"40"

Eros

Múnich, Alemania.

El firmamento amaneció alfombrado por la inmensidad de una nube gris. Obstaculiza el paso de si quiera el atisbo de un rayo de sol, de esos que se presentan en los días más ardientes del verano. Las ramas de los árboles secos del pasado inverno caen a la tierra, quebrados con el batir irascible del viento, que con su silbido, parece que anuncia la lluvia venidera.

Estoy en casa, percibiendo los retazos gélidos en la cara, atendiendo al mismo terapeuta de años. Mi madre, abuela y Ulrich están a menos de veinte kilómetros de distancia, y afuera, el Bently azul, regalo del viejo Jörg por mis dieciséis años, el que solía usar todos los días, a fiestas, espera afuera por mí. Todo parece volver a girar sobre su eje, el río retoma su cauce natural.

Esto era lo que añoraba ocho meses atrás, al abandonar Bremen, el frío riguroso de mi hogar, alejarme de la rutina, pero siempre llevando las nubes grises y el viento helado impregnado en la piel.

Lo tengo, lo vivo, pero ya no lo siento mío, en todo caso, no deseo que lo seaa.

Se siente distinto, la gente, el clima, la carretera, como si hubiese usurpado la vida de alguien más, o estuviese atrapado en un sueño imperecedero que no me pertenece. Comencé mi vida aparte, descubriendo nuevas actitudes, veranos que sí lo parecen, una rutina sin meticulosa preparación, planes espontáneos, desahogado de la estricta agenda, y me sentí, en todas mis facultados, probando la plena libertad.

—Has estado muy callado hoy, más de lo usual, quiero mencionar—la voz crepitante de Hernann ha tocado mi límite. Media hora tengo para él, media, y llevo sentado frente a él, viéndole la cara de imbécil una completa—. Según tus informes, estás en el mejor momento de tu vida. Llevas las psicoterapias al día y clases de control de ira por lo que leo y miro han dado buena cosecha, no hay peleas ni bajones en el historial, incluso tu postura denota tranquilidad, un poco de fastidio, pero es normal en ti. ¿Algo que quieras acotar antes de finalizar?

Sé lo que quiere oír, he pasado las últimas sesiones esquivando sus preguntas capciosas.

—No.

Levanta la ceja, escepticismo tomándole las facciones.

—¿Seguro? ¿Qué ha pasado con la muchacha de la foto?

Hasta que al fin se atreve a sacar el tema a colación sin darle vueltas. Lo único que logra es exasperarme.

—Nada.

—En los diarios sale otra cosa.

—¿Te lees la sección rosa?

—Mi esposa lo hace y me cuenta que te han visto en varias oportunidades con la misma chica—comenta con dejo austero. Desde el jodido inicio debió captar mis nulos deseos de traer a Sol a colación, no quiero que me diga lo que ya sé. Quiero que me dé las herramientas para mantenerme alejado de mi propio instinto, no como llevar mi maldita vida amorosa—. Hace casi ocho meses te pedí que nombraras tus metas a corto plazo, entre esas estaba lograr que la chica de la foto te correspondiera, me comentaste que al ser amiga de tu hermana lo veías complicado. No pongo en duda el que haya pasado, la cuestión es, ¿qué ocurrió después?

La risa que me abandona no contiene ni un toque de gracia. Apoyo la cabeza sobre un dedo, mirándole sin prestarle verdadera atención.

Ocurrió que quise salirme con la mía una vez más, y acabé soñando despierto, porque ahora mi nuevo pasatiempo preferido, aparte de escribir párrafos pidiendo su perdón, es rememorar su mirada café, esa a la que le otorgo al menos cuatro tonalidades marrones y una noche de insomnio si me propongo a buscar ojos más bonitos y cautivantes que los suyos.

Enderezo la postura y carraspeo.

—Es mi novia.

Inclina la cabeza, trazando una sonrisa estúpida que me hace cerrar las manos en puños.

—¿Y ella lo sabe?

Suelto el aire y tenso la mandíbula. Lo sabe, ciertamente lo hace.

—Voy a tirar cinco años de terapia a la basura en este momento, ¿qué te parece?

Ríe a carcajadas limpias que me despiertan las ganas de arrojarle el porta retrato que tiene en frente a la cabeza. Una parte de mí, la que resguardo con un poco de racionamiento, comprende la incredulidad de muchos al oír la noticia. La otra, la que sostiene mi orgullo, tambalea al percibir esas miradas de desconcierto que me sacan de mis casillas.

¿Tan difícil es creerlo? ¿Qué soy? ¿Un bueno para nada, lo suficientemente trastornado para ser rechazado? Por favor, la gente actúa como si tuviese cincuenta años y mi vida entera la pasé viviendo mi intimidad libremente, y ahora a duras penas consigue establecerse con una mujer.

Pero Hernann no cuestiona por el chismorreo, lo que él busca es llevarme al límite, después de años, reconozco sus métodos.

Suelta el bolígrafo encima de la libreta, desliza los ojos a mi expresión, examinando cada mueca o gesto que pueda colarse en mi cara o postura que trato de mantener desenfadada.

—A ver, cuéntame. ¿Cómo te sientes en esta nueva etapa?

Como el único ser en el planeta que posee todo el derecho de afirmar que lo tiene todo. Porque es así.

—Divinamente, no me apetece ser soltero nunca más.

Regresa a mover el lapicero encima de la hoja, el apabullante instinto de quitarle el cuaderno y leer lo que ha puesto me mastica los nervios. Me abstengo como puedo, mi futuro en la compañía depende de esos resultados, ningún directivo avala que un impulsivo, por muy heredero directo del presidente que sea, lidere una compañía armamentista, Ninguno con cinco dedos de frente.

Este mes me ha servido para ganar terreno contra Helsen, no puedo mandarlo por el desagüe ahora, que finalmente estoy llegando a la meta impuesta por la junta: resultados confiables y certeros.

—Cuéntame un poco de ella, ¿qué te gusta de su personalidad?

Niego despacio. De ninguna manera, estoy expuesto hasta el culo a su escarnio, a la obligación de contarle cada pensamiento que me cruce por la cabeza.

Pero es que Sol es tema aparte. Es netamente mío, lo que pienso luego de escuchar su nombre, la vorágine en mi interior que arrastra el desorden de ideas, el desbordamiento de sensaciones sobrecogedoras, fluctuantes como olas recias dentro de mi pecho, cada choque más intenso que el otro, cortándome el fluir del aire y el razonamiento coherente.

Lo que siento por Sol es para mí, para sentirlo yo, no para una columna en un tabloide para alimentar el morbo de unos mediocres desconocidos, ni un experimento de Hernann.

—No te voy hablar de Sol, no lo sigas intentando.

Se rasca el costado de la cabeza, desordenando las hebras rojizas.

—¿Hay una razón para eso?

Hablar de Sol sería compartir sobre ella, y las palabras Sol y compartir juntas, jamás resuenan bien en mi cabeza.

—Tengo tantas maravillas que decir, que terminarías deslumbrado.

Asiente un par de veces escrutándome meticulosamente. La sesión empieza alargarse más de lo habitual, el reloj de pared marca las diez menos cuarto; en cuarenta minutos tengo que estar en la empresa y considerando el trayecto, el tiempo se viene en mi contra. Como me jode la impuntualidad.

—Me gusta verte tan animado—habla después de un minuto entero, clavando sus ojos negros en los míos. Suelta un suspiro y contrae la boca. Algo no le ha gustado—. Espero de corazón que tu mejoría no se deba a ella, porque el día que te falte, Eros...

Aprieto los dientes a todo lo que doy.

—Lo hago porque así lo requiere mi vida, no por Sol, que ya es parte de ella.

Y a pesar de imprimir toda la sinceridad que siento en mi voz, esa arruga que muestra la nariz de Hernann me permite saber que no está de acuerdo.

Escribe un poco más. Examino el consultorio tan aburrido como una puta ostra. Me fijo en ha movido de sitio los galardones y adornos horribles que su esposa le trae de sus viajes. Por instinto llevo la mano al brazalete al rededor de mi muñeca, jamás recibí un regalo de una mujer que no compartiera vínculo sanguíneo conmigo, por el contrario, era yo quién los daba. Sol fue la primera. Muevo la tira de oro de arriba abajo, recordando los hechos de esa noche que desde un inicio prometía ser un desastre, y que lo fue.

La noche que, si Ulrich no me hubiese detenido, en este momento a Helsen le brotarían gusanos de los ojos, ¿y yo? De vuelta a refundirme en prisión.

No vale la pena, no vale ni el mínimo esfuerzo.

—Con respecto a ella, ¿te sientes en control de tus emociones?

Bufo, clavando la vista en la ventana.

—Claro que no—espeto, siguiendo con la mirada el camino húmedo que marcan las gotas de lluvia resbalando en el cristal—. Soy inseguro, Lo acepto. No me gusta que la miren, ni que se le acerquen cuando se les nota con que intenciones lo hacen. No me gusta esa mierda y me cuesta calmarme cuando pasa.

Muchos nombres me vienen a la cabeza, sin embargo, es el de Patrick el que más ruido y molestia causa. A diferencia de aquellos que con dos palabras se les borra la ilusión de ir tras Sol, Patrick tuvo las santas pelotas de aceptar que mi novia le gusta, con la cara reventada después de ganarse los golpes a pulso, al tocarla con sus sucias manos, sin su consentimiento.

Puedo sentir el calor furioso esparcirse en mi cara, tomo una larga inhalación apaciguando el ardor en mis venas. El pequeño rostro de Sol retorcido de disgusto me pone a temblar de cólera. Hernann no me quita los ojos de encima, empujándome al filo del abismo.

Me pongo de pie sacando la cajetilla de cigarros. No puedo hundirme en recuerdos que solo me incitan a perder la cordura, menos delante del hombre que tiene mi futuro anotado en esa libreta. Enciendo un cigarro sin reparar en sus indagaciones a través de mi rostro.

—Inseguridades generadas por ti mismo—decreta. Escucho el sonido de la libreta ser arrojada a la mesa, volteo lo justo para verlo descansar los codos sobre el escritorio, uniendo sus manos para reposar la barbilla encima. Expulso el humo despacio, liberando mi cuerpo de los nudos de tensión en mis hombros—. ¿Recuerdas esa etapa de tu vida dónde tus gustos por mujeres se redujo a las comprometidas?—interpela, observándome como si me hubiese involucrado con la suya—, he allí el origen de tu temor a que Sol repita el patrón.

Presiono el tabaco entre los labios, frunciendo el entrecejo. Escuché la misma mierda tantas veces que ya no me genera la gracia de un principio, es un suave pinchazo ofensivo lo que me cruza el orgullo.

—Sol jamás haría eso—proclamo con fuerza, eliminando cualquier duda que pueda quedarle. Suelto una nube espesa de humo, alzando una barrera que me prohíbe verle la expresión—. A mí lo que me jode es que ellos lo intenten.

Hablo desde la hipocresía, porque no puedo ser más cínico. Pero a ninguna de ellas las obligué, todas sabían en que se metían, cada una de ellas lo consintió y disfrutó hasta el último minuto. A fin de cuentas, yo no era quién le debía respeto a los peleles que esperaban por ella en sus casas y no les daban la atención y esmero que ellas requerían. La mitad de ellas necesitaban alguien que les sacara de la rutina, la otra, un poco de eso que hace tanto no sentían, y que yo estaba más que dispuesto a recordarles.

Soy un cínico de primera categoría, pero uno que confía a ciegas en Sol.

Hernann chasquea los dientes, dejándose caer en el espaldar de la silla. Lleno los pulmones del desperdicio del tabaco hasta que la garganta me arde y la vista se me empaña.

—Partamos desde el punto de que nadie es de nadie—sentencia—. Somos seres individuales que decidimos compartir una parte de nuestra vida con otra persona. No puedes vestirla con un cartel avisando que está tomada, es una persona, un ser vivo con aspiraciones propias y sentimientos, no un pedazo de terreno. Tienes que confiar.

—Lo hago, confío en ella.

Sacude la cabeza en una negativa que no acepta contradicciones.

—No lo haces, y una vez que lo aceptes todo será más sencillo.

Risas irónicas se me escapan liberando el resto de humo contenido en mis pulmones.

—Si ese fuese el caso estaría en Nueva York junto a ella, no aquí viéndote la cara de imbécil—acabo lo que queda del cigarro echando la colilla a las brasas. Fijo la vista en su mirada incrédula, levanto el mentón con firmeza y me sacudo las cenizas de las solapas del saco—. Sol es en extremo moralista y justa, obtusa y orgullosa. No haría nada que vaya en contra de sus ideales.

Asiente una vez.

—Muy bien, te creo—acepta luego de unos segundos—.Toma las cosas con calma, me parece que vas apresurado en ciertas...

—Desde junio tengo a la misma mujer incrustada en la cabeza—sella los labios de inmediato—. No me digas como debo sentirme porque no te lo pienso permitir.

Suspira largo y tendido, hace mucho que no le veía frustrado porque hace tanto que no le doy trabajo. Y es cuando confío en tomar las riendas de mi vida, aparece esa muchacha de sangre caliente a mostrarme lo desconocido, y yo, curioso por naturaleza, me lanzo sin medir consecuencias, mismas que este mes lejos de ella me han pasado una factura que por primera vez en mi vida, no tengo como pagar.

No quería aceptar que pensaba constantemente ella, en lo que haríamos esa tarde, noche o en la mañana. En si se encontraba bien, sana y salva. Si pensaba en mí como yo en ella, en su piel, su mirada y la forma que sus fuertes piernas encarcelan mis caderas. Sentía que mi mente se expandía cada vez más, porque no creí posible tener tanto espacio en mi cabeza para guardar una fantasía más por ella, me volvería loco.

Es demasiado, más que excesivo, mi gusto feroz por sus besos, por los sonidos de éxtasis que profiere cuando somos uno, por los gestos de su rostro a cada balanceo de mis caderas, por sus uñas clavándose como estacas filosas en mi piel.

Adoro cada hilo que teje su personalidad, directa, a veces temerosa, pero siempre altanera y sumamente inteligente. También el gesto que hace con su boca cada vez que le marco un ejercicio incorrecto, su destreza con las letras, su inherente capacidad de cuestionarlo todo, de querer aprender más, de averiguar el funcionamiento del mundo y su complejo de heroína con todos, menos con ella misma.

Tenerla a mi lado todos los días, escuchar su risa desastrosa, aspirar su aroma, sentir el calor que desprende su cuerpo, incluso las groserías que grita en su idioma cuando algo no sale como ella esperaba. Todo me atrajo a ella como una especie de conexión tan invisible como tangible.

Y hoy, a más de cien días de conocer la suavidad de su piel por primera vez, la pregunta que acecha mi psique hace días se adhiere a mi lengua y sin poder ni querer evitarlo, muevo la vista al rostro por siempre carmesí de Hernann.

—¿Cómo sabes cuándo lo que sientes es—se me adormecen los brazos y la lengua, el pálpito que siento en el centro del pecho crea una barrera que me inhibe respirar. Me encuentro en un estado vulnerable, una especie de desnudez que no se limita a lo físico, va más allá de algo tan sencillo como lo es el acto de deshacerse de la ropa—, amor?

Busco apoyo en el muro de la chimenea, empujando hacia atrás los estúpidos muñecos decorativos. Hernann entrecierra la mirada y me somete a un examen que me hace apretar la mandíbula.

—Me pides una respuesta como si esperases una fórmula matemática, y el amor, Eros, es tan incierto que no podría compararse con eso jamás. Sin embargo, los estudios científicos revelan que hacen falta cuatro minutos de miradas intensas y noventa minutos de conversación íntima, con preguntas y respuestas sinceras para llamarlo amor—revela, la información me cae como una patada repentina en el estómago—. Ahora, si me permites darte una opinión como hombre casado—arrastra las palabras, hago un gesto con la mano pidiéndole que continúe, porque no me encuentro en condiciones de gesticular—, supe que estaba, estoy, enamorado de Magda el día que me hice esa misma pregunta.

No podría decir que la respuesta me sorprende, porque siendo sincero conmigo mismo, ya lo sabía. Escucharlo de otra boca lo confirma.

Y es que esa es la verdad, estoy brutalmente enamorado de Sol Herrera.

No podía seguirlo eludiendo, me sobrepasa. Tratar de esconder bajo concreto mis sentimientos, harían el cargar con ellos una tarea el doble de pesada, sobre todo cuando ahora que puedo afirmarlo, me siento ligero, sin capas innecesarias, ni fachadas inútiles.

No tengo la certeza de que Sol comparte mi sentir, pero sé que no soy nadie en su vida, aunque para ella no sea más que ese gusto físico, como me lo ha dicho.

Tengo la garganta rasposa, el corazón atrapado por un manto caliente, contrastando con el frío del exterior.

La lluvia finalmente llega.

Arrojo la colilla a la chimenea, recojo la gabardina del espaldar de la silla, rehuyendo devolverle la mirada al hombre que ha venido escuchando mis toneladas de mierda desde hace años. Que sepa sobre esto es otro nivel de transparencia que jamás pensé ni quise compartir con él, me perturba que sea así.

—Me largo.

Cuando mis dedos se ajustan a la manilla, la voz cavernosa de Hernann me detiene en seco.

—Está en tus manos el avanzar aun más, Eros. Pero ten en cuenta que el amor no cambia a nadie, el amor es el incentivo a que quieras mejorarte a ti mismo. Es una razón, no la cura.

Salgo del consultorio estampando la puerta contra el marco, culpándolo de mis frustraciones. La brisa gélida deambula por los pasillos con el silencio de un espectro, erizándome los vellos de la nuca. Paso la gabardina por los brazos y la acomodo encima de los hombros en mi camino a la salida.

Levanto la tela de la muñeca, revisando la hora. Casi las diez y media, en Nueva York son pasadas las cuatro de la mañana. Extraigo el celular del bolsillo trasero del pantalón, me voy al historial de llamadas y marco el número que se ha convertido en el número uno en mi lista de contactos.

Reposo una mano en lo alto del auto, esperando sin paciencia a que Hunter conteste el celular.

—Maldito, son las cuatro de la mañana, ¿el jet lag te quemó el cerebro?

Llamo para eso, para fastidiarle el sueño.

—¿Recibiste el correo de hoy?

¿Qué tan bajo tengo que caer para requerir ayuda de Hunter? Mi dignidad pisoteada por el mismo tipo que no deja de proclamarse el hombre favorito de mi novia. No podía ser otro, Hera ni siquiera me quiso escuchar, exponer a Lulú a ir y venir no era opción.

—Si me permitieras levantarme como el creador manda...—gruñe, escucho como se remueve en la cama—. Espera, ¿todavía no sabes?

El tono precavido de su voz me tensa los hombros.

—¿No sé el qué?

Pasos se oyen a través de la bocina y segundos después, una puerta cerrarse.

—No puedo hablar, no quiero despertar a Sol—susurra, y enseguida, un músculo en el estómago se me contrae, como si me hubiese recibido una patada.

—Me encantaría oír porque duermes con mi novia—replico entre dientes.

—Porque anoche...—murmura y se detiene un segundo antes de agregar—, se levantó.

Oigo el chirrido de la puerta otra vez del baño de la habitación de Sol.

—¿Con quién hablas? ¿Con Tom? ¡No hables Tom! ¡En esta casa está prohibida la comunicación con los exes!

No estaba nada preparado para oír su voz rasposa de recién levantada. No, no estaba preparado para oírla de ninguna forma. Después de un eterno mes sin escucharla hablar, reír, gemir, colmarme los sentidos tan de repente, tiene el mismo efecto abrumador que un buen gancho inesperado directo a la mandíbula.

—Pásamela—exijo, tan pronto salgo del estupor momentáneo.

—No es Tom—responde Hunter.

—¿Entonces?—oigo un forcejeo—. ¡Déjame ver!

—Es mi amante.

No fui dotado con paciencia, y aún así, me esfuerzo en sacar de dónde no tengo.

—Hunter, déjame hablar con ella—repito aprensivo.

El pulso frenético me nubla la vista, como no me la pasa en los próximos cinco segundos...

—Adiós amor, te escribo en unas horas, ¿bien? Comunícate con tu tío, tiene algo importante para ti.

Y la línea queda en silencio.

Lo maldigo a él y a sus muertos, pego un guantazo a la puerta del auto imaginando que es la cabeza del greñudo. Cuando vuelva a Nueva York lo segundo que haré, luego de ir a donde sea que Sol se encuentre, será partirle el labio en dos.

No me abstengo de marcarle de nuevo, la llamada de inmediato cae al buzón.

'¿No sabes?' 'Tu tío tiene algo para ti'

Esas palabras me abren un hoyo de incertidumbre en el centro del torso.

¿Habrá ocurrido algo respecto a Zane? ¿Con Hera? Sería el primero en enterarme, quiero creer.

Estoy por acabar de arruinarme el día al llamar a Helsen, cuando alcanzo a divisar por el rabillo del ojo, una cámara fotográfica nada disimulada asomada en el costado del auto. Doy media vuelta, enfrentando a Bergen Schröder, reconocido fotógrafo cuyo trabajo se basa en inmiscuir esa nariz de gancho que tiene en asuntos que nada se relacionan a él.

Me ha hecho la vida de cuadritos y yo varias veces se lo he devuelto.

Este, a diferencia del resto, le encanta ponerme el lente de la cámara debajo de la nariz. Como lo está haciendo en este preciso momento.

—Eros, amigo, tiempo sin verte por aquí—canturrea con esa tonadita burlista con la que acostumbra a dirigirse a mí. Mueve la cabeza a la clínica y explaya una sonrisa satírica acompañada del sube y baja sugerente de sus cejas—. ¿Saliendo de una clínica psiquiátrica? ¿Alguna doctora te trata a ti o... tú a ella?

Le arrebato el aparato en un movimiento. Avanzo un paso que le hace retroceder dos.

—Hace tres años que no te parto una de estas, ¿la quieres de sombrero o...?

Levanto la mano con el propósito de hacerla añicos contra el pavimento húmedo. Alza las manos en señal de rendición.

—No hay necesidad de ponerse agresivo—exclama, tomando esa mirada de desquiciado que siempre lleva. La manzana de Adán se le remueve, entonces, toma un paso cerca de mí, y añade—. No conmigo.

Estira la esquina de los labios forjando una sonrisa asquerosa que me incita a borrársela de un golpe de su misma cámara.

—Habla.

Agudiza la vista, rebuscando con desespero en los bolsillos del abrigo de dónde saca un celular y se limita a esculcarlo.

—¿Es cierto que tu tío no solo quiere quedarse con tu puesto en Tiedemann Armory, si no con tu novia también?—ya no es la cámara lo que tengo en las manos, es el cuello del abrigo que viste lo que aprieto hasta dejarme los nudillos pálidos. Si presiono un poco más, seguro los ojos se le brotan fuera de las cuencas—. ¡Oye, no son rumores! Hay pruebas, si me sueltas con gusto te muestro—dice en un hilo de voz. Que nombre a Sol con esa boca de dientes amarillos y putrefactos me hace ebullir la sangre. Sin embargo, recuerdo las palabras de Hunter, lo que me hace deshacer el agarre. Estornuda unas cuantas veces y procede a enseñar la pantalla del celular—, aún no se han publicado y si no lo quieres no verán la luz pública.

Le quito el móvil de los dedos. De sufrir taquicardia severa, el pulso desciende hasta volverse imperceptible al deslizar el dedo en la pantalla y toparme con cientos de imágenes de Helsen y Sol en una joyería, en distintas tiendas. Él con los brazos repletos de bolsas y ella apuntando a cuanto maniquí se le cruce.

Esas no son las que me descompusieron la mente. Fueron esas donde ambos cargan con un batido y sonríe como si fuesen cercanos.

Mi Sol tomando un batido con él.

Una puta imagen soez.

Lo que acaba por revolverme el estómago y cubrirme la vista con un velo rojo, es esa última de ellos tomados de la mano como si sellaran un pacto. Sonrisas que les enmarcan el rostro y a mí me revienta las venas y hace querer encender el mundo en llamas.

Esto no es el maldito Karma. Esto es Helsen pidiendo a gritos la bala que le prometí.

Las manos me tiemblan, comprimo con tanta vehemencia los dientes que temo quebrarme uno. Y, a pesar del clima helado, gotas diminutas de sudor me cubren la frente.

Confía, solo confía.

—¿De cuándo es esto?—interpelo con la voz tomada por la furia.

—De ayer.

Pego el celular contra su pecho y pateo la cámara lejos. No puedo pensar con coherencia en este momento que todas esas dantescas imágenes abarcan cada confín de mi mente.

—Lárgate, Sonia se pondrá en contacto.

Entro al auto descargando la cólera en el cierre de la puerta. El malestar cáustico de los celos enciende una hoguera en el núcleo de mi cuerpo. Necesito saber que, en el maldito infierno, hacía con él. ¿Sus ganas por mí perecieron? ¿No soy suficiente para ella? ¿Le habrá besado, esta vez por su cuenta? No, Sol no se atrevería a cometer semejante barbaridad, jamás permitiría que la toque después de lo que hizo, no hay forma en el mundo que ella se deje influenciar por él.

Tomo el celular y sin pensarlo, pulso el botón verde en el contacto que lleva por nombre Sonne.

Pero, en lugar de llamarle, lo que hago es responder a la que Ulrich me hace en el momento menos indicado. Profiero una maldición, desordenándome el cabello con los movimientos ansiosos de mis dedos en el. Llevo el celular a la oreja, respirando profundo.

–¡¿Qué?!

Tres segundos pasan en silencio total.

—Cuida tu tono de voz—advierte en un rugido—. Toma todo mi control evitar responderle como me gustaría—. Vuelve a casa ahora. Algo ocurrió con tu hermana y Sol.

~

—¡Los zapatos!

El grito de mamá me aturde. Me evito una discusión innecesaria con ella quitándome los zapatos y arrojándolos a no sé dónde. Advierto la hinchazón y furiosa rojez de su mirada, el miedo de que algo terrible les haya ocurrido se acentúa como un puñal en mi cabeza.

—¿Dónde está?

—En la oficina.

Ella me sigue de cerca, moqueando y quejándose de una mierda a la que no le presto atención. La tensión se me acumula en el pecho, como un volcán a segundos de estallar.

Apenas ingreso a la oficina, Ulrich voltea a verme. Ceñudo y con la boca torcida en una mueca beligerante, me hace una seña para que me acerque al escritorio.

—A la compañía llego un sobre con estas fotos y una nota—informa, señalando con la mano enguantada al desorden de imágenes superpuestas una sobre la otra. Por encima leo en una hoja arrugada y amarillenta. Una vida por otra vida, decide. Fotografías protagonizadas por mi hermana saliendo de casa de Jazmín, yendo a comprar un té, de compras con Maxwell. En las que aparece Sol, son las mismas que vi hace unos minutos de ella con Helsen, desde otro ángulo más lejano. Todas guardan una cosa en común: el cañón de una pistola apuntando hacia ellas—. Me comuniqué con Helsen hace unos minutos, Sol recibió un arreglo de rosas negras y una nota con alusión a su fallecimiento. La que Hera encontró en el auto de Maxwell decía 'el tiempo se acerca'.

Esto no es una simple broma, esta mierda es más grande que el susto que creí querían darme.

—¿Ya lo tienen?

Ulrich niega. Inhalo furioso, recorriendo el techo con la vista.

—¿Me estás diciendo que el maldito personal de seguridad no vio nada?—increpo con la mandíbula prensada—. ¿Les respiró en la nuca y no lo atraparon?

—El número que se comunicó con la floristería es de una línea desechable, con Hera tuvimos la misma suerte—desvía la vista un instante a Agnes—. No había cámaras cercas, el auto estaba estacionado de manera que ninguna apuntaba a su posición.

—Es más que seguro que se trata de Zane—quito las imágenes de Sol y Helsen de mi vista, lo único que hacen es provocarme un sentimiento nauseabundo—. La cuestión es que Zane es un pobre diablo que no tiene donde caerse muerto. Alguien pagó su fianza y ese alguien tiene que ser la misma persona que contrató a Jansen.

—Ni la policía ni los detectives han dado con él.

Tengo el corazón incrustado en la garganta y la preocupación más arriba del tope. Me cuesta mantenerme centrado cuando la ira me corroe las arterias y se me sube a la cabeza, formando una nube espesa. Todo se vuelve un barullo de sensaciones nocivas.

—¡Un batallón de gente que se supone están cualificadas para eso y no pueden con un solo imbécil!

Barro con todas las fotos sobre la mesa. No soporto verlas, no soporto la ineptitud de la gente y menos que la seguridad de ellas recaiga en sus manos.

—Tranquilo, hijo, tranquilo—mamá se para en puntillas para llegar a mis hombros. Masajeando en movimientos cortos circulares, y aunque no estoy de humor para eso, Ulrich me taladra con los ojos. El mensaje es claro, si llego a rechazar el contacto, me deshereda—. Le pediré a Hera que vuelva a casa, no podré dormir tranquila.

Ulrich resopla, yendo a coger un vaso de whiskey.

—Hera esta cocida a esos muchachos, prefiere dejarnos a nosotros que a ellos.

Mamá deja un último apretón en mis omóplatos antes de acercarse a Ulrich hecha una fiera.

—¡Pues no le daremos opción!

Él bebe el contenido del vaso en un trago.

—Inténtalo.

Ella se gira hacia mí con ojos suplicantes.

—No pueden asistir a clases, tienen que acabar el año en la escuela en línea, aquí, conmigo.

—Sol no va aceptar.

Métete con ella, no con su tiempo de estudio. Eso lo aprendí a la mala. Aquellas veces que quise que soltara los libros para dedicarnos a otras cosas que no involucrara ropa, acabé con las libretas en la cabeza y las pelotas hinchadas y adoloridas.

—Es por su bienestar—insiste, al borde del llanto.

—Bienestar en riesgo por culpas que no le competen—sacudo la cabeza de lado a lado, trasladando los ojos a Ulrich—. No le haré eso. Súmales otro seguridad a cada una, con auto. Que las lleven y traigan.

—Helsen se está encargando de eso.

En algunas ocasiones podía tomar decisiones lejos de mi psique primitivas, otras, como estas, me gana por mucha ventaja.

Doy media vuelta, clavando la mirada en Ulrich.

—Que preparen el jet, regreso a Nueva York esta noche.

Se sirve un segundo vaso ignorando la mirada repelente de mamá.

—Franziska se lo llevo a Grecia, vuelve la semana entrante.

—Dame el de la compañía, entonces—rebato enseguida.

Y vuelve a sacudir la cabeza en una negativa que me vuela el último tornillo de cordura.

—Tu primo Ernest lo tomo prestado, regresa en tres días de Suiza.

Diez, nueve, ocho...

Respiro hondo y me trago las groserías que quiero escupirle en la cara.

—¿Por qué carajos se lo das a ese parásito si no hace nada por su vida?

Levanta esos ojos idénticos a míos, con matiz precavido.

—Cuida tu tono, no lo repetiré.

—Imposible que me quede tres días más aquí—vocifero alterado—. Ernest necesita devolver el jet hoy mismo.

Chasquea la lengua y ladea la cabeza, dibujando una sonrisa de falsa alegría.

—Me comprometí con él, lo lamento pero—sube el vaso y lo dejo a centímetros de sus labios agrandando la sonrisa—. Tendrás que viajar en vuelo comercial.

¿Escuché bien? ¿Ha dicho vuelo comercial?

—No me subiré en un maldito avión comercial.

Encoge los hombros limpiando el cariz de emociones.

—¿Quieres ver a Sol o no?

—¡Por aquí, mi amor!

Lo primero que cruza frente a mis ojos, es Hunter inclinado contra el vehículo. Lo segundo, el cartel que sostiene encima de la cabeza que lleva 'Eros Herrera' escrito en letras rojas.

Puedo pegarle, deseo hacerlo, en este instante nada me detiene hacerlo. Lo que me mantiene mi mano fuertemente agarrada al asa de la maleta, es saber que si este tipo llegase a lucir un golpe causado por mí, Sol, Hera y Lulú vendrán en mi contra y no precisamente para recibirme con abrazos.

Como lo está haciendo él en este momento.

Situaciones como estas confirman el excelente desempeño que le he puesto a las psicoterapias y a las clases de control de ira. Años atrás me lo hubiese sacudido de encima a golpes.

Pero no, mi temple amaestrado y flexible me ha hecho incluso ayudar a una mujer con una barriga inmensa de embarazo que viajaba con un demonio de un año y algo más que llamaba hija, y dos maletas que sobrepasan la altura del pequeño monstruo.

Cuide de la criatura en el transcurso del viaje por las constantes idas al baño de su madre, me vomito encima, arrancó vellos de la barba y se durmió en mis brazos, que comparados al abultado vientre de su progenitora, para ella fueron el sitio más cómodo del planeta. No sé a qué clase de tipo se le ocurre enviar a su hija y esposa en esa condición a solas, ninguno con una pizca de conciencia.

Nunca, jamás más vuelvo a compartir vuelo con gente desconocida.

—Si me pegas se lo diré a Sol—amenaza en cuanto me suelta.

Pretendo empujarlo lejos, pero me enseña una caja de cigarros y después de doce horas sin fumar, la ansiedad comienza a crecer a la velocidad de una bola de nieve rodando colina abajo.

El humo me quema la garganta, pronto la nicotina me impregna los pulmones. Hunter hace un bailecito estúpido que me hace rodar los ojos. No se cansa de hacer el ridículo.

Introduce la maleta en el baúl, le espero sentado en el asiento del copiloto. Abre la puerta e ingresa una pierna, terminando el cigarro fuera del carro.

—Vamos directo al bufete.

Menea la cabeza, soltando el humo al piso.

—Termina la jornada en una hora—bota colilla, ingresando por completo. Toma asiento, expandiendo la mirada de susto—. Mientras podemos ir a... comprar su regalo de hoy y agregarle... la carta.

Le echo un vistazo al reloj en mi muñeca. Seis de la tarde. Seis, y Sol no ha recibido nada. Debe pensar que se me olvidó o que ya no me interesa o que...

—¿No la enviaste?—sale del auto asustado—. Entra, no te haré nada. Hablemos.

Tuerce la boca incrédulo, pero mete una pierna, receloso.

—¡Eh! Que soy intocable, recuérdalo—regresa al asiento, sin quitarme la mirada de reojo de encima—. Vamos por un combo de hamburguesa, papas fritas, pollo y malteada. Sale hambrienta de la jornada.

Espero a que se ponga el cinturón de seguridad y cierre la puerta para engarzarle los dedos en el cabello y zarandearlo de lado a lado como un muñeco de trapo.

—¿Cómo no va a salir hambrienta si no le enviaste una mierda?

—¡Suéltame!

De la guantera truena el sonido de un celular. Hunter me pega un guantazo en la muñeca, lo libero a la fuerza permitiendo que conteste la llamada.

—Sol, mi reina—dice y algo dentro de mi pecho tira y se encoge.

Intento quitarle el aparato de la mano, me lanza un segundo golpe más contundente que el anterior. Levanta un dedo como señal de que quede quieto, aparta el celular de la oreja y presiona la opción de alta voz.

—¡Oye! Te llamo para decirte que no hace falta que pases por mí.

Esa voz, su voz me colma de alivio y acrecienta el ritmo de las pulsaciones. Saber que en poco la tendré frente a mí, me hace querer arrancarme la piel de la ansiedad y desespero exorbitante.

—¿Y eso? ¿Irá Martín?—pregunta Hunter.

Aproximo la cabeza al celular, no quiero perder ni un detalle de lo que diga.

—Irina y Christine tienen nuevo Sugar Daddy, resulta que hoy cumple sesenta años, ¡y nos llevarán a comer a todas a Manhattan!

Y así es como de gravitar por el cielo, de un tirón me devuelve a la tierra. No me gusta cómo suena esa mierda, no me gusta nada. ¿Qué carajos tiene que hacer ella allí?

—¿Pero no necesitas que te acerque hasta allá?

—¡Qué va!—exclama, eufórica y animada—. Don billetón alquilo una limusina y en ella voy, escucha.

Gritos, vitores y aplausos saltan fuera de la bocina del aparato. Algo me dice que allí no van solo mujeres, el pensamiento me deja doliendo la cabeza.

—Una pregunta. ¿Te llegó el regalo de hoy?

La línea su sume en un silencio varios segundos.

—No, creo que ya se le pasó el celo.

Hunter se destornilla de la risa, ganándose un manotón de la cabeza de mi parte. Levanta el dedo medio, no tardo en halárselo hacia abajo hasta que abre la boca adolorido.

—Te oyes triste por eso.

—¡Nunca! A mí lo que me molesta más que las mentiras, es que se quede con el pene—grita, claramente cabreada—. ¡Ya me había acostumbrado!

—Estúpida, a donde vamos pene es lo que sobra—chilla, quien reconozco como Irina.

Estoy pagando el haberme metido con esas pajarracas. Con creces.

—¡¿Escuchaste?!—chilla Sol, carcajeándose como si hubiese un motivo para reírse.

Hunter fija los ojos en mi semblante agrio. Se le cae la sonrisa, carraspea y dice:

—Te recuerdo que tienes novio, Sol.

Bufa con fuerza.

Quien se va de la villa pierde su silla, ¡y si te pones de su parte entonces hazte novio de él, adiós!

Cuelga. Sol ha colgado y va en camino a no sé donde a celebrarle el cumpleaños a un repulsivo viejo verde que ni conoce. No sé que me enfurece más, el hecho de que vaya tan dispuesta a conseguirme reemplazo o su irresponsabilidad en andar por allí como si su vida no corriese peligro.

Que si, seguridad tiene, pero ella desconoce su existencia, y no todavía sopeso de que manera informarle sin perder los testículos en el proceso.

—Tendrás que esperar hasta mañana—declara Hunter, devolviendo el celular a la guantera.

Mis huevos lo harán. Saco el celular del bolsillo y marco el contacto del encargado de la protección y cuidado de Sol. A mí nadie me va a dejar con las ganas, menos esa inconsciente que piensa que puede encontrar en otro sitio lo que yo tengo para darle.

Al primer tono recibe la llamada.

—Francis, envíame la ubicación de Sol.

Hunter no merece que me jalen las greñas😤
#JusticiaParaHunter

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