Epílogo
Antes de ir a la fiesta tuvimos que pasar por la casa de Charlie para dejar su guitarra, mi bajo y mi equipo de lacrosse.
Creí que sus padres no estarían dentro, o que no los veríamos, pero su madre parecía estar esperándonos en la sala de estar, de brazos cruzados, con el trasero apoyado en el borde de la mesa.
—¿Y? —preguntó cuando entramos—. ¿Cómo fue?
Giré la cabeza hacia Charlie, aguardando la respuesta de ella, pero Charlie me devolvió la mirada y me dio un codazo, instándome a mí a hablar. Volví a mirar a su madre y me di cuenta de que ella también estaba esperando mi respuesta.
—Ganamos —dije.
Ella asintió con aprobación, aunque su expresión no cambió en absoluto, como si eso fuera lo mínimo que esperara de mí. Ahora entendía un poco por qué Charlie se sentía tan presionada en la secundaria.
—Eso está bien. Podemos celebrar mañana y ordenar comida.
No podía recordar cuándo fue la última vez que los padres de Charlie nos dejaron ordenar comida.
Le levanté la ceja a mi novia y ella se alzó de brazos.
—Ya nos vamos —dijo mientras pasaba a su lado para subir las escaleras—. Pero estaremos al lado.
Su madre hizo una mueca.
—Ya lo sé —dijo—. Tengan cuidado.
Su madre no preguntó nada con respecto al concierto y eso me hizo preguntarme si tal vez Charlie ya le habría avisado por teléfono que decidió no asistir. Porque no me cabía en la cabeza que se interesara más por mi partido que por el concierto de su hija.
Subí detrás de Charlie, sin querer quedarme con la mujer a solas en el comedor, y entré con ella a su cuarto.
—¿Tu madre sabe que no diste el concierto? —le pregunté con curiosidad.
Charlie dejó su guitarra y mi bajo junto a la cama. Yo le entregué mi bolso para que lo colocarla cerca.
—Sí, me llamó para saber cómo me había ido. —Se giró hacia mí y tomó mi rostro entre sus manos—. Y le dije que estaba yendo a ver tu partido.
Presioné los labios.
—¿Y no me odia?
Charlie ladeó la cabeza.
—No tiene por qué, si no le he dicho nada malo de ti.
Esa respuesta no me dejó tranquila, pero cuando bajamos de regreso a la sala de estar y nos volvimos a encontrar con ella en el mismo lugar, no pude evitar bajar la guardia al ver cómo sostenía entre sus manos dos chaquetas.
—No quiero que beban —dijo mientras extendía los brazos. Charlie se acercó para dejar que le colocara una de las chaquetas—. Ni que hagan nada estúpido, como meterse en casas ajenas.
Esquivé su mirada, a sabiendas de que eso último iba directamente a mí.
—Te informo que tengo dieciocho —se quejó Charlie mientras su madre le quitaba el cabello de debajo de la chaqueta—. Y puedo consumir alcohol.
Su madre negó en desaprobación y me tendió la otra chaqueta.
—Cuídala —me ordenó—. No dejes que beba mucho.
—Yo siempre la cuido.
Resoplé, pero dejé que me colocara la chaqueta. Sus movimientos no fueron tan delicados y cuidadosos como cuando vistió a Charlie, pero al menos no me arrancó la cabeza con las manos.
—Más te vale.
Cerró mi chaqueta y me dio un pequeño abrazo, muy corto, con un solo brazo, antes de dejarme ir. Duró sólo medio segundo, pero desestabilizó todo mi mundo.
Me alejé, confundida y algo perturbada, y Charle enganchó su mano con la mía para arrastrarme fuera de la casa mientras se despedía de su madre.
Todo el camino del jardín delantero hasta salir y llegar a la casa de Jade lo hice en silencio mientras pensaba en ese corto abrazo.
No es como si yo nunca recibiera abrazos de mi madre, pero supongo que muy en el fondo eso sí era la gran cosa para mí. El tener la aprobación de una persona que había estado presente en mi vida, aunque fuera en segundo plano, y nunca me había aprobado.
Pensé en sus palabras ese día en el centro comercial. Había estado feliz por Charlie y por lo que probablemente significara para ella que sus padres la aceptaran, pero nunca pensé en lo que significaría para mí.
—¿Qué te pasa?
Nos detuvimos delante del portón negro de la casa de Jade y Charlie tocó el timbre. Dentro ya se oía la música, aunque probablemente la fiesta recién estuviera comenzando.
—Nada. —Intenté no sonreír—. Es raro... que tu mamá nos abrigue para ir a una fiesta.
Creí que Charlie le restaría importancia a mis palabras o diría algo como "te dije que era diferente", pero en su lugar dijo:
—¿Verdad? —Estiró el cuello y miró al cielo, como si estuviera reflexionando. Yo también miré al cielo con ella—. Sigue siendo una persona difícil, pero está cambiando.
—No sabía que los adultos cambiaban.
—Si el mejor amigo de Peter Parker puede convertirse en el Duende Verde, supongo que mi mamá también puede ser una persona persona diferente.
En ese momento la puerta chirrió y se abrió, pero en lugar de Jade, se asomó la cabeza rubia de Alana.
Ella se había cambiado la ropa deportiva y ahora llevaba una camiseta negra con transparencia. Los volados de sus mangas tenían encaje y su cabello, antes atado en dos trenzas, ahora caía suelto y rizado hasta su cintura. Sus labios, negros, se estiraron en una sonrisa al reconocernos.
—Diles que no compramos Avon —dijo una voz masculina.
De repente un par de manos morenas se deslizaron por la cintura de Alana. La muchacha no se inmutó, ni siquiera cuando Jade asomó la cabeza y apoyó el mentón encima del hombro de su novia.
Arrugué la frente.
—Estás muy maleducado desde que andas de novio —dije.
El muchacho me devolvió el gesto sin soltar a su novia.
—Sólo estás celosa porque jamás te he dado ni la hora.
Yo no recordaba que las cosas fueran así, pero no se lo iba a mencionar. Pasé por debajo del brazo de Alana y Charlie imitó mi gesto, aunque ella se retrasó unos segundos por quedarse hablando con los chicos en la entrada.
—¿Cómo estuvo el concierto? —escuché que la rubia le preguntaba.
Me giré justo para ver como Charlie movía la mano para restarle importancia al asunto.
—No hice tiempo de tocar —dijo—. Se superpuso con el partido.
Charlie me había dicho que no me guardaba rencor porque sabía que el partido era más importante para mí y que no era mi culpa que se pusieran uno encima del otro, pero una parte de mí aún dudaba. Sin embargo, verla ahora sin una sola gota de pena en su voz o rostro, me tranquilizó.
Supongo que debía de confiar más en su palabra.
No porque yo dijera que estaba bien cuando no lo estaba significaba que ella fuera a hacer lo mismo.
—¿Piensas volver con ellas? —le pregunté cuando me alcanzó al entrar a la casa. Charlie me miró con curiosidad, así que se lo tuve que aclarar—. Con Kaila y con Sam.
Dentro de la casa, las luces estaban encendidas, pero parecía que la gran mayoría ya había llegado. A diferencia de la fiesta en la casa de Tania, no habían tantos desconocidos, por lo que todos hablaban entre sí con naturalidad.
Me recordó a la primera fiesta que tuvimos con el equipo masculino, cuando apenas si nos conocíamos de nombre y no nos atrevíamos a entablar amistad. Las cosas habían cambiado demasiado en un año y me alegraba estar siendo parte de esto para poder verlo.
Charlie negó ante mi pregunta sin siquiera pensarlo.
—Creo que tienes razón —dijo—: Destaco mejor cuando toco sola. Pero tú siempre serás bienvenida si algún día quieres tocar conmigo. —Me aseguró completamente seria—. Incluso si sólo es para los villancicos de navidad.
Sonreí.
—Lo tendré en cuenta.
—Además. —Colocó una mano para taparse un lado de la boca, como si fuera a contarme un secreto—. Sabes que yo tampoco aguanto a Kaila.
—Qué enana metida.
Charlie rio.
—¿Verdad?
—De mi no van a estar hablando.
Charlie y yo bajamos la mirada. Noah pasó a nuestro lado para prepararse un poco de alcohol con las botellas que estaban en la mesa.
Me sorprendió verla aquí, pero no tanto.
Recordé la conversación que tuvimos la noche anterior, de la que Charlie aún no conocía con exactitud, pero pensaba contarle en estos días. La herida aún era fresca, pero extrañamente no me incomodó verla, como probablemente lo habría hecho un tiempo atrás.
—¿Tania te invitó otra vez? —le pregunté.
Ella asintió y señaló con cabeza a la aludida, quien estaba hablando con un grupo de personas cuando escuchó que la mencionábamos y nos enseñó el dedo del medio.
—Soy su persona favorita en el mundo.
Noah suspiró, probó la bebida que acababa de prepararse y regresó con el grupo que estaba la castaña. Tania pasó un brazo por encima de sus hombros y le revolvió el cabello de la misma manera que lo haría una hermana mayor.
—¿Será que ya la adoptó? —me preguntó Charlie sin apartar la vista de ellas dos.
Me quedé viéndolas un momento, agradecida de que Charlie no preguntara sobre nosotras.
—Eso espero —contesté con sinceridad. Me alegraba saber que no estaba sola—. Aunque no sé qué tan buena influencia sea Tania.
La aludida volteó la cabeza en nuestra dirección y nos sacó la lengua.
Yo rodé los ojos.
Una ya no podía hablar mal de nadie tranquila.
—¿Ya están todos? —preguntó la hermana de Jade, Rubí, apareciéndose con una cámara—. Le enviaré una foto a mamá antes de que se emborrachen y se pongan feos.
Nos hizo un gesto con la mano a Charlie y a mí para que nos acercáramos y luego a alguien más a nuestra espalda. Jade y Alana se acercaron a nosotras y los cuatro la obedecimos cuando nos ordenó que nos acomodáramos para una fotografía grupal.
Pasé un brazo por la cintura de Charlie, sonriente, mientras ella posaba para la cámara. Jade, detrás de mí, apoyó su mano en mi cabeza y supe sin siquiera verlo que me estaba haciendo los cuernos con los dedos. Lo pisé, él se quejó y el flash se disparó.
—¿Cómo salió? —preguntó Alana.
Rubí hizo una mueca y nos enseñó la pantalla de la cámara.
Jade estaba gritándome, Alana se tapaba la boca con las manos mientras reía, yo le sonreía con malicia a la cámara con mi pie aún sobre el de Jade y Charlie se aferraba a mi brazo para no caerse porque el movimiento brusco le había hecho perder el equilibrio.
—Yo creo que salimos bien —opine.
Los tres comenzaron a quejarse y a exigir otra foto. Esta vez, cuando volvimos a posar, mi sonrisa fue involuntaria.
Sentí que finalmente estaba en casa.
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