2. 4

Lady Locks se sentía débil. Había intentado seguir durmiendo a pesar de las pesadillas, pero sin demasiado éxito. Aquella mañana, el espejo le devolvió un reflejo pálido y con ojeras abultadas. Con un bufido, abrió su frasco de maquillaje y empezó el arduo proceso de esconder su cansancio. Si fuera por ella, se volvería a la cama y se quedaría allí hasta que el sol se alzara alto en el mediodía. Les ordenaría a Eins y a Drei que le trajeran dulces para comer en la cama y se dedicaría en cuerpo y alma a ignorar todos y cada uno de los problemas que la cercaban.

No podía permitírselo hoy, sin embargo.

Ya había conseguido hacer desaparecer las ojeras debajo del polvo de maquillaje cuando Drei entró en el cuarto cargando la bandeja del desayuno. Una sola mirada le indicó a Lady Locks que la doncella había dormido tan poco o menos que ella, pero su rostro serio no expresaba ningún tipo de cansancio o de arrepentimiento por ello.

—Buenos días, su Gracia —la saludó mientras depositaba la bandeja sobre la mesa—. Os alegrará saber que el Cazador Real ha llegado esta mañana temprano al palacio. Al igual que los demás Consejeros, la espera para la reunión después del desayuno.

Lady Locks le echó una mirada cansada y de inmediato supo lo que la doncella había hecho. Al menos, la consolaba saber que tenía a alguien tan competente trabajando a su lado.

—¿Y la otra cosa que te pedí?

—Eso llevará más tiempo. Tenéis que tener en cuenta que esas son cosas que ocurrieron hace muchos años.

Lady Locks asintió y la despidió con un gesto. No empezó a comprender las implicaciones de lo que había dicho Drei hasta que estuvo a mitad del desayuno.

Joha estaba de vuelta.

Se tragó el último pedazo de tostada y salió corriendo hacia la sala del Consejo.

Nadie más había llegado aún y eso la alegró sobremanera, porque tuvo la oportunidad de ver a su amigo dormitando con las botas sobre la mesa, los brazos cruzados y la silla inclinada hacia atrás en dos patas, manteniendo un delicado y frágil equilibrio.

Lady Locks cerró la puerta detrás de ella y se preguntó si lo que pensaba hacer estaría muy por debajo de ella.

Luego decidió que a él no le molestaría. Tomó aire y gritó al tope de sus pulmones:

—¡Despierta, Johan Weidmann!

Joha se despertó con un sobresalto que terminó de desequilibrar la silla. Cayó de espaldas, con las piernas hacia arriba y agitando los brazos en un vano intento de aferrarse al aire. Lady Locks se dobló sobre sí misma riendo mientras el Cazador Real se incorporaba con gemidos de dolor.

—Te voy a pedir que no vuelvas a hacer eso —le dijo con un gruñido mientras se frotaba la parte baja de la espalda—. Ya no soy tan joven como antes. La próxima vez podrías matarme del susto.

—Tonterías —replicó Lady Locks avanzando hacia él—. Vivirás cien años más, Joha.

—¡Los dioses no lo permitan!

Lady Locks contempló su rostro con una sonrisa burlona y luego, sin pensárselo demasiado, dio un salto para poder echarle los brazos al cuello. Joha la apretó contra sí en sus brazos fuertes como si no pesara más que una pluma y giró sobre sí mismo una y otra vez hasta que Lady Locks se rio de nuevo.

A Lady Locks le costaba recordar a su padre. Suponía que incluso cuando estaba vivo, no lo había visto demasiado si es que tenía la mitad de asuntos que atender de los que ella tenía ahora. Y de todos modos, obviamente el König no se habría interesado por una hija mujer que no sería su heredera de todas maneras.

Pero a diferencia de otras cosas que desearía recordar y que a menudo sentía como una pérdida, aquello no la molestaba demasiado. Tenía a Joha. Siempre la había protegido y le había enseñado. Era una de las pocas personas que la había tratado como una niña y no como una princesa.

Quizá era justamente por esa relación cómplice e irreverente que al resto de los Consejeros no les terminaba de caer bien el Cazador. Pero esas eran cosas a las que Lady Locks no daba ninguna importancia. Dio un paso atrás y examinó a Joha. Seguía igual: con el mismo rostro tostado y las mismas canas en la barba. Pero el gabán y las calzas que llevaba parecían demasiado pequeñas para un hombre de su estatura. Se tiró de las mangas y del cuello de la camisa al menos dos veces en lo que duró la inspección de Locks.

—Necesitas ir al sastre a que te haga ropa nueva.

—No necesitaría un sastre si no insistieras en hacerme cumplir todo el ridículo protocolo —contestó él—. ¿De qué se trata todo esto, de todas maneras?

—A nosotros nos gustaría saber lo mismo, su Gracia —dijo Janke. Él y los otros tres Consejeros habían entrado en el salón silenciosamente y en se momento le estaban echando miradas desaprobadoras a Joha.

Lady Locks alzó la cabeza como si no se diera cuenta de esa hostilidad y los mandó a tomar sus asientos antes de moverse hacia la cabecera y hacer lo propio. Les explicó todo lo ocurrido con Lord Charles y la Princesa Scarlett brevemente, asumiendo que los Consejeros, igual que ella, tenían sus propios espías e informadores que los mantenían al tanto de lo que ocurría con ella y a su alrededor. Omitió las insinuaciones de que ella era una impostora y todos lo sabían. Tenía la impresión que los Consejeros las descartarían por ridículas.

Efectivamente, el único que parecía ligeramente sorprendido ante los acontecimientos era Joha.

—Así que ha vuelto —murmuró para sí.

Lady Locks abrió la boca para preguntarle qué quería decir, pero Engelbert la interrumpió con un carraspeo ruidoso:

—Su Gracia, me parece que estáis asumiendo demasiado a partir de una reunión que fue naturalmente tensa debido a las circunstancias. Estoy seguro de que la Princesa Scarlett no tuvo la intención de amenazaros...

—Bueno, si no la tuvo, fue una imitación muy convincente — señaló Lady Locks.

—En cualquier caso, su llegada fue muy oportuna para nosotros —continuó Henniger como si la Kronprinzessin no hubiera dicho una sola palabra—. Si os hubierais casado con un criminal, eso sin duda habría sido una desventaja para nosotros y el Reino Hood habría tenido motivos para dudar de nuestra buena voluntad.

—Ha sido una verdadera suerte que la Princesa Scarlett haya llegado en el momento en que lo hizo —añadió Löffler mientras Janke manifestaba su acuerdo asintiendo con solemnidad —. Deberíamos estarles agradecidos, no dudando de sus intenciones.

Lady Locks no esperaba nada distinto. Cuando se trataba de manejar el reino, de administrar la economía y de la calidad de vida de sus súbditos, esos cuatro hombres eran la eficiencia misma. Pero al mismo tiempo eran incapaces de resolver cualquier problema o sugerencia que alterara sus cómodas rutinas, prefiriendo en cambio negarse a admitir siquiera que había un problema en primer lugar. Tampoco eran los mejores diplomáticos.

Así que no podía contar con ellos para resolver este problema. Locks volvió la cabeza hacia Joha, que había permanecido callado. El Cazador Real levantó la cabeza lentamente y cuando habló, lo hizo con una entonación monótona y casi aburrida:

—Lo que ellos dijeron. Estás haciendo una tormenta en un vaso de agua.

Lady Locks se mordió el interior de la mejilla, pero asintió.

—De todas maneras, me gustaría enviar diplomáticos al Reino Hood para asegurarnos que mantenemos buenas relaciones con ellas.

Los Consejeros se mostraron de acuerdo, diciéndole que se encargarían de ello inmediatamente y hasta la felicitaron por sugerir un plan de acción tan sensato. Lady Locks dio por terminada la reunión y los despidió hasta la semana siguiente, como si aquella no hubiera sido sino otra reunión de rutina donde discutieron pequeños problemas sobre los que ya todos habían tomado una decisión.

Lady Locks apenas fue capaz de mantener la calma mientras los seguía fuera de la Sala.

—¿Cómo os encontráis, Lord Weidmann? —preguntó Henniger en tono jovial—. ¿Aún no habéis decidido, uh... abandonar vuestro peculiar estilo de vida?

Joha lo observó en silencio. Era al menos dos cabezas más alto que Henniger y estaba en una forma física mucho mejor. Lady Locks tuvo que preguntarse qué clase de impulso suicida había llevado al Consejero a hacer una pregunta como aquella.

Sin embargo, Joha consiguió contestar con mucha calma:

—Puede que mi estilo de vida os parezca extraño, señor mío. Pero lo cierto es que me parece que la manera en que yo vivo es irrelevante, siempre y cuando esté al servicio de la Kronprinzessin cuando se me requiera.

—¡Oh, por supuesto! —exclamó Henniger, dando un paso hacia atrás en el pasillo. Era la viva imagen de un hombre que acababa de darse cuenta del error garrafal que acababa de cometer—. No quise decir...

—Lord Weidmann —lo llamó Lady Locks, porque así debía dirigirse a él cuando había otras personas presentes—. Me gustaría discutir con vos acerca del estado de los Bosques.

—Por supuesto, su Gracia.

Se alejaron por el pasillo sin echarle una sola mirada a Henniger o despedirse de él. Lady Locks casi estuvo tentada a señalar que en esa ocasión lo había eximido del correcto protocolo, pero estaba demasiado alterada.

En cuanto doblaron la esquina y se encontraron solos, Lady Locks se paró frente a él con firmeza.

—¿Qué sabes de esto, Joha? Dímelo todo.

El rostro de Joha era inescrutable.

—¿Has estado entrenando, princesa? —le pregunto—. Quizá debamos vernos esta tarde en la palestra. Será bueno para tus músculos.

Siguió avanzando como si nada extraño hubiera ocurrido. Lady Locks se apoyó contra la pared, con los ojos fijos en su espalda. Joha le estaba ocultando algo, y no se daría por vencida hasta saber la verdad.

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