"39"
—...Lo lícito no siempre es justo ni honesto, y mi favorito: lo que no está prohibido, está permitido.
En la oficina solo se puede oír el arrastre del lápiz sobre la hoja y los carraspeos del abogado. Mi muñeca adolece debido a todo el testamento que he escrito y que tendré que descifrar luego, la velocidad con la que Andrea habla me hace escribir jeroglíficos ininteligibles.
La primera semana del año recibí la propuesta de Andrea para que le acompañase por las tardes en el bufete, sin lugar a dudas me aventé a contestar que sí, pero al chocar con el horario de trabajo, ahora lo comparto con Lulú. Ella trabaja de jueves a sábado y yo de lunes a miércoles, las dos salimos ganando. Aunque me pesa en el bolsillo el recorte de sueldo, nutrirme de información valiosa de la mano de Andrea no me desmotiva. A fin de cuentas, ¿qué persona no quisiera esta oportunidad?
Eso pasó hace un mes. Hoy el calendario en la pared, avisa que estamos a nueve de febrero, el SAT está a la vuelta de la esquina, sufro un pequeño ataque al corazón cada vez que lo recuerdo, por más que trate de darme ánimos, de recordar que mis notas se mantiene en la cima y he estudiado por más de un año por esa prueba, los nervios ligados a la insistente ansiedad juegan en mi contra y terminan victoriosos.
En tres meses culminaré el año escolar, ¡tres meses! El tiempo transcurrió en un borrón. Siento que fue ayer cuando aterrizó el vuelo desde Caracas y viví dos semanas con la ropa en la maleta por pereza a devolverla a las gavetas.
Parece que fue ayer que entré al apartamento de Hera y me tropecé con la chica furiosa y la mirada intensa de Eros.
Me restriego los labios, la resequedad en ellos me avisan que necesito ir a recargar la botella de agua, pero salir de la oficina y encontrarme con las miradas de incredulidad y desconfianza del resto del personal, que ya he oído, acusan a Andrea de nepotista, no es gran incentivo.
Incluso, hay cierto rumor de que me ha traído aquí con él porque compartimos una relación de índole sexual, lo que casi me hace vomitar a los pies de Cecil.
Anoche después de mirar un documental en el canal de misterios, una duda se estancó en mi mente, en medio de un río de interrogantes que he estado vaciando en el cuaderno maltratado que traigo conmigo. Levanto la vista al abogado, él arquea una ceja invitándome a continuar. Ya conoce mis gestos.
—Cuando se habla de la doble persecución, ¿a qué se refiere?
Limpia el borde de su boca con una servilleta, acomodándose recto en la silla. Me preparo para seguir escribir.
—Non Bis in Idem. Prohibición de acusar dos veces a una persona por el mismo cargo luego de haber sido absuelto de el—resuelve, aunque no sé cómo demonios se escribe, anoto como suena—. Es por eso, mi querida Sol, que un fiscal se lo tiene que pensar muy bien antes de proceder con una acusación, si no se tiene las pruebas necesarias, tiene una alta probabilidad de perder el juicio. Vale más esperar y asegurarse.
Mueve el bolígrafo desechando todo lo que se me cruce por la cabeza en la hoja. Repito la respuesta de Andrea, añado un comentario y subrayo el título con líneas irregulares.
—Pero, sí años después se consiguen pruebas sustanciales, ¿no se podría reabrir el caso?
Un toque la puerta da por finalizada la explicación. Andrea da la voz para que pase, levanto la cabeza lo justo para confirmar que se trata de Bobby, el seguridad del edificio.
—Paquete para la señorita Herrera—anuncia, asomando la cabeza por la hendidura, derrochando su acostumbrada jovialidad.
Mi corazón pega una voltereta impaciente, conociendo lo que eso significa. Le hago una seña para que se acerque, en sus manos reposa un sobre y una caja blanca adornada por un lazo azul grisáceo de siempre.
A esto se resumen la comunicación entre Eros y yo. Una caja con algún almuerzo o dulce al día, junto a una carta dónde relata lo que hizo el día anterior. Llegan a casa, a la compañía, al trabajo, aquí. Creí que no pasaría de la primera semana, se ha extendido por todas las que prosiguieron. Es su manera de decirme que sigue presente y perenne, y también una técnica rastrera para dejarle saber a todo aquel que me rodea que no solo tengo un novio, si no uno muy detallista.
Muchas veces estuve tentada a marcarle solo por tener el placer de oír su voz, para que me contase como le va trabajando a la par de su padre y que tan obstinado está con las clases en línea, o de si el cielo se ha despejado en su ciudad, pero sé que pronto volverá, escucharle me haría sucumbir como un declive de nieve desde el pico más alto, y estoy en la recta para el examen, toda mi energía tiene que estar enfocada en eso.
Le he extrañado como una loca, los almuerzos son minutos solitarios, las horas de estudio ya no están saturadas de risas y besos, las noches se presentan vacías y yo en su ausencia, comienzo a sentir más, mucho más de lo que tuve aprehendiendo mi corazón la noche de fin de año, pero me cuesta aceptarlo, sobre todo porque no hay forma en el mundo de ignorar los detalles, y tampoco me haré la digna sabiendo que me he acostumbrado a ellos y se roban mi primer pensamiento al despertar.
Y no solo yo los espero ansiosa, aquellos que conviven conmigo también. Como Bobby, que agudiza la vista sobre el paquete, expectante a que deshaga el nudo.
—Qué será—dice para sí mismo. Al fijarse que Andrea y yo le oímos, contrae la boca y da media vuelta—. Ya me voy.
—Espera—pronunció, destapando la caja. Media docena de donas de distintos sabores hacen que me ruga la barriga. Con una de las servilletas que hay dentro, cojo una glaseada y se la extiendo—. Recuerda avisarme cuando Hunter venga por mí, si no, no te doy del de mañana.
Recibe la dona con el entusiasmo de un niño con juguete nueve. Todo iba bien hasta que olfatea el postre. Hundo el ceño y me fuerzo a mostrar una sonrisa lacónica. Qué raro que es.
—Usted es una mujer de buenos tratos—matiza, hincando los dientes en la masa.
Juro que puedo escuchar el ruido que hace al mascar.
—Y usted un caballero con mucha razón.
Suspiro aliviada al oír la puerta cerrarse detrás de él.
El papel del sobre con las palabras de Eros me transporta a una dimensión donde somos los protagonistas de una película de época romántica, donde los enamorados se escriben a través de cartas. Es estúpido, sabiendo que lo hace no por esa razón, lo hace porque quiere darme espacio, pero tampoco dejarme sin su presencia, como bien lo dijo en esa primera carta que recibí. Aunque ninguna supera a esa primera que posee su letra, perfume y el borde quemado con uno de sus cigarros.
A diferencia de estas, que son impresas.
Comparto el resto de donas con Andrea, quién gustoso las acepta. Aunque las ganas de leer la carta me aviva la irritante ansiedad, la deslizo dentro del cuaderno. Pésima idea hacerlo delante de otra persona, hay momento donde sonrío como una tonta sin poder evitarlo.
Muerdo la dona recubierta con chocolate y maní, imaginando que habrá escrito.
En la de ayer me relató que la escuela en línea le resulta más factible y no solo debido a la libertad que le da de repartir el tiempo como le venga en gana, también porque no tiene que toparse con ninguno de los chicos de Varsity. En las anteriores me contó que la junta directiva le ha cogido respeto, y si continúa por ese camino, en unos pocos años más podría ocupar el puesto de su padre.
Nunca dejará de sorprenderme como tamaña responsabilidad recae sobre personas tan jóvenes, y no es que no confíe en las habilidades de Eros, que lo hago y mucho, simplemente no me imagino unos hombros que todavía se consideran inexpertos sobre la vida, sostener el peso de una compañía de ese calibre.
—¿Presentas la prueba el dieciséis, me dijiste?
La voz estoica de Andrea me saca de mis cavilaciones. Trago el pedazo de dona que tengo atascado, asintiendo.
—Sí señor.
—¿Te sientes preparada?—interpela con emoción.
Tuerzo los labios, sintiendo el latigazo de perversa inseguridad atestarme en la templanza. Apunta a la esquina de mi boca, tomo una servilleta y la paso por allí. De que lo estoy, lo estoy, no hay duda de eso, por otro lado, la presión que tengo encima no me permite afianzarme a la seguridad que requiero.
—Mucho, aunque temo que los nervios me ganen y se me olviden las cosas.
Tengo precedentes con esas situaciones.
Andrea termina con la primera dona. Clava la vista en la biblioteca a mi espalda.
—Lo bien aprendido jamás se olvida, Solecito—apostilla, sacudiendo las manos lejos de los papeles y su ropa—. Ninguna de mis tres hijas asistirá a la universidad, una quiere ser modelo, otra cantante y la otra actriz. Al principio me negué, pero es su vida y si eso les hace felices, me toca apoyarlas.
Los ojos me abarcan la cara, ¿tres ha dicho? ¡Y yo que pensaba que por mucho tenía una! Nunca las llama por su nombre, siempre son 'mi hijita' debe ser por eso.
—¿Tiene tres hijas?—pregunto, impresión tiñendo mi voz.
Perpleja, le observa teclear en su celular. Voltea la pantalla mostrándome una foto con tres chicas que rondan mi edad, dos rubias, una castaña.
—Valentina, Sigrid y Patricia—señala cada muchacha, esbozando una sonrisa que le pica las orejas.
¿Alguna de estas chicas será la razón del desprecio que Andrea siente contra Eros? Muerdo el interior mi mejilla, la curiosidad es excesiva, y como bien lo dice el dicho, mató al gato.
—Son muy guapas—apunto a la castaña en medio de las rubias—. Ella se parece a usted.
—Esa es Valentina—cambia a una expresión desabrida, negando despacio—. En su habitación encon...
Dos toques en la puerta le interrumpen. Guardo una maldición en los labios, aunque ya sabía lo que iba a decir, necesitaba su confirmación. Bobby vuelve asomar la cabeza, Andrea le masacra con la mirada.
—De nuevo yo—suelta una risita incómoda—. La señorita tiene visita.
Hundo el entrecejo. Nadie me visita aquí, saben que son horas sagradas para mí.
—¿Quién?—interroga Andrea.
Y la respuesta de Bobby me congela.
—Tiedemann.
El palpitar en mi pecho acrecienta de manera caótica, pero decae en un respiro al mirar que no se trata de ese Tiedemann. Es Helsen quién abre por completo la puerta e ingresa a la oficina.
—¡Helsen, muchacho! Pasa por favor—le alienta Andrea, poniéndose de pie—. ¿Vienes por Sol?
Interesante. Supongo que viene a pedirme disculpa por la bajeza que hizo, de lo contrario, no tengo nada que tratar con él.
La mirada cerúlea del hombre recae en mí, rebosando la rabia e indignación. ¿Querrá seguir molestando a Eros? No creo que eso sea posible estando él a miles de kilómetros lejos de aquí.
Le quito los ojos de encima y sigo degustando las donas.
—Necesito que me ayude con un asunto importante respecto a Hera—dice. Giro el cuello causándome un dolor, él se rasca la cabeza, intranquilidad apoderándose de su mirada—. ¿Te molesta si me la llevo antes de tiempo?
¿Por qué no me lo pregunta a mi? el pasatiempo favorito de estos hombres es imponerse, al parecer. Andrea voltea a verme, arqueando una ceja gruesa.
—¿Estás de acuerdo?—inquiere.
¿Qué tiene que ver Hera en todo esto? Si le hubiese pasado algo malo ya lo sabría, ¿no? ¿No dicen que las peores noticias son las primeras en llegar? Reviso el móvil, la bandeja de notificaciones con un solitario mensaje de la compañía telefónica, nada más.
—¿Le pasó algo a Hera?—la pregunta sale como un gimoteo.
—Algo respecto a ella, sí.
¿Será sobre el encapuchado? ¿Se habrá acercado a ella también? Me pongo de pie tensa, imaginándome un sinfín de situaciones de gravedad y peligro.
—¿Nos vemos mañana en la compañía?
Repito el movimiento afirmativo, recojo la basura y guardo mis cosas en la mochila, dispuesta junto a mis pies. Helsen da un paso atrás permitiéndome salir primero, arrojo una última despedida a Andrea antes de dejar la oficina atrás, con Helsen caminando justo detrás de mí.
Caminaba con la mente en la nebulosa, no me fijé en el momento que salimos del edificio, hasta oír el ruido del seguro a las puertas. Detengo los pasos, acomodando mi postura junto a la puerta. Helsen voltea a verme, arqueando una ceja interrogante.
—¿Qué ocurre con Hera?
Se devuelve sobre sus pasos, mis pulsaciones incrementando a cada centímetro que toma. Una vez que queda frente a mí y el aroma de su perfume se apropia de mi olfato, baja las gafas de sol a la punta de su nariz, hincando la mirada intensa en la mía.
—Quiero comprar algunas joyas para ella, el problema es que no tengo ni la más remota idea de lo que pueda gustarle.
Mi expresión cae como si la hubiesen halado desde abajo, toda tensión vuela lejos.
¿Era... eso? No decido si sentirme agradecida que sea una estupidez o aliviada de que no sea nada grave. Probablemente los dos.
—Mierda, no lo sé, ¿cualquier cosa que brille?—espeto, cruzándome de brazos—. ¿Usted me ha hecho salir de mis horas por esto? No tiene vergüenza.
¿Qué no le regaló algo en el cumpleaños de Eros? Algo me huele raro y no son las cloacas cerca. Helsen se cuelga las gafas en el cuello de la camisa, mirándome sin expresión.
—La conoces mejor que yo, ni siquiera sé que había dentro de la caja que le di el día que te bese—dice, una súbita ganas de estamparle un puñetazo en la boca me atacan—. ¿Por qué lo hice, no? Perdóname, fue irrespetuoso, no debió pasar.
—Fue más que eso, de hecho—concreto con desdén—. Si quería joderle el cumpleaños a Eros bien pudo darle una patada en las bolas—cada palabra bañada en aspereza. Afianzo los dedos en la correa de la mochila, hundiendo la mirada iracunda en la suya—. Estoy harta de que me usen para hacerle molestar.
Forma un mohín compungido, arrugando la nariz.
—Eres la vía fácil.
Mi boca se abre estrepitosamente y un suspiro indignado se me escapa.
—¡¿Soy fácil?!—exclamo, afincando las manos en las caderas, puedo sentir mis cejas rozar la línea del cabello.
Entrecierra la mirada tomándose unos segundos para escrutar mi cariz, centrándose en mis ojos. Esa intensidad culpable de la buena genética me intimida, el deseo de apartar los ojos por poco me gano, pero me mantengo firme. Pese a eso, ni mi cuerpo y mucho menos mis emociones reaccionan como lo hacen con Eros.
Ni un poco.
—No es lo quise decir.
—Mejor no hable más—espeto, abriendo la puerta del auto—. ¿Nos vamos?
~
—Agnes no es mujer de joyas ostentosas, un par de aretes sin gracia le gustarán—comenta Helsen al ingresar a la joyería—. A mi madre, un collar que tenga alguna perla, a Hera, bueno—con las manos en la cadera, recorre el sitio con la mirada—, tú dirás. Muchas veces la veo sin nada, otras con tantas que me tiene confuso.
Nueva York es una mina de lugares de lujo sobre lujo, la ciudad es bien conocida por eso. Pero esto, este sitio es otro nivel de fastuosidad.
Comenzando por las paredes y pisos de un crema carente de manchas, candelabros dorados al estilo victoriano cuelgan del techo, lo último en iluminación lo tiene esta tienda. Todo es tan pulcro y cuidadosamente ordenado que miro mis pasos, temiendo ensuciar el suelo con mis botas de tacón.
Enlazo los brazos en mi pecho. Tanto esplendor me sienta pesado, desatando una gran cohibición que me abraza el tórax. Helsen me hace una seña invitándome a acercarme al mostrador, dónde cientos de prendas destacan encima de la seda blanca.
Enseguida mis ojos se centran en la más bonita de todas. No he visto ninguna otra, pero sé que ese collar dorado adornado por una mariposa ni grande ni pequeña, del tamaño perfecto, rellena de pequeñas piedras verdes, es la pieza más bonita de todas. Visualizo el cuello de Lulú adornado por él, resaltando el verde de su mirada.
Llevo la vista a Helsen, concentrado en conseguirle algo a su madre y cuñada.
Compartir tiempo a solas con este hombre no es el movimiento más inteligente, considerando los hechos de la última vez que estuvimos en el mismo lugar. Tampoco deseo que Eros se entere, da igual que le dé un discurso de confianza, le sentará mal y puede que yo sea muy estúpida, pero a pesar de que me quebró el corazón, no querría nada malo en su vida.
Sin embargo estoy aquí, con la vista deslumbrada y pensando en salir corriendo.
—Bueno—carraspeo, concentrándome en la tarea—. Depende de su humor y del largo de sus uñas. Si las lleva sin nada, es porque las deja reposar de tanto químico, entonces usa algún anillo que le obsequió su papá. Ahora, cuando le crecen de nuevo y se siente confiada, usa varios en distintos dedos, no más de cuatro, siempre le miro un brazalete distinto, creo que colecciona dijes. Siempre de oro, nada de plata.
Lo sopesa un momento, los dedos cubriéndole la barbilla.
—Tú decides.
Retrocedo un paso, manteniéndole la mirada sin mover un músculo de la cara.
—¿Está seguro de eso?—cuestiono—. Le advierto que me cobraré lo que hizo.
Se traga una carcajada apretando los labios.
—Completamente.
Hera tendrá que hacerme la tarea de matemática por el resto del año, porque no planeo irme de aquí sin renovarle el joyero. Llevo la vista a la encargada, la pillo mirándonos como si fuésemos un par de payasos.
—¿Busca algo en especial?
—La tienda entera—suelto con toda confianza, logrando sacarle un bufido a Helsen. Echo una rápida ojeada a los anillos. Hera no se estanca en un solo estilo, eso me gusta de ella, un día puede lucir como una niña rica que estudia con institutriz, al siguiente, una mean girl—. Este, este y este. Y este hace juego con ese, ¿no? También agréguelo.
Qué sensación tan extraordinario es elegir sin fijarse en los precios. Nunca lo había experimentado en mi vida, y a pesar de que nada de esto es para mí, el gusto de apuntar y saber que irá a la bolsa es el mismo.
—¿Conoces su talla?—interroga Helsen, sin quitarle los ojos a la vitrina.
La mujer coloca todo lo que elegí encima del mostrador, busca la aprobación de Helsen pero él se limita a mover la muñeca indicándole que está bien.
—No, pero si me quedan ajustados a mí, le quedarán bien a ella.
Me pruebo anillo por anillo, para asegurarme. Paso por los brazaletes, elijo uno para cada semana y lo mismo con las cadenas. Me estoy dando la buena vida a costa de regalos y dinero ajeno.
—¿Es todo?—cuestiona la mujer.
—No—replico—. ¡Ay por Dios! Eso le va a fascinar.
La gargantilla de diamantes y nada más que eso reposa en medio de collares sencillos que podrían resultar insulsos al encontrarse tan cerca de la maravilla, pero no, resaltan con ella aún cuando la muralla de diamantes les lleva ventaja en belleza. Así me imagino a Hera, la chica cuyo esplendor podría opacar al del resto, y que por el contrario, le deja un poco de su propia luz a cada persona con la que trata.
Casi me pongo aplaudir cuando la mujer saca la pieza del mostrador.
—¿Por qué no eliges algo para ti?
Así se arruina un momento de paz.
—¿Me cree idiota?—escupo, arponeándole con la mirada.
Retuerce la boca, encogiéndose de hombros, fingiendo inocencia.
—Como una disculpa.
Disculpa mis ovarios. Este tipo lo que quiere es otra forma de fundirle los fusiles a Eros. Le acabo de decir que me jode que me usen para eso y es lo primero que se le ocurre soltar.
Levanto la mano dispuesta a soltarle un vómito verbal con un dedo en alto, pero una idea me cruza la mente y me hace bajar la guardia.
—¿Sabe qué? Sí quiero que compre algo extra, pero no para mí. Para otra amiga que Hera y yo tenemos en común—rezongo, buscando el collar que capturó mi atención hace minutos—. Es fanática de las mariposas.
Le va a fascinar, lo sé, lo siento en cada fibra de mi cuerpo tullido de la emoción.
—¿Puedo saber cómo se llama?
—Lulú—replico exaltada.
Desvía la mirada a la muchacha, esbozando una sonrisa que no supe interpretar.
—Una mariposa para Lulú.
~
—Venga, yo le hago la caridad—pronuncio, sacando un billete de diez dólares del monedero—. Yo pago.
La hora pasada la invertimos en buscar vestidos, bolsos y lo que sea que pueda ser usado por Hera. Ni el amago de una queja de su parte hubo, lo que yo señalaba, pasaba por caja. Entre joyas y el resto de implementos, Helsen tuvo que haber gastado lo que cuesta una casa pequeña en Texas. Y actúa como si hiciese las compras de la alacena.
—Muy bien—devuelve la billetera al bolsillo, nada seguro.
Esperamos en silencio el despacho de las malteadas. La mía de oreo, la suya de vainilla. Puedo percibir la tensión en el cuello acumularse, recibiendo miradas curiosas. Desde esa perspectiva, debemos lucir como una pareja con ciertos tratos, puesto que él es quien carga con las bolsas.
Vergüenza me tiñe las mejillas, envío una corta plegaría al cielo para que se apresuren las bebidas. Oigo a Helsen aclararse la garganta y tomar una larga exhalación.
—¿Te has comunicado con Eros?
Él se ha comunicado conmigo.
—No.
—¿Por qué?
Bufo, apoyando el brazo en el mesón de espera.
—Le gusta meterse en lo que no le importa, ¿verdad?—la vocecita de la razón en mi cabeza me dice que si este hombre no firma mis horas, no me gradúo.
Por fin las bebidas llegan, alivianando la afilada tensión. Tomo la mía y me encamino fuera con Helsen siguiendo mis pasos. Me encantaría verle la cara a Hera al recibir la montaña de regalos, pero a causa del viaje de Eros, sus papás le ordenaron vivir con su tío y hasta allá no llego.
—Seré franco contigo ahora que tengo la oportunidad de hablar sin que Eros interrumpa—Helsen reanuda el tema a medio camino hacia el estacionamiento. Mis pies se clavan al suelo, le miro atenta esperando a que hable—. La noche que descubrí lo que ocurría entre Bertha y Eros, asumiendo que lo sabes—afirmo con la cabeza, él suspira, sacudiendo la suya en una negativa—, me prometí hacerle lo mismo, sabiendo cómo era, pensé que tomaría mucho tiempo, años. Entonces un día apareció en mi oficina exigiendo que te aceptara en la compañía, por supuesto llamó mi atención, jamás se toma tantas molestias por una mujer.
Ni el dulzor de la malteada desaparece el amargo sabor que me deja el recuerdo de la confesión de Eros. Ahora que sé que todo fue parte de una tetra, esos recuerdos no son más que basura en mi memoria.
Paso el mal sabor de boca con otro sorbo. No deseo tratar ese tema con nadie, menos con este señor.
—Era mentira, todo fue mentira.
—Pero ahora no lo es y te tengo delante de mí, con Eros a kilómetros y—se interrumpe un segundo para tomar aire y desviar la mirada—. No se siente correcto siquiera pensarlo, no pensé en lo que hacía, no es propio de mí ser tan impulsivo. De nuevo, perdona mi atrevimiento.
¿Luce auténtico? Sí, ¿se oye genuinamente arrepentido? También, pero con los hombres de esa familia ya no sé cuando sí... y cuando no.
—Señor, ¿por qué habla como si yo fuese a corresponderle?
Parpadea un par de veces, su mueca de vergüenza se desvaneció para dar paso a una sonrisa pequeña.
—Tienes razón—acepta, extendiéndome una mano—. ¿Amigos?
Enarco una ceja. ¿Nadie le dijo lo extraño que es que una menor de edad y un hombre de casi treinta años sean amigos? Que importa, no planeo invitarlo a beber café con pan dulce por las tardas. Acepto la mano, zarandeando la unión, como el cierre de un trato.
—Ya veremos.
El camino a mi casa no fue ni de cerca, un escueto silencio como el viaje anterior. Conversamos sobre mis horas, su experiencia en la universidad, y lo extraño que es convivir con Hera, porque siente que le debe rendir explicaciones si se retrasa cinco minutos y ella lo espera para mirar otro capítulo de una serie de Vikingos u otra película de Barbie, con ella no hay punto medio.
Bajo del auto arrebujándome dentro del abrigo, hoy me toca cocinar y las ganas las tengo tocando el infierno.
—Ten—dice Helsen cuando abro la puerta—, es el regalo de tu amiga.
La bolsa color vino se balancea, a la espera de que la tome.
Niego, saliendo del carro.
—Désela usted mismo.
Helsen espera a que entre al edificio, en la casilla del vigilante, un ramo repleto de rosas negras captura mi atención.
—Señorita—el señor Walsh me hace un gesto pidiendo que me acerque—. Dejaron esto para usted.
—¿Quién?
El sujeto se encoge de hombros.
—El repartidor de la tienda, miré la van alejarse.
El temor se escurre por mi columna como agua helada. Temo tocar el fúnebre arreglo y que este roseado con veneno o no sé qué otra cosa. Extraigo el celular del bolsillo y le marco a Hunter, subir al departamento no me sugiere una idea sensata.
La agarro deprisa, llevándome la sorpresa de que las palabras allí. Descansa en Paz, Sol Herrera.
Los vellos de mis brazos se erizan al sentir la ventisca helada que se escabulle por la puerta cuando alguien más entra.
Escalofríos me recorren como descargas eléctricas, mis latidos suben a mi cabeza y la sangre se me acumula en los tobillos. Eso no es un obsequio de Eros, eso es seguro.
Me alejo a la esquina del lobby, observando que no haya nadie más cerca. Las piernas me comienzan a fallar cuando Hunter finalmente contesta. Suelto una bocana de aire, cortándole el saludo con mis palabras.
—¿Puedes venir? Al parecer alguien piensa que he muerto.
Permanezco aquí los siguientes minutos, contemplando las flores funestas, invadida por el desconcierto y el lacerante pavor calcinándome lento.
Bonitas florea, feas intenciones🤨
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