18. Qué vivan los novios
Alana palideció, si es que acaso podría verse más pálida de lo que ya era.
Cerró una de sus manos alrededor de mi antebrazo como si estuviera a punto de caerse y temí soltarla.
Jade no dijo una sola palabra. Sus ojos estaban clavados en Alana y en nadie más. Era fácil darse cuenta de que intentaba procesar lo que escuchó.
—¡Por favor, circulen! —Un empleado del parque me tocó el hombro para empujarnos dentro del parque—. Si ya tienen sus entradas, deben despejar el área.
—¡Vamos!
Alana se volvió a colocar los lentes de sol y entró sin soltarme. Me dejé arrastrar al sentir la fuerza de su agarre y di varias zancadas hasta igualar su velocidad.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Ella no se detuvo.
Avanzamos entre los grupos de personas en dirección a los juegos. Habían familias enteras, grupos grandes de amigos e incluso parejas. Ella los esquivaba a todos sin problema.
—Me quiero morir —dijo sin dejar de mirar al frente—. Es el peor día de mi vida.
Miré por sobre mi hombro y encontré a Jade y Charlie a varios metros detrás de nosotros. Ella lo llevaba del brazo de la misma manera que Alana hacía conmigo y se notaba que intentaba aligerar el ambiente con una conversación. Jade parecía estar prestándole atención sólo en un 50%. El otro 50% de él se dedicaba a mirarnos a nosotras con confusión.
Cuando nuestras miradas chocaron, él formó un "¿Qué fue eso?" Con los labios. Quise decirle "una declaración de amor ¿Nunca oíste una?", pero dudaba que pudiera escucharme entre los gritos y las conversaciones de todo el mundo. Así que me limité a golpearme la sien con la yema del dedo índice en un universal "¿Eres tonto?".
—No es tan malo —le aseguré a Alana—. No le has dado tiempo de reaccionar. Charlie y yo podemos dejarlos solos y...
—¡No! —Presionó su agarre y casi grité del dolor— ¿Has visto su cara? Estaba aterrado. Me va a rechazar y yo voy a vomitar.
—No sería la primera vez que vomitas delante de él.
Alana me estrujó con más fuerza.
—No quiero verlo. Vayamos a la casa de los espejos. Quiero perderlos de vista.
Esto estaba saliendo mal. No podía dejar que Alana me secuestrara. Tenía que buscar la manera de que se quedara sola con Jade.
Volví a mirar hacia atrás en busca de la ayuda de mi novia, justo cuando ella se adelantaba para llegar a nosotras. Su brazo se enganchó en el que me quedaba libre y con su otro brazo, con el cual sostenía a Jade, señaló hacia adelante.
—¡Miren! Una casa del terror.
—¿Una qué?
Seguí su dedo y encontré a varios metros un juego en forma de casa. Sobre la entrada había un cartel de madera tallada que decía "casa del terror" y a su lado un empleado del parque iba dejando entrar a la gente. Faltaba poco menos de dos meses para halloween, pero el parque ya estaba en ambiente.
—Entremos antes de que lo cierren.
Quise preguntarle si estaba loca, pero cuando Charlie se proponía algo, no había quién la frenara. Nos arrastró a los tres hasta la entrada y nos metió casi a la fuerza.
De repente el atardecer en el cielo fue reemplazado por la oscuridad del interior de una casa. Los primeros metros los avanzamos rápido por culpa de Charlie y para cuando me quise dar cuenta, ya no veía a nadie ni nada. Lo único que escuchaba era la madera bajo nuestros pies. De no ser porque Charlie aún seguía agarrada a mi brazo, probablemente ya me habría caído por tropezar en el suelo.
—Tengo miedo —dijo de repente mi novia—. Ve adelante.
¡¿Yo?!
—¿Para qué nos metiste si ibas a tener miedo? —protestó Jade.
Lo escuché avanzar hasta quedar frente a nosotras, por lo que supuse que a quién Charlie le había hablado fue a él. Alana, al notar que ya no estaba bajo la mirada del muchacho, aflojó su agarre. Habría celebrado de no ser porque la pelirrosa se aferraba a mi otro brazo casi con la misma fuerza.
De repente hubo un poco de luz: una pequeña lámpara en el techo alumbraba lo que parecía ser el comedor. Y digo que parecía, porque todo lo que caracterizaba a un comedor había desaparecido. Las paredes estaban cubiertas de telarañas, las ventanas estaban tapiadas y el cristal tenía una capa de pintura negra para no dejar que un solo rayo de luz entrara. Había un reloj antiguo a medio caerse contra una pared y la mesa del centro estaba cubierta de polvo.
Me pareció ver un murciélago durmiendo en el techo y recé para que fuera falso.
El suelo de madera crujió mientras avanzamos.
Alana avanzó hasta el reloj y pegó su rostro para examinarlo entre la oscuridad.
—¿Será que en realidad es un cuarto de esca...? ¡Ah!
Alana pisó un tablón que se salió del suelo y cayó hacia atrás. Jade la atrapó por los hombros. Ella lo miró avergonzada justo antes de volver a gritar, porque del mismo agujero que había dejado el tablón mal acomodado salía una mano que acababa de atraparla por el tobillo.
Los cuatro gritamos. La lámpara del techo comenzó a parpadear y en ese momento la cortina se corrió y de detrás de ella salió la figura de un hombre hacia nosotros.
Casi me oriné encima.
De repente la luz dejó de funcionar y volvimos a quedar en la oscuridad. Corrimos fuera del comedor. O eso intentamos, incapaces de ver la puerta. Alguien me empujó por el hombro y de no ser porque Charlie aún seguía agarrándome, ya la habría perdido.
—¡Salgamos de aquí! —grité.
Tomé su mano y avancé por lo que parecía ser un pasillo. No podía ver, por lo que me guie tocando la pared, hasta que acabé tocando la cara de alguien y casi me desmayé. Ese alguien me atrapó del brazo. Grité y nos arrastré hacia el lado opuesto. Mi espalda chocó con la espalda de Jade y él me apartó de un empujón, probablemente creyendo que era otro empleado de la atracción.
—¡¿Quién es?! —preguntó Alana.
—Es Andy, empújala —respondió Jade.
Yo lo habría empujado a él de no ser porque en ese momento él consiguió abrir una puerta. Del interior llegó la suficiente luz como para ver un poco del pasillo justo cuando alguien con una motosierra se nos acercaba.
Charlie empujó con todas sus fuerzas a Jade y Alana adentro del cuarto y cerró la puerta. Luego, me levantó los dedos pulgares para indicarme que su plan de dejarlos a solas había funcionado.
Miré sus dos manos y me di cuenta de que algo andaba mal. Bajé la vista a mi mano izquierda y me di cuenta de que mis dedos no estaban entrelazados con los de Charlie, sino con los de la mismísima llorona.
Grité, la solté, agarré a mi novia y las dos corrimos hacia otra puerta.
Entramos al baño justo cuando la cortina se corría y de la bañera salía un hombre con un cuchillo. Salimos y probamos otra puerta. Entramos a otro cuarto y cerré detrás de nosotras. Los dos asesinos y la llorona aporrearon la puerta, pero estaban locos si creían que iba a dejarlos entrar.
—Hm... ¿Andy?
Charlie tocó mi hombro. Abrí los ojos y ella señaló algo en la habitación.
Entonces me di cuenta de que, a diferencia de los otros cuartos, este estaba perfectamente iluminado. No solo eso, sino que tampoco tenía ningún tipo de decoración de terror. Parecía un comedor-cocina común y corriente. Pero, lo más irreal, era que sentados en la mesa estaban Pie Grande, Michael Mayers y la niña del aro jugando a las cartas.
Pie grande bajó sus cartas al oírnos entrar.
—Esta es la sala de descansos —dijo con cansancio. Evidentemente esta no era la primera vez que le sucedía—. No pueden estar aquí.
Estaba a punto de disculparme y salir de allí cuando Charlie se abanicó con una mano y se señaló la garganta.
—¿Tienen agua? —les pidió.
Charlie estaba sudando. Sus mejillas estaban completamente rojas, su rostro estaba hirviendo y su pecho subía y bajaba como si acabara de correr una maratón. No habíamos corrido tanto desde que entramos, por lo que supuse que esto se debía más al susto que otra cosa.
La niña del aro llenó agua del grifo en un vaso y se lo ofreció a mi novia. Michael Myers meneó la cabeza en desaprobación.
—No está bien que entres a estos juegos si te asustan tanto. Podría darte un paro cardíaco.
Charlie tragó y se limpió la boca con la manga de su chaqueta.
—Lo hice por amor.
Michel Myers, Pie grande y la niña del aro me dedicaron una mirada asesina.
—Yo no la fui —balbuceé.
—Sí, eso dicen todos —dijo Pie Grande—. Usen la salida de emergencia antes de que se desmayen.
Señaló una puerta detrás de él con el cartel de "salida de emergencia".
Charlie agradeció el vaso de agua y dejó que la niña del aro le acariciara el pelo antes de acompañarme afuera de la casa.
Cuando salimos ya era de noche.
Al haberlo hecho desde una salida de emergencia y no la salida oficial, acabamos en un lateral de la casa.
—Deberíamos esperar a Jade y Alana —dije.
—¡Ni hablar! —Charlie enganchó su brazo con el mío y tiró de mí lejos de la casa—. Dejémoslos solos. Así se verán obligados a charlar.
La miré de reojo mientras me dejaba guiar. Charlie estaba contenta, como si hubiera cumplido su cometido. Casi le dio un infarto en el proceso, pero supongo que para ella había valido la pena.
Cerré mi mano alrededor de la suya y eso pareció llamar su atención.
—Ayer estabas tan nerviosa por verlos ¿Y ahora los dejas abandonados? —levanté una ceja.
Ella levantó el mentón.
—A veces ser un buen amigo significa darle un empujón a tu amigo si no se atreve a hacer algo. Y si para dar el empujón tienes que encerrarlo en un cuarto junto a su crush y a la llorona, que así sea. Ahora vamos a los juegos.
Durante las siguiente hora Charlie me hizo recorrer todo el parque para subirnos a todos los juegos que estaban en su lista.
Lista que había traído en su mochila y sacaba cada vez que debía tachar algo. Por alguna razón no se me hizo extraño que se hubiera organizado de esa manera para venir aquí, porque la cita al parque era algo importante para ella.
Me recordó a nuestra época en la secundaria cuando debía organizarse entre la escuela, el bachillerato internacional, el centro de estudiantes y su proyecto de apadrinamiento de escuelas. Charlie debía seguir un horario riguroso para hacer todo en tiempo y forma y el que eso no hubiera cambiado me hizo sentir de alguna manera como en casa.
Fuimos a las tacitas locas y nadie intentó secuestrarla. Luego, al carrusel, donde nos regañaron por subirnos juntas al mismo caballo. No nos dejaron quedarnos ni siquiera después de que les explicara que Charlie era mi hija y que me subí con ella para cuidarla de que no se cayera por los lados.
—Buen intento —Dijo el encargado mientras nos abría el portón para que saliéramos—. ¿Crees que nací ayer?
—No creo que sea tu culpa —intenté explicarle—. Todo el mundo cree que me veo más joven de lo que soy. En realidad, tengo cuarenta y cinco.
—¡Andy!
Charlie, quien había salido sin que yo la viera, me señaló otro juego a lo lejos, así que salí corriendo detrás de ella antes de darle tiempo al encargado para que respondiera.
Cuando la alcancé me di cuenta de que estaba haciendo la fila para la montaña rusa.
Alcé la cabeza con intención de ver el recorrido y me mareé de sólo mirarlo. No era una simple montaña, sino varias, junto a las curvas y vueltas que daba, como si estuviera enroscada. Sentí nauseas sin siquiera haber comido.
Jamás había visto algo tan alto. Mucho menos subirme a un lugar así.
Charlie tomó mi mano y tiró para hacerme avanzar en la fila.
—¿V-vamos a subir ahí?
—Ajá.
Tragué saliva justo cuando el coche pasó cerca de nosotras. El viento fue tan fuerte que el sombrero rosa de vaquero de Charlie salió volando. El grito de las personas duró sólo ese segundo por el que pasaron frente a nosotras.
—Ay, mi gorro.
Charlie se agachó para recogerlo sin la más mínima preocupación.
Yo me consideraba una mujer valiente, pero siempre y cuando mis pies tocaran la tierra. Jamás había subido a ningún sitio alto y la sola idea de ver algo tan grande me estaba dando vértigo.
Tiré del cuello de mi camiseta.
—¿Estás segura, amor? ¿No quieres que vayamos a comer mejor?
—Si comemos antes de subirnos nos caerá mal. —Acomodó su sombrero y de repente su sonrisa cambió ante la preocupación—. ¿Por qué? ¿Te da miedo?
Abrí y cerré la boca sin saber cómo decirlo.
—No es que me de miedo —intenté no tartamudear—. Pero es muy grande ¿No te da impresión?
Ella alzó la vista y la examinó.
—Sí, un poco —Admitió—. Pero si no lo fuera, no sería divertido. Si quieres, podemos estar todo el juego agarradas de las manos.
Levantó el brazo y besó el reverso de mi mano. Nuestros dedos aún seguían entrelazados.
Me sentí un poco rara por dejar que fuera ella la que me cuidara cuando estaba acostumbrada a ser yo la que ocupaba ese papel, así que acabé por limpiar la pelusa inexistente de mi camiseta y mirar hacia otro lado.
—Sí, como sea. —Me aclaré la garganta para que no se notaran los nervios en mi voz—. Estoy segura de que no es la gran cosa como parece.
Charlie ladeó la cabeza y me sonrió, con los ojos entornados.
—Esa es mi chica.
A veces sentía que yo no era la novia de Charlie, sino su fan, porque no sabía de qué otra manera expresar el ataque al corazón que me daba cuando ella me sonreía de esa manera. Le bastaba con decirme una sola palabra linda para tenerme a sus pies.
Por ella haría lo que fuera. Incluso subirme a una montaña rusa.
Me dije a mi misma que no era nada y que ya era momento de hacerme una verdadera mujer, y así fue cómo terminé subiéndome a un coche junto a mi novia.
No sabía en qué estaba pensando.
De hecho, si sabía: en nada.
En mi cabeza sólo estaba la cara de mi novia y si tenía que morir ahí lo haría contenta con ella siendo el último de mis pensamientos.
La encargada del juego pasó fila por fila para bajar las barras y asegurarse de que tuviéramos los cinturones bien abrochados.
Cuando el coche arrancó, yo comencé a replantearme la decisión.
Intenté mantener la calma, pero mi cuerpo tenso me delataba.
—Luego de esto deberíamos buscar a Alana y a Jade —comentó Charlie mientras íbamos subiendo por la primer montaña—. ¿Crees que para ahora ya serán novios?
Ella estaba mirando hacia todos lados, como si los estuviera buscando entre la multitud, aunque para ese entonces estábamos tan alto que difícilmente podría distinguir a una mujer de un hombre o un perro. Sin olvidar mencionar que era plena noche.
Verla tan distraída, como si no estuviéramos a punto de ser proyectadas hacia el suelo a una velocidad inhumana, me hizo sentir un poco más relajada.
—Yo no les tendría tanta fe.
El coche se detuvo cuando llegó a lo más alto de la montaña. Hubo un momento de silencio y expectación en el que nadie dijo nada. Sólo se oía la música que llegaba desde abajo y las conversaciones indistinguibles como murmullos debajo del agua.
Y, de repente, todos caímos.
El grito fue colectivo.
Me aferré a la barra como si mi vida dependiera de eso y Charlie me abrazó.
—¡Vamos a morir! —me gritó al oído.
Eso me hizo gritar aún más fuerte. Solté la barandilla y la abracé. Las dos cerramos los ojos. Era casi irreal cómo podía sentirme tan liviana y tan pesada al mismo tiempo y con cada curva que pasábamos me veía obligada a espiar sólo para corroborar que el coche no se había salido del carril.
Charlie temblaba como un chihuahua.
El viento intentó volar su sombrero otra vez, pero al estar enganchado de su barbilla quedó colgando de su cuello como si la estuviera ahorcando.
Alguien comenzó a rezar detrás de nosotras.
Cuando íbamos por la segunda vuelta, Charlie ya estaba tan aferrada a mí que creí que se había quedado petrificada en esa posición. No se atrevió a abrir los ojos en ningún momento.
—¡Me quiero bajar!
—¡Ya queda una vuelta! —intenté consolarla.
La verdad era que yo estaba igual o más aterrada que ella. De no haber sido porque fui al baño antes de salir de casa, ya me habría meado encima por segunda vez en el día.
De repente alguien nos tomó por los hombros. Charlie y yo gritamos y la mujer que se sentaba detrás de nosotras cerró los puños en nuestras chaquetas.
—¡Si están asustadas recen un Ave María!
No tenía tiempo para pararme a pensar algo coherente en ese momento, así que simplemente comencé a rezar.
—Ave María ¿Cuándo serás mía? —lloriqueé.
—Si me quisieras, todo te daría —continuó Charlie sin soltarme.
Sobrevivimos, pero a qué costo.
Cuando el coche se detuvo y todos bajamos, Charlie y yo no dijimos ni una sola palabra, de lo avergonzadas que estábamos.
Entonces nuestras miradas se encontraron y comenzamos a reír.
Sentí como si acabaran de sacarme del centrifugado de un lavarropas.
—¿Por qué te pusiste a cantar el Ave María? —preguntó antes de volver a enganchar su brazo con el mío.
Mis piernas temblaron mientras bajábamos los escalones fuera del juego.
—Era el único Ave María que conocía.
Fuimos a ver nuestra foto en la caseta donde las vendían y, para sorpresa de nadie, las dos salimos horribles. Estábamos Charlie y yo abrazadas, gritando y con los ojos cerrados. El sombrero de vaquero de ella ondeaba en el viendo, únicamente sostenido por un elástico de cinco milímetros que le cortaba la circulación a mi novia.
Pedí dos copiar y le entregué una a ella.
Luego de eso, pasamos por los juegos de feria y Charlie ganó un oso de felpa gigante, el cual me regaló. Medía alrededor de un metro y era completamente rosa. No era algo que a mí me gustaría y mucho menos algo que tendría en mi cuarto, pero el hecho de que ella lo hubiera ganado y me lo hubiera regalado lo hizo especial. Así que iba a atesorarlo.
Buscamos a Jade y Alana durante diez minutos, pero no los vimos por ninguna parte. Intenté llamarlos y mi teléfono ni siquiera marcaba.
—No tengo señal.
—Probemos subiendo a un lugar alto. —Charlie señaló la torre de un castillo que estaba a un par de metros—. Vamos al mirador.
—¿Otro lugar alto? —protesté, pero la seguí.
Dentro del castillo habían salas con juegos para niños, pero si subías hasta una de las torres llegabas a un mirador desde que se podía ver todo el parque y el río. Durante el día se podían apreciar los botes y los barcos de vela, pero ahora, de noche, las aguas eran negras y en ellas se veía el reflejo de las luces del parque.
Charlie se asomó por la ventana justo cuando alguien anunciaba desde los parlantes que estaba por comenzar el show de fuegos artificiales.
Pasé una mano por su cintura y le di un beso en la mejilla mientras revisaba el teléfono. La señal había vuelto, pero no tenía ni un solo mensaje de Jade o Alana. O ellos tampoco tenían señal, o estaban demasiado entretenidos como para molestarse en ver sus celulares.
Me dejé caer en un banco del lado opuesto a la ventana y abracé mi oso de felpa mientras les escribía un mensaje, el cual no les llegó. El oso era tan grande que, sobre mis piernas, me cubría casi en su totalidad, por lo que no vi cuando Charlie llegó y se sentó a mi lado.
—No les llegan...
Charlie tomó mi rostro y me besó.
Quedé atontada. Quise decir algo, pero el sonido de pisadas nos anunció la llegada de más personas. Nosotras, escondidas detrás del oso, no pudimos ver de quiénes se trataba.
—Ten cuidado. Hay dos personas durmiendo aquí —dijo una voz conocida—. ¿Crees que las chicas estén preocupadas?
—Te recuerdo que estamos hablando de las dos personas que nos abandonaron en una casa del terror —respondió Jade—. Seguro están contentas de estar solas.
Charlie y yo compartimos una mirada y no hizo falta decir nada.
Espié por encima del hombro del oso y vi a Jade y Alana dándonos la espalda. Los dos se asomaban por la ventana con los antebrazos apoyados en el alfeizar. Se quedaron en silencio un momento, viendo hacia abajo, como si nos buscaran.
—Voy a llamarlas.
Jade sacó su teléfono justo cuando soltaron el primer fuego artificial. Luego le siguió otro, y otro más. De repente eran demasiados.
Alana se había quedado mirándolos. Estaba tan concentrada que ni siquiera se dio cuenta cuando Jade volvió a guardar el teléfono para mirarla.
—Es hermoso —dijo ella.
—Lo es —estuvo de acuerdo, sin apartar sus ojos de ella.
Charlie se removió a mi lado, probablemente fangirleando. Ella estaba espiando desde el otro lado del oso.
Entonces, Alana volvió la cabeza hacia él y lo atrapó mirándola. Los dos apartaron la mirada de regreso al cielo, como si estuvieran avergonzados.
Me sentí como si estuviera dentro de una telenovela.
Vamos, Alana, dile lo que sientes.
—Sobre lo que dije hoy...
Jade la interrumpió.
—Yo también estoy enamorado de ti.
Casi grité de la emoción.
Charlie abrazó el oso con fuerza y supe que ella también se estaba aguantando las ganas de gritar la emoción.
Por lo que más quisiéramos, no debíamos dejar que nos vieran. No podíamos dejar que fueran interrumpidos, así que si eso implicaba dejar de respirar para que no nos notaran, estaba dispuesta a hacerlo.
—Quería decírtelo hace tiempo —continuó Jade sin dejar de mirar al cielo, a los fuegos artificiales—. Pero nunca encontraba el momento, o estaba muy nervioso para hacerlo. Supongo que tenía el mismo miedo que tú de que me rechazaras y que las cosas cambiaran.
—¿Yo te gusto? —preguntó Alana sin salir de su estupor.
Jade la miró y me pareció verlo sonreír, pero entre tanta oscuridad era algo difícil de decir.
—¿Es tan difícil de creer?
—No, es que, yo, que, como que, no sé ¿Entiendes?
Ahora sí sonrió.
—Sí, completamente.
Alana apartó el rostro como si estuviera avergonzada, pero Jade se inclinó hacia ella y la besó.
Me tapé la boca con una mano y luego los ojos, para darles privacidad. Charlie me pellizcó de la emoción y le di un manotazo detrás del oso.
Cuando el beso acabó, Charlie tomó una gran bocanada de aire y gritó:
—¡Que vivan los novios!
Jade y Alana se abrazaron asustados.
—¿Qué mierda?
Charlie se paró de golpe con las dos manos cubriendo su boca de la emoción.
—Soy una madre orgullosa —dijo, conmovida.
-.-.-.-.-
¡ENHORABUENA! ¡FINALMENTE SE LES DIO!
Holaaa ¿Cómo están? ¿Qué tal les fue en la semana?
¿Qué les pareció el cap?
Finalmente sucedió lo que toda latinoamerica estaba esperando: Jade y Alana se besaron.
Ahora ya podemos morir todos en paz.
Hoy no les voy a dejar una notita muy larga porque el capitulo ya de por si lo fue, así que nada más espero que lo hayan disfrutado.
Nos vemos la próxima semana.
baibai
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