Unico
13:48 p.m
Tory y yo nunca habíamos tenido más tiempo juntos que ahora, desde que decidió unirse a Miyagi-Do. A Daniel no le hacía mucha gracia que estuviéramos juntos, pero no podía decir nada. Entrenábamos bien, y eso era todo lo que le importaba. Aunque, para ser sincero, mis mejores entrenamientos eran los que teníamos a solas, como este momento, encerrados en el baño del dojo.
Ella había ido a cambiarse, con la excusa de que su gi aún no estaba ajustado. Yo esperé unos segundos antes de seguirla, asegurándome de que nadie estuviera mirando. Cerré la puerta detrás de mí, y ella apenas tuvo tiempo de girarse antes de que la empujara suavemente contra la pared.
—¿Qué haces? —me preguntó con una sonrisa mientras se ajustaba el cinturón—.
—No sé, ¿qué crees? —respondí, inclinándome hacia ella hasta que nuestras respiraciones se mezclaron.
Tory siempre tenía esa mezcla de sorpresa y desafío en los ojos cuando la tomaba desprevenida. Me encantaba verla así, con las mejillas sonrojadas y ese aire de "puedo con todo" que nunca se le iba. No pasó mucho antes de que sus brazos rodearan mi cuello y nuestras bocas se encontraran.
—Sos un descarado —murmuró contra mis labios, aunque no hizo nada para detenerme.
—Y vos tardas demasiado en cambiarte.
Ella soltó una pequeña risa, pero no dijo nada más. Mis manos bajaron por su cintura, tirando un poco del gi a medio poner mientras sus dedos jugueteaban con mi cabello. Todo estaba perfecto... hasta que escuché la maldita voz.
—¿Tory? ¿Vamos a practicar como quedamos?
El sonido de Eli Moskowitz atravesó la puerta como un maldito cuchillo, cortando el ambiente como si hubiera sido planeado. Cerré los ojos, respirando profundo mientras trataba de calmar la oleada de irritación que subía por mi cuello.
Tory se apartó un poco, aunque yo todavía estaba besando su cuello, y como pudo, respondió:
—Ya salgo, Eli. Me estoy cambiando.
—Dale, te espero por acá —respondió él con esa despreocupación que me sacaba de quicio.
¿Acaso no podía esperar? ¿O mejor aún, desaparecer? No era la primera vez que interrumpía algo entre nosotros. No sé si lo hacía a propósito o si simplemente no tenía sentido común.
—Es increíble —murmuré contra su piel mientras ella trataba de ajustar su uniforme de nuevo—. ¿Tiene que estar detrás de ti todo el tiempo?
—No seas exagerado, Robby —me dijo con una sonrisa mientras me daba un beso suave en los labios—. Quedé en practicar con él. No es nada.
—Siempre dices lo mismo —repliqué, mirándola fijamente mientras ella terminaba de ponerse el gi—. Pero él siempre está ahí.
Tory suspiró, y aunque no parecía molesta, tampoco iba a entrar en una discusión conmigo.
—Es mi mejor amigo. Nos conocemos desde antes de que tú siquiera estuvieras en Cobra Kai.
Eso ya lo sabía, y precisamente por eso me molestaba. Ellos tenían una historia que yo no compartía, una conexión que existía antes de que yo llegara a su vida. Según ella, no era más que amistad, pero a veces me costaba creerlo. Especialmente cuando él siempre encontraba una razón para buscarla, para hablarle, para meterse entre nosotros.
—Es increíble cómo siempre necesita algo de ti —dije, sin ocultar el sarcasmo en mi voz.
Ella me miró de reojo mientras ajustaba el cinturón del gi.
—¿Te estás poniendo celoso? —preguntó con un tono divertido, aunque había un destello de desafío en sus ojos.
—¿De Eli? Por favor.
—Entonces no tienes nada de qué preocuparte, ¿verdad? —me retó, acercándose a mí y dejando un beso rápido en mi mejilla—. Vuelvo en un rato.
La vi abrir la puerta y desaparecer, dejándome solo en el baño.
Tory y yo éramos como el fuego y la gasolina. Nuestras peleas podían ser explosivas, pero nuestra conexión era innegable. Había algo en ella, en su intensidad, en su forma de luchar por todo, que me hacía sentir vivo. Nunca antes había estado con alguien como ella, alguien que podía igualarme en carácter y que no se dejaba intimidar por mi actitud.
Pero con Halcón, las cosas eran diferentes. Él y Tory tenían una relación que yo no entendía del todo. Eran cercanos, demasiado, y aunque ella siempre insistía en que no era nada, yo no podía evitar sentir que había algo más. Tal vez no en sus intenciones, pero sí en la forma en que Eli la miraba, como si estuviera esperando algo.
Para mí, Eli era un dolor de cabeza. Había dejado atrás su etapa de Halcón, pero todavía tenía esa arrogancia que lo hacía insoportable. No lo consideraba una amenaza, al menos no en el sentido tradicional. Sabía que era mejor que él en todo: en habilidades, en carácter, incluso en apariencia. Pero lo que me molestaba no era que pudiera competir conmigo, sino que siempre estaba cerca de Tory.
La relación entre ellos me hacía sentir como si estuviera fuera de lugar.
Salir del baño no calmó mi mal humor, ni siquiera un poco. Desde la distancia, vi a Tory y a Eli en el tatami. Ella estaba corrigiendo su postura mientras reía por algo que él decía. Esa risa, esa chispa en sus ojos... Me hacía apretar la mandíbula con fuerza. No porque dudara de ella, sino porque él siempre encontraba la forma de meterse en su espacio.
Me acerqué, despacio, sin hacer ruido. Crucé los brazos, apoyándome en la pared, observándolos sin intervenir. Eli estaba tan cómodo, tan relajado... demasiado relajado para mi gusto. Y Tory, como siempre, estaba tan natural, tan a gusto con él.
Cuando Eli finalmente notó mi presencia, no dijo nada. Solo lanzó una de esas miradas suyas, como si supiera exactamente lo que estaba pensando. No le di el gusto de reaccionar. En lugar de eso, mantuve mi expresión fría y mi mirada fija en él, esperando que terminara de darse el protagonismo que tanto disfrutaba.
Tory fue la primera en romper la tensión.
—Robby, ¿estás bien? —preguntó mientras ajustaba las correas de sus guantes.
—Perfectamente —respondí, sin despegar la vista de Eli, aunque mi tono era más seco de lo que debería.
Ella frunció el ceño, claramente sintiendo que algo andaba mal.
—¿Por qué no vienes a practicar con nosotros? —preguntó ella, acercándose un paso.
Eli se encogió de hombros con una media sonrisa.
—Sí, Robby. Podríamos usar tu... experiencia. Siempre es divertido entrenar contigo.
Sabía que lo decía con sarcasmo. Todo lo que salía de su boca estaba cargado de eso. Pero no iba a caer en su juego. Simplemente le dediqué una mirada que claramente decía: "Ni lo intentes".
—No estoy de humor —respondí finalmente, devolviendo mi atención a Tory.
Ella suspiró, cansada, y me lanzó una mirada que pedía paciencia.
—Eli, dame un minuto, ¿sí?
Él asintió, aunque no sin antes lanzarme otra de esas sonrisas burlonas que tanto odiaba.
—Claro. Los novios primero —dijo, alejándose hacia la mesa donde estaban las botellas de agua.
Cuando estuvimos solos, Tory se cruzó de brazos, mirándome directamente.
—¿Qué pasa contigo? —preguntó, en un tono que no era del todo amable.
—Nada —respondí automáticamente.
Ella arqueó una ceja, claramente no comprando mi respuesta.
—No mientas, Robby. Sé leer tu lenguaje corporal. Estás molesto, y quiero saber por qué.
—No estoy molesto.
—Robby...
Solté un suspiro, cerrando los ojos por un momento antes de mirarla de nuevo.
—No entiendo por qué siempre estás tan cerca de él. Es como si no pudiera darte un segundo de espacio sin que él aparezca.
Tory se quedó en silencio por un momento, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Eli y yo somos amigos. Eso no va a cambiar. Pero si tú crees que hay algo más, entonces tenemos un problema.
—No creo que haya algo más —admití, aunque no sonaba completamente convincente ni para mí mismo—. Pero no me gusta cómo siempre está buscándote.
—No está "buscándome", Robby. Simplemente estamos practicando. Además, ¿qué esperabas? Somos parte del mismo dojo.
—Es diferente, Tory.
—¿Por qué? —preguntó, dando un paso más cerca de mí—. ¿Por qué es diferente?
—Porque él no es solo un compañero del dojo. Es alguien que claramente tiene una conexión contigo que yo no entiendo.
Ella me miró fijamente, su expresión suavizándose un poco.
—Eli y yo hemos pasado por muchas cosas juntos. Lo sabes. Estuvo ahí en algunos de los peores momentos de mi vida. Pero eso no significa que sea más importante que tú.
—A veces parece que sí lo es —murmuré, incapaz de evitarlo.
Tory suspiró, llevándose una mano al cabello en un gesto frustrado.
—Robby, esto no es justo. No puedes hacerme elegir entre mi amistad con Eli y nuestra relación.
—No te estoy pidiendo que elijas.
—¿No? Porque se siente como si lo estuvieras haciendo.
Su tono era firme, pero no frío. Ella no estaba enojada, pero claramente estaba cansada de tener esta misma conversación una y otra vez.
—Es solo que... no me gusta verlo tan cerca de ti —admití finalmente, bajando la voz—. Me molesta, aunque sé que no debería.
—Entonces tienes que trabajar en eso —dijo ella, colocando una mano en mi brazo—. Porque, Robby, si seguimos teniendo esta discusión cada vez que Eli y yo estamos juntos, esto no va a funcionar.
No respondí de inmediato. Sabía que tenía razón. Sabía que mi inseguridad no estaba ayudando a nuestra relación. Pero tampoco podía ignorar el hecho de que su amistad con Eli me hacía sentir... desplazado, de alguna manera.
Finalmente, asentí, aunque no estaba seguro de si realmente lo sentía.
—Está bien. Lo intentaré.
Tory me miró por un momento más antes de levantarse de puntillas y darme un beso suave en los labios.
—Gracias.
Con eso, se giró y regresó al tatami, donde Eli ya estaba esperándola. Me quedé allí, apoyado contra la pared, observándolos mientras entrenaban. Podía decirme a mí mismo que no estaba celoso, que confiaba plenamente en Tory. Pero la verdad era que había algo en su conexión con Eli que no podía ignorar, algo que me hacía sentir como si siempre estuviera en segundo lugar.
Y eso, más que cualquier otra cosa, era lo que realmente me molestaba.
15:54 p.m
Seguí dándole patadas al saco con fuerza, cada golpe más intenso que el anterior. Mi respiración estaba agitada, y no sabía si era por el ejercicio o por la irritación que hervía en mi interior. Cada risa que venía desde el tatami me perforaba los oídos, como un recordatorio constante de que algo no estaba bien. Eli y Tory seguían practicando juntos, riéndose como si no existiera nadie más en el mundo. Ahora se les habían unido Sam, Demetri y Anthony, lo que solo parecía intensificar mi mal humor.
Hice una combinación rápida, descargando mi frustración en el saco: patada frontal, gancho, rodillazo. El saco se balanceaba violentamente, pero no era suficiente. Necesitaba algo más, algo que disipara esa sensación de impotencia que me carcomía por dentro. Con un gruñido, le di una patada lateral tan fuerte que el saco se inclinó hacia atrás más de lo que esperaba... justo cuando Miguel pasaba detrás de él.
El golpe fue directo a su entrepierna.
Miguel soltó un sonido que no supe si era un grito, un quejido o una mezcla de ambos. Se dobló hacia adelante de inmediato, las manos en la zona afectada, mientras sus rodillas parecían no querer sostenerlo.
—¡Mierda! —exclamé, paralizándome por un segundo antes de correr hacia él.
Miguel cayó al suelo, apoyándose con una mano mientras intentaba recuperar el aliento.
—¡Miguel! ¡Perdón, no quise! —me apresuré a decir, ayudándolo a levantarse. Sentí una mezcla de pánico y culpa al verlo ahí, con el rostro torcido de dolor.
—Es... estoy... bien... creo —murmuró él, con la voz entrecortada. Apretaba los dientes como si eso fuera a ayudar a mitigar el dolor.
—¡Te juro que no fue a propósito! —dije rápidamente, levantando las manos en señal de inocencia. Miré de reojo hacia el tatami, esperando que Daniel o Johnny no hubieran visto nada. Por suerte, parecían demasiado ocupados con el resto como para notar lo que acababa de pasar.
—Sí... claro que no... —Miguel intentó bromear, aunque su tono aún sonaba entrecortado. Finalmente logró enderezarse un poco, aunque todavía tenía una mano en su entrepierna.
—De verdad, lo siento —insistí, sintiéndome como un imbécil.
Miguel me miró, y a pesar del dolor evidente, logró esbozar una pequeña sonrisa.
—Tranquilo, hermano. Creo que voy a sobrevivir... aunque... tal vez no tenga hijos en el futuro.
No pude evitar soltar una risa nerviosa ante su intento de humor.
—Es en serio, no quise... —comencé a decir, pero él me interrumpió levantando una mano.
—Robby, lo sé. No te preocupes. Además... —hizo una pausa, inhalando profundamente—. No sería la primera vez que recibo un golpe bajo, si sabes a lo que me refiero.
—Bueno, este fue bastante literal —respondí, tratando de alivianar el momento.
Miguel rió entre dientes y tomó una botella de agua que estaba cerca, apoyándose en la pared para estabilizarse. Después de un trago, me lanzó una mirada curiosa.
—¿Y tú qué onda? —preguntó de repente, como si no acabara de recibir un golpe en sus partes bajas—. Estás raro hoy. Más intenso de lo normal.
—¿Yo? —dije, fingiendo indiferencia mientras cruzaba los brazos—. Estoy bien.
Miguel arqueó una ceja, claramente no creyéndome.
—Por favor. Estás golpeando ese saco como si te hubiera insultado la madre. Algo te pasa.
—Nada. Estoy bien —repetí, tratando de sonar convincente.
Miguel me estudió por un momento antes de que una sonrisa traviesa apareciera en su rostro.
—Ah... ya entendí. Es Eli, ¿no?
—¿Qué? No. No tiene nada que ver con él —respondí rápidamente, demasiado rápido para mi propio bien.
—Claro, claro... —Miguel asintió, pero su tono estaba lleno de sarcasmo—. Porque no estabas mirando hacia el tatami cada cinco segundos mientras le dabas al saco.
—No estaba mirando hacia allá —mentí, evitando su mirada.
Miguel soltó una carcajada, inclinándose ligeramente hacia mí como si estuviera disfrutando demasiado de esto.
—Robby, vamos. No soy tonto. Estás celoso.
—No estoy celoso —dije, aunque incluso yo podía escuchar lo defensivo que sonaba.
—Sí, lo estás. Lo veo en tu cara, en tu postura. ¿Y sabes qué? Es gracioso.
—¡No estoy celoso! —insistí, aunque ya era evidente que no tenía sentido negarlo.
Miguel se rió aún más, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo obvio que estaba siendo.
—Mira, hermano, lo entiendo. Eli puede ser... bueno, Eli. Tiene esa forma de ser que a veces puede sacarte de quicio. Pero, ¿en serio crees que tienes algo de qué preocuparte?
—No es eso... —murmuré, aunque ni yo sabía si lo creía.
—Entonces, ¿qué es? —Miguel me miró con genuina curiosidad—. Porque desde aquí parece que estás dejando que Eli te viva en la cabeza gratis.
Suspiré, pasándome una mano por el cabello. No quería admitirlo, pero Miguel tenía razón.
—Es solo que... siempre está ahí, ¿sabes? Con Tory. Riéndose, bromeando, metiéndose en todo. Como si... como si no hubiera espacio para nadie más.
—¿Y qué? ¿Te molesta que Tory tenga amigos? —preguntó Miguel, apoyándose contra la pared.
—No me molesta que tenga amigos. Me molesta que su amigo sea Eli —admití finalmente.
Miguel asintió lentamente, como si estuviera procesando mis palabras.
—Mira, entiendo que pueda ser molesto, pero tienes que confiar en Tory. Si está contigo, es porque quiere estar contigo. No dejes que tu cabeza arruine algo bueno.
Me quedé en silencio, considerando lo que había dicho. Sabía que tenía razón, pero era más fácil decirlo que hacerlo.
—Además —añadió Miguel, con una sonrisa burlona—, si de verdad te molesta tanto, siempre puedes intentar ser más gracioso que Eli.
Lo miré con una mezcla de incredulidad y diversión.
—¿Estás bromeando?
—No, hablo en serio. Si no puedes sacarlo de la ecuación, tal vez debas unirte al juego. Haz que Tory se ría más contigo que con él.
Solté un resoplido, pero no pude evitar sonreír un poco.
—Eres un idiota, ¿sabes?
—Sí, pero soy un idiota sabio.
Miguel me dio una palmada en el hombro antes de regresar al tatami, dejándome solo con mis pensamientos. Mientras lo veía unirse al grupo, no pude evitar sentirme un poco más tranquilo. Quizás tenía razón. Quizás estaba dejando que mis inseguridades me controlaran. Pero cuando miré hacia el tatami y vi a Eli y Tory riendo juntos de nuevo, supe que esto no iba a ser tan fácil.
16:13 p.m
Mi padre, Johnny, siempre tenía ideas raras para las prácticas, y esta no fue la excepción.
—¡Escuchen, bola de inútiles! —gritó con entusiasmo mientras nos reuníamos en el dojo. Se paseó delante de nosotros, las manos cruzadas detrás de la espalda como si fuera un general dando instrucciones a sus soldados—. Hoy vamos a practicar algo básico pero crucial. ¿Qué hacen si alguien los toma por detrás y trata de ahorcarlos?
—¿Gritamos "ayuda"? —bromeó Demetri desde su lugar al final del grupo.
Eli no tardó en golpearle el hombro.
—Es una broma, idiota. Aprende a relajarte —susurró, aunque su tono burlón hizo que todos lo escucharan.
Johnny chasqueó la lengua, ignorando el intercambio.
—No gritas. No corres. ¡Peleas! —soltó con esa intensidad que lo caracterizaba, mirándonos a todos como si quisiera asegurarse de que entendiéramos la gravedad del asunto—. La idea es simple: si alguien te toma por sorpresa, tienes que liberarte antes de que te dejen sin aire. Porque si no lo haces...
Se detuvo dramáticamente, esperando que alguno de nosotros terminara la frase.
—¿Te mueres? —preguntó Miguel, rompiendo el incómodo silencio.
—Exacto, Díaz. Te mueres.
Rodé los ojos. No podía evitar pensar que, aunque la idea tenía sentido, mi padre exageraba. Sin embargo, no era eso lo que me molestaba. Desde que había dicho que trabajaríamos en parejas, mi atención había estado en una sola persona: Tory.
Cuando Johnny asignó las parejas, sentí una extraña mezcla de satisfacción y alivio al escuchar mi nombre junto al suyo.
—Nichols y Keene. Díaz y LaRusso. Halcón y el nerdo. Kenny y Devon.
Tory se acercó a mí con una sonrisa que solo yo conocía, esa que mezclaba desafío y ternura.
—Parece que somos compañeros, ¿eh? —murmuró mientras pasaba su brazo por mi cintura.
—Así es —respondí, aprovechando la oportunidad para mantenerla cerca.
Pero, como siempre, la paz no dura mucho cuando estás rodeado de gente como Eli. Justo cuando Johnny estaba por darnos la señal para empezar, Eli levantó la mano, con esa sonrisa de autosuficiencia que nunca se quitaba.
—Sensei, ¿podemos cambiar las parejas?
Todos se giraron hacia él, confundidos. Incluso Johnny pareció sorprendido.
—¿Qué? —preguntó mi padre, claramente irritado por la interrupción.
—Es que creo que Nichols y yo trabajamos mejor juntos. Ya sabe, química y esas cosas —respondió Eli, como si fuera lo más lógico del mundo.
Sentí cómo la sangre me subía al rostro. ¿De verdad estaba pidiendo cambiar a Tory para trabajar con ella?
Mi mandíbula se tensó, pero antes de que pudiera decir algo, Tory habló.
—Estoy bien con Robby —dijo rápidamente, aunque su tono no fue lo suficientemente alto como para que mi padre lo escuchara.
Johnny miró entre Eli, Tory y yo, evaluando la situación como si fuera un partido de póker. Finalmente, encogió los hombros.
—Está bien. Cambio aprobado. Nerdo, vas con Keene. Halcón, con Nichols.
Demetri soltó un sonido de protesta.
—¿Por qué siempre me toca la peor parte?
Pero su queja pasó desapercibida mientras Eli caminaba hacia Tory con una sonrisa que me hizo querer darle un puñetazo.
—Claro, voy con Demetri —dije, tratando de mantener la calma, aunque mi tono era más sarcástico de lo que pretendía.
Tory me miró con algo de frustración en los ojos.
—Pero, Robby... —susurró, tocando mi brazo.
La miré por un momento, pero no dije nada. ¿Qué podía hacer sin quedar como un idiota celoso?
—Todo bien —respondí con un tono más frío de lo que quería.
Eli no perdió tiempo en acercarse a Tory, colocándose en una posición demasiado cercana para mi gusto.
—¿Lista para la acción, compañera? —le dijo, guiñándole un ojo mientras ella cruzaba los brazos, claramente molesta.
Demetri llegó a mi lado, luciendo tan incómodo como yo me sentía.
—Esto va a ser raro, ¿no? —dijo, rascándose la nuca.
—Sí, bueno, rara es una buena forma de describir mi día —respondí, con los ojos todavía fijos en Tory y Eli.
Johnny comenzó a dar las instrucciones sobre cómo liberarse de un agarre desde atrás, pero mi mente estaba en otra parte. Cada vez que Eli hacía un comentario o se reía, sentía como si estuviera clavándome una aguja en la cabeza.
—¿Debería hablar con él? —murmuré más para mí mismo que para Demetri.
—¿Hablar? ¿Con Halcón? —respondió Demetri, claramente desconcertado—. No sé si eso va a solucionar algo. A menos que quieras que se ría en tu cara.
Suspiré, cruzándome de brazos mientras trataba de concentrarme en las instrucciones de mi padre. Pero no podía. Mis ojos seguían regresando a Tory y Eli. Él estaba demasiado cerca, y aunque ella intentaba mantener la distancia, él no parecía captar la indirecta.
Finalmente, Johnny nos ordenó practicar. Demetri y yo comenzamos con la técnica, pero mis movimientos eran torpes y descuidados.
—¿Qué pasa contigo? —preguntó Demetri, después de que logré liberarme de su agarre por tercera vez—. ¿Estás mirando a Tory?
—No.
—Claro que sí.
—Cállate, Demetri.
Él alzó las manos, fingiendo rendirse, pero no pudo evitar soltar una risa.
—Bueno, al menos no estoy con Halcón. Eso sería aún más incómodo.
Lo miré con el ceño fruncido, sin responder. Tory lanzó una risa nerviosa mientras practicaba con Eli, lo que hizo que mi estómago se revolviera. No sabía qué me molestaba más: Eli intentando acercarse a Tory o el hecho de que ella no parecía detenerlo del todo.
Comencé a practicar con Demetri, pero mi mente estaba en otro lado. Aunque intentaba enfocarme en los movimientos que mi padre nos había enseñado, mis ojos se desviaban constantemente hacia Tory y Eli, quienes estaban del otro lado del dojo. Cada risa, cada palabra entre ellos, hacía que mi sangre hirviera un poco más.
Podía escuchar la voz chillona de Eli desde donde estaba:
—¡Eso es, Nichols! Si no pones más fuerza, jamás me sacarás de encima.
Rodé los ojos, tratando de ignorarlo, pero algo dentro de mí no me dejaba.
—Robby, ¿te importa no estrangularme? —se quejó Demetri mientras intentaba zafarse de mi agarre.
—¿Qué? —respondí, distraído. Me di cuenta de que estaba presionando su cuello con demasiada fuerza y lo solté bruscamente—. Perdón.
Demetri se frotó el cuello, mirándome con cautela.
—¿Qué te pasa? Literalmente parece que quieres matarme.
—Estoy bien —mentí, evitando su mirada.
Demetri arqueó una ceja.
—¿Seguro? Porque pareces a punto de explotar.
—¡Dije que estoy bien! —espeté, volviendo a la posición inicial.
Intenté retomar el ejercicio, pero mi atención volvió a desviarse hacia ellos. Tory estaba de espaldas, con las manos levantadas mientras Eli hacía una demostración exagerada de cómo "ahorcar" a alguien. La forma en que él estaba demasiado cerca de ella me ponía los pelos de punta.
—¿Puedes dejar de mirar? —insistió Demetri, cruzándose de brazos.
—Cállate y sigue practicando —dije entre dientes, sin quitar la vista de ellos.
—Claro, porque definitivamente no estás a punto de incendiar el dojo con la mirada —replicó sarcásticamente.
Tory rodó los ojos mientras Eli hablaba con su típica actitud fanfarrona:
—Vamos, Tory, no te contengas. Si quieres tirarme al suelo, vas a tener que esforzarte más.
—¿Quieres callarte y practicar de una vez? —dijo Tory, claramente irritada, aunque su tono tenía un deje de diversión que me molestó aún más.
Eli se puso en una postura exagerada, como si estuviera en medio de una película de acción.
—A tus órdenes, compañera.
Fruncí el ceño. Cada movimiento suyo parecía diseñado para molestarme. ¿Qué se creía? ¿Que podía coquetear con Tory tan descaradamente frente a mí?
Y entonces, pasó.
Eli hizo demasiada fuerza al empujarla, y Tory perdió el equilibrio. En un abrir y cerrar de ojos, cayó hacia adelante y aterrizó justo encima de él, quedando sentada en su entrepierna.
El dojo entero pareció detenerse.
—¡Ups! —exclamó Eli con una sonrisa burlona mientras levantaba las manos, como si fuera una broma.
Tory rápidamente intentó levantarse, pero la expresión en su rostro cambió cuando notó mi mirada fija en ellos. Había algo nervioso en sus ojos, una mezcla de incomodidad y culpa, como si supiera exactamente lo que estaba pasando por mi cabeza.
Mi rabia alcanzó su punto máximo. Solté a Demetri sin pensar en nada más.
—¡Robby, cuidado! —protestó Demetri, frotándose el cuello donde mis manos habían estado presionando segundos antes.
Pero yo ya estaba caminando hacia ellos, con los puños apretados y el corazón latiendo con fuerza.
—¿Qué mierda fue eso? —gruñí, mis palabras llenas de veneno.
Eli me miró desde el suelo, aún sin moverse, con una sonrisa burlona en el rostro.
—Relájate. Fue un accidente. Nada más.
—¿Un accidente? —repetí con sarcasmo, cruzando los brazos. Podía sentir la tensión en mis hombros, como si estuviera a punto de estallar.
—Robby, no fue nada —dijo Tory, levantándose rápidamente y sacudiéndose los pantalones como si quisiera borrar cualquier evidencia del incidente. Su voz era tranquila, pero sus ojos evitaban los míos—. Solo estábamos practicando.
—¿Practicando? ¿Así lo llamas? —dije, mi tono más cortante de lo que pretendía.
Eli se levantó con calma, ignorando por completo mi hostilidad.
—Tranquilo, Keene. No es para tanto. Si quieres, puedes hacerme caer tú también para que estemos a mano.
—¿Quieres callarte? —gruñí, dando un paso hacia él.
Johnny apareció en ese momento, con una expresión claramente molesta.
—¿Qué carajo está pasando aquí?
Tory rápidamente tomó la palabra, hablando más rápido de lo habitual:
—Nada, sensei. Todo bajo control. Fue un accidente.
—¿Un accidente? —repitió mi padre, mirándonos a todos con desconfianza—. Porque desde aquí parece que están haciendo cualquier cosa menos practicar.
Eli levantó las manos, aún sonriendo.
—Todo bien, sensei. Solo un pequeño... malentendido de gravedad. Ya lo resolvimos.
Johnny frunció el ceño.
—Más te vale, Halcón, porque si sigues distrayendo a todos, te las vas a ver conmigo.
El aire en el dojo seguía cargado, casi sofocante. Mis puños estaban apretados y mi mandíbula tensa, mientras trataba de controlar el impulso de ir directamente hacia Eli y hacerle pagar por cada uno de sus comentarios. Mis pensamientos eran un caos, un torbellino que no podía detener. Sabía que si él decía una palabra más, perdería el control, y entonces la cosa se pondría realmente fea.
De pronto, sentí una mano cálida rodear la mía. Fue un toque firme, pero al mismo tiempo reconfortante.
—Robby... —dijo Tory en un susurro, jalándome suavemente hacia ella. Su tono tenía ese toque calmado, casi suplicante, que siempre lograba atravesar mi enojo, aunque no quisiera admitirlo.
Mi mirada seguía fija en Eli, pero cuando ella entrelazó sus dedos con los míos, no pude evitar girarme hacia ella. Sus ojos me buscaban con urgencia, casi pidiéndome que dejara todo eso atrás.
—Por favor —murmuró—. Ven conmigo.
No esperó a que respondiera. Su otra mano se posó en mi brazo, y comenzó a guiarme hacia un rincón más apartado del dojo. Sentí las miradas de algunos compañeros sobre nosotros, especialmente la de Eli, pero en ese momento, no me importó. Tory me sacó de la línea de fuego, llevándome a un espacio donde podríamos estar a solas, lejos del bullicio y las provocaciones.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté, aún con un tono tenso, mientras ella me empujaba suavemente contra la pared.
—Intentando calmarte antes de que hagas algo de lo que te arrepientas —respondió con firmeza, soltándome la mano para cruzar los brazos frente a mí. Sus ojos estaban llenos de determinación, pero también de algo más suave: preocupación.
Suspiré profundamente, pasando una mano por mi cabello. Todavía sentía la rabia ardiendo en mi pecho, pero el simple hecho de estar con ella ayudaba a disipar un poco esa tormenta interna.
—¿Se supone que me quede tranquilo después de lo que pasó? —dije finalmente, con la voz cargada de frustración.
Tory negó con la cabeza, como si ya hubiera esperado esa reacción. Dio un paso más cerca de mí, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo.
—No, no te estoy diciendo que ignores lo que pasó. Pero quiero que me escuches. —Su tono era suave, pero no dejaba lugar a discusiones. Me conocía lo suficiente como para saber que necesitaba decir las cosas directamente.
—¿Escucharte? ¿Sobre qué? ¿Sobre cómo Eli sigue metiéndose donde no lo llaman? —solté, sin poder contener mi molestia.
Ella suspiró, frustrada, y se llevó una mano al rostro antes de volver a mirarme.
—No fue lo que pareció, Robby. De verdad. Fue un accidente. Él empujó más fuerte de lo necesario, y yo... perdí el equilibrio. Eso es todo.
—Claro, porque Eli siempre hace las cosas "sin querer" —repliqué con sarcasmo, cruzándome de brazos. Mi mirada vagaba hacia el suelo, incapaz de enfrentarla directamente.
—Robby... mírame —dijo ella, dando un paso más cerca hasta que nuestras miradas se encontraron. Había algo en sus ojos, algo que siempre lograba desarmarme. Era como si pudiera ver directamente a través de mi fachada de enojo y tocar algo más profundo, algo que ni yo mismo entendía del todo.
—No es solo eso, Tory. Él siempre está... ¡Siempre tiene que ser así! Hace todo un espectáculo. Y tú... —Me detuve, sintiendo que las palabras se atoraban en mi garganta. No quería decirlo, pero al mismo tiempo, no podía evitarlo—. No me gusta cómo actúa contigo.
Tory parpadeó, claramente sorprendida por mi confesión. Pero en lugar de enfadarse o burlarse, dejó escapar una risa suave, casi incrédula.
—¿Estás enojado?
—No es eso —dije rápidamente, aunque mi tono no era muy convincente. Solté un suspiro, frotándome la nuca con una mano—. Bueno... tal vez un poco.
Ella sonrió, esa sonrisa suya que siempre lograba desarmarme, y levantó las manos para sostener mi rostro entre ellas. Sus dedos eran cálidos contra mi piel, y no pude evitar relajarme un poco bajo su toque.
—Robby, no tienes por qué sentirte así —dijo, su voz suave y llena de ternura—A mi no me gusta Eli. ¿De verdad crees que alguien como él podría siquiera compararse contigo?
Intenté mantener mi expresión seria, pero sus palabras lograron arrancarme una pequeña sonrisa. Quería decir algo sarcástico, algo que demostrara que aún estaba molesto, pero no pude. Ella me tenía completamente bajo su control en ese momento.
—Sé que me equivoqué —continuó Tory—. No quería que esto se volviera un problema. Estoy tratando de cambiar, de dejar atrás todas las cosas que hice antes, todo lo que fui. Y eso incluye no causar drama innecesario.
—No es drama innecesario cuando alguien como él... —intenté replicar, pero ella colocó un dedo sobre mis labios, silenciándome.
—Shhh, no. Escúchame. —Se inclinó un poco más cerca, hasta que nuestras frentes casi se tocaban. Su voz era apenas un susurro ahora, pero sus palabras eran claras como el agua—. No importa lo que pase en el dojo, ni lo que diga Eli, ni cualquier otra persona. Tú eres lo único que me importa.
Sentí mi corazón latir más lento, como si sus palabras lograran calmar el incendio dentro de mí. Antes de que pudiera responder, Tory se inclinó y me besó.
Fue un beso lento, dulce, pero lleno de una intensidad que hizo que mi enojo se evaporara por completo. Cerré los ojos y dejé que el momento me envolviera, sintiendo cómo todo el ruido del dojo se desvanecía a nuestro alrededor.
Cuando se apartó, sus ojos seguían fijos en los míos.
—Te amo, Robby Keene. Y no te cambiaría por nada ni por nadie —dijo con una sonrisa pequeña, pero genuina.
Sus palabras me golpearon de lleno, dejando un eco en mi mente. Todo el enojo que había sentido minutos antes se disipó, reemplazado por una calidez que solo ella podía darme.
—Yo también te amo, Tory. Solo... no puedo evitar preocuparme.
Ella acarició mi mejilla con una mano, su sonrisa volviéndose un poco más burlona.
—Y me encanta que te preocupes por mí. Pero tienes que confiar en que estoy contigo porque quiero estar contigo. Nadie más me interesa, ¿de acuerdo?
Tomé su mano y la apreté suavemente, asintiendo.
—Está bien. Lo siento por reaccionar así. Es solo que... tú significas mucho para mí.
—Y tú para mí —respondió ella, su tono lleno de cariño. Pero luego, su expresión cambió, y su sonrisa se volvió más juguetona—. Aunque... podrías intentar no asustar tanto a Demetri la próxima vez.
No pude evitar reír también, aunque fuera a regañadientes. Miré hacia donde estaba Demetri, quien fingía estar ocupado ajustándose el cinturón del gi, claramente tratando de evitar nuestra mirada.
No pude evitar soltar una risa, aunque fuera a regañadientes.
—Supongo que le debo una disculpa.
—Oh, sí. Definitivamente se la debes —bromeó Tory, entrelazando sus dedos con los míos nuevamente mientras me guiaba de regreso hacia donde estaban los demás.
Los senseis Johnny y Daniel nos dejaron solos en el dojo después de anunciar que iban a planificar la siguiente actividad. Se miraron entre ellos con algo que supongo era confianza en nuestra capacidad de no matarnos entre nosotros mientras tanto. Aunque, sinceramente, entre Eli y yo en la misma habitación, ese siempre era un riesgo latente.
Me quedé sentado en uno de los bancos mientras los demás comenzaban a moverse por el dojo. Tory, como siempre, encontró su lugar junto a mí, y al segundo ya tenía su mano recorriendo mi brazo con esas caricias lentas que siempre lograban desarmarme. Su sonrisa apareció pronto, esa que mezclaba dulzura y algo de picardía. La miré de reojo y no pude evitar sonreír también. Ella tenía ese efecto en mí, lograba calmar cualquier tormenta que estuviera en mi cabeza.
Del otro lado del dojo, Eli hablaba a toda velocidad sobre algo que no alcanzaba a escuchar. Miguel y Demetri parecían estar intentando seguirle el ritmo, aunque más por compromiso que por interés real. Eli tenía esa forma de monopolizar cualquier conversación en la que se encontraba.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Miguel, interrumpiendo finalmente el monólogo de Eli.
—Un partido de quemados —propuso Demetri, levantando las manos como si acabara de descubrir el fuego—. Es competitivo, es divertido, y lo mejor de todo, no necesitamos pelota oficial. ¡Podemos improvisar con un cinturón!
—¿Quemados? —repitió Sam desde el otro lado, arqueando una ceja mientras cruzaba los brazos—. ¿Qué somos, niños de primaria?
—¿Qué pasa, LaRusso? ¿Miedo de perder? —bromeó Miguel, devolviéndole una mirada divertida.
Sam le lanzó una sonrisa desafiante y se inclinó hacia adelante como si estuviera lista para atacar.
—¿Perder? Por favor. Voy a hacer que todos ustedes salgan volando de la cancha en menos de cinco minutos.
—Eso quiero verlo —intervino Eli, cruzando los brazos y sonriendo con arrogancia—. Porque, hasta donde sé, soy invencible.
—Invencible para molestar, seguro —murmuró Demetri, ganándose unas risas ahogadas de los demás.
—¡Basta de charla! —gritó Miguel, poniéndose de pie como si fuera el árbitro designado—. ¡Vamos a jugar!
No pasó mucho tiempo antes de que los equipos comenzaran a formarse. Pero, como era de esperarse, Eli quiso asegurarse de que Tory estuviera en su equipo.
—Yo digo que Tory está conmigo —dijo rápidamente, levantando la mano como si eso sellara el trato. Su tono era tan descarado que me dieron ganas de contestarle algo, pero me contuve.
Tory me miró, buscando mi aprobación.
—¿Está bien si juego con ellos? —preguntó en voz baja, inclinándose hacia mí.
Podía sentir la tensión que había en el aire. Si decía que no, seguramente sería el malo de la historia, pero si decía que sí, tendría que verla pasar tiempo con Eli, que no podía evitar irritarme cada vez que abría la boca.
—Claro que sí —dije, haciendo un esfuerzo por sonar despreocupado—. Diviértete.
Ella me dedicó esa sonrisa cálida que siempre lograba desarmarme y se inclinó para darme un beso rápido en los labios.
—Eres el mejor, ¿sabías? —susurró antes de levantarse y unirse al equipo contrario.
Los equipos quedaron así:
• Equipo "Buenos": Sam, Demetri, Anthony y yo.
• Equipo "Malos": Eli, Tory, Miguel y Kenny.
—Esto será como los viejos tiempos —dijo Sam, ajustándose la coleta con una expresión confiada—. ¿Listos para patear traseros?
—Creo que te refieres a esquivar balones —corrigió Demetri, claramente nervioso—. Pero sí, estoy... eh... listo. Supongo.
Anthony, que hasta ese momento había estado revisando su celular, levantó la vista.
—¿Cómo se juega esto otra vez?
Suspiré, sabiendo que tenerlo en el equipo no sería precisamente una ventaja. Pero al menos Sam estaba más que lista para compensar cualquier cosa.
El partido comienza
Eli tomó el cinturón que íbamos a usar como pelota y lo lanzó con toda su fuerza hacia nuestro lado. Sam fue la primera en esquivarlo con facilidad, sonriendo triunfante.
—¿Eso es todo lo que tienes, Halcón? —gritó, burlándose.
—¡Cuidado, Sam! —le advertí al ver a Miguel preparándose para lanzar desde su posición.
Sam giró justo a tiempo, esquivando el golpe con un movimiento ágil.
—Necesitarán algo más que eso para sacarme —se burló, levantando las cejas.
Por mi parte, estaba ocupado esquivando los intentos de Kenny, que parecía disfrutar lanzando con toda su fuerza.
—¡Robby, atrás! —gritó Demetri de repente, señalando un lanzamiento de Tory que estuvo peligrosamente cerca de mi cara.
Me giré justo a tiempo para evitar el golpe, y cuando levanté la mirada, Tory estaba mirándome desde el otro lado de la cancha, sonriendo con picardía.
—Buen reflejo, Keene —dijo, haciendo un gesto de aprobación.
—¿Estás animándolo? —preguntó Eli, girándose hacia ella con una expresión exageradamente indignada.
—Solo porque lo está haciendo bien —respondió Tory, encogiéndose de hombros.
El partido continuó con gritos, risas y constantes bromas entre los equipos. Sam estaba en su elemento, esquivando y lanzando con una precisión que nadie esperaba. Mientras tanto, Demetri gritaba cada vez que tenía el balón en sus manos, y Anthony... bueno, Anthony trataba de no ser el primero en salir. Tory estaba en el otro extremo de la cancha, riendo mientras esquivaba otro intento de Sam. No podía evitar seguirla con la mirada. Tenía esa forma de moverse, segura y confiada, que hacía que todo alrededor pareciera detenerse. Pero mi atención se desvió cuando vi a Eli acercarse a ella.
—Hey, tienes algo aquí —dijo Eli, señalando su mejilla.
Tory frunció el ceño, claramente confundida.
—¿Dónde? —preguntó, llevando su mano al lugar.
Eli sonrió, y antes de que ella pudiera reaccionar, deslizó sus dedos por la mejilla de Tory con una suavidad que hizo que mi sangre comenzara a hervir.
—Ahí estaba —respondió, casi con diversión.
Tory pareció tomarlo como una broma, riéndose mientras se apartaba un poco. Pero yo no me reí. Eli siempre sabía exactamente cómo provocarme, y esto no era una excepción.
Sin pensarlo mucho, mis manos buscaron el balón más cercano. Anthony lo tenía en sus manos, distraído, como si realmente no entendiera el propósito del juego.
—Dámelo —dije, casi arrancándoselo.
Anthony apenas tuvo tiempo de protestar antes de que me girara hacia Eli.
Mi único pensamiento en ese momento fue "apuntar bien". Con toda la fuerza que tenía, lancé el balón hacia Eli. Pero, como suele pasar cuando estás demasiado furioso para pensar con claridad, mi puntería dejó mucho que desear.
Eli se movió justo a tiempo, y el balón impactó directamente en Tory.
El sonido del golpe fue mucho más fuerte de lo que esperaba. Tory soltó un grito ahogado y llevó ambas manos a su cara.
—¡Mierda! —exclamó, retrocediendo mientras gotas de sangre comenzaban a salir de su nariz.
Por un segundo, nadie se movió. El silencio en el dojo era abrumador. Entonces, como si alguien hubiera presionado un interruptor, todo explotó en caos.
—¡Tory! —gritó Sam, dejando el balón en el suelo y corriendo hacia ella.
Anthony, que hasta entonces parecía completamente desconectado del juego, reaccionó siguiendo a Sam hacia la parte trasera del dojo.
—¡Voy por papel! —dijo, casi tropezando mientras salía corriendo.
Yo... simplemente me quedé allí. Quieto. Mis ojos seguían a Tory mientras ella bajaba las manos lentamente, revelando la sangre que ahora cubría sus dedos.
—¡¿Qué te pasa, imbecil?! —gritó Eli, cruzando la cancha hacia mí con una furia que rara vez había visto en él.
—Yo... —comencé, pero las palabras murieron en mi garganta. ¿Qué podía decir? No había excusa para lo que había hecho.
—¿Qué? ¿Te pareció divertido? —continuó Eli, parándose frente a mí. Su tono era cortante, su mirada acusadora—. ¿O simplemente no puedes manejar que alguien le preste atención a Tory que no seas tú?
Mi mandíbula se tensó, pero no respondí. Sabía que cualquier cosa que dijera solo empeoraría las cosas.
Mientras tanto, Tory había cruzado la cancha por su cuenta, aunque claramente estaba adolorida. Miguel y Demetri se apresuraron a ayudarla a sentarse en uno de los bancos.
—¿Estás bien? —preguntó Miguel, agachándose para mirarla de cerca.
Tory asintió, aunque su expresión era una mezcla de dolor y enojo.
—Estoy bien —respondió, pero su tono era más frío de lo que esperaba—.
Demetri, que sostenía una botella de agua, retrocedió un paso con torpeza.
—Ten.
Eli me miró una última vez, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo que acababa de pasar, y luego se unió a los otros en el banco.
Yo seguía ahí, inmóvil, viendo cómo Sam y Anthony regresaban con papel higiénico. Sam se inclinó hacia Tory, limpiándole la sangre con movimientos cuidadosos.
—¿Quieres hielo? —preguntó Sam, su tono más amable de lo que esperaba.
—No, gracias —respondió Tory, sin mirarme en ningún momento.
El peso de lo que había hecho finalmente cayó sobre mí. Había intentado lastimar a Eli porque estaba celoso. Porque, en el fondo, sabía que tenía razón. No soportaba la idea de que alguien más estuviera cerca de Tory de esa forma. Pero, en lugar de Eli, había lastimado a la persona que menos quería lastimar.
Me quedé un momento más mirando desde lejos cómo Sam seguía limpiándole la sangre a Tory, mientras Miguel y Demetri le hablaban en voz baja, probablemente tratando de animarla. Pero mi atención estaba fija en Eli, que se había quedado cerca, observándola con una mezcla de preocupación y algo más que no podía soportar. Sabía que tenía que hacer algo. No podía dejarlo así.
Tomé aire y comencé a caminar hacia ellos. Cada paso se sentía como una eternidad. Cuando llegué, todos levantaron la mirada al mismo tiempo.
—¿Qué quieres ahora, Keene? —preguntó Eli, cruzándose de brazos. Su tono era tan ácido como siempre.
Lo ignoré.
—Tory, quiero hablar contigo —dije, mirándola directamente.
Tory levantó una ceja, claramente sorprendida.
—¿Ah, sí? ¿Y qué quieres decirme? ¿Que ahora me vas a lanzar otra pelota?
Miguel soltó una risita, pero se la guardó rápidamente al notar mi expresión seria. Eli, en cambio, dio un paso adelante, interponiéndose entre Tory y yo.
—Creo que ya dijiste suficiente con ese balonazo —espetó Eli—. Si quieres disculparte, espera tu turno.
Lo miré, tratando de mantener la calma.
—Eli, por favor, necesito hablar con ella. Solo... dame un minuto.
Eli me lanzó una mirada burlona, como si estuviera evaluando si merecía siquiera esa oportunidad.
—No lo creo, Keene. Creo que aquí ya se decidió que Tory está mejor sin ti cerca.
Antes de que pudiera responder, Tory levantó una mano, deteniendo el intercambio.
—Basta. Los dos.
Su tono era firme, y todos se quedaron en silencio. Tory miró a cada uno de los presentes antes de finalmente volver a mí.
—Quiero que todos se vayan. Excepto Robby.
Hubo un momento de pausa incómoda. Eli abrió la boca para protestar, pero Tory lo interrumpió con una mirada que no dejaba lugar a discusión.
—¿No escucharon? —añadió, cruzándose de brazos—. Váyanse. Ahora.
Miguel y Demetri se levantaron sin decir nada, recogiendo las cosas de la banca. Sam, que parecía dudar, finalmente asintió y se fue detrás de ellos. Eli fue el último en moverse, claramente molesto.
—Si te hace algo estúpido, me llamas —le dijo a Tory antes de girarse hacia mí—. Y tú... ni una palabra más de las necesarias.
Cuando finalmente nos quedamos solos, me senté al lado de Tory, aunque sentía que el aire pesaba entre nosotros. Ella no me miraba directamente; en su lugar, estaba jugueteando con una botella de agua que Miguel había dejado.
—Lo siento —dije, casi en un susurro.
Tory levantó la vista lentamente, sus ojos fijos en los míos. Pero no dijo nada, así que continué hablando.
—Lo siento muchísimo. No tenía intención de... bueno, de lastimarte. Fue un accidente, y... —me detuve, porque sabía que no tenía excusa—. Soy un idiota, ¿si? Y mi puntería apesta.
Ella arqueó una ceja, pero seguía en silencio, lo que solo me ponía más nervioso.
—No sé qué me pasó —admití, sintiéndome más pequeño con cada palabra—. Vi a Eli... y me puse celoso. No puedo evitarlo, Tory. No soporto la idea de que alguien más esté cerca de ti de esa forma.
Finalmente, Tory dejó la botella en el suelo y me miró directamente, con una expresión que no podía descifrar.
—¿Ya terminaste? —preguntó, su tono seco.
—No —dije rápidamente, levantando las manos como si estuviera rogando—. Lo siento, lo siento, lo siento. Lo siento en todos los idiomas que existen. ¿Quieres que me disculpe en chino? Porque puedo intentarlo.
—¿En serio? —preguntó, cruzándose de brazos.
—Eh... creo que es "对不起." ¿Eso sirve?
Por primera vez desde el incidente, vi una pequeña sonrisa asomarse en su rostro. Pero tan rápido como apareció, desapareció de nuevo.
—Sos un desastre.
—Lo sé —admití, inclinándome hacia adelante—. Pero soy un desastre que te quiere.
El silencio que siguió me hizo pensar que había metido la pata otra vez. Pero entonces Tory soltó una risa, suave al principio, y luego más fuerte.
—Sos un idiota —dijo finalmente, sacudiendo la cabeza.
—Sí, eso también lo sé.
Antes de que pudiera agregar algo más, Tory se inclinó hacia mí, cerrando el espacio entre nosotros. Sus labios rozaron los míos en un beso que me tomó completamente por sorpresa, pero que no dudé en devolver.
Cuando se apartó, me miró con una mezcla de diversión y ternura que no esperaba.
—Tu puntería es horrible —dijo, dándome un ligero empujón en el hombro—. Pero igual te quiero. A pesar de que casi me rompes la nariz.
Sonreí, aliviado de que al menos me estaba perdonando.
—¿Entonces estamos bien?
—Por ahora —respondió, levantándose del banco con cuidado—. Pero si vuelves a hacer algo así, no me va a temblar el pulso para devolverte el golpe.
—Entendido —dije, poniéndome de pie también.
Mientras la seguía hacia la salida del dojo, una sonrisa se extendió por mi rostro. Había cometido errores, sí, pero Tory me había dado otra oportunidad.
En el fondo, sabía que esta no sería la última vez que Eli intentaría interponerse entre nosotros, ni que mis celos jugarían en mi contra. Pero no importaba. Porque al final del día, había algo que estaba claro:
La chica era mía.
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