II

𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐃𝐎𝐒























the great war!¡ ⛑︎

❛ Something in the orange tells me we're not done. ❜


























Primer día de otoño, los árboles empiezan a tornarse de color anaranjado y las hojas comienzan a caerse. El salón está en silencio, su padre está en el trabajo y su madre ha salido a la calle a comprar. Aurora hace años que no vive con ellos, decidió marcharse del país según cumplió los dieciocho con su novio, ahora mismo no sabe dónde está, pero  seguro que es un lugar mejor.

Él y Ferran ya no quedan en el mismo sitio, más bien, ya no quedan para ir, cada uno va a un colegio diferente y desde hace varios años ninguno sabe del otro.

Esta guerra no sólo le ha quitado a sus compañeros de clase, sus libertades, sino que también le ha quitado el poder ver a su hermana todos los días, él ver el sol tranquilo de por la mañana, y lo más importante, se ha llevado a su mejor amigo, por lo menos es lo que él siente.

Hoy es miércoles así que no tiene que asistir a clase, lunes y miércoles son día de escuela, los demás lo son para la población alemana, desde hace unos años las clases están divididas, los judíos se dan clase entre ellos mismos, se venden objetos sólo entre ellos, básicamente su única relación es con personas de su misma creencia. Aunque desde la llegada de Adolf Hitler al mando las opciones de estilo de vida son muy reducidas para la  gente como Pablo.

La casa vacía le hace sentirse...vacío, así que rápidamente coge sus cosas y sale de casa, a escondidas claro.

Sale por la parte trasera sin hacer ruido, lo que menos desea es que algún vecino se entere de que ha salido, una vez fuera corre, corre como si le fuesen a quitar el sitio al que va. 

El ambiente huele a humedad, el suelo resbala ligeramente, pero no lo suficiente como para ser peligroso.

Hacía semanas que no pisaba este lago, cada vez que viene es porque siente que algo no va bien, al menos consigo mismo. ¿Quién diría que ese mismo lago que tanto odiaba de pequeño ahora sería su vía de escape?

Aunque en el fondo de su corazón,  Pablo sabe perfectamente la respuesta, en este lago fue la última vez que vio a ese chico, y desde entonces piensa en él más de lo que debería. En cierto modo se culpa, se culpa por no poder haberle ayudado, escapar...con él.

Porque si de algo se ha enterado Pablo,  es que la vida jamás tratará bien a ninguno de los que habitan este planeta llamado Tierra.

Pablo se pasa toda la tarde mirando al horizonte, más bien mirando ese charco,  dibujando. Pero muy a su pesar debía trabajar, hace unos meses un hombre le contrató como  bartender por las noches.

Quieras o no, el dinero extra nunca viene mal.

Una vez llega a casa procurando no hacer ruido, su madre estará preparando la cena, pero Pablo siempre se inventa cualquier excusa para no asistir a la cena.

Pablo no es tonto, sabe perfectamente que su padre poco a poco se está quedando sin trabajo, ya nadie quiere comprarle pan a alguien como un judío. La gente es cruel, no se paran a pensar si ellos podrían vivir esa misma situación.

El bar está medio lleno cuando Pablo comienza su turno, personas van, personas vienen, pero ninguna es alguien conocido, muchos de los clientes de este bar son gente de sobrenombre, personas importantes, por lo que no se espera reconocer a nadie.

— Un vaso de whisky, por favor.

Pablo se gira, esa voz le es conocida. Hace lo que le han pedido y le extiende un vaso al joven que tiene delante.

— No has cambiado nada, Pablo.

Pelo castaño, ojos marrones y una sonrisa pícara que no podría ser de cualquiera. Pablo abre los ojos como si se le salieran de las órbitas.

— Ferran.

Su viejo amigo le pega un trago a su vaso mientras le mira.

— Yo...te hubiese mandado alguna carta, pero no sabía dónde estabas.

— Tranquilo, he estado ocupado, pero esperaba volver y que todavía siguieses aquí.

Pablo sonríe y suspira aliviado, se siente un poco más libre teniendo a Ferran a su lado.

— Quería volver porque...quiero protegerte, a ti y a tu familia, yendo conmigo por la calle la gente no sospechará. Ahora pertenezco a un grupo de personas...importantes.

Y al ver su expresión, Pablo lo entendió todo, el vaso que tenía entre sus manos se le cayó provocando que varios clientes se giraran a mirarlo, tampoco fue por mucho tiempo. Ferran tenía la mirada fija en su amigo, sabiendo lo que se le pasaba por la cabeza.

— Me lo prometiste...

— No tenía otra opción, todos los ciudadanos por ley están obligados a formar parte del ejército, a pesar de eso sigo siendo el mismo, el mismo Ferran que era tu mejor amigo.

— Pero aún así eres...

— Un nazi, lo se. - Ferran apoya su mano en el brazo de Pablo - Pero tienes que creerme, soy Ferri, lo sigo siendo.

Pablo mira los ojos de su amigo y sabe que está diciendo la verdad.

— Está bien, te creo.

Ferran sonríe y por poco no se abalanza sobre Pablo en un ataque de felicidad.

— Además, tengo algo que contarte que seguro que te va a gustar.

...

Caminaba a paso lento de camino a su albergue, había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevaba encerrado en ese campamento, su padre siempre decía que para alcanzar la grandeza había que trabajar muy duro, entrenar todos los días para ser el mejor soldado y honrar la gloria de tu nación.

Para su padre, Alemania era el país más grande y digno en el que se podía nacer, todos los ciudadanos alemanes eran el orgullo del mundo y sin duda, servir en la guerra por tu país hacía de ti el hombre más vanidoso y fuerte.

Pero, para Pedro las cosas eran muy diferentes, él quería explorar el mundo, conocer ciudades nuevas, saber de la cultura de otros pueblos, no lo que hacía. Levantarse todas las mañanas para vigilar, entrenar y ordenar, todo eso mientras empuñaba una metralleta con él.

Se acomoda bien la camisa mientras se mira al espejo, sus ojeras cada vez están más marcadas además de que poco a poco se está quedando más delgado, pero con músculo. Lo malo de que tu padre sea uno de los generales más importantes de toda Alemania es sin duda la presión que comienzas a tener desde pequeño, apenas había cumplido los doce años cuando su padre le enseñó a disparar un arma, al año siguiente fue enviado a un campamento de entrenamiento.

Han pasado cinco años desde eso, y cada vez siente que su vida le pesa más y más.

Su compañero de habitación, Eric Garcia le mira desde la puerta con una expresión seria, sus caminos se juntaron hace dos años, cuando Eric llegó al campamento, sin duda alguna el dolor los unió de algún modo, Eric se tuvo que entregar para servir en el ejército porque sino enviarían a su familia a un campo de concentración, su pasado es algo de lo que no habla mucho, pero Pedro tiene la suerte de conocerlo.

— Te olvidas la dichosa pulsera. - Eric bufa frotándose los ojos.

— Gracias.

— ¿Por qué nunca  te la quitas? Es una simple pulsera.

— No lo es, es un regalo de hace mucho tiempo. - Pedri frunce el ceño mientras se coloca la pulserita de oro.

— ¿Sabes lo que significa esa estrella tan pequeña que tiene, no?

— Lo sé, para mi todos somos iguales, Eric.

— Eh, eh, no voy con esas intenciones, sabes que soy el primero en odiar a esos hijos de puta, solo no quiero que te pase nada.

Pedri mira a su amigo y le sonríe levemente, coloca una mano en el hombro de Eric y le asegura que estará bien y que siempre se asegura de que no se le vea.

— Ya puede ser importante quien te lo regalo, tío.

— Esa persona...me gustaba cuando era pequeño, pero algo pasó en mi casa y no le volví a ver.

Eric va  a decir algo cuando son interrumpidos por el megáfono.

" Sargento González y Cabo García destinados rumbo Berlín,
Hora de llegada está tarde,
¡Heil Hitler! "

Nada más escuchar eso los dos amigos se ponen rumbo a su destino y no tardan ni quince minutos en recoger sus cosas y subirse al tren que los llevará hasta allí.

De todas las cosas que Pedri se hubiese imaginado hacer hoy, ninguna de ellas hubiese sido volver a la ciudad que le vio crecer durante esos once años, los recuerdos se le vienen a la mente como una ráfaga de viento en pleno invierno, a su lado, Eric se ha quedado dormido debido al cansancio acumulado.

Tras unas tres horas llegan a su destino, el ambiente ha cambiado, ahora es más frío que antes, el clima ya no es tan cálido como solían ser los otoños de antes, ni siquiera es una parte de la que fue su ciudad natal. Ahora se siente...vacía.

Lo que de verdad le sorprende es ver a alguien, ojos color miel, pelo castaño y una tez blanca, siempre acompañado de Torres, había escuchado de su traslado, pero no sabía cuál era su destino.

A lo lejos pudo ver a ese chico aterrorizado que se fue corriendo hacia el bosque, sumiéndose en la oscuridad de la noche, desvaneciendose en el horizonte como el humo.

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