"42"

           —¿Se enteraron del último chisme?—masculla Shirley, luego de perder los últimos minutos ojeando a través de la puerta—. Martha la cajera de la tienda de ropa de bebés se acuesta con Ronald, el novio de Katy, la cajera de la tienda de al lado.

Nelson posa una mano en la cadera, examinando a Shirley de arriba abajo. Ella le mira con las cejas arqueadas y una mueca desdeñosa en los labios que hoy lleva maquillados de morado. Resaltan un montón de su piel oliva, le queda muy bien.

La caja registradora imprime los recibos del día y con la vista clavada en Shirley, le paso el largo papel a Randall quién se ha ofrecido ayudarme con el cuadre para salir más temprano. Necesito dormir cuánto antes.

—¿Cómo sabes eso o qué?—lanzo la pregunta sosteniendo el lapicero entre los labios.

Shirley echa un vistazo por encima del hombro como si alguien aparte de nosotros pudiese oírla. Recorre la distancia que nos separa, dejando el mostrador en medio. Nelson le ancla la mirada como si fuesen garras, le jode que estemos como cotorras hablando del resto de personal del centro comercial.

Mi amiga entorna los ojos y humedece el trapo para terminar de quitarle el polvo a los videojuegos que Nelson sacó del almacén para exhibirlos y solo cuando él vuelve a su agujero, estampa el paño contra el cristal y se inclina sobre la vitrina.

—Se lo escuché decir a Claire la de servicio de limpieza de piso uno—farfulla a centímetros de mi cara. Randall resopla y el bolígrafo cae de mi boca—. ¡Los vio besándose en el parqueadero!

—¡No te creo!

Asiente múltiples veces con tal ímpetu que varias hebras del flequillo se le enredan al cabello en la cima de su cabeza. Subo una mano al centro del pecho, elevando la comisura de la boca.

—Sinvergüenzas.

—¿Y Katy sabe?

Ahora niega, y el flequillo regresa a su lugar.

—No, ¿será que le enviamos un papel anónimo?

Abro los labios para contestar pero la voz de Randall me detiene.

—No se metan en eso, no es su problema—murmura, ensimismado en las cuentas que debería estar haciendo yo.

Recojo el lapicero del piso para ayudarle, anotando en mi mente jamás volver a ponerlo en mi boca. Shirley pega un puñetazo en el cristal de la vitrina que me saca un brinco, el bolígrafo se me escapa de los dedos y regresa al piso. Respiro hondo antes de darle un puntapié y hacerlo rodar bajo el mostrador. Allí se quedará hasta que a Shirley se le ocurra barrer.

—Mira, Randall, yo me meto en lo que a mí me dé la gana—contesta mordaz, retomando la limpieza de la vitrina.

Me aclaro la garganta, un par de ojos café y otros grises enfocan la vista en mí.

—Mejor conseguimos evidencia fotográfica y ¡pam! Se la enviamos con alguien.

Shirley me apunta con un dedo mostrándose de acuerdo, a diferencia de Randall que frunce el viso demostrando lo opuesto. Ya sé que no es mi problema y sé que tengo cosas más importantes de las que ocuparme, sin embargo, las cosas por aquí han estado muy aburridas y además de darle un toque interesante, Katy se enteraría lo que su novio hace a escondidas.

Jamás he visto a Katy en mi vida, pero seguro que no se lo merece.

Nelson sale del almacén sosteniendo la carpeta de inventarios. Mira de hito en hito a Shirley y luego a mí, un segundo después entrecierra los párpados y dobla los labios antes de encaminarse al mostrador que da al pasillo. Shirley y yo nos miramos un momento más, levanta el dedo pequeño, le imito y hacemos una pinky promise de lejos.

Ella se va a seguir limpiando en el mostrador de enfrente, a la vez que yo tomo otro lapicero y me aproximo a Randall para terminar con lo que debería estar haciendo yo sola. Le doy un golpecito con el bolígrafo en el antebrazo llamando su atención, entonces gira la cabeza y me muestra la hoja con el monto confirmado.

No me sorprende lo rápido que ha sido, las ventas no estuvieron tan altas como las del sábado, según me dijo Lulú.

—Las horas en el bufete se empiezan a notar—comenta, dibujando una sonrisa sincera que le ilumina el semblante pálido.

Levanto el mentón echando un mechón de cabello hacia atrás.

—Para que veas que no solo hago café—contesto con deje arrogante.

Randall enarca una ceja.

—¿Ah, no?

Niego deprisa, conteniendo una carcajada con un mordisco al interior de mi mejilla.

—También lo sirvo.

Randall sacude la cabeza compartiendo unas risas conmigo. Rebusco con rapidez por el otro bolígrafo que juraría deje cerca, al no conseguirlo, no me queda más que agacharme y buscar el que lancé debajo del mostrador. Como dice Isis, flojo trabaja doble.

Randall me extiende los billetes mientras él clasifica los recibos. Por mera ociosidad los pongo como un abanico y me empiezo a echar aire con ellos. El chico vuelve a reír y es cuando Nelson nos pasa por el frente y me arponea con los ojos que me dejo de tonterías y me dedico a trabajar.

Y diez minutos después que las cuentas cuadran, me permito suspirar y examinar lo que ocurre al rededor.

Consigo a Shirley bailando al ritmo de una canción de Dua Lipa usando la escoba de acompañante y a Nelson frustrado pidiéndole con las manos unidas como si le rogara, que acabe la limpieza. Lo peor no es eso, lo es el que esto se ha convertido en nuestra rutina.

No sé cómo no nos han echado a patadas de aquí.

Randall se encarga de recoger y guardar todo, a la vez que aprovecho y le envío un mensaje a Martín informándole que Shirley me dejará en casa, como ha hecho estos días. Tendré que cortar un porcentaje de mi sueldo para ayudarle a llenar el tanque de gasolina.

—Oye, Sol—me llama Randall apenas devuelvo el celular al bolsillo. Alzo la cara para poder mirarle el rostro y no el pecho; doy con sus ojos vacíos y el cariz tan helado como el clima, que no da tregua. Me preocuparía, si no fuese su cara habitual—. ¿Lulú te ha mencionado algo sobre alguna convención de comics a la que quiera ir?

Rememoro las últimas conversaciones que he tenido con ella... nada. Lulú no ha ido a numerosas convenciones aunque le emociona un montón.

—No me ha dicho nada, a mí, por lo menos—respondo, colocando una mano encima de la vitrina y la otra en la cintura. Achico la vista, tratando de indagar sus intenciones—. ¿Por qué?

Abre mucho los ojos, levantando las manos en señal de calma. Yo lo estoy, lo que no lo está es ese pensamiento precavido que me asalta sobre Lulú y su carente emoción hacia la convención.

—¡Tranquila! Solo quiero asegurarme que no ha comprado la entrada—replica con cierto aire defensivo.

Me le quedo viendo unos cuantos segundos. Bueno, Lulú es una belleza de chica, me sorprende que no le caigan pendejos como abejas a la miel.

—¿La invitarás?—pregunto recelosa.

La nuez de Adán se le mueve de arriba abajo, desvía la mirada nervioso.

—Eso planeo.

Eso planea. Miedo y emoción se arremolinan en mi estómago. Me siento como una madre con instinto de cuidar a sus crías, ¿se sentirá Isis así delante de Eros? La respuesta es más que obvia.

Me rasco la cabeza sin tener claro que decir.

—Como... ¿una cita?

Se queda estático, mirando por encima de mi cabeza. Aguanto la respiración. No me genera controversia que Randall este interesado en Lulú de esa manera, lo hace el que ella este afrontando problemas delicados y apenas sabe manejar sus emociones y situación como para tener que preocuparse por un interés romántico que, desde mi experiencia, te pone el mundo de cabeza.

No soy nadie para decirles que hacer, pero, aún así...

Randall rechista y pasa una mano por su cabeza despeinando los mechones verdes.

—Amigos, Sol, amigos—resalta la última palabra, explayando los ojos.

Retrocedo un paso examinándole el semblante. Pese a que imprime sinceridad en su voz, algo en este asunto no termina de convencerme.

Aunque no es a mí a quién tiene que convencer...

Deslizo los dedos por la sien, masajeando. La última conversación que tuvimos sobre las terapias, se le veía más animada al contarnos lo bien que le han hecho, que las pesadillas han disminuido y el miedo no le carcome como hace semanas. Esa noche me puse jubilosa, ¿cómo no? Había creído que conocía de ella una sonrisa de genuina felicidad, y no es hasta esa charla en mi casa, con una botella de vino en el estómago y música de fondo, que descubrí la verdadera expresión de felicidad en ella.

Lulú se está abriendo al mundo, está escapando de la cárcel invisible que Henry le ha creado y temo que se lleve una decepción.

—No tengo nada en contra de eso, eres buen chico y tienen un montón de cosas en común—musito—. Es solo que ya sabes, Lulú es—me callo pensando en cómo describirla sin revelar más de lo necesario. A mi mente viene el collar que he escogido para ella, mis labios forman una sonrisa gigante, y añado—, como una mariposa. Hermosa, pero para tratar con ella hay que tener mano de seda, ¿me explico?

Randall me escruta con la mirada, le he dejado descolocado.

—Entiendo—se limita a decir, a pesar de que la expresión de su cara grita lo contrario.

Me quedo con el bichito inseguro en el pecho. Randall no tiene razones para mentirme, quizá estoy siendo demasiado dura y desconfiada con un asunto que se escapa de mis manos. Porque solo Lulú tiene el poder de decidir, en caso de que Randall si busque algo más, de permitirlo o no.

Termino de recoger el desastre que dejo al finalizar el turno. En el proceso de devolver los billetes a la caja registradora, la campanita que anuncia un nuevo visitante resuena y gracias al rostro petrificado de Nelson y la sonrisa que le parte la cara en dos a Shirley, sé de inmediato de quién se trata.

Cierro de golpe la caja murmurando una maldición.

—¡Ay Dios!—exclama Shirley, dejando caer la escoba al piso. Por la esquina del ojo le atisbo dirigirse a la entrada pegando saltos—. Pase pase, ¿quiere café, té, refresco, a Sol?

¿A quién debería matar primero? ¿A ella por traidora o a él por no acatar lo que le pedí? Dos días tardó en romper la condición, ¡dos días! La noche del sábado viene a mi mente, los pensamientos se me llenan de recuerdos míos divagando entre sentimientos y alcohol y aquellas palabras que me dije las reafirmo en el segundo que doy media vuelta y me encuentro con su mirada celeste bordeada por esa hilera de gruesas y largas pestañas cafés.

—¿Ya te gastaste el regalo de Ben y quieres más?—manifiesta Randall, perfilando una media sonrisa irónica.

—¡Randall!—reprende Nelson.

Me refriego la frente observando la mirada nada pacífica que Shirley le arroja. Como le llegue a dar con el palo de la escoba lo deja en estado vegetal.

—Claro que no—replica, colocando las manos en la cadera. Sortea la mirada de Eros a Randall, un tanto agitada—. Lo guardo para sus estudios.

Randall tuerce la boca resistiéndose de soltar una carcajada. Lo hace para hacerle enojar y ella que cae redondita. Nelson niega, tomando unos pasos hacia Eros que deja de observarme para recibir la mano que mi jefe le extiende.

—¿Qué tal le va?

Esbozando la sonrisa más fingida que le he visto, contesta:

—Muy bien—mueve la vista al reloj en su muñeca, luego de regreso a Nelson—. Necesito resolver un asunto de suma importancia con Sol, ¿habrá algún problema si me la llevo ahora?

La cortesía se le olvidó en Alemania. Nelson mueve una mano en señal de que no hay problema. Ambos fijan los ojos en mi, trago saliva recogiendo la mochila del suelo.

—Ve, ve—insta Nelson.

No puedo echarle la culpa de lanzarme hacia Eros otra vez, porque ya habíamos cerrado. Me lanzo la tira del morral en el hombro, cruzando miradas con Randall.

—Hablamos mañana—digo, contundente.

Él asiente, regalándome un mimo en la cabeza.

—Seguro.

Salgo del local con Eros respirándome en la nuca. Todavía no me habitúo a tenerle tan cerca, conociendo la traducción del montón de sentimientos engatusando mi mente.

Una insólita timidez me aprisiona el corazón. Me cuesta sostener el peso intenso de su mirada, tengo la creencia de que me leerá los pensamientos y sabrá, aparte de que envidio fervientemente sus pestañas, que le quiero más de lo que pensé que se podía querer.

—¿Has tomado el subterráneo alguna vez, Eros?—indago de camino al estacionamiento, aunque esa respuesta ya me la sé.

De reojo, reparo su ceño y mirada confusa.

—No...

Doy media vuelta, enfrentándole. Retrocedo varias pasos moviendo un dedo, instándole a caminar a mi dirección.

—Ven conmigo.

~

El ruido de las rápidas pisadas de los transeúntes huyendo de las garras del invierno atestan la calle. Bajan como fieras urgidas directo a encontrarse con los vagones. En esta zona de Brooklyn la hora pico acaba a las diez, pero al ser esta una estación altamente concurrida, el flujo de pasajeros tarda un par de horas más en descender.

Al enfrentar esta metrópolis por primera vez, creí que el tren sería mi mejor amigo, así que me esmeré en aprender a usarlo de punta en punta, en Caracas lo tomaba a diario para volver a casa luego de la jornada en el colegio.

Pensaba seguir esa rutina, pero conocí a Hunter y el subterráneo se convirtió en un transporte ocasional.

—Soy una chica de metros, en Caracas hay uno, aunque poco usé las líneas secundarias, usaba la principal, mi casa queda cerca de la estación Bellas Artes—le digo, por encima del bullicio—. Lo primero que aprendí de Nueva York, fue a moverme en el subway, ¿por qué? Pues es mucho más barato que un taxi y si no hay retraso, pues más rápido—espero que una señora nos pase por el medio para atraerle hacia mí—, la gente lo sataniza, pero a mí me encanta, seguramente es porque no lo tengo que tomar por obligación.

Asiente, encorvándose para quedar centímetros de mi rostro. Él revisa el entorno, receloso y alerta, como si buscase algo, antes de volver la mirada a la mía.

—Te escucho.

Bueno, ¿qué le pasa? Después de recibir esa nota, siento ojos siguiéndome a donde sea que vaya.

Carraspeo, retomando la explicación.

—Como te decía, funciona las veinticuatro horas, los siete días de la semana, sorprendente, ¿verdad?—él afirma, una sonrisa tirando de sus labios—. Pero no lo tomes en la madrugada, hay historias macabras en los suburbios sobre muertos, zombies y apariciones.

—Lo tendré en cuenta—frunce la boca, tratando de no escupir las carcajadas.

—¡No da risa! Es en serio—me defiendo—. El metro de Caracas tiene como cincuenta estaciones, este monstruo tiene y escucha bien—levanto el rostro, casi, rozando su boca—, cuatrocientas setenta y dos estaciones y veinticuatro rutas distintas, ¿qué te parece eso?

Perplejidad adorna su semblante. Pocas cosas le sorprenden, me agrada saber que una de esas, se la he dicho yo.

—Comparándolas con las noventa y seis del metro de Múnich, como para hacer expedición y no salir jamás.

—¿Has usado el metro de Múnich?—pregunto, ensanchando la mirada de la impresión.

—No.

Ah.

—Bueno, continúo. Hay veintiséis líneas, cada una tiene un número o una letra y un color, pero guíate por la letra o el número, porque por ejemplo, las líneas N, Q Y R son amarillas, pero no van al mismo lugar—explico, mostrándole el mapa de las líneas, similares a las arterias en un dibujo de medicina—. También tienes que tener cuidado por dónde entrar, en unas estaciones se tienen una entrada para cada dirección, si te equivocas, tienes que salir e ingresar de nuevo, un fastidio, como en esta, mira—apunto a la muchedumbre bajando por los escalones como si llevasen los caballos del apocalipsis detrás—, vamos a entrar a la línea L que conecta Brooklyn y Manhattan, si bajas por esta boca, irás en dirección a la octava avenida, o sea, Manhattan, si queremos adentrarnos más a Brooklyn, tenemos que ingresar por la otra boca, está al otro lado de la calle, ¿me estoy explicando bien?

Despega los labios en un ademán para contestar, la respuesta queda suspendida unos segundos, rotos por su risa liviana.

—Por supuesto, soy yo el que no comprende—dice, el sonrojo perpetuo de sus mejillas desplazándose a su cuello.

—No pasa nada, volveremos tan pronto terminemos de tomarnos un batido a buscar tu camioneta, ¿te parece?

Su semblante adopta una emoción una ligereza que no empaña la intensidad de su mirada.

—Confío en ti.

Pudimos con el viaje, los empujones y el frío. Eros salió airoso, con todas sus pertenencias y el humor intacto. Vaya sorpresa mía cuando quise volver al mall en tren yestacionado fuera del café, dimos con la camioneta y un par de hombros sacados de la película Men In Black.

'Por arte de magia', dije, 'no, le entregué la llave a uno para que fuese a recogerlo cuando tu pedias las malteadas' me contradijo Eros.

La brisa gélida, el ruido de los pasos sobre el hielo de las personas que pasan junto nosotros envía un escalofrío por toda mi columna vertebral. Hubiese preferido enterarme de esto es un sitio privado, sin embargo, conociendo a Eros y a mí misma, me desencante por venir aquí, a Central Park.

—A ver, recapitulemos—hablo por fin, jamás aparto los ojos de las imágenes que mis dedos enguantados sostienen. Repaso el cañón del revólver de nuevo, sigo la trayectoria de lo que sería el disparo y el estómago me da un vuelco al verme delante de Helsen—. Me han estado apuntando con un arma y no lo sabía.

Es estúpido, por supuesto que no lo sabía, pero la conmoción de conocer ese hecho corta la comunicación entre la razón y mi voz. Pasa una ventisca que me hace castañear los dientes, le regreso las fotos a Eros enfurruñándome dentro del abrigo.

—Es lo que dije.

A lo lejos visualizo a una pareja de enamorados compartir un algodón de azúcar. Se ven tan felices que me dan ganas de arrojarles una bola de nieve.

Retuerzo los labios enlazando mi mirada con la de Eros.

—Y me gané dos seguridades en una rifa que sorteaste—comento, apuntando sin discreción a los dos hombres fornidos de aspecto temerario a una distancia prudente de nuestra posición.

Cuando me lo informó, me sentí traicionada de cierta manera, ¿por qué no me lo dijo en su momento? ¿Por qué callarlo hasta ahora? Estuve a un suspiro de gritarle y exigirle el porqué de sus acciones sobre mi vida sin siquiera consultarlo conmigo.

Un respiro me tomó morderme la lengua y analizar sabiamente la situación.

Un lunático en posesión de un arma de fuego me ha estado siguiendo, apuntándome, capturando el momento y enviando arreglos florares y notas amenazantes a mi casa. No solo conmigo, a Hera también. ¿Puede enojarme por ocultármelo? Absolutamente, ¿la mejor opción es pedirle que me dejen en paz? No, porque es mi vida y la de mi mejor amiga, incluso la de Eros las que está bajo notable riesgo.

Es que yo no me puedo morir, al menos no sin conocer el resultado de un examen que todavía no presento. Isis me reviviría solo para castigarme pero no por morir, si no por fallar.

—Eso no lo dije, pero puedes tomarlo de esa manera.

Inclino la cabeza fundiendo nuestras miradas. Que placentero es poder ser testigo de la dilatación de sus pupilas cuando compartimos este contacto. Me fascina la manera en la que el negro empuja el azul fuera de su camino y me veo reflejada en el centro de esa penumbra.

¿Así será el más allá? Si decide disparar, ¿me veré rodeada de oscuridad? Deseo que no, en los ojos de Eros se siente acogedor, estar en su mirada, es estar en casa, pero en el medio del todo y la nada, no creo que me sienta igual.

Nunca había razonado sobre la muerte, ahora que me vi como carne de cañón, cientos de preguntas brotan desde lo más recóndito de mi cabeza. ¿Qué pasa si muero ahora? ¿Qué hice en estos años? Perder cabello, estabilidad de mis emociones y sueño, montones de horas sin dormir.

La muerte en sí no me aterra, naces con esa única garantía, perecer.

Si lo analizo más a profundidad, es partir sin haber hecho nada que valga la pena recordar, o que me llene al punto que sienta que mi alma no entra en mis huesos del júbilo. No es algo que sea solo mío, para nada, podía asegurar que la inmensa mayoría de habitantes del planeta teme lo mismo, a ser una acta de defunción más.

Suspiro, expulsando un ligero vaho.

—Y ahora estoy bajo tu mira las veinticuatro horas del día.

Reprimió una risa, que pudo acallar con esfuerzo bajo mi mirada impávida.

—Tu seguridad es mi prioridad—y acota—, no me dicen lo que haces y a dónde te diriges, si fuese así, sabría de primera mano que estuviste con Helsen en mi ausencia y no por boca de un tercero.

Comprendo su molestia, pero como no la comparto, así que ignoro el reclamo.

—Debe ser como una fantasía sexual para ti—murmuro acercándome un paso más a él—. No me voy a poner oponer, soy consciente de la situación, pero no me digas que este cómoda con esto porque...

Sus manos se adueñan del contorno de mi rostro, contraigo el cuello, percibiendo el frío de sus anillos como puyazos en mi piel, sin embargo, no le resta dulzor a la caricia que me pone a temblar, víctima de la brisa helada y la vehemencia de su mirada.

—Te entiendo, lo hago, créeme que lo hago—susurra cerca de mi boca, los vellos de su barba causándome cosquillas en la mandíbula—. Pero entiéndeme un poco a mí, si a Hera o a ti les llega a pasar algo, Sol, yo...

Calla al posar un beso en mi pómulo. Ciñe su pecho al mío descendiendo las manos al nacimiento de mi cabello en la nuca, dónde me toma con firmeza, hundiendo los dedos en la raíz cabello. Si me acerco más, un poco más, podría tomar sus labios entre los míos.

Su respiración se estrella contra mi cara, calienta mi pómulo. Recorro su rostro, la despiadada nostalgia adherida al pecho. Casi doy un brinco cuando sus dedos formaron círculos sobre mis mejillas heladas, la experiencia de tenerle tan próximo, sentir el tenue calor de su cuerpo, aspirar el aroma impregnándome los pulmones.

Para este momento mi mente volaba por destinos inhóspitos, esperando por nosotros, por el encuentro real, el que deseo.

Retrocedo un paso, tomando una respiración que me dé un poco de cordura.

—Bueno, ya te dije que siempre que no me pisen los talones, todo bien.

Él deja caer las manos de mi rostro y por un momento, no supe que decir.

Elevo la vista al cielo, diminutos copos de nieve empiezan su carrera a encontrarse con los arrumados en el suelo. No me voy a culpar por mi renitencia a ceder, mierda, ¿cómo aglutino de vuelta una pieza rota, si no es tangible? ¿Cómo puedo echarme a sus brazos si cada vez que me dejo llevar por mis sentimientos, mi mente evoca esos días dónde me dejaba en cama porque se aburría? ¿Por qué ya tenía lo que quería?

Me ha demostrado, bueno, a mi percepción de chica enamorada, que es genuino, que sí quiere compartir su tiempo conmigo, pero si acepto a retomar la relación justo ahora, mañana me arrepentiré y todo irá en caída libre, porque no la columna primordial en toda maldita relación. Confianza.

Puede que me ponga trabas, pero todavía arde y duele como si me incrustara el filo de un puñal; y si no puede con esto, si no es capaz de reconstruir de a poco lo que él mismo pulverizó, entonces tengo que plantearme si es correcto todo esto, si vale realmente la pena, porque no le haré perder el tiempo, ni quiero desperdiciar el mío pasando noches de insomnio, divagando que tan resistente es el maldito amor.

Y ese es el meollo del asunto, de ahí proviene su propio desgaste, en probar el aguante de un sentimiento que nada tiene que soportar.

Un diminuto copo cae en mis pestañas que poco pueden sostenerlo. Cierro los ojos deshaciéndole, en el momento que Eros apresa de nueva cuenta mi rostro, limpia con su pulgar la gota de agua helada de mi párpado y deja un beso allí.

Abro la mirada, advirtiendo la sutileza de su toque, resplandeciendo en su mirada iluminada por la farola del sendero blanco.

—¿Qué tengo que hacer para que vuelvas a mirarme como lo hacías antes?

Despido una exhalación por la nariz, mi ritmo cardíaco cayendo.

—Regresar el tiempo y hacer las cosas desde la ética que te falto—repongo, retrocediendo un paso.

Pero no me deja, no me suelta, sigue firme conmigo.

—No estoy aquí para hacerte cambiar de opinión, estoy aquí para dejarte saber que reconozco lo que hice. Acepto mis fallos y reitero lo que te dije esa noche—llena los pulmones de aire hinchando el pecho, le cuesta decirlo, sin embargo, jamás deja de avasallarme con sus ojos impetuosos—, mereces mucho más que un hombre que tiene todo para dar pero nada que ofrecer. Y yo estoy dispuesto a todo si se trata de ti.

Hace el amago de besarme, le detengo subiendo las manos en alto. Si me toca, voy a sucumbir y aún no estoy lista.

—Dejemos algo en claro a partir de hoy. No soporto las escenas de celos, no permito que invadas mi privacidad y mucho menos que vuelvas a rebajarme como lo hiciste—pronuncio como si hubiese trotado cinco kilómetros sin parar—. Me gustan las donas a media tarde, las rosas rojas, el sexo con condón y a veces sin él, los mensajes espontáneos con emojis de caritas que lanzan besos o lo que sea, siento que hablo con un robot—consigo que me suelte, aprieto sus manos entre mis dedos—. Me voy con... pues con ellos, lo de vernos el dieciséis sigue en pie.

Giro sobre mi eje, doy tres pasos cuando la voz de Eros me detiene.

—No te vayas sin decirme que hacías con Helsen.

Viro el cuello lo justo para divisar el fastidio cincelado en su cara.

—Nos vemos el dieciséis.

—Estos de aquí son los de Francia—Andrea le señala a Helsen donde firmar. Luego de acabar con esos, le pasa una segunda carpeta con más contratos dentro—. Estos los de Brasil y estos de acá los de Venezuela.

Antes de mover la pluma sobre la hoja, vuelve a leer a la velocidad de la luz el contrato.

—¿Ulrich firmó?

Andrea asiente.

—Y Heirich también.

Helsen sonríe y plasma su firma inentendible en el papel. La ausencia de Cecil se ha hecho sentir, se excuso por cuestión de salud y hoy ocupé su lugar. He sacado copias, echo café, redactado documentos, contestado las llamadas. Toda una secretaria. Helsen aprovechó una visita breve al abogado para firmar.

Helsen le regresa la pluma a Andrea antes de compartir un apretón de manos. Despego los ojos de la pantalla de la computadora para fijarlos en sus sonrisas.

¿Pregunto o no? ¿Me despedirán si lo hago? Al carajo, Helsen es mi amigo, ¿no? Eso fue lo que él dijo.

—Disculpen la intromisión, pero escuché Venezuela—ambos voltean a verme apenas me oyen—. ¿Eso para qué es?

Tan pronto la pregunta sale de mi boca me arrepiento de hacerla. Espero una reprimenda de parte de alguno, pero ninguno parece querer hacerlo. Helsen suelta una risa, rebuscando entre los papeles lo que imagino el contrato con Venezuela.

—Exportar un cargamento de fusiles, pistolas y—pasa la hoja—, granadas.

Abro la mirada en desmesura.

—¡¿Más?!— exclamo. Ellos ríen y la vergüenza me gana—. Perdón, no es de mi incumbencia.

El de ojos azules toma el contrato y hace el ademán de rasgarlo a la mitad.

—Una palabra tuya y lo cancelo.

No habla en serio, ¿o sí? Miro un segundo Andrea que se mantiene al margen, escondiendo una sonrisa.

—¿De verdad?

Afirma decidido.

—Claro que si, solo te tocaría pagar una indemnización de diez millones de dólares.

Y toda emoción baja en picada. Parece que a los Tiedemann les gusta jugar con mis sentimientos. Formo un puchero que le saca una carcajada a Andrea. Subo un hombro sin darme por vencida.

—No creo que se pueda hacer, es que el banco no me deja retirar tanto en un día—bromeo, volviendo a mis tareas.

Él me contesta una cosa que no llego a oír por culpa de su sobrino que entra como un tornado a la oficina. Andrea se pone de pie, rojo de la furia.

—¡¿Cuántas veces tengo que decirte que no puedes venir a este piso?!

Eros lo ignora, se va de una a colocar una hoja delante de Helsen, aniquilándole con la mirada. No esperaba verlo así de repente, desde el lunes que me llevó a Central Park no hemos tenido contacto físico.

—¿Dónde se esconde Zane?—cuestiona con la mandíbula apretada.

Me quedo de piedra al escuchar ese nombre. Zane, el encapuchado

—No sé de que hablas—contesta Helsen con la voz pasiva.

Eros golpe con un puño la mesa perdiendo el control. Su temple tomando el mismo color carmesí que el de Andrea.

—Le pagaste a Frederick Jansen. No, tu maldita madre lo hizo.

Me quedo de piedra. ¡No puede ser! ¡Helsen es quién le ha pagado al fotógrafo holandés! Tanto Andrea como yo nos congelamos en el sitio.

Helsen no se deja intimidar, traza una sonrisa apacible, devolviéndole la mirada a su sobrino.

—Estás mal.

Eros niega. Toma la hoja y se la lanza a la cara.

—Las huellas de Elena Martens, están por todos los sobres que Jansen recibió con los pagos—el revuelo de pensamientos se esfuman de mi cabeza al ver que Eros se ha echado la solapa del traje hacia atrás, mostrando el mango del revólver. Andrea busca apoyo en la mesa y a mí los nervios me carcomen las venas. La tensión era palpable y se incrementa a niveles mortales cuando Eros toma asiento en la silla junto a la de su tío—. Empieza a hablar, y te digo desde ahora, que la indulgencia la dejé abandonada en una celda en Bremen.

Si sacan pistolas ya no juego🧍🏻‍♀️

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