"37"

No tenía idea del temblor de mis manos hasta que su voz me hace detener el movimiento sobre la suya.

No hablo, sello los labios, mi pulso apenas perceptible y la sangre helada aglomerada en los pies. Así es exactamente como me siento, drenada de toda emoción y sentir, la explosión de sentimientos de hace un rato me ha dejado seca como una pasa, en blanco como una hoja nueva de papel.

Me cuesta asimilar lo que acaba de pasar. La aversión de un beso forzado frente a mis amigos y familia de ellos fue una inmundicia, una bajeza. El ardor del llanto se acumula en mi garganta al recordar el bochorno, ni siquiera sé como los veré a la cara cuando baje.

Trago saliva aminorando las ganas de desbordar en lágrimas, esperando el ultimátum en silencio.

Te mentí—repite, como si le robaran las palabras de la boca—. En un principio quise de ti lo mismo que del resto, sabía que Hera se pondría histérica si dudaba de mis intenciones. Necesitaba tenerte lejos de ella, solo tú y yo, esa es la razón del cambio de lugar de tus horas comunitarias, pero resulta que esas horas en la compañía son en las que me ignoras con mayor ahínco—cada función de mi cuerpo permanece en reposo, soportando el primer quiebre—. Te mentí. Esa semana después de pasar por tu cama no te hablé para darte tiempo, lo hice porque me sentí demasiado abrumado por ti, y no tenía que ser así—estira el brazo y de la mesa de noche extrae lo que a mí respecta, el único objeto dentro de ella. Una polaroid mía, usando un sombrero rosa—, esperé por ese momento por setenta y seis noches, jamás le había puesto cara a mi libertad, pero cuándo miré la tuya, eso significaste para mí. Y te tuve; pero ese deseo jamás desapareció. Pensaba que ignorándote menguaría, pero tampoco tuve suerte, me arrebataste esa posibilidad, te veía a diario, tu aroma se me incrustaba y los recuerdes de tu piel volvían. Tú parecías tan tranquila con eso, riendo sin dirigirme ni una mirada, como si ni siquiera lo recordaras. No me gusto sentirme nada para ti.

》Entonces escuché que saldrías con Ricardo, lo que sentí, esas ganas de encerrarte en mi habitación y tenerte para mi, de dejarle en claro que no irías con él porque ya me tenías a mí, me aterraron. Y después de perder dos años de mi vida en prisión, pocas cosas lo hacen. No supe que hacía hasta que entre a tu recámara y te vi con ese vestido para lucírselo a él..

Agito la cabeza, interrumpiendo su retahíla.

—Me lo puse para mí, Ricardo era un extra, no te confundas.

Parpadea, asintiendo una vez.

—Esa noche pensé en lo que yo quería, no en ti. Mi plan era tenerte para mi hasta cansarme pero—niega, exhalando una bocanada de aire—, no contaba con tu maldita manía de ofrecerme café después de follarme como si fuese el último día de mi vida; de querer conocerme cada ínfimo detalle sobre mi vida, de indagar en mi pasado sin prejucios, sin interés de cuánto dinero tengo en la cuenta—percibo otro quiebre, más agudo que el anterior. Uno las manos en mi pecho, donde una oleada de fuego tiene origen—. Dos semanas fueron suficientes para adaptarme a ti y una tarde después de besarte, me encontré hablándote sobre Múnich el verde de sus praderas, en lo mucho que me gusta mi casa rodeada de ellas y mis planes en conseguirme una cabaña en los Alpes. En unos meses en los que asumí, te tendría en mis manos, ocurrió lo contrario.

Le sostengo la mirada, contando los segundos en mi mente, con el corazón en vilo.

—¿Terminaste?

La apatía en mi voz le saca el color del semblante.

—Sí.

Lanzo la bola de algodón sucia al piso, tomando una bocanada de aire.

En que coyuntura me has abandona, Eros, que eso que considero enfermizo, también me pone a latir el corazón cuál alas de colibrí.

A mi mente viene la imagen de un camión quitanieves, ese que pasa por casa en las mañanas blancas y despeja la vía en pocos minutos. Si ayer tenía la cabeza hinchada de pensar si había caído en una especie de engaño, si la decisión de permitir mis sentimientos rezumar sin ningún tipo de contención era correcta y éramos lo suficientemente sinceros para permitirnos indagar más a profundidad lo que un noviazgo a esta edad conlleva, esta inesperada confesión, como un camión quitanieves, me ha librado de las dudas acumuladas y solo me queda a mitad de camino, la certeza de que para él, no soy más que una imagen que se creó en sus días finales de encierro.

Él lo ha dicho, soy una fantasía para él, una lástima que no tome en cuenta, que fantasía o no, sigo teniendo sentimientos y valor.

—Es decir, me has estado viendo la cara de imbécil—escupo, su cara toma un cariz inquieto.

—No, eso no...

—Estas son las peores disculpas que he oído jamás—le intercepto, ladeando la cabeza. Echo una ojeada a la polaroid, le doy la vuelta, tras ella hay una fecha escrita, seguida de columnas de rayas pequeñas, cada una, clavando una aguja en mi crecida seguridad—. Estás obsesionado, enfermo.

Afirma una vez, transmitiendo convicción.

—Sí y todo es tu culpa.

Un fogonazo inescrupuloso de rabia me atiza la caldera de emociones en el pecho. ¿Cómo se le ocurre? Muerdo la lengua con toda la fuerza que puedo y subo la polaroid, mostrándosela de cerca.

Hace al ademán de quitármela, pero la arrojo a mi espalda.

—Yo no ando robando fotos de desconocidos—replico estoica, poniéndome de pie—. No te atrevas a culparme por tus mierdas, Eros, ¡yo no soy quien se maneja con mentiras!

—¡No lo es, ya no lo es, joder, escúchame!

—Me dijiste hace semanas que lo que percibes como una tontería al inicio lo será al final, ¿lo recuerdas?—formulo, el nudo en mi garganta cada palabra más tenso. Él aprieta la boca, negándose a contestar—, ¿lo recuerdas?

Le cuesta mantener mi mirada, pero no la baja, se mantiene firme.

—Esa tarde, esa tarde me di cuenta que no eres pasajera.

Casi me río. Que conveniente.

—Ayer me dijiste que no tengo nada que ofrecer y aun así, lo poco que tengo, mi tiempo, mi sinceridad, cuerpo, inseguridades, confianza, ¡todo te lo entregué!—aspiro por aire, presionando un dedo en su pecho—. En cambio tú, que tienes el mundo para dar, no pudiste cumplir con lo único que te pedí. Tu sinceridad.

》Yo no quería nada contigo, Eros, ¡y te lo dije! Te lo dije esa misma noche que me pediste una oportunidad. ¡Yo estaba bien con eso! Y créeme, que si hubieses tenido el valor de decirme las cosas como son y no esa sarta de mentiras, lo habría aceptado, ¡si me hubieses dicho que solo querías acostarte conmigo, lo hubiese aceptado! Pero no, decidiste que era mejor idea crear un vínculo más allá del sexo, aún sabiendo que eso no era lo que querías.

Deslizo mi mano a la muñeca decorada por el brazalete, le quito el seguro como puedo y lo guardo en mi puño. Sus dedos inquietos arrastran las gotas lejos de mis mofletes, solo para que otras ocupen su lugar.

Y lo repite una, dos y tres veces.

Me obliga a devolverle la mirada, acunando mi rostro en sus manos. Mi piel se eriza bajo sus dedos, mientras me va tallando los pómulos con parsimonia.

—Lamento haber dicho eso, lo lamento tanto—matiza afligido, afianzando el agarre en mi piel.

Me siento como una tonta, como la estúpida más grande de este planeta. Todo, todo lo tenía frente a mí, y pese a que intenté con todas mis fuerzas crear una armadura que me protegiese de su encanto, él se las ingenió para quitármela a besos y caricias; y no hice nada para detenerlo.

Repaso esas veces que terminábamos de follar y él enseguida miraba el reloj y se largaba al baño, me dejaba enredada entre las sábanas, sola, aún con la respiración alterada y la sensación del orgasmo quemándome la piel. Creí que era cuestión de costumbre, pero luego ya no se levantaba, y saber que era la urgencia por dejarme porque ya había tomado lo que quería me rompe la poca confianza que me quedaba.

En dos semanas desperté en él el interés que él en mi produjo desde el día uno.

—Yo lo lamento todavía más—subo la mano a su muñeca, soltando el brazalete allí.

Mi tiempo acabó aquí. Arranco las lágrimas de mi piel con hastío y me dirijo a la salida, tratando de ocultar tras una máscara de impasibilidad el desplome de emociones en mi interior.

—No me vas a dejar, no te lo permito—ruge a mi espalda.

—Eso es justo lo que estoy haciendo.

Abro la puerta, pongo un pie fuera y su grito me detiene.

—Tú y yo no hemos acabado, ¡no puedes convertirme en tu imbécil y darte la vuelta como si nada!

Aprieto la manilla temblando de pies a cabeza. Volteo de nueva cuenta para verle de pie, con el brazalete colgando de la mano y la sombra de la amargura y melancolía nítida en su mirada.

—Si no te removió el corazón jugar con los sentimientos de una mujer por dos años, ¿por qué lo haría en unas cuantas semanas?

Cierro de un portazo y me voy de allí con las ilusiones destruidas y el corazón magullado. A pesar de que creí que las cosas se harían a mi modo, terminaron siendo al suyo, a su manera.

Está bien, no pasó nada.

Me lo repito una y más veces en el camino a las escaleras, pero no me lo creo, no puedo, cuándo desde hace meses viene haciéndose un lugar en mi vida, ahora me cuesta reconocer que ya es únicamente suyo, y no tengo con que llenarlo sin él.

Hunter espera por mí al inicio de las escaleras, me arropa con sus brazos reconfortantes, descansando la barbilla en la cumbre de mi cabeza.

Me cuesta una parte del corazón no echarme a llorar ahí, en medio del calor y vehemencia de su fuerza.

—¿Estás bien?

Sacudo la cabeza, afianzando el abrazo.

—No.

Suspira contra mi cabello.

—Mi plan era mejor.

Sí, muchísimo mejor.


~

Eros

Media hora atrás Sol abandonó la casa.

Hera me reñía a gritos, acusándome de haberlo jodido otra vez.

Mamá trataba de adecentar la espantosa cara de Helsen, dormido en algún lugar cerca a puerta cerrada.

Ulrich desde hace un buen rato me convirtió en un proyecto de ciencias sociales, me espía desde la entrada, meditabundo, probablemente analizando las dos opciones: quitarme la botella o sentarse a terminarla conmigo.

Un minuto más y le invitaré cordialmente a retirarse.

El aluvión de emociones de hace un rato me ha dejado como secuela sentirme un espacio llano y hueco. Un cascarón deshabitado. Los últimos tragos limitan mis sentidos, el tiempo se ha ralentizado, todo se ha tornado borroso.

No pierdo tiempo sopesando lo que ocurrió, eso lo tengo claro: me enfoqué en darle peso a la estructura, cuando la base no tenía la suficiente firmeza para soportarlo.

¿Y ahora? ¿Se construye una nueva edificación o se amplía aquella sobre escombros? No sé que procede, carezco de ideas, no soy un maldito ingeniero.

—Antes de hablar, te tengo una pregunta esencial—habla Ulrich, por fin—. ¿Te sientes preparado para ser padre?

No, él no viene ofrecer apoyo, claramente viene con intenciones de pisotearme.

—Vete al carajo.

Ingresa completamente, soltando una risa sin pizca de diversión. Cierra la puerta tras él y toma asiento en la orilla de la cama, me trago la queja de que se aparte, estoy seguro que todavía tiene el aroma a verano de Sol impregnado. No tengo ni una puta idea a que exactamente huele el verano, pero Sol es tan refrescante que para alguien como yo, criado en eternos inviernos, eso significaba. Un dulce verano.

Barro con la mano la tableta, lápices y libretas tratando de encontrar la caja de cigarros, pero Ulrich se agacha para la recogerla del suelo, se queda con uno y me tiende otro. Frunzo el ceño mirándole encender el tabaco, no le he visto con uno en la boca desde hace más de diez años.

Carraspea al soltar la primera calada, estrechando la mirada a causa del humo.

—Esa mujer se veía furiosa—tose, escupiendo humo—, bastante molesta, destilando rabia, tan enojada que...

Los dientes me rechinan.

—Ya lo sé.

—Te dije que te quitaras ese reloj—rezonga.

El aire se escapa por mi nariz.

—No fue el reloj—replico con amargura—, fui yo.

El silencio, denso como los desechos de las espiraciones.

Me encuentro en un impasse, sin saber cómo responder o que hacer. Bajo las capas de alcohol, cuidado dentro de una caja cubierta de coherencia, reservo el pensamiento de saber que si deseo sentirme como antes, tengo que hacer algo, es más que claro.

El problema, es que no sé el qué.

Es probable que exista un abanico de ideas, pero en este momento ninguna me enciende el foco quebrado en la cabeza.

—Si te conoces, Eros, ¿por qué no te ayudas?

Esa oración venía empapada de verdad, una que tampoco me sé explicar porque al parecer, el cigarro me ha refundido las neuronas.

Giro la silla dándole el perfil. Puede venir mañana cuando ya recobre las fuerzas y pueda echarlo de la habitación.

—Quiero estar solo.

—Apenas tienes veinte, ya vendrán otras muj...

—No quiero otra—le corto, porque no soporto pensarme con otra, es lo mismo a imaginarla en otros brazos que no sean los míos.

—Pues por lo visto, ella ya no te quiere a ti.

Sé que comienzo a recuperar sensibilidad emotiva, porque escuchar eso me ha calado en el pecho.

Le siento ponerse de pie, creí que se iría, pero toma la botella y rellena el vaso, adueñándose de el. La persistencia de sus ojos en mi cara me obstinan, como si quisiera decir algo pero no sabe cómo demonios formularse.

—¿Qué tanto te gusta esa mocosa? Sé sincero contigo mismo, no vas a perder la dignidad con cualquiera—menciona como si nada, con el cigarro apretado entre los labios mientras se rellenaba el vaso—. Porque eso es lo que hay que hacer para conseguir el perdón de una mujer, fíjate—se quita el tabaco apartando el humo que le quema los ojos—, el mundo, la idiosincrasia de la sociedad se maneja por este estigma de que el hombre es superior a la mujer, que podemos más que ellas por naturaleza, sabiendo que salimos de ellas. Hablamos de un mérito que no merecemos—hace una pausa, analizando de qué manera expresar el resto—. Hay que darles el puesto que se merecen, por encima de ti, porque los descerebrados que asumen lo contrario, son los mismos que nadie desea tener a un lado. Y si has prestado atención a este familia, te habrás dado cuenta que eso no pasa, y tú, hijo querido, no eres la excepción, ¿sabes por qué? Porque eres inteligente, Eros, y un hombre que quiera mantener la cabeza de abajo arriba, tiene que agachar la de arriba.

No quiero saber que tan feliz es la polla de Ulrich, pero continúo escuchando atento. Este tipo es una buena incubadora de consejos, la ha cagado tanto que puede dar cátedra de cómo no hacer las cosas.

»Tu que lo tienes todo a manos llenas, imagínate desear algo con tanta fuerza y no poder costearlo ni con el trabajo de otras tres generaciones—prosigue, subiendo la mano con el cigarro entre los dedos—. Tienes que actuar como si ella lo tuviese en su poder y tú te lo tratases de ganar, ¿si me explico?

—Sí—contesto como si estuviese programado a eso.

Ulrich no luce muy convencido, frunce los labios, fumando del cigarrillo.

—¿Qué le dijiste para que se largue así? Porque vino molesta pero se fue furiosa, ¿o siempre tiene esa cara de amargura?—indaga—. No la embarazaste, no puede ser tan malo.

Maldita sea.

—¿Puedes dejar de bromear con eso? No da ni puta gracia—digo con dureza.

Levanta las manos a la defensiva.

—Lo siento, hago chistes de mis desgracias—se justifica—. Habla, ¿qué le dijiste?

Me lleno la boca de nicotina, recordando su gesto desmoronarse.

—Que le prohibía dejarme y...—exhalo el aire lentamente—, que no tenía nada que ofrecerme.

Su reacción es inmediata.

—¡¿Pero es que tu eres imbécil?!—exclama en medio de tosidos.

—Sí—acepto, sin espacio a la duda.

—Era pregunta retórica, imbécil—chista y se toca la frente, impaciente—. Se ha ido, te ha dejado sin importarle quién demonios eres o lo que tienes, eso me dice que es inteligente, mucho más que tu—repone a manera de acusación—. El problema de esa mente tuya, hijo, es que sabes dónde dar en el punto prohibido sin intención, lo sé, lo heredaste de mi.

Blanqueo los ojos, quitándole el vaso.

—Desgraciadamente.

—Pero también heredaste mi astucia y encanto, y para eso estoy aquí, para sacarlo a relucir—contrapone, como si me dijese la solución al hambre mundial—. Contrario a la creencia popular, el único error que cometí con tu madre, fue...

—Yo—atajo, sin rastro de pesadumbre o algo similar en la voz.

Ulrich duda, pero acaba asintiendo.

—No lo quise decir así, pero sí—acepta, rascándose la ceja—. Pero hacía cosas que le hacían enojar, cosas pequeñas como partirle la nariz a los imbéciles que pululaban a su alrededor...

—Cosas necesarias—complemento.

—Exactamente—concreta, de un jalón me roba el trago—. Pero esas veces me gané su perdón dando en su punto débil.

Por fin, algo de interés.

—¿Cuál es ese?

Ulrich, sonriendo como si tuviese el mundo ganado, responde con toda facilidad:

—Su amor por mí.

Y toda esperanza se esfuma. Absorbo el veneno del cigarro hasta que la garganta me arde, afincando la mirada en el brazalete encima de la foto sobre la cama.

—Sol no me ama.

Me rehúso a hondar en ese tema, menos con este personaje. No estoy preparado para oír un millar de cursilerías que me harán sentir más incómodo que satisfecho. Esas son aguas profundas de oleaje peligroso, no planeo lanzarme a ellas con solo el querer sobrevivirle a lo justo. No tengo la disposición a divagar como un jodido náufrago sobre que carajos es y cómo se siente el puto amor.

Lo haré cuando no tenga ni una gota de alcohol recorriéndome las arterias.

—Puede que no, pero vale la pena intentarlo, ¿o no lo crees así?—sondea, despidiendo humo por la nariz—. Te pedí que fueses sincero, no hay que manchar tu reputación con quién no lo vale.

Me acabo el trago, mirándole con aprensión.

—Sol lo vale—contradigo—. Y mucho.

No podía creer que aquello había salido de mi boca, frente a Ulrich. Un calor me invade el rostro, la incomodidad hace mella en mi estómago, poco me falta para lloriquear como un crío porque algo no ha salido como espero. No me preocupo en llenar el vaso, bebo directo de la botella, y Ulrich por brindarme una caridad, se mira a la pared pasando por alto que me he sonrojado.

La última vez que sentí la cara arder de vergüenza, fue la primera vez que una mujer me tocó bajo los pantalones.

Aplasta la colilla en el cenicero y vuelve apoyarse en la pared.

—Le escribía notas a tu madre, todavía lo hago—confiesa—. Se las enviaba con flores de todo tipo, no solo sus favoritas, me gusta expandir sus horizontes, que vea que le daré lo quiere, lo que le gusta y más.

Muevo la cabeza de arriba abajo, sin tener idea de que escribirle a Sol.

¿Qué puedo decirle? ¿Qué me masturbo todas las mañanas pensando en ella? ¿Qué me he vuelto adicto el aroma de su piel? ¿Qué sus labios son tan irresistibles como su coño? ¿Qué adoro como blanquea los ojos cuando se está corriendo? Soy un ser agrio, no sé ser dulce, dulce como lo es ella.

—¿Qué decían esas notas?—inquiero, en busca de ideas en el lugar incorrecto.

Ulrich forma un mohín con los labios.

—Por respeto a tu madre, me guardaré el contenido—enuncia. Toma una de las libretas y la abre frente a mí—. Aquí, haciendo alusión a esa frase que le dijiste, llévate a ti mismo la contraria, déjale saber que reconoces dónde está tu error, olvídate de las disculpas ambiguas, son para mediocres, y tú no lo eres—brama entre dientes—, escribe lo que Sol te ofrece.

Estampa una pluma sobre la hoja, la tomo con recelo, escarbando en mi léxico los adjetivos necesarios para formar una frase que destile un mínimo de decencia, pero disto de ser un letrado de la poesía.

«Las palabras sinceras suben más faldas que las edulcoradas, pero vacías»

«Solo sé tú mismo, pero más amable»

Trazo una letra sin nada en mente, probando a dónde gravitan ciertos ojos ajenos.

Ulrich estira el cuello tratando de tener un vistazo, suelto el bolígrafo, mirándole con la boca aplastada en una línea. Lo hace por irle con el chisme a mamá y ganarse... no sé, no quiero pensar como carajos ella puede premiarlo.

—¿Es mucha molestia pedir privacidad?—espeto, recibo una mirada de la misma índole.

—Te limpié el culo, malagradecido, me aseguro de que no la vuelvas a cagar.

—No me apetece que leas, son personales—objeto, profundizando el ceño.

Levanta las manos, retrocediendo hasta dejarse caer de culo en la cama. Algo me dice que tendré que dormir con la libreta bajo la almohada.

—No las alargues, son notas, no cartas—avisa—. No vayas a ir con toda la artillería de frente, la vas a asustar.

¿Más?

—No se te ocurra por amor a tu madre escribir una mierda de 'una flor para otra flor' por favor.

—Silencio—demando.

—Novia, amada, novia querida—canturrea el hombre antes de echarse a reír—. Ex, mejor dicho, porque según tengo entendido, te dejó en la primero ho...

Suelto el bolígrafo exasperado.

—¡No dejas que me concentre!

Ulrich chasquea los dientes, poniéndose de pie.

Se va, se larga y me deja con mi mierda sin resolver. No esperaba lo contrario, evito hacerme ilusiones de lo imposible. Como poder escribir una disculpa acorde y a la altura de los hechos, y de Sol.

—Me voy, pero te voy a dar algo que tu madre no lo permitiría pero como no está, tengo la libertad de hacerlo—dice, y un instante después, me estampa la mano abierta más arriba de la nuca.

El sonido del palmetazo taladrándome los tímpanos. Un poco más de fuerza y me hace escupir los dientes.

—¡¿Qué carajos te pasa?!

No me pienso sobar, no le daré el gusto. Le miro con el insulto en la punta de la lengua, él me señala con un dedo, mirándome con advertencia.

—Como le digas a Agnes, yo mismo me encargo de que Sol jamás te...

Las bisagras de la puerta chirrean cuando mamá la empuja y aparece detrás de ella, salteando la vista de uno al otro.

—¿Eso que escuché fue un golpe?—exige una respuesta, y yo se la doy.

—Sí.

Creo que Ulrich palidece, no estoy seguro, mis ojos siguen unidos a la hoja llena de garabatos que espero darles sentido.

—Le acaba de reventar la cara a mi hermano y comportarse como un imbécil con esa muchachita, se lo merece—se justifica.

—Me dolió—susurro, trazando el Zon en la primera línea.

Estoy tan borracho que el palabrerío es una mezclo de idiomas.

—¿Quién te crees hoy? ¿Un justiciero?—suelta mamá, llegando a mi lado—. Te diré algo, Eros, frente a tu padre—alzo el rostro, dando con una seriedad poco usual en ella labrada en las facciones delicadas—. Las notas no servían de nada, no guardo ninguna, muchas las desechaba sin darles una leída. No voy a mentir, me hacían sentir bien, pero no son más que eso, palabras; lo que marca un verdadero precedente son las acciones, hijo, progreso real, no ficticio.

¿Entonces todo este circo no sirve de nada? ¿Es lo que dice?

—¿No las leíste?—incredulidad y desasosiego en el tono de Ulrich.

Mamá pasa de él. Sus manos se mueven ágiles sobre el desastre sobre el escritorio, cierro la libreta prohibiéndole que siquiera mire una palabra. Si pasaría vergüenza, sería con una sola persona, y no sería ninguno de ellos.

—Pero no pretendas crear rutina, tómalo como esto: cada nota, es una mancha a lo que debe ser un trazo limpio—decreta—. Hazlo, envía tus pensamientos sinceros, pero asegúrate de hacerlos valer en hechos y no repetir errores tan obvios, Eros.

La pregunta del millón de dólares se escapa de mi boca en un bisbiseo.

—Si es tan malo, Ulrich, ¿por qué sigues con él?

He sonado más hosco de lo que pretendía, Ulrich da un paso hacia mí, quizá con la intención de atestarme otra palmada, la merecida, pero mamá lo detiene, contemplándome con algo más que aflicción y enojo en sus ojos café.

—¿Tú miras esto—señala a Ulrich y luego a ella misma—, estar juntos y bien? ¿Te parecemos un buen ejemplo?

—No, pero...

—Elimina los peros de tu vocabulario, los odio, siempre traen excusas consigo, ¿y qué fue lo que te dije hace horas?

—El amor no es una excusa.

Quiero tomarla de la cara, mirarla directo a los ojos y prometerle que no puedo excusarme con algo que no sé cómo se percibe, y pedirle que deje de mencionarlo, pero no tengo fuerzas para pestañear, menos comenzar una disputa más. Lo que necesito es zambullirme en la cama, arroparme de pies a cabeza y tratar de descansar. No tengo espacio a un pensamiento más.

Mamá aprieta los labios en una línea tensa, noto vacilación en la mueca, hace el ademán de añadir otra cosa, pero sacude la cabeza, retomando el viso de cabreo e indignación.

—Voy a prepararte una ducha con agua caliente y sales, no quiero que duermas apestando a cigarro y alcohol.

Eso está mejor.

Nacimiento de Eros el poeta triste💀

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