"57"

      —Los disparos ocurrieron fuera del establecimiento—informa Maxwell, el hielo envuelto en un paño le ha servido para contrarrestar la hinchazón que los nudillos de Jamie generaron—. Las cámaras dejaron de funcionar minutos antes, la policía le ha pedido a Maximiliam que entregue lo que se recuperó de las grabaciones de esta noche, esperemos que den con alguna pista de quién pudo ser.

Los minutos corren, el escenario frente a mi parece desarrollarse presuroso, como colocar una película en fast motion. Complicado de comprender cuando tu cabeza se vuelve holgazana,  producto del horror de los disparos, el griterío pavorido y la ausencia de luz.

La electricidad regresó menos de veinte segundos luego, Eros y los guardias irrumpieron en los baños en ese intervalo desolado, espabilando los rostros torcidos en burdas  muecas de terror.

Un cumpleaños para recordar el resto de mi vida, me parece.

—Qué extraño, ¿no, Bertha?—Hera está a punto de saltarle encima—. Los disparos parece que sellaron tu amenaza.

Todas lo pensamos, Hera se lo escupe a los pies, sórdida y distinguida como siempre es.

—Qué extraño que sea yo quien luce una herida espantosa y aún así tomes la molestia de acusarme—objeta molesta—. Busca un problema verdadero, bonita.

Casi me río de su pésima actuación. Lo haría, de no ser por la terrible elipsis estancándome la lengua. 

Me resulta más insólito que una casualidad que en las dos ocasiones que me he topado con ella, de su boca no salen más que comentarios ofensivos y amenazas. Su repentino compromiso con el aún desconocido hermano de Maxwell...

—¿Qué te dijo?

Todas las cabeza giran, las miradas se enfocan en Eros, abstraído en su propia mente desde que la marea de seguridad nos sepultaron en esta oficina lejos del barullo de gente. Observa, estudia en silencio las maneras, gestos y palabras de cada ser que cruza la puerta. Percibo la mismas interrogantes e hipótesis mías rondando su cabeza.

—Que prepare mi mejor vestido negro, negro, como las rosas que Sol recibió, mucha coincidencia, pero yo no creo en ellas—espeta, apuntando con su uña filosa a la susodicha—. Yo creo que tú, asqueroso gusano celoso, estás detrás de todo esto, ¿dónde está tu estúpido prometido? ¿Apagando la electricidad? ¡¿Disparando un arma?! ¡¿AH?!

—¡Cuida como te diriges a mí!—explota Bertha, Maxwell detiene el furioso amago de ataque contra Hera—. Niña, si quisiera hacer algo lo hago de frente, no enviando notitas estúpidas.

La observo, impasible, mientras gesticula con las manos una hilera de groserías más.

—La situación se pone cada vez más rara—los ojos déspotas de Bertha se posan en mí adornados con frialdad—. Hera jamás nombró las notas.

La comisura de su boca se alza en un rictus, empuño las manos, reprimiendo las ganas de devolverle el rasguño.

—Todo el mundo lo sabe, guapa.

—No, no lo hacen—intercede Eros, autoritario y extrañamente mesurado—. Nadie más fuera del círculo de autoridades conocen la situación, me encantaría oír cómo te has enterado tú.

La conmoción estalla en el semblante de Bertha, perpleja, abre la boca para contestar, pero el sonido de la puerta la interrumpe.

El tal Maximiliam ingresa a la oficina, investigando cada rostro presente. Lo reconozco enseguida entra porque el parecido que guarda con Maxwell es... no hay manera de explicarlo más que mencionando que son gemelos idénticos. Reconozco quién es quién por los recientes moretones de Maxwell.

Mismos ojos azules como el océano. Mismo cabello azabache. Misma mandíbula cuadrada.

El muchacho arrastra la mirada adusta por cada rostro, una sensación amarga me toma el pecho cuando noto que se detiene un segundo de más en mi postura. Confusión le atesta en la cara desplazando la rigidez de sus facciones. Inclina la cabeza a un lado, enfocándose en mis facciones con tal ahínco que la necesidad de apartar la vista se vuelve una urgencia.

Eros corta la incómoda conexión adelantando un paso severo. El Maxwell de cara herida se sitúa al costado de Hera, quien no puede apartar los ojos de la indolente Bertha.

—Acércate—exige Eros. Él tipo descruza los brazos y sin borrar la arruga del entrecejo, obedece—. Me enteré que te has embarcado en el peor negocio de tu vida—el rostro de la copia de Maxwell se arruga en confusión—. Bertha.

Allí reacciona encuadrando los hombros a la defensiva. Carraspea. A mi lado, Hunter articula un bufido desdeñoso.

—¿Qué pasa con eso?—cuestiona con esa actitud altiva rarísima de ver en el cuerpo de Maxwell.

Mi estómago se aprieta al divisar el semblante inhóspito de emociones de Eros, los dedos me hormiguean cuando apunta a mi posición.

—Tu maldita mujer le ha hecho eso a la mía y como soy un caballero y no me atrevo a ponerle una mano encima—toma un paso más cerca, tenso hasta el último cabello—, por ley te toca a ti recibir su castigo.

Captando el rumbo que la conversación ha tomado, deshago el agarre del brazo de Hunter y me apresuro a llegar a su lado, pero Valentina me toma de la muñeca mirándome con precaución.

—¿Qué ley?

—La mía.

Un grito de espanto me abandona el escuchar el crujido de los nudillos de Eros estrellarse con agresividad en la nariz de Maximiliam. Valentina me acompaña a separarlos, ella empuja hacia atrás al muchacho atolondrado que se pasa un dedo por los orificios de la nariz sucios de sangre.

Otros dos golpes como esos más y dejaría de reconocer a los gemelos Bornmann.

Eros intenta acercarse de nuevo, planto los pies en el suelo empujándolo de vuelta atrás, mismo efecto que hacerlo con un camión cargado de ganado. Busco a Hunter con la mirada, pero él está demasiado ocupado riéndose de Maximiliam.

—Ya, por favor, las peleas son tan poco agraciadas—intercede Valentina—. Bueno, uno más porque Sol tiene dos marcas.

—¡Valentina!—grito en cuánto Eros se suelta de mi agarre.

Como puedo me cuelgo de su muñeca, enterrando los talones en el piso.

—Principio jurídico de justicia retributiva, tú ya lo conoces—declara.

Si no estuviese luchando con Eros, le arrojaría un zapato a la frente.

Eros permanece a dos pasos de llegar a Maximiliam cuando Hera se mete en medio de los dos. Él se detiene, dejo ir su muñeca poniéndome a un lado de su hermana, observo con miedo por el chico Bornmann como moldea en sus facciones una ira terrorífica que me hacen tragar grueso.

—Como esa mujer vuelva acercarse a mi familia, voy por la de ella y por la tuya también—sisea, un halo iracundo por encima de sus pupilas.

—Algo habrá dicho para que Bertha reaccione de ese modo—espeta Maximiliam.

Eros hace el intento de dar otro paso al frente, Valentina interfiere subiendo una mano sin llegar a tocarlo. Cuan chistoso es que Eros no se ha detenido porque las tres tengamos una súper fuerza, no, lo ha hecho porque así lo ha querido, porque bien puedo empujarnos a un lado y nosotras cederíamos cual castillo de naipes.

—Tu zorra comenzó a vomitar falsedades—brama Hera.

Bertha bufa una risa.

—Ingenua eres, ingenua serás

—Cuida esa boca tuya—gruñe Maximiliam, arrimándose a la rubia imperturbable ante el enojo.

Maxwell enfrenta a su hermano, impulsando con suavidad a Hera hacia un lado. Ambos comparten una mirada que apesta a cólera e irreverencia. Es risible que parezca que uno tuviese un espejo en frente.

—No te acerques ni un paso más—amenaza Maxwell con una sobriedad que no encaja, en lo absoluto, en alguien tan vivaz como él.

Su hermano arquea las cejas, Eros enrolla los dedos en mi muñeca y me impulsa a un lado en un movimiento tan delicado que apenas lo percibo. Maximiliam toma un paso amedrentador contra su hermano y doy por cumplida la masacre al Eros ir contra él.

—¡AY YA, ME TIENE HARTO! ¡YA CÁLLENSE TODOS!—el grito de Hunter rompe la concentración de los tres hombres—. ¡BERTHA SE METIÓ CON HERA Y SOL RESPONDIÓ COMO SE LO MERECÍA SI NO TE GUSTA PUES NOS MATAMOS AQUÍ! ¡A VER!

Ofuscado a más no poder, gruñe incoherencias repartiendo manotazos a las manos de Eros, Maxwell y su gemelo, a quién empuja con un dedo y le invita a golpearlo en la mejilla.

Todo se vuelve un lío de empujones, gritos e insultos entre Maxwell, Hunter y Maximiliam. Retrocedo otro paso más, llevando a Hera conmigo.

¡Qué se maten si se les da la gana! Es tarea imposible intentar que entren en razón, cuando se ponen en plan de defensores se vuelven erráticos, los animales tienen más sentido común que ellos. Me doy por vencida.

—¡Hunter, cálmate por Dios!—exclama Lulú.

La bocina de un celular se escucha por encima del intercambio violento de palabras. Eros saca el aparato del bolsillo, contesta la llamada y el grito colérico que emana del aparato de su padre finaliza la discusión.

—La fiesta terminó. Vuelvan a casa, ¡ahora!

   

~

Hera no ha abierto la boca ni para sorber un suspiro. El camino de vuelta a la residencia transcurre repleto de conversaciones que no comprendo, pero que suenan a quejas y amenazas. He tenido que morderme la boca para retener las palabras dentro.

Jamie es el último vástago de Jörg. Suena como un cuento que termina en tragedia, tan espeluznante, repulsivo y verídico. No hace falta un profundo análisis, recapitular toda una vida de pruebas, una vez esa oración te roza el oído, todo cae por su propio peso.

Las puertas de la casa se hallan abiertas, esperando nuestro regreso. La piel se me eriza al oír el pacífico silbido del viento y los pasos contra la piedra,  añadiendo un aura siniestra al escenario apagado.

—Vayan a descansar, Eros y yo tenemos asuntos que atender—dice Ulrich, austero, inconmovible.

La comprensión se cruza y disputa con la decepción. Quiero tomar un baño, conversar a oscuras, con el confort y calor de las pesadas cobijas sobre nosotros. En la otra cara de la situación, Eros necesita ir con su padre, recaudar información y yo, acompañar a Hera en su evidente malestar.

Mi plan era estable, cómodo para todos, pero Hera lo catapulta al olvido.

—Te acostaste con Bertha.

Mi cuerpo entra en un estado de reposo, reconozco que sigo con vida gracias al duro compás de los latidos.

—¿Quién carajos te ha dicho esa mierda?

Lanzo una mirada a Hunter y Lulú, rectos y estupefactos al pie de las escaleras. La duda de si seguir o permanecer quietos prevalece como bandera en sus rostros desconcertados.

—Ella, ¿lo hiciste o no?

Veo  a Eros, a escasos pasos de su papá, contemplando con sospecha y recelo a su hermana.

—¿Tú crees que estuviese aquí de ser eso correcto?—inquiere el hombre con alta displicencia.

—No lo sé, con ustedes no se sabe, ni ustedes se entienden.

—Hera, piensa dos veces antes de escupir cualquier cosa referente a tu madre—advierte Ulrich—. No hay verdad ni lógica en esa acusación, de ser así, no lo discutiría contigo y menos frente a este público.

Buen momento para salir huyendo.

Ante el ademán de seguir el camino a las escaleras, la voz de Hera vuelve a elevarse en el recibidor.

—Jamie es hijo de Jörg.

El tiempo parece detenerse en seco, las agujas del reloj viejo detrás del hombre continúan su estricto recorrido como recordatorio de un avance.

—¿De dónde sacas todo esto, por un carajo?

Hera dueña de un cuerpo pequeño desprende emociones con la vehemencia de un huracán mortal. El desastre que el problema acarrea es imposible de contener.

—¿Lo es o no?—su voz trémula, afectada, envía una punzada a mi corazón

No se escuchan negativas, refutaciones. La carencia de respuesta transforma lo que pudo ser un asunto ambiguo, en un decreto.

Jamie es tío de Hera. Él disgusto de Eros, sus comentarios que ahora tomo como referencias... el estómago se me revuelve de pensarlo.

Un sollozo retumba en el sitio, decepcionado, profundamente dolido. Un calor me recorre los brazos, el adormecimiento me toma cuando los nervios alcanzan su tope.

—¿Desde hace cuánto lo saben?

Ulrich toma un paso al frente, ella retrocede como si le temiera, ese acto por lo visto le desconcierta de sobre manera. Inspira una bocanada de aire, perdiendo la paciencia.

—No discutiré este tema ahora, Hera, no lo repetiré—gruñe, intentando volver acercarse a ella.

Hera se lanza atrás, levantando un brazo acusador a su progenitor.

—¡No te acerques! ¡No quiero volver a verte! ¡No quiero saber de ti! ¡Ni de ti! ¡Ni de nadie!—grita a todo lo que su voz permite—. De mi obtendrán el mismo trato, los excluiré de mi vida como si jamás hubiesen existido.

Con los ojos desbordados de lágrimas iracundas, se encamina a la salida marcando la huella de los tacones en el piso. Hunter y Lulú van tras ella y yo, sin un euro encima y el pecho estallado de un caos sentimental, pronto les sigo, advirtiendo la mirada de Eros antes de reencontrarme con la noche espectral y su misterioso silencio.

Yo dije que soy fan de GOT, el nombre de Jamie no es en vano.

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