Capítulo 1: Solitaria Niñez


—¿Tardarán mucho? —cuestionó un pequeño niño moreno de claros ojos celestes.

Frente a él, una bella y joven mujer, muy similar al pequeño en el color de su piel, acarició los cabellos de su hijo mientras le sonreía, pero detrás de aquella bonita y reconfortante sonrisa se escondía la más grande de las tristezas; aquella que únicamente sentiría una madre al alejarse de su niño.

—Volveremos antes de lo que puedas imaginar —respondió ella con voz suave al infante.

—Pero ¿Quién jugará conmigo?

A la adulta vestida de uniforme militar le partía el corazón ver a su hijo triste incluso antes de su partida, pero mostrarle su tristeza sólo empeoraría las cosas.

—¿Qué dices si jugamos a algo, Gerald? Desde la distancia.

—¿Eh? —El menor de nombre Gerald ladeó la cabeza indicando que no había comprendido, pero aún sin entender, parecía interesado en esa idea—. ¿A qué te refieres, mamá?

—Cada uno, desde donde quiera que esté, mirará la luna. Quien haya visto la luna más veces hasta que tu padre y yo regresemos, ganará.

Sin dudas un juego tonto, pero al niño de cinco años pareció agradarle ese plan, esto podía notarse debido a aquella alegre sonrisa que se apoderó de su rostro, sin sospechar siquiera del peligro al que se enfrentarían sus padres.

Luego de unos segundos, se acercó un hombre de cabello ondulado y castaño, similar al del menor, y con un uniforme militar, igual al de la mujer. Él tomó de la mano a su hijo y rápidamente le acercó a un abrazo. Eran escasas las ocasiones en las que el pequeño Gerald recibía abrazos de su progenitor, no porque no lo quisiera o porque tuvieran una mala relación entre ellos, sino porque el mayor no era un hombre que expresara afecto de ese modo muy seguido, no obstante, ahora sentía la necesidad de hacerlo, y sin dudarlo, su hijo le correspondió de inmediato.

—Sabes bien qué es lo que tienes que hacer... mantente saludable y, por favor, no faltes a la escuela. Habrá alguien que vendrá a cuidarte, pero aún así, no olvides que siempre estaremos pendientes a ti... Cuídate mucho ¿Sí, Gerald? —Fue lo único que dijo el mayor a modo de despedida. Después, retrocedió unos pasos alejándose de su esposa e hijo, y tras voltear, dirigió su andar hacia el sendero que conducía a la estación de trenes que los sacaría del pueblo en el que vivían; Aquroya.

La mamá del niño siguió a su esposo unos segundos después, no sin antes besar con cariño la frente de su hijo.

—¡No te olvides de nuestro juego! —dijo el niño cuando ya sus padres estaban muy lejos mientras sonreía. Después, sólo entró a su casa y se quedó ahí sin saber bien que hacer. Por un lado estaba emocionado, podía hacer lo que se le diera la gana sin sus padres en casa, por el otro, empezó a notar su ausencia tan pronto como ya no hacía nada de su acostumbrada rutina.

—No le dijiste a donde vamos en verdad ¿O sí, Ritter? —cuestionó la mujer con un rostro mucho más serio que antes. Sabía que luego de esa despedida debía dejar las emociones de lado.

El hombre, como respuesta, negó con una mirada similar a la de ella.

—No tuve el valor suficiente —suspiró negando—, ¿qué iba a decirle si me preguntaba si íbamos a morir?

La morena igualmente negó con la cabeza.

—Tampoco habría tenido el valor, tiene sólo cinco años... —suspiró ella mirando de reojo hacia atrás, pero siempre con sus pasos marchando hacia adelante sin titubear—. Sólo espero que no pase mucho tiempo antes de volver a verlo.

Esos dos militares avanzaban hacia su próxima misión; la guerra de Ishval, aunque ninguno tuvo corazón para decirle eso a su pequeño hijo de cinco años. Sin duda, despedirse de él fue más doloroso que cualquier herida que pudieran obtener en la guerra.

Los días iban pasando. A pesar de que la casa del pequeño Gerald estaba un poco aislada del resto del pueblo, él asistía a la escuela de Aquroya para estudiar y recibía por correo cada semana una cantidad de dinero de parte de sus padres, eso le servía para abastecerse con comida y demás cosas que pudiera necesitar, un militar iba a cuidarlo de vez en cuando así que vigilaba que no gastara más de lo necesario, de cualquier modo, Gerald nunca necesitó demasiado.

Pero lo más importante para él era la noche ya que miraba sin falta la luna, y si no lograba verla, salía de casa hasta encontrarla.

Así duró hasta que se cumplieron dos años desde que sus padres se fueron de casa, cuando el niño, ahora de siete, miraba la luna cada vez con menos frecuencia, y si es que llegaba a hacerlo, se deprimía.

Los años no habían pasado en vano y Gerald, en su solitaria niñez, ya no veía el mundo como hace dos años atrás. Los chicos a su edad normalmente seguirían jugando a atraparse o viviendo la fantasía del mundo perfecto en donde los sueños se vuelven realidad casi por arte de magia, pero él, desde que supo que sus padres estaban en la guerra, sabía que la realidad no era precisamente un cuento de hadas. Además, su raciocinio no le jugaba muy buenas pasadas, por ejemplo, el hecho de seguir recibiendo dinero le hacía suponer que sus padres estaban bien, pero entonces, ¿por qué no regresaban? 

Tener ese tipo de pensamientos le hacía sentirse abandonado, y pese a no ser un mal estudiante, sus calificaciones empezaron a decaer con el pasar del tiempo debido a esas ideas que lo carcomían.

Un día luego de la escuela, se percató de una pequeña tienda de libros que llamó mucho su atención. Como en casa no tenía nada más que hacer aparte de estudiar, ejercitarse y cocinar para sí mismo, tenía mucho tiempo libre el cuál invirtió leyendo los libros que tenía en su hogar, no obstante, entre tantas historias de aventura, romances acabados en tragedia, misterios indescifrables, asesinatos a plena luz de día, poesía y demás géneros, en poco tiempo se quedó sin libros que leer. Ver esa tienda abierta era la oportunidad perfecta para comprar más textos que le permitían olvidar la realidad por instantes, por lo que luego de escoger varios libros, sin fijarse en su contenido ni en la portada, los pagó y regresó a casa.

Entre aquellos libros había uno un poco diferente al resto. Curioso, el de ojos celestes abrió el libro para ver de qué se trataba pero no entendió al cien por ciento lo que éste decía, aunque sí pudo notar la repetición de una palabra, una y otra vez: "Alquimia". No tenía idea de lo que siquiera significaba, pero le había llamado la atención y, por esta razón, al día siguiente regresó a buscar libros más simples que tuvieran esa palabra. Afortunadamente, la cantidad de libros que incluían esa palabra eran para Gerald una miríada.

Para el mes siguiente, el niño ya se había leído varios de los libros que incluían la palabra "Alquimia", y comenzó a comprenderla. El humano no puede obtener algo sin antes perder algo del mismo valor, ese es el fundamento de la alquimia; la Ley del Intercambio equivalente. Si se dibujaba el círculo apropiado, llamado círculo de transmutación, y se ofrecía algo de un material, podía transformarlo en lo que quisiera siempre que fuera del mismo material y que fuera suficiente. No era un concepto difícil de entender.

Un día sábado se encontraba dibujando, recostado en el suelo de su casa hasta que escuchó que alguien tocaba a la puerta. Considerando que sólo muy pocas personas venían a verlo, entre ellas el cartero o algún vecino, el castaño ya se hacía una idea de quién se encontraba del otro lado de la puerta.

—Buenas tardes —dijo la persona una vez que el niño de siete años abrió la puerta. Vestía igual que los padres del moreno cuando los vio por última vez—. Soy Jean Havoc. Vengo a cuidar a Gerald Katsaros y traigo su dinero de la semana.

Era un hombre de aproximadamente unos veinte años, tenía el cabello de un color rubio tirado a castaño y ojos azules oscuros. Siempre que venía de visita, un característico aroma a humo de cigarrillo se desprendía de él, aunque nunca fumaba cuando estaba en la casa del niño así que a Gerald no le importaba. Havoc venía una vez a la semana desde Ciudad del Este, una ciudad a aproximadamente unas dos horas de Aquroya si se viajaba en tren.

—Lo sé, lo sé. Ya nos conocemos —respondió Gerald dejándolo entrar a la casa.

Por lo general era siempre Havoc quien iba a cuidarlo, no era que le molestara, por el contrario, le agradaba, pero Gerald siempre fue algo cortante con él, era así con la mayoría después de todo.

—¿Hay alguna noticia de mis padres? —La pregunta fue seca y directa, ni siquiera se molestó en decir "hola" antes de hablar, y era que no le importaba sonar insolente, para él saber del estado de sus padres era más importante que cualquier otro asunto.

—Están bien —respondió el mayor entregándole un sobre, este contenía el dinero semanal que le enviaban. No le molestaba la actitud del chico, luego de dos años ya estaba acostumbrado—. Esta vez no sólo te mandan dinero, también hay una fotografía de ellos con unos amigos suyos.

—¿De verdad...? —Jean se impresionó al notarnpor segundos la emoción en el pequeño.

Al oír aquello, el menor corrió hacia la sala de estar y abrió el sobre de inmediato. El dinero lo dejó ahí, sólo sacó la imagen, esa fotografía era lo más reciente que tenía de su madre y su padre. El militar de cabellos dorados caminó a paso lento y se sentó al lado del menor sin distraerlo, mas aún si no lo hubiera hecho, Gerald estaba demasiado enfocado en lo que veía que las acciones del militar le eran triviales, él estaba impresionado con lo poco que sus padres habían cambiado, sólo había algo diferente en ellos, algo que lo entristeció mucho: Esos ojos que tenían en la imagen.

Esa mirada le aterraba. Parecían asesinos...

—Ahí están tus padres —dijo Jean señalando a la fotografía, pensando que el castaño aún no los había visto—, y el resto son sus amigos; ese es Armstrong, Hughes, Hawkeye y Mustang —añadió señalando a cada uno de los presentes en la foto a medida que los iba nombrando.

Gerald se quedó mirando al último mencionado, los guantes que este tenía lo mantuvieron con la vista fija en él. Pero había otra cosa que era más interesante, se trataba de una persona más atrás con un ojo tapado por un parche, era alguien que de hecho no debería haber salido en esa fotografía, pero apareció de pura casualidad.

—¿Quién es ese? —cuestionó señalando a aquel hombre que desconocía.

—Me sorprende que no lo conozcas. Él es el Führer de Amestris, King Bradley —El militar estaba ligeramente sorprendido de que no lo reconociera, auel hombre de parche en el ojo era para muchos la persona más importante de todo el país.

Fue entonces que Jean se dio cuenta de las cosas que habían en la sala; varios libros de alquimia que ni él mismo comprendía, y un círculo de transmutación dibujado en el suelo.

—¿Qué es todo esto? —cuestionó el adulto mirando todo lo que había en esa habitación.

—Es sólo alquimia —contestó el menor volviendo a acercarse al círculo de transmutación que antes había dibujado y posicionó sus manos por sobre este.

Luego de emitirse un pequeño brillo color celeste, el piso de madera empezó a cambiar de forma hasta que este formó un pequeño caballito del mismo material.

El uniformado estaba asombrado, ¿un niño de siete años lograba algo así como si nada? Para su edad, era sencillamente sorprendente.

—Es extraordinario... —murmuró sin quitar su mirada del caballo—. Oye ¿No has pensado en volverte un Alquimista Estatal?

—¿Alquimista Estatal...? —repitió el de ojos celestes mirando a Havoc con intriga. Nunca antes había oído hablar acerca de ese tipo de alquimistas.

—Son alquimistas que trabajan para los militares —explicó el rubio ahora sonriéndole—. No es fácil llegar a serlo, dicen que es mucho más fácil entrar al ejército como soldado que como alquimista, y para tu edad ya eres un muy buen alquimista.

El menor entonces recordó, alguna vez sus padres le habían hablado sobre alquimistas soldado que eran los primeros en ser enviados en caso de guerra, pero estaba seguro de que habían usado otro término.

—Alquimistas Estatales... ¿Esos son los perros del ejército?

El mayor no supo que responderle, ese era un término despectivo para ese tipo de alquimistas. En teoría, ellos poseían un rango militar y podían dar órdenes a militares de bajo rango, pero a la hora de la guerra eran ellos quienes debían acatar las órdenes de matar igual que perros entrenados, obedientes y agresivos.

—Pues no suena tan mala idea —añadió después de unos segundos mirando nuevamente la fotografía. Si significaba estar con sus padres dentro de la milici, tampoco le importaría ser llamado un perro de los militares.

Jean sonrió otra vez. Luego de tanto tiempo intentando, finalmente estaba teniendo una conversación con el muchacho, y no pensaba dejarla hasta ahí.

—Y dime ¿En qué clase de alquimia estás interesado?

Gerald se tomó unos segundos antes de responder, nunca antes había pensado en especializarse en algún tipo.

Dominaba bien la alquimia cuando se trataba de madera y el metal, sin mencionar el agua que era uno de los elementos más simples de transmutar. El cristal le parecía también algo interesante para dedicarse, pero requería de mucha concentración y paciencia para evitar que este estallara en mil pedazos cada vez que se intentara transmutar, y algo que no poseía en gran grado era la paciencia.

Él quería algo que fuera interesante de manipular, pero no que requiriera de tanta paciencia. Algo como...

—El fuego —respondió finalmente.

El fuego; tal vez peligroso de manipular, pero no requería de paciencia para transmutarse.

—¿Como el Mayor Roy Mustang? Es un buen amigo mío. A él se le conoce como el Alquimista de Fuego —preguntó Havoc señalando al mencionado en la fotografía que el chico tenía en sus manos.

La verdad, el de cabello rizado no lo conocía para asegurárselo, ni siquiera había escuchado de él alguna vez, pero aún así asintió. Al ver que se trataba del que tenía los guantes, volvió a fijar su vista en estos.

—¿Lo de sus guantes son círculos de transmutación? —preguntó señalándolos en la imagen.

No obstante, Havoc sólo se encogió de hombros esta vez.

—Lo son, pero no sabría contestarte a más preguntas de ese tipo ya que no sé cómo funciona el guante y tampoco sé mucho sobre alquimia, lo lamento —Se disculpó el de uniforme militar rascando su nuca con cierta vergüenza, pero ya no volvió a recibir respuesta por parte de Gerald, este nuevamente se vio atento a sus libros por el resto del día.

Ya al atardecer, antes de que Jean se fuera dijo el nombre del muchacho para que este tuviera su atención.

—Tengo entendido que tu cumpleaños es en dos días, vendré a verte —dijo antes de finalmente retirarse.

A decir verdad, al chico de pequeños rizos no le importaba si venía o no, ya había pasado dos cumpleaños solo, después de todo. Sea como sea, llegó ese 12 de febrero, y, en efecto, Havoc llegó.

—Feliz cumpleaños, Gerald —saludó este cuando el niño fue a abrirle la puerta. En sus manos traía un regalo para él. El menor lo aceptó por amabilidad, pero la verdad era que no se esperaba que el militar se tomara la molestia de llevarle algo. 

El niño de ahora ocho años abrió el paquete con cierta curiosidad y sacó su contenido. Era un libro, este decía como título "Características del Fuego y la Combustión". La sonrisa en el rostro del chico se fue expandiendo de a poco, eso le bastó a Jean para estar feliz, aunque el niño no lo dijera, se notaba que al castaño le había gustado su regalo.

Gerald tenía que admitir que ese había sido un buen día, y todo gracias a la amabilidad del militar. Justo cuando este estaba por irse, nuevamente al atardecer, el menor lo detuvo.

—Disculpa, Havoc —Le habló el moreno con algo de timidez. Jean volteó lentamente y emitió un sonido de duda, pero no logró mirar al pequeño antes de que este se le lanzara encima a abrazarlo—. Gracias. Muchas gracias, de verdad.

El de cabello dorado no reaccionó de inmediato, Gerald no era precisamente el chico que mostrara más afecto, pero ahí se encontraba abrazándolo. Una suave sonrisa se asomó por los labios del mayor, una parecida a la que la madre del muchacho le dio antes de irse a la guerra, y acarició la cabeza del más pequeño.

—No hay de qué, pequeño.

—No es cierto, sí hay de qué —interrumpió apenas permitiendo que el de ojos azules terminara su frase anterior—. Todo el tiempo que has pasado conmigo has sido muy amable, y yo sólo he sido cortante, desconsiderado y molesto contigo.

Sí, es cierto que muchas veces el militar fue víctima de ley del hielo y de bromas de parte del menor, pero no era que le importara, Gerald era un niño con sus padres en la guerra y quería divertirse de algún modo. Si era con tal de que el moreno no tuviera todo el tiempo presente que sus padres estaban en peligro, entonces lo aceptaba.

—Hey... —inició Jean buscando las palabras adecuadas—. ¿Acaso crees que no me divertí? —El cumpleañero miró hacia el rostro del contrario buscando algún rastro de mentira, pero no encontró ninguno así que sonrió con felicidad—. Volveré pronto, cuídate ¿si?—añadió después separándose del delicado abrazo del niño y, finalmente, se fue de ahí.

Los siguientes días fueron de tranquila lectura para el niño de castaña cabellera, más específicamente leía el libro de combustión regalado. Creía entenderlo, pero no había modo de llevarlo a la práctica, al menos no estando solo ya que no sería seguro, así que no podía saber si realmente estaba aprendiendo. Sin embargo, todo le parecía tan interesante que poco y nada le importaba el no llevarlo a la práctica, le gustaba tanto que leía cada vez que tenía tiempo, incluía leer en su cama antes de quedarse dormido.

Una noche estaba leyendo recostado en su habitación el libro que le regaló el militar para su cumpleaños, al día siguiente tenía clases en la escuela pero la emoción por seguir leyendo fue más fuerte que su responsabilidad de dormir temprano. No obstante, de la nada, las páginas empezaron a arder en llamas, quemando absolutamente todo a su paso. Gerald no podía moverse, sólo podía permanecer ahí dejando que el fuego lo consumiera hasta reducir todo a polvo y cenizas, sentía que había personas ahí con él, pero ninguna lo ayudaba. Por suerte nada de eso pasó, sólo se trató de una horrible pesadilla.

El menor despertó agitado y con algo de sudor, leves temblores recorrían su cuerpo mientras intentaba regular su ritmo respiratorio. Una vez que logró calmarse, dado que no tenía un reloj cerca, desde su cama miró por la ventana para hacer una estimación de la hora que era, pensó que debían ser como las tres de la mañana pero no lo supo realmente, sólo podía ver la belleza de la gran luna llena adornando en lo alto del cielo.

A pesar de ser tan temprano, hubo golpes en la puerta de entrada. Esto le pareció extraño al niño ya que esas no eran horas para visitas, y aunque lo fueran, tampoco creía que se tratara de Jean ya que él no vendría sino hasta la siguiente semana. Sea quien sea, el menor no lo descubriría si se quedaba en cama, así que se puso de pie y caminó hasta la puerta principal. Se trataba de dos militares, aunque ninguno le era conocido. Uno parecía más sorprendido que el otro de ver a un niño recibirlos a esas horas de la noche.

—Hola, pequeño ¿Esta es la vivienda de los Katsaros? —cuestionó el más sorprendido.

—Sí, señor —respondió el castaño con algo de cansancio, era muy temprano después de todo y esas no eran horas para que un niño estuviera despierto—. Mi nombre es Gerald —un pequeño bostezo salió de su boca, se notaba que quería terminar rápido de hablar para volver a la cama.

—¿Podría hablar con algún adulto, Gerald? —cuestionó el mismo que había hablado anteriormente.

Gerald entrecerró los ojos, claramente esos dos no habían informado de que el pequeño había estado viviendo completamente solo desde que sus padres se fueron a la guerra, pero aún así se le hacía extraño, ellos eran militares, debían saber detalles así.

—No. Por el momento estoy sólo yo —respondió con lentitud mientras veía cómo los dos mayores se miraban entre ellos.

La que había estado en silencio le lanzó una mirada de reojo a su compañero.

—¿Qué relación tienes con el Teniente Segundo Ritter y la Sargento Nicia? —preguntó la mujer tratando de esbozar una sonrisa en lo que se agachaba para quedar a la altura del niño.

—Son mis padres, pero como les dije, en estos momentos ellos no se encuentran aquí, sólo estoy yo —respondió Gerald.

La militar se reincorporó rápidamente con ojos de impresión, estos temblaban.

—Eres... su hijo... —murmuró ella—. No... no puedo simplemente... No soy capaz de decirle a un niño...

Pero Gerald no era tonto, con todas esas miradas nerviosas y la insistencia de querer hablar con adulto, el niño se empezaba a hacer una idea de en donde terminaría todo eso.

—Sean francos conmigo, por favor.

Y aquella frase, "No soy capaz de decirle a un niño", fue lo último que necesitó para terminar de hacer encajar las piezas. Involuntariamente su mirada se agachó y sin motivo empezó a sentir que sus piernas perdían fuerza.

—Vienen a decir que han muerto... ¿no es así?

Here in the garden lets play a game
I'll show you how it's done

Here in the garden stay very still
This'll be so much fun

And then she smile
That's what I'm after
A smile in her eyes
The sound of her laugher

Happily listen, happy to play
Happily watching her drift away.
~Drift Away/Steven Universe
Sarah Stiles


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top