"6"
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
"Money is the reason we exist
Everybody knows it, it's a fact (kiss, kiss)"
▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂▂
La música bien podría ufanarse de ser lo sobresaliente en esta fiesta del asco. Por encima del pútrido olor a marihuana, cigarrillo y licor, mezcla caótica y repulsiva que prometió asfixiarme si pasaba la siguiente hora dentro de ese infierno.
El asco producido por la consistencia aberrante de los aromas encerrados en la casa me ha cerrado el estómago, una cerveza fue lo único que pude beber después de presenciar como Lorena desechaba las vísceras al piso, resultado de saltar por toda la pista, porque según ella, esa es su forma de bailar.
No me puedo vanagloriar con ser experta en la pista de baile, pero eso que vi sí que merecía uno de los exorcismos que tanto ofrece.
Tomo a Lulú rozando ese punto de borrachera en el que apenas puede mantenerse de pie y nos arrastro a la entrada, lejos del desorden y el bullicio. Acabamos sentadas en el mueble dentro del pórtico de la casa, alumbradas por un tenue bombillo y la intensa luz de la luna llena, en compañía de Eros que ya se hallaba ocupando un puesto, consumiendo su dosis de nicotina por hora en santa paz.
—¿Cómo se dice púrpura es mi color favorito?
Lulú ha mantenido a Eros traduciendo frases para ella al alemán la última media hora, le divierte escucharlo hablar su idioma. A mí, por otro lado, me pasa otra cosa. Al principio lo hacía sin chistar, porque, ¿quién se resiste a la mirada de cachorro asustado de Lulú? Ni el mismísimo Eros Tiedemann, que ha demostrado, con creces, ser tan frio como el invierno en su tierra, pero ya frunce la boca, aburrido y temo que le conteste descortés.
—¿Cómo se dice no soy el puto google traductor en portugués?—devuelve, apretando los labios en una fina línea.
Lulú no puede mantener el cuello erguido, se carcajea y baja la cabeza, descansando la mejilla en mi hombro. Al menos ya dejo de beber, Hera, por otro lado...
—No lo sé, pregúntame cuando todo deje de girar.
Eros revira los ojos y clava la mirada al frente a la vez que Lulú cierra los suyos, dormitando sobre mí. Eso nos deja a los dos bien despiertos, sin ningún tema que tratar y con una tensión ondeando en el aire tan molesta que la idea de hacerme la dormida junto a Lulú me parece la más viable en este momento.
Sin embargo, Eros se aclara la garganta y no soy consciente de lo que hago si no hasta que volteo a verlo y la piel se me eriza al notar que él ya tiene sus pupilas fijas en mí.
—¿Harás el servicio con Andrea?
Me repito una que tengo que actuar como una persona normal, que no se me ocurra bajar la mirada. No obstante, soy derrotada por la ferocidad que sus ojos evidencian sobre los míos y, con remordimiento y vergüenza por mi carencia de voluntad, muevo la cabeza de regreso al frente, con el cuidado de no perturbar la tranquilidad de Lulú.
—Eso creo, ¿te lo dijo Hera?—la respuesta es obvia, pero no sé que mas decir. ¿Le molestara que sea así? Probablemente sí.
—No—niega, acercando la llama del encendedor al cigarrillo—. Andrea lo hizo.
Cuento su tercer cigarro.
—Oh—musito—. ¿Ella es agradable?
Eros se aparta el cigarro de la boca, una arruga naciéndole en medio de las cejas.
—¿Ella?—inquiere, articulando una risa seca—. Andrea es viejo con el estómago de una mujer a un susto de dar a luz.
Regreso la mirada a él ipso facto, esperando encontrar la burla estampada en su rostro, pero no, se mantiene sereno, despidiendo el humo dirección contraria a nosotras.
—¿Hablas en serio?—exclamo la pregunta, soltando un par de carcajadas que logran remover a Lulú de mi hombro. Ella en su inconsciencia, acomoda la cabeza en mi regazo, pateando los muslos de Eros en busca de una posición cómoda. Al chico de ligeros rizos dorados no le queda más que subir las piernas de la chica sobre las suyas, soltando otra bocanada de humo espeso—. Pero si Andrea es nombre de chica.
O qué sé yo, es un simple nombre.
—No en Italia—proclama, curvando hacia arriba las comisuras de sus labios rosáceos. Creo que es la primera sonrisa genuina y real que le he visto. La primera que muestra conversando conmigo, por lo menos—. Respondiendo a tu pregunta, sí, Andrea es buen tipo, fácil de tratar si no eres yo.
No preguntes, no preguntes...
—¿Por qué?
Mueve la cabeza de soslayo, la duda de si contestar o no bailando en su mirada lustrosa. Pasea la mirada del cigarro a mí y luego de vuelta al cigarro. Siempre que me permito contemplarlo, mis ojos se detienen más tiempo de lo apropiado en sus pestañas, hay días que parece que las lleva untadas de rímel, enalteciendo el azul cielo que descansa en su iris que no parecen tener fin.
—Los caballeros no tenemos memoria.
Por poco vomito las carcajadas que en un parpadeo se me acumulan en la garganta.
—Qué bueno que no eres uno, puedes hablar con confianza.
Niega, sosteniendo la sonrisa. Creo que no lo he visto sonreír por tanto tiempo seguido y que lo haga charlando conmigo, me da una especie de aire refrescante que estoy segura, se refleja en mi rostro.
Quiero dejar de mirarlo, de reír, pero no puedo. Si continúo así, se me van a entumecer las mejillas.
—¿Por qué no se lo preguntas a él? Su pasatiempo favorito es despotricar en mi contra.
—Sus razones tendrá, seguro—contesto, una pizca diversión inundando mi voz.
Profiere una risa leve, presionando lo que resta del cigarro contra el piso, con el cuidado de no mover el cuerpo inerte de Lulú. El bullicio dentro de la casa se encarga de rellenar la falta de comunicación, que no calificaría incómoda, pero esto, hablar sin ironías ni dobles intenciones—a mi entender—es agradable.
Ajusto el abrigo bajo mis caderas, subo de sopetón la cremallera hasta que cubrirme el mentón, el viento helado me eriza los vellos de la nuca. Eso, y el perfume de ligero aroma a cítrico con un aditivo más sedoso, lavanda, quizá, del chico a mi costado.
El pensamiento de apretar la nariz en su cuello solo para tener más del exquisito y singular aroma me cruza la cabeza y el tonto temor de que pueda leerme la mente me calienta las mejillas esperando que se ría de mí y mi estupidez.
—Hera no me ha reclamado de la indiscreción del baño, ¿no se lo has contado?—cuestiona de la nada, deteniéndome todo el funcionamiento del cuerpo.
Siento un fuerte tirón en el pecho. Tantos temas que pudo tratar y saca a relucir lo último que quería recordar. Ciertamente escuchar mi nombre en un susurro con pretensiones clandestinas, mientras surfeaba la cresta de una eyaculación, me otorgó una tremenda sensación de satisfacción, una ardiente complacencia con un ciclo de vida tan corto que su recuerdo me resulta exiguo.
Pudo tenerme en su mente, apoderada de sus deseos, pero a quién tenía sobre el lavamanos empotrada contra el espejo, era a Mandy, no a mí.
El fogonazo de la envidia me calienta el pecho. ¿Por qué no hace más que soltarme comentarios ridículos? ¿Por qué no viene a mí? Tengo la teoría de que se abstiene por respeto a su hermana, es posible que Hera le haya mencionado algo, su historia con una amiga en Alemania y Eros, no terminó bien.
Pero Eros no parece ser del tipo de chicos que eso podría detenerle.
La segunda es que teme que le voltee el rostro de otro bofetón, pero por el brillo de su mirada esa madruga cuando quiso pasarse de listo, diría que ese gesto erróneo le fascinó.
Me froto la sien, mirando al lado opuesto de su cara. Desperdicio demasiado tiempo pensando en algo que seguro duraría media hora en una cama y luego todo estaría como si nada.
—No es mi problema—me limito a contestar.
Le escucho resoplar, volteo a verle, doy con una sonrisa suspicaz que me amansa los latidos del corazón.
—¿No es tu problema, Sol?
Dice mi nombre y el recuerdo del susurro casi olvidado regresa con fuerza y se graba en mi mente.
—No, no es mi culpa que fantasees conmigo mientras te coges a otra—resoplo una risa, volviendo la vista al cielo, al esplendor de la luna.
Le percibo escudriñar mi semblante unos segundos, contengo la necesidad de remojarme los labios solo porque no quiero moverme, menos cuando su vistazo choca con ellos apurando el pálpito dentro de mi caja torácica.
—¿Prefieres que te lo diga directamente a ti?
Bueno, ahí está, lo que esperaba desde antes de oír el susurro... pero las agallas se me acumulan en los pies.
—No lo sé, pregúntame cuando no esté borracha.
Mantiene a raya la carcajada.
—Sol, tú no estás borracha—me recrimina, clavo los ojos en él con cierta altanería.
—¿Tú qué sabes? ¿Me conoces más que yo?
De mirarme pasa a acecharme, una promesa inscrita en sus bonitos e intimidantes ojos azules.
—Si me lo permites, podría aprenderte en una lección.
—¿Una lección?—me cuesta contener la sonrisa—. Nadie es tan simple, Eros, y yo no soy la excepción—adelantándome a su comentario y aprovechando la soledad, lanzo el surgimiento de una duda que me carcome desde hace días—. —¿Por qué dijiste que ya me habías visto el día que nos conocimos?
Parece realmente sorprendido por mi cuestionamiento. Vacila, precaución tintándole la mirada. Levanta la mirada de mí, al cielo y termina de regreso a mi rostro. Retuerce la punta de su nariz graciosamente.
—Hera llevo fotos de ustedes cuando fue de visita...—se corta de inmediato, prohibiéndose de soltar algo más. Eso acrecienta la curiosidad—. A casa.
A casa. No suena convincente, para nada. Las teorías que me creé aquella tarde frente al computador, siguen frescas y sin resolución.
—No lo dijiste por Lulú y seguro había más fotos suyas que mías.
Eros chasquea la lengua, negando con indiferencia.
—Lulú no llamó mi atención.
Si estuviese bebiendo algo, se lo habría escupido a la cara. Mi corazón latiendo agresivo como un tambor dentro de su cavidad.
Antes de que pueda añadir otra cosa más, le muestro la pantalla rota de mi viejo celular.
—Casi las cuatro de la mañana, me pasé por dos horas, mi hermano me va a castigar por lo que me queda de vida.
Martín debe estar rendido en brazos de Maddie, su novia, pero siempre que el tiempo se me agota y me paso del toque de queda y llego a casa, parece que su sexto sentido se activa, porque no alcanzo mi habitación cuando escucho el inicio de la reprimenda.
Todo, por evitarme las náuseas y mareos que me provoca subir por las escaleras de emergencia que dan directo a mi ventana. No, prefiero mil veces el regaño.
—¿Quieres que hable con él y me eche la culpa?—ofrece Eros, todo rastro de sangre desaparece de mi rostro.
—Haces eso y me castiga en la muerte también.
Asiente, acatando mi negativa.
—Bien, iré por Hera—contesto en un murmuro. Extrae una especie de llavero del bolsillo, lo extiende hacia mí, apuntando a la g wagon con un gesto de la cabeza—. Abre la puerta trasera, dudo que pueda mantenerse de pie.
No supe de que hablaba hasta que tomó a Lulú en brazos. Repite el gesto de la cabeza y me apresuro andar.
Camino delante de él percibiendo el ardor de su mirada en mi espalda. Cerca de la camioneta, presiono el botón que me indica Eros, abro la puerta y me hago a un lado, observando cautelosa como acuesta con suavidad a Lulú encima de los asientos de cuero. Ella tirita de frío, todavía sin despertarse, por lo que Eros se quita el abrigo que viste y se lo echa encima, sin preocuparse en si la prenda le cubre lo suficiente.
—El otoño llegó hace tres días, ¿por qué demonios salen de casa sin abrigo?—masculla con rudeza, cerrando de un portazo frente a mi nariz.
—Si lo hizo.
—¿Dónde está?
—En el auto de Hunter.
Me queda mirando con una grosería atrapada en los ojos, parece que esta conteniéndose de exclamar un hilo de improperios.
—Hunter, Hunter, Hunter...—repite con lentitud, apretando la mandíbula. Oscila su mirada de mí, a la fiesta que continúa en su apogeo—. ¿No conoces otro nombre?
Necesito más de toda la paciencia del mundo para aguantar sus cambios de actitud cada dos por tres. Eros abre la puerta de copiloto para mí, titubeo en si subir o no, pero la mirada aprensiva que recibo termina por empujarme al asiento.
—Tu preguntaste, yo respondí—introduzco las manos en los bolsillos del pantalón, confirmando que el celular y llaves sigan ahí—. No comprendo porque Hunter te desagrada, no te ha hecho nada
y siempre pasas de él, podrían ser buenos amigos si te sacas la vara del trasero, ¿sabes? Incluso podrían compartir cigarrillos.
Me dedica una mirada de desconcierto.
—Nunca te enteras de nada, ¿no es así?—reprocha, pasando una mano delante de mí, pescando el cinturón de seguridad.
—Sigo sin entender—increpo, pegando la espalda en el asiento, alejándome todo lo que el espaldar me permita.
Mi corazón bombea con intensidad cuando se inclina a abrocharlo. Soy tentada por un rizo rebelde que resalta entre el rimero que yacen sin orden alguno en la cima de su cabeza y, justo cuando estoy a nada de levantar la mano hacia él, Eros se aparta y la emoción instantánea se disipa con el viento de la madrugada.
—Presta atención—concreta con la voz pastosa. Retrocede dos pasos, sin quitarme los ojos de encima—. Los detalles ínfimos descifran enigmas.
—¿Eso qué significa?
—Presta atención—repite, y un destello travieso le cruza las pupilas.
Impulsa la puerta para cerrarla, pero antes de que lo haga, la detengo a medio camino. Tengo una última pregunta que hacerle, luego prestaré atención.
—¿Esto es una especie de tregua?
Necesito saber en orden para entender. Sonríe a media, su mirada cerúlea resplandeciendo bajo la luz de la luna.
—Tregua no, un comienzo.
Esa respuesta me deja en un limbo repleto de dudas sobre dudas. ¿Comienzo de qué? ¿Una linda amistad? ¿Una batalla campal? ¿Por qué me emociona? ¿Y por qué me mira de esa forma tan extraña?
Abro la boca para reclamar una respuesta que si tenga sentido, no obstante, me cierra la puerta en la cara, apresándome en la comodidad tibia del auto, el encantador aroma que ha dejado impregnado dentro y el montón de interrogantes revoloteando en mi mente.
~
—Ten—Eros, adueñado del puesto de Hunter, desliza una carpeta negra hacia mí—. Uno para ti, otro para Whitman, verifica que tus datos sean los correctos.
Abro el folio y doy un rápido un vistazo en compañía de la mirada curiosa de Hera, se ha puesto de rodillas sobre el asiento a mi espalda para leer el documento desde un ángulo más apropiado.
Paseo la vista por toda la hoja, reviso mi nombre, cumpleaños y número de identificación estén en orden. Me topo un par de veces el nombre Andrea Petricelli y Tiedemann, una punzada de extrañeza me atraviesa al leer el último, por lo que empiezo a leer todo desde la primera línea para saber de qué va eso, pero la voz de Hera me detiene.
—En área de trabajo tiene que ir el bufete de Andrea, no la compañía—ella levanta la hoja para leer más de cerca y me da un empujoncito amistoso con el hombro—. No te preocupes, lo solucionamos esta misma tarde.
—Es correcto—asevera Eros, moviendo el brazo que descansa entre nuestros asientos al espaldar del mío—. Andrea trabaja en la compañía en las mañanas, las tardes en el bufete.
—¿Y por qué no simplemente cambias el horario?—cuestiona incrédula, devolviendo el papel a la carpeta.
Eros esboza una sonrisa confidente, casi parece que lo han atrapado en medio de una acción ilegal.
—Saldrá con mejor currículo de la compañía que del bufete al que pretendes enviarla.
—Eros, Sol estudiará Leyes, no balística—gruñe Hera.
—¿Y donde crees que estará?─replica emulando su tono de voz—. Lo pasará en gerencia legal, no en producción.
Mientras ellos discuten sobre donde debería pasar mis viernes, releo una y otra vez el nombre de la compañía. Ese Armory me produce escalofríos.
—Sol—levanto la vista del papel a la mirada inquieta de Hera—. ¿Te gustan las armas?
—Me gustan los batidos de vainilla—la respuesta vuela fuera de mis labios tras una carcajada nerviosa—. Pero está bien, no voy a pasar las mañanas disparando, ¿verdad?
Suena como una súplica. Un grupo de compañeros pasa y nos saluda, cuando se hallan lejos de nosotros, Eros es quien me contesta.
—No, te la pasarás metida en una oficina con el par de seres más aburridos que te puedas imaginar.
La mano de Hera vuela al hombro de su hermano, un golpe que por la sonrisa de él, le duele más a ella.
—Entonces está bien, estoy agradecida—digo, pegando la carpeta a mi torso con afecto—. Muchas gracias.
Con el vistazo de la sonrisa de Hera y la afirmación de Eros, guardo el documento en la mochila cuidando que no se doble o arrugue. Tan consiente que en mi viejo bolso sin forma eso será imposible, como lo cerca que está la mano de Eros de mi antebrazo.
Acabo dejando la hoja adentro a la buena de Dios, solo porque el deseo de pasar la piel por sus dedos se torna casi insoportable y no puedo lucir tan desesperada, me lo prohíbo.
—Ya verás que con Andrea te la pasaras genial—me calma Hera, seguro ha visto la ansiedad cobrando vida en mi rostro—. Además, Eros estará allí, tendrás una cara conocida cerca.
Ay no.
Deslizo la mirada hacia él, su mirada perspicaz acompañada de una sonrisa que se nota que aparte de promete cosas que no debería pronunciar con cierto público presente, las cumple. Todas.
Carraspeo, liberando la creciente tensión que experimento en mi vientre bajo.
—¿Que harás? ¿Servir café?
—Gerencia—responde desbordando confianza. Aproxima su rostro al mío, sus labios quedando demasiado cerca de mi oreja, y bajo la mirada asqueada de Hera, susurra: —. Podríamos ser un equipo, lo haríamos de maravilla, ¿no te parece?
Si sigue acercándose así, sufriré un maldito paro cardíaco.
—No, claro que no.
Expande esa sonrisa turbulenta para mi organismo, entreabre los labios para contestar, pero un carraspeo detrás de mí lo detiene.
Hunter y Lulú han llegado. Ella besa mi mejilla, la de Hera y saluda a Eros con un gesto de la mano antes de tomar asiento junto a la rubia.
Hunter. Hunter es otra historia.
Observa el asiento a mi lado con una ceja curva y una mueca de enojo en los labios. Espera paciente a que Eros se levante o al menos le diga algo, sin embargo, el rubio está demasiado ocupado puliendo el cristal del suntuoso reloj engalanando su muñeca.
—Este es mi puesto—reclama Hunter. Eros levanta el rostro, por fin, ojeando a mi amigo como si se tratara de la peor escoria que ha pisado el planeta. Hunter traga en seco, retrocediendo un paso—. Está bien, puedes quedártelo por hoy. No me molesta sentarme junto a Lorena.
Pero Lorena tiene otros planes.
—Apártate de mi vista—expresa ella, obstaculizando el paso de Hunter al asiento contiguo al suyo.
Hunter lleva una mano al pecho, simulando una puñalada de dolor. Lorena rueda los ojos, más no se aparta.
—Te ves preciosa te ves negándome el paso, linda—dice Hunter como si tarareara una canción—. Pero, ¿qué pasó con nuestro candente baile del sábado? ¿Ya se te olvidó?
Lorena lo aniquila con la mirada. Sus mejillas se atiborran de color, parece que está a un suspiro de descargar toda su ira contra Hunter, evitando otra discusión, lo halo de la camisa y le señalo el puesto vacío que queda al lado de Donna, una chica morena que habla tan poco que empiezo a creer se ha vuelto muda. Es raro verla por aquí, acostumbra a faltar a clases.
—Esto jamás se me olvidará, Lorena—reclama Hunter, dirigiéndose al puesto vacío. Donna sí que lo recibe sin quejas.
McCleym entra a clases apresurado. Deja sus cosas sobre el escritorio y camina al centro del aula refregándose las manos entre sí.
—Esto será rápido, espero—anuncia, ajustándose los lentes—. Les traje una serie de preguntas referentes a la segunda guerra mundial, tema tratado en clase millonésimas veces. Así como están ubicados, en pareja, las responderán en el menor tiempo posible, ¡por favor!
Molly Delaware levanta la mano. McCleym apunta a ella.
—No tenemos programando ningún cuestionario para hoy, profesor.
El profesor mueve la cabeza de soslayo, sonriendo cuando se le nota que su deseo es mandarla a la horca.
—No, claro que no, querida—replica entre dientes—. Tampoco tenía planeado que mi hija entrara en proceso de parto hace unos minutos, así que por favor, les pido que lo resuelvan lo más pronto posible. Entréguenme la hoja con sus nombres y procedan a retirarse.
Nadie pronuncia un reclamo más. El sonido de cremalleras, manos buscando hojas y lapiceros satura el aula. Hera me ofrece dos hojas, Eros las recibe, lapicero en mano listo. McCleym empieza a garabatear las preguntas en el pizarrón blanco, el rubio espera que avance con dos y a cómo el profesor va agregando más, las contesta sin tomarse el tiempo de pensar.
—¿Pretender responder todo tú?
Sin levantar la vista del trabajo, contesta: —Sí.
—Que bien, pero como una salga mala, te las verás conmigo.
Esta vez, sí que me mira.
—¿Ah sí? ¿Y qué me harás?—dice en un susurro de matiz burlón.
No quiero, por Dios, le puedo jurar a quién sea que no es mi intención, pero es la imagen del baño, de sus caderas en movimiento lo que irrumpe mis pensamientos en torno a esa respuesta. Y sé que él lo sabe, maldita sea, no hay manera que esa mirada cínica me atraviese el cráneo por nada.
Él lo sabe, y yo también.
—No lo sé, pero me conocen por ser ingeniosa—dictamino, volviendo la vista al frente.
Las preguntas eran sencillas, demasiado, a Eros no le toma más de diez minutos responderlas todas. Examina lo que ha escrito, rebotando la cabeza conforme con el resultado.
—¿Vas a darles una repasada antes de entregarlo?—pregunta.
Niego, levantándome del asiento con la mochila guindada en el hombro. En todo lo que puedo pensar ahora, es en una manera de bajarme la calentura y la solución es un batido de vainilla del doble de mi tamaño.
—Tú eres el alemán aquí, confío en que conoces la historia de tu país.
Irónico, que apenas me sé el nombre completo de Simón Bolívar y poco más.
~
"Llegamos ;)"
Una palabra y los ovarios se me atascan como piedras en la garganta.
Recojo mi mochila—la más decente de las únicas tres que tengo—de la cama, me repito que todo saldrá bien, que no hay razón para ponerme así de nerviosa... pero es que sí las hay. Hay un millón de razones.
La primera: conoceré el área de trabajo de la familia de Hera. Hice mi investigación, navegué en internet por horas, recolectando pedazos de información sobre Tiedemann Armory Inc y vaya que hay muchísimo, más de un siglo por digerir.
Comencé leyendo sobre quién fue el fundador, un hombre que ahora es no es más que polvo llamado Adler Tiedemann, perteneciente a una prosapia de noble estirpe, pudiente, ocupando un espacio tremendo en un reducido círculo de familias de apellidos de peso, sustentadas de exorbitantes ganancias obtenido del ultraje a las minas en países con economía decadente, exportación de materia prima y maquinaria de todo tipo. En el caso de los Tiedemann, el comercio bélico les pertenece a ellos desde comienzos del siglo pasado.
Linajes nacidos en riqueza, mantenidos por siglos en el mismo nivel suntuoso de vida.
Y por supuesto, las noticias actuales, como que se ha posicionado en el mercado como la número uno por sus ventas a países a Estados Unidos, países de África e Irak... cosa que me llevó a una cuestionamiento moral.
Lo segundo: si, tanto Hera como Eros me dijeron que Andrea es un tipo agradable. Pero, ¿lo será conmigo? ¿Habrá aceptado por que de verdad le apetece o porque se siente presionado? No soy la persona cuyos padres le dan trabajo.
Y tercero: que Eros también este allí. ¿Qué pasa si cometo un error? Qué vergüenza me daría que él se entere que la he cagado o alguien se queje de mí.
Sea como sea, tengo que sepultar esos pensamientos en el pantano que tengo por cabeza, porque de alguna u otra forma, mi cuerpo tiene que dejar de temblar. No puedo extenderle la mano así al abogado, no me perdonaría ese bochorno jamás.
Salgo de la habitación con un nudo en el estómago. Me detengo frente a mi hermano que me mira de pies a cabeza. No acostumbra a verme vestida de esta manera tan conservadora, con camisa cuello tortuga y botines de tacón pequeño, pero la situación lo requiere.
—¿Qué tal me veo?—le pregunto, apretando los labios en una fina línea—. ¿Te parece que puedo enviarte a la cárcel?
Martín mueve un dedo en círculos, pegándole un mordisco a la arepa que tiene en la mano. Lo hago, sintiendo el revoloteo de la cola de caballo que me he hecho con tanto esfuerzo, temiendo que se deshaga. Él arruga la frente a la vez que chaquea la lengua.
—Te ves ridícula—habla con la boca llena—. ¿Desde cuándo usas camisa de señora encopetada?
—Desde que tengo que cumplir horas en una compañía mejor que la que te da trabajo.
Me apunta con un dedo, arqueando las cejas. Suelta una carcajada irónica, pasándome un billete de veinte dólares. Lo miro interrogante, ya me había dado a comienzo de semana, como siempre hace.
—Para que no te mueras de hambre, porque la gran compañía no te dará ni para el bus.
—Por algo se empieza, ¿no?—reitero, caminando a la salida—. Te aviso si vengo directo a casa o me sale otro plan.
—¿Cuándo me pediste permiso?
Pestañeo repetidas veces.
—Te lo estoy pidiendo ahora.
—Permiso denegado, fuera de mi vista.
Gruño, cerrando la puerta detrás de mí.
Bajo los tres pisos lo más veloz que mis pies me lo permiten. El corazón bombeando con fuerza, sabiendo que en unos segundos estaré cara a cara con Eros. Pero cuando salgo del edificio, no veo la camioneta por ningún lado. En su lugar, se encuentra un Toyota camry de color negro.
Sé que marca y modelo es, porque es el mismo que tiene Martín.
Hera baja del asiento de copiloto, cediéndome el puesto con un gesto dramático.
—Por favor, ve adelante, la vista me causa jaqueca—suelta la queja como si apenas pudiese hablar, entrando a los puestos traseros.
Me asomo antes de sentarme, doy de frente con el perfil estilizado de un chico. Mechones de cabello rubio oscuro, muy similar al de Eros, le cubren parte de la cara, su piel porta piel un leve bronceado y sus labios una sonrisa encantadora que combinan de manera impecable con sus ojos verdes relucientes.
—No luzcas tan decepcionada, es irrespetuoso.
El acento, el maldito acento.
Me dejo caer en el asiento, soltando un suspiro. Me tranquiliza que no sea Eros, no me pondría a temblar de los nervios antes de tiempo.
—No me digas—volteo a ver a Hera, que nos mira de hito en hito, exhibiendo una sonrisa de una oreja a otra—. ¿Es Jamie? ¿Ese Jamie?
Ella asiente orgullosa, lo que me saca una sonrisa.
—¿Tu eres Sol?—devuelve el chico, poniendo el auto en marcha—. ¿Esa Sol?
Le miro con sospecha.
—¿Cómo qué esa Sol?
—¿Cómo qué ese Jamie?
Hera disfruta el intercambio.
—Ese Jamie, el que folla con Hera a escondidas—subrayo el hecho apuntando a la chica en los asientos traseros.
—¡Sol!—chilla Hera cubriéndose los labios con una mano.
—Ese mismo soy—acepta, levantando las esquinas de su boca en una gran sonrisa—. Tú eres esa Sol, la que a partir de hoy llamaré Karma.
Junto las cejas, apretando la mochila contra mí.
—No tengo ni idea de lo que hablas.
Suelta un bufido aliviado, moviendo el brazo hacia la palanca de cambios.
—A Dios gracias—repone, ojeando a Hera por el espejo retrovisor—. ¿Qué pasa?
—¿Por qué la llamarías así?—cuestiona.
Volteo hacia Jamie.
—Sí, Jamie, dinos, ¿por qué me llamarías así?
Él traga en seco, sin desviar la vista de la carretera.
—Porque suena lindo, ¿no les parece?
Hera y yo compartimos una mirada de un segundo.
—No—decimos al unísono.
—Bueno, para mí sí.
Minutos más tarde, el tal Jamie estaciona un momento delante de un edifico de magnitudes aterradoras.
Hera se adelanta a la entrada de la edificación, sin embargo, me tengo que tomar un minuto para apreciar la fachada moderna y minimalista del mismo. Tan alto que no puedo contar los pisos, la construcción ostenta lujo y derroche, con sus inmensos ventanales de cristal negro y pulcritud al mejor estilo de la gran manzana. En la cima del piso final, se puede leer Tiedemann Building en letras de acero.
¿Y esta es una sucursal?
—Madre de Dios—es todo lo que puedo decir.
Hera se aferra a mi brazo manteniendo la postura erguida. Saluda con sumo recato a quien le pase por el frente. Mis ojos vagan por amplia la recepción, lo único que veo es negro, como un luto eterno pero elegante, aquí se nota que alguien con buen gusto dejó su huella.
Las amables y guapas empleadas sobresalen del cuadro con sus uniformes negros y estéticos de falda plisada y blazer, cabellos perfectamente peinados y maquillaje impoluto.
—Buen día, Lory—Hera saluda con fina cortesía a una de la tres muchachas detrás del mostrador. La morena de piel reluciente y labios carmesí nos sonríe a ambas—. ¿Tendrás un pase especial con el nombre de Sol Herrera por allí?─gira a mirarme—, con eso puedes usar el ascensor e ingresar al área de entretenimiento, está en el piso diez.
Lory teclea un segundo en el ordenador.
—Buen día señorita—le pasa una tarjeta de color negra con letras plateadas, Hera la toma con las cejas arqueadas—. Hubo un cambio, el joven Tiedemann, ha pedido que se le entregue un pase directivo a la señorita Herrera.
Impresión le empaña el visaje a Hera.
—¿Joven Tiedemann? ¿Hablas de Helsen?
La mujer niega con la cabeza sin perder la compostura.
—Su hermano, Eros.
El ceño de Hera se hunde, confusión afectando sus ojos. Le agradece por última vez, nos despedimos de la agradable mujer y nos dirigimos al gran ascensor a metros de nuestra ubicación.
—¿Cuál es la diferencia entre los pases?─cuestiono una vez ingresamos al cubículo, Hera presiona el botón veintiocho y procede a tenderme la tarjeta que muestra mi foto carnet, datos y el término indefinido al reverso.
Ni pregunto de dónde obtuvo la foto, ella, Lulú y Hunter compartimos una de cada uno cuando fuimos juntos a sacarlas.
Hera sacude su melena, ajustando las ondas largas recién teñidas de rubio ceniza de manera que enmarquen divinamente su rostro.
—Como dice el nombre, ese pase es único para directivos, ni siquiera yo tengo uno porque Helsen no quiere que me pasee de piso en piso—refunfuña arreglándose la ropa con ayuda del espejo—, piensa que perturbaré a los empleados, ¡por Dios! Solo yo podría darle vida a esta empresa creada para dar muerte.
A veces me pregunto si Hera no filtra lo que dice, por lo visto no es así.
La palabra muerte me causa crueles escalofríos, gasto demasiado tiempo de mi vida pensando en cómo, cuando y donde moriré, por lo que ahora no es el mejor momento para ensartarnos en una conversación sobre lo que es correcto y no.
El ascensor pasa el piso quince, y cada vez que sube de número, aumentan mis ganas de arrancarme el cabello.
—Luego hablaremos de ese tema, ahora, ¿para que necesitaría yo un pase de estos?
Piso veinte.
—Qué sé yo, cuando creo saber cómo funciona la mente de Eros, sale con cosas como estas—contesta con acidez empañando su tono—. Tómalo como algo bueno, los empleados no pueden ir de aquí allá con tanta libertad, la seguridad en este sitio es excesiva, del sótano hacia abajo hay cuatro pisos más y nadie tiene acceso a el más que los trabajan allí. Funcionan como almacén y prueba final al armamento que llega de la fábrica. En ese sitio toman los números de seriales de cada producto.
—¿Armamento? ¿Prueban la mercancía aquí?—exclamo, entrando en alerta.
—Es lo que acabo de decirte—repone, soltando una risa—. No es bélico, de eso se encargan en Múnich. Aquí solamente hay revólveres y pistolas.
Piso veintiséis.
—Vaya, me alegra saber que no explotaran bombas por acá—le doy un leve codazo en las costillas, sacándole una sonrisa—. Bueno, espero, quiero a este país pero... mejor me callo.
Ella me observa como si de repente me hubiese salido un tercer ojo.
—Por negligencia del personal, no, eso es seguro—promete, volviendo la vista a la puerta—. Llegamos.
Piso veintiocho.
Las puertas se abren, espero conseguirme frente a un montón de personas andando de aquí para allá con carpetas en los brazos, pero no, el paraje es lo opuesto.
L
Delante nuestro hay únicamente dos personas, un hombre regordete con problemas de calvicie y rosácea en los cachetes. Junto a él, una mujer superior en estatura que el hombre, cabello canoso y varias arrugas formadas alrededor de su boca, debido a la gran sonrisa que muestra.
—¡Bienvenida!—gritan entre aplausos, dejándome pasmada dentro del elevador—. ¡Mírala! No se lo esperaba.
Hera me empuja fuera, ellos se aproximan a nosotras, sonrisas tan grandes como mi confusión. El hombre se adelanta y me extiende la mano, la tomo comandado por gestos automáticos y él la cubre con la otra suya, amable y respetuoso.
─Andrea Petricelli por aquí—se presenta—. Esta mujer a mi lado se llama Cecil, es mi mano derecha y la que te guiará en el proceso de adaptación.
Deslizo la mirada a ella, no ha parado de sonreír. Indudablemente es una mujer muy guapa, su traje color verde menta combina con el tono grisáceo de su cabello.
—Sol Herrera—hablo con la voz grumosa, estirando los labios en una sonrisa amable—. Soy la chica de las horas, señor Petricelli.
El Abogado deshace el agarre, entonces, apunta a una puerta de cristal entreabierta detrás de él.
—Ven, movámonos a nuestra oficina. Hera, querida, ¿te quedarás con nosotros hoy?
—Si me lo permites...—arrastra las palabras, mostrando una sonrisa engreída.
—Tú puedes estar aquí el tiempo que quieras, querida—comenta con dulzura, expresión que pronto se deslava—. Pero como tu hermano vuelva a pasarse por este piso, Ulrich y yo tendremos una seria conversación.
Me hace una seña para que ingrese primero, luego lo hace Cecil, después Hera y por último él. Le doy una ojeada veloz al sitio, es inmenso y aunque hay un montón de carpetas desordenadas en dos de los tres escritorios dispuestos de forma que los tres puedan verse entre sí, el olor a libros viejos y café recién hecho le dan un aire acogedor.
—¿Eros estuvo por aquí?—cuestiona Hera, desconcierto ensombreciendo sus facciones.
—Cecil me lo dijo, ha dejado algo para Sol.
Una granada, es lo único que se me viene a la mente. No tengo dudas y si una prueba fehaciente.
—¿El qué?—me aventura a preguntar, sonando demasiado ansiosa para mi gusto.
Cecil se mueve al pequeño refrigerador en la esquina de la oficina, de dónde saca una malteada de vainilla tamaño gigante. La mandíbula me cuelga, ella me lo tiende y yo le doy un sorbo apenas lo tengo en mis manos. Recordó el detalle.
La explosión de sabores dulzones en mi lengua es magnífica, vainilla y oreo. Delicioso.
—¿Para mí no dejó nada?—inquiere Hera, pidiendo un poco de la bebida.
—Si—informa Cecil, Hera abre la mirada entusiasmada—. Según me dijo, un buenos días.
Hera ríe, pero no fue un sonido alegre.
—Qué gracioso—murmura con tono rencoroso, devolviéndome la bebida con ojos sagaces—. Muy gracioso.
Por la forma tan brutal que victimiza su labio inferior, deja entrever que quiere agregar algo más, pero se abstiene de ello. Paso la vista apresurada al abogado, alivianando la tensión que de repente se ha formado en la sala.
—Señor, Eros me ha dicho que le ha entregado la planilla, ¿eso es correcto?
Andrea asiente.
—Lo es, la tengo justo aquí—levanta la hoja del escritorio caoba más alejado de la puerta—. Cuatro horas bajo mi tutela los viernes por exactamente cinco meses y un día. Mi querida Sol, si de estas cuatro paredes no sales con mas conocimiento que en cinco años de licenciatura, entonces habré fallado como tutor.
Me conmueve y sobre todo tranquiliza el saber que este tan dispuesto en enseñarme como yo de aprender. Esta, sin duda, es una oportunidad única y no dudaría en sacarle todo el provecho que mis facultades me permitan.
—Le agradezco el que me permita estar aquí, no sabe lo mucho que significa para mí que usted se tome el tiempo de enseñarme—si seguía agradeciendo, me echaría a llorar frente a ellos—. No solo cumpliré con sus expectativas, las superaré, se lo prometo señor Petricelli.
Él deja una suave palmada en el dorso de mi mano.
—Llámame Andrea, por favor.
Cecil lleva una mano a su pecho, haciendo un puchero con sus labios.
—Que dulce—suspira, con ojos soñadores—. ¿Empezamos ahora?
La emoción bulle en mi estómago.
—Por supuesto.
Libros, códigos y jerarquías institucionales ocuparon el resto de las horas, Cecil y el abogado no me dieron respiro y por eso, estuve completamente feliz.
✨Karma✨
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top