• Entre princesas •
Scarlett no se dio ninguna prisa. Se inclinó, levantó la silla donde Charles había estado sentado hasta hacía un momento y se sentó; todo con movimientos medidos, meticulosos. Lady Locks la observó en silencio. Si Scarlett quería hablar, iba a dejarla tener la primera palabra. La Princesa Heredera se aferró a los bordes de su capucha con sus dedos largos y finos, y finalmente la echó hacia atrás para descubrir el rostro de una joven no mucho mayor que el de ella.
Lady Locks no la recordaba después de todos aquellos años, como no recordaba muchas cosas, así que la estudió en silencio. Scarlett tenía el cabello rubio, más oscuro que el de ella, atado en una práctica trenza sobre su cabeza. El rostro fino terminaba en un mentón puntiagudo y los labios sostenían la misma sonrisa tranquila con la que había ordenado la detención de su propio primo.
Pero lo que más le impactó fueron sus ojos.
No había personas en el mundo con los ojos rojos. Las personas tenían los ojos marrones o verdes o azules o grises. Pero no rojos, de un rojo tan intenso como los pétalos de una rosa o como el terciopelo de la capa que vestía.
Y sin embargo, en el fondo, Lady Locks no estaba sorprendida. Se sentía fría, algo atemorizada y un poco furiosa de que esa desconocida se tomara todas esas libertades en su castillo. Pero los ojos de Scarlett no terminaron de sorprenderla.
La princesa apoyó los codos sobre la mesa, formando un puente con sus dedos entrelazados donde apoyó el mentón, pensativa.
—Bueno, no eres lo que esperaba.
Lady Locks ladeó la cabeza. Ella tampoco esperaba que esas fueran las primeras palabras de Scarlett. Tampoco estaba segura que le gustara que la tuteara, pero suponía que estaba en su derecho de hacerlo. Al fin y al cabo, las dos tenían un estatus real muy similar.
—Lamento decepcionarte —dijo Lady Locks, aunque no estaba segura de a qué exactamente se refería Scarlett.
—Me permitiste capturar a mi primo sin poner demasiados problemas y hasta respetaste la orden de la corte de mi país —señaló Scarlett—. Esperaba que mi primo te hubiera dicho que soy una déspota hambrienta de poder.
—¿Y no es verdad?
Scarlett echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada jovial, alegre, como si Lady Locks acabara de contarle una broma muy graciosa. Lady Locks cerró los puños en la tela de su vestido, pero aparte de eso, trató de que su rostro permaneciera impasible.
—Supongo que ellos calificarían a cualquiera que les quitara una décima de poder como un déspota —dijo Scarlett, puntuando sus palabras con risitas de diversión—. No. Simplemente me rehúso a que un grupito de nobles con demasiadas aspiraciones dicte lo que tengo que hacer. Yo soy la futura reina y ellos deberían empezar a acostumbrarse. No voy a permitir que me quiten el trono con sus jueguitos que ellos llaman intrigas.
La arrogancia de sus palabras sorprendió a Lady Locks. Le recordaban a alguien, pero concentrada como estaba en no demostrar ningún tipo de temor, no pudo exactamente recordar a quién.
—En cualquier caso, no vine a discutir cómo manejo mi reino —continuó Scarlett. Se echó hacia atrás y le sonrió a Lady Locks—. Vine a preguntar cuándo piensas entregarme el tuyo.
Una furia ardorosa, repentina, afloró en el estómago de Lady Locks, derritiendo en un instante el miedo que la había mantenido paralizada.
—¡¿Cómo te atreves?! —explotó—. Los Von Wolfhausen hemos gobernado este reino desde su fundación y...
—Los Von Wolfhausen, sí. Pero tú no eres una de ellos. —Scarlett se levantó, indiferente al estupor que sus palabras habían provocado en la otra princesa—. Tú eres una impostora. Una campesina cualquiera que el Consejo puso en el trono para no perder estabilidad.
—¡Te equivocas! —insistió Lady Locks—. Soy Goldilocks von Wolfhausen y tengo el derecho a la regencia de este reino desde la muerte de mi hermano...
Las palabras murieron en sus labios. Scarlett estaba parada frente a ella, en absoluto impresionada por ninguna de sus palabras. Estiró la mano y tomó uno de los mechones de Locks entre sus dedos largos y finos.
—En mi país, las reinas tenían el cabello violeta —le contó Scarlett—. La reina siempre tuvo el cabello de ese color, pero es algo que se pasa de madres a hijas. La hija de mi abuela, mi tía, tenía el cabello así. Yo soy hija de su hijo, y aunque me corresponde el trono, muchos dudan de mí. —Hizo girar el mechón entre sus dedos, como pensativa—. Quizá sea porque no me parezco a lo que ellos consideran una reina.
Lady Locks la observó en silencio. Aunque estaba segura que no había sido su intención, Scarlett acababa de mostrar una parte de sí misma que muy pocos o quizá nadie habían visto antes: lo inadecuada que ella misma se sentía para ser una reina. Quiso decirle algo amable, pero Scarlett le soltó el cabello y empezó a caminar a su alrededor, observándola como un carnicero observaría una pieza que estaba pensando en vender.
—Pero contigo hicieron un buen trabajo. Te les pareces lo bastante para que nadie dude de ti. El vulgo te ve desde lejos y no les importa demasiado quién se siente en el trono mientras tengan comida en sus estómagos y un techo sobre sus cabezas. Los que te ven de cerca, bueno... les han pagado por su silencio o necesitan mantenerlo para continuar manejando este reino desde las sombras. En cualquier caso, la ilusión es bastante creíble. Te paras y hablas como una verdadera princesa.
—Soy una verdadera princesa —insistió Lady Locks, aunque no con la misma vehemencia de antes. La suave voz de Scarlett le estaba provocando escalofríos por motivos que no podía terminar de entender.
—Una buena actriz, es lo que eres —dijo Scarlett, con un encogimiento de hombros—. No importa. En cualquier caso, cuando sepan que tengo pruebas de esta conspiración, te harán a un lado sin pensárselo demasiado. Tú eres solamente un instrumento, una fachada. Harías bien en admitirlo ahora, antes de que yo tenga que tomar medidas drásticas.
La furia regresó a Lady Locks. Clavó sus ojos en los de Scarlett, sin importarle qué tan inquietantes fueran, sin importarle qué tanto se parecieran a dos charcos de sangre clavados en ella.
—No te entregaré mi reino —le dijo, con firmeza—. No tienes ningún derecho sobre él.
El rostro de Scarlett cambió por completo: su sonrisa se evaporó, sus labios se torcieron en una mueca como la de un perro que se prepara para morder. En lugar de la apática confianza que había mostrado antes, ahora todo en ella exhalaba rabia.
Lady Locks se dio cuenta que esta era la verdadera Scarlett. La otra, la calculadora, la paciente, era nada más que una máscara que usaba para desequilibrar a sus enemigos.
Duró apenas un momento. Scarlett exhaló el aire, cerró los ojos, y cuando los abrió, era otra vez la misma de antes.
—Tengo mucho más derecho que tú —contestó con calma engañosa, una calma como las nubes grises cubriendo el cielo antes de un vendaval—. Así que podemos hacer esto de dos maneras: tú admites que eres un fraude que el Consejo creó para retener el poder tras la muerte del verdadero König y abdicas en mi favor...
—No voy a hacer eso —contestó Lady Locks, pero Scarlett siguió hablando como si no la hubiera escuchado:
—... o yo te obligo a que me lo entregues. Traeré la guerra hasta tu puerta, quemaré tus bosques, dejaré que mis soldados sacien su sed de sangre con tu pueblo y solamente les ordenaré que paren cuando me des la corona. Después de todo, ¿crees tú que seguirás siendo la Reina Dorada cuando todos tus súbditos te odien por la muerte y el dolor que podrías haberles evitado?
Lady Locks apretó los puños aún con más fuerza, pero mantuvo el horror que sentía ante esas palabras a raya.
—¿Qué vas a ganar con gobernar sobre un reino reducido a cenizas? —le preguntó. Se enorgulleció de que no le temblara la voz.
Scarlett la observó en silencio largamente, como reflexionando si valía la pena contestar a esa pregunta o no.
—Hace siete años, tu König y yo hicimos un trato. Él falló en cumplir su parte y sus Consejeros se negaron a hacerlo después de su muerte. Hace treinta años, tus bosques se tragaron a la Princesa Lissette y le rompieron el corazón a mi abuela. Todo este reino tiene una deuda de sangre conmigo y mi familia que sólo consideraré saldada cuando se doblegue ante mí.
Lady Locks pensó en argumentar que esos viejos rencores no tenían nada que ver con ellas dos. ¿Por qué no podían simplemente dejarlos a un lado, tratar de cooperar por el bien de sus pueblos en lugar de forzarlos a participar en un conflicto sin sentido? Pero a último momento, se mordió la lengua. La rabia que había llevado a Scarlett hasta su reino seguía bullendo justo debajo de su piel y era más sensato tratar de que no se derramara sobre ella.
—Bueno, me temo que continuaremos teniendo esa deuda —dijo Lady Locks en cambio—, porque los intereses que pides son excesivos.
Los ojos de Scarlett se volvieron oscuros, pero su sonrisa no varió en lo absoluto.
—Ya veremos —dijo, con voz suave—. De momento, me temo que no puedo seguir disfrutando de tu hospitalidad. Tengo que escoltar a un traidor hasta mi reino. Adiós, falsa Kronprinzessin Goldilocks.
Se volvió a echar la capucha sobre el pelo y con paso firme y decidido, se dirigió hacia la puerta. Lady Locks estaba a punto de soltar el suspiro que estaba conteniendo cuando Scarlett se dio vuelta una vez más y dijo algo que le heló la sangre una vez más:
—Dale mis recuerdos alcazador.
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