"58"

     ¿Se puede escuchar el silencio? ¿La incomodidad tiene sonido? He descubierto que sí.

Termino de reponder los mensajes a mamá y a Martín, pintando todo cuál cuadro boceto hermoso. Ni por error mencionaría el desastroso asunto de Jamie, apenas y nos recuperamos de una madrugada en vela, dónde Hera solo pronunció una oración y fue 'quiero helado de vainilla' y nada más.

Ni Franziska, ni su madre, que arribó a la casa de la matriarca una hora después de nuestra imprevista visita, pudieron hacer que se desahogara. Después de acabarse el litro de helado derretido, quiso quedarse a solas a dormir. Ha tomado el silencio como escudo, no hay nadie quién haya logrado quitárselo.

Hunter ha ido a la casa a buscar las maletas con nuetras cosas, Lulú no sale de la cocina, ayudando a preparar el desayuno, mientras me quedo aquí aplastada en medio de Franziska y Agnes, pasando la última media hora sin saber que decir.

—La abuela y yo nos iremos a vivir a Londres—habla Hera de repente, manteniendo la vista sobre la mesa.

La información no me toma de sorpresa nada más a mí, su madre y abuela lucen igual de desconcertadas que yo.

—¿Yo qué?—cuestiona Franziska, dejando de lado la revista que ojeaba.

Hera se aclara la garganta y finalmente, le devuelve la mirada a alguien. Sus ojos azules enmarcados por ojeras profundas, peinada con una coleta enredada y la piel pálida que exhibe una inusual resequedad, similar a la de sus labios. Pasó mucho rato llorando, la pude escuchar desde la habitación contigua. Como también pude escuchar cuando Agnes entró y luego de unas palabras, pudo hacer que el sueño se la llevase.

Creo que ha sido la noche más pesada de mi vida. Saber que mi amiga se encuentra sumida en un desastre emocional y no poder hacer nada para mejorar su estado más que acariciarle la espalda y repetir como disco rayado que todo estará bien.

—Quiero estudiar Diseño en Londres, no Nueva York—comunica, con la voz carrasposa—. Y tú vienes conmigo, porque te necesito ahí.

Era de esperarse que quisiera tomar distancia de Eros y su padre, pero no imaginé que tanta. Es una sensación agridulce. Por un lado me emociona la idea de saber que aprenderá sobre lo que más le apasiona, por otro, tenerla lejos luego de casi tres años compartiendo a diario, me resulta desalentador.

Franziska se acerca a ella, su vestido verde flotando alrededor de sus piernas largas.

—Ay mi cielo, yo voy a dónde me pidas—dice, aplastándole un beso en la mejilla—. Será como empezar de nuevo, como en Nueva York. Siempre estoy lista para una nueva aventura.

—Iré con ustedes—interviene Agnes—. Me tomaría algo de tiempo, arreglar la agenda, citas, pero será el tiempo justo para dar a luz aquí.

Hera arruga el ceño, no muy convencida de la idea de su madre.

—No tienes que sentirte obligada a separarte de Ulrich por esto, no es cuestión de bandos—dice, mirando a su madre un segundo antes de pasar sus ojos a los míos—. Lo mismo contigo, Sol. Mi problema recae en ellos, no en ustedes.

Escuchar eso es un respiro, aunque eso no modifica mi enojo contra Eros, ni un poco. Le respondo con un asentimiento sin querer interrumpir la charla con Agnes, quién le observa con un atisbo de dolor adosado en los ojos castaños.

—¿No te das cuenta qué tus soluciones son separarte de mí? Hera, mi lugar es contigo, no con tu padre—menciona Agnes en un murmuro quebradizo, sosteniendo una mano contra su pecho.

Me siento en medio de una conversación importante, ¿debería irme con Lulú? No, ya me corrió de la cocina.

—Lo digo por sus planes de casarse—masculla Hera con la cabeza gacha, restregándose los brazos por un poco de calor.

Agnes frunce el entrecejo, estira un brazo en busca de la muñeca de su hija.

—¿Quién te ha dicho eso?—cuestiona, dándole un apretón tan fuerte que la piel de Hera se torna rojiza—. Las Wilssen no se casan, que tu padre piense distinto no es mi problema.

Hera continúa insegura, levanta los ojos hacia ella, entrecerrando los párpados.

—Inglaterra no es Alemania.

—Paris no es Múnich y la pasé muy bien—devuelve Agnes, estirando los labios en una sonrisa amorosa.

Comparten una sonrisa pequeña que de a poco toma terreno y se transforma en una que les pica las orejas. Sonrisas tensas que dicen muchas cosas, ninguna se acerca a la alegría. Franziska nota eso, y siendo la mujer que a todo le ve el lado positiva, abarca los hombros delgados de Hera y Agnes, atrayéndolas a un abrazo descoordinado.

—Entonces seremos tres jovencitas en Londres preparadas para conquistar británicos.

Eso presiona una tecla dentro de Hera que le pone un mohín en la cara y sollozos en la garganta. Contrae el rostro, batallando por cortar los jadeos que le siguen, luchando por dejar encarcelados los sentimientos que la tienen al borde de un colapso. Verla así, queriendo enmascarar el dolor, me fractura el corazón.

Franziska borra la sonrisa, brindando palmaditas de consuelo en la espalda de su nieta. Si antes el momento era tenso, ahora se ha convertido en una tortura.

—Está bien llorar, llora mucho, saca todo eso que no te permite sentirte plena. El alma necesita limpiarse de una manera.

Afuera, las nubes grises empobrecen el contexto de por sí bastante deprimente. La calefacción nos mantiene tibios, no obstante, el llanto de Hera se las arregla para congelarme por dentro. Desde anoche que le doy vueltas al asunto, tratando de ser imparcial, mirando todo desde la perspectiva de los involucrados, y solo he conseguido acrecentar el enojo por Ulrich, por Eros, incluso por la madre de Jamie y el mismo Jamie que sabiendo la verdad, se atrevió a callar. Sobre todo él, que tuvo el descaro de acostarse con ella.

Si hablamos de karmas, deseo que le llegue el suyo. Muy pronto.

Los sollozos de Hera disminuyen casi de sopetón al ver a Lulú entrar al comedor cargando con una bandeja llena de comida. El cambio de actitud fue tan drástico que en mi mente solo ronda un pensamiento: Hera sabe fingir muy bien.

—Café helado y tostadas con nutella y fresas—dice Lulú, colocando la bandeja frente a la rubia que ahora sonríe de par en par—. Lo hice para ti.

—Gracias, Lu.

Hera toma un pedazo de pan y sorbiendo aire por la nariz, le clava los dientes y corta un pedazo como si la comida fuese la culpable de sus males. Esto es común en ella, abrir un hueco en su mente, desechar sus sentimientos ahí y luego pasarles cemento por encima, queriendo tapar lo inevitable.

Debe ignorar que hay flores que traspasan concretos, eso no le va a servir de mucho, pero dialogar con ella ahora, sería ganársela de enemiga.

—No llenes el desayuno de mocos, hija—se burla Franziska, pasándole una servilleta por la nariz a Hera.

Kathryn ingresa sosteniendo dos bandejas más, repletas de comida. Me causa una ansiedad tremenda verla batallando, así que me apuro a quitarle uno y arrastrar el adorno que estorba en el centro de la mesa antes de ponerla allí. El olor a tocineta, los trozos de aguacate y huevo frito me retuercen las tripas, no sabía que tanta hambre tenía hasta que me llegó el olor a comida.

Un bullicio se oye desde el living, reconozco las voces de Hunter y Helsen tan pronto el segundo entra al comedor, con el rostro sonrojado y el cabello despeinado. Verlo sin sus trajes formales me resulta... inadecuado.

—¿A dónde llevamos eso?—pregunta a Franziska, aunque sus ojos viajan hacia su sobrina.

—En la habitación de huéspedes—contesta la mujer, quitándole una rebanada de pan a Hera.

Hera mueve la vista a Helsen, él se le queda viendo ceñudo, y allí ella suelta a llorar de nuevo, esta vez con un ímpetu tremendo. Todos nos quedamos de piedra, mirando a la muchacha soltar lágrimas gruesas con la boca llena de comida.

—Me acosté con mi tío, mamá.

Mi pecho se comprime, escucharle decir eso por primera vez es comprender que ahora es que acepta la realidad. Agnes se cubre la boca, reteniendo el llanto, le cubre con los brazos y le hace recostar la cabeza en su hombro. De reojo veo a Helsen salir del comedor sin mencionar nada.

—No lo sabías, querida, no es tu culpa—Franziska le soba la cima de la cabeza, torciendo los labios—. Impresionante que incluso después de muerto, Jörg Tiedemann sigue ocasionando problemas.

Lulú y yo nos miramos un segundo, la tensión gravitando en el comedor como un manto de neblina. Los sollozos de Hera me rompen el corazón, podía sentir físicamente el dolor que su llanto clama.

En silencio, reparto los cubiertos y vasos, mordiéndome la mejilla para no echarme a llorar también, eso pondría en peor estado a Hera, que detesta que le tengan lástima, aunque esto no lo sea, ella lo toma como que es así.

Franziska toma asiento, no sin antes servirse una buena porción de comida. Paseo la mirada por la estancia, pensando en que este ha sido el desayuno más extraño de lo que llevo de vida. Nadie muestra ni el amago de una sonrisa en lo que se supone, debería ser un viaje ameno. Nadie la muestra porque no hay razones para eso. Esto lo que me dice, es que es tiempo de volver a casa.

—¿Me guardaron desayuno?—inquiere Helsen volviendo a entrar al comedor, esta vez, Hunter viene tras él.

—Siéntate aquí, bastardo.

Franziska apunta al puesto junto al de ella, él se sienta enseguida agarrando el vaso repleto de jugo de naranja, mirando por la esquina del ojo a su sobrina tratando de ahogar el llanto en el cuello de su madre.

—Gracias, vieja zorra—profiere con una soltura que me hace expandir la mirada, pero Franziska solo ríe y le pasa un plato. Mueve en círculos un dedo encima del festín, clavando la mirada en el rostro enrojecido de Lulú—. Todo esto, ¿lo preparaste tú?

Ella asiente, volteando a mirar a la mujer de estatura media y cabello canoso que le sirve más jugo a Helsen.

—Con ayuda de Kathryn.

Él mueve la cabeza de arriba abajo, sorteando la mirada por el cuello de Lulú con gesto dubitativo.

—Tu novio te ha traído todas tus cosas—farfulla, cruzando miradas con ella.

Lulú ladea la cabeza frunciendo el ceño. Helsen dirige la mirada al chico junto a ella, es entonces que capta a quién se refiere.

—Ah, Hunter no es mi novio, señor.

Franziska enarca una ceja y se lleva una mano a la cintura, mirándole con una ceja enarcada.

—Deberías recordárselo, se toma atribuciones que no le competen—asevera Helsen, pegándole un mordisco a la tostada.

Esto me recuerda a algo...

—¿A ti qué te importa? ¿Eh? Come y no fastidies—le regaña Franziska, a lo que Helsen pone los ojos en blanco.

Kathryn pasa a llenarme el vaso, le agradezco con un asentimiento y un 'danke' susurrado. Deslizo mis ojos hasta Hera, ha levantado la cabeza y soplado los mocos con la servilleta que su mamá le ha extendido, se le complica recomponerse, esa mueca de repulsa no se le desvanece del semblante.

El sonido de un golpe me hace girar a mi costado, frunzo el ceño al ver a Helsen sobándose la nuca y a Franziska hincándole la mirada ardida.

Arrête de voirsesseins, dégénérer.

《Deja de mirarle las tetas, degenerado》

—No lo hacía—replica Helsen ofendido.

Me llevo un pedazo de pan con aguacate a la boca, aguantándome las ansias de comérmelo de un mordisco. El resto se concentra en engullir, prohibiéndome mirar con pena en dirección a Hera. El único sonido, es de los cubiertos contra la loza.

Me como un segundo pan cuestionándome como habrá pasado la noche Eros. Espero que en insomnio; que le diera millones de vueltas al asunto y entienda que hizo mal en callar. Y también espero que la reflexión, si es que la tuvo, le haya dejado de experiencia que no es correcto jugar con los sentimientos de una persona. Ni siquiera si sabes que la verdad le dolerá, al final del camino, la mentira le golpeará el doble.

—Querida, sé que no es momento de celebraciones, pero me gustaría que asistieras a la de esta noche, no quiero que permanezcas encerrada en esa habitación—menciona Franziska minutos después, formando un mohín con la boca.

Hera quita un mechón de cabello de la cara de un manotón, encuadrando los hombros. Como si nada hubiese pasado.

—Asistiré, rescataré el viaje esta noche—dice, desparramando seguridad que me sabe ficticia—. Con la condición de que le dejes en claro a Eros y a Ulrich que no deseo que se acerquen a mí.

—Hablaré con ellos, es una promesa—acepta Franziska antes de soltar un suspiro—. Agnes, ¿ya has pensado en nombres para el bebé? Aprovecha que estás enojada con Ulrich y no apuesten nombres aleatorios, el resultado no es el mejor.

Helsen refunfuña y niega con la boca llena de comida.

—Hera es un nombre precioso.

Franziska entorna los ojos, ojeándole de costado.

—Nadie te preguntó—reprocha Franziska, se gira a ver a Agnes esbozando una sonrisa resplandeciente—. He pensando en... Franzisko.

Lo ha dicho levantando los brazos sobre su cabeza, como si anunciara la segunda venida de Cristo. Ya sé de dónde Hera ha sacado lo teatral.

—Mi papá se llama así—comento, mostrando una sonrisa pequeña al recordar el rostro de papá.

—Un nombre que demuestra poder—concede Franziska, dándome un empujón sin fuerza en el hombro con el suyo.

—Pensaba en seguir con la tradición—pronuncia Agnes, salteando la vista entre Franziska y Hera, me tranquiliza un poco verle las mejillas con color y algo de vida en los ojos. El tema de su hermanito o hermanita le ha animado—. Si es niño podría ser Helios, y si es niña, Hebe.

El rostro de la rubia más joven se enaltece con la sonrisa apretada que forma, y es como si el sol, que no sabía se había escondido, arrojara un rayo de luz a sus ojos de pupilas dilatadas.

—Por la H de Hera, me agradan esos—afirma, ensanchando la sonrisa con los ojos puestos en su madre.

—O la H de Helsen—añade el hombre.

—O la H de Hunter—agrega Hunter con ese tono impregnado de egocentrismo que ya es habitual en él, interviniendo por primera vez en toda la mañana.

Podría decir que por la H de Herrera, pero me sé otro dato que para mí, guarda mayor relevancia.

—Helios—repito el nombre, volteando a mirar a Agnes—. Del griego antiguo, 'Sol'.

Ella me regala un apretón cariñoso en el brazo, asintiendo reiteradas veces mientras en sus labios, el amago de una sonrisa plena le invade el rostro.

—Ese—escucho a Franziska decir—. Ese es el elegido.

Terminamos el desayuno sin señales de Eros, ni de Ulrich, ni de Jamie. Planeando la noche, el día de mañana y la próxima fiesta que Franziska planea organizar en Nueva York por nuestra graduación.

Hera pudo reír a consecuencia de un chiste que dijo su abuela sobre Helsen teniendo bolas de fresa también, Hunter logró mantener un diálogo con Helsen sin intención de clavarle el cuchillo en un ojo, y yo pude soñar por un momento, que todo en este cuento, iba a salir bien.

   
~

—Vamos a bailar hasta que nos duelan los pies, a beber toda la champaña costosa que se nos cruce, y tomar montones fotos, ¿qué te parece?

La emoción efervescente de Hunter le arranca una sonrisa a Hera, quién luego de hacer de todo para bajar la evidencia del llanto y las ojeras, reluce como un diamante, ataviada en su vestido verde de cuello alto y espalda descubierta, maquillaje en tonos dorados y una coleta en lo alto de su cabeza.

Viéndola a detalle, se me viene a la mente el dicho 'se madura con los daños, no los años'.

En una noche, Hera ha envejecido por lo menos, tres más.

—¿Bien?—contesta entre dientes, terminando de aplicarse el gloss melocotón en los labios.

Lulú sale del baño con los tacones puestos y las manos dentro del escote. Ya no sabe qué hacer para que los senos no le rocen la barbilla. A cada paso que da, sus piernas quedan expuestas. Franziska tenía razón, la ilusión óptica del vestido le brinda unos centímetros más.

—Podemos quedarnos aquí a ver películas, no pasa nada—sugiere, deteniéndose junto a ella, ambas examinándose en el espejo delante de ellas.

Hera cierra el labios y sacude la cabeza negando. Tira el labial a la cama y luego de expulsar el aire de su cuerpo, se encamina a la salida de la habitación inmensa con vista al jardín principal y camas con dosel que anoche compartí Hunter y Lulú.

—Ya me maquillé, no hay vuelta atrás—repone con inflexión baja, aceptando el brazo que Hunter le ofrece—. No dejes que se me acerquen.

Hunter afirma una vez muy seguro de sí mismo.

—Tu papá me da miedo, pero por ti, me enfrento contra quién sea—asegura, antes de añadir entre dientes—. Creo.

—¡¿Crees?!—exclama Hera explayando una sonrisa que muestra sus dientes.

Hunter le mira por el rabillo del ojo, torciendo los labios.

—Tu padre mide como dos metros, no me puedes juzgar—se defiende con la voz temblorosa a causa de la risa nerviosa que se le escapa.

Abre la puerta pesada, en un santiamén, la sonrisa de Hera se esfuma y mi corazón se agita al encontrarnos de frente con Eros y Ulrich. El rostro de Hera se descompone en una mueca iracunda, titubea en si tomar un paso al frente o retroceder, su padre toma la iniciativa y sin mediar palabra, la impulsa hacia atrás, casi llevándose a Hunter con ella.

—Espera aquí—me dice Eros antes de cerrar la puerta frente a nuestras narices.

Me quedo con los chicos en el umbral de la puerta sin saber qué hacer, oyendo los chillidos furibundos de Hera. Noura, el ama de llave de la casa nos pasa por el frente caminando deprisa, con una expresión de susto aplastada en la cara. No nos ve ni dice nada, va metida en su propio mundo.

—¿Qué hacemos?—cuestiona Hunter cuando la mujer desaparece pasillo abajo.

—¿Vas a entrar a buscarla?—pregunta Lulú, arqueando una ceja.

—Quiero, pero no me atrevo—contesta él, pegando la oreja en la puerta.

—Nos toca esperar, entonces.

Los tres hacemos el intento de escuchar lo que dicen, y lo conseguimos, pero se comunican en alemán y ninguno tiene un celular encima para colocar el traductor web. Hera grita tan fuerte que la piel se me eriza, la voz de Eros aunque bastantes tonos más bajo, consigue imponerse por encima de ella.

Nos damos por vencidos después de casi cinco minutos, nos dispersamos por el pasillo, Hunter reclinado en la pared sube y baja un pie mientras se fuma un cigarro. Lulú no sabe si arrancarse el cabello o comerse las uñas, y mis palmas me piden que me relaje, porque ya no aguantan que le clave las garras que tengo por uñas.

—Hera no los va a perdonar así de fácil—menciona Lulú, dejando caer la cabeza contra la pared.

—¿Deberíamos buscar a su mamá?—inquiere Hunter, legítima preocupación adornando su voz.

Llevo la vista a la puerta al oír que la discusión ha aumentado, Ulrich y Hera uno no deja hablar al otro, Eros intercede y todo se vuelve un alboroto. Un grito que me suena a advertencia de Hera más, tacones repiqueteando y luego la puerta se abre, Hera sale con la sangre agolpada en la cara.

—Vamos por favor—masculla con la cara inclinada hacia abajo, a un suspiro de echarse a llorar. Sorbe aire por la boca antes de girar a verme con los ojitos resplandecientes por las lágrimas—. Te esperamos abajo.

Ulrich sale de la habitación irradiando frustración, Hera lo siente y se echa a caminar hacia las escaleras.

—Hera, vuelve a la habitación.

—¡Déjame en paz!

Desaparecen al doblar al pasillo, gritando cuántas groserías les pasen por la cabeza. Eros se aproxima a mi posición, presionándose el puente de la nariz. Observa a Hunter con una expresión de fastidio, a lo que él me presiona el brazo y mueve la cabeza por dónde se fuera Hera. Asiento, tratando de sonreír aunque sea lo menos apropiado para el momento.

Lulú me da última mirada precavida antes de irse con Hunter tras el rastro de Hera.

Quedarme a solas con Eros me resulta embarazoso. Ayer me regalaba una serenata y hoy quiero reclamarle tanto que me ahogo en palabras. Parece que no podemos pasar una temporada sin que ocurra algo que nos ponga a temblar sobre una cuerda floja, porque si, pensando en esta situación, si le miente a su hermana sobre un asunto así de importante, ¿qué puedo esperar yo?

—¿Qué tan enojada estás conmigo?

Volteo los ojos ingresando a la habitación. Cierro la puerta detrás de mí, inflando el pecho de aire que me recarga energía para enfrentarlo. Mis ojos se anclan a su pecho, los dos primeros botones de la camisa blanca sueltos, como ya es costumbre en él. Aspiro hondo, percibiendo el aroma de su perfume mezclado con el mío.

—Ni yo tengo idea de cuánto, pero quiero que sepas que es muchísimo—replico hablando casi para mí misma—. No sé qué o cómo le harás para recuperar la confianza de tu hermana, la situación no pinta nada bien.

Apoya las manos en las caderas, afirmando con la cabeza gacha. Chasquea la lengua, articulando un sonido de frustración.

—Tampoco lo sé, me jode mucho, porque yo siempre sé que hacer.

Quiero gritarle y pedirle, otra vez, explicaciones de su silencio. Más una barrera invisible me inhibe de hacerlo, como si la fuerza ni la voluntad no me alcanzara para eso.

No es mi problema, no es una situación que me afecte en términos directos, pero a dos de las personas más importantes en mi vida sí. Me lastima profundamente saber a Hera tan dolida y decepcionada de las personas que ella miraba en busca de seguridad y protección. Sé que Hera dijo que no es cuestión de bandos, pero no puedo simplemente hacerme la vista gorda cuándo ella ha sido tan herida por su propia familia. Uno de ellos, a quién llamo mi novio.

Puedo meterme en los zapatos de Eros y comprender, aunque sea un ínfimo vestigio, su razón de callar, pero ocultar la verdad, solo contribuye  a engrosar el dolor.

—Quiero reclamarte, mucho, pero algo me dice que esta noche no—farfullo, con el corazón hecho una pasa.

Y su mirada saturada de preocupación no me calma ni un poco.

—Esta mañana recibimos una nota más—informa y las pulsaciones incrementan en cuestión de segundos. Un frío me atraviesa el pecho y la piel se me crispa, lo último en que quería pensar esta noche, mi última noche de este viaje, es en Zane—. 'Si no pudiste elegir, yo lo haré por ti'.

No pude moverme por unos segundos, tampoco despegar los ojos del piso. Parpadeo repetidas veces, enfocando la vista de vuelta a su mirada, a su rostro fracturado de angustia y desasosiego.

—¿Se confirmó que Zane está... aquí?—mi voz, tembloroso como un gusanillo inquieto.

Eros afirma con un movimiento de la cabeza, el miedo me abraza los huesos como un pared de hielo, de dónde dudo que se mueva, no hasta regresar a casa, por lo menos.

—Tres horas más y la fiesta se acaba—avisa, pasando revista de mi anatomía—. Estás...carajo, preciosa.

En sus labios nace una pequeña sonrisa, regalándole un poco de alivio a mis emociones. Diviso expectante como revisa el bolsillo del saco, y se me hace tarea imposible no sonreír al notar que lo sostiene, no es una cajetilla de cigarros, si no la gargantilla que hace días me regaló.

Hace una seña con un dedo pidiéndome que de la vuelta, obedezco, levantando la mata de cabello lejos de mi cuello. Cuándo el material frío toca mi cuello, pongo en duda si lo que me hace temblar es eso, o el sentir de sus dedos en mi piel.

—Gracias, tú también te ves muy bien—concedo, volviendo a encararlo, con los dedos presionando la joya—. ¿No me vas a besar?

No se permite esperar a que cambie de opinión, su boca se apodera de mis labios como sus manos de mi cintura, impulsándome contra él, descartando los desgraciados centímetros interpuestos entre su pecho y el mío.

La combinación de menta y tabaco de su boca, despiertan el aleteo constante de las mariposas agresivas recluidas en mi estómago; no debería estar así con él sabiendo lo que hizo, por mucho que anhele comportarme indiferente, no puedo. Tantas contradicciones en un beso me dividen en pedazos.

—Tengo miedo.

Mi confesión hecha murmuro se pierde en su boca cálida, ni de cerca, comparable al frío de mi mejilla a consecuencia de sus anillos acariciando mi piel. El temor inusitado me sube a la garganta, empañándome la vista de lágrimas que desvanezco pestañeando deprisa.

El sonido de aquellos disparos, el apagón momentáneo, los gritos... todo se reproduce como el recuerdo de una pesadilla que querías olvidar, mientras más te esfuerzas en hacerlo, más detalles aparecen.

Cierro los ojos, descansando la frente en su pecho. Introduzco los brazos bajo su saco, presionándole contra mí con fiereza. Quisiera ignorar el metal saliendo de su pantalón, gélido recordatorio del cañón apuntando en esas fotos. Siento el retumbar de los latidos detrás de las orejas, los nervios de punta me cierran los pulmones, y sin aviso previo, un sollozo se cuela lejos de mi boca, imposible de contener. Eros acuna mi rostro en sus manos con una parsimonia que me hace contener la respiración.

—Pase lo que pase, y escúchame bien—exige, arrastrando la solitaria lágrima lejos de mi pómulo—. Vamos a conseguir la manera, nuestra manera.

Me gustaría aferrarme a sus palabras con la misma vehemencia que a sus brazos, pero desde ayer se siente como caminar en arenas movedizas.

Como si el mundo se redujera a estas cuatro paredes, la música proveniente del piso inferior desaparece, mi audición se reduce al sonido que produce su respiración forzosa. Me lleno los pulmones de su aroma, el mío, el nuestro.

Me besa un poco más, inflándome el pecho de un sentimiento fervoroso y embriagador. Soy yo quién se atreve abrir la boca pidiendo por el calor de su lengua, me cumple, el ardor que me produce me empuja a ponerme de puntillas y rodearle el cuello con los brazos, prendiéndome de sus labios, desesperada. Sus manos buscan mis muslos entre el montón de tela, pero consigue tul y más tul, robándome una carcajada cuando gruñe una palabrota.

Separa su boca de la mía un instante, introduciendo los brazos bajo de la falda. Reprimo un jadeo cuando nuestra piel entra en contacto, su boca se encaja en mis labios y se atreve a amasar mis nalgas con dobles intenciones.

Y me hubiese dejado llevar, si no fuese porque el recuerdo de Hera llorando aterriza en mi mente como un relámpago. La música regresa, los problemas vuelven y la felicidad instantánea se interrumpe.

Me aparto de sus labios con pesar, dándole toques en el brazo para que saque las manos del vestido.

—Deberíamos bajar—pronuncio a media voz, arreglando el vestido desordenado.

Afirma, tomando una bocanada de aire. Levanta una mano y me señala el baño antes de coger el gel e irse hasta allá. Me dejo caer de culo en la cama, rebuscando el celular entre las sábanas para escribirle a mamá.

—Sol.

Elevo la cabeza, conectando mi mirada a la suya.

—¿Huh?

Cierra un ojo mirando con el otro al techo con deje pensativo. Cuento cinco segundos antes de escucharle decir con un acento muy marcado, en mi idioma:

Te amo, mi amor.

   

~

—¡Sonríe!

Las mejillas entumecidas me gritan que les de reposo, ya no sé si sonrío o no, porque no me las siento. Fotos por aquí, fotos por allá, Franziska no sabe que parte de la casa podría usar para un fondo digno de ella, ha agotado las opciones.

Como tampoco sabe a quién presentarme más de esta, lo que ella llama, la sociedad hipócrita alemana.

El flash del celular de Valentina me deslumbra, otra vez, cierro los ojos, zarandeando la cabeza.

—Me vas a dejar ciega, Valentina—me quejo, aguantando las ganas de restregarme los ojos, no puedo arruinarme el maquillaje.

—Perdón, ven, ya apagué el flash—avisa, prepara la cámara pero en esta no sonrío, aunque eso no le importa, puesto que mira la pantalla del aparato demás de emocionada—. Nos vemos hermosas, se las enviaré a papá.

No le hago mucho caso, el ruido de la orquesta en vivo me tiene la cabeza adolorida. Hace más de una hora que Eros me avisó que la fiesta duraría solo tres, me alivia saber que pronto acabará. El ruido, la gente, sus miradas fuera de contexto y los murmullos incomprensibles me han puesto de un humor insoportables.

Barro la estancia con la vista, los malditos candelabros del demonio y la decoración en dorado con grandes cortinas color vino, le dan al salón un toque de película de época, casi espero ver gente con pelucas y mujeres con maquillaje excesivamente blanco.

Hera postrada en una silla en la mesa más alejada, Maxwell y Agnes le hacen compañía, los tres en silencio, ella y el chico ensimismados en las copas que sostienen. Hunter le hace de chaperón a Franziska que lo lleva del brazo a dónde vaya. Diviso a Eros charlar con un grupo de señores en compañía de su padre, y a Lulú...

¿Dónde está Lulú?

Hallo.

La vocecita tímida e insegura de la chica que aparece de repente me saca un brinco de susto. Unos centímetros más baja que yo, piel bronceada y largo cabello castaño, lacio y  bonitos reflejos cobres, la muchacha me observa con una curiosidad absorbente asomándose en sus ojos ámbar.

—Guida escurridilla, ¿cómo te trata la vida?—saluda Valentina, y los ojos me comen la cara.

Guida, esa Guida, ¿no? Tiene que ser ella. Por impulso, oriento la mirada a Eros y él ya está observando hacia está dirección, pero no a mí ni a Valentina, sus ojos entrecerrados yacen en la espalda de la aparecida.

—No tan bien como a ti, por lo visto—contesta ella, trazando en lo que a mí respecta— ¿Me presentas o...?

Valentina rueda los ojos con toda la intención de que se le note el fastidio por la chica. Procede a señalarla, como si el anillo le pesara cincuenta kilos.

—Sol, esta es Guida, la chica infiel que le rompió el corazón a Maxwell y lo convirtió en un poeta deprimido—comenta como si dijera la cosa más común del mundo, pasando a apuntarme a mi—. Guida, ella Sol, la chica que pudo hacer lo que tú no, ¡enamorar a Eros!

Y se suelta a reír como una bruja malvada. Por Dios. Las carcajadas nada disimuladas de Valentina se coronan con varias torcidas de ojos y ceños fruncidos, pero a ella le importa un pepino, pone una mano en mi hombro, pegando la frente allí, siguiendo con su chiste personal.

—Mucho gusto—extiendo la mano apegándome a mi educación, ella la toma apenas, sin darle el apretón que uno se espera.

—Lo mismo digo—expresa con voz seca—. ¿Qué te ha parecido Múnich?

Todo pensamiento desaparece de mi mente. Trato de entender que quiere, no una linda amistad, eso es obvio, si no la tuvo con Hera, menos conmigo. Escondo las interrogantes detrás de una sonrisa con pretensiones afables, pero que a lo mejor se mira tan insulsa como la suya.

—No tengo quejas, la verdad. Me la he pasada delicioso—repongo, sin quererlo, la sonrisa se me agranda, tumbando la suya.

Quisiese darme una cachetada por sentirme tan a la defensiva, es una reverenda estupidez, no me ha hecho nada, se ha acercado a saludar y nada más.

—Bueno, quise conocerte en persona y no a través de revistas, quería desearles suerte en su relación y decirte que sé que Eros tiene un gran corazón, yo he sido testigo cercano de lo que puede hacer por otros—menciona, como si me revelase un secreto guardado bajo siete candados, descubierto solo por ella—. Debajo de esa fachada ruda, habita un buen chico.

¿Debería molestarme o sentir vergüenza ajena? ¿Quién en su sano juicio cree que es adecuado acercarse a la novia de tu ex ligue a decirle estas cosas? Con eso me ha despejado la duda, ella no viene con la bandera blanca izada, viene a querer partirme la vara que sostiene a la bandera en la cabeza.

Por la esquina del ojo atisbo a Valentina ponerse los brazos en la cadera, echando la cabeza a un lado con un ademán que le tira el cabello encima del hombro. Quisiera sentir rabia, enojo, sin embargo, es una infinita gracia lo que me causa todo esto.

—No lo conociste muy bien, me parece—respondo, frunciendo el ceño—. Eros no tiene fachada, tiene matices, que no hayas alcanzado a ver más allá de lo que él quiere demostrar, es distinto. Él sigue siendo el mismo.

La cara se le distorsiona y aunque trata de ocultarlo, deja entre ver que la réplica le ha calado como un aguijón envenenado. De la sonrisa no queda ni el rastro, y no quisiera, pero no puedo evitar la descarga de satisfacción que me recorre las venas. Se ha quedado inexpresiva, después de entrar en un hermetismo hostil, asiente, retrocediendo un paso.

—Feliz cumpleaños, Sol.

Se da media vuelta y desaparece entre la gente.

Shh, fuera, loca—sisea Valentina, ondeando las manos despectivamente—. ¿Quién se cree qué es? Venir hasta aquí a hablar tonterías, ¡Sol! Yo he visto tres veces Karate Kid, tengo algunas técnicas para dejarla sin dientes si me lo pides—exclama, moviendo las manos en posiciones extrañas, sube una pierna queriendo arrojar una patada, pero parece recordar algo, porque la baja y aferra las manos a mi brazo—. ¡Oye! Por cierto, felicidades por tu m...

—Buenas noches, señoritas—Meyer interrumpe el palabrerío de Valentina—. ¿A quién golpearás esta vez, ninja?

Ella sube y empuña las manos, mostrándoselas al chico.

—A ti, si sigues metiéndote conmigo.

El hijo de Heirich le regala mimos en la cabeza, le despeina la coronilla y ella se aparta diciéndole unas cosas en lo que suena como italiano.

—Ayer no te vi, así que feliz cumpleaños—declara, su sonrisa sesgada contiene connotaciones implícitas de las que no quiero saber—. Mi regalo lo dejé junto al resto, espero que te guste.

La piel se me eriza, me pasa justo esto cuándo me consigo un animal en medio de la limpieza del apartamento.

—Ah, muchas gracias, no hacía falta—mascullo, él intenta responder, pero ahora es él el interrumpido.

—Sol—la voz de Eros viene desde la espalda de Meyer, toma un paso al costado, tendiéndome la mano—. ¿Vamos a bailar?

Engarzo los dedos en los suyos de inmediato, Valentina sube los pulgares y Meyer se queda mirando fijo a Eros, sin parar de sonreír.

Eros actúa como si el chico fuese invisible, me coge de la cintura dirigiéndome entre la gente al centro del recibidor, dónde Franziska y Hunter tratan de hacer que Hera baile, pero la rubia luce como un títere, con la cabeza inclinada hacia abajo y los brazos lánguidos. Muy distinta a Lulú a quién consigo bailando en compañía de Helsen, me viene el recuerdo de ellos en la fiesta de cumpleaños de él como un déjà vu.

Los pierdo de vista cuando Eros toma mis manos y las apoya en su cuello. Las suyas se adueñan de mi cintura, provocándome una serie cosquillas que me impulsan apretar el pecho contra el suyo. Espera a que sea yo quien comience el balanceo, porque no sabe con qué pie empezar.

Bailar con Eros es convertirse en una mecedora. Pasos de un lado a otro, porque no tiene la habilidad de Hunter de ponerte a flotar en tus pies, y está bien, tampoco me espero una proeza de último nivel. Siempre que sea él, no me interesa ir a destiempo.

—Conocí a Guida—rompo el silencio con el peor tema de conversación, pero no me lo puedo callar, y no me da la gana.

Recuesta el mentón encima de mi cabeza, enrollando los brazos a mí alrededor.

—¿Felicidades?

—Gracias—replico, siento la vibración de su risa en su cuello—. Dice que te conoce muy bien, pero muy bien.

El ruido de brindis, risas y música animada se acoplan al mutismo de Eros.

—Millones creen en deidades inexistentes, Guida no es distinta a ellos, ya te lo dicho—se limita a replicar.

Aspiro el aroma impregnado en su cuello, cerrando los ojos, disfrutando la tibieza que desprende su piel, a través de la ropa. Mi corazón se desborda de un calor sobrecogedor, quisiera sentirlo más cerca, teniendo en cuenta de que la única forma de que eso ocurra, tendríamos que llevar más que el deseo puesto, coloco la mejilla en contra de la piel expuesta de su pecho.

—No recuerdo el nombre de nadie, son muy raros.

Se le escapa una risita y una emoción tremenda me inunda el pecho.

—Es porque no son importantes, apuesto lo que sea que el mío no se te iba de la cabeza—declara haciendo acopio de todo el egocentrismo que le caracteriza—. Ahora no puedes dejar de gemirlo.

Él está muy seguro de eso, sería una tragedia romperle la burbuja confesándole que en realidad, lo confundía con Ares.

Rompe el hilo de mis pensamientos al detenerse, el corazón me late raudo creyendo que algo malo ha ocurrido, el miedo se desvanece en cuanto se adueña mi rostro y me hace inclinar la cabeza hacia atrás para desprender un beso en mi boca.

A ese le sigue uno, otro y otro, uno más intenso que el anterior. El aire me falta, la necesidad imperiosa de probarlo con más ahínco se superpone por encima de la timidez de hallarnos en público, con su familia a metros de nosotros. Me paro sobre la punta de mis pies, devolviéndole el beso emulando su ímpetu, no tardo en regresar a mis pies porque una mano se escurre en medio de nosotros.

—Decoro, joder—reprende Hunter, a nada de echarse a reír por la mueca enojada de Eros.

—Cállate—espeta Eros.

El rostro se me enciende al ver la sonrisa de Franziska, bien agarrada del brazo de mi amigo. Le da un golpecito en el pecho y señala al pasillo que dirige a la cocina.

—Ven, vayamos a pedir que repartan champaña para el brindis—pide, y Hunter apelando por su lado galante, asiente y se deja arrastras hasta allá.

Los vellos de la nuca se me erizan, podría jurar que alguien me atraviesa con la mirada, no me atrevo a voltear. Lo que si percibo de frente es un grupito de cinco chicas, entre ellas la misma pelirroja con quién nos topamos la tarde antes del viaje, la hija de Heirich, escondiendo las risas detrás de las manos.

—Somos la comidilla del pueblo—mascullo, presionando la frente en su piel.

—Somos lo más interesante que tienen para hablar.

Me quedo así, apenas respirando, contando los latidos de su corazón. La rudeza insólita del temor incinerándome la garganta con el espectro del llanto. Intento borrar los problemas, de verdad hago mi mayor esfuerzo, pero Hera, Zane libre, los resultados de la prueba... todo hace mella en mi pecho, cuento los números del diez al uno como hace Eros para calmarse.

—¿Qué pasa?—cuestiona Eros.

Es la pregunta frecuente, comienzo a odiarla.

Niego, inflándome los pulmones de todo el aire que pueda. Elevo la mirada encontrándola con la suya.

—¿Irás al baile de graduación conmigo?

Enarca una ceja, inclinando la cabeza a un lado.

—¿Pensabas llevar a otro o qué?

—Si, a Patrick, obviamente—bromeo, su expresión inquisitiva decae, una sombra le oscurece el semblante—. ¡Estoy jugando! Dios, que poco sentido del humor tienes.

Suelta un bufido, sumiendo los dedos en mi espalda.

—No te preocupes, yo me llevaré a Kira a Nueva York para que trabaje en el penthouse—comenta como si nada, encogiéndose de hombros.

Ya no da risa.

Me cruzo de brazos molesta porque ha logrado su cometido. El golpe de celos me atiza directo en el corazón, me desagrada de sobremanera imaginarla allí, metida en sus cosas. ¡Seguro que huele sus camisas!

Lo sé, porque yo también lo hago.

—Hazlo, verás cómo se acaba esta relación—asevero, su rostro se torna serio, contorsionado por una mueca incómoda dibujada en los labios.

La canción se acaba y la que le sigue, una suave melodía que reconozco como Bel Air de Lana Del Rey, me despeja el cuerpo de la tensión que me aprisionaba los músculos, y me siento hecha de gelatina cuando me aprieta contra él, con los labios aplastados en mi mentón, susurra:

—¿Te cuento un secreto?

—Por favor.

Toma un respiración audible, desviando la vista a un punto ciego.

—No creo que resulte así de fácil, mi Sol.

El tintineo de metal contra cristal rompe el momento.

—¡Acérquense, vamos!

Franziska regresa junto a Hunter de la cocina. Detrás de ellos se despliegan el equipo de meseros cargando con bandejas repletas de copas. Ella tiene la suya, su brazo siempre adherido al de Hunter, quién saca el pecho como un pavorreal orgulloso. La música no se detiene, busco a Hera y a Lulú entre la multitud, las dos están juntas, Maxwell y Helsen detrás de ellas. Ellas se fijan en mí, tomadas de la mano se aproximan a mi posición.

Franziska espera que lleguen a mi lado y la gente se aglomere alrededor para continuar. Hera me toma del brazo, trazando una sonrisa que no le ilumina los ojos, y ese detalle me hace querer estrecharla contra mí. Un chico se acerca con la bandeja llena, nos ofrece una copa a cada una, Eros coge la suya sin esperar a que le pasen una.

—Esta noche es una muy especial, esta noche celebramos los cumpleaños de mí adorada nieta Hera y mi querida amiga Sol—dice, apuntando hacia nosotras con la copa. Los aplausos no se tardan, la vergüenza me pinta los mofletes de rojo—. Chicas cuya inteligencia supera su belleza, con solo darles una ojeada, entendemos que son las chicas más inteligentes de este mundo. Mis deseos para ustedes es que sean todo eso que yo no fui, y mucho más, en su honor—alza la copa frente a su rostro sonriente—, ¡prost!

Pide brindar con nosotras, pero eso no sucede.

Lo que parecía un mesero de cabello blanco, arroja la bandeja al suelo. Las copas se estrellan contra el piso ensuciando los pies de la mujer, quién no tiene oportunidad de reclamar pues el hombre ha sacado un arma del pantalón, le apunta a la cabeza y un segundo después, el sonido del disparo detiene la música y enciende los gritos aterrados.

Todo pasa en segundos, el hombre apunta a Eros, el grito se me atora en la boca al conectar miradas con él. Dirige el cañón a mi dirección, no reacciono hasta que me hallo en el piso debido al empujón que Eros me da. Un frío me cruza el cuerpo, aprieto los párpados oyendo tres disparos más.

Me obligo abrir los ojos, y a pesar de tener la vista desenfocada, soy capaz de ver a Eros extraer el revólver y dispararle un certero balazo en el centro del pecho.

El hombre cae de espaldas delante de mí, miedo me desgarra el alma, intento arrastrarme hacia atrás, pero un dolor punzante en el hombro me detiene, en medio de la confusión, bajo la mirada aterrada, las pulsaciones se me detiene al atisbar la sangre que brota a borbotones de mi clavícula manchar mi vestido rojo.

El griterío se desvanece, mi vista se atiborra de lágrimas y el ardor dentro de mi piel me inhibe respirar. Mis codos ceden ante mi peso, caigo de costado mirando las pisadas frente a mi cara, y detrás de ellas, los ojos en blanco de Franziska con la cara bañada en sangre, mirando al vacío.

Un instante después con esa imagen grabada, pierdo la batalla en contra del adormecimiento y dejo caer la cabeza contra el suelo.

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