Uno: galletas de chocolate








Sevryn está seguro de una cosa luego de sus variados días de análisis sobre Jaan (no está siendo acosador, claro que no, solo lo está estudiando).

Jaan Sklaar es un pésimo aprendiz.

Esa mañana todo resultó convertirse en un caos cuando Jaan erró al pronunciar el encantamiento de activación de su preparación en las clases compartidas. Por suerte sus compañeros Jed, Seymour y él pudieron contener la maldición antes de que se saliera de control. Por supuesto que Jaan entró en pánico y como todo un animalito asustado corrió a esconderse durante todo el desastre o por lo menos, hasta que se le ordenó salir para enfrentar el regaño del instructor.

El solo recordarlo lo hace estremecer. El libro entre sus manos pesa al mismo tiempo en el que su cabeza inicia a doler. Quizás sea una buena idea dejar de lado unos instantes su lectura de Lenguas Antiguas y enfocarse en algo más ligero.

El título de "Cambiaformas del mundo" hace eco en su mente. Había marcado sus capítulos favoritos y por supuesto que aquel centrado en los Wandler Tier era uno de ellos.

«Los Wandler Tier son una raza de magos conocidos por tener la habilidad de mutar en animales».

Pasó a las páginas siguientes pues la información introductoria ya la llevaba bien memorizada; poseen genes de los mismos animales en los que son capaces de mutar y aunque resulta algo extraño, muchos de sus comportamientos también o eso descubrió luego de su profundo análisis sobre Jaan.

«Pueden tomar la forma física de otros magos además de adoptar formas animales».

Aquello no lo recordaba. Se preguntó si es que Jaan alguna vez lo hizo ya que solo lo ha visto dominado por sus animales. Sin embargo, a los pocos segundos sacude su cabeza para obligarse a recordar no traspasar los límites. No quería ser su amigo, tampoco poner interés extra en él. Solo lo estudiaba para demostrar que los tres divinos se equivocaron al seleccionarlo y el desastre matutino es una de las tantas pruebas.

Aún resuenan en su mente cada uno de los golpes directos en las manos del cambiaformas. La espesa vara de roble hirió la brillante piel morena y dejó más de una herida que lo hizo temblar por lo bajo. Sevryn contó siete azotes en total, uno para obligarlo a alzar la vista y contemplar a sus compañeros tras disculparse por su incompetencia y luego los seis de castigo. En todo momento del correctivo el color de sus iris pareció desaparecer, dejando una sombra gris que removió algo en su interior.

No se sentía bien verlo así, pero tampoco poseía el valor de detenerlo. No quería atravesar otro castigo igual o peor de severo que el de Jaan por desafiar las reglas.

Por unos instantes sus ojos se encontraron con los de Jaan, generando una desagradable sensación en su cuerpo. Agachó la mirada, ¿por qué se sentía tan avergonzado por no hacer nada? No había emoción alguna en su mirada, sin embargo, lo sentía como una especie de reproche silencioso.

Escondido en uno de los pasillos más profundos de la biblioteca central, llevó sus palmas a su rostro. No se dio cuenta de que espesas lágrimas caían por sus mejillas hasta que éstas tocaron sus manos.

¿Por qué una sensación de culpa lo domina de repente? No había sido su responsabilidad, Jaan fue quien cometió el error, empero, algo en su pecho le recrimina su cobardía, porque ni siquiera se atrevió a acercarse a preguntarle por su estado al final de las clases, tampoco lo buscó en la hora de descanso, prefiriendo esconderse entre libros empolvados.

Disciplina, poder y grandeza; esos eran los tres pilares que regían el internado. Jaan no tenía ninguna de las tres, y por eso era considerado menos que inferior. No tenía futuro dentro del internado y no existía lugar en la nación de Evrin para los cambiaformas.

Limpió sus lágrimas de un manotazo en cuanto escuchó la puerta principal abriéndose. Si se trata de algún instructor, podría salir con facilidad de los regaños usando las excusas necesarias. Incluso conseguiría halagos por su enorme dedicación a los estudios al ser atrapado rodeado de libros.

Empero, al identificar de reojo una cabeza de rulos rojizos y luego unos ojos resplandecientes asomándose detrás de las repisas exhaló.

—Uh, hola —susurró Jaan. Sevryn carraspeó, buscando eliminar todo rastro de llanto y luego de unos segundos, le dirigió una mirada escéptica.

—¿Qué haces aquí?

Su voz sonó brusca. Siendo un cambiaformas, Jaan no tenía acceso a la biblioteca central o al menos, no sin acompañamiento, así que no pudo evitar preguntarse cómo es que había conseguido ingresar.

—Te veías un poco solo el otro día —dijo en un hilo de voz.

Al apreciar el sonrojo adueñándose de sus mejillas, alzó una ceja.

—¿Algo de lo que dije o hice te dio a entender una idea errónea?

Jaan brincó. Fue cuestión de segundos para que unas orejas y cola nerviosas aparecieran entre una diminuta nube de humo.

—¡No! Claro que no —desvió su mirada. Sus dientes apretaron con fuerza su labio inferior —, yo vine a darte algo. No pude acercarme a ti en las clases así que, aquí estamos.

No notó el diminuto gesto curioso de Sevryn. Su cabeza se había inclinado milímetros hacia un costado y sus iris resplandecieron con ilusión.

—¿Qué cosa?

Sus manos temblaron cuando percibió los ojos ajenos encima suyo. Rebuscó entre sus bolsillos encantados (de los pocos hechizos que le salieron bien, ahora tenía un almacenamiento ilimitado en cada uno de ellos) y bastó con pensar en el pequeño presente para que se apareciera en su palma.

Jaan le ofreció una diminuta caja cuadrada. A simple vista no daba la impresión de ser mucho; el amarillo chillón del lazo adornándola se asemeja al tono del uniforme del cambiaformas y el material de la caja parecía simple cartón. Acabó por tomarla ya que algo le decía que adentro no se encontraba nada que pudiese dañarlo o al menos, no con intención.

—¡Sé que no es mucho! Incluso puede resultar insignificante al lado de los regalos que de seguro recibes a diario —soltó nervioso —, solo quería agradecerte, por el otro día. Nadie se había detenido a ayudarme antes.

El destello de una molestia desconocida hizo cosquillas en su pecho. Recordó la forma en la que Lennox lo humilló sin dudarlo en el comedor y luego el severo castigo del instructor, donde percibió más odio del habitual descargado solo con Jaan en específico. ¿Tan mal lo tratan siempre?

—No era necesario, Jaan.

—Quería hacerlo de todas formas. Espero que te gusten las galletas —esbozó una sonrisita, aunque pareció recordar algo de repente porque elevó su tono de voz sin previo aviso —, ¡tuve que hacerlas muchas veces porque se quemaban!

—Oye, baja la voz o nos atraparán —siseó, mirando en todas direcciones con pánico. Cuando no escuchó ninguna voz asumió que la encargada de la biblioteca los había dejado solos.

—Lo siento —musitó. Sevryn suspiró, echándole un vistazo al presente entre sus manos —, les puse todo mi esfuerzo así que de verdad deseo que las disfrutes.

Sevryn no tenía muchas experiencias con los alimentos dulces, pero aquellas diminutas galletas en forma de espiral lucían apetecibles. Sin embargo, existía un desafortunado inconveniente.

—Uh, sí.

No se veían mal pese a que algunas tenían sus orillas un poco quemadas y por la enorme sonrisa alegre del cambiaformas, se nota a leguas que aquello no era con intención. En realidad nadie lo sabía, así que no existía forma de que fuese algún plan malévolo para dañarlo.

Poco a poco su brillante gesto decayó ante su silencio. Jaan comenzó a preocuparse en cuanto distinguió su ceño fruncido.

—¿Hay algún problema?

¿Haría mal en decirle una de sus debilidades más absurdas? Nadie lo sabía y Sevryn prefería que fuese así, empero, tampoco deseaba mentirle en la cara al cambiaformas.

—Es que, soy alérgico al chocolate.

Tal vez no sería muy malo si probaba un bocado, un mordisco diminuto solo para deshacer la desilusión que pintaba los ojos del cambiaformas. No era tan alérgico (en realidad sí, una probada desencadenaría una crisis alérgica enorme, pero déjenlo creer lo que guste).

—Oh —musitó. Luego de mirarlo a los ojos y no encontrar más que verdad y vergüenza en sus iris, supo que no le estaba mintiendo —, ¡en serio lo siento! Que tonto soy, de seguro todo el internado lo sabe.

Tuvo que morderse la lengua para evitar confesar que en realidad era el único que no pertenecía a su clan que lo sabía.

Presa del pánico y la pena, llevó sus manos a la caja de galletas que Sevryn aún sostenía. Él lo miró extrañado.

—¿Qué haces?

—Te daré otra cosa.

Hizo el amago de arrebatársela, por desgracia, falló de forma estrepitosa cuando Sevryn puso resistencia, reacio a ser apartado del pequeño regalo.

—No, ya son mías.

De los labios del cambiaformas salió un suave gruñido. ¿Para qué las quería si no era capaz de comerlas? De seguro se desharía de ellas en cuanto no pudiese verlo y Jaan no lo culparía, era un desastre de pies a cabeza.

«Debí escuchar a mi madre», pensó luego de rendirse. Ella le insistió en que hiciera galletas de vainilla en lugar de chocolate pero fue demasiado terco. Creer que todo el mundo ama tanto el chocolate como él es su mayor error.

Sevryn escondió la caja en su morral antes de que a Jaan se le ocurrieran nuevas formas de intentar quitársela. Una vez bien refugiada, observó al silencioso cambiaformas que se mantenía jugando con sus dedos.

Frunció el ceño. Jaan brincó al sentir los dígitos de Sevryn tomando su muñeca. Él lo obligó a mostrar sus manos, apreciando cada una de las heridas que el castigo le dejó.

Sus palmas eran grandes, algo muy normal en magos de trabajo de pesado. Sus venas salían a relucir con facilidad y su piel se sentía áspera bajo sus huellas. Debajo de las heridas, los nudillos parecían tener una coloración rojiza natural adornándolos.

—¿Te duelen?

Jaan parpadeó. Las orejitas felinas en su cabeza se sacudieron un par de veces antes de comprender a qué se refería.

—No mucho.

Sevryn supo que mentía. No le hizo falta tratar de descifrar las emociones en su mirada, él mismo lo había comprobado; ese correctivo era de los más dolorosos que conocía.

—¿Fuiste a curación?

Negó. Una suave tonalidad rosa se apoderó de sus mejillas.

—¿Por qué no? —el tono indignado fue notorio en su voz.

«¡Sus nudillos están abiertos, por todos los magos! ¿Tan imprudente es?».

Jaan evadió su mirada, así que Sevryn lo obligó a confesarlo.

—No atienden cambiaformas —susurró.

Le tomó unos segundos digerirlo.

—¿Qué? —debía tratarse de un engaño. Los sanadores tenían la obligación de atender a todos los aprendices sin excepción, aunque recordó el incidente de esa mañana; el odio desmedido del instructor hacia Jaan —, serán despreciables.

El cambiaformas se soltó de su agarre. La sonrisa tranquilizadora en sus labios solo lo hizo sentir más molesto. ¿Por qué lo odiaban tanto? No podía entenderlo.

—No importa. Le pediré a Aila que me ayude después de las lecciones.

Aila era de las mejores sanadoras de la Casa Amarilla y aunque no se consideraban demasiado cercanos, se llevaban bien. Ella ama la repostería de su familia, así que es fácil pedirle favores a cambio de dulces postres. Empero, Sevryn no luce nada contento con su plan.

—Esto no puede esperar, Jaan. Estás sangrando —sus dedos rozan su dorso, sacándole un fuerte quejido. No le quedó de otra más que rendirse cuando Sevryn pronunció un seco «te lo dije» —. Ven conmigo.

—No creo que sea una buena idea. No tengo permiso para entrar.

Sevryn no se detuvo, dejándolo pasar por delante de él antes de encerrarse en uno de los tantos cubículos de preparaciones.

—Vienes conmigo. Si algún instructor aparece yo me encargo —dijo serio. Jaan no se atrevió a oponerse de nuevo —. Siéntate y muestra tus manos.

—¿Dolerá?

Suspiró.

—Un poco, pero te prometo ser cuidadoso —dijo, poniéndose manos a la obra sin prestar mucha atención a las suaves quejas de Jaan ante el ardor. No quería admitirlo, pero está más que acostumbrado a tratar con heridas de ese tipo —. ¿Han seguido molestándote? —preguntó para distraerlo. El cambiaformas dejó salir una pequeña exhalación.

—Estos días han sido tranquilos. Pero será cuestión de tiempo para que lo vuelvan a hacer.

—Si se repite, dime —frunció el ceño —. Lennox es un idiota.

Los ojos inseguros lo miraron con una pizca de curiosidad. Sevryn se encontró unos iris resplandecientes y las orejas de un entusiasta tigre. ¿Cuántos cambios era capaz de experimentar en solo minutos?

—¿Son ciertos los rumores? ¿Terminaste en las salas de castigo por enfrentarte a Lennox?

Desvió su atención de vuelta a sus labores de curación. Una vez que terminó de limpiar cada corte en las manos inflamadas, habló; —Alguien debía ponerle un alto.

—¿Por qué lo hiciste? No tenías razones.

—No lo soporto. Eso es todo —contestó simple, dejando libre a Jaan. Observó cada gesto del cambiaformas, la enorme admiración era obvia mientras analizaba con atención el gran trabajo que realizó en sus manos —. No entiendo por qué te molestan.

Jaan dio un brinquito. Las orejas en su cabeza se agacharon con pena.

—Lo siento.

—¿Por qué la disculpa?

Mordió su labio.

—Te estoy interrumpiendo, deberías seguir estudiando.

Vio a Sevryn cruzarse de brazos al mismo tiempo que todo su peso se apoyó al filo de la mesa.

—Ya conozco los libros de memoria. No te preocupes —hizo un ademán despreocupado. Además, ese breve descanso de la lectura le sentaba bastante bien. Podía estudiar a Jaan de cerca una vez más —. Adicional, creo que puedo hacer un ungüento para que sanes más fácil. Déjame ver qué hay por aquí.

El cambiaformas se incorporó veloz como un rayo.

—¡No es necesario...!

Sin embargo, Sevryn le obligó a tomar asiento una vez más.

—Tampoco eran necesarias las galletas. Siéntate y espera. Seré veloz.

Jaan permanece callado. Algo le dice que Sevryn necesita mucho silencio en ese instante y así es. Lo contempla moverse con agilidad, parece experto en aquella tarea a medida que extrae ingredientes y los mezcla casi sin ver. Está fascinado por su habilidad, hasta que su estómago decide que es el mejor instante para emitir estruendosos sonidos.

—¿Tienes hambre?

Avergonzado, agacha la cabeza.

—Un poco. Los duendes robaron mi almuerzo.

Aunque eran los mejores para enviar mensajería a través de las naciones, los duendes del azúcar también resultan muy molestos. Era costumbre verlos robando los alimentos azucarados de los aprendices cuando se descuidan.

—Deberías almorzar aquí, no hay duendes ni magos molestos —dijo sin mirarlo, pues venía el paso más importante: colar la preparación.

—Me metería en demasiados problemas si me atrapan —habló bajito. Sevryn terminó de vaciar en un recipiente el ungüento caliente y lo dejó reposar sobre la mesa.

—Si vienes conmigo, no —se alzó de hombros con ligereza. Sacó su varita del escondite de su manga y sin problemas materializó un pastelillo de chocolate con enormes chispas blancas —. Ten, para ti.

Sevryn no necesitó pronunciar el hechizo en voz alta y eso sorprendió a Jaan. Con ojos resplandecientes, miró suplicante al mago.

—¿Cómo lo haces? Nunca me sale ese hechizo.

Un cosquilleo inusual se instaló en la punta de sus dedos. Luego de dejar el pastelillo a su alcance, retrocedió un par de pasos.

—Es solo un transmutto de aparición. No es muy difícil —dijo tranquilo —. Saca tu varita. Te enseñaré cómo hacerlo —ordenó, Jaan acató al instante —, repite después de mi: transmutto.

Transmuïtto.

Trató de copiar el balanceo de su varita y su pronunciación exacta, empero, solo consiguió producir un débil chispazo que se esfumó tan pronto como apareció.

Al escucharlo, Sevryn no pudo evitar fruncir el ceño pensativo.

—Tu pronunciación. Es diferente pero parece funcionar —era inusual, jamás había visto algo así antes —, intenta intencionarlo con mayor fuerza. Si quieres un pastelillo de chocolate, imagínalo a la perfección; su olor, su sabor y la sensación que experimentas al comerlo.

Así que Jaan dio una profunda exhalación, cerrando sus párpados en un intento de concentrarse mejor. Plasmó en su mente la imagen; los pastelillos de chocolate que su madre hacía, tan esponjosos y húmedos, con su característico betún blanco y grajeas adornándolos.

Transmuïtto —pronunció, apretando su varita entre su puño cuando el destello que brotó de ella lo hizo con tanta fuerza que lo empujó un poco hacia atrás. Poco a poco se materializó ante sus ojos un postre idéntico a los de su madre —. ¡Oh! ¡Lo hice!

—¡Bien hecho! —lo felicitó, golpeando su hombro un par de veces. Jaan sonrió, ahora había orejas y una cola de cabellos dorados que se sacudía con alegría —. Que interesante, a pesar de que lo pronunciaste diferente funcionó. Me pregunto qué otros hechizos podrían concretarse con pronunciaciones variadas —le falta rapidez a su magia, pero la ejecución es sólida. Con un poco de práctica sería capaz de mejorar con creces.

Al alzar su vista, se encontró con unos iris rosas que resplandecían.

—Tus ojos.

—Ah, sí. Lo siento —Jaan tocó su propio rostro, rascando su mejilla con torpeza.

—¿Por qué hacen eso? En ningún libro lo mencionan.

Jaan se obligó a contener la emoción que lo invadió al entender que Sevryn admitió leer sobre los cambiaformas. Claro, ese era su deber como el elegido; estar bien preparado para cualquier eventualidad.

—Uh, solo me sucede a mí. Cada que tengo una emoción fuerte, sucede —susurró.

Sevryn dio un paso en su dirección, haciéndolo tragar duro.

—¿Son diferentes colores?

—S-sí. Un color según la emoción.

—Fascinante.

Inhaló con dificultad.

—¿Puedes... Apartarte?

Ahí notó su cercanía, retrocediendo de un salto. ¡Detesta tanto cuando se emociona de esa manera! Quizás Jaan ya esté pensando que es demasiado intenso.

—Lo lamento.

Jaan negó.

—Perdón, estabas muy cerca y ellos querían salir.

—¿Ellos?

—Mis animales internos.

Ladeó su cabeza, curioso. Jaan encontró aquel gesto tan inocente que se le escapó una sonrisa.

—¿Son conscientes?

—Sí. Cada uno tiene un temperamento diferente —se llevó una mano al cabello revolviéndolo un poco —. Es... Difícil de manejar.

—Ya veo —dijo, luego, alzó su mano en un intento de tocar el hombro de Jaan aunque se arrepintió al último segundo tras escucharlo gruñir —. ¿Estás bien?

—Sí. Solo... Quieren el control.

Pensar era difícil y el ardor en su pecho provocado por contener los cambios hacía que cada respiración fuese como estar inhalando fuego. Se apartó de Sevryn, colocando sus manos sobre sus rodillas aunque el mago lo siguió.

—Déjalo salir —tocó su hombro, obteniendo un sobresalto en respuesta.

—¿Qué? No. Ni de broma.

—Jaan, hazlo. Se nota que te duele —negó y en su lugar, cubrió su rostro con sus palmas —. Jaan, puedes dejarlo salir. Solo estamos tú y yo —insistió. Sus dedos índice y medio trazaron un camino sobre su nuca.

—¿Qué haces? —Jaan preguntó con temor al sentir el control escapándose de sus manos. De repente tenía mucho sueño y la tentación de cerrar sus párpados por unos segundos era muy grande.

—Solo quiero comprobar algo. ¿Puedo?

Despacio, asintió, observando con atención cada uno de sus movimientos.

—¿Hola? —habló bajito. Cuando unas pupilas rasgadas lo vieron fijamente se apresuró a decir; —Tranquilo, no quiero hacerte daño.

Sin embargo, el cambiaformas a media transformación se abalanzó sobre él.

—Hueles bien —la nariz cubierta de pecas se movía con impaciencia, bien enfocada a inhalar toda su fragancia —. Nos gusta tu aroma.

—¿Uh? ¿Gracias? —la pantera negra sacudió su cola con felicidad, aunque su mirada fija lo hizo sentir torpe —. ¿Necesitas algo?

—¿Podrías hacer eso de nuevo?

—¿Qué cosa?

—Tu mano en... —señaló su cuello.

—Oh —el calor subió a su rostro, aunque Jaan pareció no prestarle mucha atención —. Bueno. Está bien.

Despacio, tocó la tibia piel de su nuca. Jaan de inmediato ronroneó y buscó pegarse lo más posible a su mano.

—¿Te incomodamos?

—¿Qué? No —respondió al instante —. ¿Por qué piensas eso?

—Estás tenso —evidenció y ahí Sevryn se dio cuenta de lo rígido de su postura, así que se obligó a relajar su cuerpo.

—Es la primera vez que hago esto.

Sus dedos no se detenían, trazando líneas y pequeños círculos en aquella zona tan reactiva para Jaan.

—¿Es muy raro?

—Un poco —dijo sin pensarlo mucho —, pero está bien. No me molesta.

El cambiaformas sonrió, su cola aún se movía con calma.

—Eres agradable.

—Tú también.

Un ruidito sale de la garganta de Jaan. Se parece a una exclamación de sorpresa, así que supone que sus palabras lo han tomado desprevenido.

—¿Aún tienes hambre?

Luce perdido en sus pensamientos, Sevryn recuerda lo que ha dicho Jaan, que cada uno de sus animales es un individuo y no puede evitar preguntarse qué está ocurriendo dentro de su mente.

En realidad, podría devorar todo un banquete sin problemas, sin embargo, se limita a asentir.

—Estamos bien. Gracias.

Echa un vistazo a su reloj. Su mano sigue sobre la nuca de Jaan, así que la aparta a pesar del gemido decepcionado del cambiaformas.

—Tengo que irme ya —avisó —. Mi propuesta sigue en pie. Nadie molestará aquí.

—Si venimos, ¿seremos amigos?

Amigos. Sevryn no tenía permitido hacer amigos, empero, una parte suya sentía mucha curiosidad por cómo podría desarrollarse un vínculo entre ellos.

—No te confundas. No me interesa tener amigos —respondió en automático —. No es personal. No tengo tiempo para esas cosas.

Jaan agachó la mirada. Sevryn esperó una respuesta aunque sus siguientes palabras lo descolocaron.

—El elegido. Jaan dice que así te llaman.

Por alguna razón, el tono ronco de su voz erizó su piel.

—Sí. Soy el elegido y tengo que priorizar mi deber.

—¿No te asusta? La idea de fallar.

Frunció el ceño. ¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Qué pretendía Jaan?

—No tengo permitido fallar —espetó. Buscó el ungüento que ya debería estar a la temperatura perfecta y se lo tendió luego de cerrarlo —. Úsalo en las mañanas y antes de dormir y en un par de días ya no habrá ninguna herida.

—Gracias.

No lo miró. Solo hizo un vago ademán y tuvo toda la intención de alejarse, empero, la suave voz de Jaan llamándolo lo detuvo.

—Sevryn.

—¿Sí?

—¿Nos vemos mañana?

Entrecerró sus párpados. Al observar bien sus pupilas, notó que ya no lucían felinas.

—Mañana. Adiós, Jaan.

—Adiós —musitó.

Una vez que Sevryn se fue, Jaan reprendió a los animales en su interior que se removían inquietos.

«No. Ni lo sueñen».

Sevryn solo había sido amable. No existía forma en la que existiera una razón para que el elegido tuviese interés en él. Sobre todo, ese tipo de interés.

Jaan no debía ilusionarse por ningún motivo. Por desgracia, ya comenzó a hacerlo.





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