10 Años Después

El tiempo pasó, y España, el padre de México, encontró el amor de nuevo con Francia, una hermosa y amable mujer con un hijo tan solo dos años mayor que su hija.

En cuanto a México...

–Hey Mexi! How do you woke up? (¡Ey, Mexi! ¿Cómo amaneciste?)– entró Canadá, su hermanastro, a la habitación.

–¿Y a ti que te importa? – soltó México seguido de un bostezo.

Cuando España y Francia se unieron, la del águila no estuvo para nada feliz, hasta se negó a ser dama de honor en la boda. A su diferencia, Canadá estuvo más que emocionado por que su madre se enamorara de nuevo, y sobre todo con un hombre tan gentil como España, con el cual se llevo al instante, en cambio, México ni siquiera intentó agradarle a Francia, no la quería en su vida, y eso no iba a cambiarlo nadie.

–Dad sent me to call you for breakfast (Papá me mandó a llamarte para desayunar)– dijo Canadá.

–Él no es tu padre, es el mío, idiota– respondió con enojo.

–My stepfather (Mi padrastro)– corrigió el chico.

México giró los ojos y llevó su mirada hacia la ventana de su habitación –¿Cuándo irás a ver a tu papá? – le preguntó.

–I'm leaving in two hours (Me voy en dos horas)– respondió él – Don't you want to do something fun before I go? (¿No quieres hacer algo divertido antes de que me vaya?) – le sonrió.

–No–.

–Won't you go down to breakfast? (¿No bajarás a desayunar?) –.

No fue necesaria más que una mirada de la chica para que el chico saliera de su cuarto.

La adolescente moría de hambre, pero no quería desayunar con el traidor de su padre y la insufrible de su madrastra.

Al cabo de un rato, decidió que morir de hambre no era la mejor opción y que podía simplemente bajar y subir de nuevo; se dirigió a su closet para cambiarse, aunque le hubiera encantado quedarse en pijama todo el día, su padre no se lo hubiera permitido.

Cuando acabó, bajó a la cocina.

–Bueno días– saludó a su padre.

–Buenos días– le sonrió España.

–Bonjour (Buenos días)– habló Francia.

–Disculpa, no te hablé a ti– la miró México.

–México, no le hables así a tu madre– la regañó España.

–¡Ella no es mi madre! – gritó.

Corrió de vuelta a su habitación para quedarse ahí encerrada el resto del día, extrañaba a su madre y a Maya más que a nadie en el mundo entero; no le agradaba nada que su padre las haya reemplazado tan fácilmente con Francia y Canadá; escondió su cara en la almohada para luego empaparla de lágrimas, ya no quería sentirse así, ya no quería sufrir. Sabía que lo mejor sería avanzar, ya habían pasado diez años, pero ¿Cómo olvidar? ¿Cómo superar? ¿Cómo ignorar que ya nunca iban a volver? Esto la destrozaba y la hacía pensar si de verdad valía la pena seguir viviendo, por que ¿Qué caso tiene vivir si ya no serás feliz? ¿Por qué seguir si ya no puedes amar? ¿Por qué no morir y creer que todo fue un mal sueño? Claro, todo esto depende de como veas la muerte, puedes creer en el paraíso y en el infierno, ángeles y demonios, o bien, en los fantasmas y espíritus; México apoyaba la idea de los siete infiernos de Dante, también creía en el paraíso, no tanto por la religión, si no por que era lo que más le agradaba.

Tal vez, el error estuvo en no llevarla a un psicólogo, este pudo haberla ayudado y ahora no sería retraída y tendría más amigos, o al menos un amigo.

Canadá volvió a las ocho cuarenta y cinco de la noche, pasó a ver a México, pero, como de costumbre, esta lo ignoró.

Después de un rato, decidió dormir, se recostó y deseó, como todas las noches, que Maya y su madre llegaran a despertarla y su vida recobrara sentido.

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