"41"
Newton defiende tres principios, funcionales para describir el movimiento de los cuerpos, conocidos como ley de inercia, ley fundamental de la dinámica y ley de acción y reacción. Mendel también tiene sostiene tres principios. De la uniformidad, segregación y principio de transmisión independiente...
Roma fue fundada el año setecientos cincuenta y tres antes de Cristo, el veintiuno de abril por los hermanos Rómulo y Remo...
Alemania solicitó un armisticio el once de noviembre del año mil novecientos dieciocho, acabando la primera guerra mundial, Japón se rinde el catorce de agosto del mil novecientos cuarenta y cindo, dando por terminada la segunda...
—Sol...
La historia universal se divide en cinco periodos. Prehistoria, edad antigua, edad media, edad moderna y edad contemporánea. ¿De qué año a qué año va cada uno? Lo sabrá Jesucristo redentor. De lo que si estoy segura, es que la guerra fría inicio poco después de finalizar la segunda guerra mundial y concluyó con la disolución de la unión soviética y la caída del muro de Berlín en mil novecientos noventa y uno tras, entre otras razones de peso, la crisis económica derivaba de la adquisión de armamento.
Armamento de ya sabemos quién.
Es que ni en mis repasos se digna a dejarme en paz.
—¡Sol!
—¡¿Qué, mierda?!
Paula me perfora la cara con esa mirada ponzoñosa que me ponen los vellos de punta. Me tiende una copa de líquido azul que sobrepasa el tamaño de su cabeza y aunque se mire delicioso y este sedienta de alcohol, sacudo la cabeza de lado a lado. Estoy en la recta final para presentar la prueba, como llegue borracha a casa, Martín me encadenaría a la pata de la cama y daría de comer cabezas de pescado.
—Un trago, uno solo chiquito—insiste, pero vuelvo a negarme.
Un sorbo es lo que mi cuerpo necesita para soltar las cadenas de la cordura y empinarme hasta el agua del jarrón.
—Después del dieciséis—reitero.
Bufa y desiste, pasándole la pecera a Lulú, sentada junto a mí.
Barro el sitio con la mirada. Frankie, el gran cumpleañero, nos invitó a este especie de bar, karaoke y restaurante al estilo texano. La música te hace querer mover las caderas incluso si no tienes idea de cómo bailar, el ambiente festivo se extiende por cada mesa y en la cúspide de todo lo bueno, hay barra y menú libre y no piden identificaciones.
He comido tanto que he tenido que desabrocharme el pantalón, no podía respirar.
—¡Dios! Qué aburrida eres—refunfuña Irina, revolviendo el trago que comparte con Christine—. Olvídate de todo por una noche, no te vas a morir por eso.
¿Alguien la nombró? ¿No? ¿Y por qué carajos opina?
—No me da la gana.
Encoge los hombros, levantando una esquina de la boca. Hace hora y media que llegamos, Frankie se la ha pasado hablando de aquí para allá con el resto de sus invitados. Esta mesa que nos asignaron destaca del resto, ocupadas por gente que ronda la edad de mis papás, pero que comparten la animosidad del cumpleañero.
Y por lo que veo, una que otra muchacha próxima a mi edad sentada en las piernas de un caballero que dobla la de ella.
No es el ambiente que acostumbro, sin embargo no me desagrade por completo. Cuando veníamos en camino pensé que me animaría a bailar, al llegar aquí esas ganas nunca aparecieron. La noche se ha desenvuelto tranquila, dentro del contexto. Ni siquiera Irina y Christine han sacado las garras, entre ellas, Paula, Lourdes—que se ha ido a bailar con un señor—, Lulú, Hera y yo, nos la hemos pasado bastante bien, hablando sobre los últimos chismes que me he perdido por tener la nariz entre libros y la mente sin espacio para nada más que fórmulas matemáticas y números griegos.
—Allá tú—bebe un trago, dirigiendo la mirada hacia Lulú—. ¿Qué pasa contigo, cabeza de hongo? Estás muy callada, ¿irás a la universidad? Porque te veo siendo la perfecta maestra de niños chillones.
—Esta estúpida...—ladra Hera. Agarra el jarrón con flores en el centro de la mesa y se levanta del asiento con el adorno en la mano—. La promesa de arrancarte las extensiones sigue vigente.
Pero Lulú pasa por alto el insulto. El verde en sus ojos más nítido que nunca, estragos de la bebida. Irina ha dado justo en el clavo. Lulú tenido crisis de identidad que ni las idas a terapia le han servido de ayuda. Quiere estudiar de todo y cuando comprende que no puede, sufre ataques de ansiedad.
Intentamos dialogar con ella, Hera le sugirió tomarse un año para explorar opciones, pero Lulú es renuente, no quiere hacerle perder dinero a su papá en una carrera que quiera abandonar a la mitad.
—¿De verdad?—su vocecita tintinea. Alza la cabeza de sopetón con el semblante alumbrado por una sonrisa que le toca las orejas.
Christine le pasa una porción de pizza.
—Y la razón de que las madres no envíen a sus maridos en busca de sus mocosos—Christine carraspea, aparta la vista de Lulú y la clava en Paula—. Paula, querida, ¿qué harás con tu vida después de acabar el año?
Una ola de aplausos y gritos interrumpen la respuesta de Paula. Volteo para conseguir el espectáculo que Frankie y una señora tienen en la pista. No sé qué clase de baile sea ese, pero es una mezcla extraña entre salsa y bachata, aunque la canción que rompe las bocinas es una de Selena Quintanilla.
La gente es muy rara.
Lulú me ofrece de lo que come, niego arrugando el cariz. No me entra un mordisco más.
—Aquí entre nosotras—masculla, acabando con el trago que queda en la pecera—, tengo el loco sueño de ser actriz.
Estamos con la mandíbula colgando. ¿Actriz? Eso no lo vi venir, ¡ni siquiera va al club de teatro! Me imagino enseguida a Paula protagonizando películas al estilo Lara Croft, o la Indiana Jones femenina que el mundo necesita.
—¿Los Ángeles es tu destino?—inquiere Hera.
La expresión ilusionada de Paula se desvanece con el aire.
—Drew quiere empezar su taller mecánico aquí, entraré a trabajo social.
La mesa queda en silencio absoluto, lo único que se oye, es la música del local.
Intenta salvar el momento aclarándose la garganta y mordiendo un pedazo de pizza, sin embargo, ya ha capturado la atención del par de rubias que la someten a un examen visual que incluso a mi me pone de nervios.
—Eso es lo que él quiere, ¿qué quieres tú?—interpela Christine.
Paula esquiva la mirada de la rubia. Lulú vuelve a recostar la cabeza en mi hombro, siente la tensión como yo.
—Quiero estar dónde este él.
—¿Y él quiere eso mismo?—devuelve de inmediato Irina, sin expresión alguna.
En mi vida la había visto tan seria como ahora.
Paula vacila, abre y cierra la boca, pero nada que sale de sus labios. De reojo diviso a Hera tragarse un pedazo de pizza, observando el intercambio con suma concentración.
—¿Por qué atarte a un hombre aquí cuando puedes rebuscarte un futuro prometedor allá?—cuestiona Christine copiando el gesto de su amiga. Su duda es genuina, se le nota en las facciones desencajadas.
Paula suspira, volcando los ojos.
—Porque estoy enamorada, duh.
Lo ha dicho como si fuese obvio, tan segura, que comienzo a replantearme ese enrevesado significado.
¿A eso se resume estar enamorada? ¿A cortar tu camino por otra persona? Yo no creo que eso sea el amor.
A mis ojos, por lo menos, es lo contrario. El amor es la fuerza que te empuja a ir por eso que anhelas, a luchar con garras y dientes por defender tus aspiraciones, a nunca dejar de sentirte inspirado para cumplir las metas que puedan parecer ínfimas pero que al final del día, valen la pena.
Pero, ¿qué es el amor?
Para mí, es el beso de mamá, el abrazo de papá, la sonrisa de mi hermano, la risa de mis amigos, las caricias de...
El corazón me sube a la garganta, la vista se me nubla y de repente quiero llorar.
Intentar mantenerlo al margen de ese término como hice hace semanas no surte el mismo efecto. Recuerdo imponerme que en cuanto me sintiese así respecto a él, si llegase a ocurrir, lo sabría en el instante que lo pensara.
Y temo que ese momento es... ahora mismo.
No puede entrar esa categoría, carajo, no puede.
Sé que es inútil aferrarme a esa última oración, cuando esa la absoluta verdad. Eros es parte de mi definición del amor. Inherente del término, tan intrínseco que se me ha escapado sin vacilación, se ha vuelto en mi contra, convirtiéndose en un hecho innegable.
La realización del hecho me abandona en un limbo.
Estoy irrefutablemente enamorada de Eros.
De sus mañas, de su manera satírica y a veces huraña de ser, pero siempre, siempre, fiel a él. Estoy enamorada de sus gestos pequeños, de los gigantes, los inalcanzables e inimitables. De la astucia con que resuelve hasta el más sinsentido de los inconvenientes y la absoluta dedicación y empeño que ejerce en cada cosa que se propone hacer. De la firmeza de sus manos cuando me toman, acompañado de la férrea intensidad de sus besos cuando lo requiero.
Cada pequeño detalle que lo conforma. La perversidad de sus toques, las promesas obscenas deslumbrando en sus preciosos ojos, las dulces caricias que me inducen al más profundo descanso. Las pecas adornando su piel, el mechón rebelde que cae sobre su ceja, su aroma, la firmeza de su cuerpo.
No sé que depare el futuro, no sé si en un mes me sentiré de esta manera, probablemente me embargue el sentimiento con vehemencia, pero justo ahora, no puedo amar ni un poco más a Eros Tiedemann, porque no me cabe un sentimiento más en el cuerpo, ni en la mente y mucho menos en el corazón.
—Entonces jamás quiero enamorarme—concreta Christine, y sus palabras se clavan como estacas en mi pecho—. Te diré lo que necesitas oír: olvídate de Drew, tu vida será más sencilla.
—Já, mira a Sol—se jacta Irina, apuntándome con el mentón—. Se la pasa más ocupada ahora que Eros no está.
Pestañeo deprisa, un intento por despejarme de las lágrimas.
—Porque Eros no es mi centro de gravedad.
Sueno más rabiosa de lo que en realidad pretendía. Irina arruga la boca y destapa una botella de agua.
—Tranquila, traga libros, tómate esto y no te exaltes—recibo el agua y enseguida bebo tres grandes sorbos—. ¿Volverá para la graduación?
No quiero extrañarlo más, es un fastidio almorzar sola.
—Pregúntale a su hermana—me las arreglo para decir sin sonar afectada.
La verdad es que lo hago. Terriblemente.
Irina voltea a ver a Hera, arqueando una ceja, mientras yo me preparo para la siguiente arremetida de lágrimas.
—No lo sé, depende de lo que papá decida—responde Hera.
Dijo que vendría a finales de enero, hace una semana de eso.
No llore, no llores.
—Dile que lo extrañamos—expresa Christine siseando las palabras. Levanta la vista a un punto encima de mi cabeza, explayando una sonrisa macabra—. Pero que Sol lo extraña todavía más.
Mentira.
La mezcla divina de su perfume y cigarrillos me atesta las fosas nasales. En un segundo pienso que son sugestiones mías, en el siguiente, se oye un jadeo colectivo de parte de las chicas, al tiempo que todas trasladan la mirada a ese lugar a mi espalda. Es entonces que volteo y me encuentro con los ojos del chico que me ha tenido con las emociones revueltas desde el día que le conocí.
—Buenas noches, Süß.
Y ya no pude contener el llanto.
Ha vuelto. Ha regresado y la primera vez que nos volvemos a ver, me echo a llorar sin razón aparente. Encierro las manos en puños conteniendo el temblor, la bola de fuego en mi garganta se vuelve más y más grande con cada sollozo. El peso de la prueba, la beca, él lejos y ahora reconocer que me enamoré...
Aprieto los párpados, procurando cortar el diluvio. No obstante, el hecho de que Lulú se haya apartado de mi lado para darle espacio a Eros acuclillarse junto a mí triplica las lágrimas. Mi corazón se desprende de la caja torácica al sentir sus dedos rozar con parsimonia mi rodilla.
Mi cuerpo no aguanta la tensión. Eros presiona los dedos en mi cuerpo, instándome abrir los ojos y eso es lo que hago. Me llevo su completa atención, en cualquier momento hace meses me hubiese encantado, pero no esta noche, cuando me siento encarcelada en mi estado más vulnerable.
Sorbo por la nariz limpiando las gruesas gotas que se deslizan por mis pómulos. Aparto la mirada de la suya, moviendo los dedos en dirección a Irina.
—Pásame ese trago.
Deja de beber obedeciéndome de inmediato. El alcohol no resolverá mis disyuntivas, pero sí que me hará olvidarlas un rato. O eso espero.
—Buenas noches bellas damas—Hunter hace acto de presencia, vistiendo una sonrisa del tamaño de Australia y una camisa blanca, cubierta por una chaqueta de cuero negra—. Y Christine.
—Sol—me llama Eros. No volteo.
—¿Cuándo volviste?—inquiere Hera, con su voz cantarina.
—Hace un rato—contesta sin apartar la mirada de mi perfil—. ¿Podemos hablar?
Bebo un sorbo inmenso, evitando contestarle. Quiero y a la vez no. Quiero saborear la nicotina en su boca y morderle el labio, quiero sentir su piel contra la mía y después apartarlo.
Quiero... le quiero a él, pero nada de él.
Reprimo un sollozo con otro buche de piña colada.
—Esto es una reunión privada—interviene Irina cortante—. Y Sol necesita distraerse, después pueden ponerse al día.
De reojo, atisbo el semblante de Eros descomponerse. Arroja una mirada desabrida a la chica que fuerza una mueca indiferente.
Y como aquel día en clase de deporte, Irina vuelve a servir de escudo anti Eros.
—¿Y quién dijo que queremos verles las caras?—chista Hunter, tomando a Eros de los hombros. Le susurra rápido una cosa—. Nosotros tenemos reservación, con su permiso.
Hunter llena de besos las caras de Hera y Lulú. Abre los ojos con gesto ofendido cuando se inclina hacia mí y me aparto. Suprime una risita antes de tomar mi cabeza y plantar un beso en la cima de la misma. Y como si retrocediera en el tiempo y volviese a tener cinco años, sacudo esa parte de mi cabello, torciendo los labios.
Todas les siguen con la mirada y por mucho que quiera hacer lo mismo, me concentro únicamente en las rodajas de piña dentro del vaso.
¿De verdad está aquí? ¿O es producto de mi necesitada imaginación?
Irina levanta la mano en busca de la atención del mesero. Alza seis dedos sonriendo como si estuviese en edad de consumir alcohol. Legal, por lo menos. Devuelve la mirada a mi rostro, inclinando la cabeza a un lado.
—Y así es como la vida de Sol vuelve a ponerse patas arriba.
~
Sé tres cosas.
La primera, es que Frankie aparte de ser un hombre encantador, es copropietario de una industria petrolera. Viudo y sin hijos.
La segunda, que Martín me matará por haber excedido el límite de horas.
Y la tercera, que estoy casi borracha.
No tanto como para olvidar mi nombre, pero si lo suficiente para trastabillar al caminar y marearme al enfocar luces. Minutos luego de la inesperada llegada de Eros, Frankie y Lourdes se agotaron de bailar y nos honraron al volver a la mesa, sudados y sonrientes.
¿Quién diría que este hombre se acuesta con estas chicas a cambio de pagarles la carrera? No diré que las admiro, pero sí que sentí una punzada de envidia al escuchar que no tendrían que presentar ninguna prueba de peso, la universidad que eligieron solo requiere de un examen interno.
¿Lo haría yo? No, ¿pero quién soy yo para juzgarlas? No podría decir que es ilegal, ambas son mayores de edad, pero vamos, que no te vuelves una eminencia al pisar la media noche del día de tu cumpleaños dieciocho.
En fin...
Hace minutos Eros me envió una ración de tiramisú que rechacé y pase al resto. Una suerte que no me cabe ni una gota de agua más, con lo exquisito que se veía, me lo hubiese comido sin dudar.
Como me lo quiero comer a él, que no para de observarme desde su posición cual cazador.
Sería tan sencillo abordarlo y pedirle que me lleve a su casa, podría tenerle de vuelta...
No, todavía no me siento en la facultad de decir 'está bien, podemos seguir adelante porque ya no duele pensar que al inicio fue un juego estúpido para ti, que probablemente te burlabas de mí, y hacías caras en secreto cuando te ofrecía de mi delicioso café'
No, definitivamente no estoy lista para verle a la cara y hacer como si nada.
Lulú, Lourdes, Paula y yo somos las únicas en la mesa. Lourdes dormita sobre sus brazos, Paula inmersa en sus propios problemas y Lulú como niño en feria, aplaudiéndole a las chicas que bailan acompañadas del peculiar señor y sus amigos tan singulares como él.
Bebo por pura gula el último sorbo de la bebida, reprimiendo inútilmente las ganas de levantarme y acercarme a la mesa diagonal a la mía, esa que Hunter y Eros ocupan, y exigirle que me bese hasta que los labios me duelan.
Al comienzo de la noche no quería ni recordarlo y ahora deseo lo opuesto.
El alcohol me ha subido el libido por la estratósfera, el solo recordar el tacto se su piel y el aroma de su cuello, me eriza los vellos y un picor extraño me toma los brazos. Restriego las manos por encima, ahuyentado las ansias de sentir aquello que hace semanas no tengo.
Mi celular vibra encima de la mesa, lo tomo y casi sufro un infarto al leer el nombre mi hermano en la pantalla. Mis ojos se enfocan en la hora. Casi la medianoche. Explayo la mirada, la última vez que me fijé en el reloj marcaban las siete y cuarenta y cinco; tenía permiso hasta las diez. Despacho la llamada por cobarde y enseguida envío un mensaje avisándole que pronto iría a casa. Cegada por el brillo del aparato, corrijo los errores causados por el temblor ebrio de mis dedos.
Ya, excelente, pronto iré a casa. La pregunta es, ¿cómo? Las chicas no parecen querer irse pronto, podría pedirle el favor a Eros pero no me siento lista para entablar una conversación y ningún taxi querrá llevarme por quince dólares...
Martín vuelve a llamarme y esta vez me infundo valor y contesto. El grito es inmediato.
—¡¿Dónde coño de la madre andas tu metida?!
Frunzo el cariz pensando en cómo pedirle que venga por mí sin aumentar su enojo. Podría decirle... no. O podría...
Nada, tengo la mente tan blanca como la camisa que viste Eros. Me pilla mirándolo, enseguida bajo los ojos al vaso que tengo delante, pegando la mano a la sien.
—¡Me obligaron a venir a una fiesta en Manhattan y nadie quiere llevarme a casa!—grito y maldigo por mi voz débil—. ¡Ven a buscarme, por favor! Te envío la dirección.
—¡Sol Veróni...
Corto la llamada.
Los ovarios me obstruyen la garganta. Me gané un buen regaño y castigo. Isis se enteraría de esto y me formaría el problema del siglo. Les prometí que me comportaría juiciosa hasta el día de la prueba y aquí me tienen, borracha y con ganas de rebotar encima del pene del mentiroso que me mira en como si me estuviese leyendo la mente.
Le envío la ubicación en tiempo real a Martín, espero que lo abra y me conteste. Casi un minuto después, recibo un 'en quince minutos estoy allí'. Meto el celular en el bolsillo del pantalón y echo una ojeada de reojo a la mesa de Hunter y Eros.
Otra vez.
El cúmulo de emociones ligadas al alcohol me abruma, nublan la mente y resquebrajan la voluntad. Necesito un poco, solo un poco de él.
Y tiene que ser ahora.
Me pongo de pie, Lulú me mira interrogante, señalo al baño y le hago un gesto pidiéndole que se quede aquí. Pese devolverme una mirada insegura, no me lleva la contraria, en su lugar, entrecierra los párpados y retuerce los labios.
Conoce mis intenciones.
—Mañana te vas arrepentir.
—Mañana te echaré la culpa a ti.
Ríe sacudiendo la cabeza de un lado a otro, su cabello baila al son de sus movimientos gráciles, rozándole la mandíbula en forma de corazón. Toco la punta de su nariz antes de girar sobre mi eje y encaminarme al baño. Rodeo la pista, los ojos acusadores del par de rubias recaen en mí, me hago la desentendida y sigo a mi destino.
Hago mala cara al conseguirme dentro dos mujeres retocándose el maquillaje. No sé que esperaba, si para eso está el baño. Sintiéndome una completa estúpida, entro a un cubículo, vacío la vejiga y luego salgo a lavarme las manos.
Las mujeres cuchichean sobre cosas que obvio no son de mi incumbencia, pero de las que quiero saber más. Agudizo el oído limpiando las manos como mamá lo hace antes de entrar a quirófano. Levanto la cara enfrentándome a la Sol de cabello repleto de frizz apuntando a todos lados y mirada lustrosa. Me encantaría echarme agua helada en el rostro, pero el maquillaje se volvería un desastre y no tengo el ánimo para arreglarlo, ni la cosmetiquera conmigo.
El par de amigas terminan con el labial, recogen el desorden y salen del sitio. Espero un minuto exacto más, aspirando varias veces, eso siempre me ayuda a bajar el efecto del licor. Espero otro minuto más, al no ver señales de quien espero, pateo el piso decepcionada y sigo el camino recorrido por las muchachas.
Al abrir la puerta, un bulto se interpone en la salida. Ahogo un grito de sorpresa cuando su mano se ajusta a mi cadera y me empuja un poco más, cerrando la puerta con seguro tras él.
Mi pecho estalla en emociones al colisionar mi mirada contra la suya. Desesperado, proclama mi boca en un beso fervoroso y posesivo, derritiendo mis nervios y avivando el fuego que nace en mi estómago siempre que es él quien me toca.
Lo extrañé tanto, tanto.
Mi espalda baja adolece en lo mínimo cuando me apoya contra el borde del lavamanos. Mis manos ansiosas por tocarle, suben a su nuca, respondiendo la caricia con el mismo grado de codicia. Joder, quiero tomar todo de él.
No dice ni una palabra, pero en su boca percibo añoranza. Me permito disfrutar del rastro de tabaco y su propio sabor, percibiendo los vellos en mi nuca erizarse al sentir sus huellas recorrer con mi piel.
Su aroma me consume y extravía mi mente en recuerdos que me hacen enrojecer. El pálpito dentro de mi pecho se vuelve peligrosamente frenético cuando presiona con exquisita brusquedad los dedos en mi cintura y desciende con lentitu, regalándole apretujones a mis caderas antes de continuar con el recorrido más abajo, donde sus manos abarcan mi trasero y lo estruja, estrechándome contra su cuerpo.
—Te extrañé tanto—susurra contra mis labios hinchados—, tanto.
No respondo.
Soy yo quien ataca su boca, yo no vine aquí hablar.
La manilla de la puerta suena, se oyen murmullo. Lo empujo al último cubículo, cae sentado encima de la tapa del inodoro, cierro la puertecita y con sus ojos estudiándome con precaución, bordeo su cadera con los muslos, eliminando la molestia distancia entre los dos.
Me tomo unos segundos para apreciar la dilatación absurda de sus pupilas y la adoración que sus ojos me profesan. Algo ha cambiado, no lo sé con certeza, pero ahí está inscrito en sus ojos, moldeado en sus manos. Me inclino besarle con el desespero grabado en los labios, pero sus manos retoman su posición en mi cara.
—Mírame y dime que sigues tan aferrada a nosotros como lo estoy yo.
Silencio.
—Pregúntame después del dieciséis.
Mi boca encuentra la suya. Uno nuestros labios, me corresponde con las mismas ansias y apetito.
Las pretensiones inocentes perecen con la necesidad de apretar los muslos y el furioso impulso a removerme, llenándome la garganta de gemidos que reprimo por no querer apartarme.
Me he puesto tan caliente, resultaría demasiado fácil deslizarme sobre él...
Olvido que mi hermano viene por mí, olvido que afuera hay personas queriendo ingresar, olvido lo decepcionada que estoy de él.
Sus besos se concentran en mis mejillas y barbilla, cierro los ojos, adorando los deliciosos escalofríos. Engarzo los dedos en el cuello de su camisa, disfrutando de esto, de sus encantadoras consideraciones, de él. Extrañé esto, sentirme envuelta por su apabullante presencia, el poder que sus manos firmes proclaman al despejar mi mente.
Quiero perderme en los trazos de aroma y fundirme en su piel.
—¿Pasaremos San Valentín separados?—pregunta, mientras me retuerzo levemente por la travesía de su nariz en mi cuello.
—¿Desde cuándo te importa San Valentín?
Desliza la lengua caliente de la base de mi cuello a mi barbilla, muevo las caderas otra vez apretando la mandíbula cuando el calor se extiende por mi espina dorsal.
—Seit ich mich in dich verliebt habe.
《Desde que me enamoré de ti》
Un beso corta mi respuesta, el sudor se lleva mi pudor, intento deshacer todo aquello que se interpone entre su erección y mi mano, pero son las suyas las que me detienen.
—Estás borracha.
Estoy enamorada de ti.
—Claro que no.
Remuevo los brazos, pero no me suelta.
—Lo estás—reitera con firmeza—. Te deseo, pero te deseo en tus cinco sentidos.
Ruedo los ojos, con la respiración agitada.
—Eros, en este momento tengo más de un sentido activo.
—No te voy a tocar hasta escuchar de tu boca que sigues conmigo.
Como si me hubiese lanzado a una piscina llena con cubos de hielo, la calentura desaparece de sopetón. No puedo responderle porque tengo que contestarme primero a mí, debo ser sincera conmigo y justo ahora, no estoy en condiciones ni tengo el tiempo para sentarme a desenmarañar mis pensamientos y sentimientos.
Suspiro, clavando mis ojos en los suyos.
—Repito: pregúntame después de dieciséis—abre la boca, enseguida sello sus labios con un dedo—. Escucha, volviste en el peor momento. Tengo montañas de tareas, trabajo, horas comunitarias, horas en el bufete y la prueba de SAT a la vuelta de la esquina. No tengo tiempo para ti y lo siento si sueno como una maldita, pero estoy siendo lo más sincera que puedo. Mi prioridad en este momento, no eres tú.
Arruga la nariz, disconforme. Hunde el entrecejo desviando la mirada al costado. En sus ojos, el reflejo de un flechazo doloroso le cruza las pupilas.
—¿Siquiera pensaste en mi este mes?
Me muerdo los labios para no reír. Se ha enfurruñado como un crío malcriado.
—Te encargaste de eso, ¿o las cartas no las escribiste tú?
Entorno la mirada fingiendo sospecha. No tengo dudas de que fue él, solo él puede conocer la existencia de los lunares que tengo escondidos en la curva del culo. Aparte de Giovanni y mis papás.
Me arroja una mirada evidente.
—Entiendo lo que me dices, pero no deja de...no lo sé—su nuez de Adán sube y baja, se lame los labios, meditabundo, entonces me pega un fuerte azote en el trasero—. ¿Sabes qué? No importa, nos tendré como prioridad mientras tú te ocupas de sobresalir, como siempre lo haces.
Me le quedo viendo inexpresiva. Algo me dice que no cumplirá, no sé si es porque conozco sus trucos o por esa sonrisa sagaz que le parte la cara en dos.
Chasqueo los dientes, apartándome de su regazo.
—Deberíamos salir, hay gente esperando.
Dios mío, qué vergüenza verles las caras.
—Olvídate de la gente, el mesero se encargará—informa, palmeándose los muslos.
—El mesero es quién nos correrá de aquí.
—El mesero se lleva una buena propina a casa.
Guardo silencio. No le quito los ojos de encima, esperando que diga que miente.
Por supuesto que eso no pasa.
—Regresaste más mimado de lo acostumbrado—digo, aplacando el desastre que tengo en la cabeza.
Se pone de pie, imponiéndose sobre el espacio que enseguida nos queda pequeño.
—Efectos secundarios de las pajas a tu nombre.
Su aliento cálido choca contra mi mejilla antes de sentir la presión de un beso. Salgo del cubículo antes de que la tensión sexual me vuelva a descontrolar. Martín debe estar cerca.
Reviso mi aspecto en el espejo, Eros se posiciona a mi costado, apoyado a la pared. Tiene el rostro rojo y los labios hinchados pintados con restos de mi labial, se ve tan hermoso que me cuesta mantener las manos quietas.
—Pajas, que apelativo tan feo—repongo—. Yo le llamo caricias solitarias.
Limpio el borde de mis labios quitando el desorden de labial que sus besos dejaron.
—Acabas de desbloquearme una nueva fantasía.
Mi celular anuncia la entrada de un mensaje. Presiono la notificación que me lleva al chat con Martín.
'¿Cómo se llama el sitio?' Tecleo la respuesta 'No lo sé, pero la temática es texana' espero a su respuesta, que llega segundos después en forma de un escueto 'ok'.
—Martín está cerca, tengo que salir—muevo la vista al bombillo, casi bailo de la alegría cuando veo uno y uno dos—. Oye, no quiero que aparezcas por casa, ni por el trabajo ni el bufete. Cuando te digo que necesito cumplir con mis obligaciones, hablo en serio.
Retrocedo un paso acercándome a la puerta, sus ojos engulléndome completa.
—¿Me estás diciendo que tengo que esperarme una semana más lejos de ti?
Subo las palmas apuntando al techo e inclino la cabeza a un lado. En definitiva, Eros en ocasiones supera a su hermana en cuanto a caprichos se refiere.
—Te estoy advirtiendo que si lo llegas hacer, ni me tomaré la molestia de mandarte a sembrar frijoles. Tu solito te darás cuenta cuando me veas en el auto de Frankie.
Giro sobre mis talones, preparándome para las miraditas de reojo de la gente y sobre todo, la que espero de Hera. Tomo una gran bocanada de aire armándome de valor.
—Tenemos un tema del que hablar y que no puede esperar, Sol.
Giro el cuello enfrentándome a su mirada. Un halo preocupado le surca la mirada, quiero regresar sobre mis pasos y plantarle un beso en la mejilla, pero el tiempo no para de andar.
—Ese tal Zane va a tener que esperar también, por encima de mi beca nadie va a pasar, ¿comprendes?
Traza una sonrisa y algo en mi pecho se contrae.
—Abre un espacio en tu agenda para mí, una hora.
El vibrar del celular me hace quitarle la vista de encima. Lo tomo y los nervios regresan de golpe al leer el nombre de Martín.
—Me lo pensaré.
Apenas abro la puerta cuando su voz me detiene.
—Tengo una última pregunta para ti y esta necesito que la contestes ahora y con toda honestidad—el corazón me va a estallar de los nervios, Martín debe estar furioso y yo sigo encerrada en el baño con Eros—. ¿Qué hacías con Helsen?
Otra llamada de Martín. La música, sus ojos escrutadores, el regaño que se me viene... todo me obstruye los pensamientos. Rechisto y abro del todo la puerta poniendo un pie fuera.
—Te lo respondo luego del dieciséis.
Salgo corriendo por mis cosas, dejando a un furioso Eros a mi espalda.
Eros sin respuesta y molesto:
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