Arco I: el elegido
Un pasado de guerras entre fuerzas opuestas dejó como resultado una sociedad colapsada. Así que los legendarios, un grupo de magos de alto estatus se encargaron de reconstruir las seis naciones unificándolas bajo un mismo régimen.
A la unión de las naciones se le asignó el nombre Nevaeh y para evitar recaer en errores anteriores, se instauró el régimen de las varitas; a partir de los diez años, cada mago nacido en Nevaeh está obligado a utilizar una varita para emplear su magia. De negarse y emplear otras formas para hechizar se les cataloga como magos rebeldes y son perseguidos hasta las últimas consecuencias.
Sevryn Phrixus conoce a la perfección la importancia de mantenerse dentro de los límites del régimen; solo sonríe y sigue las reglas sin protestar. Lo ha hecho toda su vida y lo sigue haciendo mientras sus pies avanzan paso a paso al que será su destino.
La capucha roja cubre parte de su rostro, pese a ello, el enorme emblema de los Phrixus hace evidente que se trata de él. Todos en las seis naciones conocen su nombre; saben que el gran Sevryn Phrixus está en su momento de oro. La multitud aclama e incluso algunos lloran, otros lo miran con envidia deseando encontrarse en su lugar.
Antes de ingresar, le echa un vistazo a sus padres que permanecen inmutables de pie a su derecha. Como es habitual, no existe ninguna reacción. Solo una mirada severa que grita: no nos decepciones.
Luego de suspirar, desciende por las escaleras de piedra hacia las cuevas subterráneas. A medida que avanza el temblor en sus manos crece, así que las guarda en los bolsillos de su túnica aunque sabe que está solo. La sensación de tener millones de ojos encima es tan difícil de desvanecer que ya se siente como un acompañante habitual.
Retira sus pulcros zapatos por respeto, dejándolos a la orilla de la laguna divina. La helada temperatura del agua lo hace estremecer, aún así, no retrocede y comienza a hurgar entre los millones de cristales regados por la superficie.
Hay un brillo azul que atrae su atención, así que toma el cristal esférico con algo de duda. La esfera es tan redonda y lisa, irradia perfección por dónde la miren y Sevryn casi lo siente irreal.
Puede percibir los intensos latidos de su corazón acelerado por la forma en la que golpea contra su pecho. Está tan nervioso que el deseo de abandonar todo no deja de hacer cosquillas al fondo de su mente.
—Gran profeta, ilumíname con tu sabiduría y muéstrame el camino.
Es casi al instante después de su plegaria que el cristal se ilumina. Tenues imágenes se plasman delante de sus ojos con pinceladas suaves hasta cobrar fuerza y una vez que las analiza, todo el aire de sus pulmones se escapa en un suspiro incrédulo.
La secuencia es rápida, pasa al frente suyo como un rayo así que no puede evitar dudar. Su risa confundida no tarda en salir, escuchándose como un seco sonido que rebota en las paredes de la cueva y produce un breve eco.
Sevryn se pone de pie aún con la pierda en manos. La repite una y otra vez hasta que sus ojos suplican por un descanso. No entiende lo que sucede, ¿acaso se equivocó de cristal?
Mira a la laguna a sus pies. Nada, todos los cristales lucen tan apagados que dan la impresión de no ser más que simples piedras muertas.
Tiene que ser esa, es su piedra de proyección la que se encuentra entre sus manos, entonces, ¿por qué está viendo a Jaan Sklaar en la que se supone, es la profecía de su vida?
«Es una equivocación» piensa de inmediato. Quizás hasta se trata de una mala broma de sus amigos, aunque Sevryn no los cataloga como tal. Le parecen hartantes porque jamás dejan de presumir sobre los puestos que sus padres poseen en Nevaeh. Por desgracia, mandarlos a volar significa poner en juego las relaciones del clan Phrixus con otros de los clanes más importantes, por lo que se resigna a pasar tiempo con ellos aún si termina contagiado de sus actitudes pedantes y egocéntricas.
Activó una vez más su piedra, rogando a sus adentros por encontrarse con una secuencia completamente distinta, sin embargo, al hallarse con las mismas imágenes apretó sus párpados.
Jaan Sklaar está ahí, alzando su varita con una mirada tan decidida que por un instante se estremece. Era el protagonista de la gran profecía, aquella que sentencia el destino de todo el mundo mágico y en la que se supone, él debería estar como protagonista.
No lo entendió por más que lo analizó a través de cada punto de vista posible y eso lo frustró, porque si hay algo que detesta más que el desorden, es el sentirse confundido.
Pronto el enojo burbujeó en su estómago, explotando al combinarse con la decepción de su corazón. ¡Pasó toda su vida desde que aprendió a caminar entrenando para ese momento! Quizás no tenía la mejor condición física, ni de cerca podría comparársele a sus compañeros de la Casa Roja, pero cumplía con todos los demás requisitos.
Hijo de dos grandes magos, descendiente del poderoso clan Phrixus cuya antigüedad es incluso más grande que la formación de Nevaeh. Pronuncia cada lengua de la magia sin dificultad, incluso guarda en su memoria cada libro y lección y fue nombrado el aprendiz estrella del Internado Mounheist, de sobra inteligente y aplicado, así que, ¿por qué no es él quien aparece en la visión?
Miró a las tres estatuas que se erguían gigantes y gloriosas dentro de la caverna. Pensó en reclamar, pero todo pensamiento acabó por desvanecerse al recordar que no se podía llamar en vano el nombre de los tres divinos.
—¿Por qué...?
¿Por qué él y yo no...?
A los segundos de susurrarlo, negó. En un arrebato infantil lanzó con todas sus fuerzas la piedra a uno de los tantos túneles, viéndola perderse entre la espesa oscuridad que las antorchas no alcanzan a combatir.
—¡Él no es el elegido y lo voy a demostrar!
Salió de la caverna a paso firme, ignorando el peso de la diminuta piedra en su bolsillo. ¿Por cuánto tiempo iba a perseguirlo esa visión?
No le dio importancia, tampoco miró al montón de magos que se interpuso en su camino. Todos querían escuchar acerca de su profecía, pero nadie podía saberlo, no al menos hasta que lograra descifrar su significado.
Cuando alguien le preguntó cómo había resultado su travesía, solo atinó a murmurar un seco «todo bien» antes de escabullirse entre la multitud.
Nadie objetó ni dudó de su palabra, porque estaban acostumbrados a nunca ver la verdadera cara de Sevryn Phrixus.
Vigilarlo como un halcón desde la distancia no era la decisión más inteligente que había tomado en su vida, aunque resultó bastante efectivo para confirmar sus sospechas; Jaan Sklaar es el mago más torpe y poco capacitado que puede existir dentro del Internado Mounheist.
«Es bajito, no tiene ni un porcentaje de masa muscular».
«Se traba al hechizar y pronuncia mal gran parte de los hechizos».
«¡Se tropieza por todas partes, por los tres divinos!».
Jaan Sklaar es un mago de segundo año asignado a la Casa Amarilla, por supuesto que lo recuerda, sus miradas se cruzaron el primer día de clases luego de que lo ingresaron. Un Wandler Tier siendo aceptado en el internado Mounheist fue un tema del que se habló por meses hasta que poco a poco quedó en el olvido. Incluso él lo dejó pasar con el tiempo.
Pese a que las leyes anticambiaformas habían sido revocadas hace medio siglo, aún existían lugares en los que no eran bien recibidos. Mounheist no era la excepción y por eso no habían admitido a ningún mago con esas características en cincuenta años. No fue hasta que aparecieron Jaan y Seymour que se rompió aquella vieja racha.
Decir que no sabe nada de los cambiaformas sería una mentira descarada. Los estudió por curiosidad, queriendo entender su comportamiento y el funcionamiento de su magia cambiante. Un mago mortal y un mago cambiaformas eran muy similares en aspecto, pero existían grandes variantes que hacían la diferencia. Incluso, ellos mismos no se parecían entre sí.
Los Wandler Tier son los favoritos de Sevryn, aunque no lo admita en voz alta jamás. Es una raza de cambiaformas muy poderosa que desciende de los extintos Levitán.
A diferencia de sus antecesores que tenían la capacidad de mutar en enormes dragones o serpientes emplumadas, los Wandler Tier se enfocan más en su lado animal. Por desgracia, Jaan parecía no ser muy bueno manejando dicho lado, porque era muy común verlo por los pasillos reluciendo sus iris cambiantes de color.
Incluso existían ocasiones en las que si era sorprendido o experimentaba una emoción muy fuerte sus colmillos se afilaban y sus uñas se convertían en mortales garras. ¡Era un desastre de pies a cabeza! ¿Cómo era que Nevaeh sería salvada si se encontraba en manos de Jaan Sklaar? ¡Las seis naciones estarían perdidas!
Destellos imaginarios de la catástrofe cegaban su mente mientras lo veía caminar por el amplio pasillo del comedor. Jaan marchaba feliz, completamente ajeno a su mirada inquisitiva y pensamientos ácidos. En un instante incluso se detuvo a ajustar sus enormes gafas empujándolas sobre el puente de su nariz. ¿Había mencionado que el cambiaformas estaba ciego sin esas cosas? ¿No? Pues ahora lo saben.
Sevryn estaba a segundos de enloquecer.
Casi llegó a la mesa que compartía con su reducido grupo de amigos. El grupo de los marginados, supone Sevryn al ver que su mesa se ubica demasiado cerca de los basureros. Antes de conseguir tomar asiento, Lennox Camden, uno de los mejores jugadores del laberinto de Hiddenite, pero también uno de los mayores acosadores de magos en el internado sacó su varita y lanzó un hechizo directo al suelo bajo los pies de Jaan.
Nadie pareció notarlo y tampoco preocuparse por advertirle. El piso antes seco y pulcro ahora estaba humedecido y resbaloso, así que su caída fue inevitable. Toda su bandeja se derramó manchando su uniforme y parte de su rostro.
El silencio reinó y solo en ese instante fue cuando todas las miradas recayeron en él. Sevryn no supo que sentir, ¿qué rayos estaban esperando ahora? ¿Ver a Jaan llorar y humillarse más de lo que ya lo había hecho?
Jaan se limitó a suspirar, limpiando su rostro de un brusco manotazo. Una vez que comenzó a recoger el pequeño desastre que se había creado el interés de los demás desapareció tan pronto como surgió. Sólo él seguía con sus ojos fijos en sus acciones, enviándole una mirada ácida a Lennox luego de escucharlo reír junto a sus amigos. Eran tan ruidosos y molestos que Sevryn se sentía tentado a silenciarlos con un hechizo, aunque lo habían invitado en más de una ocasión a la mesa de los populares, siempre la rechazó pues valora mucho sus momentos de silencio y concentración, prefiriendo escabullirse entre los pasillos o meterse en la biblioteca central.
Harto, se levantó de golpe de su solitaria mesa. El estruendo que generó sus manos impactando la limpia mesa blanca atrajo varias miradas, aunque poco le importó y en su lugar, caminó dando largos pasos hasta ubicarse delante de Jaan.
—Son peores que niños —masculló agachándose —, déjame ayudarte —ofreció su mano, empero, Jaan la rechazó con un manotazo y se incorporó de un salto, sin embargo, no evitó que le ayudara a recoger la bandeja del suelo.
—Gracias —murmuró por pura cortesía. Sus mejillas tenían un rojo encendido casi tan intenso como el tono de su cabello y sin previo aviso, salió a toda prisa dejándolo de pie en el pasillo.
Su entrecejo se frunció. Creyó ver una tonalidad violeta apoderarse de los iris aguamarina de Jaan, así que lo interpretó como vergüenza. Sus pies se movieron por sí solos cuando decidió seguirlo, buscándolo entre los pasillos del internado hasta dar con él sin mucha dificultad. O Jaan era muy predecible o él muy bueno para localizar magos.
Lo encontró refugiado debajo de una de las tantas escaleras encantadas. Una vez que se ubicó a su lado, las escaleras cobraron vida y se voltearon sobre sus cabezas. Ignoró la molesta voz insistiendo en que pisaran sus escalones y se enfocó en el nervioso Jaan que se negaba a mirarlo.
Alzó una de sus manos y Jaan de inmediato reaccionó cubriendo su cabeza y encogiéndose en su lugar. Sevryn no detuvo sus acciones, pero sí le lanzó una mirada extrañada mientras que sus dedos rascaban por detrás de las orejas peludas entre su cabello rojizo.
Había mutado en un lobo gris. No completamente, pero se podía apreciar la mezcla entre sus rasgos humanos y animales; sus pupilas rasgadas, colmillos afilados y orejas y cola sobresaliendo. Se preguntó si fue la vergüenza lo que lo ocasionó o si fue otra emoción más fuerte.
La cola del cambiaformas se sacudió con calma y sin poder evitarlo, su pie derecho se movió al compás de las caricias en su cabeza. Un sonido profundo rasgó sus cuerdas vocales, saliendo como un suave lloriqueo que hizo a Sevryn abrir sus párpados con sorpresa.
—Lo siento —se disculpó al darse cuenta de sus acciones. Escogió fingir no haberlo escuchado y solo le restó importancia con un simple ademán.
Pronto cayeron en un silencio algo tenso. Jaan se distrajo observando sus manos mientras que Sevryn seguía atento a cada uno de los accesos que aparecían y desaparecían, puertas, escaleras y pasadizos, nunca estaban quietos y le parecía divertido calcular cuál sería el siguiente en aparecer y en dónde. Cuando una puerta se materializó en la pared al frente de ambos, la ignoró. Los pasadizos y escaleras eran aceptables, pero las puertas no ya que contenían muchas sorpresas; o caías por un acantilado o terminabas atrapado en 1890 y esas eran las opciones menos desagradables.
El leve lamento de un cachorro herido llegó a sus oídos. Extrañado, miró al Wandler Tier que ya lo observaba con las orejas caídas. Parecía suplicarle algo y aquel acto lo hizo entorpecer.
—¿Qué es lo que te ocurre?
—¡Es que en serio quería probar los pastelillos de chocolate!
Silencio.
—Solo aparece uno y ya —habló seco.
Jaan no paró de gimotear. Su lobo tenía todo el control de sus acciones en ese instante.
—¡No sabemos cómo! Nunca nos salió ese hechizo.
Era curiosa la forma en la que su lado humano y animal se combinaban. Sentía que se hallaba delante de un pequeño cachorro indefenso, pero a la vez no podía olvidar que se trataba de un mago con razonamiento. El sonido que produce el chasqueo de su lengua sobresalta a Jaan y antes de que pueda decir algo más, aparece con facilidad un pastelito con enormes chispas de chocolate y glaseado blanco.
Es tan rápido el cambio que lo impresiona. El rosa se apodera de sus iris y ahora hay de verdad un cachorro observándolo con admiración. El pelaje dorado del animal sobresale entre las hebras rojas y el golpeteo feliz de su cola es imposible de ignorar.
—Ya no llores, que pareces un cachorro pateado —luego de tenderle el postre y que Jaan lo tomara en silencio, guardó su varita de nuevo en el escondite bajo su manga.
El cambiaformas obedeció, dando discretas mordidas al pastelito y lanzándole pequeñas miradas de vez en cuando. Había algo, una voz al fondo de su mente reprochándole cosas. Indeciso de hablar, se balanceó un poco sobre sus propios pies antes de atreverse a abrir la boca.
—¿Te molestan muy seguido?
Jaan se alzó de hombros. Había un poco de glaseado manchando sus gafas, aunque eligió no decirle pues ya se veía bastante apenado.
La mueca que se formó en sus labios fue de puro disgusto. Por más que le daba vueltas, no entendía las razones de los aprendices para molestarlo. Sí, era torpe, pero se sentía como ver a un cachorro perdido tratando de ajustarse a un nuevo ambiente. Perturbarlo cuando Jaan en realidad no se metía con nadie le parecía insensato.
—Bien.
Jaan lo vio alejarse aún sin emitir algún sonido. Su cabeza se inclinó a un costado con curiosidad en busca de una mejor audición. Creyó escuchar algo sobre «pegarlos a las paredes», aunque no está muy seguro.
Después de ese día, Lennox Camden jamás volvió a molestarlo y solo tal vez Sevryn acabó en la zona de castigo por un par de días.
Aunque esos son solo rumores.
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