"5"

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"The thing about men like you
Is you got a lot to say
But will you stay?"
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EROS



         Contemplo la sombra de la dulce chica consumiéndome con esmero y codicia hasta que las arcadas le obligan a retraerse.

Comienza lento, suave, su boca caliente me ciñe y aprieta con deleite. Aparto el cabello rebelde de su rostro, la diversión y euforia brillando en su mirada que no despega de la mía cuando desliza la lengua la extensión del tronco esparciendo su lubricación.

Enreda en mi glande, desliza la punta en el frenillo, chupando la punta de la erección que toma con firmeza en su mano y estimula de arriba abajo. La excitante presión tira de mis caderas adelante, sus manos se afincando a mis muslos, introduciéndome profundo a los confines de su garante ardiente, su lengua moviéndose con experiencia, rozando sus dedos.

—Lo quiero todo pero no puedo—gimotea una risa, su boca luciendo saliva a borbotones.

Recojo su cabello en una coleta alta, recibiendo sus exquisitas atenciones de su boca maestra nueva cuenta.

—Linda, tienes garganta humana no línea subterránea— pronuncio con alta agitación, evidenciando los maravillosos efectos de su trabajo en mí.

Ella ríe con ganas, transmitiendo la vibración a mi polla encajada en su carne húmeda.

No hay mejor antídoto contra el aburrimiento de las clases, que una buena follada de boca en un baño de este cuchitril. Hasta ahora he mantenido distancia prudente con Sol por mi bienestar, pese a mis grandes esfuerzos en mantenerme ocupado, los ojos pretenciosos que creen saberlo todo siguen marcados en mi mente.

La he visto de lejos como un maldito enfermo, pavoneándose por los pasillos, comportándose como la sabionda que es. Estudio, tengo que estudiar, estoy estudiando... no le escucho pronunciar más que ese puto verbo con insolencia y altivez.

Como me gustaría probar esas atenciones que le da a esos libros en mí, como lo hace Mandy, quién no para de succionar, lamer mi dura extensión, masajeando mis bolas con una mano y empujándome contra ella con la otra.

Desde que el martes se me guindó del cuello como un mandril necesitado de atención, supe que tenía una tarde resuelta. Mandy en un movimiento brusco me clava los dientes, gruño una blasfemia y bajo la mirada, ella abre los ojos como disculpa y retoma las atenciones, hondo y duro, llenándose los ojos de lágrimas de satisfacción.

Ojos brillantes, marrones. Ojos café, de esos que te provocan insomnio.

Ojos café...

La boca diestra y caliente comiéndome la polla no le pertenece a Mandy, los tirabuzones de mi mano se desvanecen, es una manto de cabello castaño lacio lo que sostengo con brusquedad, la piel morena se vuelve trigueña, sedosa y bañada por un rocío del sol.

Esa única imagen, malditamente excitante es capaz de empujarme al borde. Ceso la cadencia de mis embestidas, libero los rizos y la levanto de sus rodillas, tomando su cintura para subirla al borde del mesón de lavamanos, aferrándome al rostro nublando mis sentidos.

Me quito el condón y deslizo uno nuevo, buscando con desespero la boca gruesa, seductora y arbitraria que no puedo parar de desear. Tomo su ropa interior y la aparto de un tirón, ella se estremece y busca frotarse contra mi cuando trazo las líneas y acaricio con la paciencia que no tengo los pliegues desbordantes de humedad, preparando, facilitando la entrada cuando presiona los talones encima de mis glúteos y me exige llenarla de una estocada.

—Ay, por Jesús, es tan...

Introduzco dos dedos en su boca callando sus gemidos y ridículas declaraciones. No es la voz que quiero oír.

Ella lame, chupa y muerde con pericia como momentos antes. Tomo su pequeño y redondo culo en mi mano y lo estrujo, incrustándome hondo en leves embestidas sin dejar un centímetro libre.

Presiono los párpados sintiendo como se remueve buscando por más cuando tomo una de sus tetas en mi boca y jalo un pezón erguido, batiendo las caderas con hosquedad, tratando de eliminar la presencia de Sol de mi cabeza, consiguiendo un gemido alto.

Ojos café, cabello castaño, aroma a frutas...

Gruño una mierda que se resbala lejos de mi consciencia, estrellando la pelvis contra su pubis con salvajismo, marcando el paso de mis manos por su piel con mis dedos abriendo sus nalgas para hacerme espacio con cada embestida.

Ojos café, cabello castaño, aroma a frutas, boca tersa...

Me toma de la nuca y aplasta contra sus tetas. La estrecho más contra mí, circundo la areola de sus pezones ella se restriega con fiereza contra mí, soltando el aire en jadeos que freno al tomarla del cuello e inclinarla hacia atrás, deteniendo el salto de sus pechos con la boca, sintiendo su coño ceñirse y contraerse, descargo en ella la frustración de querer tocar un cuerpo distinto.

El orgasmo acalla sus quejidos y entorpece sus movimientos. No reduzco el ritmo, no me lo permite, presiona contra mí recibiendo las inclementes estocadas. Arrastro la mano de su cuello recorriendo su  abdomen hasta alcanzar la piel cubriendo su clítoris, lamiendo el camino entre sus tetas, succionando la piel de su garganta, desembarcando la boca en sus labios húmedos.

Ojos café, cabello castaño, aroma a frutas y boca tersa como los de...

La sensación familiar del orgasmo se construye con deliberada velocidad al percibir la segunda ronda de contracciones apretarme, con un par de tetas rebotándome en la cara, llenando un coño caldeante y la imagen de esa bonita boca rosa succionando la punta se planta en mi cabeza. Imagino la sensación de sus labios tanteando la extensión, la punta de su lengua persiguiendo las venas gruesas, su aliento abrazando mi piel...

Sol...

El susurro de la confesión esquiva mí consciencia, con el brusco empujón en el tórax caigo en la realización de lo que he dicho. De inmediato me aparto y abro la mirada temiendo haberle causado daño, me enfrento a los ojos verdosos de Mandy lanzando improperios justificados contra mí.

—¡¿Sol?!—chilla, sus ojos desorbitados por la ira.

—¿Hola?

La voz acentuada por la frívola burla de la aludida retrae, derrumba y pulveriza la abrasadora eyaculación goteando en la punta de mi erección hincada en el interior de Mandy. La molestia del orgasmo suspendido se siente como pesadas piedras ásperas lastimando el interior de mis testículos hinchados.

Cierro los ojos, maldiciendo a los jodidos Dioses.

La cruel vacilación me carcome la paciencia, me debato entre despejar el interior caliente y desbordante de fluidos de Mandy o acabar dentro del condón, contemplando en primer plano los maravillosos y cautivadores ojos café de Sol, que asumiendo por esa sonrisa sórdida bailando en su boca provocadora, la vista no le hace daño a la retina.

—¿Qué esperas? ¿Hacerlo trío? ¡Lárgate, zorra!—vocifera Mandy, cubriéndose las tetas con las manos.

Suponiendo que el insulto caló lo esperado en la bonita muchacha de piel morena, trato de salir de su interior caliente, pero sus talones me mantienen firme y duro escondido dentro de su sexo.

—A ver, primero deja los gritos que me duela la cabeza, segundo, esto es un baño público, si querían jugar a los conejos, debieron pagar un hotel y tercero...—una pequeña risa aguda hace eco en el espacio—. Te rechazo la oferta, los tríos me gustan con dos chicos.

Me mira como si la situación le atiborrase el ego hasta la saciedad y se encamina a un cubículo, andando a pasos felices. La inexorable hesitación de si alcanzó a oírme suspirar su nombre en la cima de placer late sin prudencia en mi cabeza enrevesada.

—¿Qué le pasa? ¿Cómo se queda aquí? ¡Estás loca!—continúa chillando Mandy.

Tomo sus tobillos y me los quito de la espalda, saliendo de ella antes de que la polla entre en un profundo letargo dentro de ella. Me quito el condón, recojo el del piso y los echo a la basura. No es la primera vez que me interrumpen, lo es que el invasor sea el propietario de la fantasía dando rienda suelta en mi mente, invadiendo y exaltando mis sentidos y deseos.

Me aseo con agua y seco con tiras de papel, eludiendo la fulgente irritación impresa en los ojos de Mandy.

—Creo que se acabó la diversión—mascullo, su risa acentuada por la ironía me genera desagrado.

—¿Estás seguro? Porque creo que para ti acaba de empezar.

Lo que daría porque fuese verdadero...

—¿Lo siento?—pronuncio, subiendo la bragueta, sin una pizca de arrepentimiento, hecho que claramente no le pasa inadvertido.

—Jódete.

Gracias.

La puerta del cubículo chirria anunciando la salida de Sol. Me es imposible perderme sus pasos, movimientos o gestos inconscientes.

Me topo con sus ojos vivaces en el reflejo del espejo, contemplo su rostro enmarcado por una bella y plena sonrisa.

—Tu hermana espera por ti, deberías avisarle si piensas tardar—dice como si nada, enjuagando el jabón de sus manos.

—Lo bueno es que le haces compañía, ¿no?

Encoge los hombros, sacudiendo el residuo de agua en el lavamanos. Le echa una mirada impertérrita con destellos de diversión a Mandy, encaminándose a la salida, la chica para de retocarse el labial, ubicando la ofensa en Sol.

Sol abre la puerta antes de poner un pie fuera, saboreo la malicia resplandeciendo en sus ojos.

—Por cierto—pronuncia con dejo de mofa y altanería—. Mi nombre suena bonito en tu boca cuando estás a punto de correrte.

Estrecho mis ojos en ella y la perfecta sonrisa cruzando como un relámpago sus carnosos labios que llama a la curva pretenciosa de los míos. Me escuchó, la muy maldita me escuchó y parece complacida con eso.

Entorno los ojos, esperando que comprenda la promesa atravesando mi mente.

Un día de estos, Sol Herrera, yo seré quien escuche el susurro de mi nombre de tus labios, directo a mi oreja.

Puede leer tan bien una mirada como yo, pues revira los ojos y sale del baño, dejando detrás de ella la estela de su aroma.

—Sí, muy bonito—escupe con sarcasmo y acidez Mandy, empujándome fuera de su camino—. Imbécil.

Palpo el bolsillo trasero del pantalón sacando el encendedor y la cajetilla de cigarros, un par de tubos mermaran la molesta presión en las pelotas.
Aumentar la dosis de entrenamiento disminuirá la rotunda tensión acalambrando los músculos, el desenfreno sexual no funciona como única vía para apaciguar el calor perenne martirizándome la puta cabeza.

Salgo del baño ensuciando el aire del pasillo concentrando el intenso olor a nicotina. Enumero mentalmente los oficios del día, caminando entre la gente entrometida y dispersa. A tres pasos de alcanzar la puerta que dirige al estacionamiento, unas uñas se encarnan en mi brazo.

Aparto el cigarro de la boca, diseminando la capa de humo tapando el rostro de Arletta.

—¿Podemos hablar?—murmura la pregunta, un vestigio de nerviosismo íntegro en su inflexión.

—No.

Trato de seguir el camino, sus uñas insensatas no me dan tregua.

—Eros.

—Arletta, estás en medio de un pasillo en el colegio donde impartes cátedra, ¿crees que es correcto abordarme a mí, tu estudiante, con el que follaste?—mascullo entre dientes, separando su mano de mi cuerpo—. Nos vemos en clases.

Hera y su comitiva esperan hartas a mi llegada recargadas en las puertas de la camioneta. En el trascurso a las frías y vacías de vida paredes que conforman lo que ahora asumo como hogar, Sol jamás volteó a mirar y yo deseé, por primera en mi vida, recibir un poco de esa clase de atención.


~

La pantalla del plasma reproduce imágenes desenfocadas en blanco y negro, con cortes entre una toma y la siguiente sin hilar las escenas de tanques de guerra modelando intimidantes cañones, aviones gravitando en el cielo, abriendo las compuertas que sueltan bombas capaces de exterminar kilómetros de tierra.

Un horrendo pasado del que nadie aprende, bien dicen que la evolución vive en la enseñanza del deber, poco se dice que los verdaderos cambios significativos, nacen del opresivo impulso de los errores.

Pertenecer a esta familia, mi familia, es crecer con las enseñanzas morales distorsionadas. Una situación abtrusa para un crío, danzar entre el bien que promueven las manos limpias de una madre que trata de mantenernos con los pies en el suelo y un padre con una herencia manchada de sangre qu busca elevarnos en cada aspecto, porque así tiene que ser.

El balance se pierde cuando de esa anfibología de límites borrosos, rescatas una asunción de vida.

Adoro a mi madre como a nadie en este mundo, quizá no tanto como a Hera, indudablemente más que a mi señora abuela, pese a la devoción que le profeso, sus sutiles simbolismo y profundas epifanías sobre el bien victorioso frente el mal, no encajaron en mi demacrada percepción de la vida.

Hacedores de bien y el mal existen, siempre lo harán, en las clases bajas, la trabajadora, incluso en el cerrado Jet Set. En la cúpula de los niveles, estamos los que contribuimos a las dos filosofías en cualquiera de esos estratos.

Vendemos experiencias, cada quien sabrá si las convierte en muerte o defensa.

En este negocio la moral es impedimento, un estorbo, aquí estoy, sentado en el escritorio tomando nota en el iPad las características de vehículos programados para liquidar, con la meta de desarrollar máquinas aún más sigilosas, contundentes y letales, porque lo que tengo, me parece poco.

El celular vibra en la superficie por tercera vez consecutiva, odio que me interrumpan, no me queda más opción que responder al leer el nombre de Ulrich en la pantalla.

—¡¿Qué tengo que hacer para que mi adorado primogénito atienda UNA PUTA LLAMADA AL PRIMER TONO?!—brama como una bestia airada, traspasándome el tímpano con su grito—. Perdona, primor, estoy alterado, sí, no la pagaré con nadie solo conmigo, sí, Eros, tu madre te envía saludos y abrazos, los besos son míos, me los quedo yo.

Blanqueo los ojos, no puede callarse una puta vez.

—Ve al grano, estoy ocupado.

—Excelente que lo menciones, porque yo también—espeta en alemán, resoplando como un animal enfermo de rabia—. Recibí en la oficina un sobre con imágenes de tu hermana, sin remitente, nota, huellas, nada. Conversé con Helsen y con tu madre, ella quiere que regresen, conociendo a la obtusa de tu hermana no va a querer, haré lo posible para que esto no escale a más que un chiste de mal gusto, le sumaré un guardia, me importa muy poco su enojo, su privacidad no existe más—le oigo inspirar con tedio—. No la dejes sola, no le quites la mirada de encima, tú ya sabes porque lo digo.

Paro de pensar con la información primordial. Deduzco que los entrometidos pseudo periodistas de los tabloides se han enterado de mi ubicación y quieran sacar un buen tajo de dinero amenazando con sacarlas a la luz pública, no es la primera ni tercera ni quinta vez que lo harían, el inconveniente es, ¿por qué fotos de Hera y no mías?

No tiene ninguna lógica.

—¿Qué crees que he estado haciendo?—replico, la recriminación quemándome la garganta más que el rastro del humo del cigarro.

—Todo menos lo que te indico, ¿o crees que no sé que tu hermana te ve tres veces a la semana?—reprocha con el mismo volumen y tono displicencia—. Necesito que centres la cabeza en lo que realmente importa, su seguridad, la compañía y tus terapias, tu madre vive con el corazón en la boca, no me gusta, escúchame bien, Eros, no me gusta verla preocupada, ¿me doy a entender?

Paso su invitación al infierno con saliva y mucha voluntad. Que se dirija a mí como lo haría con un niñato me escuece los células una a una sin piedad.

—Como ordenes.

A punto de finalizar la llamada, sus gruñidos vuelven a ocupar la línea.

—Tu madre no conoce de tus idas al gimnasio ese de mala muerte—repone disfavor y apatía—. No quiero oír inconvenientes de esa naturaleza, ¿estamos?

Mi respuesta es el mutismo de la llamada.

Tomo el termo para consumir los sorbos de agua que el cuerpo me exige, lo levanto sin problema, está vacío. Pauso el documental y dejo de lado el dispositivo, introduzco la cabeza en el agujera de una camisa, cubriendo mi desnudes.

Bajo las escaleras agudizando el oído, captando los murmullos de Hera y las otras dos postradas cerca de la chimenea, con un desastre de barnices de uñas y comida sobre la alfombra que Hera tanto cela y protege. Quién carajos la entiende.

—Nooo, este color me gusta más—lloriquea Hera.

—Es el mismo—rebate Lulú.

—¡No es el mismo!—le refuta—. Este es blanco hueso y este blanco crema de pastel.

Las carcajadas de Sol se oyen en cada rincón.

—Ah, bien, yo quiero el crema de pastel—cede la de cabello negro, la primera en notar mi presencia.

Levanta una bandeja con pasteles decorados con mierda púrpura, mermelada, supongo.

—¿Quieres pastel de arándanos?—me ofrece con una afable sonrisa.

Sacudo la cabeza, deben haber más de trescientas calorías en ese trozo. Ella se encoge de hombros y sigue en lo suyo.

Mi plan era seguir a la cocina, pero siempre es buena inversión a mi humor quedarme un segundo más para admirar el rostro de Sol. Se muerde el labio concentrada en cubrir la uña de su mano sin manchar demás.

Al ver que no piensa regalarme ni un vistazo, carraspeo y la dignidad se me troza cuando tampoco voltea a verme.

—Hola de nuevo, Sol—digo a modo de reclamo.

Ella sigue sin verme. Pasa a la siguiente uña, ensanchando los labios en una sonrisa cómplice.

Sol, Sol, Sol—tararea, riendo de una broma que solo ella y yo conocemos—. Qué bonito nombre tengo.

Carajo, como me gusta su descaro.

—No es lo único bonito que tienes—profiero, deteniéndome detrás de ella—. Me encantan tus labios, nunca había visto unos como los tuyos, parece que están diseñados para recibir besos.

—¡Ewww, que asco!—chilla Hera, forzándose a toser.

Las risas de Sol se unen a las de Lulú, parece completamente divertida por el ridículo coqueteo. Sol cierra el barniz y finalmente, sus ojos brillantes se posan en mí.

—Pues tú tienes unos ojos preciosos—revela lo que ya sabía, pero viniendo de ella, lo tomo como concepto inédito, sobre todo cuando lo acompaña con esa sonrisa de astucia que me prensa más de un músculo laxo—. Un azul profundo que parece ser un nido de imaginaciones muy creativas.

Siento un tirón en la boca, consecuencia de su deliciosa desfachatez. No le he tocado ni un pelo y ya puedo imaginarme su sabor adherido a mi lengua, el llanto de su orgasmo recorriéndome la barbilla.

Luce como un afrodisiaco que percibo como una caja de Pandora.

—¿Qué mierda les pasa? ¡¿Se les olvida que seguimos aquí?!—grita Hera haciendo aspavientos—. ¡No te acerques a ella, déjala en paz!

Frunzo el ceño, tomando un paso más cerca de la cocina, ocupando el perfil de Lulú, entorno los ojos en la sombra disimulada tiñendo su pómulo.

—Estoy más cerca de ti que de ella—respondo, inclinándome un poco hacia abajo—. Tú, ¿qué tienes ahí?

Ella se aleja de mí de ipso facto, la alegría se deslava de su cara como si le echaran un balde de agua helada.

—¿Qué? ¿Dónde?—inquiere fingiendo desconocimiento.

Enderezo la postura, percibiendo un calor subirme por la columna vertebral, hueso por hueso.

—El golpe que tratas de ocultar con esa pasta blanca que te echas en la cara.

Ella abre los ojos manteniendo su papel de ignorancia.

—Ah, me golpeé con el borde del escritorio cuando recogía un lápiz, es todo.

Los ánimos fulgentes desaparecen, las sonrisas se convierten en muecas de enojo, el silencio pesado y tenebroso reemplaza las carcajadas.

Reconozco los golpes, soy un maldito experto en moretones, los he provocado y recibido, cientos de veces, sé a primera vista cuando un hematoma es provocado y cuando es accidente. Y ese magullón de bordes verdosos, centro púrpura y salpicaduras de azul, fácilmente toman la horma de mis nudillos.

Es exacto, una réplica a los que vi en...

Me estrujo el hueso de la nariz, contando en reversa. El vistazo al moretón dispara mi enojo y atrae recuerdos que jamás quisiera repetir, prefiero estar enterrado o hecho cenizas. Inspiro y exhalo, una y otra vez. Apaciguando el ardor de la cólera devorándome el juicio.

—Te tengo una pregunta, Lulú—observo su mirada de soslayo—. ¿Tú crees que alguien podría tragarse esa excusa?

Su labio inferior tiembla, se pone de pie, ocultando como puede su rostro detrás de los cortos mechones de cabello.

—Voy un momento al baño—pronuncia, el preludio del llanto engrosando su voz.

El mutismo se acaba con la salida de Lulú de escena y el rodillazo de Hera sobre mi pie.

—Deberías aprender sobre el decoro—reprende con rigor—. La hiciste llorar, ¿sabes lo que costará que salga del baño? No, claro que no lo sabes, Lulú es más cerrada que una caja fuerte llena de lingotes.

—¿Se puede saber que le ocurrió?

Hera niega con acritud, Sol vuelve a pintarse las uñas, en silencio sepulcral.

—No, si ella no quiere hablarlo no puedo decirlo yo.

No me suena nada convincente.

—Muy bien...

Se incorpora de la alfombra, dedicándome una mirada pesada.

—Como sea, te aviso que esta noche vamos de fiesta, ¿podrías pasar por nosotras cuándo acabe?—inquiere con inflexión fuerte—. Hunter nos llevará, pero no me gustaría hacerle doble el viaje de regreso, ¿te envío la dirección?

—No.

Ella rueda los ojos, tocándose el collar con la 'E' dorada colgando entre sus prominentes clavículas.

—Se me olvida que ya las tienes.

El pavor latente a revivir hechos aviva todas las alarmas. Un estrujón doloroso en el pecho me llena la cabeza de cientos, miles de posibilidades inseguras, una peor que otra.

—Cuida lo que bebas, comas u olfatees—me alboroto el cabello, perdiendo la coherencia—. ¿Sabes qué? Voy con ustedes.

Hera me dedica una mirada de advertencia.

—Si prometes portarte bien.

Resoplo con ironía, retomando el camino a la cocina.

—¿Cuándo me he portado mal?







Eros en plena mamada:

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