctor de apariencia macabra y diente de oro no los acompañó al muro de Briggs cuando estaban curados.

Ahora entendía el plan del homúnculo para ir ahí; ellos habían enviado a Raven, no sólo para ayudarlos a entrar, sino también porque tenían sus propias razones, razones que involucraban a la General Armstrong.

—Perdón por hacerlo esperar, Teniente General Raven —dijo una voz en los pasillos del muro, los alquimistas sonrieron, esa era la voz del Mayor Miles.

—No hay problema, es mi culpa por llegar sin avisar —respondió Raven volteando a mirar al Mayor. Los habían dejado pasar sin problemas cuando escucharon de la llegada del Teniente General.

Ese lugar era sin dudas más cálido que el hospital y el resto de la ciudad así que Gerald parecía más conforme.

—La Mayor General vendrá a la brevedad —mencionó Miles hacia el de mayor rango en ese lugar.

Iba a indicarle el camino, pero Raven lo interrumpió.

—Casi lo olvido —dijo este dejando al de sangre ishvalana con las palabras en la boca —Traje unos invitados conmigo ¿Le importaría darles un recorrido por la fortaleza? —cuestionó el de mayor edad.

Al ver a las dos personas que había visto en el hospital antes, Miles se sorprendió.

No era posible; uno estuvo al borde de la muerte y el otro a punto de congelarse, no podía ser que ambos estuvieran en perfectas condiciones el día siguiente de verlos en ese estado.

—Gusto en conocerlo, Mayor Miles —dijeron los dos alquimistas al unísono con una pequeña sonrisa cómplice.

...

—¿El Alquimista Carmesí? ¿Dices que se encuentra en el Norte? —cuestionó un joven azabache a una mujer dentro de un vehículo.

No había mucho que Roy Mustang pudiera hacer sin sus subordinados, así que tuvo que recurrir a la ayuda de espías.

La joven mujer asintió mirando una pequeña nota entre sus manos, en esta tenía la información recopilada.

—Sí, el marido de una amiga es enfermero en un hospital a los pies de Briggs, así que él lo vio —afirmó mirando al azabache nuevamente—. Dijo que Kimblee habló con el Teniente General Raven, no sé de qué exactamente, pero es reconocido por ser un lascivo con las mujeres —añadió leyendo la pequeña nota—. Oh sí, y fue visto con un chico al que no reconoció, pero eso es muy extraño.

—¿Por qué? —cuestionó Roy mirando a la joven de reojo—. Cualquiera puede tener un compañero, incluso él.

Como la mujer pasó unos segundos sin hablar, Mustang miró con cierta preocupación. Tal parecía que aunque el enfermero no reconocía al chico, ella si lo reconoció con la descripción.

—Es extraño porque su compañero sería un chico moreno de entre quince y diecisiete años, castaño de cabello largo, claros ojos celestes... y con guantes con un círculo de transmutación dibujado —Roy estaba sin habla—. Eso sin mencionarte, además, que el mismo chico se hizo llamar "Teniente Coronel Katsaros".

In the daylight
I'm your sweetheart
Your goody two-shoes prude
Is a work of art
But you don't know me
And soon you won't forget
Bad as can be, yeah
You know I'm not so innocent.
~ Mz. Hyde/Halestorm


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