"49"

       —Si ese candelabro se cae, ¿nos aplastaría a nosotros también?

Lo admito, tengo un serio problema contra esas cosas. A dónde sea que vaya y me encuentre con uno, sufro delirios de una muerte por aplastamiento. Que pesadilla viví al ingresar a este salón del brazo de Eros y divisar una de gigantes arañas doradas decoradas colgando a lo largo del recinto.

La decoración es fascinante, sobria y suntuosa. El negro y plata predominan con copas y botellas de licor acomodadas sobre las mesas varios metros, guardando espacio para la pista de baile y la orquesta que toca una plácida melodía.

Pensé que la celebración se desarrollaría en un salón de algún hotel cinco estrellas. Me equivoqué. La mandíbula me colgó cuando arribamos a este castillo de siglos de antigüedad en el borde de la ciudad, no pude contener mi imaginación, por un momento quise vernos a todas ataviadas en vestidos superen en peso, coronadas con peinados extravagantes.

Hubiese encajado perfectamente una fiesta temática de época victoriana, pero no, más que un cumpleaños, parece pasarela de la alta moda. Mujeres resaltan su figura en vestidos que en altas probabilidades, lo usen solo esta vez, y hombres con sus trajes a la medida y moños en el cuello.

Como el elegante traje negro que viste el chico que no ha dejado de contemplarme con descaro y poco disimulo los senos desde que descendí las escaleras de su casa.

Mjmm...

—Levanta la cara, Eros—rechisto, pegándole un golpecito en el brazo que mantiene enganchado a mi cintura—. Me pones nerviosa.

No obedece. Elimina la escasa distancia entre los dos, sube la otra mano a mi cintura y me ciñe a su cuerpo en un movimiento rápido y sutil. Temo ensuciarle con maquillaje, por lo que inclino la cabeza hacia atrás. Así puedo admirar su rostro con más libertad.

—No se te ocurra acercarte a nadie a menos de un metro de distancia—masculla con dejo celoso—. A quien atrape mirando hacia abajo, le vuelo la tapa de los sesos.

Barboteo una risa, hechizada por el brillo en su mirada.

—La idea es que se me vean de frente, deja me lo bajo un poco más.

Hago el amago de hacerlo, pero su mano atrapa la mía y la lleva a mi espalda, una risa corta el gruñido que profiere, sonido que se me antoja traviesa, como el beso que abandona en la línea de mi mandíbula.

—Siempre te ves hermosa, pero hoy... deslumbras, Sol, me deslumbras.

Mi corazón salta al sentir un cálido beso en mi mejilla. A lo largo de la última hora se ha comportado como el novio más atento y cariñoso de todos, a tal grado que Hera la ha exigido que me deje tranquila porque no quiere que arruine mi maquillaje y vestido.

¿Pero cuándo Eros le ha obedecido?

—Lo has dicho antes, si—me encojo de hombros, pretenciosa, capturando en mi memoria su sonrisa—. En media hora me lo puedes decir una cuarta.

Vislumbra mi rostro con una ceja arqueada y una jauría de estrellas escapando de sus ojos. Pretende contestarme, pero el sonido de los tacones de la mujer que ha estado de aquí para allá con las manos en la cabeza debido al ajetreo, le obliga a cerrar la boca.

Me aparto de su agarre, dando de frente con ella, que ni con tacones de quince centímetros logra acercarse a la mandíbula de Eros. Tiene que quebrarse el cuello para verle a la cara.

—Eros— resopla, moviéndose el flequillo de la cara. Va impecable con su traje negro de dos piezas  y labios perfectamente delineados de carmín. Me sonríe y aprieta el brazo antes de mirar al chico. sulfurada—. Tu padre me ha pedido que te vigile, te advierto que el canciller de Polonia está por llegar, te necesito concentrado en él, las negociaciones continúan en veremos.

Él asiente.

—¿Dónde está Helsen?

Dalila revisa su celular, toma una respiración profunda antes de presionar el auricular en su oreja. Le hace una seña a Eros, indicándole el paradero de su tío en medio de la multitud de invitados.

—Con el ministro de defensa de Arabia Saudita, Jamie con el de relaciones exteriores de Canadá, ¡Valentina por amor a los Dioses, apresúrate!

Gira con premura y se va tan campante como vino. Regreso la mirada a Eros cuando le pierdo de vista. Él esta ojeando alrededor, como hace minutos desistí de hacerlo. Las miradas de reojo y cuchicheos mal disimulados me devoran poco a poco los nervios. La presión de lucir acorde al momento me tenía aferrada al brazo de Eros, temerosa de terminar mordiendo el piso y ser capturada de nuevo en una sucesión de imágenes vergonzosas.

Pasa un mesero cargando bebidas sobre una bandeja, Eros le quita una copa de lo que parece champaña y le da un sorbo antes de ofrecérmela. Gustosa bebo un trago y se la regreso con el borde un poco manchado de labial.

—¿A qué hora parten la piñata?

—¿A qué hora subimos a una habitación?

Bebe otro trago, explayando una sonrisa pícara. Estoy por contestar que cuando desee, pero otro carraspeo se atreve a interrumpirnos. Maxwell se acerca a nosotros, sonriente, bien peinado y desprendiendo un fuerte aroma a perfume y loción Eros apenas le ve rueda los ojos con fastidio, bebiendo el resto del champán.

—Buenas noches, honorable caballero—expresa galante, inclinándose un poco frente a Eros. Este repara en él sin pestañear. Maxwell pasa de él y con la misma postura, toma mi mano y acerca la boca a ella—. ¿Para qué tanta parafernalia cuando tenemos al sol aquí dentro? Bella dama—deja un beso en mis nudillos—, le hace usted honor a su nombre, imposible de ignorarle, nos tiene encandilados con su desborde de elegancia y...

—Déjate de estupideces—rezonga Eros, quitando la mano de Maxwell de la mía de un nada amable manotón.

—Que maleducado eres—Volteo a ver a Maxwell que mantiene la sonrisa congelada en la cara—. Danke, ¿cómo se dice caballero en alemán?

—Maxwell—contesta, Eros truena una carcajada irónica, tendiéndole la copa vacía a otro mesero que camina por un costado—. Conozco una única palabra en su preciado idioma natal, pero jamás me atrevería a insultarle—se aclara la garganta, uniendo las manos bajo el mentón—. ¿Podría abusar de su confianza con una pequeña pregunta?

—Adelante.

—¿Conocerá usted el paradero de mi adorada florecilla?

Me muerdo la lengua para no reírme de sus cursilerías. Muevo la vista entre el gentío buscando el vestido negro con piedras brillantes de Hera o el verde esmeralda de Lulú. Pronto consigo la cabellera desordenada de Hunter, y engarzadas a sus brazos, están las chicas.

—Por allá

Maxwell sigue la dirección de mi dedo y enseguida la sonrisa se le esfuma, sus cejas se fruncen y la mandíbula le cuelga. Con el cariz contraído, se toca el pecho sin ánimo.

—¿Qué es esto que estoy sintiendo? ¿Una puñalada? ¿Un balazo?—balbucea. Él mismo se contesta, sacudiendo la cabeza—. No, algo mucho peor. El dolor de un corazón roto.

Cruzo miradas con Eros, aguantándome la carcajada. El problema con Maxwell no es lo que dice, es como lo dice. Eros se detiene detrás de mí, cubriendo mi cintura con su brazo. Asienta un beso en mi cabeza que me hace apretar la boca evitando reírme como tonta.

—¿Y eso por qué?

Eros gira a saludar a un hombre que le toca el hombro, sin soltarme, comparten unas cuantas palabras y me presenta. Cuando el desconocido se retira, Maxwell se inclina hacia mí, sus ojos continúan clavados en Hera.

—Mi querida Sonne, prefiero verla del brazo de Jamie porque sé que le quiere pero no le soporta, que con ese de ahí, porque a ese le adora.

El chirrido que produce el micrófono al ser encendido, nos hace girar la cabeza al escenario. Una joven encantadora de cabello largo y sedoso, piel que confiesa el tiempo extenso que ha pasado tomando el sol y mirada refulgente, sostiene el aparato que no puede ocultar la sonrisa inmensa que le empequeñece los ojos.

—¡Buenas noches! Valentina Petricelli al mando—grita, con el micrófono a una distancia prudente—. Antes que nada, démosle un fuerte aplauso al cumpleañero, Helsen Tiedemann, ¡feliz cumpleaños! ¡Dios! Que hombre, guapísimo—los presentes aplauden y ríen a carcajadas, cerca de ella, su padre se cubre la cara, rojo de la vergüenza—. La fundación Marie Stopes te agradece a ti y a todos ustedes, por supuesto, por la colaboración no solo monetaria que hemos recibido y seguimos percibiendo. Gracias a eso, expandiremos el apoyo a otras ciudades como Bombay, Conakri, Jartum y Niamey; la construcción de un sueño que visualizaba lejano es posible, romperemos cadenas que atan la vida de miles de niñas y mujeres que necesitan de nuestra disposición. Si nosotros que tenemos el poder de luchar contra estas vejaciones no lo hacemos, ¿quién lo hará? Millones de voces claman nuestra ayuda y para eso estoy aquí, para transmitirles el mensaje—sus labios delinean una sonrisa nostálgica—. Los meseros repartirán folletos con toda la información y contacto, sin más que decir, ¡que siga la fiesta!

Los invitados levantan las copas por encima de sus cabezas, otros aplauden y se emocionan al oír los primeros acordes del violín. Eros planta un beso en mi cabeza, mi corazón sufre una sacudida por lo natural que se ha sido el toque.

Valentina baja de la tarima con el soporto de su padre, ella brinca buscando enrollar los brazos en su cuello. Es extraño ver a mi jefe siendo un padre amoroso, y me reprendo a mi misma al sentir el puyazo de envidia que me dan. Hace cuatro meses no abrazo a mis papás.

—Valentina es preciosa—mumuro.

—Un fastidio, si me lo permites—decreta Maxwell.

Eros ríe en el momento que ella libera a Andrea del abrazo, le habla al oído y mis ojos se abren al ver al abogado señalarme. El alma se me cae al piso, por alguna razón, me pone de nervios pensar en tratar con ella.

—Y te vio.

—¡Sol Herrera!—grita Valentina caminando en medio de la marea de personas que nos separan.

—Huye.

Alzo la cara, un entumecimiento escurriéndose por mis brazos.

—¿Qué...?

Eros se muerde el labio pero ni así logra reprimir la risa. Le pego un débil codazo. Vuelvo la vista al frente, un par de metros más y llegará. Por inercia retrocedo un paso pero por supuesto, el pecho de Eros no me lo permite.

—¡No te muevas de allí!

—¿Qué le pasa?—inquiere Maxwell.

Tres segundos y la tengo en frente.

—¡AHHH!—grita atrayendo miradas curiosas. Me agarra por los hombros y entre los saltos que da, me zarandea de atrás adelante. No sé qué decir, Maxwell le mira como si se le hubiesen caído los tornillos y es Eros quien le pide que me suelte. Ella cede, murmurando una disculpa—. Hace mucho quería conocerte, eres como una especie de hermana perdida, bueno, no conocida porque perdida no estás perdida, estás aquí—pretendo responderle, sin embargo, centra la atención en Eros a quien le aprieta el hombro—.  ¿Qué tal tu vida, grandulón? ¿Has estado ejercitando demás? No puedo creer que tengas novia, desaparecer y ¡pum! ¡Novia! ¡Es que nadie lo puede creer!

La euforia que maneja esta chica es abrumadora. Andrea un palmo de distancia de nosotros, me saluda con un asentimiento y una sonrisa amena que elimina al dejar caer los ojos caer en el chico a mi espalda.

—Valentina—dice con tono de advertencia.

—Mi papá habla mucho sobre ti, que Sol esto, Sol aquello, a veces me siento celosa pero se me pasa rápido...

—¡Valentina!

La muchacha blanquea los ojos, profiere un ruido hastiado y desliza los ojos a Eros.

—¿Podrías irte?—pide, torciendo los labios insegura. Mueve la vista a mi cara y añade—. Es que a papá no le gusta verme cerca de él desde que me consiguió con su pene en la boca—se cubre la boca con una mano al caer en cuenta que lo ha dicho en voz muy alta. Toda la vergüenza se me acumula en una carcajada ruidosa. Una disculpa le baila en los ojos—. Perdón, suelen decir que hablo mucho y digo demasiado, ¿no te molesta, verdad?

Si, es molesto, pero un espectáculo divertido también. Esta chica acaba de decirme que le ha hecho una mamada a mi novio, delante de él, un amigo y su propio padre. No sé si calificarla descuidada o valiente. Puede que ambas.

—Que va—contesto, ondeando la mano.

Desvanece el gesto perplejo de bochorno y esboza una gigante sonrisa de alivio. Eros, con una delicadeza embriagadora, me levanta el mentón con los dedos y estrella un beso casi imperceptible en mi pómulo.

—Regreso en un momento—dice, la piel me cosquillea al contacto con su barba—. Y tú compórtate, como escuche un chillido más, te mando a sacar con los de seguridad.

Gira sobre sus talones y orienta sus pasos a la entrada del amplio salón. Valentina le arremeda, torciendo los ojos. Es entonces que advierte la presencia del otro chico.

—¡Ah, hola Maxwell!

Él retrocede un paso con los ojos abiertos de par en par. ¿Cómo es posible que con esta chica se vea más afectado que con Eros aquella tarde que lo conseguimos en la cama de Hera?

Valentina ladea la cabeza, desconcertada por la actitud del muchacho. Maxwell voltea a verme como si esperase que hiciera algo por él, no sé qué quiere que haga si no comprendo que le ocurre. Sube un dedo vacilante y, pese a que hace el intento de responderle, queda en eso, un intento.

—Yo... iré en la búsqueda de mi damisela.

Huye, caminando deprisa a dónde Hera, Lulú y Hunter se hallan, conversando con un grupo que ronda nuestra edad.

Valentina me mira sin pestañear, toda su cara es ojos y sonrisa, como esas imágenes perturbadoras que salen en internet. ¿Qué podría decirle? ¿Le pregunto si le gusto la peca de Eros cómo a mi? ¿O si sabe que su padre, siendo diabético, come chocolates cuándo cree que nadie lo ve? ¡Por Dios! Qué extraño es esto.

—Maxwell siempre ha sido raro, taciturno, huraño, no sé, es un friki de la poesía barroca o como se le diga—menciona en susurros como confesiones. Echa un vistazo a los lados y se inclina un poco más hacia mí—. Te confieso que no me sorprendió cuando pasó lo de Guida, siento que es de esos que habla mucho y hace poco, ¿si me entiendes? Cambiando de tema, ¿te inyectas los labios? ¿Cuánto te pones? Yo solo un pinchazo arriba y dos abajo, pero te ves, wow, increíble, ¿quién te atiende?

Valentina sigue parloteando, pero mi mente se congela en el momento que menciona ese nombre, el de la chica que fue amiga de Hera y tengo entendido, se enamoró de Eros. ¿Maxwell tuvo algo con ella? ¿Y Eros intervino en eso? ¡¿De qué me estoy enterando?!

Por lo visto, Alemania es como Grey's Anatomy, todos se acuestan con todos.

—¿Qué dices? ¿Vamos juntas?

La voz de la chica me trae de vuelta a la realidad. La orquesta toca una melodía más animosa, la gente aplaude y se mueve a su ritmo. Divago entre la música, mis pensamientos y los grandes y escrutadores ojos de Valentina.

¿A dónde se supone que iremos?

—Yo...

La figura de un hombre se alza imponente sobre nosotras. Tan alto que intimida, de cabellos cobrizos y mirada avellana. El desconocido repara en Valentina y luego en mí, para mi sorpresa, me guiña un ojo y procede a beber de la copa que sostiene.

—Permítele hablar, Valentina—dice, enseñando los dientes en una sonrisa afable. Me tiende una mano a manera de saludo, se la recibo enseguida forzando un gesto cortés—. Buenas noches, querida, Meyer Dietrich.

—Mucho gusto, Sol Herrera.

No me había arrepentido de traer el escote hasta este momento. Los ojos del tal Meyer viajan por mi piel sin ápice de disimulo, queriendo descubrir que esconde la tela azul. Sin saber que más hacer, me aclaro la garganta y cruzo un brazo por encima del pecho, fingiendo rascarme el hombro.

Valentina suelta una risa insegura, salteando la vista entre nosotros.

—Meyer es el hijo de Heirich, ¿lo conoces?—asiento, apretando la boca—. Estudia... algo en la Universidad de Nueva York, es donde estudiarás, ¿cierto?

Meyer abre la mirada muy interesado, una oleada de repulsión me ataca al verle relamerse los labios como perro hambriento. Trago en seco, ojeando alrededor por una cara conocida, para mi desconsuelo, los chicos ya no están dónde los vi por última vez.

—Eso espero.

Meyer adelanta un paso que yo retrocedo, conteniendo las ganas de correr lejos de él y la invasión de sus ojos.

—Cuando lo desees puedo darte un paseo por las instalaciones—ofrece con un tono seductor que me causa repele y risa—. Los novatos suelen perderse fácilemente.

—Meyer, Eros es su novio—le advierte Valentina, obligándole a retraer dos pasos de un empujón.

Eros. Giro el cuello a la entrada del salón, casi se me escapa un suspiro de alivio al cruzar mirada con él, a pocos metros de mí. Conversa con dos hombres, uno de ellos debe ser el que Dalila nombró.

Eros entorna los ojos y me limito a sonreír disfrazando el malestar.

—¿Y eso es relevante por...?

—Solo digo—Valentina saca un celular de entre sus senos y se lo pasa a Meyer—. Tómanos una foto, enfoca bien la cámara— ¿Tienes Instagram, Sol? Te seguiré y etiquetaré en todas las fotos, vamos, ¡saldremos hermosas! Por allí me envías el nombre del esteticista.

—No me inye...

—¡Sonríe!

El flash me deja a oscuras unos segundos. Ya que no puedo tocarme los ojos porque jodería el trabajo de Hera, aprieto los párpados esperando que la molestia pase. Como habrá salido esa foto...

—¡Valentina! Hay que sacarte a pasear con bozal, a kilómetros se escuchan tus gritos—rechista Hera.

Poco me falta para lanzarme a sus brazos cuando le veo llegar a mí con Maxwell sirviéndole de compañía.

—Herita, tiempo sin verte. ¿Organizamos el próximo evento en tu cumpleaños?

—Lo pasaré en Múnich.

Valentina levanta un hombro, demostrando que eso no es obstáculo para ella.

—Allá nos vemos, entonces. Sol—me besa en la mejilla y brinda un ligero apretón a mi brazo—, un gusto conocerte, le diré a papá que te lleve a casa, Sigrid y Patricia mueren por conocerte también.

De reojo reparo en Meyer, metido en una conversación con un hombre que reconozco de la compañía, pero que no recuerdo de que área. Exhalo el aire que no sabía que contenía, sintiéndome liberada de una atadura invisible.

—Muy bien.

Valentina nos regala una última sonrisa apretada antes de irse con su padre. Hera bufa, enlazando los brazos en el pecho y Maxwell juega con los rizos que cuelgan en la espalda de ella, como lo haría un niño chiquito.

—¿Y los chicos?

—Bailando—repone Hera entre dientes. Agarra la muñeca de Maxwell reprendiéndole con la mirada, parecen madre e hijo—. Estas celebraciones me abruman, ¿te apetece vino espumoso?

Necesito algo más fuerte, pero no soy quisquillosa.

—Mucho.

Ella queda observando a Maxwell, el amago de una sonrisa tierna invadiéndole el semblante. El muchacho enseguida junta las manos, captando lo que Hera le pide. Como sigan así, dentro de poco desarrollarán telepatía.

—Como lo pidas, cuando lo pidas—proclama con su usual voz galante.

Hera agranda la mueca, yendo directo a besarle en la boca. Maxwell acuna el pequeño rostro de ella entre sus manos, subiendo la intensidad a lo que comenzó siendo un simple mimo.

Mientras ellos viven su idilio de amor, enfrasco la vista en el candelabro que se columpia justo encima de nuestras cabezas. El pánico me gana y termino por jalar a Hera metros atrás. Se despega de Maxwell y él se va a conseguir el vino con una sonrisa de complacencia plasmada en la cara.

—Maxwell es muy atento—murmuro, ambas observando el camino que ha tomado el chico.

—Me iré a vivir a vivir con él.

Ella lo dice y la música para de sonar, agregándole suspenso y dramatismo al asunto. Situación que dura unos cuantos segundos y se desvanece al oír las primeras notas del saxofón.

—¿Es broma?

Niega, los rizos rozándole las mejillas coloradas.

—Pronto cumpliré dieciocho, ni papá ni Eros ni Helsen ni nadie tendrá mi potestad—replica con fiereza—. Jamie ya me dejó en claro que entre nosotros no puede haber nada y no pienso rogarle más.

—Pero, ¿por qué? ¿Por Eros? ¿Por Jamie?

Es tan absurdo que sigan con ese problema. Eros es el que menos puede prohibirle a Hera nada, cuando él mismo tiene cola que pisarle y una muy larga.

—No lo sé, han estado actuando muy raro, le pregunté a Jamie qué pasaba pero se niega abrir la boca.

Si es así con ella, conmigo mucho peor. Preguntarle a Eros es perder saliva, jamás toca el tema de Jamie y su hermana, para él está prohibido. Lo he intentado incontables veces, incluso con algunos trucos de por medio. Nada funciona.

—No te vayas con Maxwell por hacerle mal a Jamie, él no tiene la culpa de nada de esto—digo, divisando al chico acercarse cargando una copa en cada mano—. Piensa bien el paso que darás.

Guarda silencio, tenemos a Maxwell en frente.

—Para ti—dice, pasándome la bebida. Voltea a Hera y repite lo acción, agregándole una sonrisa peculiar que me saca de contexto—, y para ti.

No nos dan oportunidad de beber ni un sorbo. Eros aparece de la nada a quitarnos las copas. Con la grosería escalando la garganta, miro como se las regresa a Maxwell y procede a tomarnos de la cintura a las dos.

—Caminen—pronuncia, tenso.

Trata de hacernos caminar, ninguna cede.

—¿Qué pasa?—cuestiono, ojeando alrededor.

Me aprieta la cintura, esta vez logra impulsarnos adelante.

Caminen.

Hera y yo compartimos una mirada recelosa. La actitud de su hermano es sospechosa, esto no es una nimiedad sobre consumir alcohol, por lo que decidimos seguirle la corriente, permitiendo que nos guíe a la salida.

A mitad de camino Hunter, Lulú y Helsen nos rebasan. Los tres andan con rostros de funeral, caminan deprisa sin fijarse en nosotros.

El miedo se hacina en mi estómago como un bloque de hielo. ¿Le habrá pasado algo a mi hermano? ¿A su familia? ¿Conocen la identidad de quién pagó la fianza de Zane? Tantas dudas que se duplican al atisbar el grupo de seguridad reunido en la entrada, entre ellos, Rox y Francis, resguardando la entrada de una habitación a la que Eros nos hace ingresar.

Adentro, Dalila se mueve de un extremo a otro, ofuscada, cargando una tablet como un bebé. Los chicos nos miran y se acercan a nosotras, Lulú a mi lado, Hunter al costado de Hera. El sonido de la puerta cerrarse me hace voltear hacia atrás, allí parados cerca de la entrada, Jamie mira a Maxwell con amenazas de muerte centellando en las pupilas.

—No hay nadie que no aparezca en la lista de invitados y personal, en este momento están en una segunda revisión entre los meseros y la gente de la cocina—informa Helsen, recostado en una especie de escritorio medieval, única decoración del lugar, aparte de las pinturas colgadas en la pared.

—No podemos cancelar la fiesta, ni poner en sobre aviso a los invitados—decreta Dalila, el histerismo evidente en sus gestos—. Sería una mancha a la reputación de la familia.

Eros se apretuja agresivo la nariz, Helsen se frota la sien. Los dos mantienen la misma postura de defensiva y tirante. Hera toma un paso al frente, oscilando la vista entre su tío, hermano y la mujer de aspecto intranquilo.

—¿Alguien puede decirme que está pasando?

—Eros ha recibido fotos de ustedes—apunta a Hera y luego a mi—, de hace minutos. Quién sea que las haya tomado, se encuentra, entre los invitados.

El intenso sabor a hiel del pavor se instala en mi lengua y me priva de pensamientos. Lulú se aferra a mi antebrazo, tratando de ocultar la cara detrás de mi hombro.

Una cosa era recibir esas fotos un día después, donde ignoraba lo que ocurría esos instantes. Otra, saber que esa persona se encuentra cerca de mí, de nosotros, en estos momentos. Podría jurar que siento su respiración en la nuca, vigilando cada paso que damos.

—Zane continúa encerrado—informa Helsen.

La habitación se hunde en un silencio repleto de interrogantes que nadie se atreve a pronunciar. Nos vemos las caras, expresiones de cólera, frustración y espanto me regresan la mirada. Afuera, el bullicio de la celebración no se detiene, irónico, conociendo la razón del porque estamos encerrados aquí.

Claro, el mundo no va a detenerse porque a algún demente se le ocurrió la grandiosa idea de acosarnos.

—¿Qué haremos?—interpela Hera, quebrando el silencio que se me hacía infinito.

—Tú, absolutamente nada—responde Helsen, apretando la mandíbula.

—El evento tiene que terminar, no podemos seguir aquí—exige Hera.

—No podemos hacer eso—refuta Dalila—. La prensa está aquí por ustedes, si se van, sabrán que pasa algo y empezarán los cuestionamientos. Este lugar está repleto de gente que para la compañía significan cientos de millones de dólares. Hay policías encubiertos custodiando la zona, duplicamos la seguridad para esta noche. Esta persona quiere asustar, no hará nada rodeado de toda esta gente—Hera piensa refutar, Dalila le acalla subiendo una mano—. Les pido que permanezcan dentro del recinto, juntos y atentos, saldrá todo bien.

Hera niega múltiples veces.

—No estoy de acuerdo.

—Es una lástima, pero al planificar esto sabíamos a lo que nos ateníamos—se encoge de hombros, tocando el auricular en la oreja—. Voy para allá.

Sin mencionar nada más, sale de la habitación, dejando un aura pesada detrás de ella. ¿Eso es todo? ¿Salimos y actuamos como si no pasara nada? sabía que la gente que vive en el ojo público aparentan mucho, pero no hasta que punto.

—¿Quién es Zane?—cuestiona Maxwell, en tres zancadas llega hasta la rubia, le toma las manos desbordando preocupación—. Hera, ¿qué pasa?

—Me gustaría saber que hace este imbécil aquí—reprocha Jamie. Despega el hombro de la pared, ensartando la mirada gélida en Maxwell.

—Jamie, no es momento—Hera le contesta, sin embargo, a quién mira es a Maxwell—. Te explico luego.

—Estos asuntos no le competen—recalca Jamie, en cada palabra, marcada queda la rabia que siente y se le escabulle por los poros—. Son cuestiones familiares, ¿le palparon los bolsillos? ¿Lo revisaron?

—Estás loco, ¡demente! Está aquí y sí son de su incumbencia porque es mi novio—recalca Hera—. Y ya que estamos aquí, les informo que a mi regreso de Múnich, iré a vivir con él.

Como si necesitáramos más drama.

El dolor es evidente en el semblante de Jamie, retrocede un paso, sin poder creer lo que Hera ha dicho. A la par, Eros y Helsen giran el cuello, contemplan a Hera como si analizaran lo que ha dicho. Ladean la cabeza, arrugando la expresión de desconcierto total.

Y Maxwell que carece de sentido común, empuja la tensión a su pináculo al estrellarle un beso ruidoso en el cachete.

—¿Qué has dicho?—cuestiona Eros.

—Lo que escuchaste—sostiene Hera, manteniéndose firme.

—¿Con permiso de quién?—interroga Helsen.

Hera sube un hombro, retorciendo la boca.

—El mío.

Las carcajadas estridentes de Eros y su tío eclipsan la música de afuera. Toda altanería se desvanece del rostro de Hera, saltea la vista entre ellos con la boca a medio abrir y el ceño fruncido, luce tan insultada que podría echarse a llorar.

Hunter aparta a Maxwell del camino y le pasa un brazo por los hombros, y ella se deja caer contra él.

—No—dictamina Helsen.

—No estoy preguntando—escupe Hera con la voz quebradiza.

—Inténtalo, solo eso te diré—advierte Eros, sin opción a replica.

Eso no es un regaño, para Hera, es un reto.

—Mientras más le digan que no, más rápido lo hará—intervengo, sacudiendo la cabeza de un lado a otro—. Parece que no la conocen.

—Si el problema es Maxwell, puedes vivir con Jazmín y conmigo—sugiere Lulú con la mejilla aplastada en mi hombro—. Mi cama es muy grande.

Ambos voltean a ver a Lulú con las cejas arqueadas. Helsen traza una pequeña sonrisa, revisa el bolsillo dentro del saco, de extrae saca una caja mediana de color granate conocida. Elimina la distancia entre mi amiga que sigue apretando mi brazo y se la extiende, dilatando la sonrisa que le otorga luz a sus ojos.

—Lulú, tu mariposa.

Ella se aleja un paso de mi, vacilante, Helsen destapa la caja revelando la mariposa que, como cosa del destino, posee el mismo color de su bonito vestido. Verde esmeralda. La mirada de Lulú se expande, reparo en los círculos rojos que le tiñen las mejillas de color. No toca la joya, no se atreve teniendo la nariz de Eros inmiscuyéndose en medio.

—Tómala—le incito, acompañado de un empujoncito del hombro—. Es tuya.

Ella me mira y luego a Eros. Desde su perspectiva, debemos ser el angelito y demonio que discuten sobre sus hombros. Le hago una seña con el mentón moviendo las cejas de arriba abajo, ella sonríe y le pone la punta del dedo encima a un ala.

—Es preciosa, señor—murmura, apenada. Guía su a la de Helsen—. Muchas gracias.

Eros resopla y se cruza de brazos como un niño reprendido, Hunter copia la acción parado junto a él. Hera desde la distancia, en medio de Jamie y Maxwell, observa muy atenta como su tío le pide a Lulú que se dé la vuelta.

Lulú obedece y Helsen le cubre el cuello blanquecino con el collar. Ella acaricia la mariposa como si eso confirmara que en efecto, está allí. Helsen aparta las manos de ella y se dedica a contemplar a la muchacha.

Otra vez, esa estúpida necesidad de apartar la mirada a la que no logro encontrarle razón.

—No entiendo, ¿es tu cumpleaños o el de ella?—cuestiona Eros, como si atestiguase una escena bizarra.

Helsen rueda los ojos, aún con los ojos clavados en la prenda, replica:

—El collar lo escogió Sol para ella, como la gargantilla que lleva puesta.

Mi mano vuela a mi cuello, Eros clava como púas la vista allí, donde mis dedos contactan. Agudiza la vista en mis ojos, las acusaciones saltan de sus orbes como llamas.

—Es de Hera, me la prestó—me defiendo, señalando a la rubia.

Ella, ojeando sus uñas, musita:

—Te la regalo.

Se me desencaja la mandíbula. Una risa nerviosa me asalta, acabo balbuceando incoherencias. Helsen no puede lucir más herido, se le agrietaría la cara para siempre, pero eso a Hera no le interesa, el estado de sus uñas es su prioridad.

—Un minuto más aquí y se lo hago tragar—gruñe Eros, enroscando el brazo en mi cintura—. Por favor, no te separes de mí.

Nerviosa hasta los tuétanos, afirmo.

—No lo haré.

~

He tenido que ir con Eros a dónde sea que le requieran. Me ha presentado a tanta gente de nombre extraño que no recuerdo ninguno. Escucharle hablar con tanta pasión de armas jamás me pareció tan atractivo, no le entendía nada de lo que exponía, pero no le quita ese aire sexual que desprende siempre que menciona el poder de la T-22R, un fusil de asalto que supera los siete kilómetros de distancia.

Valentina quiso que fuese con ella a conocer a sus amigos, hijos de directivos de la compañía, pero las reglas eran claras, tenía que quedarme cerca de Eros...

En realidad podría haber ido, Rox y Francis me seguirían, pero ella no se despega del brazo de Meyer y no me termina de dar buena espina.

—¿Te apetece bailar?

La pregunta me toma por sorpresa. Las palabras Eros y bailar forman una mezcolanza extraña y nada usual. Mi cara debe ser una gran mueca exagerada de escepticismo, porque me mira ofendido.

—Tú... ¿bailas?

—Para nada—contesta de inmediato. Evalúa a la gente desplazándose al ritmo de la música, no se ve muy seguro pero trata de ocultarlo—. Pero tú sí.

Sonriendo como si cometiera una travesura, me toma de la muñeca y arrastra a la pista de baile.

Me guía hasta un espacio vacío cerca del centro, donde Hera y Hunter se balancean a la cadencia que toca la orquesta. Más allá, Helsen y Lulú viven en su propio mundo, entre charlas y sonrisas privadas.

Eros estudia de refilón a la pareja contigua, una dulzura se apropia de mis sentidos cuando trata de imitar la posición de las manos del señor en la cintura de la mujer. Sus ojos se fijan en mi sonrisa y el corazón casi se me escapa por la boca al atisbar el leve sonrojo que le inunda los mofletes.

Tan autoritario y dominante en la cama. Tan inseguro y dudoso en la pista de baile.

—Así—atontada por su inusitada timidez, junto sus manos en mi espalda, él me atrae hacia sí y yo le rodeo el cuello con los brazos.

Empiezo a balancearme despacio, a la espera de que me siga el ritmo, pero no decide qué pie mover primero. Las facciones se le desencajan de pura rabia, antes de que desista de la idea, bajo los brazos a su cadera y me aplasto contra su pecho, embriagándome con el aroma a perfume y una leve  nota a sus cigarrillos.

La posición me deja a cargo del movimiento, cierro los ojos y solo me remito a dos sentidos: audición y olfato. Me desplazo de un lado a otro, muy despacio, apenas levantando los pies del suelo. Eros reposa el mentón sobre mi cabeza y acrecienta la fuerza de sus brazos en mi cintura.

Progresivamente y para mi deleite, se deja guiar por mis pasos.

Transcurren un par de minutos serenos, se detuvo varias veces, siendo muy cuidadoso en no aplastarme los pies. A pesar de que la orquesta toca un compás que requiere más empeño, nosotros nos balanceamos al nuestro.

—Cuéntame tu historia con Valentina—pido, tratando de distraerle.

—Explícitamente te la contó, mujer—responde con la voz ronca.

Hago un mohín aunque no pueda verme.

—No seas así, no le diré a nadie.

Se mantiene callado, sopesando. Espero y espero, pero nada sale de su boca. Estoy por enterrar el bichito de la curiosidad cuando aun sin despegarse de mí, susurra en mi oído:

—Ella no tenía experiencia alguna y quiso que le ayudase con eso.

No me sorprende, no puede. Ni siquiera me extraña.

—Y Andrea los vio—agrego y él afirma con la cabeza—. ¿No terminaste la tarea?

Intento ponerme en los zapatos de Valentina y el solo pensar en que mi papá me consiga con el miembro de un chico en la boca, me atacan unas náusea de la vergüenza que sentiría. Una cosa es que él sepa que tengo una vida sexual activa, otra muy distinta que me pille en pleno apogeo.

No sé como Valentina puede ver a su papá a los ojos sin bajar la cabeza.

—Andrea me amenazó con que si volvía acercarme a sus hijas o esposa me mataría y le creo capaz—una risa sin gracia huye de sus labios. Aleja el mentón de mi cabeza, sus manos recorren con lentitud que me resulta indecorosa el camino de mi cintura al rostro, donde bordea con sus manos mis facciones, aplicando caricias a mis mejillas opuestas al frío de sus anillos—. Aunque no lo parezca valoro mi vida, y más ahora que te tengo en ella.

Mi corazón salta al darle sentido a sus palabras, y no sé cómo actuar ante eso, más que trazando una sonrisa poco agradable y bastante penosa.

Mis labios roban su sobrecogedora atención, y sus ojos relucientes se ganan la mía. En los confines de mi mente, el recuerdo constante de lo que está pasando se ve opacado por la intensidad apabullante que me arropa su mirada. Con la punta del pulgar baja mi labio inferior, mis pulsaciones pierden regularidad al verle humedecerse los labios rojizos. Examina con adoración cada parte de mi rostro, poco queda del celeste divino, sus pupilas dilatadas reflejan aquello que pasa por su cabeza, mis huesos se estremecen ante la crudeza de mis sentimientos.

Le quiero. Le quiero tanto que me aterroriza hacerlo. Le quiero tanto que pierdo el ínfimo control de mis emociones. Le quiero tanto que me duele el corazón al recordar como comenzó esto, pero me destruye todavía más el saberlo lejos de mí.

Su boca se cierra sobre la mía, insistente, fervorosa. Un gemido sale de mi garganta y fallece en sus labios porque es que sus besos siempre me derriten, pero este me construye.

Y bajo la luz del candelabro, los flashes de las cámaras y la melodía de fondo, mi corazón le gana le gana la batalla a la razón y quedo expuesta, sin defensa en los brazos del hombre que me ha hecho tocar la luna sintiéndome arder como el sol.

Su boca me libera un segundo, me suelta una mordida en el labio, se atreve a palpar la piel de mi pierna desnuda. Puede que se le haya olvidado que estamos en medio de la pista de baile, así que me aparto, aferrándome a esa gota de cordura que me queda y cogiendo todo el aire que puedo, pregunto:

—¿Habrá juguito de mango por aquí?

Sol una romántica🥰

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